lunes, 28 de febrero de 2011

What if… Clark Kent no fuese Superman

ACTO I 

Esta historia en cuatro actos arranca hace unos días durante la lectura de "Padres Ausentes", novela/ensayo escrita por Pablo Muñoz y publicada por Alpha Decay en edición Mini. La edición "mini" son esos libritos pequeños como entradas de blog impopulares que ocultan tesoros unas veces y otras no. Les voy a dejar con las ganas de saber si ésta tiene miga o no tiene miga porque lo que yo quiero es hablar de otro libro y no me parece justo hacerle compartir espacio con éste, independientemente de lo bueno o malo que me pareciese. El caso es que este libro Pablo Muñoz (aka Alvy Singer) trata de algo que conozco bien: los comics. Más concretamente del comic pijamero, que es ese trata de superhéroes y supervillanos y de las cosas que pasan cuando interactúan. Muñoz nos habla de su adolescencia (no muy lejana) y de cómo fue descubriendo un mundo nuevo; un mundo plagado de viñetas. Pero a mí los traumas infantiles de Muñoz o lo preparado que esté para el ensayo es algo que me trae bastante sin cuidado en este momento. A mí lo que me importa es lo que me hizo sentir al devolverme los recuerdos que me robó: la lectura de las aventuras de Spiderman y de libros de escritores que hablan de comics. Pero sobre todo me recordó la pasión que no hace tanto yo también sentía. Y me dio pena. Y me puso un poco triste de nostalgia. Luego me enfadé con Alpha Decay por consentir libros tan pequeños y tan demoledores. 



ACTO II 

Al día siguiente, ya sobrepuesto a los males de la memoria, volví a pasearme en tela de araña por la red. Había de todo desde mi ventana del igoogle (otro día hablaré de eso) pero lo que más me llamó la atención fue la entrada de Javier Calvo que ofrecía una novedad que incluía una foto espantosa de una chica que parecía vestida de superhéroe. La chica es Laura Fernández de la que ya he hablado más que suficiente en alguna entrada anterior. Lo que más me gustó de Laura, a falta de conocerla personalmente y leer sus libros, fue su blog. Tiene un blog fantástico. Parece hecho con los restos del día, sin mucho criterio, improvisado. Un blog muy atractivo, en definitiva. Parecerá que me he enamorado de Laura, pero no: me he enamorado de su blog. Su blog habla de libros escritos por señores que no conozco de nada; tiene fotografías y tiene también portadas de comics y salen superhéroes cada dos por tres; algo que se suma a su encanto natural. Y como el día anterior, volví a ponerme muy triste, otra vez de nostalgia. Y cabizbajo como estaba di con una entrada en el blog de Laura que me llevo en volandas hasta otro llamado “Elegí un mal día para empezar a fumar” en el que un tipo llamado Alberto Ramos afirmaba haber escrito un libro con un título de lo más sugerente: “Los últimos días de Clark K.” 



ACTO III 

Los últimos días de Clark K.” es verdadero motivo de estén ahora ustedes perdiendo el tiempo de esta manera tan tonta. Quiero decir que es el motivo de esta entrada. El libro estaba gratuita y legalmente disponible en la red. Por lo general ya no soy mucho de pagar las cosas que puedo obtener gratuitamente pero esto me llamó mucho la atención: era el propio autor quien lo ponía a disposición del público. También podían pagar por él quienes quisieran hacerlo: sus padres, hermanos o amigos, supongo. Estoy tan poco acostumbrado a que me regalen literatura que la generosidad de Alberto Ramos me predispuso inmediatamente contra él y contra su libro. Si es bueno, pensé, no puede ser gratis. Debe ser una mierda, sí o sí. Pero no me daban las cuentas: ¿por qué entonces lo recomendaba Laura Fernández desde su maravilloso blog? ¿Serían novios? ¿Amigos? ¿Hermanos? ¿Familia política? ¿Tendría intereses económicos? ¿Sería “Alberto Ramos” un seudónimo? Entonces lo comprendí: era una trampa. Mis antiguos socios del Club de los Pijameros Muertos se habían confabulado con Javier Calvo y Laura Fernández en la creación de un libro cuya autoría imputaban a un tal Alberto Ramos, de profesión "desconocido". El libro debía ser lo suficientemente interesante para desengancharme de la literatura de drama social en la que llevaba anclado los seis últimos meses. La idea es redonda, lo confieso: una obra de teatro, tres actos, sólo 115 páginas que permitiesen leerlo de una sentada y un argumento tan delirante y divertido como es la presunción de que Clark Kent no hubiese sido Superman, de que todo fuese un acuerdo entre ambos para ser felices cada cual a su manera. Un plan sin fisuras el de mis amigos. Un plan que funcionó a la perfección porque al acabar la novela, me había divertido tanto, estaba de tan buen humor que quise demorar un rato la caída libre hacia otro drama humano que parecía ser el "Celacanto" de Jimina Sabadú. 

(Esta es también la historia de cómo acabé sumergido en la lectura de las nuevas aventuras de Daredevil, el Hombre sin Miedo, que ahora pretendía dirigir la malvada organización de ninjas llamada La mano con la noble intención de retomar el control de la cocina del infierno que había vuelto a caer en manos del malévolo Kingpin. El sinvivir habitual.)

No me fui a la cama con Jimina (más quisiera ella) sino con Javier Pérez Andújar y Los príncipes valientes. Todos juntos, más contentos que unas castañuelas, en mi cama de 1.50: Javier, los príncipes valientes y yo. Y Jimina nada. No la dejamos ni mirar. 



ACTO IV 

El acto IV es el acto final. El último vértice de esta cuadratura literaria. El acto cuarto es la representación de la obra de Alberto Ramos. 

El 24 de febrero se estrenó “Els últims dies de Clar K” en la sala Flyhard. Yo no podré asistir porque me pilla un poco a desmano (como 1.100 kilómetros de desmano). A pesar de todo me he tomado la molestia de buscar el enlace con los horarios, para que no tengáis que perder el tiempo con estas minucias. Haced clic donde pone clic y llegaréis a la información sin sudar la camiseta. Ver no la podréis ver. No desde aquí, al menos. Pero sí desde allí, si vais. Y si lo hacéis, por favor, venid y me lo contáis.




viernes, 25 de febrero de 2011

Franquicia Jordi Corominas, dígame...



—Franquicias Blogliterarias, ¿en qué puedo ayudarle? 

—Buenos días, he visto su anuncio en el periódico y estaba interesado en contratar una franquicia Jordi Corominas pero antes quisiera más información. 

—¿Está al corriente de las condiciones? 

—Más o menos. El anuncio asegura que a cambio de un módico precio puedo alcanzar rápida y fácilmente la fama. 

—Bueno, yo diría que las conoce menos que más. Rápidamente sí, fácilmente dependerá de sus aptitudes como escritor. El de Jordi Corominas, me ha dicho, ¿verdad? 

—Sí. 

—Atienda, porque no acostumbramos a repetir las cosas: por 25 euros al mes, IVA incluido, podrá usted gozar de derechos limitados de publicación en el blog de Jordi Corominas. Tendrá derecho a publicar una entrada semanal a cambio del 10% del total de los ingresos derivados de la publicidad generados desde esa entrada. A cambio se comprometerá a escribir posts con contenido y no simples microrrelatos, hacia los que el autor siente una particular animadversión. Transcurridos diez años, y siempre y cuando los ingresos generados por sus entradas hayan superado el valor resultado de la aplicación de una fórmula cuyo desarrollo no puede ser explicado vía email, alcanzará usted la independencia: Jordi Corominas personalmente apadrinará su nuevo blog, lo enlazará desde el suyo y se comprometerá a poner un comentario en un mínimo de 1 de cada 10 entradas durante el periodo nunca inferior a un año. 

—¿Y después? 

—Será asunto de ustedes. 

—¡¡¿Podré hablar personalmente con él?!!! 

—No. Madure, coño! Estaba bromeando. Al cabo de ese año se quedará usted completamente solo

—¿Y cómo dice que es esa fórmula matemática? Es que yo soy de letras. 

—Ya se lo he dicho: se la enviaremos por email junto con el resto de las condiciones del contrato al finalizar esta conversación. Ya tendrá tiempo de estudiarla. Haga el favor de no interrumpirme. 

—Perdón. Sólo una pregunta: quisiera saber si habría alguna forma de reducir la condena, quiero decir, ¿no podrían ser menos de diez años? 

—En caso de acuerdo entre ambas partes se podría plantear un cambio en la modalidad de contrato una vez transcurridos cinco años, nunca antes, y pasar a tutelar un blog homenaje a Jordi Corominas. Un término que se conocerá como “Filial Innominal”. 

—Eso no lo entiendo. 


—Vale. No me interesa. 

—Bien. No interrumpa. 

—Perdón. 

—El resto de las cláusulas, tal como acabo de explicarle, serán detalladas a través de un email, pero como a pesar de sus continuas interrupciones vamos bien de tiempo, puedo adelantarle tres condiciones especialmente importantes. Primera: se trata de un blog literario, por lo tanto nada de hablar de cine, cocina, bricolaje, programas de televisión, motor o tecnología por mucho que aquéllas traten el asunto literario. Sus problemas personales nos importan un carajo, por lo que tampoco toleraremos entradas del tipo “La ley Sinde me hará ganar dinero” o “No tengo ni puta idea de lo que pasa en Egipto”. En cualquier caso somos flexibles y si lo desea puede contratar pequeños espacios en el blog de Alberto Olmos en la modalidad PPP o Pay Per Post. Sus gustos musicales tampoco nos interesan: por mucha letra que tengan las canciones no se consideran literatura. 

—Pero si en su blog habla de los Beatles… 

—Esa división es la excepción que confirma la regla. Está abierta a petición del propio escritor y es fruto de una debilidad. De momento no esperan ampliar la plantilla. Si me vuelve a interrumpir le colgaré el teléfono. 

—¿No está siendo usted un tanto borde, señorita? Quizá no esté teniendo un buen día, pero eso no debería… 

—Se equivoca. Estoy tendiendo un día cojonudo. Un día de putísima madre. Así de bueno. Tan bueno que he vendido a doce tontos del culo siete franquicias de Lector Mal-herido, cuatro de Todo lo que debe saber para acabar con la cultura y una de Soy un genio y tú no. Quizá de ahí el tono. No lo siento. Acéptelo. La vida es una mierda pero no la hemos inventado nosotros: esto es un negocio: aquí no gestionamos blogs filosóficos. 

—Disculpe. No volveré a interrumpir. 

—Me parece bien. Así vivirá mucho más. Segunda Condición Especial: las entradas no podrán tener menos de 2.000 palabras ni dedicar más de una tercera parte a detallar el contexto histórico de la novela y/o ensayo. Esto no es El placer de la lectura, recuérdelo. ¿Me va siguiendo? 

—De cerca. Ha dicho que eran tres condiciones. 

—Correcto. Tercera Condición Especial, exclusiva de Jordi Corominas' Blogs: el tono debe ser educado y formal. Imagine que es usted de buena familia, un tipo listo y resuelto y no un pobre miserable incapaz de escribir un relato y no digamos una novela. Imagine que no fuma y sabe beber con moderación y que tiene un montón de amigos en todas partes de España que estarían dispuestos a meterlo en sus casa y en sus camas y a dejarle llevar a sus hijas al colegio. Imagine que todos le aman y le leen y que para ellos su blog es el Sancta Sanctórum de la literatura. Cuando se lo haya imaginado empiece a escribir. Antes no. Nunca. Ni se le ocurra. Aquí no se pueden escribir chorradas: eso podría ser en el El rincón de Alvy Singer, pero ahora anda de gira y está como Ausente. ¿Había pensado algún tono en particular? ¿Un estilo especial? ¿Viene con ideas frescas o sólo quiere ponerse en forma y teclear un ratito? 

—Había pensado en analizar en profundidad lo literario desde lo no-literario. O algo así. Algo de crítica literaria sin tener que leer demasiado. Y si me regalasen libros ya sería la leche. 

—Eso se lleva desde Bolmangani Inc.. Son otra franquicia: ¿no ha visto su diseño? Ellos gestionan sus propios asuntos. Pero espere unos días: estamos preparando una OPA hostil que dejará el panorama actual más acojonado que si el blog de Jordi Carrión se pusiera a contar chistes. No lo va a reconocer ni su padre. Quizá entonces podamos llegar a un acuerdo. ¿Alguna otra idea genial? 

—Bueno, ¿y algo artístico, tipo Luna Miguel

—¿Tiene cámara de fotos? 

—No. 

—¿Chaqueta vaquera sin mangas? ¿Pulseras con tachuelas ensangrentadas? 

—No. No. 

—¿Pensamiento fugaces? 

—Ni uno. 

—Pues no puede. ¿Le interesa la poesía? 

—No mucho, la verdad. ¿Lo dice por la loopoesía, verdad? Es que no la sigo mucho. La verdad es que a mí la poesía no me gusta nada. 

—Qué sensible. Estoy a nada de enamorarme. Joder que asquito me está dando su persona. No, imbécil: lo digo por lo que dice usted: “Quizá algo artístico, tipo Luna Miguel”. Pensé que se que refería al amor y sus versos como dardos envenenados, ya sabe, toda esa mierda de la lírica desatada con autorretrato de fondo. Por un momento me hizo sentir mujer. Ah. 

—Pues no, era sólo una idea. Como a veces tiene textos tan breves y tantos seguidores…. 

—¿Quién? 


—Joder, qué pesado. También Café de Madison, pero se necesitan un montón de amigos para mantener la fachada. ¿Los tiene usted? 

—Está mi madre. Y podría convencer a unas primas. También mi mujer. Y en diez años mi hija. 

—Bravo. Definitivamente me he enamorado. 

—El estilo Café de Madison suena genial, bien mirado. Podría hasta escribir cartas. 

—El blog de Jordi Corominas no escribe cartas. Demasiado artístico. Al señor Corominas lo que le gusta es la ensayística y sus variantes. La prosa de pocas elipsis. Para experimentar tenemos la división del verso. 

—¿Y no cree que podría encajar? 

—¿No ha dicho que no le gusta la poesía? Deje ya joder con tanta inseguridad. Sea un poco hombre, por el amor de dios. Porque se me hace tarde y me está empezando a dar pena le echaré un cabo: si le interesa la opción de Café de Madison le puedo hacer precio en su blog: entradas de menos de doscientas palabras con nueve comentarios garantizados: tres “qué recuerdos me trae esto”, dos “qué hermoso, Madison”, un “Cariño, mucho bicos y una aperta” de una gallega nativa y tres “Madi me dejas sin palabras. Ven a cenar a casa cuando quieras”. 

—Está bien, por el tamaño y eso, que es ideal, pero me hacía ilusión el blog de Jordi Corominas. Tiene un diseño como más profesional. Y mi mujer dice que le gusta más. 

—Su vida me provoca una arcada tras otra. Déjelo. A la franquicia Jordi Corominas no se viene con ganas de escribir poco: se viene con ganas de escribir sin parar. Todo el puto día y en sesenta frentes diferentes: Revista de letras, suplementos culturales, blogs de amigos. Hágase cargo: cubrimos el 53% del espacio literario español y pensamos abrir sucursales en Latinoamérica. Si busca algo intermedio entre el estilo Luna Miguel o Café de Madison y el Jordi Corominas pero con vistas al ensayo lo mejor que le podemos ofrecer es un espacio en el blog de Ibrahim B., pero le advertimos desde ya que si una sola vez se le entiende se cancelará ipso facto el contrato y nos deberá un montón de dinero. 

—¿No se me puede entender nada? 

—Nada. Ni una puta palabra. Ya nos ocupamos nosotros de que los seguidores le den la razón y sepan dramatizar por escrito un asentimiento. 

—Y entradas cortas, dice. 

—Cortísimas. Como monosílabos. Era un chiste. No, medianas. Somos flexibles. Dependería del tamaño de los libros, pero ya le digo que tienen que ser muy eruditas, que parezcan de pago. 

—Suena genial, pero definitivamente me quedo con Jordi. Me permitiría explayarme en caso de ser necesitarlo. 

—Está usted pidiendo a gritos una patada en la boca. ¿Quiere explayarse y que no se le entienda una puta palabra? ¿Quiere parecer realmente profesional? Entonces, Vicente Luis Mora. Además está sensacional de precio porque desde que se ha puesto a escribir un nuevo libro se tiene que leer los muros de los 2025 seguidores que cree que se lo comprarán. Necesita ampliar la plantilla. Además se rumorea que dejará la crítica pura a favor del chascarrillo en facebook. Está tan ocupado que le puedo colar sin examen de acceso. 

—¿Examen de acceso? 

—Clausula 73b. Ya la leerá. 

—Vale, pero, ¿Vicente no es también un poco poeta? 

—Me está levantando dolor de muelas tanta tontería. Sí, es un poco poeta. Joder. De acuerdo, le puedo ofrecer algo mejor que el Vicente Luis Mora, por sólo dos euros más, pero ya rondamos los 43, avisado queda: erudición, entradas largas, muchas visitas y pocas lecturas. Le garantizamos impunidad absoluta. Puede usted cagarse en los muertos del mismísimo Herralde, que a partir de la línea 22 no se va a enterar ni dios. Por un euro más puede incluso poner fotos de cuadros con primeros planos de órganos reproductores o mujeres semidesnudas de pechos grandes en vestidos de satén amarillo. 

—Brutal. ¿Qué blog es ese? 

La vuelta al mundo de Ferré. El único requisito es tener nociones básicas de filosofía y ser capaz de citar seis ensayos editados por Anagrama en cada entrada. Textos infinitos incluso en varias partes y listas de lo que quiera: cine, radio y televisión. ¿Cómo anda de idiomas? 

—Fatal. Castellano y gallego hablado siempre que cierre el acento y no se me entienda porque no es normativo. Algo de inglés. Lo que se me pega de las series. Mucha jerga CSI. 

—Pues entonces, no. Al final va a tener usted razón. Corominas es lo mejor. Pero no lo veo a usted muy despierto. Va a tener que ponerse las pilas. ¿Tiene experiencia en el campo? ¿Algún blog en su pasado reciente? 

—La medicina de Tongoy. 

—Cretino. Ya me lo parecía. Podía haberlo dicho antes y no hacerme perder el tiempo. 

Clic. 

miércoles, 23 de febrero de 2011

Javier Calvo es un pedazo de cabrón

El título no es gratuito; se lo ha ganado a pulso. Yo espero que no se enfade, sinceramente, Javier Calvo, porque parece buena gente. Y además traduce a David Foster Wallace. No se puede ser malo y traducir a Wallace. El oficio de malvado es incompatible con ciertas traducciones siempre que no estén hechas con el babylon. Pero un cabrón sí que lo es; eso me lo tiene que conceder. ¿Y por qué? Por esto: 

(no, no ha vuelto a las cavernas; hay que pinchar en la foto)

Como ya sé que el blog de Javier no le gusta a mucha gente porque tiene pocos puntos y aparte y pocas fotos y no coloca negritas ni cursivas suficientes para relajar la vista voy a haceros yo un resumen muy poco resumido de lo que viene a decir él en la entrada que se oculta tras la foto anterior: 

El año pasado a Javier, el protagonista de nuestra historia, una chica le planta en sus traductoras manos un libro como la copa de un pino, con sus páginas y sus portadas, todas de papel. La chica no sabemos si le gustó pero el libro le encantó. Mucho. Es eso o que Javier es un tipo muy agradecido cuando le regalan libros. Por si sirve de algo quiero dejar claro en este mismo instante que yo soy mucho más agradecido que Javier con ese tipo de regalos: hago entradas, pongo fotos, portadas, recorridos históricos por el pasado bibliográfico y hago promesas de futuro que casi siempre cumplo; y además pongo cursivas y saltos de columna y así deslizarse por mi prosa es como hacerlo en tobogán. No me importa además que no me quieran: ahí está Pablo Gutiérrez que después de tanto elogio no me dijo ni hola y aún así lo seguiré leyendo y en la medida de lo posible elogiando. Pero esto quería ser un resumen. Les voy a poner un punto y aparte y una foto para que no se estresen. 


El libro que la chica puso en las manos de Javier es este de aquí arriba. Se llamaba “Bienvenidos a Welcome” y lo publicó Elipsis en 2008. Quizá porque la editorial estaba dirigida por un canalla el libro se perdió en la zona negativa y ahora, dice Javier, no hay dios que lo encuentre. Doy fe. Lo he buscado. También está descatalogado, sumando así dos de las peores desgracias que le pueden pasar a un libro. Tres, si incluimos la portada.

(Me falta la propuesta de crear un grupo en facebook que sirva para abrir una red clandestina de correo  postal (Welcome Mail) que pondrían en marcha quienes tuviesen el libro. Lo enviarían gratuitamente a todos aquellos que se diesen de alta en una lista de distribución creada ex profeso, siempre con el compromiso -la buena intención la doy por obvia: hablamos de difusión de la cultura- del reenvío permanente hasta que, una vez agotada esa lista, volviese, inevitablemente deslucido ya de tantas manos, a su legítimo dueño. En un año 200 lectores. 175 entradas en blogs. Si entonces no la reeditan no la reeditarán jamás.)

A todo esto la chica tienen nombre. Se llama Laura Fernández y a primera vista parece encantadora (y no una cabrona como Javier). Tiene un blog muy cachondo que ahora mismo estoy estudiando, con tantas fotos de comics que casi me hace llorar de pura nostalgia. -Sin ella saberlo ha llegado a devolverme parte del entusiasmo perdido por el género en cuestión-, Laura ha escrito cuentos y esas cosas y  puede que incluso un poemario que no quiera enseñar pero Javier le está buscando la fama por aquella pequeña novela que nadie consigue encontrar aprovechándose de otra que acaba de publicar en Seix Barral (para que le cueste más morirse que a la anterior) que se llama “Wendolin Krame”. La portada, que mola un montón, es esta. 


¿A que es genial? A mí me gustó tanto y ha sido tal mi entusiasmo por lo prometedor de la autoría que tras el  elogioso post de Javier, y sin preocuparme de leer el argumento, me ha faltado tiempo para hacer el pertinente encargo. En cuanto la tenga, le leo y en cuanto la lea, la comento y mientras tanto a ver si no pierdo la vida buscando “Bienvenidos a Welcome”, novela motivo de mis desvelos desde que el pedazo de cabrón que es Javier Calvo tuvo la genial idea de darla a conocer. 

lunes, 21 de febrero de 2011

Un momento de descanso - Antonio Orejudo



Uno es tan bueno como lo mejor que ha hecho” 
Cita de Lector Mal-herido hablando de este mismo libro 


Generalmente los post (nadie se imagina lo mucho que odio esta palabra) los empiezo con Word y los acabo en el editor del propio blog. Lo primero que escribo es “Comentario de” y a continuación el título del libro; de ese modo al guardarlo me evito tener que teclear nada. El problema es que en esta ocasión, y a pesar de haber acabado el libro en cuestión hacía apenas dos días, me encontré con que se me había olvidado el título y no tenía nada que poner. Ya les estoy oyendo: “¿Y cómo puede pasarte eso, pedazo de gilipollas? ¿Qué clase de lector eres que no valoras el arte como se merece? ¿A santo de qué viene ese menosprecio por el esfuerzo ajeno?” No se alteren, hagan el favor, que no es para tanto y además tengo excusa. No me acuerdo del título porque el título me trae sin cuidado; porque lo que a mí me interesa de esta nóvela no es su nombre, sino su autor. Y me importa tanto su autor que me leería cualquier cosa suya independientemente del título, género o estilo. 


UN POCO DE HISTORIA 

A Antonio lo descubrí con “Ventajas de viajar en tren”, novela a la que no recuerdo cómo llegué y que probablemente sea una de las “más mejores que he leído endejamás de los jamases” (iba a decir “en mi puta vida” pero no me parece elegante). Es tan tan tan rematadamente buena que sólo ella basta para  hacer realidad la cita de Mal-herido que encabeza esta entrada. 

Después, aprovechando el tirón del orgasmo, empecé y acabé “Reconstrucción”, de la que ya hablé en su momento y cuyo comentario pueden leer siguiendo este enlace: aquí

Creo que fue entonces cuando localicé en internet “La nave” una novelita corta, (probablemente lo primero de publicó Orejudo) que aún gustándome no me dejó una huella imborrable en el recuerdo (al punto que hoy la he olvidado por completo). 

Fabulosas narraciones por historias” era la que a priori parecía menos interesante (y es que a mí la generación del 27 me dio siempre mucha arcada) pero que, claro, había que leerla, estábamos hablando de Orejudo. El resultado no pudo ser mejor: no se convirtió en “lo mejor que he leído de” porque eso es algo que difícilmente podrá ocurrir mientras siga existiendo “Ventajas de viajar en tren”, pero estuvo cerca. Lo lleva jodido Orejudo para superarse, pero todavía es joven; hay tiempo. 


UN MOMENTO DE DESCANSO 

Este fin de semana fue el turno de “Un momento de descanso”, a la que no sé cómo hacerle un comentario y mucho menos una crítica sin caer en el chiste fácil de decir "¿Se habrá tomado el ingenio de Orejudo un momento de descanso?", porque yo no hago estas cosas por muy poco que me haya gustado el libro en cuestión. Y en honor a la verdad tampoco es que no me haya gustado (o no estaría hablando de él) sino que de toda la obra de Orejudo me parece la menos memorable; la más prescindible. Recuerdo muchísimos detalles de su lectura: haberme enfadado bastante al poco de comenzar cuando descubrí un párrafo que parecía calcado (debería decir robado) de otra novela todavía por identificar. Cuando busqué el objeto de ese plagio con la intención de utilizarlo de excusa para esta entrada se escondió (sí: lo hizo) y de ahí que me esté mordiendo (poco, es verdad) la lengua, maldiciendo y rogando (pero con el mazo dando) por descubrirlo algún día y retomar entonces como se merece esta pequeña maldad. Inmediatamente después de ese asunto insignificante la historia ganó en interés y sobre todo en calidad: Orejudo es un narrador excepcional y lo estaba demostrando página tras página; al menos hasta que llegó la segunda parte. Una segunda parte muy interesante pero tan desligada de la primera que tuve que recurrir en varias ocasiones a la contraportada para asegurarme de que no estaba ante una novela construida a base de relatos (ver “España” de Manuel Vilas, como ejemplo práctico de este sistema que cada vez me gusta menos (iba a decir "sistema de mierda" pero otra vez me pudo la elegancia). La tercera y última parte recupera el ritmo de la primera; el relato se complica y despierta, como poco, el interés: tramas, intrigas y mentiras sin descanso pero sobre las que permanece -flota- la sensación de estar frente a un texto poco elaborado; sobre una construcción un tanto endeble. En aquel momento hubiese apostado casi cualquier cosa a que las excusas que Orejudo ponía en boca de uno de los protagonistas (él mismo) para justificar la inconsistencia de ciertas partes eran reales; en definitiva, que estaba siendo consciente de sus propios agujeros y había optado por huida hacia delante: un pequeño giro argumental como forma de ("truco para") evitar el pequeño desastre que se le echaba encima. El resultado es no saber si estoy frente a una buena novela mal construida o frente a una mala novela bien rematada. Esa pequeña incertidumbre es la misma que evita mi inclinación al elogio en esta ocasión; a la precaución de no entusiasmarme en la recomendación y a desear que esta sensación de haber sido víctima de un engaño no sea nada más que otro golpe de efecto de genial Antonio Orejudo.


viernes, 18 de febrero de 2011

"Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios" de Rubén Martín G.





Rubén, Rubén, Rubén.... querido Rubén: 


¿Qué decir cuando se ha quedado uno sin palabras? ¿Qué clase de crítica puedo hacer de algo que no sé ni cómo afrontar? ¿Qué hago con esta desazón: fingir una crítica tal como haces tú con "El arco iris de la gravedad"? ¿Le rizo el rizo y finjo fingir a ver si así me sale la verdad? ¿Me meto contigo como te metes tú con el pobrecito Pynchon? ¿Te plagio como homenaje? ¿Acaso no lo he hecho ya? Tal vez debería –plagiarte, mentirte, rizarte el rizo- al fin y al cabo nos mueven las mismas razones; nos une el odio, que es más fuerte que el amor para estos asuntos de las letras. Somos almas gemelas de la sinrazón pura. Ambos libramos guerras que tenemos perdidas en batallas con cubiertas negras color tusquets, usando las misma armas de fogueo que nuestros enemigos y demostrando una manifiesta incapacidad para juzgar algo como se merece (en tu caso, Pynchon; en el mío, tú). Lamento que a estas alturas no sepas si voy de elogio o de insulto (1). Sigue leyendo, a ver si entre los dos lo descubrimos. 


[Modo Paréntesis ON] 
En vista de que el libro es pequeño (el "mini" de Alpha no es un chiste sin gracia) y porque me consta que mi público se pirra por las entradas pequeñas haré lo imposible por ser breve y reducir esto a su mínima expresión. 
[Modo Paréntesis OFF] 


La primera imagen –la primera impresión- que me vino a la cabeza mientras leía tu pequeño manual de tortura fue VÉRTIGO. Al principió pensé que tenía que ver con que leía caminando; que el adoquinado, en exceso colorido, cubría de chiribitas los márgenes del libro (no en vano estuve a un tris de romperme la crisma un par de veces y darme (también "casi") de bruces contra un poste telefónico color asfalto deslucido -tendría su gracia: citabas a Tristero en aquel momento-) pero luego comprendí que "no", que era "también", que la culpa era tuya; que esa primera carta puñetera era un prodigio de organización y de ahí mi vértigo: hablabas del presente como si fuera el pasado y el futuro que predecías era anterior al de hoy, también futuro entonces (desde tu presente/pasado) y además cruda realidad. (Desenreda la frase anterior como castigo: yo te padecí 87 páginas y llevo 1.285 palabras sin quejarme). 


El culpable (de esta “incapacidad manifiesta” de tratarte) eres tú, creo, o así, al menos, te quiero imaginar: ligeramente alocado y plagado de ingenio fácil, de humor corrosivo, de elogio encubierto, de prosa enredada, de ideas plurales, de doble intención. Tu artificio -tu “vértigo”- es genial: hay que odiar tanto como amar a Pynchon para entenderte. No eres para iniciados, aunque finjas brillantemente ese papel, sino para expertos, para aquellos dispuestos a dejarse los huevos en el intento de leer a aquel cabrón que dicen genio y que te ha dado a luz como escritor (como escritor editado porque inédito ya lo eras). Tú eres tu libro y la rabia que lo acompaña y la sensación que va pareja a esa rabia, que es la sensación de que en el fondo lo que quisieras –lo que haces- es elogiar a Pynchon, reconocerle el mérito que tiene escribir cosas que sólo se comprenden cuando se le presta la máxima atención: la sensación de impotencia; el complejo de inferioridad que acompaña cualquier lectura pynchoniana. La misma sensación y el mismo complejo que me acompañaron a mi hace unos días cuando llevando ese “vértigo” que es tu epistolar en las manos redescubría que en ocasiones los libros pequeños esconden pequeños tesoros en forma de grandes ideas y prosas sencillas unas veces, enrevesadas otras y delirantes siempre. Que no hace falta escribir como Pynchon para ser también un poco Pynchon. 


SENTENCIA 

Acabo. Ahora sí; ya lo puedo decir: me ha encantado. Siempre es un placer leer un libro de estas características, que evita voluntariamente el ensayo más sesudo en favor de la naturalidad y el divertimento para decir algo para lo que nadie parece nunca dispuesto: (en este caso) que Pynchon escribe para sí mismo y para los Pynchons del mundo. La risa y la ironía como medio de transporte, eso he aprendido. Y en el viaje me he divertido, he disfrutado como un enano en donde sea que disfruten los enanos y no me he quedado con las ganas de volver a leerlo porque lo he vuelto a leer. Y no por última vez. 



FIN


Actualización de mi relación con los implicados: Con Thomas Pynchon todo sigue igual: aunque tomamos café regularmente todas nuestras citas son siempre a ciegas y esa no es manera de amarse. Ana S. Pareja sigue sin proponerme nada: ni libros ni matrimonio y por eso no la nombro en esta tercera parte. Con Rubén un poco más de lo mismo, pero sin café y sin matrimonio. Conocer no lo conozco mucho o hubiese tenido una fotografía original que poner en esta entrada sin tener que ir por ahí robándola como un vulgar ladrón. 



(1) A ver, no será tan difícil suponerlo, al fin y al cabo ésta es la tercera entrada que le dedico al mismo libro. 

jueves, 17 de febrero de 2011

Imagen irreal de una lectura



Este blog permanecerá cerrado durante la lectura del libro de Rubén Martín G. Acontecimiento que, si nadie evita, tendrá lugar en unos minutos. 

El dueño y señor de este espacio ha cerrado sus puertas, ha apagado las luces y ha vuelto a encenderlas porque al no ver se ha dado un golpe contra una mastodóntica escultura hecha de poliestireno expandido que algún desaprensivo cartero del servicio de correos Tristero & Co. ha dejado en el portal de acceso a este blog y que reproduce, con virtuosismo milimétrico, una trompetilla anudada con sordina.




El dueño y señor de este lugar, aún estando herido de muerte mortal, logra descorchar el libro, lo deja respirar y se recrea en estos momentos con los vapores que exhala; vapores estos que se cuentan por millares y que le provocan pequeños y taquicárdicos placeres. 

El dueño y señor de este antro se recrea en este momento en la lectura del libro en cuestión y se compromete en silencio silencioso a comentarlo inmediatamente después de acabado; cuando pase de pendientes a histórico. Como el libro tiene apenas 90 páginas e incluye fotos y saltos de página calcula, el lector, que será cuestión de cinco minutos. 

Y no se equivoca.


miércoles, 16 de febrero de 2011

Carta abierta a Rubén Martín G.



A Coruña, 10 de Enero de 2011 


Estimado Rubén (Martín G.): 

Dentro de exactamente 37 días, el 16 de febrero de este mismo año, recibiré un email de un amigo en el que despachará una venganza a fuerza de relatar una serie de guarradas que tendrán lugar entre escritores, editores y distribuidores que escandalizarían al mismísimo Sade y de las que no podré sacar provecho por falta de pruebas pero que prometo detallarte en cuanto tengan lugar. Lo que realmente importa es que en ese mismo correo me contará otras cosas: unas inconfesables y otras no tanto, entre las que se encuentra ciertas experiencias vitales como lector que te afectarán a ti directamente: “Me pasan cosas raras con Pynchon: no puedo leer “V”, no quiero leer “Vinelad”, no me atrevo con “El arco iris…”, muero por leer “Mason &Dixon” casi tanto como por leer “Contraluz” y seré el primero en comprar y el último en leer "la nueva": "Inherent Vice". Quiero lo que no puedo y puedo lo que no quiero. Pynchon me cabrea tanto o más que a Rodolfo Martín G.” 

Esto último será definitivo para llamar mi atención porque yo a ti, Rodrigo querido (aunque mi amigo insistirá en llamarte Recaredo) te veneraré -ya lo descubrirás- desde que hiciste tuya mi fantasía eroticoliteraria favorita: vender un libro, antes de escribirlo, que hablase de algo que no soy capaz de hacer. Me consta que tu fortuna, Roberto, –aquella que te hará mundialmente famoso e inmensamente rico- vino de la mano de una editorial un tanto hiperactiva (ya supongo que la habrás visto en facebook repartiendo novedades cómo octavillas) aficionada a perpetrar -sí, esa es la palabra- las mejores portadas del panorama literario español actual. (1)

Si me fuese a dar –cosa que no creo (aunque no me atrevo a descartarlo)– por abrir un grupo en Facebook llamado “yo también quiero que Alpha Decay me encargue una novela”, me juego un huevo y parte del otro a que en una semana sumaría más agregados que si Pola Oloixarac abriese al mismo tiempo otro al que diese por llamar “deja que te cure la disfunción eréctil con una foto y un poema de Luna Miguel” porque en este país, lo sabe todo el mundo, hay muchísimos más escritores aficionados adictos al Facebook -de esos que se empalman cada vez que Alpha Decay les pone un “me gusta” en sus comentarios- que sinceros amantes de la filosofía que crean posible poder verle otra cosa que no sea la sintaxis a nuestra común amiga Pola. Tantos (escritores aficionados… etcétera) como el resultado de restarle al total de blogs literarios todos aquellos que le hayan colado algún manuscrito a Seix Barral, Anagrama, Tusquets o Mondadori. No soy optimista: la cifra resultante sería el equivalente al producto interior bruto de alguna pequeña dictadura bananera. 

Lo que quiero decir con todo esto, amigo Rogelio, es que eres un tipo con suerte y de que independientemente de que te la merezcas o no, seguirás siendo un tipo con suerte. Confía en mí: lo he visto.

Dentro de exactamente 38 días (el 17 de febrero) recogeré tu libro; lo dejaré respirar y después lo leeré y una vez leído me voy a poner a parir elogios o tempestades según lo que merezca. Sabrás de mí por los gritos o los suspiros: veremos qué. 

Un abrazo y hasta pronto.


Con cariño,

La Medicina de Tongoy





(1) (Dile a Ana, si la ves, que el peloteo es gratis). 








Próximamente:

La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre el libro Ricardo Martín G.: "Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios".







Mi relación con los implicados (para no dejar sombra de duda): con Thomas Pynchon y Rubén Martín (G.) tomo café un día sí y otro también. Con Alpha Decay tengo un acuerdo no verbal ni escrito de no publicar nada de lo que no escriba hasta que lo haga sin faltas de ortografía y tenga algo interesante que contar en menos de 60 páginas. Pero yo con 60 páginas no tengo ni para el índice y por eso me llevo mucho mejor con Jorge Herralde que con Ana S. Pareja porque Herralde tiene el corrector ortográfico y gramatical actualizado y no le importa publicar libros en los que no ocurra absolutamente nada digno de mención.

lunes, 14 de febrero de 2011

“The Wallace Touch”



Hace unos días, durante la lectura del primer relato (“Animalitos Inexpresivos”) incluido en el recopilatorio llamado “La niña de pelo raro” de David Foster Wallace, descubrí una escena absolutamente deliciosa -que me pasó desapercibida la primera vez que lo leí, hace ya demasiados años - y que ahora no quiero dejar de comentar. Tiene lugar en una playa. Las protagonistas son dos jóvenes mujeres que sabemos –o suponemos- enamoradas: 

Faye se ríe. Se moja un dedo y hace una señal en el aire como si hubiera un marcador. Las dos se ríen. Una ola más grande de lo normal rompe de una manera estrepitosa sobre la espuma. El dedo de Faye sabe a humo y a sal. 

Al leerlo me vino a la memoria la escena de una película de Ernst Lubitsch (que no logro identificar) en la que el director mostraba el primer plano de una rosa que depositaba el amante de la protagonista sobre la almohada de su cama antes de marchar por la mañana. Era la forma que tenía el director de insinuar la relación sexual que había tenido lugar esa noche evitando la censura habitual de la época. Ese peculiar uso del montaje y la ironía de que hacía gala Lubitsch provocó que el medio cinematográfico popularizase la expresión “Lubitsch touch” (el “toque Lubitsch”) para definir ese estilo en el que predominan la insinuación y la sugerencia. En sus películas los objetos comunes cobraban funciones simbólicas o evocadoras: calcetines, camisas, cajones, espejos, ramos de flores, pares de copas o las inolvidables puertas abiertas en “Lady Windermere's Fan”. 

El dedo de Faye sabe a humo y a sal.

viernes, 4 de febrero de 2011

Resumen de Lecturas: Enero de 2011


Porque me gustan más las listas que a Luna Miguel (y por no estar callado) referiré, de aquí a que me harte y siempre a toro pasado, un resumen de las que fueron las lecturas del último mes: mis impresiones, mis sensaciones o lo que surja, independientemente de aquellas, que por unos u otros motivos, tengan su propio espacio en el futuro.




Acaba un mes un tanto irregular en lo que a lecturas se refiere; un mes que se ha ido salvando gracias a un autoimpuesto ejercicio de voluntad. El único culpable soy yo: mi falta de planificación; la mala costumbre de ir 
saltando de flor en flor cambiando de opinión respecto a la siguiente lectura a cada momento. Así no hay manera. Si me hubiese hecho caso (si hubiese cumplido las promesas que me hice) a día de hoy podría ser el orgulloso propietario del recuerdo de la lectura de “Vinelad” o “V” de Pynchon, de “Cut and Doll” de Oscar Gual  (de éste he estado a punto: lo he llegado a empezar) o del “Bestiario” de Cortázar. De todos modos me siento afortunado: no he elegido tan mal. La cosa ha resultado como ahora les voy a contar.


[La parte alta: Zona Cálida]

(En esta zona está ese número indeterminado de novelas que, mejores o peores, me han dicho algo o han rozado algo o me han tocado alguna fibra por el motivo que sea: argumental, estilístico, ambos, etc. También valen cariños o manías o razones que no vengan al caso. )

Este mes lo inauguró y encumbró Thomas Bernhard (arriba, en la foto); esto es: fue el primero y el mejor. “Maestros antiguos”, ya me lo parecía a mí, no sólo ha resultado ser la experiencia del mes sino del año (entendiendo como “año” los últimos doce meses) y no tengo la menor duda de que ocupará en su momento un espacio en el ranking de "Lo mejor de 2011". Porque Bernhard es, desde ya, uno de mis escritores fetiche y le perdonaría hasta las faltas de ortografía si las tuviera. También es de ley incluir en este lista un librito desconocido al que no tengo la más remota idea de cómo llegué. Se trata de “El papel de mi familia en la revolución mundial de Bora Cosic, un tipo con un sentido del humor absolutamente genial que hace de los recuerdos de un niño durante la guerra algo a partes iguales triste y divertido. La prosa, su estilo; es inimitable. Peculiar, como el de Bernhard; lo cual confirma algo que hace tiempo sé: que me apasiona la escritura experimental y quizá por eso Ricardo Piglia, de profesión argentino, ocupe el tercer puesto. Lo consigue haciendo trampa porque el estilo de Piglia en “Respiración Artificial” (al menos en su segunda parte), es puro Bernhard llevado al extremo, aunque no fue eso lo que sedujo sino su erudición (la misma que espanta a otros) y la pasmosa facilidad que tiene para hacer atractivo cualquier cosa de la que hable. Lo mismo que Vila-Matas pero en gaucho donde el otro es quijotesco.





[La parte baja: Zona Templada] 

(Yo no hablo de los libros que no me gustan porque los libros que no me gustan no los leo. Los empiezo, les doy un tercio de oportunidad y si por entonces la cosa está de no, pues a otra cosa mariposa. Por eso, aquellos libros que están en la parte baja no son los libros malos sino los que aún gustándome no gozan de mis favores y lo más probable es que alguno de ellos a final de año ni lo recuerde. Quizá por eso los refiero).

Me tengo que morder los muñones para no incluir en la parte superior de la lista, en la Zona Cálida, los “Trenes hacia Tokio” de Alberto Olmos, un relato sencillo pero magníficamente escrito. El don de Olmos es hacernos creer que escribir es tan fácil como respirar aún sabiendo que no es así. “Carta de una desconocida”, de Stefan Zweig merecería el mismo honor por las mismas razones que el anterior. Este pequeño libro fue recomendación de otra lectura de este mes: “Vida y opiniones de Juan Mal-herido” escrito (ya se imaginarán) por Juan Mal-herido: un viaje hilarante por las mejores y peores lecturas del escritor durante los últimos años. “Tres ataúdes blancos” de Antonio Ungar es un libro muy bueno. Buenísimo. A VLM le pareció de lo mejor del 2010. A mí no, pero casi. O sí. Estoy pensando que quizá sí. Mi lista del año pasado sólo tenía 7 ganadores pero de tener 10 uno de ellos hubiese sido sin lugar a dudas éste, por lo tanto supongo que sí, definitivamente sí. “El cojo y el loco” de Jaime Bayly fue también una recomendación de Mal-herido; merece una entrada y puede que la tenga, pero no por los motivos que ustedes suponen. De Bayly esto es lo que más me ha gustado desde que tengo el disgusto de conocerle, pero es que yo a Bayly no lo podía ver delante desde “No se lo digas a nadie”, y aún hoy y a pesar de esto me costará repetir la experiencia. El punto clásico del mes lo pusieron dos novelas mínimas: “Los últimos días de Kant” de Thomas de Quincey, recomendación de un amigo, y “Los dos húsares” de Tolstoi, una cuenta que tenía pendiente con el ruso desde hacía meses. Ambas correctas y muy entretenidas. Para no eternizarme voy a precipitar el resto: “La literatura como bluff” de Julien Grac me pareció precisamente eso: un bluff. Un peñazo del diez. Todo lo irónico o sarcástico que uno quiera pero muy aburrido. Si por algo se libro de la quema fue gracias a su extensión: 60 miserables páginas. No es el caso de “Rosas, restos de alas”, un correcto libro de un magnífico Pablo Gutiérrez; una novela que apuntaba lo que luego sería (“Nada es crucial”). “Formas Breves” de Ricardo Piglia es fruto de la emoción y el entusiasmo surgidos durante la lectura de “Respiración Artificial” y no me defraudó en absoluto. Los dos últimos libros leídos fueron algo bélicos: “Matadero cinco” de Kurt Vonnegut me gustó menos de lo esperado; pero es que en cuando escucho las palabras “guerra”, “batalla” y "conflicto armado" me predispongo inmediatamente en su contra. Afortunadamente el siguiente, “Plop” de Rafael Pinedo, ofrece un espectáculo post bélico más cercano a un Mad Max amoral que a una batalla común.  El de Pinedo viene a ser algo así como la versión salvaje de “La Carretera” de Cormac McCarthy, una novela con la que tiene mucho en común. Pero esto se lo cuento en un par de días.




[La parte baja: Zona Fría: Abandonos]

Este mes sólo tuvo lugar un abandono. El angel caído fue “El Dorado” de Robert Juan-Cantavella. No me parece en absoluto una mala novela pero que no era lo que yo esperaba ni lo que me pedía el cuerpo en aquel momento y únicamente por eso lo dejé: para evitar disgustos y cogerle manía. La intención (noble) es la de retomarlo en un futuro indeterminado. Ja.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Correspondencias: HUGO ABBATI (Quinta Parte)




PREELIMINARES Y ELOGIOS 

El libro de Abbati es una maravilla. En serio”. Cuando hace algunos meses, tantos como dos o tres (quizá cuatro pero ni uno más) José Luís Amores, conocido en círculos blogeros como Bolmangani, me dijo esto (aquello, lo de arriba) al final de un correo que hablaba, entre otras cosas, de nosotros mismos, yo no le creí. Y no le creí entonces por lo mismo de siempre: porque nunca le creo, a José Luis, a pesar de que digo que sí, que lo hago; ni él me cree a mí, a pesar de que me dice que sí, que lo hace. Luego estuvo la otra parte, la que me condicionó después de la segunda a pesar de haberla planteado antes, de primera; unos cinco días antes. Me refiero al fragmento de otro correo también lleno de intimidades más o menos confesable y menos que más comedidas que dejaba (el fragmento en cuestión) como huella indeleble de tinta digital el siguiente texto, como se verá, de corte eminentemente literario: “Un amigo de Ferré, que es editor, me ha enviado hoy otro libro, se llama Correspondencias; es de un médico argentino que se llama Hugo Abbati, y acaba de ser publicado.” En este punto mi cuerpo, burlándose de mi voluntad por lo general férrea y dominante, seguía acusando la falta de sueño de la horita de descanso que le había robado la noche anterior por motivos, también estos, estrictamente literarios. Pero José Luis, acostumbrado a no callar, siguió divagando y convirtió sin pretenderlo el consejo en reto: “Tiene una pinta magnífica por la mezcla de medicina, ciencia, locura, epistolares y alta literatura. Cuando le haga entrada, si me ha gustado, te lo envío (físicamente) para que lo leas, si quieres”. No sé si me gustó más la mezcla de ingredientes tan poco habitual o la oferta gratuita de un libro que pronosticaba no iba a resultar fácil de encontrar. Tres días después José Luís publicaba una entrada de corte elogioso (y vamos a creer que sincero), reiteraba su oferta de envío gratuito (incluidos costes de desplazamiento) y yo sucumbía, como hago siempre, a los más bajos instintos de lector. En cualquier caso, el libro, que incluía la promesa de devolución inminente para poder continuar su labor divulgativa, cultural y gratuita, sigue en mi casa con un yo que vive ajeno a los improperios que le salen al buen JL por la boca gracias al factor distancia, siempre tan de agradecer en disputas de este tipo. 



UNA EXPLICACIÓN QUE NADIE ME HA PEDIDO 

A continuación: los motivos por los que me declaro en parte inocente de este pequeño desastre que venimos arrastrando unos y aguantando otros desde hace una semana: 

Las tres entradas anteriores (cuatro, si incluimos la de la Oblomovka Herida en la que no tengo arte ni parte pero que sí, surge de aquí, por culpa de todo esto y de la que repito, es el pusilánime Oblómov único culpable) tenían y tienen un único objetivo: replicar, un poco torpemente, la idea que me sugería la novela de Hugo Abbati; una novela que trata de lo que ya supondrán y no quiero dejar de exponer: del reencuentro de dos amigos, de la puesta en común de sus vidas, de las diferentes formas que tienen unos y otros de interpretar la singularidad de los hechos, de terceras personas, de extensas correspondencias que ya no se estilan y de un camino, inevitable, hacia el desencuentro y, por qué no decirlo ya que lo he dicho casi todo, también hacia la locura. 

Para la construcción de este artefacto, este chisme, volví, como antaño, a echar mano de Oblómov Varese, cual apero de labranza, (aprovecho para comentar que desea mantener en el anonimato su identidad; sospecho que por joder: para fastidiarme y que la gente siga creyendo que él soy yo, como si no tuviera bastante conmigo mismo para tener que ser también una suerte de monje castrado y depresivo, deprimido y deprimente) aprovechando su intención de resucitar y de León Tolstoi, (incluso a mí tanto paréntesis me molesta pero no veo otra manera de expresarme con claridad) un avatar tras el que se oculta Basilio Algarabía (así como suena), un asturiano indomable de ciento ochenta y ocho centímetros de humor corrosivo que se prestó a la broma después de haberme dado la idea que sirvió de motor: “¿Tú has leído los prólogos de Fresán o los de Paul Auster? ¿Has visto su extensión? ¿Por qué los blogs no han de ser iguales? ¿Porqué no dedicarle a los libros el espacio que merecen?”, me decía. Yo le contesté como buenamente pude: “¿Tus has leído las entradas de Bolmangani, Ferré o Jordi Corominas?”. No diré qué contestó para que no se moleste ninguno de los mentados. Luego traté de arreglarlo (con él): “Los blogs se dirigen a un tipo diferente de lector. […] Se trata (en el blog literario) de invitar a la lectura, algo que, en teoría, no se le exige al prólogo.” El debate continuó (Basilio no estaba de acuerdo en que el tipo de lector no era el mismo y aunque tenía razón, hasta este mismo momento, durante esta frase, no se la he querido dar) pero la idea quedó ahí, germinando y un día, no sé cómo, quizá en la ducha como la mitad de las veces, me acordé de Abbati, pensé en el valor de las epistolares y entre los tres construimos este pequeño circo ambulante. Lo plagamos de hipótesis a cual más plausible y festejable y al final quedo ésta: así de listos somos, no dando para más ni plagiando. Atendimos, (acordamos) a dos normas fundamentales como limitadores del frenesí imaginativo: (a cambio de garantizarles una perestroika indefinida) cada uno diría lo que quisiera decir y llevaría la historia hacia donde le fuese más conveniente, algo que supongo le ocurre a todo el que escribe, Abbati incluido. La diferencia entre unos y otros es que unos (nosotros) se les nota más y a otros (Abbati) se les nota menos. 



BREVES CONCLUSIONES 

Como era de mi agrado (y lo sigue siendo, ahora más que nunca) que el artículo pareciese breve lo voy a ir terminando. Debo además tener en cuenta que el paciente lector no se conforma con las apariencias y los desea efectivamente cortos puesto que sólo así los ve breves. Artículos que duren poco, ¡qué original! Recuerde venir con más ganas la próxima vez. 


Y UN CONSEJO 

Léanse el libro de Abbati. Gocen. 

martes, 1 de febrero de 2011

Correspondencias: MERITORIO FERNANDEZ (Cuarta Parte)

Correspondencias: EL EFECTO PIGLIA (Tercera Parte)


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De: Oblómov Varese (oblomov.varese@gmail.com) 
Enviado el: miércoles, 20 de enero de 2011 01:57
Para: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com) 

Asunto: Re: Rescatándote del olvido 



Sobre lo que no se puede hablar, hay que callar”, decía Macedonio. Lo lamento pero no me siento ya capaz de escribir si no es por boca de otros. ¿No fue Walter Benjamin el que propuso o trató de o pensó en escribir un libro enteramente hecho de citas? ¿No fue Piglia quien años después depositó ese mismo deseo en los labios del personaje Tardewski, que se declaraba discípulo de Wittgenstein y era en realidad una deformación del también polaco y también escritor y también columnista en un diario local y también argentino por adopción, Witold Gombrowicz? Les dejo a ellos que digan con sus citas lo que yo quiero decir: 


“Complicaciones diversas, difíciles de explicar por correo, me hacen creer que por un tiempo no tendrás noticias mías. La correspondencia, en el fondo, es un género anacrónico, una especie de herencia tardía del siglo XVIII: los hombres que vivían en esa época todavía confiaban en la pura verdad de las palabras escritas. ¿Y nosotros? Los tiempos han cambiado, las palabras se pierden cada vez con mayor facilidad, uno puede verlas flotar en el agua de la historia, hundirse, volver a aparecer, entreveradas en los camalotes de la corriente. Ya habremos de encontrar el modo de encontrarnos.” 

Carlos, por fin me ha sucedido algo. ¿No lo entiendes? Por fin me ha sucedido algo realmente sensacional; tan sensacional que dudo mucho que ni tu ni nadie pueda entenderlo. No recuerdo ahora mismo quien era el que decía que no puede ser entendido un presente que no sea histórico. Un presente no histórico es un horror, decía. Lo que quería expresar ese sujeto es que sabiendo lo que sabemos que es –este presente histórico- y en qué se va a convertir es cómo podemos soportarlo. Yo he sido siempre un hombre escéptico, he vivido fuera de la historia; tú, en cambio, como la inmensa mayoría, solo puedes pensar desde la historia. El presente del que he sido testigo sería un presente insoportable si tuviese que medirlo con tus mismas herramientas. No esperes entender nada de lo que a partir de ahora publique en el blog, si acaso llego a publicar algo; no mientras no logres desprenderte del componente histórico de tu presente ni mientras los límites de tu lenguaje sean los límites de tu mundo. 

Atentamente, 




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De: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com)
Enviado el: jueves, 20 de enero de 2011 22:13
Para: Oblómov Varese (oblomov.varese@gmail.com) 

Asunto: Re: Rescatándote del olvido 



Amigo Oblómov, 

Me tienes confundido. No sé ni por dónde empezar a desenmadejar el ovillo en que se han convertido tus correos. ¿Qué quieres decir con eso de que por un tiempo no voy a recibir noticias de ti? Vaya por delante que no tienes obligación alguna de escribirme. Nuestra relación se ha basado siempre en la sinceridad y en el respeto y no seré yo quien viole las reglas del juego. ¿Recuerdas aquella explicación que me diste para no hablar por teléfono conmigo?: (y cito textuales tus palabras que me ha llevado un rato largo encontrar) “su inmediatez es contraproducente pues son necesarias la distancia y la ausencia para prosperar y enriquecer, con los tiempos muertos y a fuerza de repetir lecturas, las relaciones". ¿De eso va todo esto? ¿Crees que con la distancia y leyendo y releyendo lo que sea que me vayas a decir llegaré mejor a ti; se estrecharán más o mejor los lazos que nos unen? No sé si tu presente, al carecer de historia, ha perdido la razón pero en el mío el movimiento se demuestra andando y a fuerza de callar lo único que se consigue es no decir absolutamente nada. Responde a este correo como tengas a bien. Yo haré exactamente lo mismo. 

Y termino, si me lo permites, desdramatizando, para que cuando todo esto termine y quede en nada no caigamos los dos en el más absoluto de los ridículos. Me parece realmente fantástico que te pasen cosas sensacionales. (No tanto ya la manifiesta incapacidad que estás demostrando para aceptarlo). No te vayas, joder, Oblómov, que Tolstoi me quiere moldear como el argumento de una novela. Temo que me mate, como mató a Ana Karenina. Y después sé bien que irá a por ti. Nos hemos convertido en objetos de su deseo y ahora dice cosas del tipo “moral de imperativo categórico”, quiere acabar con la “desidia” y darte recetas de “estricta observancia”. Yo me veo prostituyéndome en Siberia con algún nombre exótico como Putorovka y cambiando libros en español por farmacopea variada de estimulación genitourinaria. De acuerdo, tenías razón: debí hacerme amigo de Jordi Corominas, que a él se le entienden los mensajes, pero ahora ya es tarde para lamentaciones y salir corriendo no es la solución. Ahora hablo de mí; me busco consuelo porque a ti te doy ya por perdido. 

Adiós Oblomov, amigo. 

Un abrazo, 




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De: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com)
Enviado el: jueves, 20 de enero de 2011 23:51
Para: León Tolstoi (lev.n.tolstoi@gmail.com) 

Asunto: Re: Agradecimiento 



Señor Tolstoi, 

Se ha ido. Me refiero a mi amigo Oblómov. Así, sin más: citando a Piglia y hablando de hechos sorprendentes de corte irracional, presentes históricos o pasados metafísicos. No sé que me asusta más: no saber dónde está y si le pasa algo o quedarme a solas con usted y sus (no me atrevo a poner en duda) nobles intenciones. Creo que esto último es peor pues Oblómov tiene una tendencia natural a la ausencia y ya venía con kit de supervivencia cuando lo encontré debajo de un puente pero en cambio yo, que soy más de tuntuneo, de embarrarles el camino a personajes como usted, no tengo por costumbre enfrentarme a observancias kantianas. Mire, déjeme estar, ¿de acuerdo?, no hay entre nosotros forma humana de llegar a entendimiento verbal alguno y a fuerza de golpes no me arreglo porque ando flojo de masa muscular. 

Tómese esto como quiera: con agua o como una despedida pero asuma que a partir de este momento yo soy el enemigo imbatible y usted los restos caducos de tiempos peores. “Habemus paz, no jodemus”, mi buen Tolstoi. 

Con afecto, a pesar de todo, por muro masoquismo, 

La Medicina de Tongoy 



P.D. Sin rencores: no se olvide de visitar mi blog: de comentar si le gusta y callar si no es así. Venga, vale, también “si no es así”. Hable usted, hable, que ya me las arreglaré yo para hacerle el caso que merece. 





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De: León Tolstoi (lev.n.tolstoi@gmail.com)
Enviado el: viernes, 21 de enero de 2011 09:10
Para: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com) 

Asunto: Re: Agradecimiento 



Estimado Carlos: 

Decía Kant: la paloma que siente la resistencia del aire piensa que podría vivir mejor en el vacío. Pues Oblómov lo mismo. Déjelo volar, amigo Carlos, déjele que se dé de bruces con su obcecación. Su oblómovka, herida de muerte, no está ya en este plano de la realidad en que habitamos usted y yo; a eso se debe referir con el “presente histórico” que me ha dicho que cita. Esperar que Oblomov esté a nuestro a lado, al suyo especialmente como amigo que es, reconociendo las formas cómo nosotros las reconocemos e interpretando las señales cómo sabemos que son, es también una forma de no afrontar los hechos. En el telar de las falsas ilusiones se tejen nuestras desdichas, no lo olvide. 

Respecto a mi mano tendida: me tomo su rechazo como una rendición y el de Oblómov como un acto de cobardía. Son muy de estar juntos ustedes dos. Les deseo igualmente un feliz viaje: a Oblómov en el insondable vacio de su locura y a usted en el mundo de Yuppi en que ha convertido su medicina. 

Cuente con mis comentarios en el futuro. Seré un crítico implacable y usted, antes o después, harina en mis manos. 

Atentamente, 





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De: León Tolstoi (lev.n.tolstoi@gmail.com)
Enviado el: viernes, 21 de enero de 2011 23:02
Para: Oblómov Varese (oblomov.varese@gmail.com) 

CCO: Carlos González (lamedicinadetongoy@gmail.com) 
Asunto: Saludos Cordiales 



Me han dicho que anda escapando y escupiendo citas de Piglia, alegando en su defensa sucesos sorprendentes, pasados vacios y presentes no históricos y he querido, como acercamiento y despedida, tratar, por primera y única vez, de sacarle de ese refugio abisal en que parece haberse empeñado en caer, con una cita del mismo autor: 

¿Qué es lo que uno puede llegar a tener en su vida salvo dos o tres experiencias? Dos o tres experiencias, no más. Ya no hay experiencia, sólo hay ilusiones. Todos nos inventamos historias diversas para imaginar que nos ha pasado algo en la vida. Una historia o una serie de historias inventadas que al final son lo único que realmente hemos vivido. Historias que uno mismo se cuenta para imaginarse que tiene experiencias o que en la vida nos ha sucedido algo que tiene sentido. Pero ¿quién puede asegurar que el orden del relato es el orden de la vida? De esas ilusiones estamos hechos, querido amigo, como usted sabe mejor que yo. 

No sé cuál es su historia, Oblómov, ni adonde se dirige; de qué recuerdos o fantasías se nutrirá durante su ausencia pero tengo por seguro que volverá, ya sea a la Oblomovka o la Medicina. Y yo estaré aquí, esperando por usted, para abrazarlo y hacer añicos su cobardía. 

Atentamente,