miércoles, 4 de mayo de 2022

“Kim Ji-young, nacida en 1982” de Cho Nam-joo

La conclusión a la que he llegado tras la lectura de esta novela es que la única diferencia entre el machismo coreano y el machismo español radica en que en el primero los ojos rasgados no son exclusivos de las mujeres.

Fuera de eso, la misma mierda.

Kim noséqué es una mujer nacida, pues eso, en 1982. Por aquel entonces —mientras el PSOE llegaba al poder, el mundo entero caía rendido a los pies de Naranjito y yo fumaba a escondidas los Ducados de mi padre— la vida de Kim era tal que así de espantosa:

«La regla indiscutible en la casa era servir el arroz recién hecho a su padre, a su hermanito y a su abuela, siempre en ese orden; el tofu, las empanadillas de carne y verduras y las tortillas de carne con sus formas perfectas iban directamente a la boca de su hermano. No era raro que las niñas se quedaran solo con las sobras. También era habitual que su hermano disfrutara de pares perfectos de palillos y de calcetines, así como de juegos de ropa interior y carteras para la escuela, mientras que Kim Ji-young y su hermana se conformaban con lo que era dispar. Si había dos paraguas, uno era siempre para su hermano y ellas debían compartir el otro. Si había dos mantas, una era para su hermano y la otra para ellas. Y si la merienda no daba para todos, la mitad se la comía su hermano y ellas se repartían el resto. En realidad, de niña, Kim Ji-young nunca pensó que su hermano recibiera un trato especial y jamás lo envidió. En ocasiones se sentía algo resentida, pero estaba acostumbrada a racionalizar la situación, convenciéndose a sí misma de que tenía que ceder porque era mayor, y de que compartir cosas con su hermana era lo correcto porque eran del mismo sexo».

No les voy a hacer perder el tiempo con más citas ni con análisis que no me apetece escribir y que tampoco aportarán nada. Llámenlo desencanto, si quieren. Lo importante: la novela es esto y punto. La contra habla de una mujer que es tres mujeres, etcétera, como si esto fuera a ir de demencia. Ni caso. Es mero simbolismo; una excusa para plantear la plena vigencia de EL TEMA universal: que todo cambia excepto aquello que no lo hace. Y que todas las mujeres son la misma mujer. Que da igual que seas tu madre, tu suegra, tu hija o tu mejor amiga: lo que te define frente a la falocracia dominante es tu condición de mujer, exactamente la misma condición que determinará quién dejará el trabajo para atender a tus hijos, aprovechando que, seguramente, gane menos dinero porque el capitalismo es sabio y, sabiendo como sabe que esa misma condición determinará el nivel de dedicación al trabajo (que ya me dirás tú también qué vida es esa) de cada uno, se anticipará.

Como una serpiente que se muerde la cola.

Y hablando de colas, termino: la novela es un repaso, correcto y discreto a la par que elegante, a la historia machista “coreana” de los últimos treinta o cuarenta años. Tiene de sorprendente que hayan tenido lugar tantos cambios —en muchos casos (cuando no directamente) irrisorios— para que creamos que eso está más que superado y que como “mi jefa es mujer” YA ESTÁ.

Pero predico en el desierto porque si algo tengo claro es que este es el típico libro al que solo llegarán precisamente aquellos que menos lo necesitan. El resto seguirá echando de menos al puto Naranjito.

Por lo demás, bien, o sea, normal.

martes, 3 de mayo de 2022

#998, #999... #1000


Un día de marzo de 2010, después de meses y meses y meses y más meses de sequía lectora —o al menos así lo recuerdo (aunque no descarto haber reescrito mi propia historia)— empecé y terminé un libro. Cómo sería de histórico el acontecimiento que lo dejé reflejado por escrito. El libro era malo hasta lo inconfesable, pero la cuestión no es esa; la cuestión es que desde entonces no he dejado de hacerlo. Y no me refiero únicamente al acto de leer, sino a llevar un registro detallado de ello. Desde entonces hasta hoy he anotado cada libro por el que he sentido interés, ya fuese con intención de leerlo ya fuese con intención de hojearlo; he numerado cada libro que he leído y he marcado, muy de vez en cuando, aquello que daba por imposible. A lo largo de estos años he confeccionado cientos de listas (nada puede gustarme más) no siempre relacionadas con el blog, pero sí, siempre, con la literatura.

El caso es que cada cierto tiempo (a veces años, a veces meses) me entretengo numerando la relación totalizada de lecturas terminadas. Esto no ha tenido nunca otro valor que el meramente estadístico hasta que, ayer, me encontré con que acababa de llegar a las 997 lecturas desde que aquel marzo de 2010 me terminé aquella tontada.

Sobre la mesa, una vez más, como siempre, más libros de los que me siento capaz de gestionar compiten, ahora, inesperadamente, por alzarse con el dudoso honor de ser el número 1000 de esta… ¿nueva era? Pues igual.

Y con esto “me abro debate”. O bien me hago el tonto y sigo con el plan que tenía establecido (esto es, EL CAOS) o bien elijo trascendencia, me vengo medio arriba y rescato de la estantería ALGO que signifique ALGO.

Se me ocurre que la nueva novela de Franzen podría ser el primer candidato. Al margen de su excelencia (la excelencia de Encrucijadas se entiende, no de Franzen) sería un más que digno homenaje hacia quien, hace más años de los que puedo recordar, me deslumbró con Las correcciones, una de esas novelas que dejan una huella imborrable; un libro que, entonces no lo sabía, marcaría un antes y un después en mi vida como lector.

PERO.

Pero también se me ocurre que releer Guerra y paz zanjaría una cuestión que he lleva abierta demasiado tiempo. O afrontar de un vez Contraluz, de Pynchon, la eternamente postergada enésima novela de un escritor imposible. ¿Y que me dicen del Diario de Gombrowicz, una compra que llevo nada menos que diez años demorando? ¿Y qué me dicen de, y qué me dicen de?

Y en esas estamos.