miércoles, 30 de julio de 2014

Resumen de lecturas JULIO 2014

Ya estamos de vuelta. Nada es para siempre. Las vacaciones lo primero. Este ha sido un mes de pocas lecturas (mucho comic y novela corta) pero aun así me las he arreglado para escribir un post larguísimo. Se ve que lo echaba de menos. Espero que sepan disculparme. 

Para no hacerlo peor de lo que ya es, empecemos:



“El piloto y el principito” de Peter Sís

Aquí un cuento de Sexto Piso. Librazo fenomenal que cuenta la vida, obra y milagros del autor de El principito, que era un señor al que le gustaba tanto volar que no se bajaba del avión ni a golpe de misil. Descubro en Peter Sís una asombrosa habilidad para selección y concentrar información en esos pequeños espacios llamados cuentos pero sobre todo descubro un dibujante imaginativo y personal. Confieso mi debilidad por estos cosillas pero una cosa no quita la otra y, desde ya, “El piloto y el principio” se ha puesto una medallita y ha ocupado un espacio en mi estantería que muchos para sí los quisieran.



“El coloquio de los pájaros” de Peter Sís

Después de leer y habiendo disfrutado tanto “El piloto y el principito” era inevitable seguir, sí(s) o sí(s) con “El coloquio de los pájaros”, un cuento que Sexto Piso publicó el año pasado y yo fui dejando un poco por pereza y otro poco por culpa de la obra original. 

“El coloquio…” está basado en “La conferencia de los pájaros” de Farid al-Din Attar (Gaia, 2002) que es un extenso poema sufí (el típico poema de chorrocientos mil versos) de corte filosófico o religioso o un poco de todo que viene genial si uno pretende alcanzar alguna epifanía o iluminación sin demasiadas contorsiones. Intenté leerlo cuando recibí este libro de Sís y todo por haber escuchado, no sé dónde, que el amigo se había pasado con el resumen, y puesto que yo quería enterarme de qué iba la película… El caso es que no pude con ella (con la de Attar), entre otras razones porque me pareció larga, aburrida, porque entraba en demasiados detalles que no me interesaban. Tengo que decir que Peter Sís resuelve el problema más que satisfactoriamente. Galardonado con el Hans Christian Andersen de la Ilustración en 2012, “El coloquio de los pájaros” cuenta exactamente la misma historia que Attar pero en breve, esto es, la esencia y poco más, que por algo el premio es a la ilustración. No sé si este, pero algún premio merecía porque los dibujos son francamente buenos. ¿La historia? Bien, gracias. Trata de unos pajaritos que alcanzan la anteriormente citada iluminación cuando van en busca de un rey que no tienen. Muchos pajaritos mueren, porque claro, el viaje es tan largo que recorre siete valles (esto permite a Sís regalarnos la vista con una larga sucesión de paisajes) pero al final llegan a alguna parte y descubren lo que tienen que descubrir. La edición, perfecta. Una pena no haberla leído en su momento. Merece una atención que no tuvo.



“Órbita 76” de Gabriel Noguera y José Pablo García

Y después de Peter Sís (el mismo día, de hecho) zapatazo que te crió. “Órbita 76”, comic que me hizo llegar uno de los autores, ganó un premio, concretamente el de Arte y Creación Joven Desencaja del Instituto Andaluz de la Juventud, que ya sólo el nombre ocupa medio folio. Va de un chaval que quiso ser astronauta y acabo siendo un triste funcionario. Un día su abuelo el confiesa que es Yuri Gagarin y tras una serie de tiras y aflojas acaban en un coche camino del lugar en el que supuestamente el viejo ocultó la nave espacial. Bueno, pues nada, eso. La historia, bueno, vale, tiene un pase (un pase corriente y moliente) pero los dibujos son feos de morirte. 



“Las sirenas de Titán” de Kurt Vonnegut

En plena fiebre de literatura de ciencia ficción y dejando un poco de lado tanto dibujito elijo seguir con Kurt Vonnegut y la extravagante historia de “Las sirenas de Titán”. La novela es, en una palabra, desternillante. No me atrevo a hacer un resumen del argumento (no, al menos, en este balance mensual) pero quédense con la idea de una novela muy espacial tremendamente divertida. Vonnegut forever. 



“La isla de cemento” de J.G.Ballard

Y, bueno, Ballard. Hasta este momento todo lo que había leído de Ballard (que tampoco había sido gran cosa) me había gustado mucho. Repito: hasta este momento. “La isla de cemento” (o de hormigón, según la edición de RBA de 2012) supuso una más que ligera decepción. En ella un tipo del que apenas sabemos nada y que a lo largo de la novela nos interesará menos que poco, cae por un terraplén en una isleta de cemento que se encuentra bajo un cruce de autopistas. Por razones que rozan lo surrealista no es capaz de salir. Sobreviviendo como puede en ese reducido espacio acaba encontrándose con otros habitantes de la isla, que ya es para mearse de la risa tanta gente en tan poco espacio, que ni que fuera el metro. La novela se va conduciendo más o menos bien hasta que el protagonista toma una decisión que no tiene pies ni cabeza pero que se veía venir desde lejos de igual modo que Colombo sabe antes que nadie quién será el asesino. Decepcionante. Entretenida, pero decepcionante.



“Presencia humana nº 2” de VV.AA. (Ed.Aristas Martínez)

Esta es una revista editada por Aristas Martínez que contiene artículos, relatos, algún cómic y dibujitos varios. En este número colaboran (cita de la web de la editorial): Ana Galvañ, Sara Mesa, Aixa de la Cruz, Laura Fernández, Esther García Llovet, Marian Womack, Colectivo juan de madre, Layla Martínez y Ana Ramos.

Y hasta aquí puedo leer. Precisamente ahora estoy con la reseña (a dos manos, ya ven, recuperando el tiempo perdido) y prefiero dejar los comentarios para entonces. La semana que viene en sus pantallas.



“Rascacielos” de J.G.Ballard

Otra vez Ballard. No podía quedarme con tan mal sabor de boca. Y mira, acerté. Rascacielos cuenta una historia tanto o más absurda que la Isla de Cemento, si acaso tal cosa es posible, pero al menos es entretenida y expone las miserias humanas mucho más acertadamente de lo que La isla planteaba la necesidad de huir, probablemente porque dedica menos esfuerzo en resultar creíble. Ambas novelas devuelven al ser humano a cierto primitivismo pero Rascacielos es como una reunión de vecinos en un inmenso edificio que acaba como piden a gritos acabar todas las reuniones de vecinos. Muy interesante.



“Jimmy Corrigan: el chico más listo del mundo”

Se trata de un extenso comic (casi 400 páginas) que recopila un montón de historias protagonizas por Jimmy Corrigan, una suerte de Chris Ware llevado al extremo de la desesperación (del lector). Magnífico. Un comic para tener y disfrutar poco a poco, algo que yo, por razones equis, no pude hacer. No del modo que quisiera, al menos. Por poner un pero (un gran PERO): la edición: cómprense una lupa y ármense de paciencia. No sé en qué formatos fue publicado originalmente pero el comic merecía algo más grande que lo ofrecido en esta ocasión por Planeta.



“Axiomático” de Greg Egan

A pesar de los peros (que no sé si irán aquí o allí, en la reseña que todavía no he empezado a escribir) ha sido la sorpresa del mes. Axiomático es un conjunto de relatos de un escritor adscrito a la llamada Scifi hard que es algo así como el nivel dos de los frikinabos aficionados a la ciencia ficción, esos a los que les gusta saber cómo funciona, exactamente, la maquina esa que dispara protones o si tiene los bordes cromados o si usa pilas duracell. Esa clase de gente. A mí personalmente esto no me disloca, pero tampoco me sobra. Me quedo con algunos de los relatos de Egan, realmente fantásticos. Ya hablaremos con calma de esto.



“Hombres salmonela en el planeta porno” de Yasutake Tsutsui

Como podrán deducir por el título, esta colección de relatos de ciencia ficción no es precisamente de corte dramático. Divertido al más puro estilo Vonnegut, sus relatos son una gamberrada muy bien pensada que aprovecha que pasaba por allí para hacer un poco de crítica social y dejar en evidencia la estrechez de miras o la intolerancia de una sociedad que parece igual en todas partes. 

Quiero ponerme con la reseña inmediatamente. Perdonen que lo deje aquí.



AGOSTO


Y esto ha sido todo. Ahora mismo me encuentran leyendo tres libros simultáneamente; dos, en realidad, ya que la “Arte Salvaje” la biografía de Jim Thompson la tengo en pausa. Son los siguientes: la de momento (100 páginas) interesante “La insólita reunión de los nueve Ricardo Zararías” del Colectivo juan de madre (Ed.Aristas Martínez) y “Muero por dentro” de Robert Silverberg (La factoría de idas), que será probablemente la novela que cierre este ciclo veraniego dedicado a la ciencia ficción. Ya es hora de recuperar viejas e insanas costumbres.

Para el resto del mes no tengo planes. Lo que tenga que ser que sea pero tienen todas las papeletas para venirse a la cama conmigo “Leche” de Marina Perezagua, “Extraños eones” de Emilio Bueso, “Presencia humana 3” de VV.AA. y “Nadie desaparece del todo” de Lázaro Covadlo amén de la mencionada bio de Thompson.


Y ya.


domingo, 20 de julio de 2014

“Solaris” de Stanislaw Lem

Voy fatal de tiempo de modo que, con su permiso, voy a saltarme la parte de las adaptaciones cinematográficas (básicamente porque sólo he visto una (la de Soderberg) que era bastante… si no mala, aburrida, que no sé qué es peor, si acaso no son la misma cosa) y a ir directamente a lo que viene siendo la historia.

Solaris va de marcianitos sin forma humanoide, que es algo que siempre queda muy intelectual. Trata fundamentalmente del “contacto”, aunque en esta ocasión tiene muy poco que ver con la cuestión sexual. Solaris es otro planeta que está a tomar por culo de la tierra y sobre el que se han vertido ríos de tinta. Estaba el Solarismo, que era una ciencia que trataba de entender ese lugar y que fracasó estrepitosamente al no llegar a ninguna conclusión válida. Entender otra forma de vida, vaya cosa, si todavía no hemos logrado entender el nuestro.

El caso es que en Solaris, planeta fundamentalmente de mar protoplasmáticamente salado, hay una nave espacial terrestre en plan observación con tres tripulantes a cual más loco. Cuando el que estaba peor se suicida y ya sólo quedan dos, llega el tercero, un psicólogo con querencia a la incredulidad que se da de bruces con la cruda realidad de lo inexplicable. Nada más llegar, minuto arriba minuto abajo, se le aparece su mujer, una exitosa suicida, que no sabe cómo ha salido de la tumba y llegado allá tan rápido y ya no se quiere separar de él, que no lo quería tanto ni en de novios. Y a partir de aquí, si quieren ustedes saber lo que pasa, se leen el libro, que para eso está.

Solaris funciona por la sencilla razón de que mezcla, en las debidas proporciones, un poco de ciencia ficción con un poquito de misterio y un poquito de terror. Como Alien, el octavo pasajero, pero sin baba y sin bichos. Si lo piensas parece pensada para que el director del Sexto Sentido repita la experiencia de agitar las olas como en no recuerdo qué película agitaba las espigas esperando sólo con esto dar miedo. Pena de carrera, por cierto. El caso es que Lem hace que funcione, seguramente porque el tema no es el miedo, sino la incomunicación, que es todo un tema, especialmente ahora, en la era de redes sociales y que está presente en todo momento, mucho más que la propia nave espacial o los disparos de protones o para lo que sea que sirva tanta maquinaria moderna. Tal como ocurría con “Picnic Extraterrestre”, no hay mejor historia que la historia más simple, y las historias de fantasmas, clásicos dónde los haya, son siempre una buena elección siempre y cuando se trate con el respeto que merece. Si algún día escribo mis memorias, también las protagonizará un fantasma. 

Este aterrador viaje (lo siento, yo, de todo, me quedo con el miedo de ver a tu mujer dejándose las uñas para arrancar la puerta del baño sólo para estar contigo un ratito más, amor, a tu ladito, de tu manita) y con la intención de hacerlo todo un poquito más creíble, se acompaña de detalladas descripciones del planeta o lo que es lo mismo y tratándose de un planeta líquido, las manías de las olas y las mareas, que son un no parar de hacer dibujitos.

En definitiva, una acertada revisitación del mito de la terrorífica luna de miel en parajes paradisíacos o la incapacidad de quedarse a solas cinco putos minutos ni marchándose a trabajar a veinte años luz de casa.

Fantástica.

lunes, 14 de julio de 2014

“La gran guerra” de Joe Sacco



«Aquellos dibujos, un centenar, estaban hechos allí, en el frente, en las trincheras, y mostraban las más variadas escenas cotidianas: soldados que escribían cartas, encendían la pipa, se reían de un chiste, a punto de lanzarse al ataque, que comían, bebían, cosas por el estilo. Un trazo veloz se convertía en el pensativo perfil de un soldado joven, tres líneas eran un rostro extenuado y unos ojos angustiados que te encogían el corazón. Una insignificancia trazada al vuelo, como quien no quiere la cosa, un esbozo de nada, captaba lo esencial, el miedo y el desamparo, la espera, el desánimo, el agotamiento. Aquel cuaderno parecía el manifiesto de la fatalidad. [..] Aquellas imágenes eran […] terribles, pues todas gritaban lo mismo: estos hombres van a morir». (Nos vemos allá arriba, Pierre Lemaitre, Salamandra, 2014)

Un libro sobre la guerra que sólo fuera eso, sería esto:




Imágenes que valen por un millón de palabras. 

El libro narra, sin esas palabras, los acontecimientos que tuvieron lugar durante el primero de los 140 días que duró la batalla de Somme entre las fuerzas aliadas y los alemanes.

«Cuando la descarga de artillería alcanzó su clímax, con 224.221 proyectiles en los últimos sesenta y cinco minutos, el estruendo se oía tan lejos como Hampstead, en Londres.
En esa semana los británicos dispararon más proyectiles de los que habían usado en los primeros doce meses de la guerra: tras siete días de fuego continuado, a algunos artilleros les sangraban los oídos. En un bosque cerca de Gommecourt, árboles enteros fueron arrancados de raíz y lanzados al aire por el bombardeo, y el bosque se incendió».

Y claro, estando el libro de Sacco planteado desde la perspectiva británica, y tal como veremos en el siguiente párrafo, la carnicería está asegurada. Con todo, Sacco tiene tiempo y espacio no sólo para reflejar los horrores de la matanza sino también esos instantes previos a la batalla en que los hombres que iban a morir tenían el tiempo justo para echar un pitillito o una meadita o guardar la última carta en el bolsillo:



«De los 120.000 soldados de las tropas británicas que entraron en batalla el 1 de julio de 1916, más de 57.000 habían muerto o resultado heridos antes de acabar el día: casi dos bajas por metro de línea del frente. Más de 19.000 murieron, la mayoría de ellos en la desastrosa primera hora, y cerca de 2.000 morirían más tarde en puestos de socorro u hospitales.
Hubo aproximadamente 8.000 bajas alemanas.»

Todo esto en un único día, en un único dibujo de siete metros, vehículo perfecto para narrar aquel desastre, aquella batalla que al final no sirvió absolutamente para nada. Otro ejemplo más de la belleza que puede surgir de la estupidez humana. Y van...



En resumen, "La gran guerra" es un libro absolutamente genial que cuenta hechos terribles y que tiene el atractivo de los Dónde está Wally con el aliciente añadido de saber que Wally no está pero que, si estuviese, sería el primero en morir. Con esas camisetas, seguro.

Lo mejor que se puede decir de un libro es que mirando sus páginas el tiempo, literalmente, vuela. Doy fe. Lo hemos pasado realmente bien, mi hija y un servidor (ella, nuevamente, cómplice lectora), desplegándolo por completo, mientras, tumbados en el suelo, tratábamos de organizar los cuerpos desmembrados de los soldados caídos, veíamos los obuses caer sobre sus lindas cabecitas o eramos testigos esas largas noches en vela en las trincheras.




martes, 8 de julio de 2014

“El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad

Para los despistados: esta es la novela en la que se basa la película “Apocalypse Now” (la Redux también). No adaptación, ojo, inspiración. Dicho esto, dicho todo. Y a partir de aquí, la decoración.

Hablábamos, no hace mucho, de ballenas. De ballenas blancas. Recuerden: Moby Dick. 

Melville, el autor, había sido cazador de ballenas. Una vez retirado, le dio por escribir, adivinen, un libro sobre la caza de una ballena. Esa ballena. La Gran Ballena Blanca. El viaje narrado en esa novela se las prometía muy felices pero era en realidad una trampa mortal de proporciones bíblicas organizada por un obsesivo capitán con un pasaporte al infierno de la locura propia y ajena. 

A la pregunta: esto qué tiene que ver con “El corazón de las tinieblas”, la respuesta es Todo. O casi.

Conrad, el autor, había sido marinero de agua dulce. Concretamente del agua dulce del Congo. Trabajaba para una gran compañía inglesa que operaba en la selva. Conrad subía y bajaba el marfil y era testigo de la negrura del alma humana que tomaba forma en aquello llamado Imperialismo.

Pues bien, adivinen que hizo Conrad cuando se hartó de llevar el timón. Exacto: escribir esta novela. Y ahora adivinen de qué va.

Premio.

Marlow es un joven obsesionado con la idea de viajar a la selva del Congo y recorrer, aunque fuese por cuenta ajena, el curso del río. Lo contrata una industria del marfil británica para que llegue hasta un puesto lejano, oculto en lo más profundo de ese bosque infinito. Misión: traer de vuelta Kurtz, el mejor empleado de la compañía, un hombre de carisma incomparable que se resiste a hacer partícipes a los demás del secreto de su éxito, hecho este que provoca ciertas, digamos, tiranteces.

“El corazón de las tinielbas” es Marlow contando esta historia, recorriendo la selva, obsesionándose con la figura de El Gran Empleado Kurtz y siendo testigo de la atrocidad que fue la dominación del Congo. No hace tanto de esto. 

Pero mejores o peores intenciones al margen, “El corazón de las tinieblas” es una novela de aventuras apasionante —aunque a ratos excesivamente descriptiva (especialmente al comienzo)—, que mantiene la tensión casi desde el primer momento. En ella somos testigos de la caza, no de una ballena, sino de un hombre fascinante capaz de dominar y volver locos a los demás. Al igual que en Moby Dick, esa gran ballena de color marfil, el viaje arranca cargado de ilusión y termina rebosante de temor, decepción y locura. De oscuridad. Sí, vale, de tinieblas, reales y figuradas.

La edición leída es la que acaba de publicar Sexto Piso en su colección de ilustrados. En esta ocasión el artista invitado es Abraham Cruzvillegas que ha tirado de collage para, más que ilustrar, acompañar la narración con imágenes que insinúan ríos, barcazas, esclavos, arbolitos y algo de marfil, obteniendo los siguientes resultados:



Nueva traducción a cargo de Juan Sebastián Cárdenas, por cierto.


miércoles, 2 de julio de 2014

“Picnic extraterrestre” de Arkady y Boris Strugatsky

Al tema. 

Permítanme un exceso: “Picnic extraterreste” es cojonuda.

No descubro nada, era público y notorio, al fin y a cabo la historia que se cuenta en la novela sirvió de base para hacer una película que hoy está considerada una obra maestra y no sé cuántos videojuegos y seguro que también alguna pulserita. No se llega a esto así como así. Me refiero a Stalker (ambas adaptaciones bastante libres) ya saben, la película rusa esa tan rara que no hace mucho fue llevada a la literatura por Geoff Dyer con el nombre de “Zona (un libro sobre una película sobre un viaje a un habitación)” y unas aventuras gráficas, o como demonios se llamen, ambientadas en Chernóbil o por ahí.

Libros que generan películas que generan otros libros… no me digan que no es genial. Bueno, pues todo empezó aquí, aunque la contra de “Zona” se haga la tonta y no le reconozca el mérito.

“Picnic Extraterrestre” está situada en Canadá, concretamente en un lugar imaginario llamado Harmont que, al igual que otros cinco lugares del mundo, fue “visitado” por los marcianitos hará cosa de treinta años. Llegaron y se fueron y dejaron todo hecho unos zorros, de ahí el acordonamiento, el control militar y los laboratorios de investigación. Stalker es el nombre que reciben quienes entran en la zona en busca de objetos que, como otros dejan basura cuando van de picnic, dejaron los visitantes durante su estancia en la tierra. Ni que decir tiene que los objetos son, como poco, peculiares (tecnología que no acaba de ser entendida aunque en algunos casos sí utilizada) ni que la zona está lejos de ser un lugar habitable y seguro, especialmente para los Stakers, que han hecho de esto una forma de vida que ven peligrar en el momento en el entran en escena los señores de corbata e iniciativas, que es una plaga que no respeta nada, ni la artesanía de un lento suicido.

«El problema es que no nos damos cuenta de cómo se van los años, pensó. Al diablo con los años; no nos damos cuenta de que todo cambia. Sabemos que todo cambia, nos enseñan desde chicos que todo cambia y vemos cambiar las cosas con nuestros propios ojos, muchas veces; sin embargo somos totalmente incapaces de reconocer el momento en que el cambio se produce, o lo buscamos donde no está. Ahora hay nuevos merodeadores, creados por la cibernética. El antiguo merodeador era un tipo sucio y sombrío, que se arrastraba centímetro a centímetro por la Zona, de panza, con tozudez de mula, juntando su botín. El nuevo merodeador es un pisaverde de corbata fina, un ingeniero que se sienta a dos kilómetros de la Zona con un cigarrillo en la boca y un buen vaso al lado, sin nada que hacer, salvo vigilar unas pocas pantallas. Un caballero a sueldo. Muy lógico. Tan lógico que a nadie se le ocurren las otras posibilidades. Pero hay otras posibilidades: la escuela dominical, por ejemplo.
Y de pronto, desde la nada, surgió una oleada de desesperación que lo tragó por completo. Todo era inútil, sin sentido. Dios mío, pensó, ¡no podremos hacer nada! ¡No tenemos fuerzas para combatir esta plaga! No porque trabajemos mal, ni porque ellos sean más inteligentes, sino porque así es el mundo; y así está el hombre en el mundo. Si nunca hubiéramos tenido una Visitación habría sido otra cosa. Los cerdos siempre encuentran el barro».

“Picnic extraterrestre” significó mi reencuentro con la ciencia ficción tras muchos, muchos, muchos, ¿tantos?, años. (Siempre y cuando no tengamos en cuenta el collage de Vandermeer (ver el desastre en reseñas anteriores)). Feliz reencuentro. Picnic no es una novela que destaque por nada en especial (si acaso esa idea, esa premisa, esa genialidad propia de los argumentos más simples) pero que tiene todos los ingredientes para atrapar y seducir a un lector ávido de historias que sean algo más que refritos de otras pero sobre todo por lo que decía hace medio segundo: es que todo tan sencillo... Es que, si lo piensan, estamos hablando de hombres rebuscando en la basura ajena. Así de fácil y así de apasionante. Si es que no se puede hacer más con menos. En serio. Pasear por Hamond, Canada, como si fuese la cara oscura de la luna, rastrear con tornillos, gelatinarse las piernas.... todas las maravillas imaginables sin salir del pueblo. 

Si gustan, les invito a descubrir y a pasar un buen rato en compañía de esta estupendísima novela. Si quieren, o si pueden porque, verán, “Picnic extraterreste”, que así es como se titulaba la edición de Emecé de 1978, está descatalogada, como también lo está la de Ediciones B de 2001. Todo descatalogado. He buceado en librerías de segunda mano y en bibliotecas. He mirado incluso debajo de las alfombras. Nada. Cero. Se los ha tragado la tierra. Afortunadamente parece que la editorial Gigamesh planea reeditarla, no sé si en breve o no pero en cualquier caso es una noticia que debe ser celebrada como se merece, siendo esto algo todavía por decidir. Claro, existen alternativas, digamos, eh, gratuitamente tramposillas, (no seré yo quien les invite a delinquir), pero está la cuestión de la traducción, que merece una revisión y, ya saben, lo habitual, el encanto del papel y tal y casi mejor esperar. O no, qué coño. Hagan ustedes lo que crean. 

Gigamesh date prisa.