Me he jurado no hacer planes; cada vez que hago planes, los incumplo. Pero no puedo evitarlo. Me declaro adicto a las listas. Las hago casi a diario: las cambio cada noche y cada mañana crecen; a mediodía lo veo claro y corrijo algo, borro un par de libros aquí, añado otro allá, dejo un espacio libre por sí....
El caso es que se me ha ocurrido dedicar este viernes tan tonto a ejercer de hombre-anuncio: compartiré con ustedes mis planes para un futuro inmediato. Quedan ustedes cordialmente invitados a robar o prestar recomendaciones.
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La idea, a medio plazo (entendiendo como tal dos o tres meses), es la siguiente: leer La ley de la ferocidad de Pablo Ramos (Malpaso); Cicatriz, de Sara Mesa (Anagrama) y terminar Modelos animales, de Aixa de la Cruz (Salto de página), que se me atragantó en un relato doble en el que no soy capaz de avanzar hace ya tanto que doy por hecho que tendré que reeler el librito si quiero reseñarlo. Va a ser que no. Después (o antes o durante) probaré suerte con Las brigadas Prosublime, de Jesús Pérez (Sloper); Subsuelo (Salto de página) y entre culebras y extraños, de celso castro (Destino), novela que demoro una y otra vez no sé por qué estúpida razón. Con el sol en la boca, de Matías Néspolo (Los libros del lince), que se encuentra exactamente en la misma situación que el anterior.
Esto en lo seguro a un 90% y sin olvidar las lecturas que tengo entre manos: La suma de los ceros de Eduardo Rabasa (Pepitas de calabaza) y El niño que se desnudó delante de una webcam, de José Serralvo (Los libros del lince).
El resto se irá en tonteos (leer una parte o simplemente intentarlo o nada más que ojearlo) tipo: Estilo rico, estilo pobre de Luis Magrinya; la Narrativa Breve Completa de Joseph Conrad (Sexto Piso) (un libro fenomenalmente aparente que habrá que ir pensando en robar) y Lancha rápida de Renata Adler (Sexto Piso) novela que acumula elogio tras elogio. También de Sexto Piso, La canción de la bolsa para el mareo de Nick Cave. Y súmenle los Cuentos Completos de Robert Louis Stevenson (Valdemar), que voy disfrutando con la calma que merecen.
Y hablando de Valdemar: su sello Insomnia se dispara. Tengo todavía pendiente John muere al final de David Wong cuando ya han sacado (o están a esto) dos más (de la tierra, para más inri, con lo que aquí nos gusta la sangre española): Disforia de David Jasso y Pronto será de noche de Jesús Cañadas. (Aquí habría que incluir, de algún modo, pese a no ser de Valdemar y aunque no sea más que por afinidad artístico-literaria el Challenger de Guillem López, editado por Aristas Martínez, que vamos a pedir a papá-Estado (1)).
Más.
Hace unos días me dio por jugármela y saqué de la biblioteca Sexo tras unos días sin vernos, del Tao Lin (Alpha Decay) esa joven promesa que tiene que empezar a demostrar lo que vale o empezar a buscar un trabajo decente, pero la primera impresión no ha sido (para variar) demasiado buena. También traje Asesino cósmico de Robert Juan-Cantavella (Mondadori), que ya intenté en su momento sin éxito y que un artículo de Javier Calvo en Jot Down me ha llevado a rescatar, al considerarlo «un intento fabuloso de crear una obra que abarque todos los géneros del bolsilibro en feliz y caótica colisión: terror, ci-fi, fantasía y lo que haga falta». Lo de “intento” me preocupa. Suena a fallo. Suena a “yo tenía razón (otra vez)”.
En el apartado ya veremos cuándo nos encontramos un involuntario especial Pálido Fuego: Pórtate bien, de Noah Cicero, El cuaderno perdido de Evan Dara, Una singularidad desnuda de Sergio de la Pava y y sin mucha esperanza de que entre este año La hoguera pública, de Robert Coover.
Y casi para terminar, la sección VARIOS, cajón de sastre para inclasificables y apetencias de última hora (que a veces son las peores; no respetan los tiempos de espera). Aquí nos encontramos Un mundo deslumbrante de Siri Hustvedt (Anagrama), El anticuario de Gustavo Faveron (Candaya) y un comic que tiene una pinta fenomenal: Sr. Esperanza de Tommi Misturi (Aristas Martínez).
PERO
Pero toda esta buena y absolutamente irreal intención, todos estos locos planes, se nos vienen abajo cuando recordamos que tenemos sin leer (ocupando además un valiosísimo espacio que no tenemos en la estantería) Las Luminarias, una novela de Eleanor Catton (Siruela) que dicen fenomenal no, lo siguiente. También El jilguero, de la amiga Tartt (Lumen) y Perfidia de James Ellroy (Mondadori).
Imperdonable.
Pero podríamos con ello, lo creemos sinceramente (quién dijo miedo) si no fuera por culpa del puto John Barth. Seguro que recuerdan que hace un par de años Sexto Piso se comió literalmente el mercado (así me gusta pensarlo, al menos) con El plantador de tabaco, una maravillosamente arriesgada apuesta que nunca dejaremos de agradecerle. Pues bien, han vuelto a hacerlo: este año, hace un par de semanas, ha recuperado otra novela del genial escritor: Giles, el niño-cabra.
Del mismo modo que diciembre se inventó para leer a Gaddis, mayo se inventó para el amor, esto es, se inventó para leer a Barth.
«Misterio, tragedia, comedia. El lugar donde se cruzaron estos tres caminos ante mí fue Giles, el niño-cabra: las aventuras de un joven engendrado por un ordenador gigante en una bibliotecaria desgraciada, pero dócil, y criado en los establos experimentales para cabras de una universidad universal, dividida ideológicamente en el Campus del Este y el Campus Occidental. Al joven se le encarga una serie de tareas cuando se matricula y tiene que aceptar tanto su caprinidad como su humanidad (por no hablar de su maquinidad) y, en las entrañas mismas de la Universidad, trascender no sólo las categorías que representan ambos campus, sino también todas las demás; trascender incluso el lenguaje, y después regresar al campus a la luz del día, expulsar al falso Gran Maestro, que él entiende que es un aspecto de sí mismo, y hacer todo lo que esté en su mano para explicar lo inexplicable» (John Barth)
Y, bueno, si ha de ser, sea.
(1) Como tantos otros. Porque todo esto está muy bien, suena genial, pero ahora hay pedir (rogar para que la biblioteca se deje saquear una vez más) o comprar los libros y esto también lleva su tiempo.
ResponderEliminarDisforia tiene muy buena pinta a pesar de su portada.
ResponderEliminar¿Ha robado usted libros alguna vez? Curiosidad.
Tongoy, otra curiosidad: "¿Se ha liado usted con libreras alguna vez?".
EliminarY más curiosidades: "¿Se ha cargado, usted, a escritores alguna vez?".
He robado libros,claro. ¿Qué clase de persona no ha robado libros alguna vez?
EliminarBluff: no a la primera y sí, en cierto modo, a la segunda.
Menciona usted..."Las luminarias" de Catton. Veamos, ¿Como debería criticar una buena novela? Sí... diría que Catton escribe con un estilo demasiado "académico", los personajes tienen un marco psicológico tan definido que no deja margen a la empatía que debe nacer entre ellos y el lector.(Los lectores necesitamos "descubrir" esas novelas con las que interactuamos tan afectivamente que nos hace sentirnos tan inteligentes y perspicaces). En fín, no está mal y reconozco el buen hacer de Catton, pero no basta con describir perfectamente un paisaje, los lectores debemos olerlos. Adios.
ResponderEliminarVaya, primera crítica negativa. Lástima. La leeré igualmente. Gracias por el aviso.
EliminarNo quería hacer una crítica negativa, por favor, no deje de leerla. Disfruté mucho con su lectura, pero no sé....lástima. Verdad es que terminaba de leer "Una singularidad desnuda" donde los personajes poseen una carácter que descubrimos durante la acción...Adios.
EliminarDe Una singularidad leí algo más de cien páginas. Estaba bien. No debí interrumpirla, ahora cuesta retomarla.
EliminarCatton escribe muy bien (es el tipo de escritora de la que leería hasta la lista de la compra) y las luminarias es una novela ambiciosa, pero para mi gusto peca de academicista, vamos que se pasa un pelín de decimonónica, y a veces da la sensación de que prima la estructura sobre la trama.
EliminarEso sí, es una novela interesante, que se lee con gusto, pero al igual que el anónimo anterior (yo soy otro) yo habría disfrutado más si los personajes generaran más empatía.
Yo siento debilidad por Catton, pienso leerme todo lo que escriba, pero disfruté El ensayo general mucho más que Las Luminarias
Tampoco pasaría nada si su demora alcanza el sine die con "entre culebras y extraños". Ese tiempo que gana.
ResponderEliminarEn cuanto a la "Narrativa breve completa" de Conrad, debería estar prohibido editar libros de ese gramaje. Por razones de estética y de salud.
Entiendo que la de castro no te ha hecho tilín. En mi caso es una debilidad. Cuenta con esa ventaja.
EliminarLo de Conrad es la leche. Lo saqué de la biblio. Bonito ladrido. Compra seguro a pesar de todo.
Por Dios, pon comas. Después del título del libro y antes del "de tal", ponlas.
ResponderEliminarAlguna hay. Lo siento, agradezco el consejo, pero ahora no edito. Mañana post nuevo, que este ya huele a viejo.
EliminarEl Jilguero... No está mal escrito pero ni de lejos tan bien como van diciendo por ahí. Intuyo que para alguien que ha leído tanto como usted esto saltará a la vista pronto y no habrá referencia dickensiana ni ironía en el texto que salven el ave de Tartt de la impresión de que el libro está un poco sobrevalorado.
ResponderEliminarNo está mal, pero a 200 páginas del final tengo la impresión de que si esto es Lo Mejor de 2014 es que hemos bajado mucho el listón.