Vaya por delante que no he leído nada de Mathias Enard. Tengo pendiente “Zona” –por ser en apariencia la más interesante del escritor- desde su publicación y en alguna ocasión llegue a plantearme leer aquella otra llamada “La perfección del tiro” de la que he odio hablar maravillas desde frentes diversos, pero soy muy vago y me da pereza buscarla. Esto no es una disculpa; no creo que sea necesario haber leído nada de un autor (llamémosle X) para valorar una obra (llamémosle Y). Es más, lo que menos debería importarnos siempre (a no ser que sea amigo y/o familiar y velemos por sus intereses) es el autor. Pero claro, de alguna manera hay que discriminar entre la ingente cantidad de novedades anuales, y esta es tan buena como cualquier otra.
Mathias Enard, para quien no lo sepa, es presentado como uno de los mayores exponentes de la literatura francesa actual y como una de las promesas de la literatura, así, en abstracto. Si me dieran un céntimo cada vez que me han dicho eso…. Es tal mi desconfianza que de no haber sido por el magnífico título de esta novela lo más probable es que la hubiese dejado correr. Miento, hay otras razones. Recuerdo que hubo una época, hace muchos años, en que me dio por la literatura de corte “histórico”. De todas las épocas mi preferida fue siempre la edad media, por ese halo de intrigas que la envolvía. Llegué a obsesionarme bastante con el asunto y a comprar compulsivamente todo cuanto pudiese identificarse como tal. Eso incluía revistas, una colección de novelas y la recreación a escala [y en fascículos coleccionables] de una aldea medieval. De todo aquello leí muy poco; me cansé enseguida y ni que decir tiene que de las casitas no llegue a poner ni la primera piedra. La edad media, la de los años oscuros, generaba novelas cuyo esquema se repetía sin fin y antes que después me acabé cansando. Mejor me hubiera ido de haberme dado por el renacimiento. Dónde va a parar. Un poco por todo esto decidí concederle el beneficio de la duda: un autor en auge, una oportunidad para rescatar una vieja pasión y un título sugerente. Por no hablar de la brevedad del texto, que me las prometía muy felices. Si este proyecto de Enard tuviese ochocientas páginas lo iba a leer su padre... Que todo estaba a favor, vaya. Todo, menos la novela.
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"Habladles de batallas..." va de un relativamente joven Miguel Angel viajando a Constantinopla para diseñar un puente y lo que allí le pasa, que tampoco es que sea mucho. La historia narrada cuenta con la ventaja de estar basada en un hecho poco documentado y por lo tanto fácilmente ficcionable. Aún así, Enard apuesta por el rigor (así nos lo hace saber en el epílogo) evitando el estilo Indiana Jones de aventuras y desventuras y malvados con cicatrices de nacimiento debajo del ojo. (No me quiero imaginar a Matilde Asensi con esto entre las manos). Pero el problema no es lo que cuenta, que sin apasionarme tiene su interés, sino que una vez terminado es fácil olvidarla y si te he visto no me acuerdo. No es una novela de las que se queda en la cabeza, de las de regusto dulce o amargo ni de otra clase porque es terriblemente insípida en su fondo (no tanto en sus formas, más elegantes). Es el intermedio de una vida apasionante al que se le quiere dar un excesivo valor. ¿Habladles de batallas, de reyes y elefantes? Ni lo primero, ni lo segundo, ni lo tercero ni lo que se supone que es lo cuarto y más importante y verdadero motor de la historia, el amor. Aquí no hay mucho de nada (no puede, apenas son doscientas páginas con abuso de interlineado) y de ahí que lo mas probable es que en el futuro sea recordada como una obra menor del escritor. Parece una de esas novelas que uno escribe para que no le olviden mientras se dedica a alguna otra cosa de mayor calado. O eso espero.
El estilo de Enard -que ya dije “no tenía el placer”- me ha decepcionado, no porque no me guste sino porque me ha parecido una versión rápida de Pierre Michon. En muchos momentos permite entrever al autor de “Rimbaud el hijo” y su elaborada prosa pero sin arriesgar como aquel y por lo tanto lejos de ese punto de genialidad tan característico. No acabo de saber si trata de evitar el plagio o ganar el favor del púbico [entendiendo éste como "la masa"]. Enard, al menos en esta novela, va unos pasos por detrás pero sin dejar de pisar donde otro ya pisó mucho antes, lo cual, me temo, le hace flaco favor y desmerece el resultado, porque es de suponer que Enard ya tiene la experiencia y el calado suficiente para evitar caer en estas comparaciones tan odiosas.
Resumiendo, “Habladles de batallas, de reyes y elefantes” es una novela que destaca más por su belleza que por el interés de su argumento y parece servir al escritor como vehículo a la hora de jugar con el género de moda estos últimos años, una forma tan buena como cualquier otra de darse a conocer.
No me deja entrar con mi cuenta google. Soy la sargento:
ResponderEliminarPues gracias una vez más, Carlos.
Yo no pude con "Zona". No tiene ni puntos ni comas y seré muy poco moderna, pero eso me echa para atrás.
A mí también me había enganchado el título. Me dedicare a otras páginas que las hay muy buenas por ahí.
Una cosa. Este chico publicaba en "La otra orilla" y ahora en "Mondadori". Esta última editorial "vende" mejor que la primera. Pongo a mis chicas a investigar. Posiblemente no haya nada pero...
Un saludo
La sargento Margaret