jueves, 30 de junio de 2011

Resumen de Lecturas: Junio de 2011


A continuación -y por riguroso orden cronológico- lo de siempre: el resumen resumidísimo de todo lo que servidor ha leído unas veces y se ha tragado otras durante el recientemente fallecido mes de junio. (Incluye abandonos.)

El mes no podía empezar mejor, o eso pensaba yo entonces: iba a leer la esperadísima y no tan nueva novela de Aurora Venturini, "Nosotros, los Caserta". Después de la excelente “Las primas” todo invitaba a pensar que me iba a encontrar otra demostración de genio y de hecho así lo pareció durante un número considerable de páginas. Pero aquello no iba a más sino a menos y acabé dejándome llevar hasta el final de la susodicha porque soy bondadoso en grado sumo, no porque valiese la pena. Pero todo tiene un límite y cuando después de una lectura mediocre viene otra directamente aburrida pues me pasa lo que le pasaría a cualquiera: que estallo. Las manchas de sangre todavía salpican este blog en una entrada conocida como “Crónica de un enfado monumental (y dos reseñas salvajes)”. En ella encontrarán explicación a lo que digo así como la reseña de lo que acabó siendo el primer abandono del mes: “El frente ruso" de Jean-Claude Lalumiere, la pobrecita novela -hoy siento pena de ella- que acabó cargando con una culpa que no era toda suya. 

Cuando uno elige tan mal como lo estaba haciendo yo entonces lo mejor es echarse a un lado y dejarse hacer. La bibliotecaria, una mujer en extremo amable, me llamó en el momento más oportuno para decirme que podía pasar a recoger "Knockemstiff" de Donald Ray Pollock, una colección de relatos que tenían en común el lugar en el que se desarrollaba la acción: uno de los peores lugares de la tierra para vivir. Nacer en Knockemstiff es nacer jodido. Los cuentos magníficos, pero no todos. De quedarme me quedaría con los primeros lo cual me hace pensar que puede ser más un problema de cantidad que de calidad. Juzguen ustedes mismos. Inmediatamente después llegó el segundo abandono del mes pero no por las causas que imaginan. Se trataba de "La herida de Spinoza. (Felicidad y Política en la vida postmoderna)" de Vicente Serrano, ganador del premio Anagrama de Ensayo, que gira en torno a la figura de Spinoza y su filosofía. Me pareció interesante en su momento pero no tardó en hacerse evidente lo erróneo de afrontar al filósofo sin unas bases más firmes. No descarto leerla en un futuro.

Después le tocó el turno a “En la carretera: el rollo mecanografiado original” de Jack Kerouac. Ya he dicho por activa y por pasiva en entradas anteriores que me gustó mucho -de hecho fue lo mejor del mes- pero ya no digo más. Cuando tenga tiempo, ganas y el cuerpo a favor acabaré el post que tengo a medias y lo hablamos con la calma que se merece. 

De las siguientes puede que hayan leído las entradas que les dediqué este mismo mes pero también puede que no. Para los más vagos, aquí va la versión corta de:
  • "Acceso no autorizado" de Belen Gopegui es algo así como la versión “que pienso yo de todo esto de la crisis y qué me gustaría que hubiese ocurrido con según quién en según qué caso”. El problema de la novela es que todo lo que insinúa es demasiado evidente y la autora se olvida de dejar algo a la imaginación del lector. Por otro lado está tan vinculado a un momento concreto que me juego lo que quieran a que envejecerá fatal y de aquí a seis meses nadie la recordará.
  • "El espíritu de mi padre sigue subiendo en la lluvia" de Patricio Pron es una interesante novela que trata sobre padres, hijos y dictaduras, la relación de unos con otros y la necesidad de reconciliar los recuerdos de cada uno con los de los demás (memoria histórica incluida). 
  • "Mi gran novela sobre la Vaguada" de Fernando San Basilio es una novela de las de leer y olvidar. Es un decir. Novela ligera e intrascendente pero divertida sobre el panorama laboral actual. Novela sobre los sueños rotos, vaya.
  • "Sin límites" de Alan Glynn es un betseller cuya adaptación cinematográfica pueden ver estos días en sus pantallas. Thriller de intriga, acción trepidante, dinero a raudales, etcétera, etcétera. Un poco lo de siempre sólo que más trabajado y sin el regusto amargo de creer que esto ya lo habíamos leído antes.

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Las últimas lecturas del mes las tengo sin comentar porque están a remojo. Haré lo que pueda, lo prometo, pero a este ritmo voy a tener que plagiar la idea de ese blog solidario que ofrece reseñas de menos de 330 palabras. Si alguno quiere trabajar gratis en mi beneficio que me avise: estoy a favor de la explotación intelectual masiva. Eso sí, las reseñas han de ser claras, frescas y en la medida de lo posible, divertidas. Aquí no hace falta demostrar que se es muy listo porque es algo que se da por hecho. 
Bromas aparte, "Nuestro trágico universo" de Scarlett Thomas fue una buena recomendación, una novela interesante e inteligente de las que predican con el ejemplo: para hablar de las historias sin historias se escribe una historia sin historia y se deja que lo descubra el lector solito. Bien por Scarlett. La única pega: los defectos de la edición. Una colleja para la editorial de mi parte por todo lo que clama al cielo, que es bastante.

 "Confesiones de un comedor de opio" de Thomas de Quincey lo tenía empezado desde hace tiempo y lo fui leyendo a sorbitos. Tampoco se merecía más. Está magníficamente escrito, es verdad, pero se hace muy pesada y además el autor me fue cayendo más y más antipático a medida que avanzaba la narración pasando de parecerme un pobrecito huerfanito a un yonki snob medio hijo de puta. A ver si un día de estos me animo y se lo cuento con más detalle.

Después leí "Acantilados de Howth" de David Perez Vega. David es un individuo al que descubrí en la red gracias a su blog. Me gusta la forma sencilla y natural que tiene expresarse; una cosa llevó a la otra y acabé sintiendo curiosidad por su libro. Trata sobre la madurez, básicamente, sobre lo que es tener veintitantos y cruzar la barrera de los treinta y pasarlo unas veces mejor y otras peor. Su gran virtud: construir una ficción que cuesta cree que no sea real. De esto, casi seguro, habrá entrada en un futuro cercano. De momento llevo 460 palabras pero me voy a coger unos días libres y por eso David se va a quedar sin reseña hasta que yo esté bien moreno. 

De “Residuos” de Tom McCarthy, mi última lectura, también prefiero hablar otro día. Es interesante (la novela, no lo que diré) pero quiero darle un par de vueltas antes de decir nada. Les adelanto una cosa: la lectura de esta novela ha mejorado la opinión que tenía de otra (ya buena de por sí): la última de Mercedes Cebrián, “La nueva taxidermia” que me voy a tener que volver a leer para estar completamente seguro. Ya hablaremos.

Y ahora lo siento pero debo dejarles por una mujer. Su nombre es Lucette Destouches y me tiene contar algunos secretos sobre Celine. Les tendré al corriente. Tengan un buen fin de semana.



miércoles, 29 de junio de 2011

Calendario de Lecturas: JULIO 2011


Si todo saliese como quiero, que no va a ser el caso, el mes entrante yo debería ser capaz de leer algo de todo esto que voy a detallar a continuación. Sería demasiado aventurado decir exactamente qué pero estoy bastante seguro de que al menos lo que tengo sobre la mesa sí, y pronto además.

“Alma” de Javier Moreno, de la que he oído hablar mucho y muy bien pero que tiene un arranque tan espantoso que ando con la mosca detrás de la oreja desde que hace unos días la ojeé por primera vez. Les dejo unas líneas de regalo para que juzguen ustedes mismos: "Recuerdo haberme masturbado una vez pensado en mí mismo y no haber obtenido placer alguno. Mis uñas no tienen aristas y brillan como si estuvieran pintadas de laca. Me gusta la cocina china, la cocina hindú, la cocina italiana, la cocina japonesa y la cocina mexicana". Impresionante, verdad. Un día les voy a escribir yo un relato enterito detallando hasta el paroxismo mis abluciones matutinas ya verán que bien se lo pasan. “Las tres balas de Boris Bardín” de Milo J. Krmpotic, el hombre de apellido impronunciable. De esta no espero nada. Quiero decir que voy sin expectativas no que espere que sea mala, básicamente porque no he leído nada sobre ella y si está en mi calendario no es tanto por maldad como por simple curiosidad. La misma que mató al gato, efectivamente. Más: mejor antes que después quiero leer “Celine Secreto” de Lucette Destouches -que de hecho comencé a leer de noche en secreto- como una manera de introducirme en el mundo Celine y poder aforontar en condiciones el “Viaje al fin de la noche” de su marido, el mismísimo Louis-Ferdinand Celine. Cierro este párrafo con una novela a la que le tengo ganas desde que salió publicada y con la que (¡al fin!) logré hacerme ayer: “El fin de semana” de Bernhard Schlink. 

Estamos acabando el mes y ahora mismo estoy leyendo una recomendación que sospecho no me dará tiempo a terminar antes del día uno: “Residuos” de Tom Mccarthy. No sé mucho de ella la verdad, apenas llevo veinte páginas y voy completamente a ciegas. Ni siquiera me he formado una primera impresión. Hablando de recomendaciones, el otro día robé una del fabebook a un ser humano  de quien sé que me puedo fiar casi siempre. Se trata de “Umbria” de Antonio Calzado. Creo que es de corte fantástico pero no he dedicado mucho tiempo a investigar y no podría jurarlo. Me estoy dando cuenta de que hay muy poco rigor en el criterio de selección de este mes. Luego me quejaré. “El año de la plaga” de Marc Pastor es otra de las elegidas. ¿Me lo parece a mí o esta es “rollito apocalipsis”? Yo he sentido siempre debilidad por el fin del mundo o el ser humano llevado al extremo en condiciones adversas y tal y cual pascual y estoy casi seguro de que eso ha sido determinante a la hora de seleccionar esta novela pero la verdad es que ya no me acuerdo. Estoy empezando a encontrar divertido esto de ir en “plan zumbao”. 

Personajes secundarios: memoria beat” de Joyce Johnson sería el complemento perfecto después de la lectura el mes pasado de “En la carretera” de Kerouac. Bueno, éste y “Aullidos” de Ginsberg (poesía, argg, que asco) y “Yonki” o “El almuerzo desnudo” de Burroughs. Tenía un plan hace tiempo para hablar de la generación beat a través de las obras de sus máximos exponentes así como de ensayos y novelas gráficas que lo tomasen (al movimiento) como argumento. Este plan que incluía varios libros se prolongaría durante varias entradas pero yo soy mucho de pajas mentales y es mejor no hacerme mucho caso. El número crece y decrece cada día y las lecturas elegidas no son siempre las mismas. No sé si este proyecto suena más a epopeya o a utopía. Sospecho que lo segundo. Veremos en qué queda pero la intención es buena, se lo juro, aunque luego quede en nada. 


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Si me leo todo esto en Julio ya me puedo dar con un canto en los dientes, aún así voy a añadir algunos títulos más que tengo pedidos y no deberían tardar en caer en mis manos y que dependiendo de qué lado sople el viento priorizaré o no: 

Un día me esperaba a mí mismo” de Miguel Angel Ortiz Albero es prometedor. El blog de la editorial -que estoy por jurar que se estrena con esta novela- cuelga reseña elogiosa tras reseña elogiosa, lo cual ya sabemos que no querría decir nada si no fuese porque me ha dicho también un pajarito que otra editorial más veterana se llevó las manos a la cabeza al descubrir que había dejado pasar esta supuesta maravilla. Ya veremos. Yo de momento la tengo pedida y está entre lo que más me apetece leer de este mes. Otras: “Teatro” Don Delillo, porque es Delillo y tengo ganas de teatro; “Stradivarius Rex” de Roman Piña, porque leí algo bueno acerca de ella hace eones y la tengo pedida desde entonces; “Los ingrávidos” de Valeria Luiselli, recomendado por alguien de momento es de fiar; “Tres dictadores: Hitler, Mussolini y Stalin” de Emil Ludwig, sin razón aparente, quizá ese día me levanté cabrón y ahora ya no puedo echarme atrás y por último “Una habitación en Holanda” de Pierre Bergounioux, un impulso de última hora: Holanda, Descartes, El discurso del Método... ¿quién podría resistirse?


viernes, 24 de junio de 2011

(Un cuento)


El sábado pasado no, el anterior, fui a la biblioteca pública a recoger unos libros, no recuerdo cuales. Como iba con mi hija tuve que pasar, sí o sí, por la sección infantil. Mientras ella hacía cabriolas en la colchoneta en la que minutos después iba a tener lugar un cuentacuentos yo me dediqué a buscar cinco cuentos que contarle por la noche antes de dormir. Entre los elegidos había uno llamado “El tigre que vino a tomar el té” que en su momento no me llamó especialmente la atención pero que hoy descubro que es algo así como un clásico de toda la vida, superventas y todo eso. La historia es muy sencilla: un tigre se presenta por sorpresa en una casa y una madre y su hija lo invitan a tomar un té. El felino, como era de esperar, acaba al instante con las pastas, los dulces y el té, que bebe directamente de la tetera. Después va a la cocina y acaba con todo cuanto hay de comestible en los armarios, en la nevera y en la despensa. Se llega a beber incluso el agua de las tuberías y cuando ya no queda nada, ni sólido ni líquido, se despide y se va. Inmediatamente después llega el padre y no teniendo nada que cenar decide llevar a su familia a un restaurante. Al día siguiente incluyen en la cesta de la compra una enorme lata de comida para tigres que es de suponer les arreglará el problema la próxima vez que éste se presente, cosa que no llegará a ocurrir jamás. (Esto lo sé porque lo dice el texto que sale de la trompeta que está tocando (el tigre, sí) en la última página).

Tal como dije al comienzo eso ocurrió hace dos semanas. Desde entonces yo he debido leerle ese cuento tres veces y su madre no menos de dos. Le gusta. El caso es que exactamente una semana después, el sábado siguiente, volví a la misma biblioteca, en esta ocasión sin mi hija y sólo para recoger algunos libros que tenía pedidos, entre los que se encontraba “Nuestro Trágico Universode Scarlett Thomas que empecé a leer ese mismo día y terminé anoche, minutos antes de escribir este cuento. 

La novela de Scarlett Thomas -de la que hablaré la semana que viene con más detalle- trata, entre otros muchos temas, el de la magia y de las señales que envía el universo que adoptan forma de casualidad, de las historias sin historia, de los finales de los cuentos que nunca terminan así como de las conclusiones que debe sacar uno mismo de las lecturas. En un momento determinado, cerca del final, concretamente en la página 439, encontré el siguiente texto que ha dado lugar a esta entrada algo atípica:

“Me obligué a recordar un libro que había leído de pequeña en el que un tigre se presenta en una casa de un barrio de una ciudad. La madre da de comer al tigre con la comida que hay en la casa y luego la familia tiene que salir a cenar fuera. La madre se asegura de que tiene una lata de comida para tigres en la despensa. La lata en el libro era impresionante, mucho mayor que las latitas que tenían la comida de los gatos de los Cooper.”

No creo que tenga la magia nada que ver en esto ni que el universo me esté enviando señal alguna pero no deja de ser divertido y sobre todo curioso descubrir estas casualidades que si bien no sirven para nada tampoco son completamente inútiles: le arrancan a uno una sonrisa, consiguiendo además que el día acabe con una divertida anécdota que no me he resistido a compartir con ustedes y de la que -siguiendo los consejos de la novela- me niego a extraer conclusiones. Me ocurrió algo parecido hace muy poco: al día siguiente de terminar de leer “En la carretera” de Jack Kerouac elegí un episodio al azar de una serie llamada “Bored to death”, que es algo así como “qué pasaría si un Woody Allen fracasado fuese detective” en la que el protagonista debía investigar y resolver el robo de un ejemplar de “On the Road” firmado por el escritor. El caso de “El tigre que vino a tomar el té” tiene el placer añadido –por aquello del amor de padre- de incluir en la anécdota a mi hija. Porque tengo muy mala memoria y no quiero olvidarlo es por lo que hoy les cuento este cuento. 

jueves, 23 de junio de 2011

"Sin límites" de Alan Glynn


Esto es exactamente lo que parece, ni más ni menos. Habrá quien diga que "más": una rara avis literaria, seguramente, porque [esto es mío] Hollywood no acostumbra a producir películas comerciales de buenas novelas. Se ve que en esta ocasión la diosa fortuna nos ha sonreído. Las razones podrían ir desde lo actual de su temática, vigente a pesar de tener diez años; que trata los temas que más interesan al hombre moderno o porque pone en evidencia los verdaderos valores sociales: el amor, el sexo, el dinero. Les venderán una moto tras otra y todas y cada una de ellas no tendrán otro objetivo que tratar de reconciliar los enemigos públicos que han sido siempre la narrativa contemporánea y la novela de género. Paparruchas. Esto es un betseller de toda la vida de dios y no hay nada que reconciliar. No pasa nada; no es la primera vez que crítica y público, editores y productores, lectores y cinéfilos están de acuerdo. Esto lo digo como advertencia: hagan caso: la novela, en su condición de betseller, vale la pena en la medida que lo vale una novela de entretenimiento que aún cayendo en lo de siempre no toma por imbécil al lector.

Supongo que echan de menos un resumen. Bien, esto va de un tipo vulgar, soltero y fondón, que ocupa el escalafón más bajo en una modesta editorial. Un día se encuentra en la calle con el hermano de su exmujer y por razones que no vienen al caso se acaba tomando una pastillita mágica, una droga sintética que lo hace inteligente durante un período de tiempo x. Cuando digo inteligente quiero decir muy inteligente; del tipo: "aprenda un idioma en un par de días". Así de listo. El resto no se lo cuento porque sería hacerles una putada y prefiero que quedemos como amigos, pero ya se pueden imaginar que con tanta inteligencia uno no se dedicar a escribir poesía, cuidar niños leprosos o limpiar culos en un geriátrico. Lo ideal es aprender mucho y muy rápido, ¿para qué niños? Para ganar dinero efectivamente, que para eso nos educan. Dinero, dinero, dinero. Eso es lo que hace la gente inteligente. 

Y ahora permitan que comparta con ustedes algo que desde hace unos días me tiene ligeramente perturbado. Mientras leía la novela detecté lo que en su momento entendí como un error argumental. Digo "en su momento" pero aún hoy esto está siendo motivo de duda y quisiera que ustedes me diesen su opinión aunque lo más probable es que no exista ninguna respuesta aceptable. Verán, cuando el protagonista empieza a tomar las drogas entra inmediatamente en una dinámica evidentemente destructiva: yo no soy mucho de drogarme pero por muy bonito que sea el diseño de la droga en cuestión lo más probable es que nos acabe llevando por la calle de la amargura, máxime si, como el protagonista, no es la primera vez que se peca. Pues bien. Si el suministro de droga es limitado (no entraré en detalles) y las probabilidades de encontrar esa mercancía en la calle se sitúan entre el 0% y 0,0000001%; si esta droga proporciona al consumidor una inteligencia sobrehumana, ¿no sería lo más lógico, amén de otras actividades, tratar, aunque sea en pequeños ratos, de encontrar una solución a ese “pequeño” inconveniente? Pues nuestro protagonista ni se lo plantea; no al menos  cuando debería. Esto que parece una estupidez me estuvo amargando la lectura durante dos de los tres días que me duró el libro y aún hoy me quedo con las ganas de saber si es un fallo argumental o un recurso sutil (sutilísimo) de establecer un paralelismo entre esto y una actividad económica, muy presente durante todo el relato, en la que impera la urgencia por enriquecerse, por llegar lo más alto y lejos que se pueda obviando en todo momento las consecuencia futuras. Un poco lo de la burbuja económica y eso de que debimos verla venir. Me quedo con lo primero: en el error voluntario. Creo que desarrollar esa línea argumental hubiese repercutido negativamente en la tensión deseada (que es notable, ya lo verán) y si se lo perdono es simplemente porque yo a los betsellers, cuando me entretienen, les perdono casi todo. En compensación les castigo siempre con notas bajas por muy bien que me lo hayan hecho pasar.

En definitiva, novela de género para leer y pasar un buen rato. Ideal para el parque, la playa o la piscina. Yo, si fuese ustedes, no esperaría nada más que un betseller medianamente inteligente, que atiende a todos los tópicos (y esto lo digo como un cumplido) sin llegar a caer nunca en el “esto ya lo he visto antes” aunque sí lo hayamos hecho. Como cien veces, además. Que repita esquemas habituales no desmerece el resultado siempre y cuando hayamos sido prevenidos, como es el caso. Leyendo “Nuestro trágico universo” de Scarlett Thomas encuentro un párrafo que habla de algo que dijo Nietzsche (no he localizado la cita) respecto al arte y la literatura: venía a ser algo así como que ambas deberían hacer algo más profundo que limitarse a mostrarnos alguien que pierde y encuentra una botella de aceite. No veo aquí nada más que eso, sinceramente, pero tampoco esperaba encontrarlo. 


lunes, 20 de junio de 2011

“Mi gran novela sobre La Vaguada” de Fernando San Basilio


Lo primero es lo primero: quisiera hacerles una advertencia: este libro NO es una novela, pero tampoco una colección de relatos. Qué será, será… Pues miren: ambas. Y le he encontrado un nombre a este género: Novela de Relatos. No se ustedes pero a lo largo de mi vida lectora me he encontrado un par de libros de relatos que renegaban de sí mismos y juraban sobre la tumba de sus papiros que eran novelas. Postmodernas, sí, pero novelas al fin y al cabo. A mí estas cosas me joden mucho porque yo soy muy bien pensado y me lo creo casi todo y cuando leí esos libros me sentí como un auténtico imbécil porque no los entendía como novelas y más de una vez acabé haciéndome mirar el coeficiente intelectual para confirmar que lo tenía bien calibrado. Me dijeron que sí (sobre todo mi madre), que no me preocupase, que la culpa la tenían los tiempos que corrían y la necesidad de algunos de hacerse un hueco como fuese en los libros de texto del futuro. Así fue cómo empecé a odiar las generaciones literarias. Otro día se lo cuento con más detalle.

Llegados a este punto debo resumirles esta novela (de relatos) para que puedan hacerse una idea de qué va todo esto y porque estoy escribiendo una reseña tan poco profesional: verán, se supone que el protagonista es el escritor en su juventud tratando de ganarse la vida fuera de casa para lo cual debe someterse a los imperativos del mercado laboral, esto es, puteo constante, salarios de mierda, contratos por horas, colas del paro, cursos del Inem, etcétera. Esto es lo que hace de los relatos una medio-novela y a servidor lo confirma como el ganador del concurso al blogger que más libros de relatos se ha leído en dos meses: el premio: dos hostias bien dadas.

Respecto a mi opinión personal les confieso que tengo sentimientos encontrados: me debato sin solución entre recomendarla y no hacerlo porque a pesar de su simpleza no deja de ser un relato ameno y muy bien escrito sobre el hoy laboral. Aquí debería escribir un párrafo de no menos de 1000 palabras acerca de los diferentes tipos de novelas, las expectativas que generan y los públicos que atraen (incluyendo promesas incumplidas) pero tampoco tengo muy claro que valga la pena el esfuerzo hacerlo en la reseña una novela (de relatos!) tan corta como esta que no llega ni a las ciento cincuenta páginas y que me hubiese leído de un tirón si no hubiese tenido otras cosas que hacer. Será mucho mejor que me limite a advertirles porque creo que, si van a leer este libro, deben cuidarse mucho de alimentar expectativas que puedan quedar insatisfechas: esta no es, ni lo pretende, La Gran Novela Española. Si se animan a leerlo deberían hacerlo por las siguientes razones: porque es [amargamente] divertido (no olvidemos que el protagonista es un pobre diablo sin dinero para casi nada); porque es [altamente] positivo (por lo mismo, precisamente: porque a pesar de no tener un chavo el pobre infeliz mira siempre al frente con una estúpida sonrisa en la cara y si se puede comprar una casa pues muy bien y si no puede pues genial también) y porque está escrito con eso que se conoce popularmente como “prosa ágil” que es como deslizarse por la página según avanzas en la historia y eso está muy bien porque puedes tener encefalograma plano y aún así enterarte de todo. También hay cosas que no me gustan, claro, como siempre. Léase un ejemplo:
Algunos días comíamos juntos en el restaurante Bogotá, en la calle Belén, donde los menús todavía costaban nueve euros, y los miércoles nos reuníamos en la cervecería Santa Bárbara, done los dobles de cerveza costaban ya dos euros y medio, y bebíamos una cerveza detrás de otra y luego Fran me llevaba hasta la calle Atocha en una de sus tres motos vespa y cruzábamos la plaza de Santa Bárbara, que todavía no era peatonal y el barrio de Huertas, que ya era peatonal, y seguíamos por la acera de los impares de la calle Atocha hasta llegar al número 135 y cuando Fran tuvo su tercer hijo yo le mandé un mensaje de texto al teléfono móvil, un mensaje muy elaborado de 160 caracteres lleno de afecto y entusiasmo. Como yo no tenía contrato sino tarjeta prepago, las llamadas por teléfono móvil me resultaban muy caras y por tanto me comunicaba con el mundo a través de mensajes de texto.
Que sí, que ya sé que este párrafo está escrito para que tomemos conciencia de que un parado también tiene que comer y divertirse y que le obsesiona mucho el dinero porque tiene poco y que cosas tan sencillas como son para los comunes de los mortales cenar fuera de casa o llamar por teléfono a la novia para ellos es casi inaccesible. No tengo nada contra eso. De hecho me parecería una forma magnífica de haberlo expresado si no fuese porque repite lo mismo, de manera similar, entre seis y siete millones de veces a lo largo del libro (no se imaginan lo cansino que acaba resultando saber lo que cuesta cada cosa según donde la compres.) Eso y que está escribiendo la dichosa gran novela sobre La Vaguada, claro, que al fin y al cabo es lo que hace que realmente sintamos compasión por él, pobrecito escritor de realismo barrial. 

Pero bueno, lo que tienen que saber es que esta novela no les cambiará la vida. Es un poco como esos monólogos del club de la comedia; la costumbre de reírnos de nosotros mismos y nuestras desgracias como terapia para rescatar de esta crisis por lo menos el sentido del humor. Con la risa todo se lleva mejor, ya saben, y con este libro, pues sí, uno se acaba riendo a pesar de que lo que cuenta no tiene maldita la gracia. 


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[Una vez terminada esta reseña me planteé seriamente atreverme con la novela anterior de este escritor que, según se dice, lo enfrentó no sé si con editores o libreros. Ante la duda, google. Esto me llevó a un blog ya conocido, Aviones Desplumados, en la que se hace una reseña de la novela a la que me estoy refiriendo: "Curso de Librería". Un párrafo, sólo uno, fue suficiente para convencerme: 
"Curso de librería es una novela ligera que apreciarán los interesados en saber sobre los intríngulis del mundillo editorial... y que no engullan sólo obras maestras, autores consagrados y grandes talentos por descubrir. Es decir, aquellos que también incluyen en su dieta libros menores donde explorar qué se cuece por ahí."
Cualquiera diría que lo han escrito pensando en mí.]

miércoles, 15 de junio de 2011

"El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia" de Patricio Pron

No tengo muchas ganas de escribir, honestamente, pero tampoco quiero quedarme con las ganas de decir unas palabras para una vez que me llevo una sorpresa agradable: el último libro de Patricio Pron me ha gustado. Esto se va a traducir en una reseña vergonzosa, ya verán. 

Me quedo con la sensación (y ésta es terrible porque viene a significar que me estoy muriendo o algo) de que debería decir algunas palabras más después del “me ha gustado” porque así, solo, queda un poco desangelado y lo mismo me acusan de falta de rigor crítico objetivo intelectual. Cuando en el párrafo anterior hablo de sorpresa agradable lo hago porque esta novela ya vino estigmatizada para casa: un amigo me pronosticó que no valdría la pena, que lo intuía. Mi amigo tiene una intuición cojonuda pero no siempre coincidimos en gustos. Al poco de empezar a leer, yo solito me puse a la defensiva por culpa de este párrafo que puentea las páginas 14 y 15: 
“En ocasiones no podía dormir; cuando eso me sucedía, me levantaba del sofá y caminaba hacia la estantería de libros de mi anfitrión, siempre diferente pero también siempre, de forma invariable, ubicada junto al sofá, como si sólo pudiera leerse en la incomodidad tan propia de ese mueble en el que uno nunca está completamente tendido pero tampoco adecuadamente sentado.” 
A mi estas reflexiones tan de charla entre amigos después de la tercera copa me parecen oportunas en según qué novelas, que suelen coincidir además con las que no me gustan. Llegado este punto, y a pesar del prometedor comienzo, me temía lo peor para el librito de Pron. 
[Antes de continuar déjenme contarles que desde que hice pública mi intención de leerla fueron varios los seres humanos –no uno, ni dos, ni tres sino tropecientosmil- los que me recomendaron, antes de leer esta novela, hacer lo propio con el librito de relatos anterior, uno que se llama “El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan” (Pron demuestra tener mucho mejor gusto que Espinosa en lo que a títulos largos se refiere). Pues bien, sepan que yo por lo general hago mucho caso de los consejos excepto cuando se trata de leer otros libros para llegar al objetivo original. Eso no me gusta y suelo hacer oídos sordos. Este es el ejemplo perfecto. Ambos los saqué de la biblioteca el mismo día y el de relatos sigue esperando un turno que ya veremos si le llega.]
Pero estábamos hablando de la mala impresión que me llevé con el citado párrafo. Porque soy un poco cabrón pensé en recogerlos todos para, si no me gustaba el libro, hacer una entrada demoledora con ellos (teniendo cuidado de no destripar el argumento, of course). No ha sido necesario. Parece que a Pron el estilo Marías tampoco le va y aquello quedó en un simple tropiezo. El resto de la novela, ya lo dije, me gustó. Moderadamente, es cierto, un poco porque sí (atención al criterio) y otro poco por prudencia, porque cuando escribo esto acabo de terminarlo y quizá es demasiado pronto para escribir sobre él. De todo, aunque en conjunto la novela es más que correcta, me quedo con la segunda parte, una suerte de novelización de una historia de intriga en clave documental. Esto que suena tan raro es la mejor forma de expresar lo que en ella tiene lugar pero les voy a hacer un resumen de la historia para que lo acaben de entender: Pron (protagonista en la novela) tiene un padre enfermo al que va a visitar. También tiene un problema de memoria y no recuerda su infancia. En eso somos iguales. En casa de su padre y mientras éste permanece ingresado encuentra un libro de recortes que contienen la historia de una desaparición que tiene en apariencia escasa o nula importancia pero que le sirve al protagonista para reconciliarse con el mundo y con su familia y ver las cosas con otros ojos y tal. Lo que viene siendo una novela de resucitación en toda regla. Un poco la parábola del hijo pródigo pero de puertas para dentro y con dictadura de fondo. Es una novela muy sentida, muy bonita y muy tierna que por momentos me ha recordado al “Blanco Nocturno” de Piglia, no por la calidad (aquella me gustó más) sino por el retrato social de un pueblo en el que se comete un crimen y la forma en que se resuelve, a la manera de los pueblos. 

Si la novela está basada en hechos reales o no, si tiene más de verdad que de mentira, es algo que por lo general no me importa más allá de lo anecdótico aunque Pron ha tenido la deferencia (y ante esto no puedo hacer otra cosa que quitarme el sombrero) de incluir en su blog una entrada en la que detalla lo que es cierto (casi todo, sospecho) y lo que no. No se lo contaría aunque lo supiera, pero no lo sé. No quiero leerlo hasta haber acabado esta reseña (de ahí, también, las prisas) para evitar que influya en mi valoración final de la novela. 

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En definitiva y porque sé por experiencia que muchos prefieren leer los párrafos finales para hacerse una idea rápida de lo que se pueden encontrar les diré que sí, que la novela, en mi opinión, merece el aprobado. Me gusta la historia; me gusta el estilo (casi siempre); pero sobre todo me gusta el montaje, esa mezcla de documental y ficción y la sutileza con que se llega al verdadero asunto de la novela a través de otro. Por la contra me sobran algunas páginas - las de los sueños, por ejemplo - y el exceso de sentimentalismo. Los finales emotivos nunca son de fiar. La lagrimita final ha hecho míticas películas que no valen un pimiento. Supongo que de algo de eso padezco yo también, que en el fondo tengo un corazón que no me cabe en el pecho, pero en conjunto me parece una novela correcta e interesante (dejémoslo ahí) y Pron un tipo al que vale la pena seguir la pista.


lunes, 13 de junio de 2011

"Acceso no autorizado" de Belén Gopegui


Me quejaba el otro día (demasiado amargamente, todo hay que decirlo) de la mala suerte que estaba teniendo en la elecciones de mis lecturas del último mes. Una voz, desde otro lugar, se preguntaba si no sería más bien un problema de tener las expectativas demasiado altas. Probablemente. Reduciéndolas al máximo, hasta el punto de leer sin ganas, fue como afronté, inmediatamente después, la lectura de “Knockemstiff” y debo decir que me fue bastante bien. Luego traté de hacer lo mismo sin demasiado éxito (porque es imposible no esperar algo de determinadas obras) con “En la carretera. El rollo mecanografiado original” de Jack Kerouac. El resultado fue de nota, claro, pero estamos hablando de una obra maestra. Después de algo como esto es difícil saber qué leer. Debí elegir algo de Amelie Nothomb, que siempre me relaja, pero me olvidé y acabé con este de Belen Gopegui entre las manos. De lo que sí me acordé fue de rebajar las expectativas otra vez, que las tenía por las nubes tras lo de Kerouac. Y menos mal.

Porque ya supongo que no todo el mundo está al corriente de las novedades y sus argumentos les voy a hacer un resumen ejemplarmente breve de la novela: Julia, la protagonista, es la vicepresidenta del gobierno (el nombre del presidente no se llega a decir jamás), pero todos sabemos que en realidad se está refiriendo a "de la Vega", como también sabemos que Alvaro, el ministro de interior, no se llama realmente Alvaro, sino de otra manera en una traslación cuasiliteral de la vida real a la ficción literaria. La cosa parece que va de hackers y conspiraciones gubernamentales que giran en torno al asunto de la privatización de las cajas de ahorro pero de lo que realmente se trata es de que Belen Gopegui nos cuente, en clave de ficción y absoluta parcialidad (que por algo el libro es suyo) lo que piensa del asunto. (Esto lo digo para ir descartando a los amantes de la ficción documental).

Al principio, durante la primera parte, cuesta saber si estamos frente a un thriller en clave política o una novela política en clave de thriller. Después, en las siguientes partes queda claro que se trata de la segunda opción. Gopegui quiere darnos su opinión sobre cierto asunto y como necesita espacio para desarrollar sus ideas y dinero para pagar las facturas escribe un libro que no es otro que este. Como sabe que nos aburriríamos enseguida lo adorna de diferentes maneras: cuela crímenes y golpes de efecto dejando así, además, el terreno abonado para que Tele5 lo adapte con forma de teleserie de tres episodios de martes por la noche, al más puro estilo “noviazgo del príncipe” o esa más reciente sobre la vida de la duquesa de Alba. 

Un consejo: si van a leerla háganlo ya, no esperen a que se la traigan los reyes magos porque para entonces será lo mismo que leer una noticia de un periódico de hace seis meses. Esto si le damos más importancia a la parte política porque si lo que queremos es salvarla apelando a su condición de thriller político vale, pero pilladito por los pelos, que lo sepan. Es decir, que si van a leer esto sólo como un caso más de conspiraciones gubernamentales dejen que les recomiende cualquier cosilla de David Baldacci, que es a quien parece que Gopegui recurre como referente a la hora de construir la trama. 

Y ahora las preguntas: ¿Es interesante? Pst, a ratos. ¿Vale realmente la pena? Buena pregunta (se nota que le he hecho yo). Dependerá de qué busquemos en ella; lo mejor o peor que nos caiga la escritora o la curiosidad que sintamos por el tema en cuestión siempre y cuando no olvidemos que por muy verosímil que resulte no deja de ser una ficción. A mí me ha dejado frio glaciar y si escribo está crítica tan churrera es porque temo que si espero más de dos días se me olvide lo fundamental. En definitiva, ¿vale la pena o no vale la pena? ¿Justifica el desembolso o no? No sé; miren, yo creo que no mucho, la verdad. Es decir, ¿qué aporta? ¿El ideario político de la escritora? ¿La idea de que en política también se juega sucio? ¿Qué las cosas están peor de lo que pensamos? ¿Qué hace falta un político valiente que desenmascare al resto pero que no lo hay? Bah, nada de eso es un secreto. ¿Y la intriga, la tensión, el dolor de barriga? Se lo he dicho: hay cientos de novelas mejores. Los pasadizos del poder de Washington dan más juego que los de la Moncloa. Gopegui lo sabe y por eso juega a rollito americano con espías sin nombre, micrófonos ocultos allá donde uno mire, cámaras a diestro y siniestro, hackers, abogados comprometidos (esto es lo que da más risa) y para reforzar el drama un poco de violencia de género. Pero en el fondo todo esto no es más que una pataleta y el subsiguiente intento (fallido, por muy de acuerdo que estemos con el mensaje) de implicar a quienes todavía no lo están.


jueves, 9 de junio de 2011

"Knockemstiff" de Donald Ray Pollock


Knockemstiff existe. Es un pueblucho perdido a los lados de una carretera al sur de Ohio. Es tan miserable que ni el buscador de Google Earth logra dar con él. [Otro google sí, el Maps, pero el Earth no]. Esto tiene su lógica: Knockemstiff es el infierno y como todo el mundo sabe los mapas del infierno son ajenos a las nuevas tecnologías y únicamente accesibles a través de criptogramas ocultos en manuscritos medievales. 

No voy a extenderme mucho porque los relatos no son mi fuerte y la mitad de las veces no sé qué decir. Knockemstiff está de moda porque acaba de publicarse este libro de relatos con su nombre, que trata, en apariencia, de cosas no tanto que pudieron haber ocurrido en semejante lugar como de aquellas que bien pudieran haberlo hecho. Hay un relato - uno de los que creo que más acertadamente refleja lo que es (era) ese lugar y por lo tanto mi favorito- que trata de un tipo de edad indeterminada que se va a vivir con su novia a casa de los padres de ella porque en ese pueblo de mierda no hay futuro ni presente ni perspectivas de nada y todo se ha de hacer de la peor de las maneras. El joven, a cambio de cama (y comida y sexo, pero sobre todo cama) atiende a su suegro que malvive en una silla de ruedas en un estado semicatatónico. Imagínense levantarse cada mañana para hacer lo que más odian, a saber: afeitar la piel acartonada de un viejo decrépito, limpiarle el culo, cambiarle el pañal, darle de comer y acabar desayunando los restos grumosos de su papilla. Imagínense que el resto del día consistiese en no hacer absolutamente nada más que ver una televisión que en el mejor de los casos capta cuatro canales diferentes (lo cual, en palabras de uno de los personajes (que no protagonistas, porque de eso no hay) es algo fantástico porque así "siempre hay algo que ver"). Pues este joven vive esa vida miserable, una vida en la que lo mejor de la noche consiste en acompañar a su chavala, la "hija de", cuando ésta va a buscarle tabaco a su madre al único bar del pueblo, un antro que ya se pueden imaginar. Las copas que él se toma mientras ella (su novia) se está follando todo lo que se mueve en la parte trasera de local corren por cuenta de quien tenga a bien invitarle porque no tener dinero en ese pueblo no es no tener dinero para comprarse el último libro de Stephen King o no tener dinero para ir al cine o a cenar. No. Allí no tener dinero es no tener dinero. Punto. Es morirse de hambre si no te dan de comer; es no tener ni para un autobús que te saque de allí; es tener que llevarle el tabaco a tu suegra mientras tu novia sigue follando ahora ya no sabes ni con quien y sentarte a su lado y ver la enésima repetición de “Vacaciones en el mar” y creer que eso es lo mejor que te ha pasado en el mes; es acabar la noche borracho en compañía del viejo y enterarte así de que te has quedado sin trabajo porque se ha muerto el muy cabrón. Y como vino se va, nuestro amigo, porque así, sin nada que hacer, ya no sirve de nada y acaba metido en un coche abandonado en sólo dios sabe dónde y pasando un frío de cojones porque está nevando fuera y también dentro porque los cristales del auto están rotos o directamente no están. Y así esperar un mañana que probablemente no acabe nunca de llegar y no pensar que esto es lo peor del mundo aunque en Knockemstiff lo peor del mundo sea no morirte al instante fulminado por un rayo o desastre natural semejante. 

Bienvenidos a Knockemstiff. El tipo que escribió este libro vivió allí y de allí salió y yo no sé si lo que cuenta es verdad o no (él asegura que no) pero en cualquier caso su imaginación da por posible, basándose no sé si en recuerdos o experiencias, que algo o todo de lo narrado en este y otros cuentos bien pudiera ser algo de lo más normal en un día de invierno. Esto incluye hombres que viven con mujeres deficientes con hijos a los que abandonan cada noche y que comen barritas de pescado congeladas cubiertas de las pelusas que se quedan en los fondos de los bolsos mal lavados; tenderos de gasolineras que se dejan fotografiar por los típicos turistas snobs gilipollas amantes de lo gore; hombres que violan y matan a niños incestuosos y luego duermen a pierna suelta. Cosas por el estilo, de lo más normales. Todo eso en ese pueblo de mierda de cincuenta habitantes a cual más carcomido. 



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(Y a continuación y excepcionalmente un breve apunte autobiográfico que lo mismo puede ser verdad que mentira o que la simple adulteración de uno de esos recuerdos de la infancia que justifican el placer de ciertas lecturas y establecen nostálgicos y [al menos en este caso] aterradores- paralelismos.) Yo de chaval veraneaba en un pueblecito de las montañas de Lugo. Era una aldea, en realidad, de apenas 50 habitantes. Cruzarse con quince personas en un solo día era un poco el equivalente a meterse en el centro comercial de una gran ciudad una tarde lluviosa de un sábado de invierno. Eso hace treinta años. La última vez que lo visité fue el verano pasado. Toda la familia nos reunimos cada año con motivo de una consagración anual de tiempos remotos, una forma como cualquier otra de mantener vivos los  recuerdos de juventud. Lo que más me impresiona (y me gusta) al llegar, año tras año, es el silencio sepulcral de sus calles sin asfaltar. Me resulta imposible no imaginar al vecindario recogido en sus casas, durmiendo una siesta temprana o, no sé, desollando conejos vivos y vistiéndose los pellejos o quizá simplemente observándonos desconfiados detrás de las ventanas, cocinando o viendo la televisión. Cuando yo era crío no era consciente de todo esto [las miradas, los silencios, los asesinos en serie]. Mi día a día era correr por los montes y los campos, subirme a los árboles y atravesar cuantos bosques encontrase. Yo era el último ser vivo sobre la faz de la tierra. Hoy ni borracho dejaría yo a mi hija corretear sola por aquellos campos, por aquellos montes, por aquellos arroyos pedregosos y la culpa de esto la tienen libros como este de Pollock que nos fuerzan a creer, ante la pasmosa naturalidad del horror, que el infierno es vivir según cómo, según dónde, según con quién.



viernes, 3 de junio de 2011

Crónica de un enfado monumental (y dos reseñas salvajes)


Estoy leyendo “Knockemstiff” de Donald Ray Pollock. ¿Quieren saber la razón? Pues porque estoy deprimido, por eso. Bueno, no es exactamente así. Más bien lo que estoy es harto. Tanto, que podría deprimirme. Ciertos hechos que tuvieron lugar en días pasados han sido los culpables del lastimero estado en que me encuentro hoy, que bueno, ya no me quejo, tendrían que haberme visto ayer. ¿No les doy pena? No, supongo que no. No debería, al menos, puesto que soy el único culpable. Todo empezó hace unos días, aunque podría decir, sin riesgo a equivocarme, que fue hace un mes, incluso un año. 

No sé si lo saben, si se lo imaginan o si les importa. Probablemente ni siquiera se lo hayan planteado. No les culpo. Yo tampoco he pensado mucho en ello, la verdad. Estoy hablando en literatura, claro –lo siento si esperaban otro tipo de intimidad- y más concretamente de la literatura del momento. En los grandes o pequeños estrenos, en las promesas de excelsa narrativa, de posmodernidad, de postpoesía, de postleches. Estoy pensando en lo que se escribe y lo que se publica y quien lo hace y por qué y cómo se publicita y si quien lo hace (criticar) también escribe, también publica, también edita. Este maremágnum es tan endiabladamente enrevesado y afecta a tantas corporaciones e individuos (blogs, editoriales, revistas, escritores) que acaba resultando tan o más ininteligible que el origen de la crisis económica del momento. Es el infierno esto. 

A mí me gusta reseñar novela actual entre otras cosas porque de los libros clásicos o no tan clásicos (pero nunca actuales) se ha hablado ya tanto y en muchos casos tan bien y se ha filtrado tanto (y tan bien) que cuando he sentido deseos de hablar sobre ellos me los he tragado (los deseos, no los libros) y no lo he hecho (hablar) (qué lío). Si he de escribir cinco reseñas al mes prefiero que sean de algo que importe y la actualidad siempre está de moda. Pero –y he aquí la causa de mis desvelos- esta vorágine lo único que me ha hecho ha sido daño: me voy tragando una mierda tras otras y siempre la acompaño de la promesa de recompensarme de alguna manera con futuras lecturas de clásicos populares modernos de incuestionable valor (Roth, Pynchon, Bernhard, Michon, Coetzee, etc). Estos días pasados he tomado, más que nunca, conciencia de ello. Y creo que todo esto -como cuando se fuerza un músculo- me ha provocado un esguince, pero mental. La cura, ya saben: masajes, mucho descanso: de tres semanas a un mes. No es una despedida. Simplemente les preparo para un par de críticas despiadadas y ausencias más espaciadas. 

"Habladles de batallas, de reyes y elefantes" de Mathias Enard fue probablemente el punto de inflexión de mi situación actual. No es tan mala, no se apuren, no hace tanto daño, es simplemente que había puesto grandes esperanzas en ella. Enard estaba siendo presentado como un escritor capaz de marcar diferencias respecto a los de siempre y yo me lo creí. Ya sé que no es culpa de nadie. No tengo excusa ni me estoy disculpando. Me falló la intuición. Soy humano. Días después, no muchos, y queriendo saber qué había sido realmente lo hipster y si esto tenía la importancia que se le estaba dando me leí el libro de Mark Greif, "¿Qué fue "lo hipster"? La primera fue en frente; la segunda en toda la boca. El libro es un peñazo y lo hipster una moda pasajera que ni siquiera tiene que ver con la literatura. ¿A santo de qué viene entonces tanto revuelo? ¿Lo hipster está de moda? No, que coño va a estar de moda: lo hipster ES una moda. Y snob, además, de la que menos me gusta. Luego “Asesino Cosmico”, de la estrella del momento, la nueva promesa de las letras, Robet Juan-Cantavella. Esperaba por lo menos que fuese divertido, rápido, indoloro, como el de “Wendolin Kramer” (ver reseña anterior) lo único que los últimos diez días que puedo salvar de la quema, pero no; tampoco. Tres decepciones. Tres. Y seguidas, además, con lo que eso duele, caramba. Entonces lo noté. Algo que se había roto. No supe qué hasta ayer. 

Hace dos o tres días: 

"Nosotros, los Caserta" de Aurora Venturini 

Aurora Venturini es una mujer mayor; vetusta y argentina que escribe de puta madre, las cosas como son. Cuando leí “Las Primas” a comienzos del mes pasado, caí rendido a sus pies. Con un estilo a la altura de aquella niña que amaba las cerillas de Gaetan Soucy que nunca me cansaré de recomendar, Venturini me sumergía en una familia disfuncional de la mano de su integrante más especial, una mujer dotada de una inteligencia y sensibilidad inusuales que narraba su vida a medida que se iban sucediendo los acontecimientos. Esto es lo mejor y más importante porque por encima de su historia personal estaba la evolución de la prosa en la narración que demostraba una coherencia estética inusitada. “Nosotros, los caserta”, se nos presenta como la segunda novela de esta mujer cuando no es así, porque “Las Primas” fue la última novela de la escritora. El resto es anterior y cuando digo anterior estoy hablando de 32 libros más. “Nosotros, los Caserta” es de 1992. De eso hace mucho tiempo, no hace falta que se lo diga por mucho que sean ustedes de letras. El estilo es también peculiar, no hay duda, muy elaborado, forzadamente errático y en apariencia bello de poco natural. También la protagonista en esta ocasión es mujer, también de una sensibilidad a flor de piel, dura, como en “Las primas”, como una piedra; inteligente, extremadamente inteligente y sometidas ambas a los continuos envites de una vida miserable unas veces y misérrima otras. Aún así, aunque repita esquema, no es suficiente. La primera mitad de la novela, mientras la niña es niña, todo va bien pero a medida que avanza se produce lo peor que le puede ocurrir a una novela: se acomoda. Hay una evolución negativa en la prosa. Lo que antes tenía de especial se vuelve común antes incluso de llegar al ecuador del libro. Se agota. Es una percepción mía que puede estar influenciada por el cansancio de estos días. Lo dudo, pero por si las moscas, ahí queda. 



"El frente ruso" de Jean-Claude Lalumiere (fue la gota que colmó el vaso). 

Otra promesa de las letras francesas del momento. Parece que los franceses no sepan hacer otra cosa que promesas. Lo empecé hace un par de días y ayer le di la puntilla. Quiero decir que lo maté antes de que se muriese él solito. En la página 105 clavé mi bandera y me planté. A mí las aventuras y desventuras, los dimes y diretes de un funcionario francés destinado a una oficina de "asuntos exteriores de países del este" en las afueras de París me la traen al pairo. Estaría bien, quizá, si yo hubiese sido francés y diplomático y quisiese reírme de mi mismo o si no lo fuese y quisiese reírme de los demás, franceses o diplomáticos. Pero no soy ni lo uno ni lo otro; y como no lo soy no me importa. Si al menos me hubiese hecho reír! Miento, perdón. Hubo un momento en que sí: cuando se muere una paloma en el alfeizar de una ventana y la burocracia (elemental) impide evitar el proceso de putrefacción tenga lugar a la vista de unos anestesiados funcionarios. Ese momento estuvo bien y de hecho fue el que me hizo dudar. Horas antes había tomado la firme determinación de dejarlo. Tengo un correo que lo atestigua y dice así: “¡¡Bien por lo de Kerouac!! […] Sabía yo que valdría la pena. Decidido: que le den por el culo a "El frente ruso"!!!”. ¿Ven? [Lo de Kerouac se lo explico otro día] Por entonces iba aún por la página cincuenta. Aguanté sesenta más pero no dejaba de pensar: “Chicos - se lo decía a Kerouac, Roth, Russell, Coetzee - ¿qué hago yo perdiendo el tiempo con esto tan tonto?” Y así fue como lo dejé y me puse a leer la Que Leer de junio, que ya tiene cojones también, pero es que este inesperado acceso de sentido común me pilló en el parque sin otra cosa a mano que un quiosco de chuches y revistas. También me compré un helado. 

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Y entonces llegó la noche. Yo después de cenar, leo. Siempre pongo “El intermedio” como fondo de pantalla y los nocturnos de Chopin en los oídos. Anoche no pude por culpa de esa ansiedad de media tarde que les acabo de contar. Estuve tan mal que incluso vi un poquito de "Supervivientes". Tuve una crisis, ya ven. No sé si llamarla de fe, supongo que no porque esa la perdí hace tiempo (les aclaro que no estoy hablando de religión, sino de literatura: este blog no tratará el espinoso asunto de la pornografía infantil). No se pueden imaginar lo mal que lo pasé pero al final no hay como tirar por la calle del medio y hacer oídos sordos a tanto profeta de las letras hispánicas. Adiós, consejos ajenos; hola, instinto natural. Lo que me las prometía muy felices ahora me daba mala espina y es por eso y no por otra razón que se irán de vuelta sin leer los siguientes: “Los jugadores de Whist” que ayer sí pero hoy es como pensar que me den una patada en los huevos. Y ya si lo prologa Eloy Fernández Porta (contra quien que no tengo nada pero es indistinguible de cierta generación chocopastelera a la que se quiere aupar al autor, Vicenç Pagès Jordà) ya ni les cuento. Abajo también con Dan Fante y su “Chump Change”. Que Dan Fante, famoso por sus excesos y por ser hijo de John Fante, escriba un libro donde el protagonista, Bruno Dante, habitual también por sus excesos, va a visitar a su padre, Jonathan Dante, que se está muriendo, me suena a vivir del cuento, que quieren que les diga. Si hasta ahora dudé fue por los entusiastas elogios de aquí, de allá y de acullá, pero ya hemos visto que no, que ahora soy inmune a la mentira porque de ahora en adelante me los voy a pasar a todos por el forro. Y ya veremos que pasa con "El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia" de Patricio Pron o "Un sueño fugaz" de Iván Thays o "Teleshakespeare" de Jordi Carrión que me ha soplado un pajarito que son malos con avaricia. De momento todos en cuarentena. El que quiera salir que se lo gane. Ya pensaré cómo.

Y esta es la historia de cómo, guiado por el instinto, me puse a leer algo que realmente quería: “Knockemstiff” de Donald Ray Pollock, una sucesión de relatos, a cual más salvaje, que vienen genial para aliviar la tensión. Y en ello estamos. Ya veremos que tal pero de momento y con dos relatos leídos (sí, exacto, va de relatos) pues muy bien. Si es que no hay como fiarse de uno mismo...


jueves, 2 de junio de 2011

"Wendolin Kramer" de Laura Fernández


Tenía la sana intención de empezar esta entrada diciendo algo tipo “¿Saben ustedes porqué la novela de Laura Fernández, Wendolin Kramer, no hace otra cosa que cosechar elogio tras elogio allí donde va? ¿Lo saben? ¿No lo saben? Yo se lo cuento” porque esto me ofrecería la opción de situar la reseña en una vía de doble carril. El primero, más crítico, hablaría de eso tan injusto –contra lo que lucho denodadamente- que es que no se hable de las malas novelas, de ahí que en ocasiones sólo veamos elogios de obras que sabemos mediocres o directamente malas, etcétera, etcétera. Lo de siempre. Esta la descarté de inmediato porque da a entender que Wendolin Kramer, la novelita de marras, no me gustó, lo cual no es cierto y además me vería obligado a desmentirlo inmediatamente después. La segunda vía, que se me ocurrió hace unos minutos haciendo tiempo en un semáforo (la crítica literaria y el pensamiento posmoderno en general le deben mucho a los semáforos), tomaba un camino algo diferente: daría pie a un párrafo de considerable extensión destinado a comparar WK (Wendolin Kramer) con la Screwball Comedy americana, ya saben, el subgénero de comedia americana que surgió a mediados de los años treinta como válvula de escape de la gran depresión y que aquí se conocía como “comedia de enredo”. Tendría la posibilidad de entrar en detalles y citar películas, actores y tal y cual, incluso poner fotos en blanco y negro que siempre dan mucho prestigio (por no hablar de algo mucho más personal como sería mi esperadísima reconciliación con el cine, al que abandoné miserablemente hace meses por culpa de la cosa impresa). Pero también la descarté. Es verdad que la novela de Laura Fernández bebe en gran medida de las mismas fuentes que regaban aquellas películas; que aquellos enredos tienen aquí su eco y que los guiones de entonces bien pudieran servir de apoyo a la hora de llevar esta novela al cine (dios no lo quiera). Todo esto es verdad. De hecho es lo primero que pensé mientras lo leía. Antes de eso –olvidé decirles- se me ocurrieron otras setenta frases introductorias, a cual más ridícula, que me niego a reproducir. Finalmente, ante la falta de ideas, he optado por el realismo descarnado, que se me da fatal, ya lo sé, pero que es ideal para salir del paso. Me jode por lo de las fotos, que no tengo, pero esto es lo que hay. 

La parte mala de todo esto es que yo sin introducción no soy capaz de escribir nada con sentido y temo que con tanta narración desestructurada me tomen por nocillero y me pongan a parir, que la gente es muy mala. Por eso lo que voy a hacer, con su permiso, es tiempo. Y lo voy a hacer incluyendo un resumen de la novela para que no se me note la falta absoluta de imaginación de esta mañana. 

SINOPSIS 

Wendolin Kramer es Laura Fernández. Lo digo por si quieren ponerle cara. A Wendolin Kramer le pasa que tiene una familia rara [de cojones] y eso la trae loca de la cabeza. Su madre está como un cencerro y su padre hace lo que puede con el material de que dispone, que es casi nada. Wendolin, que además de superhéroe quiere ser detective, pone un anuncio… 
(Abro paréntesis para contarles un secreto: había señalado con un lápiz de ikea unos cuatro o cinco párrafos y/o momentos de la novela con la intención de citarlos durante esta reseña. Ya saben, el tipo de actividad que se lleva a cabo para demostrar que se ha estado atento durante la lectura. El caso es que olvidé fotocopiarlos y hace un rato que devolví el libro a la biblioteca. Ahora voy a tener que trabajar de memoria. Esto lo digo por aquellos que hayan leído el libro y vean que digo cosas que poco o nada tienen que ver con la realidad.) 
…decía que pone un anuncio y tiene la suerte de que llamen para un caso. Ahora ustedes se tienen que imaginar a un ser humano bondadoso en grado sumo haciendo cosas que no le corresponden, como perseguir delincuentes y tal. (Esto no es del todo así ya que en realidad ni ella ni nosotros sabemos si el perseguido es bueno o malo o si los verdaderos delincuentes son aquellos que - como en la vida misma- no lo parecen. Si he mentido ha sido únicamente porque yo soy mucho de mentir en insignificancias. Créanme:  nunca lo haría en cosas realmente importantes. Antes, la muerte (o inmediato anterior)). Bueno, no sé por dónde iba. Ah, sí!, el caso es todo se enreda porque los maridos y las mujeres, los hijos y las hijas y las vecinas y las editoras y sus ex amantes conforman el mismo microcosmos y la mariposa que agita las alas en el jardín de unos desencadena terremotos en la barriada vecina. 

FIN (DE LA SINOPSIS)

Ya sabía yo que hacer tiempo sería beneficioso. Me acabo de acordar de una cosa muy importante, importantísima, que quería decir a modo de elogio de esta novela. Tiene que ver con Brautigan. ¿A que ya tengo su atención? Bien, trataré de ser breve. Hace mucho, mucho tiempo, descubrí el blog de Laura. (Hay una entrada en algún sitio que no les voy a indicar y de la que no me siento especialmente orgulloso que trata este asunto con detalle) Pues bien, gracias a ese blog descubrí que Brautigan era uno de los escritores favoritos de Laura Fernández y un buen día le pedí que, como experta, me recomendase algún libro suyo (de él, quiero decir). Me dijo que probase con “Un detective en Babilonia”. Y probé, claro. Fue justo el mes pasado, seguro que se acuerdan. Bueno, sin entrar en muchos detalles les diré que me gustó bastante. Me reí –sobre todo eso- y pasé un rato muy entretenido y la mar de agradable. (Esto, en los tiempos que corren, es más difícil de lo que parece.) Brautigan, sin escribir una obra maestra, construye una novela que se mueve con gracia ejemplar entre el género negro y la comedia de situación. Brautigan tenía 42 años cuando la escribió. Era su octava novela. Laura Fernández, pupila ejemplar, ha logrado construir, con Wendolin Kramer, una ficción divertida y moderna que sabido mover, como pez en el agua (me van a perdonar el tópico), entre el género negro y la comedia de enredo. Laura Fernández tiene treinta años cuando hace esto con su segunda novela. Porque ya sabemos todos que las comparaciones son odiosas lo vamos a dejar aquí.

Me conozco como si me hubiese parido y sé que tiendo a excederme en los elogios cuando una novela me ha gustado tanto como esta. Por eso y porque soy un profesional como la copa de un pino voy a guardar unos minutos de silencio que dedicaré a tomarme una cerveza y a reflexionar seriamente en torno a lo que he dicho y su relación con la verdad. 

CERTIFICADO DE CALIDAD 

Por la presente, yo, La Medicina de Tongoy, expido el correspondiente certificado de calidad a la novela de Laura Fernandez, Wendolin Kramer (certificado que no se hará extensivo a su obra anterior), declarándola “lectura grata” en las categorías de Entretenimiento, Intriga de Humor y Comedia Ligera. Así mismo se le concede la presunción de calidad en lo que respecta a sus futuras novelas. Y para que conste a los efectos oportunos firmo la presente tal día como hoy, treinta y uno de mayo de dos mil once.



miércoles, 1 de junio de 2011

Calendario de Lecturas: JUNIO 2011


Voy a empezar contándoles un secreto: el 99% de los libros que leo no son míos. Tampoco los robo, no se vayan a creer (no todos, al menos). Lo que hago es lo que hace casi todo el que quiere leer sin gastarse los millones (o simplemente no quiere arriesgar: los libros no siempre son una inversión): pedirlos a la bibioteca. No digo esto para hacerles saber que a mí las editoriales no me regalan libros, motivo por el cual no les debo el favor de ser, cuando menos, amable si la cosa flojea o directamente mudo cuando no me gusta. No; eso lo diré cuando me apetezca -que ya les adelanto que no me va a apetecer- contarles porqué hablo lo mismo de los libros buenos que de los libros malos. Esto (lo de la biblioteca) lo digo porque las lecturas del mes entrante están seriamente condicionadas por algunas (entre bastantes y demasiadas) peticiones que hice y que sigo pendiente de recibir. El problema es que algunos llevan ya dos meses en situación de “aceptado” pero “no recibido” y lo mismo es que como es que no. Esta es la lista: 

El frente ruso” de Jean-Claude Lalumiere, “Teatro” de Don Delillo, “Nosotros, los Caserta” de Aurora Venturini, “Stradivarius Rex” de Roman Piña, "Las tres balas de Boris Bardín" de Milo J. Krmpotic, “La guerra de la doble muerte” de Alejandro Castroguer, “Knockemstiff” de Donald Ray Pollock, “Chump Change” de Dan Fante, “Umbria” de Antonio Calzado, “El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia” de Patricio Pron, “Acceso no autorizado” de Belén Gopegui, “El lago” de E.L. Doctorow, “Sin límites” de Alan Glynn y el comic “The Beats: Kerouac, Ginsberg y Burroghs” de Harvey Pekar y Ed Piskor

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Obviando lo anterior confecciono una lista provisional. De lo publicado este mismo año quiero/debería leer “Un sueño fugaz” de Iván Thays; “Teleshakespeare” de Jordi Carrión que ya hubiese leído si no fuese porque desapareció misteriosamente de la estantería de la biblioteca y se haya ahora mismo en paredero desconocido; "Comer animales" de Jonathan Safran Foer, para comprobar en mis propias carnes si es verdad eso que dicen de que quita el apetito; “Intervenciones” de Michel Houellebecq, ahora que nos hemos reconciliadoEl refugio de la memoria” de Tony Judt; “Política del rebelde” de Michel Onfray y "La herida de Spinoza" de Vicente Serrano, último premio Anagrama de Ensayo.

No me atrevo a aventurar mucho más porque ni siquiera lo anterior está garantizado. Sí es verdad que debería leer (entre otras cosas porque lo tengo sobre la mesa) el último libro de Vicenç Pagès Jordà, "Los jugadores de Whist", que me da mucha pereza porque es un poco tocho. También había pensado hacerle un homenaje a lo beat leyendo "En la carretera" de Jack Keroua y el ensayo "Kerouac en la carretera (Sobre el rollo mecanogriado original y la generación beat" de Howard Cunnell (y otros) que se completaría con el recientemente leído "¿Qué fue lo hipster?".

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[Existía un proyecto, ultrasecreto, de enfrentarme a la "Etica" de Spinoza -y a Spinoza mismo a través de Vicente Serrano o de alguna pequeña biografía que me sirviese para introducirme en su mundo particular- y de conocer a Bertrand Russell de primera mano, a través de sus memorias (Autobiografía), pero al final no sé en qué quedará el asunto porque todo esto me parece a mi demasiado querer para un mes que en teoría me lo iba a tomar de descanso.]


[En el momento de publicar esto me encuentro inmerso en la lectura de dos libros. A saber: “Nosotros, los Caserta” de Aurora Venturini, que me está pareciendo casi tan bueno como "Las primas" y "La herida de Spinozade Vicente Serrano, del que apenas he leído hasta el momento 30 páginas y sobre el que no tengo nada que decir todavía.]