viernes, 27 de febrero de 2015

Resumen de lecturas FEBRERO 2015

Mes completo, mes de extremos. Lo que bien, muy bien; lo que mal, fatal. Cierto, también hubo términos medios; ya he dicho que ha sido un mes muy completito.

Al grano. Las novelas leídas fueron las de la imagen. Inmediatamente después, un resumen de cada una.




* * * * * * 

‘El aliento del cielo’ de Carson McCullers

Sin ser un fan del relato sino más bien todo lo contrario tengo que reconocer que alguna de las piezas incluidas en este recopilatorio son realmente magníficas por razones que, como ocurre en la mayoría de los relatos, ni yo mismo acabo de entender o sí y no me apetece hablar de ello. Que el relato de una mujer observando a sus vecinos a través de la ventana sin mayor repercusión que los ires y venires ajenos se le quede a uno grabado a fuego en la pupila tiene un mérito enorme toda vez que de estas memeces está la literatura llena. Por haber sido leído a finales del mes pasado (pero terminado a comienzos de este) muchos relatos son ya un recuerdo vago, pero un recuerdo agradable. 

El resto del tomo incluye una serie de novelas cortas de la escritora de las que ya hemos hablado en su momento y que también muy bien. Todo genial. Super. Muy recomendable.



‘Siempre hemos vivido en el castillo’ de Shirley Jackson

Pueden ustedes leer la reseña aquí: pero por si les da pereza (no debería, pero allá ustedes) les diré que esta cosa viene a ser algo así como la precuela de algún cuento infantil con casa oculta en el bosque pero en versión adulta. Esto suena genial y en parte lo es y en parte no tanto. A pesar de que a ratos es alargada en exceso resulta un buen entretenimiento y, se me ocurre, una forma ideal de introducir a los críos (críos de cierta edad, tampoco hay que forzar) en una narrativa diferente pero con el atractivo de lo que para ellos venía siendo costumbre hasta la fecha.

Extracto de la reseña: «La cosa va de esto: Merricat, la narradora, era una encantadora, traviesa y desobediente niña de doce años «a la que enviaron a dormir sin cenar» el mismo día que cuatro miembros de su familia fueron asesinados por envenenamiento. Arsénico. Arsénico en el azucarero. Arsénico sin compasión. Seis años después Merricat vive en una casa con jardín y bosque y portal con candado con su hermana y su tío, únicos supervivientes de aquella cena fatal. La hermana, acusada en su momento de la masacre y absuelta por falta de pruebas, padece una severa agorafobia que le obliga a vivir recluida con ese viejo inválido y esa niña, Merricat, que es todo imaginación desbordada y que parece que tenga sometida a la banda de dos con su candor, mayúsculo en comparación con la degradación que los rodea».



‘Matate, amor’ de Ariana Harwicz

No quiero perder más el tiempo con esta novela. Les dejo un fragmento de la reseña que pueden leer íntegra AQUÍ: «Matate, amor es, mejor que un título, una magnífica idea que presume de la siguiente estructura: principio, caos y fin. Defina caos: querer contar, pero no saber qué; querer decir, pero no tener ni idea de por dónde tirar. Ir a lo fácil, jugar al despiste, pajaritos preñados y versitos encadenados. Fingirse moderno hablando de pollas, mujeres salidas, armarios empotrados o abusos varios. No haber superado todavía el cacaculopedopis y vivir para contarlo».

Junto con la siguiente, una de las peores lecturas de este año.



‘Los huérfanos’ de Jordi Carrión

Idem que la anterior: novela horribilis que directamente me ha quitado las ganas de leer cualquier otra cosa del escritor. Esto no me pasa todos los días, de ahí la mención especial. La reseña, aquí:  y una aproximación a la misma, días antes, aquí.



‘Sacrificio’ de Román Piña

Sorprendentemente, no ha estado mal (léase entretenida y no se fuerce mucho la vista). Digo “sorprendentemente” por aquello de ser, Piña, un algo-menos-que-joven escritor y la editorial pequeña y su trayectoria (la de Piña) (la literaria) un tanto irregular y, desde mi corta experiencia (sólo había leído Stradivarius Rex), decepcionante. 

No digo más. Hay una reseña escrita. Está en el horno. La próxima semana en sus pantallas.



‘La primera mentira’ de Marina Mander

Iba a decir “decepcionante” pero mentiría como un bellaco porque lo cierto es que no esperaba gran cosa. ¿A qué viene entonces leer algo de lo que no se espera demasiado? Pues qué quieren que les diga, a nada. Ha sido un acto de pura maldad. 

Mismo caso que el anterior: la reseña está escrita. Me pillaron, las dos, con ganas de hablar y me han quedado un poco largas. Además confieso que me lo pasé especialmente bien escribiendo esta. A riesgo de repetirme: la próxima semana, más o menos, en sus pantallas.



‘Cuatro por cuatro’ de Sara Mesa

De esta no hay (ni creo que llegue a escribirla) reseña. Razón: ninguna. Simplemente no apetece. Cuatro por cuatro, que resultó finalista del premio Herralde hace, no sé, un par de años, me ha dejado un poco frío, la verdad. About la novela: después de una más que decente y breve y prometedora primera parte llega una segunda bastante más floja y con querencia a desinflarse en su avance. Argumentario: en un colegio de pago, de mucho pago, donde conviven los alumnos de primera (clase A, digamos) con los hijos de los empleados (clase B) pasa algo terrible, que es una forma tan buena como cualquier otra de llamar la atención. Se sabe, se intuye, se va descubriendo con el narrador y se va aceptando la náusea. A disgusto se percibe que se le da muchas vueltas a eso tan malo; se llama a las cosas por otro nombre y se asiste a situaciones muy poco creíbles. Con todo, un buen entretenimiento. Con todo, un mero entretenimiento. Se esperaba algo más del Herralde, pero supongo que hacen lo que pueden con lo que reciben.



‘Alias Grace’ de Margaret Atwood

Magnífica. No de cinco estrellas, que esas las reservamos para novelas que nos hagan explotar la cabeza, pero muy buena muy buena muy buena novela. La reseña, que pueden leer AQUÍ, tiene dos días de vida. Comprendan mi desgana a la hora de volver sobre ella. Si este fuera un blog de pago pondría un poquito más de mi parte. No es el caso y porque no es el caso es por lo que vamos a dejarlo en acto de fe: les invito a leerla (la reseña y, por descontado, la novela). 



‘El castillo’ de Franz Kafka

Cuando empiezo a escribir es post no han transcurrido ni cinco minutos desde que he terminado de leer la susodicha. No quiero hablar de ella, no me apetece o sí me apetece pero no he pensado todavía en ella, no, al menos, lo suficiente. Total, que no he llegado a ninguna conclusión pero así, de entrada, puedo decir que la he disfrutado más de lo que esperaba y por momento algo menos de lo que quisiera y eso que no conocerán a nadie menos interesado que un servidor en leer novelas inacabadas de escritores muertos (jódete Foster Wallace). Pero, coño, estamos hablando de Kafka y mira, hablamos de edición ilustrada y de Sexto Piso y uno, qué quieren, tampoco es imbécil y si se lo ponen en bandeja y lo adornan bien, si el lacito es colorido, cae con todo el equipo y tan feliz que lo hace, que ya quisiera no dejar de hacerlo, de caer, si fuese siempre así la cosa de resultona.

En nada, la semana que viene, me pongo con la reseña o la aproximación o lo que sea que sirva para hablar un poco de esta novela sin final.



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En la categoría de abandonos o rendiciones incondicionales, dos novelas muy diferentes:

‘Los jardines estatuarios’ de Jacques Abeille parte de una premisa que no puede ser más interesante ni queriendo. Un hombre llega a un país en el que los jardines son de piedra: enormes estatuas crecen como enredaderas y se han de podar con martillo y cincel. Dos veces la he empezado y dos veces la dejé en la página 50, no porque sea mala, no lo parece, ni por costumbre; simplemente no es todo lo interesante que aparenta, lo que cuenta, la forma de hacerlo, como dos jubilados estuviesen poniéndose al día, no resulta lo bastante atractiva. Que no está a la altura de las expectativas generadas, vaya. 


‘Gilead’ de Marilynne Robinson es una novela de la que he oído maravillas desde que tengo uso de razón. Nada más lejos de la realidad. Creo que no he pasado de la página veinte o treinta. Un hombre, predicador para más señas, ve pronta su muerte y no se le ocurre mejor forma de aprovechar el tiempo que escribirle una laaaaarga, larguísima y aburrida, aburridíiiiisima carta a su hijo contándole, bueno, sus cosillas y tal. Un padrecito cargante en exceso.



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EN MARZO


Cosas que quiero leer:

Uno. Celso Castro se estrena en Destino con una novela llamada ‘entre culebras y extraños’. Aquí un #celsocastrista. Esto sale a la venta el día cinco. Ya les adelanto que el seis estoy yo en la librería o un día antes haciendo clic en alguna web si veo que la logística va a estar complicada, que seguramente.

Dos. Terminando estoy un libro, uno de Lydia Davis. Ni puedo ni quiero, se llama. Son relatos cortos, menos cortos, sueños, interpretaciones. Piezas breves. Me gusta Lydia Davis y me gustan sus micros pero no se lo digan a nadie. Lo negaré.

Y tres. También en marzo, el 26, ya casi abril, nuevo ladrillo de James Ellroy. 784 páginas de pura Perfidia. Vuelve el cuarteto de Los Angeles y yo con dos sin leer (El gran desierto y Jazz Blanco, si no me falla la memoria). Marzo podría ser, precisamente por ello, un buen mes para ponerse al día si no tuviese también pendiente Sangre Vagabunda. Mucho Ellroy me parece a mí para tan poco Tongoy. Ya veremos.

Hablamos.


jueves, 26 de febrero de 2015

Breve nota de urgencia sobre “Alias Grace” de Margaret Atwood

Me prestaron este libro hace quince años. Me dijeron: léelo, está muy bien. Yo por entonces apuntaba maneras y entre la desconfianza natural y que la portada no podía ser menos estimulante ni añadiendo de reflejo en el espejo un chico sin camiseta haciendo flexiones, fingí creerlo y, agradecido, lo acepté, lo guardé en una estantería, después en otra. Me mudé. El habitual ritual. 

Pues bien, quince años después toca restitución de honor a quien corresponde. Supongo que ahora debería devolvérselo pero suponer es gratis y yo estoy a favor de los derechos adquiridos.

El caso es que Alias Grace ha resultado ser una más que agradable sorpresa. Me quedo con eso. Y con el libro. Ja.

Esto sería una reseña si tuviese tiempo, puesto que no lo tengo va cómo va y va a vuelapluma y va como Breve Nota de Urgencia que una forma muy poco elegante de pedir disculpas por lo rápido y breve. Me van a tener que perdonar, por tanto, la ausencia de citas (esto se demostrará falso en cuestión de segundos) y rigor acostumbrado (jaja) pero de verdad de la buena que no puede ser y si lo dejo pasar sé que no la voy a escribir (esto tiene que hacerse en caliente) y tampoco quiero pasar siempre por ser el que lee lo que no le gusta y todas esas chorradas. 

Pero esto quería ser una nota BREVE.

La historia está basada en hechos reales, al más puro estilo película de sobremesa de Antena3 (pienso que me puedo estar equivocando; ignoro si las siguen emitiendo) en las que apenas se respeta el nombre y la idea general del original y se fantasea sobre todo lo demás. (Exagero). Atwood, tomándose las licencias propias de la ficción, es decir, todas, noveliza la muy novelable siguiente cuestión: una joven criada de dieciséis años y un joven criado de algunos más, matan y roban al ama de llaves y al señor de la casa, soltero todo él y amante de la fallecida. Después huyen, los capturan, los juzgan y los condenan: al él lo matan por hombre (es lo que hay) y a ella, tan dulce, tan atractiva, la acusan de loca y la mandan a un sanatorio y más tarde a una prisión común y veinte años después, una vez indultada, a la puta calle

«Como es natural, he novelado los acontecimientos históricos (tal como hicieron muchos comentaristas de este caso que afirmaron haber descrito acontecimientos reales). No he modificado ningún hecho conocido, si bien los relatos escritos son tan contradictorios que los hechos inequívocamente «ciertos» son muy escasos. ¿Estaba Grace ordeñando la vaca o recogiendo cebollinos en el huerto cuando Nancy fue atacada con el hacha? ¿Por qué razón el cadáver de Kinnear llevaba puesta la camisa de McDermott y de dónde sacó McDermott la camisa, de un buhonero o de un amigo del Ejército? ¿Cómo llegó el libro o la revista manchada de sangre a la cama de Nancy? ¿Cuál de los distintos Kenneth MacKenzie posibles fue el abogado en cuestión? En caso de duda, he procurado elegir la alternativa más probable, tratando de dar cabida a todas las posibilidades siempre que ello fuera factible. En los puntos de los archivos donde sólo hay insinuaciones o visibles huecos, me he tomado la libertad de inventar». (Martgaret Atwood en el epílogo)

Esto se traslada al papel del modo siguiente: un psiquiatra que quiere medrar se entrevista largo y tendido con famosa criminal durante la estancia de ésta en la cárcel muchos años después del hecho delictivo. La idea es tratar de entenderla o descubrir la verdad (fue ella, no fue ella, fue sólo él, eran amantes, no lo eran, qué quién cómo cuándo dónde) y, ya puestos, alcanzar la fama a través de algún descubrimiento genial; montar su propio sanatorio, ser una estrella más en el firmamento. Ella, reticente al principio, se abre repentinamente de par en par cual silvestre florecilla y todo es a partir de ahí un no parar de contarle hasta los más íntimos secretos al maldito alienista. Sobre esto flota una duda permanente: puede ser todo mentira o puede ser todo verdad. Decida usted, amigo lector, qué clase de mujer, dentro del amplio abanico que ofrece la sociedad, es nuestra Grace.

«En el transcurso de sus viajes ha conocido a muchas mujeres cuya naturaleza difícilmente se hubiera podido calificar de refinada. Ha visto a dementes que se rasgaban la ropa y dejaban al descubierto sus cuerpos desnudos; ha visto hacer lo mismo a prostitutas de la más baja condición. Ha visto a mujeres borrachas que soltaban maldiciones y se peleaban como luchadores, arrancándose mutuamente el cabello. En las calles de París y Londres las hay a montones; sabe que muchas se acuestan con sus propios hijos y venden a sus hijas a los hombres ricos que creen que, violando a unas niñas, evitarán las enfermedades. Por consiguiente, no se hace ilusiones acerca del innato refinamiento de las mujeres, pero razón de más para proteger la pureza de las que todavía son puras. La hipocresía en tal caso está más que justificada: hay que presentar lo que debería ser cierto como si realmente lo fuera».

Novela, pues, de corte clásico, de señora ya de vuelta de todo sentada frente a mesa camilla contando a joven atolondrado vieja historia de maltrato, pesares y puteos varios con final sangriento. Su vida, plagada de historias de amistad y múltiples carencias, tiene el atractivo de un Dickens, por poner un ejemplo que entienda todo el mundo y como tal se lee y como tal se disfruta y como tal se echa tanto de menos esta forma de narrar según se va llegando al final. Difícil que no pueda gustar. 

Hay un pero que no puedo contar, me temo, que tiene que ver con el final y con cierta forzada actitud de cierto ser humano pero es un pero pequeño como un colibrí y tampoco hay porque hacer sangre con él. 

Novela ideal para sillón de orejas, novela de las que ya no se escriben pero también de las que ya no se (re)editan. Esto lo digo porque si la buscan les costará dar con ella. (A ver esa Lumen qué hace que no la rescata). Les prestaría mi ejemplar pero temo que no me lo devuelvan y a mí esas cosas me joden mucho.


lunes, 23 de febrero de 2015

‘Los huérfanos’ de Jorge Carrión

Presten atención a la portada de este libro. 

Presen atención, también, a la contra: «Los huérfanos es un relato de ciencia-ficción profundamente humanista. Una asombrosa indagación en los peligros de la memoria histórica como instrumento político. Y una apuesta por la literatura entendida como ambición».

Seguimos cuesta arriba. Ahora, el argumento: 

Pekín, año dos mil cuarentayalgo. Un bunker. Un grupo de supervivientes, chinos o no tan chinos, ciudadanos del mundo en definitiva, sobreviven bajo la luz amarillenta propia de tan claustrofóbicos espacios tras esa esperada hecatombe conocida como la Tercera Guerra Mundial.

Bien, ¿no? Es decir: prometedor. Sobre todo si, como es mi caso, la cosa apocalíptica tira

Bueno, pues no

Iniciamos el descenso.

Marcelo, el narrador de esta novela (novela objeto de sus observaciones y pensamientos más íntimos), es un tipo empeñado en aprenderse el Diccionario por las malas, porque esta es una novela de ciencia ficción dirigida a los que son de letras. Es casi lo mejor que tiene. No. Es lo mejor que tiene. Imagínense.

«Como en un viaje demencial por la toponimia; como en un descenso en espiral por el abismo de un mapa; como una expedición de rastreo de huellas por los valles y desniveles y pueblos y depresiones y cordilleras y aldeas y ríos y vertederos y acantilados y metrópolis y periferias y polígonos industriales y búnkeres y sótanos de la historia de la topografía; así he caminado, sin tregua ni descanso, siempre hacia el norte, es decir, hacia el fin, por una ruta exclusiva de palabras. Las he buscado y encontrado, ensartado, recorrido, subrayado, estudiado, memorizado, interiorizado durante jornadas laborales y ratos de ocio, robándole el tiempo a las comidas y al sueño, discretamente, en silencio, sin que nadie pudiera detectarme ni, por tanto, delatarme».

Apasionante. Un hombre. El fin del mundo. Una misión: el rigor sintáctico. Jódanse, apocalípticos de manual.

Básicamente la acción de la novela es lo que pasa en el bunker —que tampoco es que sea gran cosa— en un momento concreto pero con frecuentes incursiones a un pasado más y menos reciente. Hay, además del protagonista, un grupo de habitantes que son descritos con habilidad poco habitual por el autor:

«Xabier (cráneo prominente, rostro huesudo con geometría de diamante en bruto, en cuyo hemisferio inferior lucen dos ojillos grises, insistentes, ajedrecísticos): viejo amigo, Xabier.
Susan (piel carcomida por cicatrices de acné y poblada de gruesos pelos rizados que la luz amarilla disimula, ayudada por la energía que pese a todo irradian los ojos verdes y la boca, siempre a punto de sonreír sin nunca decidirse a ello): Susan.
Kaury (líneas ovaladas y curvas en las ojeras, en la piel colgante del cuello, en los cachetes, que ahogan la vivacidad en decadencia de la mirada castaña, siempre despeinada): Kaury».

[Etcétera, etcétera, etcétera]

Y así. Todo muy profesional, original, innovador. Tanto como un catálogo de encimeras de cocina.

El motor de la narración de lo que ocurre en el bunker (otro cantar, ya, el contexto histórico) es de un simplismo brutal: uno, que estaba loco, que, de hecho, lleva loco muchos años, años en los que, para más inri, vive aislado (motivo a pesar del cual no se plantea, como cabría esperar en una novela de esta naturaleza, el menor problema ético que suponer alimentar una boca inútil), se escapa. El loco sale de su celda y anda por ahí, paseando, por el entresuelo del bunker, bajo los pies de todos ellos. Esto se puede vivir con pánico o con cierta normalidad, depende de lo que desayunes. Carrión, otro narrador sin sangre en la venas pero amante de la corrección gramatical más enfermiza y a ratos un tanto-bastante irritante, opta por lo segundo, provocando en el lector un exceso de apatía y odio visceral que acaba proyectando en, no sé, un diccionario. O algo. («Algo: sí «algo», ese pronombre indefinido que refiere a lo que no se quiere o no se puede nombrar»).

«Las gotas me salpican los pómulos, el cuello, los ojos. Se convierten en lágrimas, del latín «lacrima», lacrimoso, lacrimal, lacriminal».
«Y escribo ahora en presente, me doy cuenta, y el cambio de tiempo requiere una explicación —que nadie me ha pedido, que nunca nadie me pedirá porque mi único interlocutor es la nada, nadie—. —Que el lenguaje no se descontrole».
«Caída libre: aberrante, abismal, absurda, corrosiva, degradante, delirante, deprimente, inmoral, irreversible, kamikaze, obscura y oscura, pútrida, radical, sucia, suicida, terrible, vulgar: ¿cuántos adjetivos serían necesarios para describirla?»
«Mientras él dudaba, al mismo tiempo que lo hacían las líneas céreas de sus rasgos, he tratado de estudiar su fisonomía para religarla con su nombre, pero sus palabras han llegado antes de que lograra su objetivo mi concentración».

Al mismo tiempo, porque ese bunker es un no parar, al narrador le pone una adolescente que nació el mismo día que estalló la guerra y media novela es él sátiro perdido pretendiendo no sé, provocar asco o algo, pena, seguramente y no llegando nada más que al pasmo ante tanto infantilismo masturbatorio de sexto de primaria. 

«Le haría el amor.
La penetraría.
Cogería con ella.
Me la cogería.
Me la follaría.
Le echaría un polvo.
Le metería el pene, la polla, el coso, el nabo, la cosa, the dick, the thing, il cazzo, el engendro maldito que me arde entre las piernas, el taladro.
La taladraría.
Broca gruesa, en espiral, como palabras de broca gruesa y espirales.
La perforaría.
La hollaría.
La humillaría, humillándome.
Hasta sentir cómo los testículos, los huevos, las bolas, los cojones, mis pelotas rebotan contra su barbilla y sus mejillas, contra sus muslos, contra sus nalgas.
Oral, vaginal, analmente».

Sumen a esto errores de botijo: un gran hallazgo se produce avanzada la novela: en el bunker hay cámaras. Todos son observados cada minuto. Que ya son ganas, también, catorce años de gran hermano. Esto lo descubre, nuestro héroe, pues eso, a los catorce años de encierro y no sabe si su líder (líder natural desde siempre) lo sabe: «Chang sabe que hay cámaras. O no lo sabe», piensa. Es decir, que no sabe si lo sabe. Inexplicable ignorancia sí, tal como asegura en otro momento de la novela: «…supe que Chang fue renunciando a su influencia en la universidad y se fue dedicando enfermizamente a la rehabilitación del búnker». Dedicarse enfermizamente a la rehabilitación de un bunker y no saber si tiene cámaras es de narrador poco listo. Pasar por todo esto de puntillas y hacerse un poco el tonto es de escritor demasiado. Demasiado listo, se entiende.

Mejorando minuto a minuto, ya ven. 

Y eso es media novela. El otro medio, esto otro: 

Un buen día Jorge Carrión tiene una idea: piensa en una situación en que se llevase al extremo la cuestión de la memoria histórica y la gente tuviese que pagar por sus crímenes pasados y una cosa llevase a la otra y ya todo fuese mirar hacia atrás y alimentar el rencor y sacar las cosas de madre:

«[...] la reanimación histórica era un movimiento de ficcionalización de la historia, un movimiento eminentemente teatral, en que los sujetos interpretaban biografías ajenas, pretéritas, era errónea. La reanimación histórica era una forma de la verdad. La reanimación histórica era una revolución. La reanimación histórica no conducía a relatos, sino a actos, a hechos, a acciones, a la transformación social y política de lo real». 

Y dice, Carrión: con esto me hago una novela. Y con un bunker. Bunker, bunker (así Carrión asociando ideas)… ¡Lost!: «La construcción del búnker había sido una especie de broma privada, un juego, George siempre decía que alguno de nosotros debería ser encerrado allí y obligado a teclear siempre los mismos números, hasta que fuera descubierto mucho después, por los siguientes habitantes de la isla, y fuera tomado por un loco o por un dios». ¿Qué más, qué más? ¿Qué te gusta, Jordi? El ajedrez, me gusta. ¡Bobby Fisher! Y ahí lo tienes: todo el mundo jugando al ajedrez y breve biografía de Bobby Fisher, un quinto de novela y curiosamente la única parte realmente amena.

Ya vamos navegando hacia las trescientas páginas. Ya vamos bien. Ya tenemos novela. Ya tenemos contenido para el continente. 

Pero no es suficiente. Carrión piensa: ¿qué no puede faltar en una novela de ciencia ficción?

La ciencia ficción, claro.

He aquí las grandes aportaciones de Jordi Carrión a la literatura de Ciencia Ficción. Atentos.

«Cayó NeoGoogle y se quedó sin cuenta de correo electrónico; cayó Globalphone y se quedó sin acceso a su cuenta de telefonía».
NeoGoogle. Globalphone. Con dos cojones. Qué grande. Más:

«Chang sabía que yo había llamado a Shu a su micromóvil».

Micromóvil. Supera esto, Asimov.

Más, más.

Facing. Lo del facing, y más concretamente el exceso de atención que tiene en la novela es especialmente vergonzoso, ya que todo (todo) ese esfuerzo va dirigido a tratar de sorprender al lector en un momento dado. La búsqueda del OH! lector menos exigente, para que nos entendamos. Tristeza.

«La operación de facing consistía, en una primera fase, en la alteración física del rostro mediante pequeñas fisuras para la introducción de micro-implantes (en las fosas nasales, en el paladar, en los párpados, en los lóbulos); y en una segunda fase, en la construcción de una cara alternativa, previamente diseñada informáticamente, que se lograba mediante la alteración molecular de la cara original».

No more F.E.O.S., pues.

Pues entre la cosa esta del facing, el ajedrez, Bobby Fisher, la memoria historica, el bunker y dos o tres pijaditas más, nos hacemos un collage de cosillas que dan para trescientas páginas, poco más o menos, y servirán para, no sé, hacernos creer que sabemos unir narrativa y literatura de género, que no tememos arriesgar, que podemos con todo, ¡que somos innovadores!, que no pasa nada, que quién dijo miedo. Que ya vendrán los amigos y las deudas pendientes y las reseñas pactadas a salvar este pequeño desastre.




miércoles, 18 de febrero de 2015

‘Siempre hemos vivido en el castillo’ de Shirley Jackson

Obra maestra, dicen. Obra maestra. Bueno, la gente, que es muy apasionada. De obra maestra, nada. Aquí lo único que pasa es que hay demasiados tragando mucha mierda que no lo parece o no lo quieren ver y cuando llega una novela un poco mejor, notablemente mejor, si quieren, se produce lo que se conoce como tontería supina. Se perdona porque la pasión es lo que tiene pero no estaría de más, una de dos, o aplicar el criterio de prudencia (norma que debiera ser de obligado cumplimiento) o probar a leer otro tipo de libros. Digo, para que después no tengamos que hacernos daño con las comparaciones.

La cosa va de esto: Merricat, la narradora, era una encantadora, traviesa y desobediente niña de doce años «a la que enviaron a dormir sin cenar» el mismo día que cuatro miembros de su familia fueron asesinados por envenenamiento. Arsénico. Arsénico en el azucarero. Arsénico sin compasión. Seis años después Merricat vive en una casa con jardín y bosque y portal con candado con su hermana y su tío, únicos supervivientes de aquella cena fatal. La hermana, acusada en su momento de la masacre y absuelta por falta de pruebas, padece una severa agorafobia que le obliga a vivir recluida con ese viejo inválido y esa niña, Merricat, que es todo imaginación desbordada y que parece que tenga sometida a la banda de dos con su candor, mayúsculo en comparación con la degradación que los rodea.

«Los Blackwood nunca tuvieron nada que ver con la degradación del pueblo; la gente del pueblo pertenecía a allí y ese era el único lugar apropiado para ella. Siempre pensaba en la putrefacción al acercarme a la hilera de tiendas; pensaba en quemar la podredumbre negra y dolorosa que lo corrompía todo desde dentro y tanto daño hacía. Eso era lo que deseaba para el pueblo».

Hasta aquí la premisa. 

Pareciera que la cosa iba de descubrir al verdadero asesino, pero no, para nada; lo cierto es que da igual y además está bastante claro, ni que hubiera tantos sospechosos. La crisis que justifica la existencia de esta novela (pues la feliz convivencia de tres pirados no es un tema) tiene lugar cuando algo cambia en ese entorno, en ese estado tanto tiempo inamovido de las cosas. Merricat, feliz en su aislamiento y orgullosa de su enfrentamiento con el resto del mundo no ve con buenos ojos una intromisión que tiene lugar (me van a perdonar que no entre en mucho más detalle), intromisión que amenaza con dar al traste con su refugio, la Luna, un espacio tanto físico como mental al que recurrir en caso de necesidad.

«Me gustaba mi casa en la Luna; dentro puse una chimenea y fuera un jardín y pensaba comer en mi jardín en la Luna. Las cosas en la Luna eran muy brillantes, de colores raros; mi casa sería azul. […] Fingía no entender su idioma; en la Luna hablábamos una lengua suave, líquida, y cantábamos bajo la luz de las estrellas, contemplando desde lo alto el mundo, abatido y mustio. […] En la Luna llevábamos plumas en el cabello, y rubís en las manos. En la Luna usábamos cucharas de oro. […] En la Luna tenemos de todo. Lechugas y pastel de calabaza y Amanita phalloides. Tenemos plantas peludas como gatos y caballos alados que bailan. Todos los candados son macizos y firmes, y no hay fantasmas».

Lo mejor de esta novela es la posibilidad que nos ofrece de acercarnos nuevamente a los cuentos de terror infantiles de casas habitadas por brujas malvadas, que igual ni tan brujas, que igual ni tan malvadas. Su gran acierto es básicamente ese aire de precuela de película Disney y de ahí, supongo, el entusiasmo un tanto infantil que despierta y que ha ido dejando su huella en post varios de blogs varios. 

En contra tiene que, en ocasiones, cerca ya del final, por ejemplo, tiende a estirar en exceso una historia que no da más de sí dejando, una vez terminado, un regusto un tanto amargo, como de algo que, de haber sido un poquito más breve o un poquito más concentrado hubiera resultado un poco bastante más perfecto.

En cualquier caso —y hablando de brevedad, me van a tener que perdonar la mía de hoy— ha sido una divertimento saludable y un feliz reencuentro con los miedos infantiles. Tampoco mucho más, ojo.


—Soy muy feliz —dijo al fin Constance, entre jadeos—. Soy muy feliz, Merricat.
—Ya te dije que la Luna te gustaría.


 * * * * * * * 

Y termino con una pequeña crítica que nada tiene que ver con la novela, sino con su edición española (reedición, para ser más exactos). Supongo que han visto la portada. Cómo evitarlo, verdad. Cómo evitar que nos sangren los ojos con semejante despropósito. La tipografía es propia de una becaria en su segunda semana y la imagen, sobre todo la imagen, hacen pensar en novela romántica de niña recluida en almena (¿alguien ha dicho Rapunzel?) y maromo con mucho que ofrecer y vieja costumbre de ampliar horizontes ajenos y amante de las siestas bajo parras y la mermelada de mora. Vergonzoso. Luego dirán, en la contra: clásico injustamente olvidado (no es el caso) y tan anchos. Penita pena, especialmente existiendo, como sí existe —la dejo pegada a este párrafo— una portada que sugiere mucho y que da una imagen mucho más aproximada de lo que se oculta entre sus páginas (esto es, relato más de bruja del Oeste que del Norte) y que pudiera servir de ejemplo o inspiración o algo a esas otras infames ediciones tipo la que nos ha ocupado estos minutos de hoy.

Portadas como la de Minúscula justifican la piratería.



miércoles, 11 de febrero de 2015

‘Matate, amor’ de Ariana Harwicz

Hoy hablaremos de una novela de Lengua de Trapo, a ver si no se me enfada nadie, que sé que anda alguna gente muy sensible con esta editorial, supongo que por ese permanente estar siempre a punto de echar el cierre —y acabar así con las ilusiones de tantos y tantos como son, que se cuentan por miles— y poner fin a una era. Que es una mina, una cantera, Lengua de Trapo. Dicen, eh. 

Así nos va, que no damos ni una. Yo es que me parto.

Matate, amor no tenía que haberse publicado nunca.

No, que va, estoy exagerando. Allá cada uno con su capital que haga lo que le plazca. Lo que sí recomiendo es, no sé, leer cualquier otra cosa. Casi cualquier otra cosa. Por aquello de no perder el tiempo, más que nada. He aquí la función social de esta Medicina.

Apurando mucho el vaso, Matate, amor es, o debería ser (o debería haberse quedado en) un relato. Un relato corto. No digo un micro, no soy tan nazi, pero sí corto, cortito, de algunas páginas, no muchas, diez, doce, no más. Dos si eres Lydia Davis. Qué bien le hubiera ido en manos más hábiles.

La historia es una chica loca de remate que vive con su marido y su hijo en una casita humilde. La chica loca no es una loca feliz, angelito, sino que siempre está enfadada —con su marido, con su hijo, con el mundo— si no por una cosa, por la otra. Será por razones.

«ACABÁBAMOS DE DESPERTARNOS del fin de semana y ya estábamos peleando. A las ocho y media pegué el primer grito, a las nueve y veinte amenacé con irme, a las nueve y cincuenta dije que haría un infierno de su vida. A las diez y diez estaba detenida como un carnero en el medio de la autopista, valija en mano, sombrero de paja, moscas en las orejas».

150 páginas de enfado y dependencia y deseo incumplido de salir corriendo y de ganas de amargar la existencia ajena. Y de palabras.

Me gustaría desarrollar el argumento pero no veo cómo. 

Déjenme que piense. 

Venga, va: hay un tercero que se la quiere tirar y seguramente lo haga pero uno tiende, en según qué casos, a la desconexión y cualquiera sabe si dice la verdad o se limita a fantasear, porque ella, la protagonista, es también la narradora y ya saben que a este tipo de narradores hay que hacerles un caso relativo. Igual ni siquiera tiene un hijo; tal vez sea una esponja de baño con un agujerito en forma de ombligo en el centro.

Mujeres locas de atar narrando su propio desequilibrio desde la ignorancia de que tal cosa sea posible como género literario en sí mismo. Mujeres enfermas que hablan, no callan, piensan en alto, imaginan en alto, a gritos, fantasean con la idea de ser escuchadas, con su imagen de mujeres interesantes, de seres humanos con algo que decir que no sea la nada más absoluta, las ganas de emborronar folios. Pero, sobre todo, esa obsesión por aparentar que tienen algo que aportar que las lleva a decir lo que sea, ¿qué más da? Si total es por dar contenido, para justificar 150 páginas, para ser novelista, no una vulgar cuentista, microrrelatista, ideóloga o poeta, esa subespecie. 

«Y ENTONCES VI EL AIRE SATURADO de una tensión sexual invisible. Rembrandt. Las bellotas caían y caían y caían tan lentamente, tan pesadamente, entre la copa del árbol y la tierra, que parece que dormían en el aire. Que lo cortaban con rayos dorados. Caravaggio. Ese soponcio, ese aire soñoliento de ver las hojas dar una y dos y todavía más vueltas antes de llegar, una hoja que cae, y la otra y la otra. Ese clima que entreabre la boca. Que vuelve agua dulce la saliva. Adiós al moho y a la negrura. La muerte del verano convertía el bosque en silencio y suspiros. Me tiré a un costado con el cochecito y dormí. Y soñé que lloviznaba. Pero no, era el ruido de las alas de las mariposas que se chocan entre sí. Esa sensualidad ligera de las mariposas nocturnas. Mi corazón latió en mis orejas. Me incliné para ver a mi bebé y olvidé que salió de mí. Buen día, niño del bosque. El miró dos carpinchos apareándose e imitó veloz los gestos con su pelvis chiquita. Mi bebé ya cogía, tosco como ellos».

Ese soponcio, sí. 

No me hagan caso. Desbarro un poco siempre que me aburro y me aburro tanto reseñando novelas aburridas... Qué gracia, eh. 

«Yo no entro porque soy una marginal, no sé hablar sin insultar, espío mi propia casa y hace días que no me baño. Lo veo venir contra mí, contra el vidrio, resoplando por la nariz, y sé que cuando abra el ventanal voy a ser un cisne negro, y cuando empiece a gritarme voy a ser un pato castrado. Voy a entrar. Voy a dejar de pedirle peras al olmo. Voy a contener mi demencia, a usar el cuarto de baño. Voy a acostar al niño, masturbar al hombre y dejar la insurrección para mejor vida».

Blablabla, pobre mujer voluntariamente sometida.

Ya estoy harto. Hablemos claro: Matame, amor es la excusa que tiene de Ariana Harwicz para lucir estilo, creyendo que su estilo es digno de lucir y suponiendo que el contenido es lo menos, cuando hace ya tiempo que el bocadillo de calamares demostró que esto no era para nada así. 

Matate, amor es, mejor que un título, una magnífica idea que presume de la siguiente estructura: principio, caos y fin. Defina caos: querer contar, pero no saber qué; querer decir, pero no tener ni idea de por dónde tirar. Ir a lo fácil, jugar al despiste, pajaritos preñados y versitos encadenados. Fingirse moderno hablando de pollas, mujeres salidas, armarios empotrados o abusos varios. No haber superado todavía el cacaculopedopis y vivir para contarlo.

Una novela, a ver si nos enteramos, es algo más que las ganas de escribir. O debería. Ya no sabe, uno, con tanto conformismo.





lunes, 9 de febrero de 2015

‘Pánico al amanecer’ de Kenneth Cook

Hay en el interior de Australia un pueblucho pequeño como un cactus, y en ese pueblo un colegio y en ese colegio un profesor y en ese profesor una amargura que nace de su condición de profesor de colegio en pueblo de mierda en el centro de Australia. Al profesor de nombre John Grant se lo pueden imaginar ustedes, si quieren, con un cheque en la mano, cerrando una puerta y colgando el cartel de cerrado por vacaciones. Por delante, algo más que seis semanas de libertad condicionada; por delante, la posibilidad de huir a pastos más habitados, civilizados, menos agrestes, menos deprimentes. Problema: del pueblo A al pueblo C hay que pasar sí o sí, por B. Y pasar la noche allí. Esto parece sencillo pero no lo es tanto. 

Nuestro profesor, que parecerá en un principio el clásico personaje lúcido, mordaz y seguro de sí mismo resulta ser en realidad, una vez que entra en contacto con la especie humana, un poco falto de todo: de lucidez, mordacidad y seguridad. En ese punto B, de nombre casi impronunciable, tropieza con un policía que lo lleva a un local en el que, sin comerlo ni beberlo (o tal vez por no haber comido pero sí bebido) decide jugarse algún dinero, no mucho, en un juego bastante tonto de apuestas que no me molestaré en describir. Gana. Gana mucho. Pero mucho mucho mucho. Gana tanto que ni se lo cree. Y ha sido todo taaan fácil. Tanto, tanto, taaan fácil. Decide ganar más. Ya saben: estamos de racha. El juego es lo que tiene: rachas. Y así es que se lo juega todo. Y así es que lo pierde todo. El famoso cheque, su finiquito, su billete de avión, también. Que ya hay que ser imbécil.

Así nuestro héroe se despierta una mañana sin apenas un centavo en el bolsillo, sin amigos, sin familia, y sin posibilidad de amigos o familia en un pueblo demasiado alejado de todo, un pueblo poco esperanzador. Es tan pobre, nuestro amigo, que, por poder, no se puede tomar una puta cerveza.

Y así es como, más o menos (hablamos de la página 56), arranca esta novela de autodestrucción, ese género literario. Y arranca bien pues no podríamos imaginar, llegados a ese punto, una situación más adversa que la planteada ni podríamos esperar un desarrollo más alcoholizado ni una caída más en picado. Teniendo en cuenta que en ese parte del mundo no hay mayor desprecio que rechazar una invitación a beber una o dos o veinte cervezas (que dicen que puedes matar a su hijos y comértelos vivos y todo se perdona, pero hay de ti si me dices no a un Calsberg) y puesto que nuestro héroe necesita ayuda y carece por completo de personalidad, le esperan tres días de borrachera sin fin también como una forma evitar un problema para el que no encuentra solución. Dará con mujeres que se lo querrán follar, con hombres que lo quisieran golpear y vivirá noches salvajes de cazar canguros a navajazos que marcarán un antes y un después en su vida de personaje caído en desgracia.

John Grant lo ha perdido todo. Todo. Por lo tanto, ¿ya qué más da, se pregunta? La novela plantea una huída hacia delante, inevitablemente cuesta abajo, donde nuestro amigo conocerá personajes estrambóticos, generosos e intimidantes en una Australia solitaria y terrible, terriblemente solitaria, y vivirá un sin fin de situaciones a cual más absurda que le llevarán a pensar que no es tan fácil hundirse como creía, que se puede vivir sin nada más tiempo del que cabría esperar o desear, que es una lenta agonía el vivir. Esa es un poco la enseñanza.

La novela es entretenida, pero no mucho más. Desde luego no es la octava maravilla que se jura y perjura por ahí pero sí me ha parecido lo bastante buena como para no prenderle fuego y además terminarla, que más de lo que se puede decir de la mayoría de los libros que se publican actualmente. Lástima que el final no esté a la altura de las circunstancias (y lástima también no poder hablar de ese final abiertamente sin estropearles la diversión, final que probablemente sea, de todos los posibles, el mejor, hecho este que no lo hace más satisfactorio sino simplemente algo tan inevitable que obliga al conformismo).

Y porque no me parece que tampoco sea una novela que se preste a mucho monólogo, lo vamos a dejar aquí. Que la disfruten con salud.


viernes, 6 de febrero de 2015

Una aproximación a ‘Los huérfanos’ de Jorge Carrión

Les voy a contar dos chistes y ya otro día, si les parece, cuando termine el libro, entramos en materia.


Chiste para intelectuales número uno.

Forzar una relación es esto:
«Después de casi una hora de conversación trivial, Mario me ha preguntado qué me pareció Los muertos. Recuerdo vagamente esa serie, de la que vi algunos capítulos aislados, pero que nunca me acabó de llamar la atención: demasiado confusa, demasiados personajes, si te despistabas veinte minutos ya era imposible recuperar el hilo. A Laura le pasó lo contrario: vio todos los capítulos y me insistió en que no podía perdérmela. Como tantas otras veces no la escuché, y ahora es demasiado tarde; quiero decir que en aquella época el aplazamiento tenía sentido (la veré, recuerdo que le dije, te prometo que durante alguna de las próximas vacaciones veré Los muertos), pero ahora ya no lo tiene.
No la vi, a Laura le encantó, pero yo no encontré tiempo para verla.
Daría cualquier cosa por tener conmigo Los muertos, me ha dicho, por poderla volver a ver, pero todas las copias se evaporaron con la Nube o se quedaron en el campamento.
¿Por qué?, he escrito, en inglés, en mi pantalla, mientras pensaba en el milagro que significaba que la misma pregunta apareciera, en el mismo momento, en la suya, mientras la radiación se extendía por mar y tierra y aire entre nosotros.
Porque siento que me perdí algunos de sus significados.
¿Y tan importantes son para ti?
Sí, Marcelo, sí, en ellos están las razones por las que estoy aquí.
¿A qué te refieres?
Se ha cortado la comunicación».

Los muertos, para los desinformados, es una novela de Jordi Carrión. La publicó Mondadori y fue vendida como la primera parte de una trilogía; trilogía de la que, a pesar del éxito arrollador, se desentendió rápidamente Mondadori y que tardaría muchos años más de los deseados por algunos en ver la luz. Y esto sólo gracias al misterioso (por sospechoso-de-algo) rescate llevado a cabo por Galaxia Gutenberg, que lo ha reeditado y acaba de publicar (de esto me he enterado hace apenas dos días) el inevitable cierre de la trilogía (Los turistas).

La pregunta viene a ser esta: trilogía, por qué. Es decir, qué hace de estas tres novelas una trilogía y no simplemente tres libros tres. Pues no se sabe. Ni se sabe ni se dice. Se insinúa. Recuerden que es un chiste para intelectuales. Yo, que leí hace eones la primera parte, no veo modo de establecer relación entre ellas, pero eso debe ser porque no siempre las tengo todas conmigo. Si me lo preguntan, creo que aquí se intenta tomar por imbécil al lector. Lo triste es que seguramente lo sea. Imbécil, digo. El lector, digo, claro. Puedo estar equivocado, pero sería la primera vez.


* * * * * * 

Chiste para intelectuales número dos.

Al protagonista le gusta mucho El Diccionario («El Diccionario es el altar blanco en que sacrificamos al negro lenguaje; por su infinitud, como el cuerpo de Cristo, tenemos que conformarnos con un fragmento, con una sinécdoque».). Hay un momento (hay muchos, en realidad, pero este es el peor) en el que ese personaje/narrador nos regala una perla imprescindible: un párrafo de más de 500 palabras (que voy a regalarles) llenito de palabras del diccionario y que incluye, amablemente, en algunos casos, una breve descripción (o similar) de su significado para los que son de ciencias.

El prometido chiste está oculto. Han de encontrarlo ustedes. Yo lo hice y todavía me estoy riendo. 

«Suciedad, sucintarse, sucio, súcubo, súcula (cilindro), sudación, sudadera, sudar, sudario (lienzo que envuelve un cadáver), sudestada, sudeste, sudor, sudoral, sudorífero, soñado, soñante, sueño, suero, suerte, sufrible, sufrido, sufridor, sufrimiento, sufrir (padecimiento, dolor, pena; sostener, resistir; someterse a una prueba o examen), sugerencia, sugerir, sugestión, sugestiva (que suscita emoción o resulta atrayente), suicida, suicidarse, suicidio, sujeción, sujetador (sostén, prenda interior femenina, pieza del bikini que sujeta el pecho), sulfurar, sumar, sumario, sumarísimo, sumersión, sumidero, sumir, sumisamente, sumisión, sumo, súmula (compendio de los principios elementales de la lógica), supedáneo, supeditación, supeditar, superable, superante, superdominante, superestrato (lengua que se extiende por el territorio de otra lengua; cada uno de los rasgos que una lengua invasora lega a otra), superficial, superficie, superfino, superior, superiora, superioridad, supernauta, superpauta, superponer, superrealismo, supersónico, superstición (creencia contraria a la razón), supervalorar, superyó, suplantación, suplantar, súplica, suplicación, suplicante, suplicar, suplicio, suprema, supremacía, supriora, sur, súrbana, surcador, surcar, surco, súrculo, sureño, sureste, surrealista, sursuncorda, surtida, súrtuba, suruví, susceptible, suspensión (en música, prolongación de una nota que forma parte de un acorde, sobre el siguiente, produciendo disonancia, indica el estado de partículas o cuerpos que se mantienen durante tiempo más o menos largo en el seno de un fluido, éxtasis, unión mística con Dios), susurro, sutil, sutura (costura con que se reúnen los labios de una herida), suturar, suyo, suya, tabalear, tabelión, tablestaca, táctica, táctil, tacto (acción de tocar o palpar, manera de impresionar un objeto al sentido táctil, habilidad para tratar con personas sensibles o de las que se pretende conseguir algo), tachable, tachador, tachadura, tachar, tachón, tafanario, tafo, tagarote, tahúr, tahucesco, taiga, taja, tajada (acribillarle de heridas con arma blanca), talco, talón (punto vulnerable o débil de alguien), tala, taladrar, taladro, talmúdico, talón (de Aquiles), talla (cantidad de moneda, escultura, medida convencional, altura intelectual o moral), talladura, tallar, talle (cintura), tamaño, tamaña, tambor (de forma cilíndrica), tamizar, tampón (almohadilla empapada en tinta, rollo de celulosa que se introduce en la vagina de la mujer para que absorba el flujo menstrual), tanatorio, tanga (la pieza, sobre la que se pone la moneda), tangente, tangible, tango, tanguista, tanque, tanteador, tantear, tántrico (sexo, sexo, sexo, sexo), tapaculo, tapadillo, tapado, tápalo, tapapiés, taquicardia, tarta, tasar; tatuaje, tatuar tatuarte, tautología (repetición de un mismo pensamiento expresado de maneras distintas, que suele tomarse en mal sentido por inútil y vicioso), taxidermista, teatral, teátrico, teatro, tecla, teclado (conjunto de teclas de piano y, por extensión, de aparatos o máquinas), tejedora, tejer (discurrir, tramar un plan), tela, telar, telaraña (tener uno telarañas en los ojos), telarañoso, teledirigir, telemetría, telenauta, teleshakesperiano, telespectador, televidente, televisado, televisor, televisual, temeridad, tempestad, templar (enfriar bruscamente el agua), templo, tempo, temporal, tenazas, tenebroso, tener, tenerte, tensan tensión (estado anímico de excitación, impaciencia, esfuerzo o exaltación), tenso, tensa, tensar, tensor, tentación, tentar; tentetieso, teocracia, teocrático, teología (ciencia que trata de Dios), tercería, terciopelo, terraplenar, terrícola, territorialidad, territorio, terrorismo, terrorista, terrosidad, terroso, terruño, tersar, tersa (limpia, clara, bruñida, resplandeciente, lisa, sin arrugas), tersura, testamento (de la zorra), testicular, testículo, testigo, testificar, testimonio, teta (pezón de la teta), tetada, tetar, tetera, teticiega, tetilla, tetina, tetona, tetragrama, tetrarca, tetrarquía, tétrico, textil, textorio, texto, textual, textualista, texturizar, tez, ti (común a los casos genitivo, dativo, acusativo y ablativo), tía (ramera), tíbar (de oro puro), tibia (templada, entre caliente y fría; mancharse, ensuciarse mucho; hueso; flauta), tictac, tiemblo (álamo temblón, temblor).»

Y ahora, con su permiso, les dejo, que tengo un libro que quemar terminar.


lunes, 2 de febrero de 2015

Resumen lecturas ENERO 2015 y declaración de intenciones

Buen mes.

‘El balcón en invierno’ de Luis Landero

Buen mes, he dicho, pero no precisamente gracias a Landero. He dicho. De este libro ya hay reseña publicada. Por aquí. Poco que añadir. El balcón en invierno es Landero sufriendo un ataque de nostalgia. No pasa nada, es normal, yo también los tengo, pero supongo que al no ser escritor no lo utilizo como una excusa para publicar un libro con la primera chorrada que se me pasa por la cabeza y como además no soy Landero tampoco voy a tener la suerte de que la crítica de este país se vuelva tonta de remante con una serie de memorias descafeinadas plagadas de lugares. El balcón en invierno es aburrido. Peor que eso ya no se me ocurre nada.



‘El impostor’ de Javier Cercas

Y seguimos en caída libre. Segunda lectura, segundo estrepitoso fracaso. El impostor, de Javier Cercas, es Cercas queriendo ser Carrere o Capote sin que se le note el plagio. Problema número uno: la historia no da para tanto y cuando una historia no da para tanto surge el Problema número dos: el relleno. Hay que meter lo que sea, que no se note que vamos justos de material. Y a grandes males grandes remedios: Cercar finge exponerse al gran pública y simula sentirse un impostor, él, también, como su protagonista. Todo mentira: si uno se reconoce impostor lo que tiene que hacer es abandonar la escritura, no hacer de ello un argumento para seguir escribiendo. El final de la novela es un globo acabando de desinflarse.



‘Crimen y castigo’ de Fiodor Dostoievski

No soy tan imbécil como para pretender reseñar Crimen y Castigo. A estas alturas estamos todos muy hartitos de esta novela, en el mejor sentido de la expresión, y no debe quedar mucho por decir que no se haya dicho ya. Por otro lado sería imperdonable leer (releer, en este caso) semejante libro y no decir nada, ni una palabra, no hacer una triste mención. Pero no será ahora, ni será hoy, ni será este mes. 



‘El jugador’ de Fiodor Dostoievski

No es fácil huir de Dostoievski. Una vez que se entra no se quiere salir o al menos eso es lo que me ocurre a mí. El jugador, cronológicamente la novela más cercana a Crimen y Castigo parecía la elección más lógica de este proyecto a largo plazo consistente en leer o (como en este caso) releer las obras completas del sujeto en cuestión. Los tópicos, cuando se habla de esta novela, son los que siguen: relato de corte autobiográfico, escrito en tiempo record para pagar deudas, etcétera, etcétera. Me juego lo que quieran a que no es tanto como parece. Pero ya hablaremos.



‘Hadjí Murat’ de Tolstoi

Tolstoi. Con decir esto debería ser suficiente. Probablemente el mejor escritor del mundo. Después de Anna Karenina (probablemente la mejor novela del mundo) da igual lo que uno haga, todo está perdonado, Hadjí Murat, también. Esto lo digo porque con todo lo entretenida que es y con los más o menos que me haya gustado, no deja de ser una novela menor. Ojito al dato: novela menor en Tolstoi la quisiera yo para mí. 



‘La isla del tesoro’ de R.L. Stevenson

Leer La isla del tesoro es viajar al pasado. No recuerdo cuantos años tenía cuando lo hice por primera ver pero no debían ser muchos. Tampoco sé cuantas veces leí, probablemente decenas, la versión ilustrada que se publicaba en aquellos tomos de Famosas Novelas. Pocas lecturas, muy pocas, puede haber más inolvidables que esta. Se pregunta uno qué estamos haciendo mal que no se establece como lectura obligatoria en los colegios. La isla del tesoro es una joya que hay que leer. Cuando sea. Y releer, una y otra vez. Cuando sea, también. Maravillosa novela que no envejece ni pasa de moda ni pierde jamás su fuerza.



‘Sui generis’ de Crisp, Oliver y Samuels

Recopilación de tres relatos de supuesto terror, también llamado weird, en el que prima la ambientación sobre el argumento. Y eso se nota en el resultado. Los dos primeros relatos son algo flojos, especialmente el segundo que además de pobre resulta bastante previsible. El tercer relato, más bien novela corta, mejora el resultado final aunque tampoco me haya entusiasmado. El autor, Quentin S. Crisp, se toma su tiempo para crear una ambientación durante la primera mitad pero más o menos la cosa se ve recompensada al final. Floja, en cualquier caso, recopilación de relatos.



‘Noctuario’ de Thomas Ligotti

Y ya puestos en materia weird había que leer al que dicen maestro. Ligotti es el hombre escenario. Sus novelas son casi en su totalidad puesta en escena y sus terrores son pequeños tipo cosas como trapos que se agitan en la oscuridad, que también tienen su encanto. Me quedo con dos o tres relatos bastante buenos y lamento no haber dejado para mejor ocasión (o simplemente haberla dosificado un poco) la última parte, una recopilación un tanto monótona y repetitiva de relatos demasiado cortos de ambientes se supone que terribles en los que uno puede llegar a morir, más que de susto, de aburrimiento.



‘Volver’ de Toni Morrison

Premio Nobel. Se esperaba mucho. No se encontró. Historia corta y floja de un hombre que quiere salvar a su hermana de las garras de un hijo de puta. La cosa es él caminando y recordando y ella sufriendo y la historia de la abuela y no sé cuántos. Y todo en pocas páginas y aún así demasiado largo y el deseo de terminar si total para qué. Decepción. Volver ha sido mi primer y último acercamiento a Toni Morrison.



‘Pánico al amanecer’ de Kenneth Cook

Debo confesar que esperaba más de esta n0vela. Con todo, ha estado bien, quitando el final, que me ha parecido lamentable. El comienzo es prometedor: un profesor de un colegio dejado de la mano de Dios, un lugar que aborrece, se marcha de vacaciones con un cheque en un bolsillo y por circunstancias equis que tienen que ver con el juego y avaricias rompedoras de sacos, acaba pasando tres o cuatro o cinco días terribles y alcoholizados en grado sumo. Hubiese sido una gran novela si hubiesen sabido dar un final mejor. Disculpen que no diga más al respecto.



‘Frankie y la boda’ de Carson McCullers

Magnífica novela corta de Carson McCullers. Hay reseña. Está por aquí (es el post inmediatamente anterior) y dice entre otras cosas lo siguiente: «Carson McCullers escribe una hipnótica y deliciosa novela (novelita) sobre el sencillo acto de crecer y traumas inherentes y la sostiene sobre tres infelices personajes que matan las horas en torno a una mesa, personajes condenados a crecer y a sufrir el mayor de los males conocidos: la vida».

‘La balada del café triste’ de Carson McCullers

Más McCullers. Reseña en curso. Me van a disculpar el silencio administrativo pero no hay porqué adelantar acontecimientos. Lo que sí puedo decir es que me gustó menos que Frankie y la boda pero más que Reflejos en un ojo dorado. O sea, que bien.

‘Reflejos en un ojo dorado’ de Carson McCullers

Y mucho más McCullers. Actualmente me pueden encontrar leyendo los relatos incluidos en el fabuloso tomo de Seix Barral llamado “El aliento del cielo”, lo cual puede dar una idea de lo entusiasmado que estoy con esta pedazo de escritora. Quisiera tener tiempo para hacer una reseña. Prometo intentarlo. 


'El armario de la ginebra' de Leslie Jamison

Recién terminado. En esta novela se bebe mucho, sobre todo ginebra. Y pasan muchas cosas. Demasiadas, en mi opinión y ninguna especialmente interesante. Jamison es una buena narradora que a veces se deja llevar en exceso. Pendiente de reseña. 






* * * * * * * * * * 

2015, una declaración de intenciones

El plan es no hacer planes. Hartos de hacerlos total para no cumplirlos, mis socios capitalistas y yo hemos decidido que sean los propios libros (su temática, su tono, su autor, lo que sea) o bien los espontáneos recomendadores habituales (o el azar bibliotecario) los que decidan qué será lo siguiente.

Puedo adelantar que 2015 debería ser el año de Dostoievski, tanto por las novelas como por la biografía de Joseph Frank en la que espero avanzar un par de tomos dejando para 2016 únicamente el quinto, un mamotreto de 1000 páginas, y Los hermanos Karamazov. Mucho me parece, pero ahí queda el reto. Debiera ser también el año estos libros (entre otros muchos, ya se imaginarán, pero algún objetivo serio hay que marcarse): ‘La hoguera pública’ de Robert Coover; ‘El capital del siglo XXI’ de Thomas Piketti; ‘Arte Salvaje’ de Robert Polito; ‘Relatos autobiográficos’, ‘Hormigón’, ‘Extinción’ de Thomas Bernhard; ‘Al límite’ de Thomas Pynchon; ‘Cuentos completos” de R.L. Stevenson o ‘Las luminarias’ de Eleanor Catton, este último de inminente lectura.

(Y también, a corto-medio plazo: ‘Lavrenti y el soldado herido’ de Pablo Gonz, ‘Voladura controlada’ de Octavio Cortés; ‘Siempre hemos vivido en el castillo’ de Shirley Jackson; ‘New mYnd’ de colectivo Juan de Madre; ‘Sacrificio’ de Román Piña; ‘John muere al final’ de David Wong; ‘La estrella de Ratner’ de Don Delillo; ‘El padre’ de Edward St. Aubyn; ‘Los huérfanos’ de Jordi Carrión; ‘Sueños de trenes’ de Denis Johnson; ‘F.’ de Daniel Kehlmann’ o la novela de la escritora revelación de la temporada: ‘También esto pasará’ de Milena Busquets Tusquets).

Y termino. Una cosilla que llevo tiempo queriendo hacer es comentar algunos de los libros que he ido recibiendo de editoriales o directamente de los escritores a lo largo de estos años; unos libros que, por razones nunca explicadas en este blog, se me han ido cayendo de las manos. Les daremos una segunda oportunidad y a esta oportunidad un espacio y, los terminemos o no, hablaremos de ellos, les daremos, al menos, la oportunidad de defenderse.

Es todo. Saludos cordiales.