martes, 27 de septiembre de 2022

Esto no es una reseña de “Un hijo cualquiera” de Eduardo Halfon

En 2016, en un post que agrupaba todas las lecturas de febrero de tal año, hablé de Monasterio de Eduardo Halfon en los siguientes términos:

«Yo quería leer otro libro de Halfon pero se dio la casualidad que era el único que tenían en la biblioteca. No me interesó durante la lectura y no me interesó una vez terminado. Lo cerré, lo devolví y lo enterré. No sentí en ningún momento la necesidad de compartir la experiencia, ni para bien, ni para mal. Ni levantó odios y desató pasiones; fue una ausencia total de sentimientos. Halfon será, como dicen por ahí, uno de los grandes, no lo dudo, pero espero que por otras obras. Y digo esto sin ánimo de ofender o llevar la contraria. Lo digo porque Monasterio parece un libro más. Y ya son demasiados y no tiene uno ganas de andar salvando vidas y buscando virtudes bajo las alfombras».

Desde entonces no había vuelto a sentir interés por Halfon hasta que este año, en esta rentreé, supe de Un hijo cualquiera y del contagioso entusiasmo general que despertaba. El resultado ha sido una lectura de escaso o nulo interés, una vez más, seis años después. Denlo por cerrado y enterrado. Y no, pese a este post, tampoco en esta ocasión he sentido la necesidad de compartir la experiencia, ni para bien ni para mal. Ni ha generado odios ni ha desatado pasiones: una vez más, si ha destacado por algo, es por la ausencia total de sentimientos. Sigo sin dudar de que Halfon es de los grandes (esto no es ni remotamente cierto, pero bueno…) pero sin duda no lo es por este libro como tampoco lo fue por Monasterio. Un hijo cualquiera es un libro más, un libro cualquiera. Uno de tantos. Uno del montón (de la parte baja del montón). Quizá porque es un librito, como dicen que dijo su editor en no sé qué momento, de Caras B, la cual es una pobre excusa para justificar una colección de relatos que transitan entre lo mediocre y lo insufrible. Yo entiendo que un editor agradecido en ocasiones se debe a su escritor y que éste quiera dar salida a lo suyo a pesar de haberlo escrito en horas bajas, como también entiendo el hoy por ti y mañana por mí, pero en según que casos, como este, flaco favor se hacen.

Concluyo pues que, ni Halfon es mi escritor ni yo soy, probablemente, para él, su lector ideal. Y que ninguno hemos cambiado; que el tiempo, se ve, no pasa por nosotros. Yo es lo que me llevo. Él no sé.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

“La familia” de Sara Mesa

Que la mejor novelista de este país tenga que ser —por imperativo categórico, se ve— Sara Mesa, es un hecho tan incuestionable como que todas las familias felices se parecen, pero las desdichadas lo son cada una a su modo.

Con esto por delante, y habida cuenta de que tal es el tema, La familia, de Sara Mesa, nos tiene que gustar sí o sí de puro miserable. No digo que nos tenga que parecer, como a Laura Fernández (periodista cultural, escritora y se ve que a ratos lectora) una “obra maestra absoluta” pero CASI. Porque esto funciona así: no puedes escribir, amor, la mejor novela española un año y al siguiente venirte abajo. El objetivo es superarse, aunque se haya tocado techo; aunque después no haya más que vacío y uno se lo tenga que inventar.

No voy a andarme con rodeos: La familia es una novela correctamente escrita sobre los horrores de formar parte de algo terrible. Y ya. Ni obra maestra ni obra extraordinaria. Ni siquiera notable. Correcta. Pero, ojo: no entendiendo, como hacen muchos, correcta como sublime (aunque viendo los estándares tampoco es de extrañar) sino como mediocre, como básica; como ajustada al mínimo exigible.

Escribo esta reseña por el mero hecho de escribirla, de dejar constancia escrita de lo opinado, por si algún día quiero volver y no me acuerdo, que es algo muy yo. La escribo, por lo tanto, sin ganas y sin tener verdaderamente nada que decir. Y digo esto casi como un insulto ya que no tener nada que decir de una novela es, de todos los males que puedan aquejarla, junto con el aburrimiento, el peor.

Y ya entrando en materia, pero sin entrar en detalle, decir que La familia la forma una madre, un padre, una hermana, dos hermanos y una prima que también es hermana. Ah, y un tío y una vecina y su hija. Muchísima gente, ya ven. Los personales se van repartiendo las (creo que) catorce partes en que está dividida la novela: todos tienen su momento estelar que es un acontecimiento especial en algún momento de su vida. El conjunto de instantes dibuja la imagen de esa familia que es, como dijimos más arriba, un horror mayúsculo porque siempre lo es ejercer la violencia hacia la infancia, ya sea física ya sea psicológica ya sea la que sea y el padre, un mentiroso, un monstruo amargado, ignorante y manipulador que dirige con brazo de hierro al resto de los miembros, es exactamente lo que hace, de una forma u otra, desde todas y cada una de las páginas de esta novela.

Con Sara Mesa siempre tengo la sensación de que no saca partido a las premisas que ella misma plantea, que pueden ser mejores o peores pero que no están exentas de interés (y supongo que de ahí y de su corrección y de la comparación con el resto del panorama literario español, su éxito inmerecido en el que nos encontramos ahora). Pero hay algo más. Se trata de algo que ya he visto en otras novelas suyas, algo para lo que no tengo suficientes tragaderas: me molesta que sus personajes, Rosa, por ejemplo, en el primer episodio de su vida, cuando recibe una llamada anónima en su centro de trabajo, se comporte como una idiota (a pesar de que —alegría— varios capítulos después demuestre no haberlo sido nunca en absoluto) frente a un problema, como si solo hubiese dos salidas y ninguna buena. El truco de Sara Mesa parece consistir en generar angustia a base de reducir el número de posibilidades. Su universo, por lo general frágil y superficial (entiendo que voluntariamente) está demasiado acotado, sometido a demasiadas restricciones y esto, claro, provoca una sensación de ansiedad en el lector; una sensación falsa, por supuesto, que éste, probablemente adocenado y adormecido, confunde con calidad.

Y de los diálogos prefiero no hablar. No puedo entender que a estas alturas sigan siento tan artificiales, tan repetitivos, vacuos e insulsos. No puedo entender que Sara Mesa siga tratando al lector como si fuese imbécil y, a excepción de Aramburu, que está cortado por el mismo patrón, nadie le diga nada: ni los libreros ni las librerías ni su editor ni Laura Fernández. No lo entiendo, de verdad. No sé por qué tengo que hacerlo siempre yo todo: Sara, por favor, ESOS DIÁLOGOS (al menos los diálogos, ya que lo otro se ve que NI MODO).

De nada.

jueves, 15 de septiembre de 2022

Breve nota de urgencia sobre Joy Williams

Esta es una hora tan buena como cualquier otra de rescatar a Joy Williams del olvido, aprovechando, además, que Seix Barral acaba de publicar su última novela (La rastra) y literariamente se tropezarán ustedes con ella a cada paso, al menos durante las próximas setenta y dos horas, que es la esperanza de vida de un libro en las principales mesas de novedades del país.

A modo de introducción y sin intención de que esto vaya a más, conviene recordar que Joy Williams tiene varias novelas en su haber, tres de la cuales han sido publicadas por Alpha Decay, lo que significa que serán unas ediciones carisísimas y con una tipografía horrible de morirte a pesar de lo cual fingiremos que no nos importa total para darnos de bruces con el cartel de no-quedan-ejemplares y hasta-aquí-hemos-llegado porque estos señores, en lo que a digital se refiere, parecen mi abuela.

Pero yo he venido aquí a hablar de otro libro. Concretamente sus Cuentos Escogidos, de Seix Barral, una colección de relatos que, ahora lo sé, son o parecen ser la Perfecta Puerta Grande de Acceso al Universo Joy Williams, un universo al que nunca me había aventurado fundamentalmente porque el relato es un género que no acostumbro (y que, sin embargo, es el que más alegrías me está dando actualmente). Pero han bastado cuatro (CUATRO) relatos de los incluidos en ese recopilatorio para desarmar todos mis prejuicios y consagrar a Williams como la gran autora que es. 

Decía que habían sido suficientes cuatro relatos para convencerme de las excelencias de JW. No es cierto. Cuando escribo estas palabras he leído cuatro, pero uno fue suficiente para hacerlo posible. Este:

“Martillo”

En un momento equis de este relato se hace mención al martillo de Chéjov, como algo que todos deberíamos saber. No se apuren, yo les cuento:

En 1898 Chéjov escribió un relato (tengo que añadir “extraordinario”) llamado “Las grosellas” en el que un tal Iván Ivánich y un tal Burkin, protegiéndose de la lluvia, llegan a la casa de un granjero llamado Aliojin que los acoge como solo los rusos saben acoger. Instalado al calor del hogar y acompañado de estos dos señores, Iván Ivánich retoma una historia que empezó a relatar tiempo atrás vaya usted a saber dónde. En ella habla de su hermano, un miserable funcionario, un hombre egoísta y avaro que, nostalgia mediante, dedica vida obra y milagros a enriquecerse, con un único objetivo: comprar una propiedad en el campo en la que poder plantar, además de los pies, groselleros, así como disponer de un lugar en el que ejercer de terrateniente, apropiándose así de un papel que solo pueden dar el dinero, la estupidez o un combinación de ambos: «Nikolái Ivánich, que cuando trabajaba en la delegación de Hacienda temía tener opiniones personales, hasta en su fuero interno, ahora sólo enunciaba verdades, con el aire de un ministro». Durante la visita a su hermano, cuando éste le presenta como deliciosas unas grosellas duras y ácidas, Iván Ivanich se sumerge en pensamientos sobre la felicidad, que en su caso siempre han estado mezclados con elementos de tristeza, lo cual le lleva a la conclusión de que «probablemente las personas felices se sienten bien sólo porque los desdichados llevan su carga en silencio; sin ese silencio, la felicidad sería imposible».

Y es entonces cuando sale el hombre del martillo:

«Detrás de la puerta de toda persona satisfecha y feliz debería haber alguien con un martillo que le recordara en todo momento con sus golpes que hay personas desdichadas, que, por muy feliz que uno sea, la vida le enseñará sus garras más tarde o más temprano, que le sobrevendrá alguna desgracia —enfermedad, pobreza, pérdida— y que nadie lo verá ni lo oirá, de la misma manera que él ahora no ve ni oye a los otros. Pero el hombre del martillo no existe, el individuo feliz vive libre de cuidados, las menudas preocupaciones de la vida le agitan tan poco como el viento los álamos, y todo va a las mil maravillas».

Dejando Las grosellas y volviendo a Martillo  (el relato de Joy Williams motivo de este post) sería del todo contraproducente en tanto que insuficiente resumir su argumento. Martillo es un relato tan completo, complejo y lleno de matices que cualquier intento de reducirlo a cuatro líneas sería una falta de respeto que inevitablemente acabaría en desastre absoluto. Con todo, me van a permitir un acercamiento. Tengo que decir que, mientras lo leía, no dejaba de tener la sensación de que en él los silencios eran mucho más importantes que las palabras, o que la clave del relato residía en un hecho casual, en algo meramente anecdótico, que no acababa de ver, como si los árboles no me estuvieran dejando ver el bosque. No fue hasta la segunda lectura y después de haber leído el de Chéjov, que cobró sentido.

En Martillo, al día siguiente de perder el trabajo por negligencia, Angela recibe la visita de su hija Darleen, huérfana de padre desde su más tierna infancia. Darleen es una alumna brillante de dieciséis años que empezó a odiar a su madre «cuando tenía once años, aumentando en teatralidad y estudiada ponzoña hasta estabilizarse a los trece, el año en que se marchó a Mount Hastings». La visita de Darleen a su madre obedece a otra huida, esta vez del instituto y ciertas ingratas tareas que prefiere evitar:

«—¿Cómo va todo en el internado?
—Han terminado la biblioteca nueva y nos han dado dos días libres para que bajemos todos los libros por la colina desde la sede vieja a la nueva. Pretenden utilizarnos como una feliz y solícita cadena humana. Yo me resisto a que me utilicen. Estoy aquí para aprender.
—Así que prefieres venir a casa —dijo Angela.
Hubo un silencio.
—Lo cual es maravilloso —dijo Angela—. Absolutamente maravilloso.
—Voy a colgar, mamá. Puedes continuar sola con tus necedades, si quieres».

ESE silencio. Todo lo que hay saber sobre la relación entre estas dos mujeres está en ese silencio. Tres palabras entre dos líneas de diálogo es todo lo que Williams necesita para construir dos personajes.

Cuando Darleen llega a casa lo hace acompañada de un hombre llamado Deke («su asistente y guía»). El resto es puro teatro. Literal y figuradamente. Deke dedica las horas que pasa entre esas cuatro paredes a criticarlo y cuestionarlo todo y todos y en un momento determinado les habla, a la madre y a la hija, del cuento de Chéjov y del hombre del martillo:

«—¿Cree que es el hombre del martillo? —dijo Angela.
Deke sonrió con modestia.
—Salta a la vista que mamá no es feliz —dijo Darleen».

Ya que no me lo preguntan les diré que, en mi opinión, la grandeza de este relato reside en que Joy Williams nos hace creer que, o bien el hombre del martillo no existe (como opina Chéjov), o bien no se le espera, como opinan Angela y Darleen en tanto que seres infelices que se odian y se temen. Solo Deke, desde su extravagancia y desde su afición a cuestionarlo todo y a todos, sonríe con modestia creyéndose martillo, cuando lo cierto es que, a ciertos niveles, en algunas vidas, en los personajes de Joy Williams, por ejemplo, la felicidad no se acompaña de fuegos artificiales, no es algo que salte a la vista, no tiene la evidencia de una carcajada. Aquí la felicidad se confunde con el paisaje hasta lo inapreciable gracias a que ésta reside en algo tan sencillo como estar acompañado una fría noche de invierno de alguien que te odia o que cree que te odia o que, simplemente ha hecho de ese odio el motor de su vida y sin él, sin ti, ni vida ni odio ni nada. La felicidad, en este relato, no es inmediata; vuelve, en forma de recuerdo de una tarde agradable, al cabo de los años, cuando ya no importa que sea demasiado tarde.

Ya no puedo ser más fan de esta mujer.

martes, 13 de septiembre de 2022

“Los Netanyahus” de Joshua Cohen (Trad. Javier Calvo)

La historia de este libro tiene como origen una anécdota de juventud que Harold “Canon” Bloom contó a Joshua Cohen cuando andaban los dos a partir un piñón. Cabe suponer, por tanto, que, una vez desechadas las capas de cebolla propias de la ficción, el fondo de asunto sea (in)fiel reflejo de la realidad, lo cual confiere un valor añadido al resultado por aquello de que la realidad supera siempre la ficción, etcétera, ya que se cuenta algo que, de puro absurdo, no creeríamos remotamente.

El protagonista es Ruben Blum, un judío que no ejerce de tal ni bajo presión familiar. Son solo años sesenta y Blum es profesor en una pequeña universidad del sur de Nueva York que peca de lo mismo que pecan el resto de las universidades del mundo, motivo por el cual la novela es una comedia descacharrante de principio a fin. En un momento determinado, y por culpa de los microrracismos propios de una comunidad que no se sabe aria, a nuestro héroe, sin estar preparado para semejante cosa, se le pide que evalúe a un candidato a profesor, nada menos que Benzion Netanyahu, historiador israelí especializado en Inquisición Española, casado con un bicho y padre de tres alcornoques (por ese orden), entre ellos el que llegará a ser primer ministro de Israel. El enfrentamiento (o, más bien, la ausencia de tal) entre un sionista militante y un judío americanizado estaría garantizado si no fuese por la pusilanimidad del segundo, no tanto a un nivel académico, donde todo queda en estupor general mal disimulado, como en lo personal, cuando, por mero capricho, los Netanyahu deciden acampar en el salón del profesor Blum, que nunca parece tener demasiados problemas.

Los Netanyahus es una novela rabiosamente divertida que trata sobre la identidad y otros pesares (hilarante la parte dedicada a la nariz judía de la hija del protagonista o cualquier momento en que patriarca israelí abre la bocaza); que presenta unos personajes originales a la vez que estereotipados en tanto que profundamente reales, y que entre broma y broma nos cuela algunas cargas de profundidad ideales para criticar prácticamente todo aquello a lo que en un momento u otro se hace referencia, léase el acomodado mundo académico, la irresoluble cuestión judía, las relaciones paternofiliales o el soterrado racismo institucional.

Termino ya.

Les voy a contar un secreto: al contrario de lo que me gusta dar a entender, acostumbro a sobrevalorar muchas de mis lecturas. Por lo tanto, todo aquello que en un momento dado —durante o inmediatamente después de la lectura— recibe una atención o una valoración inmerecida, termina, al cabo de los días, encontrando su lugar en el inframundo, no sé si por justicia divina o simple sentido común. No ha sido el caso. Andado el tiempo, la novela de Cohen (del que no se habla más porque USTEDES no quieren) ha crecido y lo que en su momento me parecía notable, ahora es un sobresaliente incontestable.

Anoten esto: Los Netanyahus (de puro “jodidamente buena”) será una de las novelas del año o no será.




- Cuando éramos jóvenes, nos lo tomábamos todo muy en serio. Todo lo que leíamos. Todas las exposiciones y con ciertos y libros. Todos aquellos poemas. Éramos gente seria que creía en las cosas. En las ideas. Con gran sinceridad. Y nuestra forma de hablar: «estética ética» y «las pasiones morales de la cultura». Nuestra forma de hablar de política: «la libertad del miedo», «la libertad de los deseos», y el hecho de que era honorable servir a tu país, y la idea de que ser escéptico hacia tu país también podía ser una forma de servirlo... Éramos muy solemnes y estábamos llenos de principios, pero también de intensidad, en relación con la democracia y el amor y la muerte, como si supiéramos qué son esas cosas...
- Me acuerdo. Éramos unos judíos como Dios manda.
- ¿Pero a ti qué te pasa? ¿Quién ha dicho nada de judíos? Estoy harta de oír hablar de judíos. Estoy hablando de nosotros.
- Lo siento.
- Lo que te intento decir, Rube, es que conocer a ese hombre horrible [Benzion Netanyahu] y a su horrible mujer me ha hecho darme cuenta de algo. Me ha hecho darme cuenta de que ya no creo en nada, y no sólo eso, sino que además no me importa. No tengo creencias y me parece bien; me parece mejor que bien, me encanta... Me encanta estar envejeciendo sin convicciones...



jueves, 8 de septiembre de 2022

Rentrée literaria 2022 (Novedades)

No son todos los que están —tal vez ni siquiera sean todos los que son— pero desde luego son muchos más de los necesarios. Me estoy refiriendo a los libros incluidos en el siguiente listado; un listado que no es otra cosa que una recopilación de todas aquellas novedades literarias que, en mayor o menor medida, han llamado mi atención (y alguna que no) y que pueden ser consideradas como parte de la Rentrée en este 2022.

Insisto: no es un listado completo, pero tampoco lo pretende. De momento, tómenlo como un borrador. Mañana no sé pero hoy tengo la sincera intención de mantenerlo actualizado con (casi) todo aquello que vaya encontrando o me vayan ustedes diciendo, si tienen a bien, en los comentarios (ya sea de blog ya sea de Facebook ya sea de Instagram).

Respecto a las ausencias más alarmantes, esto es, las novedades de editoriales como Pálido Fuego, Las afuera, Malas Tierras, Automática, Fulgencio Pimentel o Trotalibros (por poner algunos ejemplos de editoriales que sigo con interés) lamento no poder dar más información, pero es que no la tengo. Agradecido, también, si colaboran: pueden ustedes enviar títulos o directamente los libros, lo que prefieran. Cualquier aportación será bienvenida, especialmente la segunda.

Y ahora les dejo con lo importante.



Acantilado
'En memoria de la memoria' -- María Stepánova
'Cartas escogidas' -- Marcel Proust
'Decisión en Kiev' -- Karl Schlogel
'Los hombres no son islas' -- Nuccio Ordine

Alba
'En busca del tiempo perdido' -- Marcel Proust

Alfaguara
'Abejas grises' -- Andrei Kurkov
'Salvo mi corazón, todo está bien' -- Hector Abad Faciolince
'Las herederas' -- Aixa de la Cruz
'Babysitter' -- Joyce Carol Oates
'Ese día cayó en domingo' -- Sergio Ramirez

Alianza

'Gravedad cero' -- Woddy Allen
'Ucrania 22' -- Francisco Veiga
'El proceso de Roberto Lanza' -- Ronaldo Menendez

Almadía
'Yo maté a un perro en Rumanía' -- Claudia Ulloa Donoso

Alpha Decay
'Conejo maldito' -- Bora Chung
'El aristócrata' -- Ernst Weiss
'No se parece usted a nadie' -- Baudelarie/Flaubert

Altamarea
'Por qué Ucrania' -- Noam Chomsky

Anagrama
'Viaje al este' -- Christine Angot
'Justo antes del final' -- Emiliano Monge
'La familia' -- Sara Mesa
'La encomienda' -- Margarita García Robayo
'Soniechka' -- Liudmila Ulitskaya
'Diarios y cuadernos' -- Patricia Highsmith
'Diarios Vol.II' -- Rafael Chirbes

Automática
'Una carpa bajo el cielo' -- Liudmila Ulitskaya

Blackie Books
'Tostonazo' -- Santiago Lorenzo
'Canina' -- Rachel Yoder
'La ilíada liberada' -- Homero

Cabaret Voltaire
'Mi dueño y mi señor' -- François-Henri Désérable

Capitán Swing
'Islas del abandono' -- Cal Flyn

Chai
'La vida después' -- Donald Antrim

Dirty Works
'Todo lo que necesitamos del infierno' -- Harry Crews

Dos bigotes
'Mi autobiografía de Carson McCullers' -- Jean Shapland

Ediciones de aquí
'¡Nel tajo!' -- Anne F. Garréta

Ediciones del subsuelo
'Siete conferencias sobre Proust' -- Bernard de Fallois

Ediciones invisibles
'Mejillones para cenar' -- Birgit Vanderbeke

El paseo
'En busca del tiempo perdido' -- Marcel Proust
'Confusión de penas' -- Julian Blanc

Errata Naturae
'Bastarda' -- Dorothy Allison
'Clandestina' -- Marie Simon Jalowicz
'El capitalismo o el planeta' -- Frederic Lordon

Firmamento
'Ars moriendi' -- Michel Onfray

Fulgencio Pimentel
'Refugio en el tiempo' -- Gueorgui Gospodínov
'Filial' -- Serguéi Dovlátov
'La comemadre' -- Roque Larraquy
'Las palabras nunca están ahí cuando las necesitas' -- Ingmar Bergman
'Diario del perdedor' -- Eduard Limónov
'Los amantes encuadernados' -- Jaime de Armiñán

Galaxia
'De bestias y aves' -- Pilar Adon
'El sueño del caimán' -- Antonio Soler
'Mis delitos como animasl de compañía' -- Luis Mateo Diez
'La sombra del exilio' -- Norman Manea
'Amor y morriña' -- Theodor Kallifatides

Grijalbo
'Esclava de la libertad' -- Ildefonso Falconees

Hermida
'Los sueños de la primavera' -- Teru Miyamoto

Impedimenta
'Fábulas de robots' -- Stanislaw lem
'La particular memoria de Rosa Masur' -- Vladimir Vertlib
'Cegador 3' -- Mircea Cartarescu
'Viento herido' -- Carlos Casares

Insólita
'Guerra de Jade' -- Fonda Lee

La esfera
'El futuro del dinero' -- Eswand Prasad

Las afueras
'Poco hombre, Crónicas escogidas' -- Pedro Lemebel
'Una escritora en el tiempo' -- Jane Lazarre
'Sobre mi hija' -- Kim Hye-jin
'El que mejor vive es tu gato. Correspondencia' -- Wislawa Szymborska y Kornel Filipowicz

Libros del asteroide
'Un hijo cualquiera' -- Eduardo Halfon
'Antes del salto' -- Marta San Miguel
'La promesa' -- Damon Galgut

Lumen
'La postal' -- Anne Berest
'La ciudad' -- Lara Moreno
'Los alegres funerales de Alik' -- Liudmila Ulitskaya
'Mi Ucrania' -- Victora Belim
'Anteparaíso' -- Raúl Zurita

Malas tierras
'El país del humo' -- Sara Gallardo

Navona
'Cerbantes Park' -- Carlos Robles

Nórdica
'Está muerta mamá' -- Vigdis Hjort
'Cuentos completos' -- Dylan Thomas
'Compray' -- Marcel Proust

Páginas de espuma
'Mientras estamos muertos' -- José Ovejero
'Cuentos completos' -- D.H. Lawrence
'Escribir' -- Marcel Proust

Paidós
'Marcel Proust' -- Roland Barthes

Periférica
'El cuarto mundo' -- Diamela Eltit
'Juárez en Nueva Orleans' -- Yuri Herrera
'Nada más' -- Marguerite Duras

Plaza & Janés
'Cuento de hadas' -- Stephen King

Random House
'Autobiografía del algodón' -- Cristina Rivera Garza
'El pasajero y Stella Maris' -- Cormac McCarthy
'Idaho' -- Emily Rukovich

Salamandra
'Ojo de gato' -- Margaret Atwood
'Ser un hombre' -- Nicole Krauss

Seix Barral
'La rastra' -- Joy Williams
'Montevideo' -- Vila-Matas
'Tolstoi ha muerto' -- Vladimir Pozner

Sexto Piso
'Una oportunidad' -- Pablo Katchadjian
'Los chicos de Hidden Valley Road' -- Robert Kolker
'Más extraño que la bondad' -- Nick Cave
'Imágines primigenias de la religión griega' -- Karl Kerenyi
'El fin de la novela de amor' -- Vivian Gornick
'Dientes de leche' -- Lana Bastasic
'Pequeñas desgracias sin importancia' -- Miriam Toews

Siruela
'Como un espectro. Miao Dao' -- Joyce Carol Oates
'El fantasma de las palabras' -- Louise Erdrich

Sloper
'Los pies fríos' -- Beatriz García Guirardo

Taurus
'La historia de Rusia' -- Orlando Figes

Tránsito
'La palabra bonita' -- Elisa Gabbert

Trotalibros
'La tercera boda' -- Kostas Taktsís

Turner
'Entre la Venus y el cyborg' -- Naeif Yehya

Tusquets
'Vengo de ese miedo' -- Miguel Angel Oeste
'Personas decentes' -- Leonardo Padura

Vaso Roto

 






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Actualizaciones:

12/09/2022 Fulgencio Pimentel, Las afueras

lunes, 5 de septiembre de 2022

“Casas vacías” de Brenda Navarro

Esta novela parte de una premisa muy sencilla: una madre pierde un hijo. Pero literal: desaparece. Y luego hay otra lo encuentra. Miento: no lo encuentra (por encontrar no se encuentra ni a sí misma): lo roba, por guapo. Es el mismo niño, por si no había quedado claro. Después, lo esperado: DRAMÓN. Se pueden imaginar: que una madre pierda un hijo es como para no dejar de llorar en un mes tanto por lo que es como por lo que puede ser:

«Pero también pasa que a los niños los maniatan, violan, descuartizan, esclavizan, los vuelven pornografía. Pero también pasa que es posible que Daniel esté tirado en la basura, pudriéndose, oliendo mal, con cucarachas encima, con gusanos comiéndoselo».

Pero se ve que Brenda Navarro solo tiene medio corazón, de modo que retuerce el argumento hasta darle categoría de culebrón. No pierdan de vista la bolita:

La primera madre, esto es, la que pierde el hijo, está casada con un hombre que ni de cuerpo presente está ni se le espera. Pues esa madre que pierde un hijo tiene otra hija que no es hija o no la suya o no desde siempre, sino que es la hija de una cuñada que recién muere a manos de un marido hijo de puta de esos que matan a sus mujeres. El resultado es, por un lado, una madre que pierde una hija –y no contenta con eso también a su nieta cuando ésta se marcha a México con la nuera– y por otro, una nieta que pierde una madre, que pierde una abuela, que pierde a un padre al que llevan preso —y aún bueno— y que gana una madre de afecto cero y un hermano al que adora y que, vaya por Dios, le roban cuando mejor estaba («¿Qué es un hogar y de qué se conforma? ¿En dónde empezamos a ser padres e hijos?»).

Por si el drama de la madre parecía el problema.

Pero por si no fuera suficiente:

A su vez, la ladrona de niños tiene también un marido que ni es marido ni es nada, y una suegra que es el mismo demonio, motivo por el cual acabaría más sola que la una pero más contenta que unas castañuelas si no fuera porque resulta que ha robado un niño autista: que menudas noches y tal, que ya es mala suerte para una vez que roba algo.

«Y Daniel lloraba como el hombre que sabía que podía comer, dormir y llorar a la hora que se le antojara porque nosotras, aunque cansadas y somnolientas, estaríamos a sus pies. Finalmente, la realidad fue que Daniel se convertía en el carroñero que nos devoraba el tiempo y nos dejaba sudar la putrefacción que emana cuando lo humano se evapora ante el cansancio y luego, otra vez, nos volvía a comer».

La historia es tremenda, no me digan.

Luego, claro, te dicen que si a una bruja la tira Fulano al río por justa venganza y para sanearse la Economía de Aldea Remota y TE DA RISA MARISA con prosa río o sin ella.

Mucho más bicho la Brenda que la Fernanda, dónde va a parar.

La novela es un suspiro en una tarde de otoño un viajero. Un buen rato de morirte de pena y rabia con los horrores mayúsculos de todos y cada uno de los personajes, así como una forma como cualquier otra de iniciarte en la poesía de Wislawa Szymborska que salpica novela motivo por el cual (porque a Brenda, por algún motivo, esto le parece importante; quede pues de sentido homenaje) aprovecharé para terminar con ella esta reseña.



¿Pero es acaso posible
de pronto desacostumbrarse a sí mismo,
al orden del día y de la noche,
a la nieve del próximo año,
al rubor de las manzanas,
a las penas del amor,
del que nunca hay suficiente?

WISŁAWA SZYMBORSKA
Fragmento de «Minuto de silencio por Ludwika Wawrzyńska»