martes, 29 de noviembre de 2011

Resumen de Lecturas: Noviembre 2011


El resumen de este mes de noviembre será especialmente breve. La razón es sencilla: tengo un montón de entradas empezadas y no estoy mucho por la labor de hablar veinte veces de lo mismo. Si tienen paciencia las irán leyendo a lo largo de mes entrante. Antes de empezar quiero decirles que este ha sido, (casi) con total seguridad, el mejor mes del año en lo que a calidad de lecturas se refiere. Sospecho que tiene mucho que ver con que ha sido el mes en que más se ha notado la ausencia de novedades y que yo he ido leyendo lo que me salía de los reales alcázares y no lo que marcaba el calendario que me impongo. Quiero decir que he pasado un poco bastante de la mierda habitual. Me he regalado un mes. Y no será el único. Quizá el que entra no,... bueno sí, el que entra también, qué coño. Pero al grano.

"Sobre el teatro: artículos y cartas" de Antón Chéjov fue la primera lectura del mes. Sobre ella hay ya una reseña escrita y publicada y poco más tengo que añadir (enlace). Quizá una insignificancia: cuando un libro condiciona, como condicionó este, el calendario de lecturas del mes; cuando una lectura reconfigura el resto, ha de ser por algo, ha de ser bueno, endiabladamente bueno. Después de leer este magnífico libro que no me cansaré de recomendar yo sólo quería leer teatro y más teatro y morir de teatro. Y en cierto modo así fue.  

Pero antes debía cumplir algunos compromisos. La biblioteca me avisó de que tenía por recoger un par de libros. “Los incógnitos" de Carlos Ardohain era uno de ellos, "Astillas" de Celso Castro, el otro. Del primero no hice entrada aunque sí la empecé. El caso es que me fui quedando sin ganas a medida que la escribía y a pesar de ser una novela notable, en el sentido de correcta y disfrutable, no pudo ser. Cuando está de no, está de no. Quizá otro día, ya veremos. Quédense con la copla de que valió la pena cada minuto invertido en ella: la recompensa del placer. De Celso Castro no digo nada porque ya lo dije todo en la entrada que pueden ver un poquito más atrás (enlace). Decir simplemente que Castro es ahora uno de mis escritores españoles favoritos, que ya no está mal. 

"Últimos días en el puesto del este" de Cristina Fallarás tiene también su propia entrada (enlace) y no es cuestión de extenderse ahora. Baste decir que al margen de la historia, que unas veces es más interesante que otras, lo más destacable de esta y otras novelas de Cristina está en la fuerza de sus personajes. La mujer tipo de Cristina es mucha mujer para ser una sola mujer. 

Después acabé "Apuntes de la casa muerta" de Fiodor Dostoievski. Digo “acabé” porque lo cierto es que la había empezado el mes anterior pero aproveché que tiene dos partes para hacer una pausa entre tanto horror. Es una novela interesante, o al menos así me lo pareció a mí, no tanto por su calidad artística como por la historia que cuenta y las consecuencias que tiene. Dostoievski pone en boca de otros su experiencia en una prisión de trabajos forzados en Siberia en la que pasa cuatro años. Es de suponer que algo así tiene que marcarte a fuego. El deseo de entender esto es casi la única razón de haberla leído. Tendrá su entrada, que ya está parcialmente escrita, pero aún tardará uno o dos meses, ya que antes hay que hablar de otras muchas cosas que tienen que ver con ella. 

Y justo después TEATRO, que es lo que yo quería desde que empezó el mes. "Un enemigo del pueblo" de Henrik Ibsen fue el primero. Hay demasiado que decir para decirlo aquí. Lo digo en serio. Entenderán a qué me refiero cuando lean la entrada triple (sí, han leído bien) que empecé a escribir este fin de semana y que debería poder terminar antes de veinte, treinta o noventa días. Es que voy muy despacio. Luego una recomendación: "El alma buena de Sechuan" de Bertolt Brecht. Es lo primero que leo de Brecht y no me ha disgustado en absoluto. No me siento capacitado para analizarla en cinco líneas y tampoco sé si algún día lo haré en más. Quiero leer más de Brecht antes de dar un paso al frente. En cambio de "Los justos" de Albert Camus y "Las manos sucias" de Jean-Paul Sartre sí lo haré. Me refiero a escribir sobre ellas. De hecho ya está casi acabado, aunque el resultado es infumable y temo que voy a tener que volver a empezar. Por anticiparles lo que no me acaba de salir: ambas obras me han parecido magníficas, lo mismo juntas que separadas. 

Después, otra recomendación: "Los Thibault” de Roger Martin du Gard, y más concretamente los dos primeros relatos largos que lo componen: “El cuaderno gris" y “El reformatorio". Son ocho, en total. Hay una entrada medio escrita (verán que yo medioescribo mucho) que debería ver la luz mejor antes que después pero tengo que ponerme en serio y terminarla y no acabo de tener ganas. Entonces hablaremos con calma de estas “estupendas” novelas. 

"Heldenplazt" de Thomas Bernhard. Bueno, de esta sí hay entrada escrita y publicada; es una de las últimas (enlace). Nada que añadir a lo ya dicho: es una de las mejores obras (esto engloba teatro y narrativa) que he leído este año. Simplemente magnífica, simplemente genial. Simplemente imprescindible. 

"Pobre gente" de Fiodor Dostoievski fue la primera novela del escritor. Es una novela compleja en el sentido en que resulta difícil hablar de ella. No tanto por el argumento -que en realidad es bastante sencillo- como por los distintos frentes desde los que se puede afrontar. Hay tanto que decir, tanto de lo que hablar, que la reseña que ahora está en pañales puede acabar de cualquier manera (me resisto en vano a desechar documentación). Debo confesar que me sorprendió. Me gustó, me gustó mucho, pero lo que realmente llamó mi atención es todo aquello que tuvo que ocurrir (aquello que ocurrió) para que esta novela tuviese la repercusión que tuvo. Lo más sorprendente de todo es que no esté (o nunca entendí yo que estuviese) entre las grandes obras de Dostoievski. Pero de esto, insisto, ya lo hablaremos con calma dentro de unos días. 

"Hilda" de Marie NDiaye es un librito pequeño, de unas noventa páginas, que se lee en un suspiro. Se puede entender como una obra de teatro pero también como una novela dialogada. Probablemente sea ambas cosas. Es una obra estupenda, muy entretenida, que ataca con saña y sin hacer concesiones de ninguna clase la doble moral de la burguesía francesa "de izquierdas" de la época en que fue escrita, allá por 1999. Hilda es el personaje que nunca aparece en escena y sin embargo está presente en todo momento. Representa la nueva esclavitud, la mujer objeto. No es suficiente que alguien nos sirva, nos atienda, nos abrillante los muebles, atienda a nuestros hijos. También ha de ser guapa, inteligente, educada, culta, debe querernos a nosotros y a nuestra  familia, sonreírnos, adorarnos, compartir nuestra ideología, vestirse de puta si es menester, complacernos. Si ha de formar parte de nuestro hogar, si ha de ser un objeto viviente, queremos que tenga la forma adecuada, afín a nuestro estilo, exactamente lo mismo que el jarrón del recibidor. Si vamos a pagar, queremos tenerla en propiedad.

Fin. Nos vemos el mes que viene. Sean felices.



lunes, 28 de noviembre de 2011

Calendario de Lecturas: Diciembre de 2011

El retorno de un clásico: el más incumplido de todos los propósitos: Las Lecturas Posibles del Mes de Diciembre. 

Verán, el asunto es el siguiente: tengo un montón de libros sobre la mesa que no es exactamente que me haya comprometido a leer (no todos, al menos) pero que sí debería hacerlo porque es de bien nacidos ser agradecidos y no está bien que a uno le regalen un libro y se haga el tonto de esta manera. Luego los pondré a parir y dejarán de quererme, ya verán. En fin... Los nominados en esta categoría son: “Königsberg” de Mariano Veloy, “Tangram” de Juan Carlos Márquez; “Como vivir o una vida con Montaigne” de Sarah Bakewell (de todos, con diferencia el más apetecible); “La generación beat” de Bruce Cook (bueno, este también); “Tengo una pistola” de Enrique Rubio; “El síndrome E” de Frank Thilliez; “Mi primer muerto” de Leena Lehtolainen; “La revolución de la dignidad” de Lina Ben Mhenni; “El viaje de Cloe” de Javier Tejada y Eugene Chudnovksy; “El malogrado” de Thomas Bernhard; “Las vírgenes suicidas” de Jeffrey Eugenides y otro que no diré porque no tiene ISBN. La idea de escribir una reseña sin dar el nombre del libro ni del escritor es tentadoramente diabólica (y también un poco perder el tiempo, para qué nos vamos a engañar). 

Pero todo esto suponiendo que no me llamen de la biblioteca para decirme “tenemos el libro que nos ha pedido”, cosa harto probable. Les cuento. “Ejercito enemigo” de Alberto Olmos. Este ya es un clásico en la sección. Creo que nunca he esperado tanto por un libro y creo que es también la primera vez que me ocurre que cuanto más tiempo pasa menos ganas tengo de leerlo. Sí que es raro, sí. También “Beatitud”, un recopilatorio de varios escritores, creo que jóvenes, que me recomendó alguien por aquí no hace mucho. Más: “Canción de tumba” (XXVII Premio Jaén) de Julián Hervert del que ignoro hasta el argumento. Luego es el típico libro que abandono a las dos páginas o que directamente devuelvo sin abrir. "El rey pálido” de David Foster Wallace lo pedí por capricho, lo admito, porque lo cierto es que tengo intención de comprarlo o esperar a que alguien me lo regale, lo mismo me da que sean los Reyes Magos que el departamento de relaciones públicas de Mondadori. Yo por los libros que sé que me van a gustar no tengo inconveniente en prostituirme. Y es que son veinticuatro eurazos, oigan. “Generación perdida” de Franciso Castro y las obras teatrales “Litoral” de Wajdi Mouawar e “Hilda” de Marie NDiaye (premio Goncourt por “Tres mujeres fuertes”, editado por Acantilado) fueron recomendaciones que me llegaron del o gracias al blog. Son ustedes una bendición del cielo. Y por último y no por ello menos importante… otro libro más cuyo título me voy a callar también al menos hasta que decida si lo voy a leer o no (aunque ya supongo que será que no) (Esta es una maldad que tengo muchas ganas de perpetrar). 

Y luego estoy yo, que me dejo de lado a pesar de las ventajas que tiene ser yo mismo. Si fuese mínimamente sensato o directamente menos imbécil este mes entrante leería lo siguiente: “El doble” y algunos relatos de Dostoievski, todavía no sé cuáles (“La mujer de otro hombre y su marido debajo de la cama” seguro que sí). El problema (por llamarlo de alguna manera) es que estoy leyendo, unas veces en segundo plano y otras no, la biografía de Dostoievski escrita por Joseph Frank (que para los que no lo sepan son cinco pedazo de tomos que a este ritmo me va a llevar media vida terminar) y me gusta la idea de acompañar el análisis que hace Frank de las obras con la lectura de las mismas. En la misma línea (es un decir) estarían “El inspector” -obra de teatro recientemente reeditada por Alba- y “El capote”, un relato corto, ambas de Gogol. “Relatos de Belkin” (en una edición que no es la de la foto) y “Boris Godunov” de Alexander Pushkin. También "El último día de un condenado a muerte" de Victor Hugo; el segundo tomo de “Los Thibault” (Estío) y “Jean Barois” de Roger Martín du Gard; “Doctor Glas” de Hjalmar Soderberg; “Crónica de Dalkey” de Flann O’Brien, “Las cumbres de Moscú” de Vasili Aksiónov, “Corrección” de Thomas Bernhard, “Carta breve para un largo adiós” de Peter Handke, “Paseos con Robert Walser” de Carl Seeling; “Teatro reunido” de Samuel Beckett… y un (no se imaginan cuánto) largo etcétera, que incluye algunos cuentos a un euro de www.sigueleyendo.es (tantos como cinco) y un folletín de Robert Juan-Cantavella y Oscar Gual de publicación gratuita en el mismo espacio. Sí, ya sé que en el mes de las cenas, las borracheras y las cabalgatas va a ser complicado, pero me planteo todo esto con muy poca seriedad. Todo se andará. Semos jóvenes, habemus tiempo

Y en estas estamos. Al final ya verán, me dará por la narrativa uruguaya de finales del XIX, mandaré todos los planes al carajo y el esfuerzo tonto de esta media horita no habrá servido para nada. Pero hablando en serio: del primer bloque, el de los Compromisos Ajenos, no tengo intención de leer más de cinco (cinco, ni uno más); con el segundo, los Compromisos Propios, voy sin planes (seguramente no caiga ninguno) y del tercero, llamémosle X, dependerá el tiempo que quede y que ya pronostico escaso aunque no descartaría que fuese este quien finalmente se llevase el gato al agua.



martes, 22 de noviembre de 2011

“Heldenplatz” de Thomas Bernhard (o “Hitler también tenía la solución al desempleo")




Thomas Bernhard murió en 1989, un año después de haber escrito esta obra de teatro. Fue lo último que escribió. Conocer lo que ocurría por entonces en Austria es de vital importancia para entender que Bernhard no escribió una obra de ciencia ficción. No soy ni remotamente un experto en la materia pero todo está en la red. Dejen que les cuente un relato de terror basado en hechos reales:

Jörg Haider (en la foto) era la clase de hijo de puta que creía que las SS habían sido una parte del ejército alemán merecedora de los más altos honores; que el holocausto había sido un atentado equivalente a la expulsión de los alemanes de Checoslovaquia durante la segunda guerra mundial o que… bueno, en fin, el tipo de cosas que a uno le hacen retroceder lo mismo 75 años que… dos días, por ejemplo. El caso es que se ve que Haider tenía carisma y el discurso adecuado ya que en 1986 alcanzó el liderazgo del Partido de la Libertad de Austria con el apoyo del 57% de los militantes de un partido que, para que nos entendamos, era fiel reflejo del  popularmente conocido como Partido Nazi de la era Hitler. De ahí al cielo. En 1989, el año de la muerte de Bernhard, el partido de Haider logró más o menos el 30% de los votos en las elecciones parciales austríacas, arrebatando a los democristianos la provincia de Carintia (uno de los nueve estados federales de Austria). Tras las elecciones Haider se convirtió en gobernador de esa provincia.

Supongo que no hará falta entrar en detalles. Si les interesa saber cómo acaba la película se van a quedar con las ganas porque todavía la están filmando pero para no dejarles con la intriga les diré que en las elecciones de 2005 el porcentaje del partido de Haider rozaba el 43%. (En 2008 Haider murió  en un accidente de tráfico pero eso, y lo que ocurrió después, es otra historia.) Esto da mucho miedo. Al protagonista de la obra también y por eso se suicida. No les estropeo nada: empieza así y de hecho la acción tiene lugar el día del entierro. Diversos personajes (sirvientes, familia y amigos) recuerdan al fallecido -reconocido enemigo del nacionalismo liberal- lo que le sirve a Bernhard para atacar, como sólo sabe atacar Bernhard, a su Austria del alma querida, ese pozo infecto, ese nido de ratas antisemitas.

Me juré no incluir ninguna cita en esta reseña, pero yo soy mucho de engañarme a mí mismo.

hay más nazis ahora en Viena
que en el treinta y ocho
ya verás
todo acabará mal
para eso no hace falta siquiera
una inteligencia aguda
ahora vuelven a salir
de todos los agujeros
que han estado tapados durante cuarenta años
sólo hace falta que hables con cualquiera
al cabo de poco tiempo resulta ya
que es un nazi
da igual que vayas al panadero
o a la tintorería a la farmacia
o al mercado
en la Biblioteca Nacional creo
estar entre puros nazis
sólo esperan la señal
para poder actuar abiertamente contra
nosotros
En Austria debes ser católico
o nacionalsocialista
todo lo demás no se tolera
todo lo demás se aniquila

Leo con cierto asombro que esta obra no está entre las mejores de Bernhard. Ya sé que no lo he leído todo (sigo trabajando en ello, como pueden ver) pero no deja de sorprenderme porque –y esto no es una exageración ni yo estoy bajo el efecto de las drogas- no pude evitar durante la lectura tener la certeza de estar frente a una -sí- OBRA MAESTRA. Esto lo digo con la boca grande, nada de medias tintas. Otras veces dudo cuando debo calificar o puntuar una lectura pero hoy no y ayer tampoco, por lo que entiendo que de esta ya no me apeo. 

No voy a contarles ahora lo de la prosa hipnótica de Bernhard o la demencial y peculiar manera de tratar los temas que más que le preocupaban o lo irrisorio de la premisa con que arrancaban sus novelas. Y no voy a hacerlo porque se ha hecho mucho y no quiero aburrirme escribiendo esto. Si tienen la necesidad pongan ustedes “Thomas Bernhard estilo” en google y déjense llevar por la marea. Tampoco voy a a hablarles de los motivos que originan la relación amor/odio de Bernhard con Austria o que su casa es ahora un museo lleno de zapatos italianos. Todo eso da igual porque lo que importa de Heldenplatz es algo completamente diferente y tan de actualidad que duele sólo pensarlo. 

Heldenplatz nace a petición del director teatral Claus Peymann para conmemorar el centenario del gran teatro vienés Burgtheater pero también para recordar que había transcurrido medio siglo desde la anexión de Austria a la Alemania de Hitler, una anexión que se oficializó en la Heldenplatz (o Plaza de los Héroes) con un discurso del líder germano. Esto sólo hay una forma de interpretarlo: fue la aceptación, por parte de los austríacos, de la ideología nazi. Para que nos entendamos: supongan que un país europeo cualquiera entrega, con sus votos, el control absoluto (absoluto, insisto) de su gobierno a un partido de ideología conservadora, que incluye a moderados pero también a la extrema derecha, fascistas incluidos. Supónganlo. Supongan después la evolución de cosas tan tontas como puedan ser la educación, la sanidad, la información, las prestaciones sociales o la inmigración. Pues bien, esta obra de teatro es la última de una vida dedicada a luchar contra este nacionalismo tan repugnante. Es lo que ocurre cuando un hombre de la talla y el genio de Thomas Bernhard decide que no se va a llevar nada a la tumba. Se pueden imaginar el resultado: Bernhard considerado un traidor a la patria y el texto una ofensa imperdonable al pueblo austríaco. Yo me puedo imaginar perfectamente la carcajada amarga de Bernhard oyéndolos gritar y recordando los que fueron también los gritos de sus padres y sus abuelos en la Plaza de los Héroes en el 38; la arenga de Hitler, prometiendo, quien sabe, un oportuno giro, un enderezamiento, un próspero futuro tras la adversidad. Me lo imagino perfectamente (a Hitler) prometiendo acabar con el desempleo, por ejemplo. Y no son los únicos; los austríacos y los alemanes, no son los únicos. Nos rodean; son tantos, tantos y tan, tan nazis.





lunes, 21 de noviembre de 2011

Un fragmento de "Heldenplatz" de Thomas Bernhard


lo sé
no se me escapa
que lo destruyen todo
hacéis como si yo no supiera nada de eso
sé también que derribarán la vieja escuela
pero ya no protesto
para eso estáis ahí
la generación siguiente
el mundo es hoy sólo un mundo destruido
en definitiva insoportablemente feo
se puede ir a donde se quiera
el mundo es hoy sólo un mundo feo
y un mundo estúpido de un extremo a otro
todo degenerado en donde se mire
todo abandonado en donde se mire
lo mejor sería no despertarse ya
en los últimos cincuenta años los gobernantes
lo han destruido todo
y no tiene ya remedio
los arquitectos lo han destruido todo
con su estupidez
los intelectuales lo han destruido todo
con su estupidez
el pueblo la ha destruido todo
con su estupidez
los partidos y la iglesia
lo han destruido todo con su estupidez
que ha sido siempre una estupidez abyecta
y la estupidez austríaca es absolutamente repulsiva
La industria y la iglesia
son culpables de la desgracia austríaca


la iglesia y la industria han sido siempre culpables
de la desgracia austríaca
los gobiernos dependen totalmente
de la industria y la iglesia
siempre ha sido así
y en Austria todo ha sido siempre de lo peor
todos han corrido tras la estupidez
siempre se ha pisoteado la inteligencia
La industria y el clero mueven los hilos
de la miseria austríaca


viernes, 11 de noviembre de 2011

“astillas” de Celso Castro (y de regalo “el afinador de habitaciones”)


La idea era la siguiente: en compensación por no haber sido justo con el que fue uno de los descubrimientos del mes pasado -“el afinador de habitaciones”- esta entrada, que trataría fundamentalmente de “astillas” (todo esto pensado antes de) recogería también, al final, brevemente, muy brevemente, algunos apuntes sobre “el afinador de habitaciones” porque una cosa es reseñar libros y otra hacer festivales temáticos. El caso es que según voy leyendo “astillas” - que pensaba yo en mi bendita ignorancia que lo de la trilogía no era nada más que un reclamo publicitario por aquello de ir con los tiempos- me doy cuenta de que tal cosa (siendo tal cosa reseñar el afinador cual bonus track) va a ser del todo imposible porque en realidad más que una trilogía es una novela guillotinada y que ya bastante hago no esperando a que la publiquen entera, que es lo que me pide el cuerpo. Eso y robarla. 

Me noto en los bajos fondos de la intelectualidad que hoy estoy especialmente espeso. Hagan un esfuerzo. De verdad que siento en el alma escribir así de raro pero les juro por mi gato que no me sale de otra manera. Yo no sé qué me pasa hoy, si son las drogas o qué.

De qué va(n). Bueno, se lo cuento pero estén receptivos, hagan el favor, porque quizá el argumento les suene raro, siendo raro una razón más que suficiente para descartar su lectura si no tienen ustedes una mente abierta como la mía. Al grano. "el afinador de habitaciones" va de un chaval de veintitrés años que vive con su abuela y trabaja en una biblioteca para su tío como una forma de pagarle el favor que este (el tío) nunca le hizo a sus padres. El chaval -que así de entrada es un poco capullo y bien, lo que se dice bien, no nos va a caer en ningún momento- no va por la vida sino que, digamos, se deja ir: un sujeto pasivo pasivo. El físico ayuda pues hay claros indicios de que está buenísimo o atributo similar aunque esto es en realidad más bien una suposición basada en la pasión que despierta entre el público femenino. No sé, ellas caen rendidas a sus pies y sólo puede ser por sus encantos o de lo contrario habría que empezar a hablar de la misoginia de Celso Castro.  No tengo la novela a mano y no me quiero fiar de la memoria de ahí que lo resuma tan malamente. También hay un muerto, gente peculiar, piratas modernos, paseos por la playa…. no sé, esas cosas tan de costa coruñesa, que es, no voy a negarlo, otro de sus encantos. Joder, casi me olvido: también hay un fantasma. El de su madre, para ser exactos –esto es lo mejor, no sé porque lo dejo para el final- que le habla a su abuela y deambula por la casa que ambos comparten queriendo –suponemos- comunicarse con su amado hijo que no está a lo que hay que estar porque –ya lo he dicho- es de poca iniciativa. Bueno, en fin, que además de muertos, sexo, alcohol y mujeres fatales también hay un poltergeist. Qué bien, eh? 

La segunda parte, publicada este año de nuestro señor con el nombre de “astillas”, retoma la acción (es un decir) dónde terminaba el anterior. Ahora su abuela está muerta. Sí, ya, a mí también me jode porque la verdad es que lo de la vieja era buenísimo, pero qué quieren, la naturaleza. El caso es que se muere y… bueno, quizá contar más sea excesivo; a ver si podemos ajustarlo al mínimo: en este hay también mucho amor, mucho sexo, drogas, niñas de quince y muchos fantasmas, alguno incluso republicano. Para que se hagan una idea es más o menos como el anterior pero con más presupuesto. 

Antes de seguir dejen que les hable de la poesía de la novela, que también tiene un poco. Resulta que Celso es poeta. A mí esto me jode más que la muerte de la abuela -ver un poco más arriba- porque ya saben que yo no soporto la poesía y por extensión los poetas y tener que tragar con ello es una cosa que me da, de verdad, dolor de corazón. Pero sea. El caso es que Castro es poeta y claro, su protagonista también. Qué original. Pero bueno, bien, siendo relatos del yo se lo vamos a pasar. Por eso y porque NO ABUSA. Esto es tan importante que lo pongo en mayúsculas, a ver si CUNDE EL EJEMPLO. Esto otro también. Que sí, que de vez en cuando un poemita y tal, nada serio, un poco haiku, pero integrado en la narración. Qué asco me doy diciendo esto, de verdad. No se imaginan el mal trago que estoy pasando con este párrafo. Total para nada, porque menos argumentos estoy dando de todo (la paliza, fundamentalmente).

Y bueno, no sé, me voy quedando sin fuelle. Mejor me callo. Sólo una cosita más y ya me voy : léanlo. A Celso digo, y por orden: el afinador primero y las astillas después). Si luego me quieren partir la cara, perfecto, cojan número y lo arreglamos algún día, pero una oportunidad deberían dársela porque de verdad (de la buena) que vale la pena (dentro de lo que son las lecturas amenas e interesantes -nada de obra maestra): una voz diferente en el panorama y no tiene quince años, oh god. Fíjense si me gustó que estoy pensando en hacerme una pajilla con el recuerdo de su lectura. Así de tanto. O más.



jueves, 10 de noviembre de 2011

"Últimos días en el Puesto del Este" de Cristina Fallarás

Admito ser incapaz de evitar ver en las protagonistas de sus novelas a la propia Cristina (o de la imagen que me gusta hacerme de ella a cada momento). Esto tiene una razón de ser que es al mismo tiempo un cumplido a la escritora: personajes fuertes y duros a la vez que más sensibles que la nuca de un recién nacido; madres amantísimas, esposas ejemplares… Personajes cuyo único defecto reside en el exceso de celo de sus pasiones casi siempre contenidas en silencios de un lirismo –lo siento- agotador. 

Yo no sabía que en esta novela había tanto, tanto amor. Quizá de saberlo no me hubiese metido con el mismo entusiasmo porque yo para estas cosas soy de minidosis aunque esto no quiere decir que me arrepienta (al fin y al cabo no es caminar sobre cristales) porque no deja de ser una novelita que se lee en poco menos de dos horas. Esto lo digo porque me estoy dando cuenta de que la crítica se va hacia dónde no quiero. Decía que hay mucho amor, sí, y mucha pasión, mucho sexo, mucho sentimiento “a flor de piel”, que diría aquel. Demasiado de todo. Pero demasiado de todo aquello que a mí más me espanta en una novela, pero eso no quita que no sepa apreciar su belleza y buen hacer (voluntariamente ambiguo, esto) porque si hay algo cierto es que Cristina sabe escribir y si nuestras almas no acaban de fundirse es simplemente porque no toca donde más me duele. 

Lo peor que puedo de decir de la novela es lo que insinué un poco más arriba y es que parece que se infiltre demasiado de la propia Cristina en la historia de otra (siendo “otra” la protagonista) y ese indefinido transitar entre el género apocalíptico y de amor, pulsión sexual incluida. Entiendo que Cristina habla de los sentimientos, de la pasión amorosa en todas sus formas, como la mejor manera de luchar contra nuestro yo más salvaje, el que habita y nos define (no siempre) en las situaciones extremas pero para ser una novela tan corta pasa que se me cuentan demasiadas cosas (o pocas  demasiadas veces) como para que no acabe por sobrarme una mínima cantidad de ellas. Y es de cajón que no puede ser bueno que me sobren páginas en algo así de pequeño. 

Y ahora la parte de los besos. 

Como amante de la cosa apocalíptica no puedo evitar el entusiasmo al leer sobre el fin de los tiempos again. En esta enésima revisión del Mad Max de turno que en esta ocasión viene, oh felicidad, de la mano de la santa madre iglesia, aquí la madre más ramera de todas, una grandísima hija de puta que le da a la novela un punto entre premonición, falso documental o ficción política (no lo tengo claro). El apocalipsis cristiano a pesar de todo y por encima de todo. La última guerra santa. Y no estoy hablando de las elecciones sino del argumento: en una casona convive un grupo de gente que espera a su capitán que no acaba de volver de una incursión en el campo enemigo en que se ha convertido el mundo entero por culpa de la fe de unos pocos. Cuando la desesperación campa a sus anchas entre los escasos habitantes del Puesto del Este, la mujer del capitán trata de mantener el tipo y la vida de sus hijos mientras lo que se oculta tras las murallas se siente como un precipicio. 

Luego está lo de los niños. Joder, los niños. Qué puta manía con los niños. “Plop” (de Rafael Pinedo) es soportable porque los niños son como tojos pero aquí hay una madre y mucho amor y un abandono y soledad y un cerco dentro de un cerco y sólo un modo de librarse de él que es el mismo modo de librarse de todos los cercos y claro, así no hay manera porque te imaginas a los niños y el dolor de sus miradas y el frio de sus cuerpecitos y el no tener qué llevarse a la boca, que a mí todo esto me toca mucho la moral y no digamos ya la fibra. El final, que se veía venir -porque el fin del mundo conocido es lo que tiene- no es el final y ahí Cristina la caga un poco, con perdón, porque el final finalísimo es una coda -lo que viene siendo el epílogo de toda la vida de dios- que a mí personalmente me sobra por dos razones: porque cambia radicalmente de estilo (no sé a qué viene tratar el asunto como un artículo periodístico) y porque no aporta nada a la historia salirse de la primera persona para saber lo que ocurrió en un momento muy concreto fuera de las murallas cuando ya suponemos que aquello está plagado de hijos de puta y de qué cuerda son. 

En general, y sin tratar de salvarle la vida a nadie (es un decir) es una novela que se deja leer y se lee con cierto placer; que está bien escrita (aquello del sentimiento desatado) pero que peca de contar más cosas de las que yo personalmente necesito o me interesa conocer. A mí me gusta la escritura más directa, menos afectada -esto es defecto del animal- y hubiese preferido unos diálogos que no fuesen como versos encadenados máxime cuando ya sea follando o matando lo que pide el cuerpo es nada más que gemir.



martes, 8 de noviembre de 2011

“Sobre el teatro: artículos y cartas” de Antón P. Chéjov



“Se ha descubierto el remedio contra los críticos molestos. Si un crítico le elogia, preséntese e invítelo a cenar en Casa Velde; por el contrario, si le increpa, rómpale la cara. En definitiva, retribuya sus méritos y castigue sus vicios, sin desestimar inocentes recursos como el cogotazo o el rodillazo”. (Anton Chéjov) 



Antes de empezar les prevengo: esto va a ser un poco aburrido. Va de Chéjov, de teatro… esas cosas. Lo digo por si prefieren saltársela y evitarse la innecesaria agonía. Ustedes verán. 

* * * * * * 

El cuerpo me pide contarles con todo lujo de detalles cómo llegué a este libro pero soy consciente de que los relatos de este tipo que a uno le parecen tan apasionantes (es un decir) a los demás les resultan por lo general bastante tediosos cuando no directamente insufribles y de ahí que no vaya a ser más que un mero apunte dentro de la reseña. Si es que tampoco tiene nada de especial. Lo descubrí por casualidad en el catálogo de Libros del Silencio. Mi única experiencia con el teatro de Chéjov había sido un completo desastre. Animado por la amistad había leído sin demasiado entusiasmo y muchas prisas “El jardín de los cerezos” que directamente debo confesar que no sólo no me dijo nada sino que me espantó de mi propósito inicial de hacerme un recorrido mayor por este tipo de teatro o por el teatro de este tipo. El caso es que como era de esperar hubo quien me llamó la atención; me vino a decir que debía leer más despacio: aprender a leer teatro (grosso modo esto): educarme. Por el bien de ustedes me saltaré ahora las escenas gratuitas de sexo para seguir en el momento en que creí que este libro podía ser una buena manera de acercarme a la obra de Chéjov sin tener que volver a pasar por el mal trago de regresar a los cerezos de marras. Y efectivamente, así fue; no sólo me reconcilió con Chéjov (definitivamente, además) sino me ha permitido disfrutar de una de las mejores y más gratificantes lecturas del año (y estoy haciendo la comparación con un volumen considerable de ellas.) 

* * * * * * * * 

Sobre el teatro: artículos y cartas” es exactamente lo que parece: una cuidada y en apariencia (me tengo que fiar de la intuición) más que acertada selección de artículos y cartas -o extractos de cartas- de aquello que él escribió y tenía que ver única y exclusivamente con el teatro. Eso no quiere decir que no mencione de vez en cuando y muy de pasada cosas que tienen más que ver con los relatos aunque esto en realidad  ocurra para explicar el mejor modo de crear un personaje, resaltar los defectos o proponer trucos narrativos que puedan tener utilidad dentro y  fuera del escenario.

Ahora podría aburrirles con el casi medio centenar de párrafos que fui destacando durante la lectura y disertar sobre ellos hasta la extenuación -me encantaría- pero saldría un texto más largo que el propio libro y ninguno queremos eso. Para evitar hacernos daño mutuamente lo vamos a dejar en un par de apuntes que sirvan para dar una idea general del contenido. El primero tuvo lugar al comienzo, durante el prólogo de Lluis Pascual, cuando éste confiesa que había en sus primeras lecturas del teatro de Chéjov algo que se le escapaba. “Me parecía no entenderlo”, confiesa, “y por supuesto no lo entendía. En realidad no me di cuenta de su grandeza hasta que estuve dentro, hasta que en el Teatre Lliure, prácticamente al empezar, nos atrevimos con una obra maestra como Las tres hermanas”. Por lo que se ve esto de no sólo nos ocurre a mí (lo cual es un consuelo) o al amigo Pascual sino también -agárrense- al propio Chéjov. Vean lo que dice en un momento determinado: “Por lo general no entiendo las obras que no veo representadas y por eso no me gustan, pero leeré “El judío” con atención, supliré el escenario con la imaginación y quizás saque algo en claro de la lectura” (Pág.359). Y es que no se lo creerán, pero Chéjov odiaba (o eso decía) el teatro.

El libro gira un poco en torno a esa idea: que el teatro teatro es y que la correcta interpretación del texto pasa por su representación lo cual no quiere decir ni remotamente que podamos arreglarlo con un par de sesiones. Lo cierto es que si algo me ha quedado claro es que debe ser dificilísimo (por no decir imposible) dar con una obra que recoja exactamente lo que el escritor quería transmitir. Sus cartas (impagables todas ellas) recogen multitud de quejas, protestas y aclaraciones acerca de cómo deben o deberían ser los personajes, los actores, sus matices, las inflexiones de su voz… todo, hasta el menor de los detalles. No le servía cualquier actor para cualquier papel ya que había muchos que por los vicios adquiridos en su trayectoria artística no daban el perfil adecuado. Chéjov no parece contentarse nunca con nada y resulta más divertido cuanto más crítico se vuelve (“El señor Ivánov-Kozelski se pasa el primer acto gimoteando. Hamlet no sabía gimotear. Las lágrimas de los hombres son caras, y las de Hamlet no digamos.” (Pág.43)) aunque para darse una idea de hasta dónde es capaz de llegar nada mejor que repasar la primera parte, aquella que recoge algunas (pocas, en mi opinión) críticas a las obras de otros y en las que además de despiadado resulta tremendamente divertido. 

“Los actores no lo entienden, dicen tonterías, no escogen el papel que les conviene, y me peleo porque creo que, si la obra no se monta con la distribución de papeles que yo he hecho, será un fracaso total. Si no la hacen tal como yo quiero, habrá que retirarla para evitar la vergüenza. En general, la situación es molesta y muy desagradable. De haberlo sabido, no me habría metido en esto.” 



La traducción de todo esto es que no sé hasta qué punto es acertado (entendiendo esto como “suficiente") LEER a Chéjov. Y lo que es peor: tampoco puedo (sabiendo ahora lo que sé) conformarme con su representación. Es decir, que no tengo la más remota idea de sí algún día seré capaz de interpretar correctamente sus obras de teatro pero lo que sí tengo claro es que de volver a intentarlo tendrá que ser utilizando este libro como manual de lectura (lo cual es todo un cumplido porque yo no me compro cualquier libro y este encabeza la lista).


jueves, 3 de noviembre de 2011

"Caribou Island" de David Vann


David Vann se hizo famoso con un libro fenomenal llamado Sukkwan Island (Ediciones Alfabia, 2010) del que no hablé en su momento aunque sí recomendé un par de veces, todas ellas con éxito (es decir, que sigo siendo amigo de quienes siguieron mi consejo, que tampoco es algo que me ocurra todos los días.) El caso es que para hablar de Caribou Island, y sin que sirva de precedente, también necesito hablar de Sukkaw Island. Pero acabo enseguida, se lo prometo.

* * * * * * * * *

Sukkaw Island iba de un padre que quería pasar un año entero de la custodia compartida con su hijo en una isla miserable de Alaska a la que sólo se podía llegar en avión. La idea era estrechar lazos y otros derivados del divorcio pero estaba claro que el tipo estaba como un cencerro porque eso de recuperar el tiempo perdido con tu hijo en un páramo helado es de de hijo de puta integral. La única razón por la que el chaval acepta es porque Vann (el autor) lo necesita para expiar un pecado de su propio pasado: a los 13 años su padre le pidió que realizasen ese mismo viaje y él le dijo que no porque prefería quedarse en California junto a su madre y hermanas y es que uno tiene que querer mucho a su padre para cambiar un sitio por el otro. Dos o tres semanas después su padre su suicidó pegándose un tiro. Este dato biográfico es importante tenerlo en cuenta porque se vendió junto con la novela. Esto le dio una doble lectura que probablemente, y sin desmerecer el resto, ayudó a mejorar el resultado. Sukkaw Island es una novela corta, absorbente, intensa, desquiciante, demoledora (especialmente la primera parte). Un viaje al infierno de ser un niño. Muy recomendable, en definitiva. 

Hasta donde yo sé Caribou Island es la segunda novela de Vann. El argumento es más o menos el siguiente: una mujer se ve obligada a acompañar al gilipollas de su marido (que pasa por la enésima crisis de identidad) en otro viaje infernal: se trasladarán a vivir a un pequeño islote situado en el centro del frío lago a orillas del que viven en el que construirán con sus propias manos, y sin tener las más remota idea de cómo hacerlo, una cabaña de madera en la que pasar el invierno. Esto es: la experiencia salvaje del retorno a los orígenes de la humanidad y tú vienes conmigo porque lo digo yo. Al igual que en Sukkaw Island partimos de la premisa de una imposición del “cabeza de familia” y una aceptación del eslabón débil de la cadena aunque en este caso por diferentes pero justificados argumentos: ella trata de evitar que la abandone su marido,  teme quedarse sola y acabar suicidándose tal como hizo su madre. El suicido otra vez, sí. 

A diferencia de la anterior novela en la que sólo importaban dos personajes (padre e hijo aunque quizá habría que incluir el entorno como tal) en esta ocasión Vann incluye otros miembros de la familia a quienes otorga demasiado protagonismo: sus dos hijos y las parejas de estos. Que a todos les pase algo y no siempre sea igual de interesante es, a mi entender, el punto más flaco de la novela. Esto lo digo porque no acabo de entender qué relación tiene (o qué mensaje quiere transmitir Vann con) lo que le ocurre al marido de su hija con lo que ellos (siendo "ellos" los verdaderos protagonistas) están llevando a cabo en el islote. Lo mismo con el trabajo de Mark, su otro hijo, que apenas sí comparte cinco minutos de escenario con el resto y vive de la pesca del salmón, un procedimiento que Vann explica con el mismo lujo de detalles con que lo explica casi todo. Da la sensación de que su intención al crear esas historias paralelas no es tanto la de enriquecer el drama familiar como la de adornar una trama principal que sin ellas sería excesivamente breve y demasiado parecida a Sukkaw Island. Pero esto (y es importante tenerlo en cuenta) únicamente por lo odioso de comparar ambas novelas. Seguramente enfrentar la lectura sin el lastre de esa obra anterior sería mucho más agradable, pero hay demasiados paralelismos como para obviarlos o al menos yo no pude hacerlo.

En cualquier caso y por ir acabando, Caribou Island, aún pareciéndome inferior a la anterior, es una novela que en general se deja leer con notable interés si uno es capaz de perdonarle las escenas eroticofestivas que no aportan absolutamente nada a lo que realmente importa que es eso tan horrible que le ocurre a un matrimonio en crisis en un islote miserable de un lago perdido de Alaska.