miércoles, 30 de abril de 2014

Resumen de lecturas ABRIL 2014

Por alguna extraña razón este blog y quienes lo habitan (a saber, yo y mis circunstancias) hemos entrado en una inexplicable dinámica re-lectora salvaje. Iba a “pedir disculpas” si durante un tiempo indeterminable este blog se parecía más a una máquina del tiempo averiada que al escaparate de novedades que acostumbra(ba) ser pero ya se me ha pasado la tontería. Tal vez no completamente, pero sí en gran parte.

Y ahora vayamos al grano, que el mes ha tenido mucha miga; que hacía tiempo que no aprovechaba tan mal bien el tiempo.


"La mirada del observador" de Marc Behm

Novelita negra. Está reseñada aquí. Sin lugar a dudas, uno de los “descubrimientos” del año. Dejen que me autocite y así me ahorro un trabajo: «Novela ideal para aquellos amantes de la novela negra que disfrutan con los tópicos habituales del género (a saber: mujer(es) fatal(es), detectives de están de vuelta, cadáveres, pistolones, desiertos, bosques petrificados, más cadáveres, continuos viajes por carreteras secundarias, hoteles de tercera, de segunda, de primera, casinos, atracos a mano armada, amores imposibles y un largo etcétera) pero sobre todo para aquellos que todavía creen que de lo mil veces visto puede salir algo bueno, original y divertido, lo bastante para llevar la intriga un poquito más allá, un poquito a campo abierto. Algo como esto, para que nos entendamos. Disfrutable en grado sumo. Altamente recomendable».



"Esta noche arderá el cielo" de Emilio Bueso

«La novela es como de terror. O como de acción. Como de acción de terror, digamos, pero sin tener ni mucha acción ni dar puto miedo». Mayormente. Las novelas de Emilio Bueso y Nothomb (sin querer establecer odiosas comparaciones) pusieron la nota discordante en un mes de lecturas absolutamente geniales (la expresión incluye exageración), aportando su granito de arena a la lectura palomitera o, en el caso de la francesa, directamente infumable. Reseña.



"Matar a un ruiseñor" de Harper Lee

Oh. Oh. “Matar a un ruiseñor” parece más una experiencia que una novela. No sé qué decir ni cómo resumir lo que ya he dicho por AQUÍ, de modo que no añadiré nada más. Novelón imprescindible. Si no me quieren hacer caso no me lo hagan, pero si me lo hacen no es necesario que luego vengan a darme las gracias. "Pero al margen de afinidades espirituales o la simpatía que uno pueda tener por determinadas historias, hay un ejercicio de estilo absolutamente genial, hay un libro cómplice, que se deja querer, que es todo empezar y no saber dejarlo."



"El cadillac de Big Booper" de Jim Dodge 

«es una suerte de homenaje road movie rollo beat pero a ritmo de Rock n’ Roll. Divertida y alocada “El cadillac de Big Bopper” recoge personajes decadentes e infelices, pobres como ratas y dibuja con ellos lo parece el fin de una época, esa en la que ir directo a la locura estaba considerado un valor en alza, en la que la idea romántica de ganarse un tiro por nada era mirado con la ternura de ver nacer un corderito». O lo que es lo mismo: una forma tan buena como cualquier otra de pasarlo de fábula. Reseña AQUÍ.


"Santuario" de William Faulkner

No quiero ponerme demasiado pesado. La reseña inmediatamente anterior es precisamente esta. Bajen la vista y la verán. Una más que interesante novela, en mi opinión. Hiperviolentamente interesante, negra chamizo. Reseña. "Si para algo me ha servido Santuario, además de para pasarlo bien (entendiendo pasarlo bien como ver sufrir a los demás) es para comprender que ya es hora de volver a Faulkner, que siempre es buen momento para darse un homenaje. Faulkner como refugio."




"Doctor Glas" de Hjalmar Söderberg

«Estupenda novela, salpicada de reflexiones en torno a la vida, la muerte, la moral y otras cosas del matar. […] Muy recomendable, especialmente a todos aquellos que planeen cometer un crimen». Este es un fragmento de una reseña de momento inédita. No hay que ser un lince para caer en que me ha gustado. Con todo, más que una crítica me ha salido una puntualización, pero me niego a adelantar reflexiones igual que me niego a eternizar este post. Pronto en sus pantallas.



"El coleccionista" de John Fowles

Tengo por ahí una reseña a medio escribir que habla de Heráclito, Shakespeare y no sé cuánta gente más. Es un desbarre con todas las de la ley que está esperando la necesaria poda antes de su publicación, que supongo tendrá lugar en breve. De momento les adelanto que me ha gustado. La novela, digo. Que me ha gustado mucho. Que no me parece perfecta, ni redonda, pero sí interesante, más que interesante, y desde luego un reclamo perfecto para conocer/engancharse al escritor. "Lo de “El coleccionista” tiene tela. En el momento de su publicación ya dio problemas. Fowles, en el prólogo del peculiar Áristos (un libro pseudofilosófico que recoge las claves de su pensamiento) dice lo siguiente: «Al emplear el mismo método que Nelson para no ver siquiera las señales que no deseaba ver en el horizonte, algunos críticos han encontrado en este libro y en mis dos novelas, El coleccionista y El mago, pruebas de que soy un criptofascista».



"Crónica de una muerte anunciada" de Gabriel García Márquez

Poco que decir. Dudo que quede un solo ser humano sobre la tierra que no haya leído esta novela. La reciente muerte de García Márquez invitaba a recuperar la obra del escritor. Esta fue la primera a la que eché el ojo. La leí por primera vez allá por mil novecientos ochenta y algo. Es imperdonable que haya tardado más de veinte años en releerla, pero afortunadamente el único perjudicado he sido yo. Sensacional y ejemplar crónica. 
Me van a perdonar que me ahorre la crítica.



"El mago" de John Fowles

Segunda novela de John Fowles (que escribe y que leo). Estupenda, estupendísima novela no exenta de polémica que es a la vez una suerte de homenaje y actualización de “La tempestad” de Shakespeare. Hablaremos de ella, sí o sí. Pero, de momento, callemos.

"La tempestad" de William Shakespeare

Tras leer El Coleccionista y El mago (Fowles) era casi una obligación repescar a Shakespeare. En su momento, hace eones, esta obra no me dijo gran cosa. Hoy sí. Es lo que le debo a Fowles.



"Barba azul" de Amelie Nothomb

Esta novela es infumable. Nothomb versiona el famoso cuento de Perrault de la peor de las maneras posible (y créanme si les digo que se me ocurren muchas otras formas horribles de versionarla). La trayectoria descendente de Nothomp es hipnótica. La reseña, en un par de días: "Bueno, pues con esto Nothomb hace una novela dialogada de una chica que se va de lista y en realidad es más tonta que el ajo y un señor que parece un tertuliano de El gato al agua, feo con avaricia y con pasta suficiente para hacerle el pis Coca-cola a cualquier mujer. Él quiere enamorarla  pero ella no se deja. Al final, no se sabe cómo, Saturnine se enamora. Es un amor que nace así, zas, de la nada, espontáneamente. Para qué va Nothomb a molestarse en hacerlo creíble, desarrollar un personaje, un escenario, hacer atractiva una historia más allá de la intriga de saber si ella entrará o no entrará en la puta habitación, si morirá y cómo o si al final saldrá del hogar fatal triunfante y victoriosa cual Superlópez orgasmado."



"La joven ahogada" de Caitlín R. Kiernan

La joven ahogada (la reseña, de momento y viendo el retraso que llevo, no existe ni como proyecto) trata sobre la locura, los cuentos de hadas, de lobos o de sirenas. No es una lectura fácil desde el momento que la narradora abusa (abusa, sí) de las digresiones y que está fatal de lo suyo pero en general ha sido una lectura agradable. He tardado veinte días en leerla (por razones que no vienen al caso y no tienen nada que ver con la calidad de la obra) por lo que supongo que tendré que releer algunas partes si quiero escribir una reseña que no falte demasiado a la verdad.



* * * * * * * * *


Y el que mes que viene…

Actualmente me encuentro leyendo “La cámara sangrienta” de Angela Carter y “Alabanza” de Alberto Olmos. 

Soy un hombre que se ha quedado sin palabras.

No, que va.

Para el resto del mes no he concretado nada. Planeaba echarle un ojo a “El hijo de la bestia” de Graham Masterton y a “Noctuario” de Thomas Lugotti, pero al tratarse de relatos imagino que me llevarán lo suyo. También me apetecía volver a Faulkner (“Luz de agosto”, por ejemplo), a Salinger (“Franny y Zooey” es lo único que me queda por leer del escritor) y a Emily Bronte (“Cumbres borrascosas”).

Nevsky Prospects ha reeditado, con una nueva traducción, “El maestro y Margarita” de Bulgakov. No sé si llegará a tiempo para este mes, pero caerá, eso seguro. 

Más:

Una casa de tierra” de Woody Guthrie que junto con “Washington Square” de Henry James y “La hija del optimista” de Euroda Welty tendrían que haber sido ya finiquitados.

Y por último, un par de novedades en algún caso ya no muy novedosas y que podrían perfectamente hacerse un hueco en el calendario: “Autopsia” de Miguel Serrano Larraz, “El testamento de María” de Colm Toibin y “El cielo de Lima” de Juan Gómez Bárcena.

Hablamos o, casi mejor, leemos.



domingo, 27 de abril de 2014

“Santuario” de William Faulkner

El reto: a ver si durante cinco minutitos de nada nos podemos olvidar de que Faulkner era Faulkner y pensamos en Faulkner como un señor que también tenía que comer.

Esto lo digo por algo, claro: se dice se cuenta se rumorea (se hace mucho más que eso, en realidad) que Faulkner quería rentabilizar de alguna manera sus dones, motivo por el cual hizo una novela a medida de sus necesidades y le salió una cosa la mar de entretenida pero de calidad desigual. Desigual en relación con “El ruido y la furia”, se entiende. Esto lo hace Banville y todo son chistes y portadas en las revistas pero a Faulkner parece que todavía no se le ha perdonado y eso que ya lleva cadáver un tiempecito.

Muy mal.

El caso: la novela trata de la mala suerte. La mala suerte de acabar en el peor lugar posible en manos del peor ser humano imaginable o casi.

En la casa de un contrabandista de whisky moran un delincuente y su amigo así como los dueños de la casa. También un niño que da más pena que ET tirado en el río y un negrito medio lelo que hace de bueno. A la casa llega una pareja: ella es una alocada universitaria que, como en el cuento, gusta de salir cada noche a bailar hasta destrozar los zapatos mientras que él, borrachuzas irredento, no puede creer que la suerte que ha tendido por haber caído en Villaviciosa de Sur.

A ella la violan con una mazorca de maíz. A él no. 

Ya sé que está feo entrar en mucho detalle, que a nadie le gusta que le destripen la historia, pero también creo que así, sabiendo esto, podemos entendernos mejor que si estamos con jueguecitos tontos de te digo pero no te digo, te cuento pero no te cuento.

Faulkner quería una historia dura, truculenta, hiperviolenta. Ya entonces una violación era un temazo, pero lo de la mazorca debió ser de traca. No hace falta ser un lince para saber que nada le pone más a la masa que un buen río de sangre. Y eso, así de entrada, a vista de pájaro, es lo que es o parece esta novela: pan y circo. Con todo, ya quisieran muchos.

Porque aunque sí es verdad que la historia no es nada del otro mundo, Faulkner se las arregla bastante bien para darle a todo aquello un toque personal, evitando caer en las novelitas cutres de rudos detectives con amigos y un corazón de oro que buscan infatigablemente la resolución del caso en cuestión. Así es que la narración salta del pasado al presente y de este al futuro o a dónde sea que haya algo que contar que merezca ser leído y lo hace sin avisar. Leer sin red. Y aún así, no hay modo de perderse. Tal vez al principio, donde un grupo de gente que no conocemos de nada entra y sale de una vieja casa que parece oculta en el bosque del diablo, que ni en Wrong Turn eran más feos los malos

Decía más arriba que la novela trata sobre la mala suerte. No es cierto. Trata sobre el mal que es esa cosa que no importa dónde se plante brota siempre, como esos árboles que nacen en las paredes de las canteras.

Pues aquí, en Santuario, hay mal para aburrir. Bosques enteros.

Y amargura, de eso también hay, y sed de venganza y enfermos, ciegos, moribundos, miseria más que pobreza, casas de putas. Niños que viven en cajones. Y un tipo vestido que negro que es el mismo demonio. Quitando el abogado (que ya es raro) todos son una panda de impresentables en diferentes estadios de encabronamiento. Si acaso la víctima que como tal tiene disculpa, el resto merece muerte por lapidación. Debe haber por ahí una regla no escrita según la cual la calidad de una novela es directamente proporcional al grado de maldad de sus personajes. 

Si para algo me ha servido Santuario, además de para pasarlo bien (entendiendo pasarlo bien como ver sufrir a los demás) es para comprender que ya es hora de volver a Faulkner, que siempre es buen momento para darse un homenaje. Faulkner como refugio.



jueves, 24 de abril de 2014

“La benévola” de Laird Hunt

Dice, la contra: “La benévola es una novela histórica porque está ambientada en otra época”. Y bueno, en fin… Una advertencia para los amantes de las novelas históricas: eso no es exactamente así. A ver, sí, hay un contexto histórico que invita a cierto entusiasmo pero las cosas como son: esta es una novela sobre la venganza ambientada en la América de la esclavitud que tiene de histórico lo justo y necesario y poco más. Personalmente lo prefiero a cualquier clase magistral sobre lo que era ser esclavo o esclavista o consorte de tal.

Conviene aclarar que leí esta novela hace por lo menos cuatro meses; que hablo, por lo tanto, de memoria; que es una memoria frágil, que he olvidado mucho pero recuerdo bastante. Que esto ha de contar como cumplido.

La cosa va de una niñata en edad de rebelarse y hacer el tonto que un día conoce a un listo del que cree enamorarse perdidamente sólo porque asegura tener una mansión y terreno para aburrir en mismísimo Kentucky, ese campo de sueños que puede alejarla rápidamente de sus padres, esos señores que coartan su libertad. De la misa la media. Ni tanta mansión (si acaso choza) ni tanto terreno (si acaso terruño) ni tanta ambición (si acaso cuento). Lo que si tiene es mano de obra barata y una hermosa fusta y la horrible costumbre de meter a las lindas negritas en cintura a base de bien. Ellas son dos y se amigan con la joven, insegura, descreída y tirando a infantil ama y aquí es donde, más o menos, tiene lugar la historia. Espera uno gestos heroicos o huídas a campo abierto o la demostración de que la amistad todo lo puede y lo que se encuentra, en cambio, es algo bastante diferente, algo que tiene más que ver con el hijoputismo contagioso o con compensar los errores propios con el dolor ajeno. 

No voy a entrar mucho en detalle, ya he dicho que esto tiene que ver con la venganza. Saquen ustedes sus propias conclusiones o directamente léanse la novela. Personalmente tengo que reconocer que ha sido una agradable sorpresa no tanto por el estilo —un ejemplo del cual pueden ustedes leer a continuación (pido disculpas por haberlo robado de no sé qué blog, pero es que no sé dónde diantres he metido el libro)— como por la historia, que, sin alardes ni efectismos, logra aprovechar el tan histórico tema de la esclavitud para hablar de una violencia no diremos inherente al ser humano pero sí como recurso liberador.

Interesante.
«Una vez en mis primerísimos días un niño se perdió y cayó en un estanque, y cuando lo encontraron, no era más que una chaqueta azul y unos pantalones rojos flotando bajo un palmo de hielo boca abajo. Mi padre salió con su hacha para ayudar a sacarlo. Todos los hombres, provistos de hachas, formaron una especie de reloj en el hielo y por turnos descargaron golpes de hacha. Las hachas descargaban un golpe tras otro en torno al reloj, y los trozos de hielo saltaban hacia los lados y volaban por el aire, reflejando el sol que iluminaba el cráter que estaban creando. Yo tenía cinco años. El niño había sido mi compañero de juegos. Parecía que estuvieran sacándolo del ojo de una joya. Cuando ya lo tenían fuera y lo envolvían en la orilla, me acerqué a la joya que crujía en torno al agua negra y me arrojé dentro. Fue mi padre quien me sacó. Después de llevarme a casa y secarme y abrazarme, me dio una azotaina hasta que vi las mismas estrellas que había visto alrededor de esa joya en el estanque, y luego me azotó un poco más porque cuando me preguntó si ya había tenido suficiente, sonreí.» (p. 128)

domingo, 20 de abril de 2014

“Un hombre al margen” de Alexandre Postel

Alexandre Postel tiene 31 años, es francés y en 2013 le dieron (le dieron o lo ganó, vaya) el premio Goncourt. El Goncourt a la primera novela para ser exactos, que tampoco es como ganar el de verdad. Seguro que todo esto tiene mucho mérito pero aquí servidor lo leyó porque el tema le parecía interesante. 

La novela cuenta la historia de un profesor de filosofía de mediana edad, viudo, tímido, buena gente, un filusmillas, un mindundi, al que un buen día acusan de bajarse fotos guarras de niños. El tipo se jura y perjura inocente pero la policía tiene pruebas (rastros en su ordenador) que no dejan lugar a dudas. En el juicio se declara, por consejo de su abogado, culpable (esto es difícil de tragar, pero recuerden en su condición de mierdecilla verse superado por los hechos es determinante a la hora de seguir los consejos de un mal abogado): la idea es salir en dos años y no en cinco, que es lo que ocurriría si se negase a “colaborar” con la justicia. 

“Un hombre al margen” no es muy sutil a la hora de dejar claro el tema que va a tratar y no me refiero a la pederastia y sus efectos devastadores en la infancia, etcétera, etcétera, o en cómo una situación como esta puede destrozar la vida de un hombre, que también, claro, qué remedio, sino en la culpa, esa ramera. La novela se sostiene mucho en las reacciones de las personas más o menos afectadas: estudiantes, amigos, vecinos, familia. Ya saben: me acarició la cabeza, me invitó a su casa y nos quitamos los zapatos, me miró las tetas, qué haces con una foto de tu sobrina en bañador hijo de puta. Y tal. La segunda parte es ya el hombre destrozado y encerrado y nunca más reinsertado. Mismo personaje, mismo problema y la situación radicalmente diferente, pero la culpa… ah, la culpa. Y la presunción de culpabilidad, esa ni te cuento.

Y he aquí el quid de la cuestión: cuando la sociedad, desde su miopía habitual, ha decidido que eres culpable, todo lo que hagas o digas o cómo mires la televisión o cómo te sientes en el autobús o cómo te la cojas para mear, todo, absolutamente todo, será una prueba irrefutable (una prueba irrefutable más) de culpabilidad. 

La culpa es una mancha que no se quita.

La novela, que se lee en una patada, tiene de interesante, a falta de dobles lecturas, lo que tiene de interesante el tema tratado, y de provocador lo mínimo imprescindible (es decir, nada). Postel parece un tipo correcto que ha querido hablar sobre la pederastia y gracias a lo cual le han dado un premio por el que nos alegramos igualmente, pero se hubiese agradecido una crítica más feroz toda vez que a los pederastas no queremos disculparlos y a los inocentes no podemos hacer otra cosa que compadecerlos.




lunes, 14 de abril de 2014

“El cadillac de Big Bopper” de Jim Dodge

“El cadillac de Big Booper” es una curiosa novela que podríamos enmarcar —por aquello de hacer con ella lo que hacemos con todas— dentro del género de las novelas a las que hay que querer como son

No es mal género. Para sí lo quisieran muchos.

El caso:

Esto va del típico tirado que tiene un accidente de coche y llama a la grúa, con tan buena suerte que el conductor que lo viene a recoger es como una versión edulcorada del Michael Landon de Autopista hacia el cielo. Que ya es difícil. El caso es que aprovechando la intimidad que proporciona la cabina del camión, el tipo le cuenta la historia de su vida o parte de ella, al menos.

“El cadillac de Big Bopper” es, por tanto, la historia del conductor, no del parado de larga duración. He ahí el primer sorprendente giro. Ja. 

La parte carnosa empieza cuando el pollo, que es un poco delincuente y brazo ejecutor de un estafador de seguros, acepta el encargo de escojonciar un cadillac que una virgen de noventa años quiso regalar a Big Bopper (a la sazón cantante de un éxito fugaz) por culpa de un orgasmo que tuvo una tarde escuchando la radio. El auto en cuestión quedó sin entregar porque Bopper se dio una hostia tal que tiene hasta entrada en la wikipedia.

El entonces futuro gruista, que es más romántico que ver Pretty Woman el día de los enamorados, decide rendir un homenaje al amor y la música prendiéndole fuego al coche sobre la tumba del cantautor, para lo cual desatiende órdenes directas del matón de barrio, un hijo de puta al que lo mismo le da romperle los dientes de una mano que los dedos de la boca.

Y ya toda la novela es él recorriendo América, escuchando vinilos de 45 en un Hi-Fi portátil y recogiendo autoestopistas tan majaras que si no fuese porque se dan nombres de ciudades y gasolineras creeríamos que el tipo se pasa la novela dando vueltas a un psiquiátrico con un cochecito de los playmobil. Y luego está lo de las drogas. No se ven tantas pastillas ni trabajando en la Bayer. Es un no dejar de meterse desde el minuto cero, con puntuales paradas para mear y comprar chuches. 

Total, que muy bien.

La pregunta: ¿qué hay de ese parecido razonable con “En la carretera” de Kerouac? Bueno, pues a excepción de los coches, nada, y eso que aparecen por ahí un par de nombres y que el mismo protagonista saca a colación el tema pero sólo lo hace para burlarse de los gafapastas esos y poner en evidencia de consustancial estupidez de algunos fans. Para que nos entendamos: en “El cadillac de Big Bopper” hay, desde los títulos de crédito, una intención clara que no tiene tanto que ver con vivir como si no hubiera un mañana como la idea romántica del poder vivificante de la música y el amor y todas esas cosas que hicieron grandes los musicales de la Metro, ideales incluidos.

Quitando el último tramo, que cae en el delirio durante demasiado tiempo, el resto es una suerte de homenaje road movie rollo beat pero a ritmo de Rock n’ Roll. Divertida y alocada “El cadillac de Big Bopper” recoge personajes decadentes e infelices, pobres como ratas y dibuja con ellos lo parece el fin de una época, esa en la que ir directo a la locura estaba considerado un valor en alza, en la que la idea romántica de ganarse un tiro por nada era mirado con la ternura de ver nacer un corderito.

Ahora viene la parte en la que todo el mundo me dirá que debo leer Stone Junction. Ya les adelanto la respuesta: que sí, que sí… cualquier día de estos.



jueves, 10 de abril de 2014

“Matar a un ruiseñor” de Harper Lee

O venir a descubrir la pólvora.

Se pregunta uno qué sentido tiene, a estas alturas de la película (valga la redundancia) recomendar o simplemente comentar clásicos reconocidos como este. Si vale realmente la pena perder el tiempo en la obviedad de quitarse el sombrero.

Pero sí, claro.

Por ser de sobra conocido no deberíamos perder el tiempo con el argumento, pero aquí tenemos nuestras manías a la hora de escribir reseñas. La acción tiene lugar en el sur de Estados Unidos durante la época de la depresión (treinta, treinta y pico). Ya saben: polvo, hambre, racismo, clasismos, nuestro señor Jesucristo. La narradora es Scout, una niña de unos seis años de edad, que tiene una visión ácida, divertida y extremadamente inteligente de lo que sucede a su alrededor. (Seguramente demasiado ácida, divertida e inteligente para una niña de su edad, pero he ahí el truco del almendruco y, supongo, parte de la razón del éxito de la novela: esa mezcla de memorias que se escriben desde la madurez adoptando el punto de vista infantil; ese ir de narrador inocente pero no hacer el menor esfuerzo por disimular.)

«Para Maycomb […] era típico de un negro huir de pronto, corriendo. Típico de la mentalidad de un negro no tener plan, no haber formado un proyecto para el futuro, sin correr ciegamente a la primera oportunidad que se le ofrecía.»

Y qué sucede a su alrededor. Pues a su alrededor sucede, básicamente, la vida y puesto que aquí no tenemos tiempo para contarla toda, vamos a simplificar y a hablar de una novela que tiene el fin de la infancia como tema principal y, de fondo, uno de corte racial. ¿O era al revés, el racismo como tema y la infancia a modo de acompañamiento? 

«—¿Cómo han podido hacerlo; cómo han podido? —No lo sé, pero lo han hecho. Lo hicieron en otras ocasiones anteriores, lo han hecho esta noche y lo harán de nuevo, y cuando lo hacen... parece que sólo lloran los niños.»

Cualquier persona con dos dedos de frente ha leído esta maravilla de novela. Cualquiera con uno, ha visto la película. Yo, ahora, soy de los primeros. Ahora. No tengo otra excusa que la peor, ya saben: si he visto la película para qué voy a leer el libro. Ese tipo de estupidez. Hay otros libros sometidos al mismo castigo o similar. No es un mal año para ponerle remedio.

Confesiones a un lado y volviendo a la reseña, hablábamos (y si no lo hacíamos lo hacemos ahora) de racismo, que es un tema siempre de rabiosa actualidad. Otros temas de rabiosa actualidad que también están en la novela: la infancia, ya lo dijimos, magníficamente representada en una primera parte cargada de elementos nostálgicos, con su imaginación, sus miedos, sus hazañas, sus cosas del día a día, esa guerra que es el patio del colegio, ese micromundo plagado de cataclismos. Más cosas: apariencias de clase; integridad. Personajes con valores enfrentados a otros absolutamente amorales, la cultura frente a la ignorancia (de hecho los protagonistas, personajes honestos y tolerantes, son lectores apasionados, diríase voraces).

Pero al margen de afinidades espirituales o la simpatía que uno pueda tener por determinadas historias, hay un ejercicio de estilo absolutamente genial, hay un libro cómplice, que se deja querer, que es todo empezar y no saber dejarlo. Y hay, sobre todo, una cosa que no suele verse: un personaje evolucionando de un modo natural.

«La Mansión Radley habla dejado de aterrorizarme, pero no era menos lúgubre, menos helada debajo de los grandes robles, ni menos repelente.»

«Todos los niños de los Estados Unidos leen el libro y ven la película en sus primeros años de secundaria y escriben redacciones al respecto», dice Wikipedia que dice la viuda de Gregory Peck. Y será verdad, aunque eso no quita para que luego se criminalice igualmente la raza, que parece que no siempre germine la semilla de la tolerancia. Y, bueno, en fin, que sí, que mi voto por incluirlo como lectura obligatoria a los doce o trece o los que sea siempre que no sea demasiado tarde. Y ya luego lo que sea, que tampoco será plan de echarle la culpa del hijoputismo a una mala lectura de la novela de Harper o a que no te gusten las películas en blanco y negro.


Bromas aparte, una más que magnífica novela.



viernes, 4 de abril de 2014

“Esta noche arderá el cielo” de Emilio Bueso

Esto va de dos viejos amigos y amantes, un motorista llamado Mac y una motorista llamada Perla (como la amiga ballena de Bob Esponja) que un buen día, uno por el calentón y la otra por cambiar de aires, se echan a la carretera nada más que para hacer kilómetros. Eligen la Trans-Taiga, que es una carretera canadiense de casi 700 kilómetros que cruza un paraje desolado ideal para quemar goma sin temor a cruzarte con los de tráfico. 

Y bueno, por no fastidiar el intríngulis, un poco va de esto: dos despistados que pasaban por el peor sitio en el peor momento posible, que es un poco la base de literatura y el cine de tiros.

La novela es como de terror. O como de acción. Como de acción de terror, digamos, pero sin tener ni mucha acción ni dar puto miedo. Es un poco una mezcla de La isla del doctor Moreau, Donde viven los monstruos y, ya puestos, Easy Rider, pero esta última la incluyo sólo por citar algo de motos. Seguro que hay mejores ejemplos, pero ahora mismo no se me ocurre ninguno. 

“Esta noche arderá el cielo” tiene a favor el estilo de Emilio Bueso, que es muy de andar por casa y parece que más que leyendo te la esté contado él mismo en una terracita mientras os tomáis una cerveza. También la ligereza o esa pretensión de nada más que entretener y conseguirlo. Esto es un poco como ir al cine y tener que elegir entre “Nebraska” o “El capitán América”. Pues esta es la del Capitán América.

Venga una cita.

«Pero allí estaban, marido y mujer, plasta y pelma, fornicando como dos lavadoras con distintos programas. Pim pam pim pam. Zumba zumba. Naca ñaca. Nigu ñigu. Y todo eso.»

Jo, me parto.

Pero no, oye, bromas aparte (el párrafo está elegido con muy mala hostia) muy bien, en serio, ese desenfado. Y conste que lo digo como un cumplido. Como El Cumplido, casi, que ya carga un poco leer tanta literatura trascendental sobre escritores haciendo terapia. 

Después tiene algunas cosillas que, bueno, en fin.... El final, por ejemplo, que se ve venir desde Estocolmo; que tarde un poco en arrancar; que parezca un episodio de Alpha Flight; que tenga momentos de cierto aburrimiento (que estarán muy bien para dotar de contenido la historia de amor, pero aquí hemos venido a lo que hemos venido y mariconadas las justas); que se líe a contarnos secretos de familia pasada media novela nada más que para rellenar. Que no acabes nunca de sentir "cariño" por los personajes tampoco puede ser bueno (ni necesariamente malo); que ya no es que te dé igual lo que les pase, es que estás deseando que les den una paliza o que los viole un puerco espín o algo. 

No sé. Se echa de menos algo más de… ¿tensión? o lo que sea que justifique la compra de palomitas. Y no me refiero al “oh, pobres, cuántos sufren” sino a algo mucho más sencillo tipo “¡anda coño!”. Con sólo un andacoño (más) ya le hubiese calcado una estrellita más en Goodreads, que es donde realmente se mueve el bacalao. 

Lo que quiero decir con todo esto es que si les gustan las bebidas sin azúcar o son amigos de dejar una lucecita puesta por la noche, bien, pero si les va más el rollo de hacer explotar ranas con petardos, casi mejor se leen otra cosa. 

Si es que ya no hay moteros como los de antes. 

Y, con todo, el caso es que no lo he pasado del todo mal, que será lo que tiene de bueno: la sensación esa tan rara de haber encontrado más o menos lo que buscabas. O casi. 


martes, 1 de abril de 2014

“La mirada del observador” de Marc Behm

«Matarlo no era ningún problema. A las 11:45 se dirigieron a la estación Penn, y tomaron un tren de cercanías para Washington. Casi no habían subido otros pasajeros. Se bebieron una botella de Bourbon, y murió envenenado por arsénico en algún lugar después de Wilmintong.
El Ojo iba un vagón tras ellos, haciendo un crucigrama.»

Y así de estupenda hasta el final.

La novela es negra negrísima. Más negra no se puede. 

La cosa va de una mujer que se echa un novio. El novio tiene padres, padres preocupados que contratan una agencia de detectives para que le sigan el rastro, a ella y a él, no se vayan a perder con el dinero de los papis. El Ojo es el tipo elegido para ocuparse del caso. El Ojo es un gran nombre para este personaje.

Hasta aquí, todo normal. A partir de aquí, todo mortal.

La nena se casa con el nene y justito después lo mata. Arrampla con el capital, se pone una peluca, cambia de nombre y huye. El Ojo la observa, la encubre, la protege. La sigue, la persigue. La nena se casa con otro nene y justito después lo mata. Arrampla con el capital, se pone una peluca, cambia de nombre y huye. El Ojo la observa, la encubre, la protege. La sigue, la persigue.

No, no me he equivocado con el copypasteo.

La nena se casa con otro nene….

Y así.

Pues eso, que la nena (que está de muy buen ver o de otro modo se iba a casar con ella su padre) se gana la vida seduciendo y matando a partes iguales. Y tampoco es que le lleve mucho, ni lo uno ni lo otro, por lo que el catálogo de cadáveres que despliega en la novela es digno de un Terminator sin protocolo de misericordia. Lo digo por aquello de agitar las antenas de los amantes de las mujeres fatales. 

Solo hay una cosita con la que, de entrada, cuesta tragar: que el Ojo pueda ser testigo mudo de los ires, venires y devenires de la viuda fatal, saberlo todo todísimo y pasarse media vida a dos palmos sin levantar grandes sospechas. El caso es que creía yo que había que tragar pulpo como animal de compañía y aún así recomendar el divertimento pero me alegra poder decir que la cosa se arregló más que satisfactoriamente por razones que conviene callar y que tienen más que ver con una segunda lectura que se puede (debe) hacer de la novela, que la tiene.

Para los que sean sólo de leer párrafos finales (¡pillado!) les dejo un resumencito, no se la vayan a perder:

Novela ideal para aquellos amantes de la novela negra que disfrutan con los tópicos habituales del género (a saber: mujer(es) fatal(es), detectives de están de vuelta, cadáveres, pistolones, desiertos, bosques petrificados, más cadáveres, continuos viajes por carreteras secundarias, hoteles de tercera, de segunda, de primera, casinos, atracos a mano armada, amores imposibles y un largo etcétera) pero sobre todo para aquellos que todavía creen que de lo mil veces visto puede salir algo bueno, original y divertido, lo bastante para llevar la intriga un poquito más allá, un poquito a campo abierto. Algo como esto, para que nos entendamos.

Disfrutable en grado sumo. Altamente recomendable.