lunes, 27 de febrero de 2023

“Hotel Splendid” de Marie Redonnet (Trad. Rubén Martín Giráldez)

Sigo sin mucho tiempo y pocas ganas pero si pude robar unos minutos para destrozar la novelucha de Irene Nemirovsky, más razón encontrar un minuto para una novela que sí lo merece; y a ver de paso si con eso evitamos, en la medida de lo posible, el desastre que sería dejarla caer en el olvido. De modo que, a modo de no-reseña, les dejo aquí el comentario que hice en redes sociales (Instagram, Facebook y ya) tras de la lectura de la ha resultado ser una de las mejores lecturas en lo que va de año; una indiscutible candidata al próximo Top Ten de 2023.

Confieso mi debilidad por ciertos temas, por ciertos tonos, por una literatura que podríamos considerar musical en el sentido en el que solo la literatura puede serlo. Cuando digo esto pienso en Bernhard, por ejemplo, o, ahora, también, en Marie Redonnet, sin dar a entender con esto que tengan nada que ver uno con otro porque, más allá de este sentido, no lo tienen.

No quiero ponerme demasiado gilipollas con esto de la música; lo comento porque creo sinceramente que hay dos clases de lectores: aquellos para los que eso es importante y aquellos para los que no. Yo hablo para los primeros, exclusivamente. (NOTA: luego están los que huyen de ello, léase lectores de Aramburu, Vilas y mierdas por el estilo. Es decir: si le ha seducido algún libro de estos señores ya puede dejar de leer este post pues será del todo imposible que llegue a disfrutar --desde esa manifiesta incapacidad para valorar-- una literatura del nivel de Hotel Splendid. Se lo puede tomar como un insulto si quiere).

No voy a estropearles la [bequettiana] fiesta que ha resultado ser, contra todo pronóstico (no supe de su existencia hasta hace unos días), este libro. Probablemente, con Panthers y museo de fuego de Jen Craig (1) o La ciénaga definitiva de Giorgio Manganelli (con el que resulta inevitable establecer comparaciones) es de lo mejor que he leído estos últimos meses, meses en lo que también he leído a Faulker, a Morrison o a Cartarescu. Ahí lo dejo. Recojan el guante si quieren. Yo solo digo que Hotel Splendid me ha parecido extraordinario a todos los niveles: argumental y estilístico. Una lectura hipnótica a la vez que una historia genial: la de una mujer, heredera de un hotel --de una vida, en realidad-- que se viene abajo. “Sitiado” en un pantano que lo devora todo y a todos --a ella y a sus hermanas, que la parasitan—la narradora habla desde el desapego más absoluto de sus hermanas, de los clientes, de la humedad, las enfermedades, las ratas, las obstrucciones… de la miseria, en definitiva, de la que sale, por la que avanza, gracias a que no se detiene.

En mi humilde opinión, una pequeña Obra Maestra.




(1) ¿No hemos hablado de esto? TENEMOS que hablar de esto.

miércoles, 1 de febrero de 2023

"El baile" de Irène Némirovsky

De no haber sido por El café de Mendel probablemente nunca hubiese leído esta novela, lo cual demuestra que en según qué casos soy más listo de lo que supongo. Deberían estar agradecidos de tenerme. El café de Mendel es un podcast, por cierto, por si no están al corriente, en el que dos señores, el uno editor de Trotalibros y el otro mero escritor experto en lo suyo, dedican un par de horas al mes un poco a ponerse al día en lecturas y quehaceres y otro poco a la autopromoción: el primero con su editorial y el segundo con sus talleres. Es un podscast peculiar. Ellos son como son pero se les acaba cogiendo cariño pese a las ocasionales boutades tipo esta de hoy.

En el último episodio (titulado no sé qué de una bruja) mencionan de pasada este libro, al que uno de ellos dedicará un taller, y no contentos con ello lo suben a un altar y ya a partir de aquí todo elogios desmedidos: que si qué delicioso, brillante o no sé qué y que qué tremendo final, qué magnífico cierre, qué menuda sorpresa, que puta maravilla. Qué puedo decir: a mí me ha parecido una chorrada como un piano, previsible a más no poder. Una novelita de casi cien páginas a la que le sobran más de la mitad, plagada de diálogos insustanciales y cuyo final se conoce desde la página veinte, poco más o menos. La típica novela que se escribe cuando no se sabe qué escribir o para cubrir un cupo o para quitarse una espinita, en ningún caso una novela que se escribe para brillar o encontrar reconocimiento. Ya que nos sinceramos, diré que me cuesta entender por qué alguien estaría dispuesto a malgastar ni medio minuto de su tiempo a escribir esta nadez que ni para hacer amigos vale. Más simple que un botijo, el único taller que este libro merece es uno de reparación.