martes, 12 de mayo de 2015

‘La inconcebible aventura del hombre que fue otro’ de Manou Fuentes

Creo que fue [más o menos] ayer cuando decíamos que parecía haber una corriente literaria que podría ser bautizada como “la del hombre que huye” o “la reinvención del don nadie” en el sentido que se trata de una novelística que tiene mucho que ver con seres humanos en busca de acción o algo que poner el diario que no sea el simple hoy planté judías de Thoreau. Yo no sé, pero algo hay. Una tendencia, seguro. La inconcebible… es un buen ejemplo, ya verán.

Un buen día Manou Fuentes puede que de profesión anestesióloga (esto, en principio, no va con segundas) decide compartir con nosotros su pasión por la literatura. Es un hecho que la literatura levanta pasiones entre algunas, digamos, personas. No sé qué culpa tenemos los demás, honestamente, pero ahí está, el hecho, inmutable, de unos cuantos evidenciando su falta de talento. (No digo que sea el caso). El resultado es una banda de miles de cientos de seres humanos sentados frente a un ordenador creyendo que lo suyo está de fábula. Toda esta gente podría dar salida a eso suyo serigrafiando citas de Proust en camisetas, shorts o toallas de playa, o tarareando poemitas de Lorca en los puestos de palomitas de las ferias locales, pero no, ellos no, ellos, comportándose como niños que tratan de matar al padre a golpe de qwerty, escriben libros que luego quieren publicar para que todo el mundo veo lo mal que lo hacen. Manou Fuentes no parece, a primera vista, una excepción (aunque al menos ella no es una adolescente tardía haciendo perder el tiempo a la gente con ucronías de dos mil páginas), aunque, no sabemos bien porqué (tal vez por el aval que supone ser traducido) sí hay lugar a la esperanza (aunque también es probable que eso sólo lo creamos porque ya tiene una edad, Manou, lo que conlleva suponerle experiencia y una vida propia y mejores cosas que hacer si lo suyo, su talento, no es suficiente para).

Es por eso que leemos a Manou Fuentes. Porque sí y su pasión por a literatura. Porque tenemos fe en ella y en el sistema educativo francés y en las personas que, superado el despertar artístico, deciden ponerse a ello a una edad inesperada.

Pero al final todo da igual. Nuestra fe, su buena voluntad… Al final es uno a un lado y otro al otro y, entre medias, un libro. Este libro. 

Y este post.

La inconcebible aventura del hombre que fue otro (traducción libre —libertina, casi—de L’homme qui voulait rester dans son coin (que Google traduce como ‘El hombre que quería quedarse en su rincón’) es la historia de un don nadie. Otro don nadie: «su existencia, protegida de cualquier tipo de responsabilidad que implicara algún riesgo, le parecía un traje confortable, sólido y resistente al tiempo». Se supone que estamos, en palabras de la autora, frente a un thriller metafísico o existencial. Ahí es nada. 

A Pojulebe, que es como se apellida nuestro héroe, se le cae un buen día un hombre encima. Así, literal. Desde entonces ya no vuelve a ser él mismo. 

«Su cuerpo está entero, pero su espíritu está abierto a los cuatro vientos. Estas perturbadoras coincidencias han cavado en él unos abismos sin fin. Ha bastado con una pequeña falla delgada como arañazo (la caída de otro) para que surja un nuevo acontecimiento (este nuevo acontecimiento es su homónimo). Algo del exterior ha penetrado por ese punto flaco y ha rebosado los bordes, hasta producir esos abismos insondables. En el fondo de su alma, que él creía sólida, han entrado unos gérmenes desconocidos que socavan sus cimientos y minan sus andamios pacientemente levantados. Es como si la fortaleza de su yo se hubiese desmoronado como un castillo de naipes. En su interior, sólo queda un montón de sí mismo hecho añicos».

Por circunstancias equis y un encadenado de mala suerte, se siente obligado o en la necesidad o tal vez simplemente satisface el deseo oculto de huir de la justicia sin haber hecho absolutamente nada. Se lleva un montón de dinero que tenía en casa, en efectivo (un recurso un tanto burdo al que recurre la escritora para no enredarse con subtramas de corte laboral) y se da el piro. Encuentra una playa y en la playa una actitud que lo devuelve a la vida: ya puede ser más él mismo que antes, que no se sabía si era o no era o qué era si era. Ese infinito abanico de posibilidades que a cada minuto se despliega ante él.

«Ahora es consciente de que se verá obligado, no se sabe muy bien por qué fuerzas ocultas, a convertirse en otro.»
«Jamás volverá a ser derrotado... Tener confianza en sus propias fuerzas... Probar sus talentos hasta ahora adormecidos para enderezar su suerte. Convertirse en lo que nunca fue. Alguien que se atreve. Alguien que da la cara. Alguien que coge el toro por los cuernos». 

¿Ven un poco por dónde van los tiros? ¿Sí? ¿No? ¿Más citas? Venga.

«Jamás podrá escapar de la verdad. Es, siempre ha sido y siempre será, un chupatintas mediocre incapaz de tomar la iniciativa y de llevar las riendas de su vida. Ninguno de sus esfuerzos y decisiones servirán para nada».

No sé porqué tengo la sospecha de que no lo acaban ustedes de ver. Venga, atentos, por favor, no podemos estar así todo el día.

«¿Conoces la historia de Ulises? […] Todo el mundo cree que es un héroe tallado en mármol, pero no es así en absoluto. Ulises era un hombre sensible, ni un semidiós ni un héroe ni nada... ¡Es más, yo diría que era un tipo como nosotros! Su único deseo era estar tranquilo en su casa con Penélope, cuidando juntos de su isla. Pero después de la Guerra de Troya tropieza con la cólera de los dioses, no me acuerdo por qué, y lo condenan a errar sin fin... Ulises, entonces, dispuesto a enfrentarse a la fatalidad que lo azota, sale con su trirreme sin muchas esperanzas de poder reorientar su destino. Pues bien, lo que a mí me gusta es que, a pesar de todo, ¡supo invocar a la suerte! Dios sabe, no obstante, que los poderes hostiles se cebaron con él... Vivió miles de pruebas, tuvo que enfrentarse a gigantes como Polifemo... ¿ves un poco por dónde va la cosa?»

Eso digo yo. ¿Lo ven, ya, de una vez?

Díganme que sí, por favor, no me obliguen a poner más citas; no quiero caer en lo mismo que la escritora: no quiero repetir una y otra y otra y otra vez lo mismo: que Pujulebe no era nadie hasta que pasó lo que pasó, hasta que decidió ser alguien:

«Desde su nacimiento, no la mitad, sino casi la totalidad de sus pensamientos fueron pensados sin que él lo supiera. A diferencia de Salavin, que se analizaba a sí mismo e intentaba modificar su manera de ser y ennoblecerse con alguna acción benefactora, Édouard estaba codificado sin una pizca de imaginación».
«¿Cómo podrá vivir del mismo modo que antes después de las conmociones tan profundas que ha sufrido? ¿Cómo va a comportarse estando en el mismo contexto, cuando en su interior está todo patas arriba? ¿Cambiar su estilo de vida? ¡Como si fuera tan fácil! No se plantea ni por un instante volver a cuestionarse su trabajo de administrador, ni sus costumbres de ciudadano solitario». 

Llega un momento, en esta novela, en el que uno se aburre de escuchar siempre lo mismo; un momento en el que harta de que le recuerden la intención de lo que está leyendo, como si esto no fuese más que evidente desde la página uno, y como si la propia acción de la novela no fuese suficiente para evidenciarlo. Es un poco como leer subido a una cinta de correr o a un burro atado a una noria: el paisaje no cambia pero agota igualmente. Por si no ha quedado claro: Pojulebe huye y descubre que puede ser otro o ser de otra forma ocultando su verdadera identidad y dejándose llevar por la situación que es un poco exactamente lo mismo (o exactamente parecido a lo) que ocurre en “La misma ciudad”, la novela de Luisgé Martín, ese autor patrio que podría perfectamente abanderar este nuevo género literario de hombre a la fuga. En ambos casos, una huida, una reinvención, una nueva vida. La diferencia, en el caso la novela que nos ocupa respeto de la Luisgé, es que incluye misterio: están los malos, los buenos, el hecho delictivo, la confusión y el inevitable recurso de impartir justicia, tratar de poner a cada cual en su lugar, etcétera. Lo nunca visto, vaya.

La inconcebible aventura del hombre que fue otro es una novela, sí, entretenida, a su modo, y cargada de intención pero que por repetir el discurso o dilatar, en ocasiones, en exceso la acción (o demorarla, también), termina provocando en el lector una necesidad: la de terminar de una santa vez.


11 comentarios:

  1. Algo se me pierde de lo que quiere transmitir el autor de este post.

    ¿Se trata del tema o de cómo se trata dicho tema? Supongo que asume que muchas de las obras más alabadas (puede que incluso por él mismo) escritas en nuestra Historia no paran de hablar de aquello (lo del individuo en fuga).

    ¿Quizás es porque se trata de un fin en sí mismo y no le dan la función de mero instrumento?

    Ya lleva dos posts sobre la misma cuestión. Y otra cosa que llevo tiempo con ganas de añadir, si se me permite: ¿a qué viene eso de no ser capaz de reseñar obras inconclusas? ¿También desconoce que hay obras que, simplemente, no pueden acabar?

    Muchas gracias.

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  2.  

    Lamento no haberme explicado bien.



    No, no es el tema. El tema me gusta. No es mi favorito, pero me gusta. Es la forma de tratarlo. Manou insiste demasiado en ello, lo repite una y otra vez, pum pum pum. Medio libro se lo pasa diciendo lo mismo y son muy pocos los momentos en los que “ocurre algo”. Luisgé, por ejemplo, en La misma ciudad, hace todo lo contrario. La huida estaba en el texto, no era el texto. No sé si me explico.

    Es simplemente que tanto “yo era otro” agota (en esta novela).

     

    Respecto a las novelas inconclusas… bueno, si puedo escribir una reseña habiendo leído nada más que dos páginas de una novela puedo reseñar un libro que no se ha terminado. Es simplemente que no me lo pide el cuerpo. Ya no soy mucho de leerlas, tampoco. Hay excepciones. Me he quedado con ganas de comentar, por ejemplo, El castillo, pero más por la edición que otra cosa.

     

    En el fondo esto es una excusa que lo único que oculta es que me da mucha pereza escribir.

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  3. A Alonso Quijano se le "cayeron" encima un buen día todas sus lecturas y cambió de nombre, pasando a ser un tal Don Quijote de la Mancha, pero ya no recuerdo nada más; a lo mejor lo de ser otro, "de repente", tiene su interés. Saludos.

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  4. El Ministerio del Tiempo13 de mayo de 2015, 22:41

    Ay, Malpaso, con la fuerza que os entró por los ojos por la tapa dura y el colorcito... Y dicen que se van a dedicar a los servicios editoriales...

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  5. He llegado a cogerle cariño (perdón por el atrevimiento), y algunas veces me angustian sus lecturas... ¿de veras que es necesario penar tanto? habiendo tanto y tanto libro merecible y querible.

    Ya sé que no reseña todos y alguno habrá que sea merecedor de goce pero aún así, me entristece. Algo más consistente que llevarse a las fauces sería recomendable para su salud, pienso en ocasiones.

    Saludos!

    Marga

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    1. Yo disfruto leyendo. Que no siempre me gusten los libros no quiere decir nada más que eso. Hay que probar. Este tenía buena pinta, la verdad. Lo cogí hace tiempo en la biblio y me gustó mucho ese comienzo tan... francés. No ha podido ser, pues no ha podido ser pero no me queda pesar por ello. Me quedaría, seguramente, si por un tonto prejuicio lo dejo pasar. Esa duda, ahí, siempre, ¿sabe?... Cosa mala.

      Y efectivamente, reseño menos que nunca. Sólo 10 de los último 25 libros leídos han pasado por esta pantalla. Trato de corregirme, de verdad que sí, pero no hay modo.

      Gracias por pasar.

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  6. Carlinos, te lo digo con cariño, ¿de verdad te sientes mejor eligiendo libros que sabes que no te van a gustar para darte el placer de despellejarlos con tu inconfundible estilo? ¿No crees que serías más útil y dichoso si en lugar de buscar denodadamente libros para exhibir tus dotes para el sarcasmo y el chascarillo intentaras destacar las noveades que realmente merecen la pena? Pienso en tu felicidad y en tu salud mental. Comer lo que te no gusta amarga. Saludos cordiales y hasta la próxima escabechina.

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    1. Mientras fantaseo con la idea de dejar de ser un tema de conversación, le cuento: dichoso soy un rato largo y mi felicidad, en lo que a estas cosas tan literarias se refiere, está más que asegurada. Ahora, lo de ser útil me ha matado. ¿Qué necesidad es esa de sacarle provecho a todo? ¿De dónde viene? ¿Acaso la risa no es necesaria? Ya sólo por llevar la contraria tendrían que hacerme una estatua, ponerme en algún jardín y dejar que me cagaran bien cagadito, como a los grandes.
      Yo no elijo los libros que sé que no me van a gustar (no siempre, al menos, aunque sí es verdad que en ocasiones he pecado, padre) . Eso es lo más gracioso de todo, que al final resulta que el que menos prejuicios tiene soy yo. Otra estatua para mí. Este libro, lo he dicho más arriba, era prometedor. No pudo ser pues no pudo ser. Con el anterior me dejé llevar por la curiosidad. ¿Y qué mas da? En cien años todos calvos.

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  7. Carlos, seguro que eres una buena persona y un buen padre. Pero, si fueras tu hijo, ¿te gustaría ver cómo tu padre dedica su talento y energía a destruir la obra ajena en lugar de buscar lo que de verdad vale la pena?

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  8. Obviamente he leído en diagonal el post. No entero. (No puedo, me aburre soberanamente este tío, pero a veces entro para reírme de él porque la risa es necesaria) El que aburres y repites eres tú tío. El de pum pum pum eres tú. El 100% de las veces sólo con ver el nombre del autor reseñado (sin conocerlo siquiera) ya sé cuál va a ser el sentido del post, siempre irrespetuoso. A muchos os está costando ver que este tío no tiene ni puta idea de literatura ( y lo peor es que me va a contestar que claro, que no sabe de literatura, y que dónde ha dicho él que sepa de literatura) El problema es que carece de una mínima intuición para saber encontrar valor en un párrafo. Es previsible, y en un sentido elitista siempre, siempre politicamente correcto. Gusto por algo atrevido o diferente, ninguno, gracietas de todo a cien, todas.

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    1. Es porque usted viene que yo sigo aquí.

      Gracias por las visitas y el o los comentarios.

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