jueves, 14 de agosto de 2014

“Sobre el acantilado y otros relatos” de Gregor von Rezzori

“El cisne”, primer relato de este recopilatorio, empieza del siguiente modo: “En el retraído silencio que rodeaba al muerto, suspendido allí como el aliento contenido en medio del calor estival, una enorme mosca de destellos iridiscentes enhebraba el arabesco confuso de su ferviente canto de vida con una desquiciada trayectoria que trazaba el jeroglífico de la absurda existencia en la mórbida tarde en la que, ajena y perdida, se había sumido la casa, con sus carcomidas contraventanas y sus deshilachadas cortinas de damasco, encapsulada malamente en una penumbra atemporal, alrededor del solemne centro de luz creado por las llamas de unos cirios desde los que se alzaba un humo jabonoso.

No se me ocurre, ahora mismo, un modo más sencillo de obligarme a cerrar un libro que esta prosa alambicada, engolada y petulante. De hecho lo cerré. Y después lo guardé. Y después lo olvidé.

Hasta que un buen día, no recuerdo cómo ni de qué manera (y eso que fue hace unos días), Rezzori fue tema de conversación en alguna parte o simplemente pasó una mosca frente frente a la estantería. El caso es una cosa llevó a la otra y yo volví a fijarme en el libro. Lo saqué de la estantería y seguí leyendo exactamente donde lo había dejado: “Un ancho y duro cojín de seda, cubierto con una funda de rizados encajes cuyo borde calado estaba entretejido por una cinta de color crema, empujaba la cabeza del tío Serguéi hacia delante y depositaba el mentón, con tiesa dignidad, sobre el cuello del uniforme, del que se derramaba un penacho de condecoraciones —la cascada de una cornucopia de cruces y medallas dispersas sobre la mitad izquierda del tórax y del abultado vientre— que llegaba hasta la zona cercana al hígado, donde una última y pesada estrella parpadeante pendía sobre la trenza dorada del cinto del sable, bajo cuya hebilla se plegaban, en gesto patriarcal, las manos de tahúr del tío Serguéi.

No les voy a pegar todo el relato. Sólo quiero que entiendan, antes de seguir leyendo esta reseña, que no había sobre el planeta Tierra ser humano con peor disposición frente a un libro que un servidor.

Cómo pude pasar del escepticismo a la admiración (ya les adelanto que esto, hoy, acaba bien) es lo que trataré de explicar en esta reseña que, por lo que veo, promete ser todo menos breve.



EL CISNE

Inmediatamente después de las citas anteriores la prosa se normaliza dejando el barroquismo para momentos puntuales, los suficientes para que no nos olvidemos que esto tiene algo que ver, al menos tangencialmente, con la destrucción de un imperio y quienes lo habitan. Es decir, que el estilo tiene una razón de ser.

Lo que ocurre en este relato es que a dos niños de noble cuna se les muere un tío. O al menos así es como empieza. Eso no tiene nada de malo. Que los demás se mueran, quiero decir. Son cosas que pasan y hasta tienen su gracia y de hecho ellos se ríen; lo que ya no la tiene tanta es que la muerte de unos suponga, para otros, la madurez, que de todas las cosas terribles que te van a pasar en la vida, es la peor. Vamos, que si me apuras, El cisne podría pasar perfectamente por un relato de terror psicológico. 

En este relato sobre un cambio de ciclo, todo son señales. Nada es gratuito. Desde la muerte del tío, hasta el abandono de los padres, pasando por las venas de su mano (“Pero ella ya nada tenía que ver conmigo, era sólo una mano independiente, dueña y señora de sí misma, no ya mi mano.”) o los senos de su hermana, “una criatura autónoma, incluso opuesta a mí, una muchacha alta y esbelta en el tránsito de niña a mujer; un estado que, como bien sabía yo, aderezaba el erotismo de sátiros envejecidos y, asimismo, desafiaba la sobreexcitada sensibilidad de mi adolescencia; un estado, para mi tormento, que a ella no parecía desagradarle del todo.” De repente todo cambia, el mundo, su mundo, se desmorona y lo que era inocencia infantil ahora es un completo desastre.

El caso es que a los niños, llegado un momento, les toca matar un cisne, que es un poco lo que vendrá a rematar la cuestión: “Nos habían llamado a cumplir con nuestro deber: el honor de nuestra casa estaba en juego”. Todo esto viene porque el bicho, que es como la piel del demonio, molesta a la gente del pueblo y estos reclaman a los señores una solución, puesto que, según la tradición, “los cisnes eran intocables, ya que, en base a un acuerdo cumplido desde siempre, era privilegio de los señores tenerlos en el lago.” 

La imagen de este relato, cuya reseña abandono ya para no aburrirles más, es la de dos niños subidos a una barca endeble, cruzando un lago y matando a golpes a un hermoso cisne. Solo esta imagen y lo implica, ya vale medio libro. O más.

“A día de hoy, se me antoja que ya entonces sospechábamos (o por lo menos intuíamos) que esa risa ocasional e incontrolable surgía de una desesperación cuyas causas residían en la comprensión del carácter efímero de toda existencia, […]. Aún no había llegado ese momento de cambio en que uno deja atrás el umbral de la infancia, un cambio con el cual nuestra risa desesperada devendría una risa malvada. Por eso la cruel y falsa alegría con la que nos dispusimos a asesinar al cisne me parece todavía hoy un acto de destrucción con el que perdimos la inocencia de nuestra infancia.”

Se me ha ido la mano con las citas. Mis disculpas.


* * * * * * * * * * 


SOBRE EL ACANTILADO

“Sobre el acantilado” es el segundo y, seguramente, mejor relato de los tres que componen este recopilatorio. 

Digo seguramente como si dudase. No es así. Es el mejor relato. Es solo que, ante tanta calidad, cuesta elegir a quién se le pone qué medalla. El problema, ahora, es hablar de él sin volverse loco o sin volver locos a los demás. Se tratan tantos temas, en este relato, que cuesta centrarse en uno. Para que se hagan una idea: en total, la citas elegidas, y aun habiendo hecho gala de un comedimiento ejemplar, superan las 1500 palabras, que son bastantes más de las que llevo escritas hasta ahora. 

El protagonista, un personaje grotesco salido directamente del subsuelo, se marcha a vivir a lo alto de un acantilado, a una vieja casa sin ninguna comodidad para seguir haciendo, con total tranquilidad, aquello que le da de comer: arte. Atención: es tallador de figuritas de la Virgen María. 

Si, ya. Temazo.

Hay, en este relato, de todo. Hay un asesinato que funciona como motor y también mucho sexo, un tanto incestuoso en algún momento, pero sin entrar en detalle en la mecánica del asunto. Hay también muchas reflexiones en torno al arte, algo de amor, mucho desamor, un carnicero, una dulce cabritilla, una mujer al borde de un acantilado y un hombre que sabe perfectamente lo qué debería hacer: “Si hubiera sido capaz de dejar que la joven Lisa saltara desde el acantilado, no tendría necesidad de dudar de mi vocación como artista.” 

Es complicado. No es, en mi opinión, un relato para leer una única vez. Se disfruta tanto masticándolo… Les invito a ello como terapia para alejarse, aunque no sea más que unas horas, de tantísima mediocridad disfrazada de imaginación, la misma mediocridad que ocupa lugares preeminentes en las estanterías de las librerías que ustedes elijan.

“Mi farsa se hacía evidente apenas empuñaba la gubia o el cincel. Sabía, sin embargo, que esa farsa era inevitable, que sin ella no nacía la obra de arte. «Todo depende de la calidad de la farsa», me decía. […] El arte ya no tiene objeto, salvo el arte mismo. Me decía que tenía que aplicarme ese grado de comprensión, esa visión; que ahora, cuando había cobrado conciencia de mi papel como artista, sólo dependía de mí entenderme a mí mismo como un objeto del arte; que mi rango quedaba determinado por mi forma inherente, y tendría que extraerla de mi interior si quería conferir a mi farsa la magia que la elevase al misterio de la creación artística.
Una crisis artística es una banalidad bastante insípida como para importunar con ella al mundo. Por suerte, yo no estaba en condiciones de hacerlo.”

¿Lo digo? Lo digo: Sobre el acantilado es un relato ejemplar.


* * * * * * * * 

El tercero tiene un título genial:

«AFANJÁUER» O LA PROLONGACIÓN 
DEL AMOR POR OTROS MEDIOS

Viendo la línea descendente, aquí nos deberíamos ahorrar las citas (y no porque lo merezca). No será el caso.

Dice Heinz Schumacher (el tipo que escribió el epílogo a la edición alemana) que este relato es preciso verlo “en el contexto de las obras de Rezzori en las que el autor se ve a sí mismo como un analista de la realidad social y política”. Cierto. Y yo añadiría que también emocional. En general, por lo que he visto (estoy lejos de ser experto rezzorista), el autor tiene un asombrosa capacidad para cualquier análisis. Y se nota. Y se disfruta.

Este relato trata la cuestión del terrorismo (concretamente el de Italia en los años 60-70, pero podría perfectamente ser cualquier otro). Un joven, hijo de nuevos ricos, de carácter amable y con querencia a la introspección y a la inacción (y un pánico irracional a su reflejo en el espejo), entra en contacto, por razones equis (siendo equis el punto flaco del relato) con un grupo de extrema izquierda que él tomaba por una panda de rojillos culturetas que se afincaban a su casa a la vez que criticaban su aburguesamiento.

Rezzori no deja títere con cabeza: los burgueses por su condición de parásitos y los terroristas por su brutalidad son literalmente despellejados utilizando para esto a un protagonista que no acaba de saber cuál es su lugar en el mundo si acaso el mundo tiene algún lugar reservado para él, que es algo que todavía está por ver:

“Es como si el diablo quisiera confundirnos: la intención más pura, la fe más sincera, la convicción más ardiente se depositan en algo que más tarde nos conduce a la catástrofe, a una catástrofe moral espantosa... Sé que soy tan antiguo como la humanidad misma, pero, a fin de cuentas, la doctrina cristiana no ha devenido lo que Cristo quería que fuese; con más razón aún nos corresponde la tarea de separar lo verdadero de lo falso, no mezclar ni confundir las cosas, no falsificar a posteriori, sólo porque se cree estar en posesión única de la verdad...”



CONCLUSIÓN

Lo siento, no hay. Pero si quieren mi opinión (es todo lo que me queda por ofrecerles) les diré que he disfrutado como hacía tiempo de estos relatos. Todo lo demás es decoración de interiores y palabrería. Al final importa lo que importa y lo que importa es, simplificando hasta la náusea, que estos tres relatos de Gregor von Rezzori, escritor elegante en sus formas y despiadado en sus fondos y a quien tengo desde ahora por un analista y crítico social excepcionalmente lúcido, están lejos, muy lejos, de provocar indiferencia, no digamos ya aburrir. 

Personalmente no se me ocurre mejor cumplido.




9 comentarios:

  1. Si te ha gustado este, que yo no he leido, creo que te gustara La Gran Trilogia, del mismo autor. Tambien barroco a ratos, sobre todo el primero, pero absolutamente genial.

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    1. Lo tengo anotado para el futuro, pero este mes con dos rezzoris he tenido más que suficiente. Creo que me voy a dar a la madre Rusia una temporada.

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  2. A mí lo barroco me echa para atrás pero las tramas parecen muy bien trabajadas. Creo que lo vi la biblioteca del mi barrio... a ver si lo pillo.

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    1. Lo barroco, en serio, está justificado. Y es temporal. Aquí tiene otra reseña, por si quiere asegurar:
      http://jediscequejensens.blogspot.com.es/2014/08/sobre-el-acantilado-y-otros-relatos.html

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  3. Ay, Señor, Señor, Para cuändo "Asedio preventivo" o "El libro de Manuel? .Aunque de Boll ¨prefiero Retrato de una dama o Billar a las nueve y media y de Julio no digo nada.

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    1. A Boll lo tengo abandonadísmo. Y mira que me gusta... No tengo perdón de Dios. Miraré de colar alguna este mes. Y Julio... bueno, pobre Julio, autor de mi relato favorito y tan olvidado.

      ¿REtrato de una dama de Boll?

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  4. Hacen falta redaños para empezar un relato con semejante frase. Yo no me atrevería ni borracho. Y eso que borracho me atrevo casi a cualquier cosa.

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    1. Coincido: hace falta mucho valor. Una vez terminado, se valora.

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  5. Disculpen el retraso en las respuestas. Me ha vencido la pereza. Ya se me ha pasado.

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