miércoles, 18 de mayo de 2011

"El juego del mono" de Ernesto Pérez Zúñiga


La contraportada de este libro dice: “A caballo entre el realismo sucio y la fábula kafkiana, El juego del mono es una novela original, de prosa lírica y precisa, con una excelente combinación de registros narrativos”. Bah, [sin tener que desmentirlo] yo no le daría demasiada importancia a la afirmación (no vaya esto a espantar a quienes no les gusta el realismo sucio o la fábula kafkiana); lo único que hace falta saber de esta novela es lo fantástica que realmente es (con Kafka o sin Kafka, con Onetti o sin Onetti): una buena historia, un buen narrador, una edición más que decente y un precio más que asequible. Esto debería condenarla a ser éxito de ventas en cualquier feria del libro si fuésemos todos un poco más listos de lo que somos. Pero claro, nos dejan solos y nos matamos por hacer líderes a Marías (que ya me dirán qué necesidad) o a Albert Espinosa (que ya verán qué sinsentido). 

No se dejen engañar: “El juego del mono” es mucho más que un libro que trata sobre los desvaríos de un profesor de instituto y de lo que le ocurre (solo, en pareja o con un mono) cuando es destinado a un humilde centro en La Línea de la Concepción. Hay un sótano, también, y una mujer con una máscara y otro mono y drogas, sexo, alcohol (mucho de todo esto), contrabandistas y prostitutas de nombres fatales, pero de lo que más hay es precisamente de lo que menos puedo hablar. Lástima. Pero háganse cargo: es el tipo de cosa que uno ha de descubrir por sí mismo. 

Hay lecturas muy poco gratificantes (no es el caso). Son aquellas que no llegan a cumplir con la función de entretener (que es lo mínimo que se puede pedir a una novela). Había preparado algunos ejemplos pero no creo que sea necesario. Hay otras lecturas que se limitan a cumplir con un objetivo fundamental: hacernos pasar un buen rato en una compañía agradable. Con estas le queda a uno la misma sensación que si estuviese viento el enésimo episodio de, por ejemplo, alguna serie de investigación científica, esto es: lo mismo da uno que veinte y si te he visto no me acuerdo. Esto es ideal para quienes practican el Método Plano de Lectura, que son unos cuantos (y en según qué casos fácilmente localizables). Luego hay una tercera lectura, en la que se inscribe este libro, que se englobaría en un grupo para el que no tengo nombre. Se trata de aquel que incluye aquellas novelas que además del poso de placer nos dejan la sensación de no estar a su altura. Es algo que da mucha pena de tan escaso: es la imagen de un hombre (en este caso Zúñíga) sentado frente a un ordenador inventando una historia que haga cómplice a un lector al que además de voluntarioso considera inteligente. Zúñiga parece (no tengo el placer) el tipo de escritor que escasea: aquel que prepara la novela como una arma arrojadiza de efecto retardado en la que el verdadero efecto sólo tendrá lugar al final, una vez leída, digerida, sedimentada. La típica novela cabrona que obliga al lector a dejar algo de sí en ella; aquella que además de una historia deja un perfume, un aroma, un motivo para volver sobre sus páginas en busca de señales ocultas que de ser encontradas deberemos también desgranar, tamizar. (Una suerte de adictiva trampa mortal.) La novela de Zuñiga es una novela inteligente, infinita, escrita con la doble intención de provocar en el lector una reacción, un efecto, un cambio. La típica novelucha (sálvese la ironía) que no va a leer ni dios porque a dios (vuélvase a salvar) lo que parece que le gusta es que le mastiquen la comida antes de metérsela en la boca (…). Si son ustedes de esa misma calaña, es decir, de consumo fácil; si son de los que sólo leen para pasar un rato, para evadirse, les recomiendo no participar del juego de este mono. Y no estoy hablando de mí. Si por el contrario son ustedes de los que creen que los libros pueden –si quieren- ir más allá de sus páginas entonces sí, entonces deberían mirar de hacerle un hueco en su [la supongo,  visto el éxito de este tipo de literatura] holgada agenda porque de verdad de la buena que no se van a arrepentir. O sí, al fin y al cabo no soy infalible.


11 comentarios:

  1. No sigas hablando de Marías que cualquier día aparces con una cabeza de caballo en la cama... ja ja ja ja ja

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  2. Elegido: haremos bien.

    Fardal, para nada. Nunca he tenido tantos amigos como ahora. ¿No ves que todas las críticas que se me hacen son por exceso de cariño?

    Abrazos, abrazos y más abrazos,

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  3. Mira...
    En la vida hay dos clases de personas: Los que se toman las cosas demasiado en serio, y los que no.

    Corolario 1: Los primeros suelen ser más infelices.
    Corolario 2: A los segundas podría llegar a gustarles Thomas Pynchon.

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  4. A mi me pondrán la cabeza del caballo pero a ti te pondrán el resto, ya lo verás. Si llega el caso organizaremos una barbacoa para los del Corolario 2.

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  5. A mí me gusta que me entretengan, quiero ser una "entretenida", pero quiero algo más. Por eso voy a comprar esta novela de este autor que no conocía. Me fio de ti.
    Espero que de verdad me deje ese "no se qué" del que hablas, una vez leida
    Gracias
    La sargento Margaret.

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  6. Yo también lo espero, Mary Margaret, aunque es pronto para que nos fiemos uno de otro. Todavía nos estamos conociendo, querida, apenas hemos pasado de la segunda cita.

    Espero que la disfrute usted tanto como yo. No me odie si no es así.

    Abrazos,

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  7. Te he hecho caso, Tongoy: y no me has defraudado, la he leído de una sentada y me la he pasado bomba. ¡Más!

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  8. Pues me alegra oírlo, de verdad. Luego cogí otro libro suyo, uno anterior, pero lo devolví sin leer porque cambió el viento y me dio por otra cosa. Quizá más adelante.

    Gracias por pasar a comentarlo.

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  9. El alquimista del tedio23 de enero de 2015, 11:41

    Buenas.

    No he visto ni un sólo párrafo de la novela en tu reseña. Supongo que porque es vieja y antaño reseñabas de otra manera. No sé.

    El caso es que una amiga mía se leyó La fuga del maestro Tartini y le gustó y ahora me pasará en breve este libro del Zuñiga.

    No sé si el hecho de que una novela sea infinita es un halago o una condena. Cada vez que oígo la palabra "infinita" me viene en mente la broma de DFW y se me pone mal cuerpo, asi que por mí que sea finita y destinada a lectores inteligentes, mejor.

    Haré un momento kit kat mientras esté con Los Reconocimientos para leer a Zuñiga.

    Esta defensa a ultranza de un autor español me resulta casi inaudito en este blog.

    Saludos invernales.

    Pd. Si me "arrepiento" después de leerla, que sepas que vas a ir directamente a rendir cuentas al "Defensor del lector virtual".

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    Respuestas
    1. Bueno, tal vez entonces me dejé llevar pero lo cierto es que guardo un magnífico recuerdo de esta novela (no así de los detalles del argumento, lamentablemente).

      Yo también tengo el de TArtini. Me lo hizo llegar la editorial supongo que después de leer esta misma reseña. Le eché un ojo pero no acabó de engancharme. Algún día. Cuénteme qué tal si se anima.

      Y sí, yo antes pasaba bastante de la citas. VA por rachas.

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