miércoles, 5 de octubre de 2022

“Adiós, señor Chips” de James Hilton

Quizá hayan leído Stoner, de John Williams. Si es así, pueden seguir leyendo. En caso contrario, también, pero además les recomiendo buscar el libro. Esta novela es un poco más de lo mismo: la vida de un aburrido profesor. Y ya. Ocurre que mientras que en Stoner encontrarán, por alguna razón que no he acabado nunca de entender, una propuesta literaria absolutamente asombrosa, en Adiós, señor Chips no, porque Hilton no llega no llega y NO LLEGA. No, no es una mala novela, pero tampoco es una novela que vaya a cambiar el curso de nada. Se deja leer y de hecho se lee pero también se olvida con facilidad, que después de aburrirse es LO PEOR.

En Wikipedia, buscando información sobre el autor, —por si hubiera algo de interés que incluir en la reseña (y confiando en que esto sea lo más bajo que me vean caer este mes)— doy por casualidad con la definición perfecta de esta novela, que es considerada como “desvergonzadamente sentimental”. 

Desvergonzadamente sentimental es, desde ya, mi nueva y preferida etiqueta literaria. Vayan preparando el club de lectura. 

Insisto: poco más que añadir: la vida de un hombre cuyo mayor superpoder es ser un aburrido profesor de instituto que nace, crece, se relaciona, enviuda, se emociona, se emociona, se emociona, muere y será recordado. Para alcanzar semejante hazaña se convierte en el típico viejo profesor años treinta que alcanza un grado de moñez del calibre de invitar a café con pastas a los nuevos alumnos del instituto del que ya no es profesor total porque al vivir justo enfrente es todo nostalgia de sí mismo, que ya me dirás tú, llegada la página 100, qué mierda de nostalgia es esa.

En resumen: una novela rabiosamente entrañable y dolorosamente anodina ideal para una tarde de terraza en la que lo mejor, sin lugar a duda, será la cerveza.


Menos que reseña: fe de lectura de “Quebrada” de Mariana Travacio

Tengo pendiente de releer Como si existiese el perdón, la novela anterior de Travacio que valoré muy positivamente en su momento y de la que ahora apenas queda un recuerdo vago. Intuyo (y espero) que con Quedabra será diferente, lo cual ya es mucho decir, quizá demasiado.

La novela, narra el largo —todo lo largo que permiten 180 páginas— peregrinaje de dos seres humanos, a la sazón matrimonio, en busca de su hijo, largo tiempo perdido en el sentido que tiene dejarlo marchar para no volver. Lo que piensan y lo que viven mientras huyen (no hay otra forma de definirlo) de la quebrada en que viven, vivían, un lugar árido y terrible, sin futuro ni esperanza de tal, es el grueso de la novela. Sus sueños, esperanzas, ilusiones. Sus miedos, supersticiones y costumbres ancestrales. No esperen más. Ni ustedes ni ellos. Es una novela breve que se limita a lo imprescindible, lo cual es siempre de agradecer. El lenguaje, cuidado, preciso, a ratos poético y la ambientación, no siempre árida, son el mayor reclamo o atractivo de la novela. Lo segundo ya lo he explicado, de lo primero tienen un ejemplo más abajo.

En conclusión: una novela muy recomendable, siempre y cuando no tengan las expectativas demasiado altas.

«Acá las familias se arman y se desarman a capricho del viento, con la misma facilidad con que el cielo se compone o se descompone con nuestras tormentas. Se habla mucho, acá, pero se dice poco. Llevo años escuchando lo que cada uno quiera contarme. […] Que me entregó a los Romano, que andaban buscando un hijo. Y que ahí estuve, unos años, hasta que se murieron, en el incendio. Que me sacaron del fuego pensando que yo también me había muerto. […] Desde ese incendio, Anselmo me oficia de padre. Es que a Anselmo se le fueron los hijos y le debe haber quedado ese hueco. Así armamos las familias acá. Con lo que tenemos a mano».

martes, 4 de octubre de 2022

“Un fin de semana” de Peter Cameron

No sé ustedes, pero en mi caso la categorización de libros tiende al infinito. Hago listas o creo categorías prácticamente de todo y lo hago, además, a todas horas, compulsivamente, también por escrito. Están, por ejemplo, los libros de verano o de invierno, los libros del Sur, libros para días de lluvia o de viento, para leer al calor del hogar, libros para otros, libros para la Pascua Judía, para la Navidad, libros para la playa, para la piscina, para leer en compañía; libros para llevar siempre en el coche, libros para tener siempre a la vista, libros de mesilla, libros para prestar, para no hacerlo o para encender barbacoas. Libros que sé que no leeré jamás, libros que juro que empezaré mañana, libros que para qué nos vamos a engañar o libros Manolete pa qué te metes. Bueno, cien mil. La última incorporación, culpa de Peter Cameron, es “libros de fin de semana” (hastag #findesemana y tal) y todo por culpa de una novela homónima suya: “Un fin de semana”.

Aunque en mis sueños más húmedos los libros de fin de semana son mamotretos de Dickens o Pynchon la realidad siempre se impone y los requisitos son, por lo tanto, muy diferentes, toda vez que yo el fin de semana acostumbro a leer poco tirando a nada (quedando incluso a deber, en algunos casos). Los libros, pues, han de ser breves y han de ser ligeros; entretenidos, poco exigentes y poco más. O sea: “Un fin de semana” de Peter Cameron, por ejemplo, o cualquier colección de relatos muy breves, extremadamente breves, que tengan ustedes a mano ahora mismo. (También muy de fin de semana es todo aquello que, por su estructura, puede ser leído de cualquier manera en cualquier parte. Pienso, por ejemplo, en las novelas de Renata Adler o David Markson, si acaso alguna de ellas puede considerarse tal cosa).

Como decía, “Un fin de semana” de Peter Cameron, es perfecto para esto. Y además no es una mala novela. Se lee fácil, se lee rápido y se lee bien. Y no da vergüenza ajena. Dudo que se pueda pedir más sin caer en el ridículo.

Respecto al argumento, es bastante sencillo. Un grupo de amigos se reúnen en un fin de semana en la casa de una de las parejas (un pequeño edén) para no celebrar nada más que la vida y, en cierto modo, recodar sin querer queriendo a alguien fallecido recientemente que era a su vez familia de uno, pareja de otro y amigo de todos. Lo interesante, esto es, aquello que le da calidad a la novela, radica en descubrir o no tanto descubrir como asistir a cómo son, cómo reaccionan y cómo interactúan cuatro o cinco o seis personas que llegan a ese fin de semana sobradas de miedos, inquietudes o necesidades, pero sobre todo lo primero. Sobre una base de amor, desconfianza, secretos e inseguridades que aportan todas y cada una de las partes, se construyen una serie de tramas que Cameron hila asombrosamente bien, ajustando los diálogos al mínimo imprescindible y dejando que también los silencios aporten contenido a la narración.

Lo dicho: compleja, que no difícil, a la vez que ligera, apacible, bien escrita y bien construida novela que gira en torno a la idea amor (y cierto modo también la edad) en muchas de sus formas y desde varias perspectivas. Ha sido mi primer Cameron pero no será el último. Supongo que con eso queda todo dicho.