lunes, 31 de octubre de 2011

Resumen de Lecturas: Octubre 2011




A continuación un “repaso” a mis lecturas de este tormentoso mes de octubre. Así aprovecho también para no dejarme nada dentro, que luego se enquista y es peor. Empezamos.

“Mi madre es un pez” de  VV.AA. Si tengo que decir algo más de este libro me corto las venas. Lo tienen ustedes por ahí (ahí). Si ven que se aburren mucho y se lo han perdido encontrarán el complemento perfecto en una entrada posterior dedicada al recientemente resucitado proyecto del Nuevo DRAMA (aquí), que con sus tres únicos integrantes ha entrado en el libro Guinnes de los Records en un par de categorías que dejo a su imaginación. Yo no le daría más vueltas porque entre los dos acumulan la friolera de casi seiscientos comentarios, pero bueno, quede como anécdota de lo que fue.

“Niños Feroces” de Lorenzo Silva también ha sido comentado pero no me importa repetirlo siempre que no me lleve más de cuatro palabras: me gustó con reservas. Vale, me estiro un poco más: me pareció que trataba con acierto un asunto muy interesante aunque también creo que el escritor quiso abarcar demasiado con todo eso de convertirlo en un taller de escritura. El resto en su sitio: este.

“Libertad” de Jonathan Frazen. Otro que también he comentado. Fue este mismo viernes, es la entrada inmediatamente anterior (venga va, el link: aquí) y todo lo que quería decir sobre él está allí y en los comentarios. Baste decir que me parece que está entre lo mejor del año.

“el afinador de habitaciones” de celso castro. Me quedo con la pena enorme de no haber podido reseñar esta novela pero ha sido un mes complicado y he preferido no hacer nada antes que una chapuza. Decir simplemente (por si algún día vuelvo a ello) que me gustó. Punto. Una novela muy interesante que sin reinventar el género ni pretenderlo es capaz de dotarla de un algo especial. Castro tiene un estilo que a mí personalmente me gusta mucho y que seguro que no tiene nada que ver con que seamos casi “vecinos”.

“Salvatierra” de Pedro Maira. Mismo caso (sin la proximidad geográfica) y misma pena que el anterior. La falta de tiempo de tiempo no es excusa para no haber reseñado esta novela ya que podía perfectamente haber dejado de leer algo durante una hora para hacerlo pero seré sincero: no me ha apetecido. Esto no quiere decir que no vaya a hacerlo aunque sea brevemente en un futuro que espero inmediato. Falta la opinión por dar: bien pero no lo suficiente. ¿Suficiente para qué? No sé, suficiente para saltar de alegría o algo.

"Contra la postmodernidad" de Ernesto Castro. El encabezamiento de este párrafo es mucho más divertido si le quitan las comillas. Prueben. Bueno, venga, seriedad: verán, si no he reseñado esta novela ha sido por sencilla razón de que no me ha apetecido. No hay más.  No tiene nada que ver con la editorial, ni con el autor. Simplemente no he sentido el deseo de escribir sobre ella como no siento el deseo de escribir sobre otras muchas cosas, muchas otras novelas, muchas otras lecturas. Eso y que no me gusta hablar de los deberes de los demás. 

"Setenta acrílico treinta lana" de Viola di Grado. Bueno, bueno, bueno…. Bonita se montó también con ésta (clic). Que si el blog de Tongoy es un antro, que si “qué poco rigor”, que si “qué poca profesionalidad”, que si mi autoestima se basa en esto o en lo otro, que si… Bueno, en fin pilarín. Y todo porque hablé de esta supuesta obra maestra sin haberme leído nada más que 70 páginas, esto es, aproximadamente una tercera parte. Ahora va a resultar que lo grave es que uno no se quiera acabar un libro y lo diga y además explique las razones, porque puestos a ser sincero he de decir que lo que me pedía el cuerpo era nada más que poner la foto de portada y un texto de acompañamiento tipo “Novela abandonada. Razón: desinterés total” o escatología similar. Pero lección aprendida: la próxima va así. Porque señores, léanme los labios: “Derecho a dejar un libro”, ¿les suena?; lo decía Pennac y yo añado: “Derecho a decirlo” y otros aún más osados y con más razón que un ejército de santos: “Obligación de decirlo”. Pero si es que además les encantan estas cosas, que lo sé yo, que se lo noto en la ip.

"Caribou Island" de David Vann. Esta sí es una novela interesante (de la que me pillan escribiendo reseña). La gente está incomunicada también, hay grandes silencios, palabras que no dicen nada, mentiras, sueños, crisis matrimoniales, diferencias generacionales, entornos hostiles: cielos cubiertos, lluvia, frío… muchas cosas y además el mensaje llega clarito como un día de verano. A ver si el problema va a ser la dichosa posmodernidad… He sufrido mucho con su lectura tanto por los jóvenes como por los mayores y no he necesitado vivir en Alaska ni tener 55 años para entenderlo todo perfectamente. Esto no quiere dice que me parezca, ni remotamente, una novela sensacional. No. De hecho me ha gustado bastante menos que la anterior de Vann. Sí, me sobran muchas cosas, muchas páginas, pero la leí en apenas dos sentadas que hubiesen sido menos si no tuviese uno que cubrir una dosis mínima de sueño.

"X" de Percival Everett. Qué buena novela y qué divertida. Pero divertida de verdad. Y eso que la narración está salpicada de interrupciones algunas de las cuales parecen no venir a cuento de nada, como las de protagonista explicando la mejor manera de cortar la madera. Pero en esta novela todos los excesos o posibles off topics quedan compensados por la última parte, la que lleva el título “Porculo” y que viene mucho a cuento de lo que estaba comentando más arriba. La novela trata sobre la literatura, sobre los buenos y malos libros, sobre los buenos y malos lectores, sobre los críticos literarios y sus mentiras, sobre el derecho a llevar la contraria a la mayoría (aquello de huir del rebaño), sobre los jurados literarios y sus intereses pero también sobre el racismo y lo que se espera de uno cuando es de otro color y alcanza cierta notoriedad. Una buena novela que funciona en dos niveles, que cuenta una historia y oculta otra detrás que se hace evidente llegando al final, que es más o menos la definición que hace Piglia de cómo debe ser un cuento perfecto. No le pongo cinco estrellas porque no es para tanto pero si les apetece leer una novela entretenida y pasar un rato estupendo no se la pierdan. (Pensaba reseñarla también, pero ya no sé porque esto me ha quedado un poco largo y bastante claro.)

Tenía la (in)sana intención de terminar a tiempo para completar esta resumen "Apuntes de la casa muerta" de Dostoievski pero al final, entre unas cosas y otras, acabé interrumpiendo su lectura al comienzo de la segunda parte, allá por el ecuador del libro, porque me enganchó el prólogo de "Sobre el teatro: artículos y cartas" de Chéjov que me puse a ojear el sábado. Lo dicho: este mes no puede ser por razones obvias pero para el próximo prometo reseña de ambas.




EL MES QUE VIENE... 

Estaba yo pensando que si aguantan un ratito más les cuento mis planes de futuro inmediato y así aprovecho también para organizarme.

Me avisan de la biblioteca que tengo dos cosillas por recoger: “Un incendio invisible” de Sara Mesa, galardonado con no sé qué premio y al que llego con el mismo entusiasmo con que llegué a su anterior novela ("El trepanador de cerebros") lo cual en cierto modo dice bastante en su favor y “Los incógnitos” de Carlos Ardohain. Sigo sin saber nada de “Ejército Enemigo” de Alberto Olmos, pero si les soy sincero me da un poco igual porque con tanta espera se me han pasado un poquito las ganas y ya medio me da igual que venga este mes o el año que viene.

Entre los que tengo que tengo sobre la mesa (o a punto de caer en ella) están los siguientes: “El malogrado” de Thomas Bernhard; “Chamamé” de Leonardo Oyola; “Últimos días en el puesto del Este” de Cristina Fallarás cuyo primer capítulo leí hace un par de días; “Cómo vivir o Una vida con Montaigne” de Sarah Bakewell y “La generación Beat” de Bruce Cook por aquello de comparar con otras generaciones.

Y en la retaguardia, pedidos y sin llegar: “El cielo de Pekin” de Miguel Espigado; “Perros de porcelana” de Marin Ledun; “Vampiro argentino” de Juan Terranova; “Astillas” de Celso Castro; “Beatitud”, antología de varios autores y “Frío” de Rafael Pinedo.

Obviamente todos no me los voy a leer (no pensaba, al menos) pero los que caigan estarán entre esos. O deberían.

jueves, 27 de octubre de 2011

"Libertad" de Jonathan Franzen


Les pongo en antecedentes: de Franzen he leído tres libros: la novela “Las Correcciones”, la recopilación de ensayos “Cómo estar solo” y uno chiquitito llamado “Zona Templada” que es en realidad un pequeño relato autobiográfico excesivamente caro se mire por donde se mire. Sobre “Cómo estar solo” es un fenomenal conjunto de ensayos que merecía una reseña digna y de “Las Correcciones” jamás escribí nada porque lo leí hace ya demasiados años y en el recuerdo tiendo a idealizar ciertas lecturas a pesar de olvidar los detalles. Sí es verdad que se convirtió de inmediato en uno de mis libros favoritos aunque esto no fuera suficiente para "interesarme" por la obra anterior del escritor porque entonces yo creía que uno era tan bueno como lo último que escribía y que lo otro no era nada más que el medio para alcanzar el fin que es el presente nuestro de cada día. 

Esto lo digo para que se entienda el exceso de confianza y se conozca el nivel de las expectativas con que enfrenté la lectura de “Libertad”: la convicción de estar frente a un monumento más que ante un libro, una actitud a todas luces excesiva porque al fin y al cabo no dejaba de ser una novela más en su trayectoria y Franzen un ser humano común tirando a pelín zumbado a quien con el paso de los años he ido idealizando con manifiesta voluntad de que así fuese porque también quiere uno ilusionarse con algo de vez en cuando. 

El argumento es muy sencillo (por lo que tiene de común) aunque difícil de resumir (por lo que tiene de extenso). Quedémonos con la idea de un drama familiar moderno, esto es, donde el reto no es escapar del hambre o la guerra sino errar continuamente el camino que conduce a la felicidad, saberlo y no evitarlo. Los protagonistas son varios (novela coral, pues): Patty, un ser bastante odioso con el que sin embargo logramos simpatizar en varios momentos (“Ella era ya en sentido pleno aquello que en el resto de la calle no había hecho más que empezar” Pág.14); su marido, un tipo íntegro, leal y condenado a sufrir por amor (“Desde luego era muy paciente: tenía el metabolismo de un pez en invierno” Pág.28) y sus hijos, ella y el, dos elementos también de cuidado, más el segundo que la primera, una muchacha a quien Franzen obvia inexplicablemente. El quinto es discordia es el amigo bohemio, un tipo liberal e inteligente que nos las va a hacer muy felices a los lectores por la parte de culpa que tiene en el enredo huracanado en que esto se convertirá. Así es en general la estética de la novela: todo muy USA, muy de retrato familiar de la era Bush Junior: la pequeña gran novela americana –le pese a quien le pese- de la década inmediatamente anterior a esta. 

Lo grande de Franzen es lograr que lo anodino y vulgar que pueda tener ser una aburrida ama de casa del medio oeste sea el acontecimiento literario del año y encima tengamos que darle la razón porque no se trata de ver lo mal que cocina la buena de la mujer sino de entender porqué se le queman siempre las magdalenas. Figuradamente, claro. La escritura al servicio de la historia (por supuesto, hablamos de Franzen); de una exquisitez envidiable. No importa el argumento, de verdad que no (en el sentido en que no debería ser esta la razón para leerla o despreciarla) y en cierto modo eso la hace más interesante por la capacidad que tiene de atrapar desde la primera página -obviando el hecho de mi más que optimista predisposición inicial- y por lograr que nos importen las pajas mentales de unos y otros así como sus devenires por caminos trillados: una concentración de lo visto en televisión estos últimos diez años elevado a la enésima potencia, concentrado y servido en copa de lujo marca Franzen. 





miércoles, 26 de octubre de 2011

“Diástole” de Emilio Bueso


Me leí esta novela por aquello de cambiar de aires y por eso de que me la regalaron: escritores que apuestan por la ejecución pública (ellos verán). Yo (ya) no soy de novela de género pero confieso que de vez en cuando me gusta refugiarme en su intrascendencia y gozo como el que más de tramas truculentas porque, eso sí, puestos a leer obviedades me quedo mil veces con esto o una polis que con un vulgar Alatriste.

El caso es que para quitar esa espinita que a veces se me clava no sé dónde tiré de estantería y me entregué a la mundana pasión del tópico de la novela de terror, esto es, vampirazo en vena, sucedáneo de carpatocastillo incluido. Aquí debería ir una música aterradora pero no soy bueno con el html y mejor lo dejo a su imaginación. 

Al grano. Esto va de lo siguiente: Jerome, narrador y protagonista, es un heroinómano muy peculiar, de los que no conciben la vida si no leen cada día al menos cuatro páginas de alguna de las ediciones de Bukowksi, Tolstoi, Neruda, Chéjov, Bécquer, Dostoievski, Baudelaire, Machado o Pessoa compradas en rastros y librerías de viejo que se cuentan por un ciento y que almacena tirados por el suelo del habitáculo de pintor que tiene coarrendado con otros tres tirados, alguno heroinómano también, gracias a un trabajo de media jornada en un locutorio. Y digo yo, ¿tienen que ser todos los putos protagonistas de las novelas amantes de la literatura? ¿No pueden ser simplemente unos tirados de mierda, yonkis de corte clásico con chaqueta de piel, deportivas blancas y dientes carcomidos? Se ve que no, no pueden; tienen que ser la hostia y además pintar de morirse. Qué poco rigor. Ya no hay heroinómanos como los de antes. Asegura la contraportada que el escritor viene del realismo sucio pero ya imagino que lo habrá dejado como una patena antes de marchar. 

Pero sigamos: el yonki -que es un buen yonki porque sólo se mete lo justo para ir tirando y no como los otros que son todo vicio- recibe el encargo de pintar el retrato de un ruso que vive a todo tren en una casa abandonada en lo alto de una colina. Debe hacerlo en cuatro sesiones nocturnas, cuatro habitaciones y frente a cuatro posturitas del susodicho. No sé, ganas de joder, supongo. Esto lo coge Anne Rice y hace una trilogía pornogay de morirte desangrado. Pero en este género el sexo es para los más débiles, Bueso lo sabe y por eso salen perros del infierno y un criado que da más miedo que una gárgola con aluminosis. Bueno, así un poco todos los tópicos pero desubicados. Esto lo digo como un cumplido: me gustan las sorpresas y aquí un par de ellas (argumentales todas) la verdad es que sí las encontré. (¿O sólo fue una?) El “drácula” de turno -que nada más que se insinúa como tal y el único que no se entera de la movida es el tontolava del protagonista que no está a lo que tiene que estar- es una bellísima persona, con sus cosillas sanguinolentas, sí, pero buena gente en el fondo: un tipo capaz de amar, alma de poeta inmortal. Durante las sesiones de pintarrajeo le va contando anécdotas de su vida que tienen que ver con el amor y el plutonio y que ya mejor me voy callando para que les quede algo de misterio si llegan a leerlo antes de que se agote. 

Mi opinión sobre ella es benévola. Lo son en general todas mis opiniones sobre las novelas que van dirigidas a un público poco exigente y no se avergüenzan de ello, que no mienten -ni cochinadas por el estilo- para ganar adeptos o salir en el Babelia. Es complicado ganar prestigio escribiendo cosas como esta, pero no imposible: la diferencia entre intentarlo y no hacerlo es lo que lo que distingue los buenos de los (digamos) mediocres escritores. Yo no soy fan de la novela de terror aunque sí leí bastante en el pasado; debo reconocer que en esta ocasión me cogió con ganas de "nada" y el viento a favor: disfrutaba moderadamente de la historia si me olvidaba de los demasiados momentos (como tres de más) en que el colgado nos contaba su peregrinaje diario a la choza del vampiro en no sé qué coche de mierda y arre burro arre que me acuerdo de mi abuelo como intento de colar algo de narrativa en el asunto que ni lo pedía ni lo necesitaba. La técnica es sencilla, muy de manual: lirismo contenido (se le notaban las ganas de explotar) en la parte que trata del amor inmortal y más cinematográfico en aquella que recoge los momentos de acción tipo caballos escapando de las llamas y estás cosas tan propias de la villanía. Muy moderno todo, ya ven. Los peros mayúsculos para la primera parte, cuando este tipo de cosas (y otras) me arrancaron cuarto de migraña y dos carcajadas: “Las sirenas de la policía comenzaron a palpar el barrio y a buscarnos con luces de azul hambriento,[..]” (Pág.67). En mi opinión se palpa demasiado en este país. Luego estas frases desaparecen, supongo que cuando el escritor coge las riendas de la historia y se centra en lo que importa y no en hacer ejercicios malabares con prosa de dictado. En general no abusa de nada, lo cual es de agradecer, y acabada la novela no le queda a uno la sensación de haber perdido del todo el tiempo aunque en realidad sí lo haya hecho porque al fin y a cabo esto no deja de ser “otra de vampiros” por más que sí tenga momentos de cierta originalidad.



lunes, 24 de octubre de 2011

"La niña que amaba las cerillas" de Gaetan Soucy

Hoy les voy a hablar, brevemente, de un libro que leí hace mucho tiempo. No hay ninguna razón especial para que venga yo ahora con estas: no es que quiera volver a leerlo (que sí quiero), ni que haya salido en una conversación reciente (que sí ha salido), ni que me haya pasado toda la última semana acordándome de él (aunque así ha sido). Simplemente me parece que llevo demasiado tiempo cometiendo la injusticia de no hablar de una de las mejores novelas que he leído en los últimos años

La narradora tiene dieciséis años y es mujer. Esto para todos tan normal no lo es tanto para ella pues hasta muy avanzada su vida no descubre que en realidad no es un varón sin cojoncillos sino una fémina de cuerpo entero. Creer algo así y que salir del error no suponga un trauma atroz puede dar una idea de la peculiar situación en que se encuentran los personajes cuando arranca la novela, que es exactamente así de genial: 

Mi hermano y yo tuvimos que hacernos cargo del universo, pues una mañana, sin avisar, poco antes del alba, papá entregó su espíritu. Sus despojos crispados en un dolor del que sólo quedaba la corteza, sus decretos de súbito convertidos en polvo, todo eso yacía allí, en el cuarto desde el cual papá todavía la víspera nos ordenaba todo. Mi hermano y yo necesitábamos órdenes para no borrarnos por trozos, era nuestro mortero. Sin papá nada sabíamos hacer. Apenas podíamos vacilar, existir, temer, sufrir. 

Hay reseñas que se escriben solas y con las que el único cuidado que hay que tener es el de no pasarse con los elogios porque se prestan mucho al exceso y porque aunque uno no persigue la objetividad tampoco quiere hacer tragar a nadie con ruedas de molino o gustos particulares (no es el caso) aunque esta sea de las pocas novelas que no temo recomendar a cualquiera, independientemente de lo exquisito de su paladar. No es fácil que ocurra pero de momento nadie se ha sentido estafado. Decía que hay reseñas que se escriben solas porque lo cierto es que basta salpicarlas un poco con varias citas para que ellas mismas se ocupen de suscitar interés y dar pie a unas expectativas que (insisto) me extrañaría mucho que no acabaran siendo satisfechas (y de ahí que hoy me dedique yo precisamente a eso: a salpimentar) . 

Un día padre sorprendió a hermano que estaba metiendo el dedo en la confitura de pepinillos en un momento en que no convenía sustentarse: cogió el mazo, así se llama eso, y golpeó tan fuerte que hermano estuvo luego tres días en cama gimiendo por el destino que le había hecho nacer todo así revestido de su futuro despojo. Padre lo cuidó concienzudamente, y besos y arrumacos. ¿Y yo? 

Al respecto del asunto más que evidente de lo peculiar de la prosa sólo puedo decir que mejora a medida que nos vamos acostumbrando (cosa de dos minutos) y que acaba haciendo de este libro una auténtica fiesta para los sentidos (no todos, claro). Mención especial para el traductor por la que ya supongo ardua tarea. También creo necesario destacar que el lenguaje utilizado no es en absoluto gratuito: aquí todo tiene una razón de ser, pero lo bonito es descubrirlo por uno mismo.

Antes de topar con la ética de spinoza, de la cual no entiendo ni un jota y que puede encenderte hasta la ropa, me planteaba cantidad de preguntas que hoy, que soy ilustrada, me parecen inútiles y lastimosas, pero que me volvían a pesar de todo el espíritu mientras velaba los asombrosos despojos de padre e intentaba precisar la situación del universo a mí y mi hermano. 

La única parte injustificable (por ponerle algún pero) de la novela sería aquella que tiene que ver con la aceptación por nuestra parte de cómo llega el lector a enterarse de la historia ya que se supone que estamos frente a un manuscrito que, sin entrar en muchos detalles, no deberíamos ser capaces de leer. No es que no se lo quiera contar porque sea un cabrón sino porque la explicación tiene su aquel y sirve además para justificar otro hecho que bajo ningún concepto debo desvelar porque tiene que ver con el final de la novela. 

Con todo este rollo he olvidado de contarles de qué va aunque no sé si a estas alturas importa, voy a creer que sí. Bien, pues dos adolescentes viven en una granja tan abandonada como se puedan ustedes imaginar y al morir repentinamente su padre y no teniendo madre a la que aferrarse se quedan más solos que las dos. Como hay que enterrarlo (esto no le decido yo) sale uno de ellos por vez primera al mundo en busca de un ataúd con el que dar pertinente sepultura mientras el otro se queda cuidando lo que sea que guardaba su padre con tanto celo en el granero y que es requisito imprescindible para disfrutar la novela que nadie les diga de qué se trata. 



Aquellos que sientan interés y no quieran gastarse los euros para salir de dudas tienen gran parte de la novela disponible en Google Books. Aquí: La niña que amaba las cerillas


viernes, 21 de octubre de 2011

"Setenta acrílico treinta lana" de Viola di Grado


No es habitual que yo me informe [demasiado] sobre una novela antes de leerla pero en esta ocasión me hizo gracia ver -vía Facebook- tantas entrevistas consecutivas de la tournée española de la niña Viola. Entiendo que debemos estar ante una de las promociones salvajes de Alpha Decay al más puro estilo Tao Lin (aquella novelita que tanto daño hizo a la inteligencia.) Esto lo digo para que se vayan imaginando el resultado. 

"Quería contar una historia que se hubiera caído a un agujero” –dice Viola di Grado en una entrevista que le hace Laura Fernández para El Mundo- “un agujero que ha devorado todas las palabras. De ahí que intenten [los personajes] comunicarse con miradas. [...] Como escritor, me interesaba el hecho de poder ir rescatando las palabras de ese agujero, de ir dándoles un nuevo significado", añade. Qué bien: un problema semántico. "También me gusta mucho el filósofo chino taoísta Zhuang Zi, del siglo IV a.C., que decía que hay que olvidar el lenguaje, no caer en las trampas de las convenciones y atreverse a reinventarlo. Algo así es lo que intento hacer. Es mi misión como escritora". Y aquí queda la cosa. Una escritora con una misión. ¿Qué, acojonados? ¿Todavía no? Pues denme un minuto. Esta misma información (la del chino) la ofrece en una entrevista que le hace Xavi Ayen para La Vanguardia pero él debe estar más bueno que Laura y se lleva el gato (de la respuesta) al agua (de la incertidumbre): “Mi misión es escribir sin tener en cuenta las trampas y convenciones que llevan las palabras adheridas. Uso cada palabra desde cero, sin su herencia. Como si fueran vírgenes. Les doy otro significado, las coloco en un nuevo contexto, y sorprenden a quienes suelen verlas diciendo otras cosas. Ese desplazamiento crea una sensación de extrañamiento en el lector”. La pregunta que me hice entonces fue la siguiente: ¿para qué quiere provocar Viola una “sensación de extrañamiento en el lector”? ¿Hay una razón [literaria] o no son nada más que trucos baratos para llamar la atención sobre su forma de escribir, para alimentar las pajillas mentales del lector postmoderno, para darle algún sentido a los estudios taoístas de marras? Total, que me voy a quedar todos sin respuesta al misterio porque me he leído cuatro entrevistas a cual más parecida a la anterior con el mismo resultado y si algo tengo claro es que yo paso de leerme al Chino Cudeiro para descubrirlo. 

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Esto que voy a decir ahora me consta que es una barbaridad pero no lo puedo resistir: no debería estar permitido que los menores de treinta años escribiesen libros. Me da igual lo listos que sean, me da igual lo mucho que hayan leído, me da igual lo alta que sea su cuna. Me trae completamente sin cuidado. Habría que ir mirando de controlar esto porque luego pasa que niñas de veintitrés años -que aseguran que a los cinco escribían sobre osos que se querían suicidarse sin éxito- van de mujeres fatales de la literatura y hablan de reinventar el lenguaje porque le han leído a un monje shaolin que es bueno para el alma. 

Viola di Grado asegura en Público (el diario, claro) que piensa como escribe y yo, que me he leído toditas todas las primeras sesenta y tres primeras páginas del libro (y hasta aquí) he querido escribir pronto esta reseña preventiva para advertirles de que hagan lo que hagan no la inviten a debate alguno si no quieren acabar hechos un nudo gordiano. El estilo de la escritora es cuando menos peculiar y en él todo se presta a la comparación: he debido leer unas novecientas ochenta y tres frases en las que para explicar cualquier chorrada tenía que compararla con alguna memez que no venía a cuento. Han sido setenta páginas larguísimas, tipo esto: “Vi como se alejaba bajo la luz porno del ocaso. Entré en casa. Dejé fuera el matadero de nubes carnosas y sanguinolentas”, que debe ser la forma que tienen en Sicilia de decir que va a llover. Para lo del “porno del ocaso” no tengo explicación aunque quizá les sirva de ayuda (seguramente no) el hecho de que la protagonista viva convencida de ser “el sueño erótico de las contraventanas de las excolonias industriales” (cito de memoria). Impagable, sí. 

Si es que no hay por donde cogerla, de verdad. Ya no se trata únicamente de que a mi esta niña me caiga antipática por la manifiesta falta de humildad; es también por el estilo alambicado de su prosa, por sus personajes mal construidos; por ese desapego general hacia todo: no le gusta la moda, no le gusta la gente, no le gusta hablar, no le gusta internet, no le gusta, no le gusta… Porque ella es especial, entérense de una puta vez, especial y diferente y se va a inventar un lenguaje y los va a dejar a todos ustedes “tumefactos” de envidia, por ejemplo, porque ella hace de su semántica un sayo y nada más que necesita que dejen de tocarle los ovarios con sus humanidades y sus consumismos porque ella no es de la tierra, ella es mucho más que una simple mujer: ella la filosofía de Kwai Chang Caine reencarnada. 

Por darle un punto informativo a este post tan chapucero les diré que he leído por ahí que el libro habla de la imposibilidad de la incomunicación. También sé (soy algo así como un no-experto no titulado) que en Italia le dieron dos premios: el Carige y Campiello, que como premios no sé pero como vinos suenan de fábula. Por cierto, ya se pueden imaginar que la niña Viola es la revolución literaria del año de, no sé, el norte de Europa, por ejemplo. Lo cierto es que a mí personalmente me parece más bien que Viola es un producto (puro marketing) como lo fue Tao Lin y que detrás de su discurso de adolescente rebelde hay un vacío tan inmenso que se puede ocultar de todo, también las carencias. Ella, que no se adscribe a modas, no tiene problema alguno en etiquetar su novela como "surrealismo hiperrealista" ni en llevar el posmodernismo al extremo asegurando que su próxima novela (que por supuesto ya está escribiendo) "vuela, habla y come carne humana" (que digo yo que a ver quien es el chulo que edita algo que te puede matar mientras te cuenta un chiste). Hagan ustedes lo que quieran pero yo estoy harto de estas chorradas de niña mala. Esta vez sí: me bajo de Viola y Alpha Decay.




martes, 18 de octubre de 2011

"Mejillones para cenar" de Birgit Vanderbeke


Los anónimos son nuestros amigos. Miren que se lo digo veces y ustedes ni caso. Otra cosa es que a veces les pierda la boca, pero esa es otra historia. Uno de los visitantes de este blog, anónimo de condición, me recomendó esta novelita un día que nos pilló la tarde charlando de alemanes. Miren si son listos… los anónimos digo, no los alemanes.

Les va a encantar el argumento, ya verán: una mujer y sus dos hijos están esperando a que llegue su marido y padre para cenar todos juntitos en amor y compañía, cual familia tradicional artesana, el plato favorito del señor: una hermosa fuente de mejillones al vapor. Y es que, ¿quién no querría verlo feliz? A ver cuántos de ustedes se comprarían un libro con este argumento y lo que es peor, a ver cuántos de ustedes serían capaces de arrancar una buena novela partiendo de semejante premisa. Vanderbeke lo hace: escribe una historia cojonuda que sin ser nada del otro mundo por momentos lo parece. Porque detrás de los mejillones (sí, lo he dicho bien) hay algo más que mejillones y detrás de los labios de la madre hay algo más que carmín y detrás de la emoción nerviosa de los hermanos hay otra cosa que no es devoción. Eso sí: rollito Bernhard pero sin demencia: los felices pensamientos de una niña ni tan niña ni tan feliz. Ojo al dato: esto es lo de narrar lo miserable, dar pena, sentir horror y no tener que hacerlo rarito porque ya está inventada la mejor manera. Sí, efectivamente, lo de aprovechar los recursos y no andar inventando nombres. Las historias de siempre; qué tiempos aquellos.

Están de suerte si la quieren leer porque veo en la red que fue reeditada en 2009 por la editorial La Galera y digo yo que alguna copia quedará, que esto no es como “El código DaVinci” que se la quitan de las manos a los libreros. Lo que pasa es que no le han dado ningún premio, de lo cual no sé muy bien qué enseñanza extraer porque en premios alemanes no estoy nada puesto. En cualquier caso, una lectura más que recomendable: recomendabilísima.

viernes, 14 de octubre de 2011

Nuevo DRAMA (La enésima (de)generación literaria del siglo)


Hoy día las generaciones literarias surgen de forma espontanea, no requieren orden ministerial; es más, si usted acostumbra a buscar setas por el bosque no sería de extrañar que se encontrase con un par de ellas (de generaciones). El ministerio de educación recomienda en estos casos un consumo responsable puesto que una sola generación de estas puede perfectamente acabar con su vida. En el caso de la Generación Nocilla el parto tuvo lugar en 2007 y la culpa de todo dicen que la tuvo una mujer llamada Nuria Azancot que trabajaba para El Cultural y que le puso este nombre para… bueno, da igual, el caso es que se juntaron veinte (es un decir) escritores (también) y les pusieron un nombre. Luego a toro pasado dijeron todos que no les gustaba y que no lo compartían y tal y cual pero para la foto sí que estuvieron. Después empezó la oferta de nombres alternativos (Afterpop, La Luz Nueva, Mutantes) pero todo quedó más o menos en nada aunque sí es verdad que hay gente que escribe, tienen más o menos la misma edad y son amigos, vecinos o colaboradores (1). Bueno, hay mucha literatura al respecto y yo no estoy por labor de leérmela toda porque más o menos ya saben ustedes por dónde van los tiros y esto nada más que quería ser una introducción. 

El caso es que en vista del fracaso estrepitoso que fue esto, alguien (no diremos quien ni lo insinuaremos todavía) tuvo la feliz idea de montar otra (generación literaria). La generación del NUEVO DRAMA, que hasta tiene web y todo (esta). No sé en qué momento nace la idea ni si todos los que están son todos los que son pero el caso es que según el artículo que sale en el suplemento Tendencias (este) el grupo estaría compuesto por aquellos (2) que integran una antología recientemente publicada por Libros del Silencio que lleva el nombre de “Mi madre es un pez”, cuyos editores fueron Sergi Bellver y Juan Soto Ivars y de la que ya hemos hablado largo y tendido en este blog (aquí). 

Bueno, abreviando; ahora de lo que se trata es de saber de qué va todo esto, qué nos ofrece esta generación y en qué se distingue de las anteriores porque, vayan ustedes a saber, quizá estemos frente a una auténtica revolución literaria y nosotros con estos pelos. No se rían, lo digo en serio. El artículo que habla  de esta nueva generación está lleno de fantásticos titulares que definen perfectamente su esencia y de los que voy a tener que tirar a falta de manifiesto oficial (aunque no sé porqué me tengo que comer yo todos estos marrones). Venga, los titulares y luego seguimos que me queda una última cosa que decir: 

· “El Nuevo DRAMA tiene como fin «romper con la frialdad de la forma y la impostura de lo fragmentario por tendencia», es decir, hacer olvidar a la ya en retirada Generación Nocilla, renegando «de la versión más vacua de la posmodernidad », con la firme intención de «emocionar, decir, crear nuevos dramas»”. 
· “«Nos gustaría restaurar el mobiliario de la literatura española», sentencia Bellver, ambicioso.” 
· El Nuevo DRAMA quiere romper con los artificios literarios y contar historias. 

Suficiente por ahora. Me quedo con “olvidar a la ya retirada Generación Nocilla” (y eso que los integrantes no llegan a los cincuenta tacos per cápita) y “romper con los artificios literarios y contar historias”. Es decir, lo que todos (o casi todos) sabíamos: que ya está todo inventado y que el nocilleo no da para más si acaso algún día dio para algo. Que el experimento ha fracasado, vaya, y que aunque ahora lo que hacemos es nada más (déjenme decirlo: y nada menos) que volver al status quo anterior no nos vamos a privar de ponerle nombre y así aprovechamos el desmarque para cepillarnos a unos cuantos no vayan a coparnos el mercado con sus excentricidades. Lo de siempre.

Pero, ¿quién abandera este Nuevo DRAMA? ¿A quién tenemos que agradecerle el nacimiento de esta formación? (No es un misterio, lo dicen en la web: Manuel Astur, Juan Soto Ivars y Sergi Bellver). En su momento, lo comenté más arriba, fue Nuria Azancot de El Cultural la que les puso a los nocillos el nombre en cuestión y yo pensé durante un fugaz instante que lo mismo había ocurrido ahora con Laura Fernández y el Tendencies 322 pero resultó que no. Dice Laura que han sido los propios autores (ver paréntesis anterior) quienes se han puesto el nombre. Pero lo mejor no es eso; lo mejor (y más divertido) es ver a algunos integrantes salir por patas antes de que empiece la fiesta porque no hace falta ser muy listo para ver que esto tiene un futuro muy poco prometedor porque una cosa es ponerle un nombre a un algo experimental (independientemente del resultado) y otra muy diferente seguir con lo de siempre y ponérselo también. 






(1) A saber: según http://generacionnocilla.blogspot.com serían los siguientes: Vicente Luís Mora, Jorge Carrión, Eloy Fernández Porta, Javier Fernández, Milo Krmpotic, Mario Cuenca Sandoval, Lolita Bosch, Javier Calvo, Domenico Chiappe, Gabi Martínez, Álvaro Colomer, Harkaitz Cano, Juan Francisco Ferré, Germán Sierra, Fernández Mallo, Diego Doncel, Mercedes Cebrián, Robert Juan-Cantavella, Salvador Gutiérrez Solís, Manuel Vilas, Robert Juan-Cantavella y Vicente Muñoz Álvarez. 

(2) A saber también: Katya Adaui · Manuel Astur · Javier Avilés · Jon Bilbao · Javier Calvo · Matías Candeira · Fernando Cañero · Celso Castro · Mercedes Cebrián · Paula Cifuentes · Fernando Clemot · Aixa de la Cruz · Mariana Enriquez · Alfonso Fernández Burgos · Rodrigo Fresán · Esther García Llovet · Óscar Gual · Manuel Jabois · Andrea Jeftanovic · Paula Lapido · Sergio Lifante · Berta Marsé · Eduardo Mendoza · Ricardo Menéndez Salmón · Javier Moreno · Alberto Olmos · Antonio Ortuño · Camilo de Ory · Carlo Padial · Gabriel Sofer · Jordi Soler · Juan Terranova · David Ventura 

jueves, 13 de octubre de 2011

“Niños feroces” de Lorenzo Silva


El argumento viene a ser, grossisimo modo, el siguiente: un profesor regala al protagonista -joven aprendiz de escritor que se lamenta por no tener algo bueno que contar- la historia de Jorge, un chaval que se marcha a hacer voluntariamente las alemanias hitlerianas de la mano de la famosa División Azul. Que el protagonista sea joven e inexperto le permite a Silva regalarse la vista con la imagen perfecta de un escritor en ciernes al que dibuja asquerosamente brillante, inteligente, trabajador, diligente y disciplinado pero sobre todo lo que le va a permitir es llevar a cabo un taller de escritura en segundo plano. Soy consciente de lo raro que ha sonado esto. Pero sigamos: en general todos los personajes de la novela son bastante de mear colonia: listos o valientes o ambas cosas o muchas más. No lo digo como una crítica pues la propia novela huye despavorida de cualquier intento de novelización “tópica” y eso incluye villanos y mujeres fatales. En “Niños feroces” hay un objetivo muy claro: sacar a la luz lo que fue, lo que hizo, lo que significó y en qué quedó aquello que fue la División Azul (y por extensión La Guerra, así en genérico, que es por lo que se habla tanto de los diferentes puntos de vista con que se afronta la misma.) 

Y en ese sentido nada que objetar: Silva lleva a cabo un libro impecable desde el punto de vista documental. La profusión de datos es asombrosa y realmente no se me ocurre un modo mejor ni más claro de explicar lo que ocurrió entonces. Otro cantar será que interese el tema, lo cual dependerá de cada cual, pero por si les ayuda a decidirse les diré que a mí, que de natural detesto lo bélico (salvo honrosas excepciones) y más concretamente todo aquello que tenga que ver con la Guerra Civil Española (no así la Mundial y quizá por ello) me sedujo. Quizá también porque una cosa es saber qué hizo la División Azul - como hecho aislado, como aberración nacional- y otra muy diferente verlo desde el punto de vista que ofrece la inmersión en el contexto histórico europeo, que es a la postre lo que Silva ofrece. 

Básicamente esto es todo pero en retorcido, es decir, el profesor encomendando la tarea al alumno modélico y este creando la ficción de marras sobre unos personajes también ficticios. Ficción sobre ficción sobre ficción en la que a pesar de sus tres niveles resulta imposible perderse. El camino estará plagado de interrupciones por parte de los primeros para ir ofreciendo información adicional o todo aquello que cueste meter en la narración y que tenga que ver con los segundos y los terceros. Es menos complicado de lo que aparenta aunque las primeras quince páginas del libro inviten a la espantada. 

Los peros (siempre ha de haber alguno) se los pongo todos a aquellas partes que me sacaron de la historia principal, que era la que realmente me interesaba. No me refiero a las conversaciones del profesor y el alumno ampliando datos que de otro modo, insertados en la ficción, hubiesen quedado un tanto forzados (a este respecto, nada que objetar) sino a pequeñeces tipo historias de amor innecesarias -es de suponer que no todos los soldados se enamoraron perdidamente de enfermeras y ya podía habernos tocado uno de esos- o lo de reunirse con legionarios con la excusa de explicar al alumno qué es entrar en combate o cómo se vive desde dentro la situación bélica más hostil imaginable -esto incluye la innecesaria parte del videojuego o el visionado de películas y documentales varios aunque no es mala idea como inserto publicitario. Entiendo que el objetivo que persigue Silva es sumergir al lector en la historia utilizando todos los medios de que dispone pero quien mucho abarca poco aprieta y hoy, viéndolo con perspectiva, me doy cuenta de que aquellos momentos, por mucha calidad e interés que individualmente tuviesen (que sí, lo tenían (casi todos, al menos)) fueron exactamente los mismos momentos en los que no me importó dejar la lectura por cualquier otra actividad. Lo mismo en la recta final, aquella que incluye un viaje por Europa o la que se mete de lleno en la Puerta del Sol con unos indignados a quienes cuesta vincular con la historia central. 

En resumen, que quitando algunos pequeños detalles que a mí personalmente no me aportan demasiado y quitando también un ocasional exceso de información (aquella saturación de datos que jamás se nos quedarán en la memoria porque es del todo imposible que así sea) en general la novela me parece una más que acertada aproximación a un acontecimiento hacia el que hasta hoy había sentido escaso o nulo interés. Dicen que los buenos profesores, los realmente buenos, son aquellos capaces de estimular intelectualmente a sus alumnos, los que logran suscitar interés por la materia impartida. Si eso es realmente así (y no hay razón para dudarlo) Silva no sólo puede presumir de ser un buen escritor (técnicamente hablando) sino también un magnífico profesor tal como lo demuestra el hecho de que acabada su lectura me ocurrió lo que tantas veces me ocurre pero nunca con novelas de corte bélico: la necesidad, más que el deseo, de saber más, de entender mejor.



lunes, 10 de octubre de 2011

"TANiA CON i 56ª. Edición" de Enrique Rubio



Esto va de una niña que deja el campo por la ciudad para vivir la gran aventura de la modernidad. La muchacha se llama Antonia y al ser un poco paleta se deja influenciar fácilmente por todo -por la lírica, la ética, la estética- lo que la lleva a ir cubriendo las etapas más temidas de la paternidad: neohippy, indie, mística, comunista, artista bisexual, radikal, solidaria, gótica y misionera. Pues bien, la cosa va de esta niña que se muere no sabremos cómo hasta el final y de un biógrafo de encargo que se ocupa de documentar el acontecimiento que fue su vida y en cuyas redes cae a pesar de ser consciente de la imbecilidad que destila la niña y del poco peso de sus pasiones. Esto así contado no tiene mucho interés y lo cierto es que escrito tampoco es para revolcarse en el barro pero en conjunto tiene su aquel. Hasta le dieron un premio y todo. 

Lo llamativo/divertido -llamémosle x- radica en la forma que tiene el biógrafo de llevar a cabo su labor: desatiende continuamente las directrices editoriales e inserta aquí y allá acontecimientos personales de su presente inmediato que lo abocarían al desastre si no fuese por un providencial giro final de lo más cinematográfico. Lo "divertido" incluye la técnica de Palahniuk en “Rant” consistente en meter las voces de sus conocidos para dinamizar la historia y hacer un libro "collage" con otros subterfugios narrativos. Esto me gustó unas veces sí y otras veces no. Sí por la parte de innovación que pretende, por el tono a veces salvaje, la fina ironía, el citado dinamismo y No porque lo de la niña y el escritor por más vueltas que le den a la tortilla no tienen interés para 430 páginas de paciencia infinita.

En general la novela es irregular, pero no necesariamente mala (aunque sí prescindible, olvidable y el tan temido largo etcétera.) Tiene ese punto de cierta originalidad que se acompaña por algún momento especialmente interesante como pueda ser, por ejemplo, el dedicado a la Tania Comunista. Mención aparte merece también la paliza que le da al Nocilla Dream -el único libro que Tania se ha leído “gracias a la brevedad de los capítulos y las pocas letras con las que su mente disléxica ha tenido que pelearse”. El caso es que le dedica un buen montón de páginas (demasiadas, otra vez) y no todas ellas bonitas en el sentido de elogiosas aunque por el camino acabe quedando más o menos clara la idea de que sí es un libro que ha marcado un antes y un después en la literatura asiática, por ejemplo. El reverso oscuro del asunto es que por culpa de cosas como esta, tan de concreción espacio/temporal, el pobre libro tendrá que pagarlo caro cuando de aquí a veinte años ya nadie sepa de qué cuernos está hablando este señor, qué problema tiene con la nocilla y cómo se me pudo ocurrir leer esto

Por ir terminando... Ya he dicho que la historia no está mal, también que detrás hay un escritor que trata de hacerlo diferente (fin del elogio) pero el libro dichoso se va haciendo poquito a poco pelín pesado ya que las etapas que va quemando la niña por más que se consideren importantes para demostrar una evolución que se consolida con el paso del tiempo (y que dará que hablar en el ya mencionado capítulo final) resultan bastante repetitivas (por no decir "de sobra conocidas") y que la diferencia entre la Tania “solidaria” y la Tania “misionera”, por ejemplo, esté nada más que en ir a ayudar a los negritos y regalarnos otro par de risas con la evidencia de su ignorancia supina. Una última cosa que no me quiero dejar en el tintero: no me ha disgustado nada cómo escribe este Enrique Rubio, la forma que tiene de retratar la actualidad con una prosa ágil y divertida. Tiene momentos realmente buenos y no sólo uno o dos por lo que deduzco que no son fruto de la casualidad sino del saber hacer, lo cual me ha animado a buscar (infructuosamente, pero es que acabo de empezar) su anterior novela que ya supongo no será fácil de encontrar.





jueves, 6 de octubre de 2011

“Mi madre es un pez” (VV.AA.)


He estado dándole vueltas y he llegado a la siguiente conclusión:  tiene que ser imposible reseñar un libro de 33 relatos escritos por 33 escritores diferentes -por más que versen sobre el mismo tema- sin pecar de algo. Hacerlo globalmente sería injusto con ellos mientras que hacerlo individualmente lo sería con los demás (ustedes, por ejemplo, y yo mismo). Creo que voy a inclinarme por la opción intermedia de comentar los que más me han gustado. Advierto que no he tomado notas ni pintarrajeado el libro y que todo lo que diga será fruto de mi deficiente y traicionera memoria. Disculpen de antemano los errores en que supongo incurriré.
* * * * * * 

De la primera parte, “Mortal y Rosa”, destacaría los siguientes cuentos: “La sustitución de los cuerpos”, de Rodrigo Fresán que me gustó bastante porque al igual que el protagonista yo también siento una particular debilidad por “La invasión de los ladrones de cuerpos” (como lo demuestra haberme tragado "El año de la plaga") y tuve también mi momento de locura por la ciencia ficción americana de los años cincuenta. “Todos mis hijos” de Alberto Olmos, un relato absorbente con un peculiar y un tanto cabrón padre de familia. El inquietante “La posesión” de Jordi Soler, un magnífico cuento de terror. “Soy el hijo de Sue” de Juan Terranova es sencillamente genial: presenta a los Richards (los de Los 4 Fantásticos) como una típica familia moderna, esto es: con sus cuernos, sus divorcios y sus abandonos del hogar. 

Segunda parte: “La metamorfosis”: “Alas de murciélago” de Javier Calvo es fácil de recordar porque tiene mucha violencia y mucho sexo y mucho sexo con violencia y drogas, alcohol, cuerpos esculturales y muchachas fuera de control. Muy bestia, como me gustan a mí. “Piel de escamas” de Paula Lapido es un  “fantástico” en el amplio sentido del término. Un relato terrible sobre el miedo y la vergüenza llevada al extremo. Desolador. Esto sí que es sentirse diferente en el colegio y no lo de otros. “Chuchos” de Oscar Gual me recordó mucho a uno de los relatos de Antonio Orejudo incluido en “Ventajas de viajar en tren” (un libro genial que no deberían perderse ahora que va a ser reeditado por Tusquets). Un cuento muy desagradable que al igual que el de Javier Calvo destaco por su facilidad para fijarse en la retina. 

Tercera parte: “La Geometría del Amor”: “Prueba de amor” de Jon Bilbao está entre mis favoritos. La aparente normalidad de un acto puede ser interpretado de muchos modos diferentes pero no será hasta el final del cuento, cuando ya creíamos saberlo todo, que Bilbao nos descubre que también aquí las apariencias engañan. “Omnívoros” de Mercedes Cebrian es un cuento muy divertido que se centra, atención, en una nevera. Es una historia de amor filial, por si no ha quedado claro. “La Hostería” de Mariana Enriquez es de fantasmas pero no lo parecerá hasta que ya los tengamos encima. Más que la historia en sí me ha gustado el estilo de la escritora. Y por último y no por ello menos importante sino más bien todo lo contrario, “la situación” de Celso Castro, que ha sido todo un descubrimiento. No conocía la existencia de este escritor (y eso que es de mi tierra) pero ha sido un amor a primera vista. Me gustó mucho su forma de escribir, me gustó su cuento y me gustó sobre todo que ponga el estilo al servicio de la historia y no la historia al servicio y para lucimiento del estilo. Espero leer pronto alguna novela suya. 

Mención aparte para Eduardo Mendoza que pone el colofón con un retrato de familia ideal de muerte. Hay otros que no quiero dejar de nombrar. El primero es Camilo de Ori a quien tenía nada más que por poeta y que me ha sorprendido positivamente por la formalidad con que ha escrito su cuento y el segundo Gabriel Sofer por un poco más de lo mismo: su cuento, una ficción documental, está entre lo mejor del libro aunque me temo que el final no esté a la altura de lo esperado. 

El resto de los relatos están escritos por los siguientes seres humanos y aunque hay algunos que no me han gustado absolutamente nada (recuerdo nada más que un abandono y dos lecturas diagonales pero no me pregunten cuales porque alguno ya lo he borrado de la memoria) la calidad media no es en absoluto despreciable: Katya Adaui · Manuel Astur · Javier Avilés · Matías Candeira · Fernando Cañero · Paula Cifuentes · Fernando Clemot · Aixa de la Cruz · Alfonso Fernández Burgos · Esther García Llovet · Manuel Jabois · Andrea Jeftanovic · Sergio Lifante · Berta Marsé · Ricardo Menéndez Salmón · Javier Moreno · Antonio Ortuño · Carlo Padial · David Ventura 

* * * * * * 

En general -y a pesar de que al colocar en una balanza los pros y los contras parezcan salir ganando los segundos- creo que merece algo merece algo más que un simple aprobado, siendo este el cumplido menos bueno que puedo hacerle y teniendo en cuenta que no estoy valorando la calidad "literaria" sino el interés de los muchos argumentos. No es que me haya partido en dos de gozo pero sí fue un libro que leí con interés creciente desde el primer minuto y al que me gustó ir volviendo a ratos durante la semana larga que fui demorando voluntariamente su lectura por aquello de alargar lo que tenía de placentero.



lunes, 3 de octubre de 2011

Sobre el artículo de Qué Leer “Internet, la crítica y la mujer del César”


Este mes de septiembre en la sección “El tema del mes” de la revista Qué leer se trata es espinoso asunto de la “crítica literaria”. El artículo, firmado por Milo Krmpotic, lleva el titular “Internet, la crítica y la mujer de César” en clara referencia a la famosa frase que Plutarco dice que Cesar la espetó a su mujer después de que un patricio hubiese tratado infructuosamente de seducirla: "No basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo". La pobre infeliz no había hecho nada digno de reprobación pero la frase de César se refiere precisamente a eso: ser fiel no es suficiente por más que la sumisión sea ejemplar. No me quiero imaginar la tesitura en que de la noche a la mañana se encontró la buena de la mujer. Ya supongo que nada de salir sola, adiós a las cenas con amigas en los bares del puerto y “si vas de compras que te acompañe mi madre”. 

Pues la crítica igual. De un tiempo a esta parte -y siendo el comprador el único exento de culpa- la crítica literaria de revistas y suplementos culturales varios (amén de ciertas bitácoras literarias) es sospechosa de -por decirlo de un modo que todo el mundo lo entienda- mentir, adornar, embellecer. Extraigo de ese artículo una primera cita que habla por sí misma: 

“Por un lado, ante al tono académico de algunas voces "oficiales", blogs como el citado Tongoy reaccionan clamando contra el elitismo y reivindicando las opiniones del sujeto a pie de calle. Y, por otro, uno de los grandes caballos de batalla es el ya clásico apartado de la endogamia, donde las relaciones de conocimiento o amistad que con toda lógica tienden a establecer los miembros de un mismo gremio son interpretadas como una prueba flagrante del amiguismo o nepotismo que preside el ámbito de la reseña (de forma inversa, curiosamente, la industria suele adjudicar los juicios negativos a una supuesta antipatía del crítico hacia el autor o el sello que han sido objeto de su diatriba).” 

Puntualizo: “las relaciones de conocimiento o amistad que con toda lógica tienden a establecer los miembros de un mismo gremionoson interpretadas” [por quien esto escribe] “como una prueba flagrante del amiguismo o nepotismo que preside el ámbito de la reseña” sino como un motivo más que suficiente para sospechar de que dicho amiguismo tenga las consecuencias que todos estamos pensando. 

El artículo continúa haciendo referencia a las reseñas ofrecidas por Vicente Luis Mora en su blog que suelen culminar especificando la relación personal de éste con los escritores o editoriales protagonistas. Milo, consciente de que su revista (y no sólo ella, cómo veremos después) es también sospechosa por motivos harto evidentes propone a sus críticos hacer lo propio “a modo de post mensual en la bitácora de la revista”. La respuesta es NO. Las razones esgrimidas fueron las siguientes: 

[Razón número 1] "Es inevitable que el crítico mantenga relaciones de algún tipo con autores, editores o jefas de prensa, pero la simpatía personal no tiene por qué traducirse en un aumento del número de tinteros: los futbolistas de distintos equipos también salen de copas juntos y luego cada uno defiende sus intereses" 

A Milo debe gustarle mucho el fútbol porque este símil ya se lo había escuchado alguna que otra vez. Le digo lo mismo que le dije o debí decirle entonces: los intereses que defiende un futbolista no me parece que sean los mismos “intereses” que defiende un crítico por la sencilla razón de que no estamos hablando de contrincantes sino de "jugadores vs. árbitro". El error está en considerar al crítico un jugador más. Es más: cuando eso ocurre -cuando el árbitro se cansa a mitad del partido de ser un simple “espectador” y se quita el traje negro y se pone el de luces y se echa al campo a jugar del bando que sea- es cuando yo me quejo de que los propios escritores ejerzan también de críticos y reseñen novelas de compañeros de profesión, especialmente cuando éstos puedan ser habituales de saraos y firmas en casetas varias. Quiero decir con esto que lo que Vicente Luis Mora -por seguir con la referencia de Milo- pueda decir de Pynchon o Roth me parecerá siempre de agradecer, no así cuando reseñe a Muñoz Molina (por ejemplo) si sé (no es el caso) que han estado firmado libros juntos y luego se han ido de copas y a cenar. Que sólo se reseñen buenas novelas puede ser verdad, el pago de un favor o una simple caricia. 

[Razón número 2] "Aun así, pase lo que pase, siempre habrá quien dude del buen hacer del crítico." 

Claro. De esto el refranero y lo que tiene de cultura popular es en parte culpable: lo de piensa mal y acertarás. Pero esto no justifica nada. Yo también he recibido libros de los denominados "promocionales". En ocasiones me llegan desde la propia editorial y en otras es un ejercicio de insensatez por parte de los escritores que piden mi opinión y corren con los gastos a título personal. Siempre hago la misma advertencia que tiene que ver con la fea costumbre que tengo de poner a parir lo que sea pero algunos no se acojonan a tiempo y me lo envían igualmente. Mi compromiso de honestidad (así como el sentimiento de culpa) es sincero -por más que no me haya traído más que disgustos- fundamentalmente porque no es imposible leer los mismos libros que me han enviado de un modo completamente gratuito a través de bibliotecas estatales. Porque mi posición como usuario de lo público no debe ser en modo alguno diferente a la de los demás reseñistas es por lo que creo que todo aquel que caiga en el ejercicio de "cumplido por compensación" no merece demasiado respeto. Quiero decir con esto que entiendo que no se escriban ciertas reseñas de ciertos libros pero que de hacerlo, si realmente va a hacerse, ha de hacerse bien; ha de hacerse con sinceridad. Y las editoriales han de saberlo y aceptar las consecuencias.

[Razón número 3] "En cualquier caso, es responsabilidad del crítico en particular, y no de Qué Leer en general, asegurar la honorabilidad de cada reseña. […] Asimismo, contribución a contribución, fueron surgiendo una serie de posicionamientos éticos quizá evidentes (no incurrir en posibles conflictos de intereses reseñando títulos de una editorial que por ejemplo esté evaluando la posibilidad de editar uno de tus libros) pero también destinados a facilitar la conclusión final: un pacto entre coordinador y colaboradores para evitar situaciones que puedan ser percibidas como corruptas. Uno y otros deseamos ser la mejor mujer del César posible." 

En definitiva, básicamente me alegra haber sido en parte culpable de la reflexión que ha hecho la Qué Leer pero también me da un poco de pena que al final todo quede como estaba y vayamos a seguir viendo más de lo mismo donde sea que miremos. Allá cada cual. Si ellos no cambian de actitud, yo tampoco cambiaré de opinión. Sí es verdad que haber perdido esta batalla invita al desánimo y está por ver si no será mejor perder el tiempo leyendo cosas que valgan realmente la pena y no escribiendo sobre otras que no sirven ni para regalar al enemigo y que a la larga, tienen razón algunos, acaban por hacer la misma publicidad.


Y TERMINO CON UN EJEMPLO 

Este mes de septiembre la revista Quimera dedica cinco columnas a la reseña del libro de Ernesto Castro llamado “Contra la posmodernidad” que Alpha Decay publica en formato Alpha-mini por aquello de no tener nada más que cien páginas. Aclaro antes de seguir que todavía no he leído el ensayo y no puedo opinar sobre él. Lo mismo con Castro, a quién no tengo el placer. La nota discordante es la siguiente: ¿cuál puede ser la razón para una reseña elogiosa de cinco columnas sobre un mini-libro? Espero que sea porque es cojonudo porque la otra opción (en la que yo pienso porque soy malo por naturaleza y veo conspiraciones por todas partes) sería sospechar que las cinco columnas y el elogio desmedido tienen algo que ver con el hecho de que el escritor (Ernesto Castro) sea también colaborador habitual de la revista Quimera. “Nosotros nos lo guisamos, nosotros nos los comemos”: no somos grandes porque estemos juntos sino que estamos juntos porque somos inmensos. Quimera va camino de convertirse en la revista de unos pocos para sí mismos. 

Mención aparte merece la crítica en sí. No sólo por querer colocar a Castro como el Zizek español sino porque adolece de lo mismo por lo que yo he sido criticado tantas y tantas veces lo cual debo confesar que viniendo de Quimera y más concretamente de esta crítica supone un triste consuelo. Dejo una cita para que juzguen ustedes mismos: 

"El ejercicio de la crítica literaria obliga a eludir la presencia del hermeneuta para simular que la crítica emerge de una observación desapasionada, sin implicación personal por parte de quien la escribe. Así es en muchos casos, y así debería ser en la mayoría. Pero hay otros en que hacerse presente en la crítica, más que un acto de arrogancia, pasa a ser un acto de honestidad. Contra la postmodernidad entra dentro de esos casos. Quizás porque los argumentos para explicar la importancia de este libro no se entenderían si no explicara porque es importante para mí. En contadas ocasiones, vivimos experiencias colectivas, actos que nos transforman íntimamente en la misma dirección. Leyendo este libro, siento la misma empatía que con las manifestaciones de miles de personas que estos días desempolvan o se inventan su conciencia política, y la proclaman por todos los medios que tienen a su alcance; la misma complicidad que ha encendido las calles de medio mundo durante los últimos meses, llevándose por delante décadas de pasividad política por parte de los jóvenes."