lunes, 30 de junio de 2014

Resumen de lecturas JUNIO 2014

Rápidamente, que hay muchas reseñas por escribir que merecen más tiempo que este resumen.

Hablemos de junio. Este mes, fiel a una vieja costumbre, he incumplido todos cuantos propósitos de lectura había hecho el mes anterior. Casi todos. De los nueve previstos han caído cuatro. Pst. El caso es que empecé bien, bastante bien, de hecho, pero en algún momento, concretamente en el momento en que leí una novela de ciencia ficción, algo se torció pero como se torció para bien pues por bien torcida la hemos dado y hemos seguido adelante sin mirar atrás. Esto se tradujo en que junio ha acabado siendo, inesperadamente, un mes de lo más cienciaficcioso. Y sospecho que no será el último.

* * * * * * * * * 

“La maravillosa vida breve de Oscar Wao” de Junot Díaz

Ya he hablado mucho de esta novela. Demasiado, diría yo. Aquí y aquí y seguro que en algún sitio más (tipo comentarios, resúmenes, etc). No seré como ella (como la novela) y no les aburriré con los detalles.



“El doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo” de Angela Carter

Después del buen sabor de boca dejado por “La cámara sangrienta” (comentado hace no mucho aquí) era casi inevitable volver a intentarlo con Angela Carter, más que nada para comprobar si aquello había sido amor a primera vista. El doctor Hoffman… no es una novela fácil si se lee como yo lo hice: a ratos y en un plazo de tiempo muy largo. Demasiado largo. Con todo, me ha parecido muy interesante, casi tan interesante como agotadora ha sido la frondosidad de su prosa. Me gustó especialmente su relación más que estrecha con “La tempestad” de Shakespeare (ahí me ganó), una obra que me viene acosando desde hace unos meses. En resumen, muy bien aunque debo confesar que no me enganchó todo lo que esperaba (que esperaba y hubiese querido).



“El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad

El titular: nueva traducción y edición ilustrada de la novela en que se basó Apocalipsis Now. Me ha gustado mucho. Tengo la reseña escrita y puesto que saldrá en breve me ahorraré, con su permiso, el discurso.


“Guía del mal padre” de Guy Delisle

Aquí una chorrada como un piano. No perderé mucho tiempo. Guía del mal padre es un librito chiquito de chistes gráficos que no tienen maldita la gracia, que tiran de tópico y que realmente no aportan gran cosa a… a nada. Prescindible y olvidable en la misma medida. 


“Nos vemos allá arriba” de Pierre Lemaitre

En la reseña, escrita AQUÍ, dije, entre otras cosas, esto: «“Nos vemos allá arriba” se nutre de tópicos. No sólo habla de los males de la guerra sino de los malos de la guerra. Unos malos que son malísimos frente a unos buenos que son buenísimos; unos ricos que son riquísimos frente a unos pobres que son pobrísimos. Como en la vida misma, no hay héroes, sólo seres humanos encadenados y condenados a vivir vidas que no desean, a luchar por vidas que creen merecer o a disfrutar de las que les ha tocado vivir. Son los de arriba frente a los de abajo, la superioridad frente a los complejos. La desesperanza frente a la justicia. 

Y el gay dejando que una niña le pinte las uñas».

Novela muy disfrutable y adictiva. Aunque no marcará un antes y un después está el placer de la lectura, que es una cosa que últimamente se cotiza mucho.



“Aniquilación” de Jeff Vandermeer

Me gustó menos que poco. Es un bluff. Algunos escuchan la palabra trilogía y se les pone como una piedra. Y no. Aniquilación es un pastiche de muchas novelas y esto no es necesariamente malo, o no lo sería si la novela no acabase siendo rematadamente boba. Reseña AQUÍ.



“Picnic extraterrestre” de Arkady y Boris Strugatsky

La premisa de esta novela es absolutamente genial pero me la voy a callar para no estropearles la diversión antes de la reseña. Baste decir que este título en apariencia tan feo (traducido también como “Picnic al borde del camino”) adquiere, durante la novela, todo su sentido y que es un sentido que no sé ustedes pero a servidor lo ha enamorado perdidamente. Esta estupenda novela está más que descatalogada pero me ha dicho un pajarito que le ha dicho otro pajarito que los de Gimalesh están preparando una reedición. Ñam, ñam.



“Solaris” de Stanislaw Lem

De Lem había leído un par de libros hace tiempo pero Solaris fue una novela que siempre me dio mucha pareza, seguramente porque, por culpa de las versiones cinematográficas, conocía demasiado bien la historia. El caso es que este mes corregí ese inmenso error. Solaris es fantástica pero, como en el caso anterior, dejen que me guarde los detalles para la reseña.




“La mosca” de Slawomir Mrozek

Mrozek es siempre genial. En La mosca, también.


“La gran guerra” de Joe Sacco

Esta es una obra sin palabras. Joe Sacco dibuja el primer día de la batalla de Somme sobre un “lienzo” de 7 metros. Magnífico. En unos días, reseña.


“Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos” de Emmanuel Carrère

Biografía de Philip K Dick. Me gusta Carrère. Le he leído, con este, cuatro libros. Me gusta pero me molesta mucho esa manía que tiene de colarse en las narraciones como si al lector le importase algo su vida privada; afortunadamente en esta ocasión pone bastante cuidado y salvo un par de ocasiones, Carrère es invisible. Supongo que por esto me ha gustado tanto. Por eso y porque es una biografía estupenda. Dick era todo un personaje pero al margen de eso, Carrère es un narrador excepcional que logra hacer amenas e interesantes todas y cada una de las páginas. Y eso es mucho decir.



“Ubik” Philip K Dick

Tal como ocurrió con Solaris y Lem, “Ubik” era una cuenta pendiente personal que tenía con Dick. Doy la cuenta por saldada. No me puedo quejar: he pagado lo que debía y he salido ganando. Dejaré los detalles para la reseña (ya se pueden imaginar la semana que me espera) pero a primera vista yo diría que me encantado. No vengo a descubrir la pólvora, Ubik está considerada una de las mejores obras de Dick, pero uno tiende a entusiasmarse cuando lo comprueba por sí mismo.





Habrán visto que he tenido un final de mes espectacular. No hay como dejar de leer literatura española.



Y, ahora, veranito. 

Y, ahora, vacaciones. 

En un par de días me pondré en modo bermudas. Yo seguiré siendo yo pero algo más ocioso. O mucho me equivoco o esto sí se traducirá necesariamente en una bajada de ritmo, tanto de lecturas como de reseñas. Guardo un par de cosas en el cajón (alguna la he anticipado ya un poco más arriba) y espero robar unas horas para escribir dos o tres reseñas que no quiero dejar pendientes, por lo que mi ausencia será casi inapreciable. Así somos aquí: todo entrega.

La pregunta es la de todos los años: ¿qué libros meteré en la bolsa de la playa? Ni idea, honestamente. Creo que aprovecharé (esta vez sí) para leer un par de cosas con dibujitos. A saber: “Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo” de Chris Ware; “Órbita 76” de Gabriel Noguera y “El piloto y el principito” de Peter Sís. 

Por otro lado he disfrutado tanto con las últimas lecturas de este mes (y es que hacía tantos, tantos años que había dejado el género) que creo que estaría leyendo ciencia ficción durante todo el verano. Porque me conozco sé que no será así pero por si las mosquis he preparado una pequeña lista (resultado parcial de pedir recomendaciones en facebook). Aquí los elegidos (sin descartar los que puedan surgir a partir de aquí):

- “Las sirenas de Titán” de Kurt Vonnegut
- “Axiomático” de Greg Egan
- “2312” de Kim Stanley Robinson
- “Robopocalipsis” de Daniel H. Wilson
- “La historia de tu vida” de Ted Chiang
- “La ciudad y la ciudad” de China Miéville
- “Más que humano” de Theodore Sturgeon
- “Neuromante” de William Gibson
- “Bienvenidos a Metro-Centre” de Ballard
- “Iris” de Edmundo Paz Soldán

Evidentemente el plan no es a corto plazo.

Por otro lado, ya tengo en casa “Ciudad ocupada”, la continuación de “Tokio Año Cero” de David Peace y “Los jardines de la disidencia” de Jonatham Lethem pero estos dos tengo poca (diría que ninguna) esperanza de leerlos en julio. 

Esta misma semana debería llegarme: “La guardia de Jonás” de Jack Cady, “Un hombre sin patria” de Kurt Vonnegut y “Arte Salvaje: una biografía de Jim Thompson” de Robert Polito, biografía que aseguran estupendísima y a la que probablemente dedique las horas de insomnio.

Y ya.



martes, 24 de junio de 2014

148 páginas más de “La maravillosa vida breve de Oscar Wao” de Junot Díaz


Yo no sabía que cuando te daban el Pulitzer ya nadie te podía mear encima. Mola. No sé si pasa lo mismo con el séptimo arte. ¿Sabe alguien que por el hecho de tener un Oscar o un Goya a la mejor película ya nadie puede decir que es mala o es aburrida o “no lo merece”? Por esta regla de tres, ¿me tiene que gustar sí o sí Camino? ¿Me compro la Edición Especial?

Venga, va, de buen rollo: me he terminado el libro de Junot Díaz y no me ha gustado. ¿Qué me pasa, doctor?

* * * * *

Nada, qué me va a pasar. 

Ya hemos hablado de esta novela, pero nos gusta sufrir. Retomamos más o menos por aquí:

«Al principio, bueno, se va leyendo y hasta tiene su gracia, sobre todo si uno se acerca por primera vez al autor. Trata (lo que he leído) sobre una familia, que es una cosa que, bien llevada, puede dar mucho juego. Primero habla del Oscar al que da nombre el título, después de su hermana y en tercer lugar, y ya con más detalle, de la madre de estos dos. Oscar es de pequeño seductor y de mayor un nerd gordo con tendencia a la depresión por falta de cariño y a enamorarse de todo lo que tenga forma de mujer. Su hermana Lola es un ser humano temperamental que quiere huir de ese infierno que es el hogar materno. Su madre, como todas las madres, es un bicho. La tercera historia es la de la madre, claro, una mujerona que las pasó muy putas. En la cuarta parte el narrador cobra protagonismo. Ahí fue cuando lo dejé».

Después de lo anterior hay más partes. La del abuelo de Oscar, por ejemplo, que es lo mejor de la novela. Y ya. Después, vuelta al “presente” y a ver qué narices le pasa al bueno de Oscarito, a qué viene lo de la “vida breve”, “maravillosa vida breve”. Adivinen: se enamora de una puta. 

Igual es por eso que le dieron el Pulitzer.

O tal vez lo hicieron por el retrato que se hace de una dictadura, que es algo que parece gustar bastante (ver "El huérfano" de Adam Johnson, Pulitzer 2013 para más información).

O por meterse con Vargas Llosa.

Voto por esto último.

« Pero vamos a ser honrados. El rap sobre La Chiquita que Trujillo Deseaba es bastante corriente en la Isla. Tan común como el camarón antártico. (No es que el camarón antártico sea tan corriente en la Isla, pero ustedes me entienden.) Tan corriente que Mario Vargas Llosa no tuvo que hacer mucho más que abrir la boca para cogerle el gusto. Hay uno de estos cuentos de bellaco en casi todos los pueblos. Es una de esas historias fáciles porque, en esencia, lo explica todo. ¿Trujillo te robó tus casas, tus propiedades, zumbaron a tu mamá y papá a la cárcel? Bueno, ¡es porque quería rapar a la hija hermosa de la casa! ¡Y tu familia no lo dejó!»

Zas, en toda la boca.

Si es que son unos broncas, estos letrados. Y luego que si en Tongoy y tal.

Creo que la explicación, o parte, al menos, del monumental cabreo de Junot, puede encontrarse en una de las notas al pie, concretamente en la nueve.

«[…] Considerado nuestro «genio nacional», Joaquín Balaguer era un negrófobo, un apologista del genocidio, un ladrón electoral y un asesino de la gente que escribía mejor que él; es notorio que ordenó la muerte del periodista Orlando Martínez. Con posterioridad, cuando escribió sus memorias, dijo que sabía quién había cometido el criminal hecho (por supuesto, no él) y dejó una página en blanco en el texto para a su muerte completarla con la verdad. (¿Cabe decir impunidad?) Balaguer murió en 2002. La página sigue en blanco. Apareció como un personaje comprensivo en La fiesta del Chivo de Vargas Llosa. Como la mayoría de los homúnculos, no se casó ni dejó descendencia».

Hum. Que digo que parece (no sé si dicen, cuentan y rumorean; igual sí) que parte de la novela o tal vez toda ella está escrita/diseñada para poner en su sitio al Nobel peruano y esa intromisión en asuntos ajenos que es La fiesta del Chivo. Siendo así, el Pulitzer me parece incluso necesario, aunque no sea más que como elemento publicitario o instrumento de tortura. Ahora bien, si los méritos han de ser los de la propia novela, malo. 

La maravillosa vida breve… se queda en un relato genealógico irónico y despiadado, cargado de humor, si quieren, y de buenos momentos, que los hay; de buenas descripciones, que las hay, pero desde luego como cualquier otra cosa, como crítica al Americanismoh (con h intercalada), por ejemplo, resulta algo floja.

«La familia de León voló a la Isla el 15 de junio. Óscar se estaba cagando del miedo, pero emocionado; sin embargo, nadie estaba más hilarante que su mamá, que se había arreglado como si tuviera audiencia con el mismísimo Rey Don Juan Carlos de España. De haber tenido un abrigo de piel, lo hubiera llevado, cualquier cosa para hacer ver desde cuan lejos venía, para acentuar cuan diferente era del resto de dominicanos»
[…].
«Al principio, Óscar pensó que estaba solo de visita, esta jevita minúscula, un chin gordita, que siempre iba taconeando hasta su Pathfinder. (No intentaba aparentar americana, al contrario que la mayoría de sus vecinos del Nuevo Mundo.)» 

Y poco más.

Por mucho que gusten las polémicas, se esperaba algo más de un Pulitzer. Siempre se hace. Se esperaba, no sé, algo más que rascar que este pasar de puntillas por tanta gente tan corriente y ese final tan, eso sí, americanoh


viernes, 20 de junio de 2014

“Aniquilación” de Jeff Vandermeer

No sé ni por dónde empezar. 

Atentos al argumento:

En el planeta Tierra hay una zona X, que es un espacio de proporciones indefinidas que, al igual que la Nada de La historia interminable, avanza que te avanza y no deja de avanzar y a la que se llega no se sabe cómo, así, de repente. La zona X es, como su nombre indica, una gran incógnita que no se resuelve ni con la fórmula de la Coca-Cola. A ella llegan cuatro chicas como cuatro soles, la psicóloca, la antropóloga, la topógrafa y la bióloga, que se llaman entre ellas por sus quehaceres diarios, como en las novelas de Saramago: Pass me the butter, please, antropóloga. En este plan:

«La topógrafa blasfemó y se la quedó mirando. Tenía un genio que debió de considerarse una cualidad. La antropóloga, en su estilo, se levantó sin protestar. Y yo, en el mío, estaba demasiado ocupada observando como para tomarme personalmente aquel despertar. Por ejemplo, advertí la crueldad de la sonrisa casi imperceptible en los labios de la psicóloga mientras nos veía pugnar por adaptarnos, con la antropóloga todavía flaqueando y disculpándose por ello».

Total, que al llegar al Mundo Perdido se encuentran al jabalí de La princesa Mononoke y el bunker de Perdidos, primo-hermano de La Casa de Hojas y ya tienen para investigar un rato largo. Porque, a todo esto, no lo he dicho, pero ellas van a la Zona para investigar, enviadas por una gran corporación que además de no darles una triste pista de lo que se van a encontrar hace como Gran Hermano, les pone para que sufran más. A partir de ya todo son desconfianzas y no tardarán en ponerse de uñas, buenas son ellas, lo que las conducirá irremisiblemente a catastróficas crisis de convivencia.

«La topógrafa asintió malhumorada y apartó la vista. La psicóloga emitió un suspiro audible, de alivio o de cansancio.
—Pues está decidido —concluyó, y pasó rozando a la topógrafa para ir a preparar el desayuno. Hasta entonces siempre lo preparaba la antropóloga.»

Esto con la Nespresso no pasaba.

La cosa, pues, va de descubrir, con ellas, qué sitio raro es ese que se ha cepillado a los integrantes de no menos de once expediciones anteriores. La narradora es la bióloga, que ha ido allí para saber qué vainas ha pasado con su marido (también, en su momento, explorador) y con sus amiguetes, machos alfa todos.

La novela es de acción demorada, como la peli de El Hobbit, con esa eterna promesa de que pronto va a pasar algo. La bióloga va contando sus cosillas, intimidades, cómo era ella con su marido, ese hombre maravilloso que la apartó de la mala vida. La bióloga mola, en realidad, aunque es un poco Pocahontas. No era (es) una mujer cualquiera. Para nada. Bebía, iba con hombres y prefería mirar un caracol que ver un partido de futbol. Ahora se rebela no comprándose el iPhone y leyendo spoilers de Juego de Tronos. Es broma. Medio broma.

La novela es un pastiche. No pasa nada, los pastiches también tienen derechos, especialmente en las novelas de género. Lo que no tiene mucha explicación es que uno llegue a un mundo perdido, salvaje, inexplorado y con más misterios que dónde se fabrican y a lo más que lleguemos es a ver a punki haciendo grafitis y los restos de una batalla en la playa. Estoy exagerando. En realidad es todo mucho menos trepidante de lo que lo parece.

Lo bonito es que incluye mensaje ecologista, que es algo que no se ve todos los días. Qué coño, si funcionó con Avatar…

«Lo terrible, lo que no puedo ignorar después de todo lo que he visto, es que ya no estoy convencida de que se trate de algo malo. No ante la naturaleza inmaculada del Área X en comparación con el otro mundo, que tanto hemos alterado».

Ah, casi me olvido: esta es la primera parte de una trilogía, de ahí el encadenamiento de incógnitas, que es de suponer que se resolverá al final siempre que no vaya demasiado bien y haya que ampliar con episodios IV, V y VI o precuelas y spin offs.

Bueno, en fin, que tienes que tener un día muy bueno para que te guste esta cosa.

lunes, 16 de junio de 2014

“Nos vemos allá arriba” de Pierre Lemaitre

En esta novela están todos: el papá millonario, viudo, protector; la niña, dulce, cándida, no especialmente atractiva (no físicamente, al menos); el pretendiente, ese canalla interesado… ah, no, un momento, que me estoy liando, eso es Washington Square…, no, no, está bien, es “Nos vemos allá arriba”. Bueno, a ver, empezamos:

Está el papá, empresario de éxito de avanzada edad, todo un auténtico tiburón de las finanzas. Está la hija, en edad de merecer, dónde va ya. Están dos amigos unidos muy a su pesar por la adversidad y las circunstancias, por esa guerra cabrona que todo lo destroza: uno, inocente como una amapola y pobre como una rata; el otro, hijode venido a menos y mariposa con alas. Y está el canalla, que no se puede ser más malo ni haciendo de nazi en una de judios. Y, por último, los secundarios: la criada, joven y guapa; el alcalde tonto del culo, manipulable, manipulado, una vulgar marioneta sin muchas luces y una niña, como refugio. Ah, y una cabeza de caballo. 

Y ya está.

Dramón, dramón, dramón, pero de los que hace tiempo que no se ven. Leen.

“Nos vemos allá arriba” viene a explicar porqué las telenovelas tienen el éxito que tienen: porque nos gusta, en el fondo, cualquier cosa. ¿Y quién no echa de menos Falcon Crest, eh? Pues eso.

Ahora en serio: lo mejor que tiene “Nos vemos allá arriba” es que es altamente adictiva. Confieso que me cogió por sorpresa. Uno espera, de un Goncourt (no lo he dicho, pero esta novela ganó el premio de marras), no sé, cierta espesura y no, como es el caso, una novela del siglo pasado.

Porque sí, lo parece.

El narrador, omnisciente todo él, salta de personaje en personaje, siendo estos tanto como tres. Todo empieza unos días antes de la Gran Guerra, mientras se libra —por razones que sí vendrían al caso si al contarlo no estropeásemos la diversión— una terrible batalla, la última, probablemente. Todo el rato pasan cosas terribles y el final de cada capítulo es peor que el final de un episodio de 24.

“Nos vemos allá arriba” se nutre de tópicos. No sólo habla de los males de la guerra sino de los malos de la guerra. Unos malos que son malísimos frente a unos buenos que son buenísimos; unos ricos que son riquísimos frente a unos pobres que son pobrísimos. Como en la vida misma, no hay héroes, sólo seres humanos encadenados y condenados a vivir vidas que no desean, a luchar por vidas que creen merecer o a disfrutar de las que les ha tocado vivir. Son los de arriba frente a los de abajo, la superioridad frente a los complejos. La desesperanza frente a la justicia. 

Y el gay dejando que una niña le pinte las uñas.

Lamaitre se lo ha montado bien: ha elegido un tema de rabiosa actualidad como puede ser (y de hecho es) la primera guerra mundial (ha estado listo, ahí, el chaval) y, utilizando un estilo clásico, formalmente exento de riesgo y con un argumento que no deja sin cerrar ni una sola de la puertas que previamente ha ido abriendo, ha construido una novela que no da respiro al lector gracias, entre otras razones, a que la trama, no especialmente compleja, sitúa a los personajes en situaciones, una vez más, muy actuales y con las que siempre resulta fácil identificarse. El Goncourt fue la puntilla: difícil encontrar mejor aval. 

A destacar dos cosas: una, que me ha gustado mucho, es la ausencia de héroes (a excepción de un secundario que, por respeto, callaré) y dos, que no me ha gustado nada, ese final tan… tan de videoclip, que sólo le falta la música de fondo y una mujer pegando gritos; esos personajes, en general, tantas y tantas veces vistos, tan humanos y previsibles, tan de novela barata venidos a más.

“Nos vemos allá arriba” es disfrutable en la medida que predecible; es ágil, entretenida, triste, tristísima. Es terrible. Es una serie de televisión, eso es. Al tiempo.





viernes, 13 de junio de 2014

“El coleccionista” de John Fowles

En El coleccionista (1) a un inadaptado le toca la lotería y no se le ocurre mayor tontería que secuestrar a una mujer de la que está secretamente enamorado para encerrarla en el sótano hasta que sea ella la que se enamore perdidamente de él, algo que en su imaginación parece tener bastante sentido. 

En la primera parte de la novela (de un total de tres) el narrador (el villano, un hombre sagaz de ideas claras y endeble justificación), dibuja una mujer fuerte e inteligente, posiblemente apasionada, en absoluto temerosa. En la segunda pasa a ser ella la narradora (el texto tiene forma de diario personal, secreto e intransferible) ocasión que aprovecha el autor para poner las cosas en su sitio: él es un puto enfermo, ella sólo una joven débil e insegura (a la vez que niñata altiva y arrogante) que no merece ni remotamente pasar por ese infierno. En la tercera, el secuestrador vuelve a ser el narrador, pero esto mejor nos lo vamos a saltar.

¿A que parece una novela de terror psicológico?

Bueno, pues no.

O sí, pero no exclusivamente. Ni siquiera principalmente aunque entre sus virtudes destaque su facilidad para la alegoría y, al mismo tiempo, la intriga, las dos con idéntico acierto, las dos con idéntica intensidad. Porque las cosas como son: la novela se lee en una patada de pura ansiedad. Lo digo por todos aquellos amantes del sufrir que quieran pasar una o dos tardes felices.

Pero volviendo a la novela: ella, la víctima, se llama Miranda. El joven verdugo asegura llamarse Ferdinand pero Miranda, la bella Miranda, le llama Calibán. Como verán hay algo de La tempestad (2) en esta novela. Lo cierto es que hay mucho de La tempestad en este momento de la vida de Fowles en el que ya está escribiendo la que será considerada su gran obra (El mago, por mucho que él no sea de la misma opinión).

Lo de El coleccionista tiene tela. En el momento de su publicación ya dio problemas. Fowles, en el prólogo del peculiar Áristos (un libro pseudofilosófico que recoge las claves de su pensamiento) dice lo siguiente: 

«Al emplear el mismo método que Nelson para no ver siquiera las señales que no deseaba ver en el horizonte, algunos críticos han encontrado en este libro y en mis dos novelas, El coleccionista y El mago, pruebas de que soy un criptofascista».

¿Ya tengo su atención? Bien. 

Simplificando mucho parece que a la crítica le molestó que el villano estuviese representado por un personaje de clase baja mientras que la víctima era de alta, como si con esto se estuviese dando a entender que ser ignorante equivalía a ser peligroso. Pero Fowles consideraba que el tema de El coleccionista no había sido interpretado debidamente. 


El tema

El tema viene de lejos. De Heráclito, nada menos, un señor del que Fowles se ha declarado fan total. Parece ser que Heráclito tenía una teoría según la cual la humanidad se dividía entre la élite moral e intelectual (los pocos) y una masa conformista (los muchos). Claro, esto te lo coge un reaccionario cualquiera y ya te puedes dar por gaseado si no llegas al salario mínimo. Para Fowles el ideario de Heráclito era altamente inflamable, pero eso no quitaba para que lo considerase biológicamente irrefutable. Es el azar (y ya voy saliendo de este patatal) el que a la postre decide la posición social y con ella el acceso a la educación. Y de ahí al cielo. 

Pues bien, en El Coleccionista tenemos, por un lado, a Clegg (el secuestrador), un joven que es resultado de una mala educación y un ambiente mezquino, mientras que, al otro lado del ring, Miranda (la víctima) ha tenido la suerte de gozar de buenas oportunidades gracias a la desahogada posición económica de los padres, lo que no quita para que sea una mojigata, una snob liberal y, en cierto modo, también un poco ignorante. 

Lo que Fowles asegura querer dar a entender con este enfrentamiento novelado es que, a menos que hagamos frente a este conflicto de clases, a menos que admitamos que, por nacimiento, no somos iguales, a menos permitamos a la masa huir de su destino y a menos que recordemos a esos pocos que tienen una responsabilidad, «nunca llegaremos a gozar de un mundo más justo y más feliz».

Para que nos entendamos: que la madre de todos los problemas es la desigualdad y que en tanto ésta exista, no habrá nada que hacer.

En resumen: a pesar de algunos pequeños defectos (como pueden ser puntuales caídas de tensión en la segunda parte o el paralelismo un tanto forzado que establece con la obra de Shakespeare, algo que corregiría en la estupenda El mago), El coleccionista es una más que interesante y más que recomendable novela.


martes, 10 de junio de 2014

Más “Ad hominem”

Situémonos: viernes, 6 de junio. El Cultural. Echevarría, Ad hominem: 

«Paradójicamente, en la crítica de actualidad, y en nombre de una siempre malentendida neutralidad, se suele estimar de mal gusto aludir a circunstancias ajenas a la obra considerada, y se condena la repercusión sobre ella de elementos extraliterarios, por así llamarlos».

Echevarría no está de acuerdo con esta "censura” ya que, en su opinión, «el comentarista o el crítico de actualidad no puede abstraerse -no debe- de las condiciones de recepción de una obra»:

«Por decirlo más claramente: ni la editorial en que se publica, ni el envoltorio en que se presenta, menos aún -llegado el caso- el tipo de promoción de que ha sido objeto, son elementos irrelevantes a la hora de enjuiciar una novela, por ejemplo. No lo son, desde luego, el hecho de que haya obtenido un premio, ni la naturaleza de ese premio, como tampoco el que el autor o sus agentes hayan concurrido a él, acaso para negociarlo subrepticiamente. Tampoco lo son las declaraciones del autor acerca de su obra, ni siquiera las que pueda hacer sobre cualquier otro asunto.»

Fin de las citas. El resto se lo imaginan o lo leen aquí: ad hominem.

* * * * * * * *

Se dice, es costumbre, que al autor no le gusta salir en la foto. Ya saben, “yo he venido aquí a hablar de mi libro” y tal. Pero claro, no todo el mundo igual y esto es una selva, vivimos tiempos difíciles y si no sales en alguna foto lo más probable es que al final acabes no saliendo ni en los créditos del anuario. 

Y luego está lo de la autopromoción. Con editoriales cada vez más pequeñas (la última que “descubrí” (Agencia Joyce) tiene en su catálogo un único libro) el escritor está casi obligado a ocuparse él mismo de mover y hacer visible su novela. Llamar la atención, vaya. Esto, obliga un poco a tirar de amistades y/o contactos. No problemo, a poco que tengas doscientos amigos en Facebook (quién no) serás, mínimo, el puto Hemingway redivivo. Esto, a la larga, no es fácil de llevar. Así no se puede escribir, con tanta presión. 

Con tantas mamadas.

Pero estoy divagando.

Se puede escribir en silencio o haciendo mucho ruido (no es extraño en las redes sociales escucharle a algún escritor decir que ha empezado su nueva novela o que tiene una idea o que o que o que), hay pruebas de cada caso para aburrir pero, ¿se debe realmente tener en cuenta la vida obra y milagros de un escritor a la hora de escribir una reseña de su libro? Maldades aparte, quiero decir.

Pues seguramente sí.

Pero podemos buscar algún ejemplo, si quieren.

* * * * * * * * * *

El sábado 7 de junio de 2014, un día después de la columna de Ignacio Echevarría, Rodrigo Fresán publicaba en el suplemento de ABC una reseña en la descubría un nuevo autor. Autora, en este caso. Era el descubrimiento 256.879 de su carrera. Lo sé porque se lo he preguntado al que lleva su agenda. El libro en cuestión era “Los niños se aburren los domingos” de Jean Stafford (Sajalin, 2014) y entre otras cosas decía, Fresán, lo siguiente:

«Amiga íntima de Peter Taylor (otro nombre a redescubrir o descubrir [256.880]), Stafford había pasado por un matrimonio turbulento con el poeta Robert Lowell del que no salió –como diría Salinger- “con todas sus facultades intactas”, reincidió en el divorcio con el redactor de Live Oliver Jensen, y finalmente encontró la felicidad junto a A.J. Liebling, uno de los puntales de The New Yorker. Al morir este, Stafford dejó de escribir y, víctima del alcoholismo y la depresión, no volvió a sentarse a teclear hasta que llegó su canto del cisne: el relato “An Influx of Poets”, incluido aquí junto a otros tres que no figuraban en la colección original, y que, en Estados Unidos sería añadido a la versión paperback del nominado para el National Book Award y ganador del Pulitzer de 1970 The Collected Stories of Jean Stafford».

Ahora imagínense una reseña de un libro de un joven o no tan joven escritor actual español de este calibre: 

«Fulano, amigo de Mengano, también escritor, estuvo casado con la traductora de Agencia M, pero no les fue bien. Ella bebía. Lo dejaron. Entró en una depresión ligera. Para curarse se compró un coche que no podría pagar pero que le vino muy bien para disfrutar de su gran afición: polvos rápidos en aparcamientos bien iluminados. Lo embargaron. Se arruinó. Se echó a perder. Supo de primera mano lo que ser un miserable. Aun así, se volvió a enamorar: seis veces. La primera de una escritora mayor que él, Zutanita, que le dio grandes consejos que no aprovecharía en absoluto. Harto de empujar la silla de ruedas de la buena de la señora, se lió con su secretaria, también escritora de nouvelles y poeta y aún así dinamizadora cultural de una famosa editorial. Una chica muy completita. Con estudios superiores, además. Pero se murió. Fue atropellada por escritor borracho caído en desgracia: Fulgencio, mejor amigo de Fulano e hijo de Zutanita, que no logró superar el divorcio de sus padres y amigos y que, según sus propias palabras, “simplemente pasaba por allí”».

Claro. Todo esto hay que justificarlo. Pues nada, se justifica: «Todo lo anterior es un telón para descubrir un microrrelatista que, a diferencia de sus colegas de microrrevista, parece moverse cómodamente en todo tipo de trama o territorio».

Y ya está. ¿Qué no? ¿Cómo que no? Claro que sí. Miren, fíjense cómo sigue la reseña de Fresán:

«Todo lo anterior –destilado rápidamente de una entrada de la wikipedia; más detalles en la excelente biografía de David Roberts— es sólo el telón a alzar para descubrir a una cuentista que, a diferencia de sus colegas de revista, parece moverse cómodamente en todo tipo de trama o territorio».

(Lo de escribir media reseña destilando información de la wikipedia es, con diferencia, lo mejor de todo pero ya haremos sangre de esto otro día.)

Y ahora, vean cómo termina:

«Breves pero enormes ficciones engañosamente domésticas que apenas esconden garras y colmillos y a las que conviene acariciar y leer con cuidado. Porque –se sabe, Stafford lo sabía— la vida sí es un abismo. Y no tiene fondo».

¡Tatatachan chan chan!

Apúntenlo. Es perfecto para cualquier colección de relatos. Con cambiar un poco el orden de las frases y tirar de sinónimos, tienen texto para las contras de medio catálogo de Menoscuarto.

En conclusión, si vale para Fresán, por qué no ha de valer para los demás. Me refiero a tirar de biografía, no de wikipedia (que también), a la hora de confeccionar una reseña de, yo qué sé, cualquiera; para tratar de entender, un poco mejor, qué es eso que mueve sus historias, qué llevan dentro, qué origen tiene su desazón, de dónde viene la fuerza y la profundidad de sus personajes. Esas cosas.

Ah, que Jean Stafford está muerta.

Acabáramos.



lunes, 9 de junio de 2014

“La joven ahogada” de Caitlin R. Kiernan

Antecedentes

Llego a esta novela animado por los comentarios que los editores (Valdemar, casi estrenando el sello Insomnia) hacían en Facebook. Y esto a pesar de saber que la primera norma de un blog literario es no hacer ni puto caso a los editores que promocionan sus libros en redes sociales, pero tratándose de Valdemar y siendo como es un sello nuevo y teniendo por costumbre la pasión por la novedad y veinte euros ardiéndome en el bolsillo, no hubo modo de resistirse y nos dejamos caer en la red: todavía no había salido a la venta cuando ya la estábamos comprando.

El caso es que llegué a ella tan entusiasmado como libre de prejuicios total para esto: tardé casi un mes en terminarla. No fue culpa suya, pobre (no completamente, al menos) pero la realidad es la que es y yo tardé casi un mes en terminarla, que ya es difícil. 

Supongo que, en parte, tuvo mala suerte y en parte se la buscó.

Acostumbro a leer dos libros a la vez. Lo normal es que no pase nada relevante, pero cuando uno de ellos destaca me tiene en exclusiva mientras el otro sufre las consecuencias y es abandonado miserablemente. Pues bien, “La joven ahogada” fue el otro nada más y nada menos que seis veces consecutivas, que es un dolor equivalente al de llegar tarde a recoger a tu hijo en el colegio durante toda una semana. Fue miserablemente adelantada por: Matar a un ruiseñor, El cadillac de Big Bopper, El santuario, El coleccionista, Doctor Glas y El mago

Lo que quiero decir con esta introducción tan larga es que “La mujer ahogada” no es mejor que ninguna de las citadas, lo cual, siendo las que son, equivale a no decir absolutamente nada.

Y ahora vamos con la novela.



La novela

“La joven ahogada” se resume fácilmente si se simplifica hasta la náusea: una joven (la ahogada no, otra) narra una historia de fantasmas que, tiempo atrás, sufrió en primera persona y que tiene que ver con una chica muy mona que sale completamente desnuda de un río (que ya me dirán qué puede tener esto de miedo).

¿A qué es fácil? Bueno, pues no.

La protagonista tiene un pequeño problema mental que no ayuda precisamente a que la narración sea un fluir, pero es que tampoco se pretende. Lo que se busca (lo que la autora busca, que no es lo mismo que busca la protagonista que simplemente se deja llevar, que es ella misma y sus circunstancias a jornada completa) es una excusa para romper con la narración lineal y así, el miedo, más que llegar a él, te lo vas encontrando por el camino.

Hay que insistir en que la protagonista está como un cencerro y hay que hacerlo porque esto es fundamental, tanto por la estructura como por la historia. Acompañaremos a nuestra heroína en un viaje a la locura y asistiremos a su encuentro con los fantasmas, con los lobos o con las sirenas. También es una historia de amor.

Bien mirado (y ordenado) “La mujer ahogada” es como un cuento infantil para adultos sin miedo. Sin miedo a no enterarse de casi nada. La novela se compone de un algo que ocurre, que debería provocar terror y de muchas páginas de digresiones que no parecen conducir a ninguna parte pero qué de alguna manera ayudan a reforzar la idea de la mente desequilibrada de la protagonista y su lucha contra percepciones que el lector se verá obligado a interpretar. 

Parece complicado pero no lo es tanto: el truco está en dejarse llevar y disfrutar del paisaje.

Me quedo, de todo, con el personaje (la personaja) capaz de mantener durante toda la novela la atención del lector con sus delirios y con su medio novia y con su locura asumida y no me quedo con lo que se supone debería ser uno de los fuertes de la novela, la falta de oxígeno en la narración, que a veces se dilata en exceso. Hay un momento en el que tanto “ahora no puedo hablar de esto, más adelante volveré con ello, si puedo” hace pensar que se está cruzando la línea que no se debería. 

En resumen: interesante, irregular, en ocasiones irritante pero en general satisfactorio paseo por la fantasía animada de ayer, hoy y siempre de una demente que ve cuentos de hadas por todas partes, sobre todo cuando se le acaba el tranquimazin. 


martes, 3 de junio de 2014

“Autopsia” de Miguel Serrano Larraz

«¡Ah, los poetas! Ellos y sus arrobados circunloquios, esos cuencos de mendigo en los que pueden verterse los sentimientos de cualquiera, que luego serán bebidos por el propio bardo, ya tibios y empozados». (“Edipo en Stalingrado”, Gregor von Rezzori)

O sea, super-superfan de este señor.

“Autopsia” de Miguel Serrano Larraz es un ejemplo perfecto de esto que dice el amigo Gregorio: de cómo un poeta (Miguel lo es) y sus circunloquios de autoconsumo pueden cargarse una novela, novela que sin los mencionados circunloquios no sería –atentos al chiste- NADA.

Ser tan poca cosa, apenas prosa.

Querrán ejemplos. Yo se los doy. Es más, así como Pedro fundó, sobre una piedra, una iglesia; así como Miguel Serrano Larraz creó, a partir de una anécdota infantil, una novela; pues así yo, sobre un par de citas, construiré una reseña. Ea.

«A mis pies descansa una maleta negra llena de vinilos y cedés, la maleta de Hans (un maletín de piel de cocodrilo, ha dicho Hans poco antes, regalo de mi tío y tutor el cónsul Tienappel), la maleta resplandece con un violeta eléctrico, inevitablemente pop, me gustaría abrirla y tocarla, rozarla al menos, acariciarla con la mano, con la yema de los dedos, pero sé que no lo voy a hacer, la golpeo con la punta del zapato para comprobar que es real, que existe (para comprobar que existo yo, que existe la realidad), le doy golpecitos así, toctoctoctoc, como quien llama a una puerta sin estar seguro de si allá dentro, en la habitación en penumbra, alguien descansa o duerme o piensa».

Todo esto para decir que un señor toca una maleta con punta del zapato. Toctoctoctoc. Es el sonido de un tronco vacío al ser golpeado.

Bueno, pues así toda la puta novela. To-da. 

Que sí, en serio. Miren, les dejo otro fragmento. Este es un poco largo para lo que viene siendo habitual en este tipo de reseñas, pero sinceramente creo que es bastante representativo del estilo que el escritor utiliza en esta, digamos, novela de inacción y recogimiento:

«No sé nada de vosotras, queridas, y cuando digo nada quiero decir nada, absolutamente nada. ¿Querría saber algo más? Me gustaría saberlo todo, todo, es lo único que desearía ahora mismo, lo único que barrería esta pena que me recorre, ver cómo habéis madurado, cuáles son vuestras decepciones y vuestras esperanzas actuales, qué queda en vosotras de vuestra infancia y vuestra adolescencia infernales (¿cómo te atreves a juzgar así, con ese adjetivo vacío, pretencioso?) Laura, Beatriz, ¿pensáis en nosotros alguna vez? Me gustaría saber a qué se dedican vuestros padres (si es que todavía viven), dónde tenéis vuestra casa, en qué barrio, en qué ciudad, en qué país, cuánto medís, cuánto pesáis, si tenéis hermanos, si tenéis sobrinos o hijos, si habéis ido a la universidad, si habéis viajado, qué libros os gustan (si es que os gusta alguno), qué películas, qué música, qué drogas habéis probado, cuántas veces os habéis emborrachado y en qué circunstancias y a qué precio, si os habéis enamorado, si se han enamorado de vosotras, qué habéis estudiado (si es que habéis estudiado algo), en el caso de que no hayáis ido a la universidad, dónde trabajáis, haciendo qué, a qué precio, cuánto cobráis, a qué dedicáis el tiempo libre, cómo es vuestra vida sexual, si tenéis orgasmos o deseos ocultos, qué enfermedades habéis sufrido, qué dolores, cómo fueron los partos, si es que hubo partos, si alguna vez habéis practicado el sexo oral o el sexo anal o el sexo en grupo, si os masturbáis, y en ese caso pensando en qué, en quién. Me gustaría saber todo aquello por lo que nunca mostré ningún interés cuando compartía mi vida con vosotras, en cierto modo».

Lo que yo decía: toctoctoctoc.

Querría saberlo todo, dice. ¿No era suficiente con eso? Todo es todo, coño, Miguel, sexo anal incluido. ¿A qué viene, entonces, la agotadora enumeración? Les voy yo a decir a qué viene: a nada. A no saber frenar, a eso viene; a, no teniendo nada que decir, decir, igualmente, algo, lo que sea, y así, a lo tonto a lo tonto, ir llenando páginas y más páginas de frasecitas, de signos de puntuación, de setecientas formas de hablar de uno mismo o de aquello que no tiene maldito interés («Se llevó los folios en el bolso, un poco combados, aunque sin doblar del todo»), como si fuese, el autor, un ávido observador de lo inútil y no un vulgar mentiroso: 

«[…] no me importaba no ganar aquellos concursos (aunque creía, sin duda, que lo merecía, sin motivo aparente, pues carecía de criterio), no ser llamado, citado, reconocido o convocado, solo quería que alguien me leyera, no a mí (mi cuerpo, mis humildísimas entrañas expuestas como ahora sobre la mesa de un funcionario: qué dañina es la ingenuidad, qué peligrosos los sobreentendidos), sino aquello que me había sucedido, necesitaba que alguien creyera que lo que yo narraba había ocurrido de verdad, en cierto modo, en algún lugar, que creyera en ello durante unos minutos, el tiempo exacto de la lectura, y no más, ni un segundo más, la verdad tal y como yo la contaba […].»

A este ritmo pego el libro entero.

Pues esto, así, durante 400 páginas total para esto:

Se supone que el protagonista es el propio escritor. Pero no. Lo sé porque lo ha dicho en una entrevista. En la novela finge que sí, por aquello de hacerlo creíble, por aquello de añadirle algún valor. Porque la ficción es lo que tiene. Personalmente me trae sin cuidado, pero ahí dejo el dato, por si les interesa. 

La novela intercala varias narraciones: al pasado lejano le sucede el pasado cercano; al presente, otro pasado… bueno, da igual, varias. Se van alternando, ya que, de otro modo, sería un libro de relatos sobre la infancia y la madurez y eso no vende, que está muy visto y no es plan de saturar el mercado. Total, que muy moderno todo.

¿De qué hablábamos? Tanto divagar… Ah, sí, del argumento.

No hay. Es decir, son recuerdos, cosas que han pasado, que se cuentan, eso sí, por una razón. «Todo comienzo es involuntario». Sí, ya, claro, a otro perro con ese hueso, Miguel.

Y aquí la cuestión:

Parece ser que Miguel, de niño, fue malo. Llamaba Caca purulenta a una compañera de clase. Era, en general, ya digo, malote, cruel, de esa crueldad infantil de mutilar lombrices. De mayor se arrepiente por algo que no puedo contar porque se supone que es una sorpresa, pero se arrepiente. También se ha hecho mayor, ha tenido un hijo o una hija, y bueno, quieras que no, esas cosas te hacen pensar y caer en la cuenta de lo crueles que podemos llegar a ser. Unos dicen “vaya” o “caramba”, otros lo tiene como tema durante una tertulia con amigos; otros escriben una novela. Miguel es de los últimos.

Y oye, que muy bien, en serio, cada uno con su tiempo hace lo que le place. Yo, por ejemplo, me he leído el libro entero. Lo que sí puedo decir es que no ha valido la pena el esfuerzo. Citando al autor, «la información entraba en mí y volvía a salir con la misma facilidad, sin dejar ninguna huella, ningún sedimento». Esta es la mejor frase de la novela.

Toctoctoctoc: hora de cerrar.

Termino con una cita ilustrativa de lo que pasa cuando a uno le gusta demasiado leerse. 

«Fonzo me llamó una tarde y me preguntó que por qué no quedábamos a echar una cerveza (fue, efectivamente, una pregunta, y formulada como tal: Oye Miguel, ¿por qué no quedamos a echar una cerveza?)»

Y así.

Si a ustedes también les gusta leer más o menos las mismas naderías chorrocientas veces, este es su libro y Miguel Serrano Larraz, su nuevo autor de cabecera.

Gocen. Si pueden.