jueves, 28 de abril de 2016

Resumen de lecturas ABRIL 2016

Muy brevemente. Esta vez, sí, de verdad; lo juro. Y, ya puestos, lo hacemos un poco diferente. Para empezar, foto de grupo:



Mes de muchas lecturas y pocas reseñas. Hay meses así. Sirva este resumen para poner un poco de orden.

ABRIL fue, en gran medida, un mes que sucumbió al verano ruso, algo que se veía inevitable tras leer Guerra y Paz. Fueron cinco las novelas (todas editadas por Alba), cuatro si aceptamos que una de ellas es más bien relato (lo es) y todas de Turguenev: Rudin, fue la primera que escribió y es interesante no tanto por la historia como por el personaje que incorpora a la literatura y que será una constante (evolucionada) en obras posteriores. Le siguió Nido de nobles, notablemente mejor que Rudin pero todavía lejos de Padres e hijos, una obra maestra indiscutible de la literatura que recién ha reeditado Alba para regocijo de muchos, ya que la traducción que había hasta ahora era bastante mala y no se dejaba leer con felicidad (por no decir que directamente no se dejaba leer o al menos yo no pude tras un par de intentos). No se la pierdan, por favor. De esta quisiera hacer reseña, espero encontrar un momento. Después llego Diario de un hombre superfluo, novelita menos de escaso interés que leí más por completismo que otra cosa. Humo es también una obra ligeramente menor a Padres e hijos (estaría al nivel de Nido de nobles), pero muy interesante también. Pero tiene de bueno a una mala bellísima, un personaje maravilloso de puro egoísta que se come literalmente la novela. Lo que menos me ha gustado de Humo es que se fuerza demasiado la inclusión de las ideas que Turgeniev quiere hacer evidentes por alguna razón (su occidentalismo, fundamentalmente) y que provocaron su enemistad con Dostoievski (rusófilo de pro).

Con todo, el nivel, en general, es bastante alto. Recomiendo encarecidamente leer a Turguenev; cualquiera de sus novelas pero, si han de quedarse con una, que sea Padres e hijos

A todo esto, en mayo Alba edita, también de T., una nueva traducción de En vísperas. Compra segura. Lectura inminente, diría inevitable.

Las últimas cuatro novelas de un mes que, como ya dije, acabó en manos del relato, fueron Un vaso de cólera de Raduan Nassar (Sexto Piso), intensa novela sobre una acalorada discusión, un libro (muy breve) que quiero releer antes de comentar (todo porque sospecho que me he dejado cosillas en el camino); El paseo de Attila Bartis (Acantilado), una novela de corte dickensiano que tiene una primera mitad magnífica pero que acaba cayendo en la repetición y con ello en el desinterés de quien esto escribre; Satin Island de Tom McCarthy (Pálido Fuego) es una muy buena novela difícilmente catalogable pero en cualquier caso muy recomendable de la que supongo hablaremos en breve. Por último, La fórmula Miralbes de Braulio Ortiz Poole es la apuesta de Caballo de Troya para el mes de junio (creo que me he adelantado un poco). Novelita menor, corta y alargada en exceso que no aprovecha en modo alguno las posibilidades que ofrece su argumento o que promete la contraportada, algo que no le echaremos en cara toda vez que sabemos que las contras mienten por sistema. Hablaremos de ella en breve.

Y ahora vamos con los relatos.

De Guardar la formas de Alberto Olmos ya hemos hablado tanto y hemos dicho (unos más que otros) tantas tonterías que hemos acabado resecando a la pobre burra. Su libro sirvió, eso sí, para encarrilar el mes (en cierto modo) y devolver o, más bien, despertar de nuevo nuestro vago interés por el relato, un género que nunca tuvo mucho protagonismo en este blog porque aquí somos muy caprichosos. 

De Siete casas vacías de Samanta Schweblin hablaremos la semana que viene. No ha estado mal, pero desde luego ha estado lejos de todo lo bien que se vende por ahí, que parece que le hayan dado el Nobel cuando sólo ha sido el IV certamen Ribera del Duero, premio, si no me equivoco (hablo de memoria), en el que Guardar las formas quedó finalista. Juro que la decisión de leer ambos libros el mismo mes fue puro azar (mezclado con unas gotas de mala leche).

Y Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez. Precisamente ahora estoy con la reseña. No quiero adelantar acontecimientos pero tampoco quiero callar lo que muero por decir: me ha encantado. Sí, señores, yo, que no soy mucho de relatos y muy poco de género de terror, he sido seducido por esta mujer tras la lectura de un único libro que tiene mucho de ambas cosas. Pero ya hablaremos. De momento, tomen nota del nombre.

Hubo otros. Relatos, digo, pero al no haber leído el libro completo, prefiero guardar silencio. Hubo un poquito de mucho: Stevenson (Historia de una mentira); Henry James (un par de relatos incluidos en 13 cuentos de fantasmas); Joseph Conrad (Amy Foster) y Heinrich von Kleist (Michael Kohlhaas) y algún otro que me dejo seguro.


* * * * * * 

PRÓXIMAMENTE...

Da mala suerte hacer planes (después no cumplo ninguno) pero me gustan las listas. Aquí va una:

Actualmente leo, con una calma que no sólo yo sé exasperante (aproximadamente 100 páginas en una semana), al maestro Gaddis y Su pasatiempo favorito, lo último que me queda por leer del escritor y por lo tanto un libro que conviene demorar en la medida de lo posible. También ocupo mi tiempo con Diez de diciembre, de George Saunders, un libro que compruebo ahora con algo de vergüenza que descarté con demasiada ligereza en su momento.

Ya he dicho también que caerá En vísperas de Turguenev, que edita Alba con una nueva traducción (pasa lo mismo con Los demonios de Dostoievski, pero esta tardaré un poco más en leerla) y tengo grandes planes de fin de semana para El cuaderno perdido de Evan Dara (Pálido fuego) y El fantasma en el libro de Javier Calvo.

Al azar (o no) puede ir (o no) lo siguiente: La magia de los días de Antonio Baez; La máquina natural, de Ignacio Fernández; El estado natural de las cosas, de Alejandro Morellón; La polilla en la casa de humo, de Guillem López; Volt, de Alan Heathcock; Lancha rápida, de Renata Adler; Los bosques imantados, de Juan Vico y, finalmente, Informe sobre la víctima, de Marina Sanmartín, otra de esas pequeñas maravillas a las que no acabaremos nunca de acostumbrarnos.

Y cierro este post primero disculpándome por, una vez más, no haber sabido ser todo lo breve que quería y, segundo, confesando que todo esto que acabo de planear puede quedar en nada si finalmente me entrego, como es mi intención, a Marlon James y la que dicen que es la novela del año: Breve historia de siete asesinatos (Malpaso) y a los relatos de Joseph Conrad que en nada estrenará Valdermar. De estos, como de Gaddis, no tengo duda: de mayo no pasa. Ja.

lunes, 25 de abril de 2016

‘Andarás perdido por el mundo’ de Oscar Esquivias

Nos enfrentamos, una vez más, a la eterna cuestión: ¿por qué leemos lo que leemos [y no lo que deberíamos leer]? 

No es mi caso pero este libro podría llegar a ser leído por las siguientes razones: 

Porque dice un tal Ignacio Sanz (crítico de la tormenta en un vaso) que cuando lee a Oscar Esquivias siente, por la razón que sea, hormigueos, pero no dice dónde y yo tampoco soy mucho de preguntar. En un principio creí que la portada tenía algo que ver (a mí me ocurrió que me desangré en cuanto la vi) pero quedó descartado cuando, inmediatamente después, da medio a entender no está del todo mal, que, de hecho, va muy bien con una idea que se le pasó por la cabeza en no sé qué momento, algo que no tiene la menor importancia, al fin y al cabo no todo el mundo puede tener mi buen gusto. Lo realmente interesante viene cuando dice, porque lo dice, que en este colección de relatos pueden ustedes encontrar (ahí vamos) personajes inolvidables. Lo voy a repetir: inolvidables. Vale. Personajes inolvidables en la literatura hay dieciocho, de los cuales seis deben estar aquí.

Más cosas que invitan a la lectura: Ignacio habla de, atentos, “dominio absoluto de la escritura” o del “estilo poderoso” o del “fluir torrencial sin desbordamientos” del gran Esquivias, contra el que (ya se lo adelanto) no siento el menor rencor por haberme hecho perder el tiempo.

Para los incrédulos, he aquí una demostración (elegida al azar, I promise) de dominio absoluto, estilo poderoso y fluir torrencial en la prosa de Esquivias: «Aprendí a nadar el verano que mis padres se separaron. Aquel año no fuimos de vacaciones a San Vincenzo (donde vivían mis cuatro abuelos) y permanecimos en Florencia. Mamá nos apuntó a mi hermana Stefania y a mí a un curso de natación en la piscina Le Pavoniere, que está en una suntuosa villa del Parco delle Cascine, escondida entre enormes árboles, en el lugar más umbroso y frío de la ciudad. Nuestro monitor se llamaba Davide y trabajaba de socorrista. Mi hermana decidió ya el primer día que era el hombre más guapo del mundo y que debíamos casarle con mamá». Yo creo que el entusiasmo de Nacho debe tener algo que ver con la utilización de la palabra “umbroso”, pero no las tengo todas conmigo.

Pero se dicen más cosas, por ahí; cosas que podrían perfectamente invitar a la lectura.

Mi estimado David Perez Vega nos habla desde su ciudad sin cines de cuentos magistrales. Magistrales, eh. Pues eso. Alguno le gusta menos (los más cortos, de hecho) pero esto, dice, es posiblemente (posiblemente) una cuestión de apetencia personal. Entiendo que el resto de la crítica tiene un carácter mucho menos caprichoso. Bromas aparte, me gustan mucho dos cosas en la reseña de David: una, que muchos comentarios (hace uno por relato) los termine, en un ejercicio de honestidad que le honra, con un comentario que roza la negativo o lo no-demasiado-positivo o, en cualquier caso, no-lo-suficiente; y dos, que cierre la reseña dejando claro que, pese a ello, Andarás perdido… le parece el mejor libro de Esquivias y él uno de los mejores escritores de cuentos españoles. Que ya tienes que escribir bien, para que te digan algo así.

Esto último me gusta, sobre todo, porque yo hago mucho caso a David y si David dice que este es su mejor libro yo ya no vuelvo a leer a Esquivias en mi puta vida.

* * * * *

Tengo que decirlo: David fue uno de los culpables (a Ignacio lo descubrí después, minutos antes de sentarme a escribir esto de hoy) no de que yo leyese a Esquivias sino de que eligiese leer a Esquivias, que es muy diferente. 

Me explico.

Por lo general, ustedes lo saben, no soy mucho de relatos. Y precisamente por ello. 

Verán, este ERA el plan: leer (intentarlo), cada día, uno, ni necesariamente novedad ni necesariamente nada. Un relato de un autor diferente, de diferentes libros o del mismo libro o del mismo autor o, yo qué sé, lo que pidiese el cuerpo, como siempre, y después, no sabía cuándo, el viernes, por ejemplo, o el sábado, publicar comentarios, sacar conclusiones precipitadas, emitir reseñas parciales, sesgadas y cargadas de prejuicios, un poco como son las mejores reseñas.

Esto incluiría relecturas, reinterpretaciones y declaraciones de intenciones varias. Sería un juego. Cada semana, una antología de andar por casa, un agravio comparativo tras otro y un permanente prejuzgar lo que quedase por leer.

Y así un mes. O dos. O tres. Yo qué sé. O quince días. Dudo que más. Ya se vería. 

Y ver qué salía.

No pudo ser. Sí han caído relatos diarios, pero no ha habido tiempo para comentarlos. 

Lástima.

* * * * *

Retomando.

Yo quería hacer una reseña en condiciones pero lo cierto es que Esquivias me ha dejado un poco literalmente sin palabras, para qué voy a engañarles. De hecho, no pensaba escribir nada pero tampoco me parece justo dejar que se gasten ustedes el dinero en tonterías pudiendo comprar revistas del corazón. Esta es mi opinión (sincera, honesta, ejemplar… ya saben): no puedo con él. Con Esquivias, digo. Me supera. Y mira lo he intentado, eh. Es más, leyendo el primer relato creía sinceramente estar frente a un escritor con algo que decir. Me duró diez minutos, eso también es cierto. Menudo susto. 

Esquivias es convencional. Donde unos ven dominio absoluto no hay más que corrección; donde estilo poderoso, convención; donde fluir torrencial, paja mental.

Los relatos de Esquivias, que se sitúan en Rusia o Estados Unidos como podrían situarse en Burgos, no pasan de narrar vulgares anécdotas que, por buscarles algo en común, están protagonizadas por seres vulgares, anodinos y bastante cobardes. Podría hablarles de ellos. De los relatos, digo. Podría hablar, si no de todos, de algunos. Podría hablar de los mejores. Elegir dos que salvar de la quema, ponerlos en buen lugar y dejar, después, que viniese el de turno a decir que si Tongoy dice esto de, es que deben ser la hostia o parecido. O también puedo hacer aquello que me pide el cuerpo, que no es otra cosa que putear a la más fea.

Hagamos eso.

Hay un relato muy tonto llamado Mambo del que quisiera hablarles. En él, un hombre anodino y vulgar y un poco cobarde trabaja en un banco al que, cada mes, llega una mujer insoportable (he aquí otro ejemplo de estilo poderoso de Esquivias: «Aparenta unos cuarenta años, muy mal llevados, erosionadísimos (uno se imagina su vida sentimental como un páramo recorrido por vientos helados), pero bajo estos escombros se puede descubrir un rostro más o menos agradable, con unos ojos muy expresivos, casi de actriz de cine mudo») por culpa de ese juego tan de jubilada consistente en mover dinero entre cartillas y pagar recibos y demás zarandajas de primeros de mes. Para más inri, son vecinos. Coinciden en el ascensor; nunca saben qué decirse. Ella es como es y él un poco imbécil. Una noche de cita doble ella se sube al piso un maromo. Él también. Ella, la tonta del bote, pobre infeliz, se lo pasa entre fenomenal y descacharrantemente en tanto que él, en el piso de abajo, sufre incómodos silencios entre plato y plato hasta que su churri de esa noche lo saca a bailar el mambo un poco demostrando que ellos no son menos que los vivalavirgen del piso de arriba. 

No sé, claro, yo veo buena intención y uno siempre hace lo que puede con los medios de que dispone pero me llena de asombro y estupor y temblores; me duele el alma pensar que hay por ahí un hombre que cree que algo como esto es digno de escribir y otro que cree que es digno de publicar. Es un relato que, no contento con rozar el microrrelato, se mete de lleno en el ridículo más absoluto. 

Esquivias o, si lo prefieren, su libro, puede ser muchas cosas y de hecho lo es (mediocre sería una de ellas) pero lamentablemente es también la única que no podrá ser jamás perdonada por quien esto escribe: el libro de Esquivias es aburrido a dolor. Y desde luego de magistral no tiene ni la i.





lunes, 18 de abril de 2016

‘Guardar las formas’ de Alberto Olmos

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Que nadie se equivoque: aquí no reseñamos a Alberto Olmos porque nos guste cómo escribe, ni siquiera porque nos interese lo que escribe. Aquí reseñamos a Olmos porque nos gusta la polémica casi tanto como al propio Alberto y sabemos —acumulamos cierta experiencia— que las promociones de sus libros suelen ser bastante más jugosas que las de, por ejemplo, Elvira Navarro o Patricio Pron, escritores a los que de tan intensos uno se siente obligado a tomar demasiado en serio demasiadas veces. Además, convendrán conmigo en que siempre será mejor hablar de algo que levante una mínima pasión que de algo que invite a la compasión. Prueba de esto será este post en el que, a excepción del libro de Olmos, intentaremos hablar de cualquier otra cosa, un poco por lo que acabo de decir y otro poco porque nunca le he visto mucho sentido a eso de construir un post a golpe de pequeños resúmenes que nadie va a leer.

La polémica que acompaña cada estreno de este escritor, está siendo, en esta ocasión, la siguiente:

Alberto Olmos (a partir de ahora Olmos o Alberto o Alb) ha declarado en numerosas ocasiones que no es mucho de relatos, que lo suyo es más el largo recorrido (parece incluso que escribió una encíclica sobre el tema) y ahora va el tío y escribe doce relatos en catorce minutos, los presenta a un premio, queda finalista y no contento con eso se deja editar por el sello antes conocido como Mondadori. Y claro, escuece que te cagas sobre todo si eres un académico profundo y llevas media vida impartiendo talleres creativos en librerías de viejo o le tienes que pedir a un primo, que tiene contactos con nosequién, que te mueva el manuscrito que llevas pergeñando dos años y un día de tu perra vida de parado de larga duración. Yo estoy por encima de estas cosas y maldito si me acuerdo de lo que dijo Olmos durante la trigésima borrachera egomaníaca de sus tiempos malheridos, pero algunos escritores sí, porque son gente subterránea, mala y rencorosa además de una perfecta inútil, por lo que a nadie le extrañe que florezcan nuevamente inquinas y odios varios y vuelva Olmos a ser, para tantos, (afortunadamente no todos) la misma “puta nulidad de escritor” de las que viene siendo acusado desde tiempos inmemoriados.

Aquí tres ejemplos de los famosos titulares: «El cuento es el cobijo ideal de gente con poco talento» (Público); «Es muy fácil escribir tres cuentos e ir por ahí diciendo que eres escritor» (El Cultural); «El cuento es un género menor. Hasta un bachiller está capacitado para escribir uno», Vozpópuli. 

Lo que me pide el cuerpo es terminar la reseña aquí, y hacerlo con una gran frase final que certifique que, efectivamente Alberto Olmos tiene más razón que un santo y que prueba de ello es que él mismo acaba de publicar un libro de relatos.

Pero no sería un post justo ni divertido ni tendría la extensión que acostumbro. De modo que, sigamos.

En la literatura está pasando un poco como en el cine. Antes lo más era hacer películas, pero ahora si no protagonizas una serie en televisión ya no eres nadie. Dicen los expertos que han cambiado los hábitos de los telespectadores; que, claro, con semejantes plasmas ahora el cine se consume en casa; que si encima Netflix; que no si no sé qué y ya todos afeitándose las barbas. Pues con la literatura lo mismo: tú ahora escribes una novela y ya tienes a veinte correctores preocupados por sus quinientas páginas y que si no puedes aligerar un poco el peso de la trama o qué. Te dicen, esos mismos expertos muchos de ellos probablemente entusiastas de Ken Follet, que los hábitos de los lectores han cambiado, que la gente se ha acostumbrado a las tablets y ahora les arde el culo si pasas de mil palabras, que si no sé qué mandangas evolutivas… Y ya todas nuestras esperanzas puestas en la narrativa breve, ese clásico intemporal.

Y probablemente sea cierto y probablemente sea mentira pero sí da un poco la impresión de cada vez son más los libros de relatos y cada vez son menos el números de páginas por novela. Hoy las estanterías ya no son lo que eran. También puede ser que, ya que la novela ha muerto, recurramos a un género que no exija demasiadas responsabilidades. 

Pero volvamos a las declaraciones de Olmos. 

Lo que el sujeto entrevistado viene más o menos a decir es que un relato corrientito, de tres, cinco, diez, doce páginas, requiere menos esfuerzo que escribir una novela de 100, 200 o 952. Esta es una obviedad tal que casi da vergüenza ajena repetirla, pero sirve para que nos hagamos una idea del nivel de los entrevistadores en esa incansable búsqueda del gran titular. Por lo tanto, si yo fuese un escritor medianamente normal con un nivel de mediocridad como se acostumbra en estos lares, esto es medio-alto; padre de familia; empleado por cuenta ajena o directamente un vulgar periodista, no dudaría en hacerme una antología de relatos que llevase por título, no sé, Las presentaciones literarias y otras masturbaciones. Podrían ser relatos inquietantes, costumbristas o de un realismo descarnado, pero invariablemente, contundentes; de prosa ágil, áspera o lírica, húmedos o resecos pero siempre críticos hasta lo desangrante. Podrían ser una mierda pinchada en un palo pero también podrían no serlo y pasar por buenos; podrían gustar a alguien o directamente no. Seguramente no. Qué más da. Podrían servir simplemente para etiquetarnos como escritores. Recuerden: todo tiene su público. Ejemplo: el otro día fui testigo mucho de cómo una mujer corriente y moliente defendía a muerte no sé qué novela porque el protagonista padecía una enfermedad crónica, que era exactamente lo mismo que le ocurría a ella en su más estricta intimidad; y ya que por fuerza se sentía identificada, también por fuerza la novela tenía que ser buenérrima y un mierda por no reconocerlo. Y así nos va.

Y es así. Desde que tengo el blog me han llegado o me han hecho llegar unos cuantos libros de relatos (y mira que tengo dicho que no soy de relatos, pero ni modo): algunos no los he leído; otros no eran cosa, la mayoría, en realidad. Más de uno no pasaba de infumable. Olmos tiene razón: cualquiera puede escribir y casi cualquiera puede publicar. Tal vez no en Anagrama, pero qué más da si nadie te va a decir que eres una nulidad por publicar en la editorial zapatitos de cristal.



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Y así es como llegamos, después de tanta vuelta y tanta palabrería, a Guardar las formas. No importa lo que yo diga ni las razones que tenga para ello, hay una verdad incuestionable: un relato que no brilla es un relato más, esto es: un relato menos. Pues bien, en este recopilatorio hay demasiados relatos que no brillan lo que deberían. 

Con esto no quiero dar a entender que sean malos. En absoluto. Creo que son correctos; bastante más correctos, de hecho, que muchos de los que se escriben y celebran con desmedido e injustificado entusiasmo (pienso, no me lo puedo quitar de la cabeza, lo último de Esquivias, que sólo merece palos). En Olmos, si obviamos una cierta tendencia al efectismo («Fuimos a aquella cabaña en mitad del bosque porque uno de los dos quería poner a prueba al otro. La prueba consistió en impugnar deliberadamente la realidad») o a peculiares asociaciones de ideas («Manuel va olvidando el sueño a medida que se despierta, algo que hace blanda, dulcemente, como quien toma posesión de una herencia previsible, sin disputa, que se veía venir desde hace años») o a experimentar con lo ya mil veces experimentado («Me gusta rebobinar las películas y devolver las películas porque si no no puedo dormir con mis nervios y pienso que nos van a cobrar mucho dinero por no devolver las películas el día de devolver las películas y de rebobinar las películas nos van a quitar el carné y voy a tener que ver películas que no sé cómo se llaman en la televisión porque siempre las encuentro empezadas»), decía que, obviando esos significativos detalles se puede encontrar en Olmos un narrador elegante por más que en ocasiones peque de un excesivo envaramiento: «Mi madre, mis hermanos y yo nos volcamos en su bienestar y su cuidado, atónitos ante la evidencia de su deterioro y la más que posible resolución inmediata. Uno sabe que su padre va a morir, pero no sabe que lo va a querer tanto. Perdón y respeto era todo lo que yo sentía en el trance. Mi padre no fue un gran padre. Ni siquiera me gustaba la idea de considerar que, como suele decirse, hizo lo que pudo. Hizo lo que quiso y estuvo bien y era mi padre y se moría».

Si quieren mi opinión, mi sincera opinión, y probablemente, de todas las que conozco, la única opinión válida, creo que Guardar las formas de Alberto Olmos es un libro de relatos que guarda demasiado las formas; que gustará mucho a incondicionales del escritor y enfermos crónicos y a todos amantes de prosas doctrinantes, pero que tardarán olvidarse mucho menos de lo que llevó escribirlos. Si buscan historias o personajes, si buscan vida más allá de las apariencias, mejor busquen en otra parte.

No sé si me explico.


lunes, 11 de abril de 2016

‘La pertenencia’ de Gema Nieto

En una intensa entrevista que un tal Miguel Sanfeliu (otro de esos que tiene blog y publica libros y demás cosas de vieja tipo entrevistar a escritores como excusa para darse importancia y dar a conocer o hacer importantes o dar a conocer a quienes no lo son o no lo merecen) le hace a Gema Nieto, dice la interfecta: «[…] me preocupa la forma, ya que en esencia lo que hace que determinadas obras sean literatura es básicamente la forma. En realidad las grandes obras literarias, como Madame Bovary o Crimen y castigo, pueden resumirse en pocas palabras, pero lo importante en ellas no es la trama, ese vulgar «de qué va», sino cómo está relatada.» No seré yo quien le quite la razón. Sin duda, la forma es fundamental. Repitan conmigo: fun-da-men-tal. Esto que quede claro. Por poner un ejemplo reciente, a Jesús Carrasco la forma de su primera novela lo hizo popular, lo hizo un hombre. Lo hizo escritor. Pero también se lo comió. Carrasco era tanto forma que acabó no siendo otra cosa y luego, claro, llegó la segunda novela y, pese a los premios europeos diseñados para lectores candorosos, nos saltaron las evidencias a la cara. El contenido… bueno, el contenido, pero vamos a ver ¡a quién carajo le importa el contenido! A Carrasco no, eso seguro. Ni a otros. Que nadie espere contenido en Stoner, la novela de John Williams, o en El periodista deportivo de Richard Ford, un señor que siempre nos hace creer que escribir es taaan fácil. ¿Y todo gracias a qué? Efectivamente: a la forma.

Jodida forma.

La parte mala del asunto es que aferrados a la forma, como lapas o gusanos, están los poetas y, amarrados a éstos, los poetas que saben que los versos no dan para lentejas y se pasan a la prosa o simplemente se dejan florecer en ella.

Gema Nieto, por ejemplo. 

En la pertenencia hay cuatro personajes. Cuatro. La madre, la hija, el hermano y el marido. En el centro: la madre. La novela empieza con ella enferma de morirse. De hecho, no tarda en hacerlo ni cuatro páginas. Su pérdida conduce al desastre. Es lo que tiene ser buena cocinera y buena hija y amantísima madre y venerada hermana y amor de mi vida, faro en la niebla que ilumina mi pobre corazón, ay qué dolor.

«A cada uno de ellos le ofende ya no sólo el dolor ajeno, extraño, de los desconocidos o de los personajes de ficción o de las víctimas de cualquier suceso que ven en las noticias; les irrita incluso el dolor del resto de componentes de ese microuniverso insano que han construido a base de silencio y en el que todos se nutren día tras día de las mismas raíces podridas, respirando los mismos focos de incendio. Cada uno de ellos es una isla incomunicada; los cuatro forman un archipiélago a la deriva en el fango, y para cada cual no existe —no puede existir— un dolor más grande que el suyo. Insinuarlo simplemente es injurioso, imaginarlo es imposible. El viudo, la madre sin hija, el hermano abandonado, la huérfana. Todos caen sin sostenerse. Ninguno ve al otro».

Total: cuatro sujetos a cual más agonías dejando su triste impronta a lo largo y ancho de nada menos que 240 páginas. Y hasta aquí puedo leer puesto que entramos en el peligroso terreno de contar más de estrictamente necesario.

De todos modos da igual. A mí la historia me importa un comino. Cierto es que no me entusiasma pero, dando la razón a Gema y a tantos otros, podría haberme importado. Tendría que haberlo hecho. Al fin y al cabo, ¿no es cuestión de forma? Una buena forma, una buena novela; una mala forma, La pertenencia. Cierto, cierto, CIERTO: habrá a quien le guste. Por descontado. Siempre hay a quien le gusta algo (mi hija, sin ir más lejos, es mi fan número uno) pero hay que estar hecho de una pasta especial y tener más paciencia que un santo y más moral que el alcoyano y no es ni remotamente mi caso, no así el de Alberto Olmos, editor y responsable directo de que esto esté en la calle haciendo de las suyas. Con todo, será un éxito de masas. De veinte ejemplares no baja.

Lo que quiero decir con esto y sin ánimo de “salvar” una novela que no tengo el menor interés en “salvar” todo es cuestión de forma ergo todo es cuestión de gusto o del cariño o de la amistad.

«Para muchas serían después el temblor y las lágrimas, el fuego y la torpeza, el ruido y la furia que le harían perder toda locuacidad y sensatez. Otras vendrían después de los trece y de los dieciséis, cuando todos los cielos son naranjas porque todos los pechos explotan al mismo tiempo y a la misma hora. Ya no existen, ya no son, pero cuánto necesita su conciencia recordarles todavía, a todos y todo lo que amó tanto que le dolía, instalada en este cómodo presente-futuro de estabilidad y amor correspondido en el que cada noche duerme a su lado el ángel que sopló en su alma y la sanó».

Yo con esto un ratito sí, pero 240 páginas como que no. Me puede tanta intensidad, tanto hacer cada página una telenovela, tanto bajarse a los infiernos en busca del éxtasis. Esta literatura del dolor del alma mía, este poner cada minuto cara de hemorroide, este recurrir al lirismo desatado para ocultar otras carencias tipo algo que contar; este darle a los personajes la profundidad de un plato de sopa (alarmante el caso del marido quien, a pesar de tener su protagonismo, carece por completo de justificaciones para sus actos; o del hermano, mariquita loca de pedrería y batín de seda, alcohólico y sentimental que no suscita en momento alguno el menor interés; o de la madre (la madre de la muerta, se entiende) que por tener no tiene ni media línea de diálogo y que lo más que hace es caerse un día por las escaleras).

En La pertenencia se piensa mucho, muchísimo, se piensa tanto que duele pero sin embargo y a pesar de ello o precisamente por ello, no se tiene una triste idea que llevarse a la cama. Tanto pensar para nada, verdad. Tanto vagar por las calles, tanto llorar, tanto buscar un lugar el mundo total para qué. 

Lo mejor de la pertenencia es que vale menos de cuatro euros. 



martes, 5 de abril de 2016

Resumen de lecturas MARZO 2016

Trato de no perder la costumbre de escribir estos resúmenes mensuales. Por dos razones: una, porque me obligan a sentarme un rato y reflexionar en voz alta y dos, porque me permiten hablar de libros que he leído pero que, por la razón que sea —generalmente falta de tiempo—, no tendrán espacio propio en el blog. Por otro lado, y ya que hablamos de tiempo, todo el que le dedique a este resumen no se lo podré dedicar a una reseña. Es por ello que este mes seré anormalmente breve pese a que, ya lo verán, no debería. Culpen a la madre naturaleza, si quieren, yo poco más puedo hacer.

El mes fue así de increíble:



Cicatriz de Sara Mesa
No voy a añadir nada a lo dicho en la reseña (ver post anterior). Simplemente que me ha sorprendido el…, cómo decirlo, entusiasmo que ha despertado. Para encontrar una entrada con más visitas que ésta tendríamos que viajar hasta enero de 2015, concretamente al resumen de lecturas del año anterior, y antes de eso, muy poquito antes, a la de Los últimos de Juan Carlos Márquez, una de las estrellas de este blog.

Sara Mesa no sé pero yo, pese a mi escasa participación en los comentarios, estoy encantado. Gracias.



La pertenencia de Gema Nieto

La de esta novela será la siguiente reseña, de modo que tampoco voy a perder ahora mucho el tiempo no vayan ustedes a saltársela después. La pertenencia es la primera aportación de Alberto Olmos como editor invitado en Caballo de Troya. Realmente ese es casi todo su valor. Para los que no estén al corriente: alguien no sabía qué hacer con el subproducto conocido Caballo de Troya, de modo que tuvo la feliz idea de cederlo a otras personas tipo Elvira Navarro y Alberto Olmos. Este es el año del segundo tras la anodina aportación de Elvira. Lo que más me gusta de esta gente es que publica en edición digital y lo hace a precios decentes, motivo por el cual estoy por no perderme ninguno, para que luego digan. Bueno, lo dicho: hablamos en un par de días.



Novela de ajedrez, de Stefan Zweig

Zweig me parece tan asquerosamente correcto que acabo por no leerlo nunca. O casi nunca. Novela de ajedrez era una vieja cuenta pendiente, como tantas otras. Poco que decir: corrección, corrección, corrección. Interesante, entretenida, efectiva pero también previsible, desde luego poco o nada sorprendente. A mí estas cosas no me dan para un post ni queriendo. Zweig me gusta casi tanto como me aburre hablar de él. O más.



La montaña, de Juan González Mesa

No sé bien cómo acabé leyendo esto, la verdad, probablemente Facebook tuvo mucho que ver. Es una novela de corte fantástico. Déjenme hacer memoria... Ah, sí. Un señor descubre, un buen día, ni se imaginan cómo (primera gran cagada de la novela), que si sigue viviendo a nivel del mar, se va a morir. Se traslada, pues, unos metros más arriba, como dos mil o así. El caso es que es cuestión de tiempo que el mismo mal lo alcancé allá donde vaya, de modo que acaba yendo lo más alto que puede, que es como altísimo. Claro, cuanto más arriba, menos para elegir por lo que es todo uno llegar a una cumbre y descubrir que lo suyo no es tan especial, que en realidad son legión. El cielo está lleno de zumbados, unos de atar o directamente atados y otros en caída libre. Si quieren entender el chiste se leen ustedes la novela, que tampoco lleva tanto tiempo. A mí me ha parecido muy floja, pese a un contar con par de ideas medio interesantes en las que el autor decide no profundizar sabrá él la razón. 



Seré un anciano hermoso en un gran país, de Manuel Astur

Aquí guardaré un interesado silencio. La reseña de esta… esta… obra, digamos, que dicen que inaugura un nuevo género literario tiene desde hace semanas su correspondiente y merecida reseña pero no será hasta poco más o menos la semana que viene que verá la luz. Lo siento, uno tiene sus ritmos. Aquí un fragmento, de todos modos, para que no me odien: «Seré un anciano… etc, está escrito por Manuel Astur, un escritor ya-no-tan-joven nacido en los 80 que ha sido todo uno verse la primera cana y lanzarse a escribir sus memorias en plan Nostalgia de Mí. El resultado es una obra de unas doscientas páginas en las que el autor habla de sí mismo y sus circunstancias desde el origen de sus tiempos y cómo ha cambiado todo y qué bien se vivía siendo el niño de Aquellos maravillosos años y qué grande Asturies, madre».



Guerra y paz, de Tolstoi

Lectura inesperada del mes. Bueno, inesperada… es verdad que tenía intención de leerlo este año pero también lo es que tuve intención de leerlo el año pasado y el anterior y el anterior (y así hasta 1923) pero lo he ido demorando por lo de siempre, ya saben, quién quiere meterse 1700 o 1900 páginas, según la edición, entre pecho y espalda, quién quiere volverse loco con esos doscientos personajes que se prometen en el dramatis. Nadie, claro. Pero al final, lo esperado: ni A, ni B, ni C sino todo lo contrario. Fue todo empezar y ya no querer dejarlo, ya no saber hacerlo, y que me faltaban personajes y que me faltaron páginas, que uno podría pasarse el resto de su vida leyendo nada más que Anna Karenina y nada más que Guerra y Paz y nada más que a Tolstoi. No tengo ninguna duda: volveré a leerlo. Desde hoy Novela Favorita nº x+1 y altarcito en el mueble-bar.



Madre e hija, de Jenn Díaz

En este blog tenemos la mala costumbre de no hablar, por razones que no vienen al caso, de las novelas de Jenn Díaz. Pero eso se tiene que acabar. No se puede ser joven, escritora y española y no tener un espacio propio en este blog. Di NO a los agravios comparativos, Tongoy. Mientras me lo pienso, leo y después ya veremos.





Y en abril… 

Guerra y Paz, lo insinuaba más arriba, es tan buena que resulta imposible dejar su universo así como así, de modo que sin quererlo ni beberlo me encuentro ahora mismo sumergido en el siglo XIX ruso de la mano de Dostoievski y Turguenev. De Dostoievski ha retomado su biografía (obra de Joseph Frank) y el plan es acompasarla con sus lecturas aunque Memorias de la casa muerta y Humillados y ofendidos las tengo demasiado recientes como para repetir. Respecto a Turguenev, debería ser capaz de leer cuatro o cinco de sus novelas: Rudin, Nido de nobles, Padres e hijos, Humo y Diario de un hombre superfluo. No prometo nada, pero haré lo posible por intercalar alguna novedad (aquí algunos candidatos: Gaddis, Leonardo Cano, Raduan Nassa, Javier Calvo, Jon Bilbao, Guillem López, Juan Vico, Tom Mccarthy, Renata Adler…).