martes, 16 de diciembre de 2014

Reseña de “La mala puta” de Dalmau y Piña: [1. El Problema]

En La mala puta, en el capítulo dedicado a Las Librerías, se dice lo siguiente: «La mala puta no pretende ser un texto de memorias literarias, aunque uno vaya traicionando a ratos su propósito. Se concibió más bien como una sesión clínica encaminada a establecer un diagnóstico y de paso deslizar alguna advertencia. En el fondo no hay nada que no sepamos, pero conviene recordarlo».

En el fondo no hay nada que no sepamos. Efectivamente. He ahí el quid de la cuestión. Si de algo no puede presumir este libro es de contar secretos inconfesables. Su ámbito se circunscribe más bien al de los secretos a voces. Esto se traduce en una lectura serena, amena, divertida y plagada de aseveraciones por parte del lector; lector que, a medida que avanza, toma conciencia del despropósito en que unos cuantos han convertido y cada día convierten esa mala puta llamada Literatura Española. 

Bien mirado, acaba todo resultando bastante deprimente.

Entrar en mucho detalle sería, literal y literariamente, imposible, de ahí que tengamos que conformarnos (conformarse, en realidad, aquellos que de ustedes no lo hayan leído) con un vistazo a vista de pájaro. No se preocupen que ya les cuento yo lo más importante, a saber: esto está fatal. Tenemos de todo y no tenemos de nada: tenemos: falta de talento, falta de escritores serios y entregados, falta de críticos serios, falta de honestidad, falta de solidaridad, falta de voluntad. Lo único que nos sobra son editores, escritores mediocres y otras gentes de mal vivir.

Dalmau, cuando no se lamenta de lo amargo de su condición, (condición que lo lleva a escribir este libro que, dando respuesta a la pregunta formulada en el post anterior, les diré que pese a nacer de la amargura y el resentimiento no invalida sus argumentos, si acaso favorece a quienes, por intereses equis, buscarán desacreditarlo o restarle valor), cuando no se lamenta, decía, de lo amargo de su condición, pone en evidencia todos los males que aquejan a su tan amada literatura, un antro ahora poblado de indeseables, gente de escaso o nulo valor, que como decía Ortega, terminan siendo los de mayor influencia: «En un país donde la masa es incapaz de humildad, entusiasmo y adoración a lo superior, se dan todas las probabilidades para que los únicos escritores influyentes sean los más vulgares; es decir, los más fácilmente asimilables; es decir, los más rematadamente imbéciles».

Esto explicaría el continuo auge del betseller, siendo betseller esa cosa que se puede programar, como bien demostró en su momento la editora de Dolores Redondo, que antes de colocar el libro en la calle (la trilogía detectivesca de moda) ya hablaba de cantidades ingentes de traducciones o adaptaciones cinematográficas con una desvergüenza ejemplar, similar a la desvergonzada sinceridad de la que hacía gala no hace mucho Ken Follet cuando afirmaba que el número de páginas de sus libros no obedecía a una necesidad argumental sino al gusto de unos lectores acostumbrados a disfrutar con el adormecedor sonsonete del material de relleno en el que se especializado. Sin embargo Dalmau no culpa al lector, que se deja engañar, sino al escritor, que no se esfuerza por ofrecer un producto digno probablemente porque no tiene la capacidad para ello

«La pregunta se impone: ¿por qué no nos dejamos de tonterías? ¿Por qué no nos encerramos de una vez, como hizo García Márquez, doce horas diarias, y no volvemos al mundo hasta haber escrito algo definitivo e inolvidable? Muy simple. Porque no sabemos, porque no queremos, porque no podemos».

y al editor, que consiente, día sí día también, este circo; que ya no ejerce de tal; que se ha convertido en un eslabón más de una cadena mercantilista que no tiene en cuenta la calidad y que trata al escritor como a un res

«Al final tu editor no es exactamente tu editor sino un empresario que publica esporádicamente algunos de tus libros. En nuestro país son muy pocos los autores que pueden presumir de que una editorial haya apostado por ellos hasta la muerte. No me refiero a los autores comerciales, claro, sino a aquellos que han consolidado una respetable carrera literaria en un mismo sello».

motivo por el cual no es difícil encontrar autores que estrenan editorial cada vez que publican un libro. Para que se hagan una idea del desprecio de Dalmau hacia la casta editorial, uno de los capítulos se titula Razones para detestar a Gimferrer.

«[…] existían figuras que, sin ser editores ni dueños de ninguna editorial, gozaban de un poder omnímodo gracias a su presunto olfato literario. Algunas empresas los fichaban para crear un catálogo, recuperar el prestigio perdido o bien modernizarse. O todo a la vez. Entre ellos quizá nadie gozó de tanta influencia como el poeta catalán Pere Gimferrer que entró en la legendaria Seix y Barral al poco de que ésta fuera absorbida por el grupo Planeta. Este hecho fue decisivo para nuestras letras por razones que no son las que se creen habitualmente sino por otras que no han sido analizadas hasta hoy. Generalmente se admite que Gimferrer hizo una tarea notable en el descubrimiento de autores que han brillado en la democracia como Antonio Muñoz Molina o Julio Llamazares. Un acierto. Pero lo que no se cuenta es el rechazo que impuso a gran parte de los novelistas emergentes de Barcelona que escribían en castellano. Me refiero a Javier Casavella, Jesús Ferrero, Javier García Sánchez, Ignacio Martínez de Pisón, Marcos Ordóñez, Ignacio Vidal Folch, Enrique Vila-Matas, Pedro Zarraluki y yo mismo, entre otros».

Otro de los factores, dice Dalmau, que han afectado gravemente a nuestra literatura ha sido

«el desembarco continuo de latinoamericanos en nuestro mundo editorial. Este flujo migratorio de presuntos talentos que arribaban a nuestras costas, como en patera, ha alterado definitivamente el viejo ecosistema y de paso las relaciones. Ya no llegan, ay, garcías márquez, ni siquiera bolaños. Pero siguen ocupando nuestro sitio, como autores o colaboradores de las editoriales de mayor prestigio. Aunque algunos expertos sostengan lo contrario, es fácil comprobar que dicho flujo sigue muy activo: basta ver los últimos catálogos y los últimos premios. En relación a ello yo no tendría nada que oponer si mis libros —y los de mis compatriotas— pudieran ser editados y acogidos en México, Venezuela, Perú, Argentina o Uruguay con el mismo entusiasmo. Pero aún no he conocido a ningún autor español que haya sido descubierto en Latinoamérica ni a ningún editor de allá que se la haya jugado por un autor nuestro inédito o poco conocido en España».

¡Y la crítica! Casi se me pasa y eso que es apartado al que dedica más espacio. Menuda mierda, la crítica. Y menudos seres despreciables, los críticos. Panda de vendidos. Se comenta el caso Echevarría, ya saben, cuando estaba en El País y le dieron la patada, a él, que era el rey de mambo, el azote de los malos escritores, la última esperanza de la literaltura. Aquello, asegura Dalmau,

«[…]tuvo a la larga un efecto nocivo sobre nuestra literatura. Es cierto que al principio muchos escritores y editores respiraron tranquilos ante la promesa de un futuro sin atropellos ni demoliciones. Pero nadie cayó en la cuenta de que la caída de Echevarría intimidaba de algún modo sutil e inconsciente a los demás críticos. Si alguien con tanto poder había sido coaccionado, ya nadie estaba a salvo. […] Y cuando los periódicos comenzaron a defender los buenos modales como valor principal de la crítica, al final se reprimió en parte la esencia del discurso. Mejor dicho, la crítica literaria aceptó el riesgo de volverse mansa y excesivamente respetuosa, como si los críticos hubieran aprendido de pronto el placer de la gentileza. Pero no era del todo así. En el fondo el cambio de actitud obedecía a causas más inquietantes que no estaban previstas. A raíz del vuelco en el ciclo económico, el sector editorial entró en crisis y se sintió en peligro de muerte. Y aquí seguimos. Se leía cada vez menos, se cerraban editoriales, revistas, distribuidoras y librerías, y en ese contexto apocalíptico la crítica salvaje era un lujo que nadie se podía permitir».

Y continúa, casi concluye:

«Al convertirse en el brazo “ideológico” de las editoriales y hasta de las campañas de promoción, la crítica perdió quizá su principal razón de ser. Separar el grano de la paja. Esto produjo un relajo general en la exigencia que no ha hecho ningún bien, salvo a los malos editores y a los escritores mediocres o superventas». 

También habría que añadir el compadreo. La redes sociales, los congresos, las presentaciones de libros como pago de favor, el propio título de escritor (el más alegre de todos los títulos), el corporativismo, en definitiva, editorial o social ¡o de clase! y la insana costumbre de los escritores de hacer de críticos de otros escritores, amigos o no pero siempre colegas, está acabando con la credibilidad, la escasa o nula credibilidad que les quedaba, a semejante especie humana. Si no hemos dicho esto mil veces no lo hemos dicho ninguna. No es extraño encontrarse en Qué leer o Quimera críticas de amigos, conocidos, colaboradores y socios editoriales, transformando aquellos espacios reservados a la crítica en meros espacios publicitarios, siempre bajo la atenta mirada de unos redactores que prefieren hacerse los tontos y fingir que no se dan cuenta o que directamente gustan de pecar. 

Ejemplo: No hace mucho, creo que en noviembre, un crítico (provisionalmente vamos a considerarlo tal cosa) me reconocía en las redes sociales haber rebajado la nota de la novela de un colega y/o amigo y/o conocido —colaboradores ambos de la revista Quimera— de cinco a cuatro tinteros (sobre un máximo de cinco) por recomendación/imposición/invitación de los redactores jefe de Qué leer ya que los cinco tinteros estaban reservados a las Obras Maestras. Es interesante comprobar, por un lado, la casi total ausencia de amor propio de un crítico que se pliega a los injustificados criterios de un editor que, sin haber leído el libro del escritor reseñado —o habiéndolo leído e imponiendo su propio criterio sobre el del crítico—, se permitió y supongo “se sigue permitiendo” la licencia de corregir al susodicho, negando, además, con ello (aquí llega lo mejor) la posibilidad de que una novela de género de un escritor español pueda alcanzar la categoría de obra maestra. Es decir: se asume la incapacidad del escritor español para crear obras de referencia. Nenes, ya sabéis lo que os queda: segunda fila forever o refugio en revistas especializadas tipo Presencia Humana.

Todo queda en casa. Qué leer, decide. El crítico se pliega. Es dúctil, el crítico; maleable. Es una vulgar marioneta en manos del escritor (a quien teme ofender), el redactor (a quien teme perder) y los intereses editoriales (que algún día podría necesitar). ¿Cómo podríamos, visto lo visto, respetar a esta gente? ¿En qué cabeza cabe que los escritores puedan ejercer la crítica nacional?

Y eso sólo es la punta del iceberg: convendría mirar cuánto mamoneo se traduce en periodistas que no leen otra cosa que producción nacional de bajo nivel, diseñada para adormecer los sentidos, rebajando —si acaso es posible rebajar lo ya casi extinto— su nivel de exigencia, sus defensas naturales frente a la basura. No es difícil, entonces, encontrar, como hemos visto más arriba, al crítico de turno asegurar que el libro de su buen amigo — detalle éste que siempre se les olvida mencionar—, publicado por una editorial menor, es uno de los mejores de los últimos años en la categoría de loquesea. Y lo que es peor: ¡creérselo! No sé qué prefiero, honestamente: que lo crean o que lo finjan. Miénteme, Pinocho, miénteme.

«Dado que a menudo no podemos obtener cómodamente lo que queremos, comenzamos a mover hilos para establecer alianzas. Pero estas alianzas rara vez redundan en beneficio del grupo sino de intereses particulares: la publicación de algún libro mediocre, una crítica favorable, la invitación a un congreso e incluso un premio. Yo te doy, tú me das. Pero todo queda entre nosotros. Es la ley. En este juego de compadritos la calidad de la obra es totalmente irrelevante. La única condición es que nos hagamos favores y que nadie se olvide de las deudas. En relación a ello es de lamentar que no haya un control regular de nuestras llamadas telefónicas ni de nuestros correos electrónicos. Así conoceríamos la verdad, todo ese carnaval de chismorreos, manejos y conspiraciones que llenan nuestras vidas».

La crítica remunerada (ya sea en cash (Qué leer o suplementos culturales) o en especie (Quimera)) tiene o debería tener una responsabilidad. Todo lo no sea eso (es decir, casi todo) tiene un nombre, pero nos lo vamos a callar, no vaya la camarilla de turno a sentirse insultada, menospreciada, vilipendiada. Aburre tanto victimismo, tanto rasgarse las vestiduras. 

«Pero además esta mala praxis crea alrededor un fenómeno aberrante: la exclusión de todo aquel que no se pliega a las reglas del juego. Vivimos en una época donde nadie se impone exclusivamente por su talento. Si no posees contactos o la mejor dirección te quedas fuera».

El resto del libro, y ya voy terminando esta primera parte de la reseña (que no quería ser una primera parte de nada, pero ya veo que no me va a quedar otra si quiero comentar dos o tres cosillas más), se dedica a comentar el éxito inexplicable de las agencias literarias («quinientos pardillos siguen mandando cada año sus manuscritos desde el Canadá hasta la Patagonia. ¿Pueden llegar tan alto las agentes?») o el daño que hace la televisión («no debemos olvidar nunca que el gran enemigo de la literatura ha sido y sigue siendo la televisión.»).

Venga, va: se han ganado un párrafo resumen final.

En líneas generales, el ensayo de Dalmau destaca por su cercanía. Dalmau, ángel caído, se alinea con el lector preocupado con el patético panorama actual y evita caer en la pontificación en aras de resultar más creíble. No es un texto del tipo Gregorio Morán (El cura y los mandarines), esto es, profuso, rico en datos y referencias sino subjetivamente objetivo, personal y fruto de un arrebato, de una ira controlada, de un hartazgo. Es verdad que en ocasiones peca de victimismo pero también es verdad que sabe reconocerlo, a su manera, por más que esto, al final, sirva de poco toda vez que el mal ya está hecho. En cualquier caso, y desde su modestia con la está escrito, La mala puta es un interesante recordatorio resumen que invitaría a un debate sobre el estado de la narración si la gente estuviera interesada en debatir, así como una lectura divertida para todos aquellos a los que nos hace feliz que nos den la razón.


De las “soluciones” aportadas por Dalmau, de otras cosas que tienen que ver son eso y con la crítica destructiva (autocrítica en construcción) y sobre la aportación de Piña Valls, hablamos, si les parece, en unos días, que hoy ya estoy un poco harto de escribir.

39 comentarios:

  1. Me extraña que nadie asocie la caída en picado de la calidad literaria española con la caída similar en el nivel de conocimientos y cultura de las clases con formación media y superior (vaya, la conocida "egebeización" o "logsificación"), esa de la que nos quejamos los profesores universitarios cada vez que nos tomamos un coñac, y de la que se hablaba hoy en el país. Si los estudiantes universitarios malamente consiguen juntar tres palabras al hacer un examen, ¿es de extrañar que quienes quieren dedicarse a escritores no sean capaces de emular las cimas literarias de un Cela, un Torrente o un Ferlosio? En fin, también es posible que al final la culpa sea de la tele.

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  2. En uno de los fragmentos, el de los escritores de Barcelona que ‘purga’ Gimferrer, creo que tienes un error de edición en el post: ¿Quién es Javier Casavella?, supongo que te refieres al gran Francisco Casavella, lástima que se nos fuera tan pronto a escribir al otro barrio…

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  3. Don Tongoy,
    ¿Ve? Esa es la diferencia entre bloguerismo y periodismo. Ya sé que usted no se las daría nunca de practicar lo segundo, pero la supuesta honradez de lo primero se pierde cuando la opinión se sustenta en el desconocimiento. Suenan sus palabras altas y claras, pero se alejan de la realidad. El caso es que me tiene usted en Facebook, dispone de mi correo y a estas alturas posiblemente sepa que "redactores jefe de Qué Leer" hay uno, quien esto escribe. Supongo que preguntarme al respecto le hubiera estropeado un bonito párrafo. Pero, por alusiones, voy a proceder a explicárselo de todas formas. No aspiro a que entienda la labor de un redactor jefe, a mí aún me cuesta. Concédame, en cualquier caso, una trayectoria, una experiencia tratando con colaboradores y textos; sepa, ante todo, que en Qué Leer no se impone nada, menos que menos el contenido de las críticas. El caso que comenta involucra a un colaborador novato en la revista, si no ando muy errado. Él es quien acaba de llegar a la revista y la revista cuenta ya con unos criterios más o menos definidos, una línea por la que el colaborador debe regirse, no al revés. Por eso, cuando entregó una crítica de cinco tinteros simplemente le pregunté si estaba seguro, teniendo en cuenta que nuestra idea de los cinco tinteros es, en efecto, la de una obra maestra (y en el pasado he sido testigo de diversos juicios hinchados: la cercanía respecto a la lectura puede ser mala consejera y forma parte de mi labor el intentar corregir tales desvíos, por pequeños que sean). Si la respuesta del colaborador hubiera sido afirmativa, los cinco tinteros hubieran ido a misa. Pero su respuesta fue pasar a cuatro. Sin coacciones, sin imposiciones, dialogando al respecto y confiando, de últimas, en su decisión. Esto, por cierto, resulta habitual. Hay textos que traslucen una puntuación media y luego resulta que el libro ha recibido cuatro tinteros: en tal caso se pregunta qué ha sucedido, se intenta buscar la valoración más certera dentro de la evidente subjetividad. Ahora dígame, ¿en qué mundo, más allá del suyo, reducir una valoración inicial puede responder a intereses editoriales? Finalmente, permítame felicitarle por otra muestra de incoherencia: usted, azote de la literatura española contemporánea, ¿me acusa a mí de no creer en la posibilidad de una obra maestra de género firmada por uno de nuestros autores? Maravilloso delirio.
    Saludos.

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    1. Marchando ocurrencia nº 75.959


      Hola Milo,

      debo confesar que suponía que eráis más (¿dos, puede ser?), -no los redactores jefes, que iba un poco como frase hecha- los que lleváis el peso de la revista. Ante la duda... Tampoco me apetecía dar por hecho que la gente lo sabe ni tener que explicarlo. Pero sí, claro, preguntar hubiera estropeado el párrafo. Absolutamente. Prefiero suponer, da más juego, y puesto que, como bien dices, la labor periodística está muy lejos de pasarme siquiera por la imaginación, lo de contrastar la información me cuesta un mundo. No sería yo. Con esto quiero dar a entender que no es nada personal.

      Respecto a la explicación, si tu dices que esto es así, yo te creo. Y para que veas que también sé jugar a los periodistas, cito lo que me dijo David (está en su facebook): 

      "P.D. A la de Juan Carlos Márquez no le di cinco tinteros porque: a) me dijeron que se reservaba para obras maestras y b) porque soy un prejuicioso de mierda y al ser novela de género... claro, cinco tinteros, no.) Con cariño, Tongoy."

      Después, avanzada la conversación, amplió la respuesta:

      "Por otra parte, respecto a los tinteros, yo presento la crítica de "Los últimos" con una nota del 1 al 10, igual que hago en Blisstopic. Le había puesto un 9,1. Me explican que en Qué leer va por tinteros, entre 1 y 5 y que ese 9,1 serían 5, pero al ser una escala numérica más ajustada, 5 se suele dar a piezas maestras. Entonces, decido el 4. A mi modo de verlo, la novela es excelente (9) aunque no pieza magistral universal (9,5-10). Pero claro, son opiniones."

      No voy a hacer sangre en el hecho de que un crítico valore con 9,1 (¡con 1!) un libro, ni que la diferencia de 0,4 puntos marque la diferencia entre una buena novela (excelente, dice él) y una Pieza Magistral Universal. A mí modo de ver, si su valoración es de 9,1, el Sobresaliente de toda la vida de dios, tenía que haber ido a muerte a por los cinco tinteros. Qué coño. El "me dijeron que se reservaba a obras maestras" era lo bastante ambiguo como prestarse al juego de la  "recomendación/imposición/invitación". Conoces La Medicina; si yo con este material no hago un poco de ruido en la reseña de un libro como La Mala Puta, malo.

      Por lo demás, coincido: MARAVILLOSO DELIRIO pero menos incoherente de lo que puede parecer.

      Un saludo Milo, cordial y sincero.

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    2. No iba a escribir (y no volveré a hacerlo), pero para no llevar a confusiones, por evitar que sigas jugando a los confidentes y porque no creo que Milo personalmente se merezca que lo cuestiones, ya digo que el reseñista al que aludes soy yo y puntualizo algunas cosas.

      Tu consideración sobre mi trabajo me importa poco tirando a nada. Es decir, menos de lo que me importa la de cualquier otra persona, no porque estés menos formado, sino porque tienes una mala baba considerable.

      Como sea, sólo quiero aclarar que con la dichosa tontería de la puntuación y los tinteros (y la ambigüedad que tú inventas), al ser mi primera colaboración con la revista, Milo me explica el baremo de calificaciones. Si me dice que habitualmente 5 tinteros se reserva a obras maestras, yo decido que "Los últimos" no puede recibir esa calificación. Es una novela que a mí me parece EXCELENTE, pero que en una escala del 1 al 5, no puedo darle la puntuación máxima si entendemos que está reservada para obras como "Crimen y castigo", por ejemplo. Me parecen dos buenos libros, pero no equiparables.

      Con este asunto, has hecho lo mismo que con muchas reseñas, descontextualizar e interpretar, cual Iker Jiménez, los hechos según te conviene. Se escucha un ruido en un pasillo y tú prefieres creer que es un fantasma tirando una piedra que cualquier otra cosa porque te va mejor para seguir construyendo tu visión distorsionada de la historia.

      Por cierto, cuando hables de mí no es necesario que te hagas el interesante y seas ambiguo aludiendo a lo que he escrito públicamente en facebook como una posible confesión "un crítico (provisionalmente vamos a considerarlo tal cosa) me reconocía en las redes sociales...". No Carlos, no "te reconocía", lo expliqué abiertamente, con nombre, apellidos y foto para todo el que quisiera leerlo. No es correcto ni el pronombre, ni el verbo.

      David Aliaga

      P.D. - El blog anda en momentos bajos, ¿no? Si tienes que recurrir a mí para armar polémica, es que tu popularidad y tu exigencia están cayendo en picado. Y que sigan cayendo. En lo que a mí respecta, es la última vez que te escribo.

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    3. Cierto, si tuviera que recurrir a ti para armar polémica, malo. Si lo he hecho (y si no he dado tu nombre) es porque me interesa el hecho en sí, no de quién viene, aunque diga bastante del sector.

      Y te agradezco el interés por la medicina (eres el segundo que se interesa por ella en una semana, empiezo a temer ofertas de compra), pero no, lo siento, se encuentra en perfecto estado de salud. Demasiado, para mi gusto.

      Al hilo de esto te diré que el único que ha querido darle más vueltas al tema de la puntuación has sido tú. La cosa quedó clara con el post de Milo y mi respuesta, que solo era aclaratoria y un poco puta. Yo me quedo con ese nota, ese 9,1, que me ha gustado mucho. Yo al libro de Márquez le doy un 5,187 pero en una escala de 5 se queda en triste 2 porque, como te ha explicado Milo, conviene corregir la desviación que se produce al terminar la lectura y yo, que me conozco bien, sé que peco de inflanotas. 

      Y sí, David, ME RECONOCÍA, porque el tema lo saqué yo y la respuesta me la diste a mí. ¿Públicamente? Sí, claro, ¿y qué tendrá eso qué ver? Pero oye, si esta chorrada es importante para ti, por mí que no quede: un crítico explicó abiertamente, con nombre y apellidos y foto y por iniciativa de quien esto escribe, haber rebajado la nota de un colega, etcétera etcétera.” Anda que…

      Gracias por pasar, en cualquier caso.

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    4. Si esto de valorar libros de forma completamente subjetiva es periodismo riguroso... más bien panfletismo, columna de opinión, etc. El periodismo es (deberia ser) algo más serio.

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  4. Bueno, no me he formado una opinión todavía. Tendré que mirar a ver qué se va diciendo por ahí.
    Solo un apunte. Con respecto a Gimferrer, lo único que es, ciertamente, es un excelente poeta, pero como "descubridor" no se ha mojado en su vida. Ha esperado siempre a que sus autores "recomendados" empezaran a sonar un poco antes de hacerlo. No se le conoce ninguna iniciativa real en ese sentido en fuentes oficiosas.

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  5. Bravo, Milo. Ahora, a esperar la ocurrencia de turno del señor Tangoy

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  6. Estupenda disertación. Considero que el problema de la literatura es como el del resto del arte: ya no hay renovadores. Cuando hablo de renovar me refiero, sobre todo, a catapultar un género aunque esté muy manido. Personalmente me quiero leer este libro ya que, tanto en la sinopsis como el diálogo cruzado sostenido con Milo ayuda a ello. Un abrazo para ustedes.

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  7. El problema de base con este tipo de libros, creo, es que el motivo anula el desarrollo. Dalmau se ha sentido despreciado por críticos, editores y demás elementos configuradores del panorama literario y está despechado. No sé si con razón o sin ella, porque no he leído nada suyo, pero este tipo de actitudes acostumbra a disparar aquí y allá sin afinar la puntería, lo que acaba invalidando el discurso, cosa que es una pena, porque al final la sensación que te queda es que 'el profe me tiene manía', y como todo el mundo sabe la mayoría de veces no es eso, sino simplemente que eres un mal estudiante y buscas excusas. Aunque pueda tener parte de razón, o incluso mucha.

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  8. Un último apunte, y ya me callo, pero es que voy leyendo y pensando. Cuando culpa a "los escritores latinoamericanos" del deterioro de la calidad de la literatura en castellano está haciendo lo mismo que hacen muchos en situaciones de crisis: culpar a los que vienen de fuera. Eso, además de estar fatal, es mentira, y más en este caso. ¿Cuál es el público lector real en castellano para las editoriales españolas? ¿España o Latinoamérica?.
    De la misma manera que el gran público de Bisbal o Sabina está allá, en literatura igual, con la diferencia que la literatura escrita por españoles siempre ha tenido una acogida menos calurosa allí que al revés, no sé exactamente por qué razón. Supongo que porque reciben otro tipo de influencias.

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    1. Creo que has interpretado mal lo que quería decir Dalmau, no hay ningún tipo de xenofobia o algo parecido. Lo que pasa es que en España se presta mucha atención mediática a ciertos escritores latinoamericanos que no han demostrado nada aún pero que vienen con el aura que en su día tuvieron los autores del "boom", como jóvenes promesas, casi como los futbolistas. Efectivamente, si miras suplementos culturales o blogs de periódicos españoles comprobarás que muchos de ellos están copados por autores que responden a este perfil. Por otra parte, los premios en España están abiertos a escritores en lengua española (independientemente de dónde provengan y me parece una cosa lógica) mientras que la gran mayoría de los premios de los países de Hispanoamérica se reservan a autores nacidos en el continente americano. Esto no quita que autores españoles de "gran público" sean muy conocidos en América Latina, de todos modos.

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    2. Ya me imagino que pretendía eso, pero estarás de acuerdo conmigo al menos que el símil de la patera ha sonado algo despectivo.
      Por otro lado, es verdad que algunos escritores latinoamericanos reciben mucha atención mediática aquí, pero creo que las 'cuotas' de atención mediática hacia los nativos siguen estando en una proporción diríamos que alta o muy alta. No creo que les quiten atención a los españoles sino que vienen a sumarse a las continuas 'revelaciones' diarias.
      En lo de los premios no me meto, porque no sé cómo funcionan allí las cosas.

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    3. "NO pretendía eso", naturalmente.

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    4. Ire, normalmente aciertas en todo, pero aquí el Anónimo tiene razón.

      Simplificando al máximo, partimos de que las editoriales entienden la literatura como una mercancía. Luego... población hispanoamericana: 400 millones; población en España: 48 millones. ¿Dónde voy a vender más? Donde haya más gente. Si el autor es hispanoamericano, las posibilidades de que se venda en países colindantes son mucho mayores, al revés no. Hay un factor identitario importante, puesto que lo español no se ve como algo "hispano", mientras que lo hispanoamericano sí se ve como una identidad común, es decir, el de Ecuador ve más cerca al de México que al de España, de ahí que el interés sea mayor.

      Últimamente muchos premios (Alfaguara, Planeta, hasta el Dos Passos para noveles) van a parar a autores hispanoamericanos. el mercado es más grande. El problema es que el aumento de esa tendencia puede ser peligroso para la literatura de España.

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    5. De acuerdo en todo, Condie. Pero la solución no es no dejarlos entrar. El mercado es el que es. Quién se lo lleva ya depende de otras cosas. También podríamos tomarlo como un aliciente. ¿Son peores 'ellos' que 'nosotros'? Pues yo diría que más o menos...

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  9. Jojojo Si que está animado esto, hacia tiempo que no me reía tanto: la polémica de los tinteros y la dignidad herida de los tinteristas! Me parto. Queremos más. Literature Deluxe.

    Dr J. (9,23 sobre 10)

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  10. Ponerle 4 tinteros a Los últimos es no tener masa lectora suficiente para ser reseñista. Esperemos que el redactor jefe de Qué Leer nos explique qué criterios tiene para escoger a sus reseñistas.

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    1. Yo creo que el único criterio que se sigue es el amiguismo. Pero no quiero poner en entredicho la honradez del redactor jefe de Qué Leer, así que prefiero no hablar desde el desconocimiento. Como bien dice él mismo, es síntoma de mala baba y de poca honradez. Contrastemos opiniones.

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    2. Debería explicarle los casos uno por uno, cada colaborador es un mundo. Me gustaría pensar que un criterio sería no descalificar e inhabilitar a los lectores que tengan apreciaciones diferentes sobre una obra, pero tampoco puedo hablar por todos ellos. Sí puedo ser más concreto sobre el dichoso tema del amiguismo. Partamos de que a buena parte de la actual nómina, David incluido, no los he visto jamás en persona, los conozco por mail o Facebook y por la lectura de sus trabajos, y a partir de ahí habrá mayor o menor afinidad, pero esta no antecede a la colaboración, sino que la acompaña. A algún otro lo conocía, sí, incluso personalmente, pero eso sólo significó que sabía a quién escogía para que cada libro en concreto fuera tratado de la manera más acertada posible. Y todos cometemos errores (generalizando, en absoluto me refiero a este caso: no he leído 'Los últimos' pero sí otras obras de Juan Carlos Márquez y me parece un escritor sólido, perfectamente capaz de generar opiniones como la de David), pero mire usted, este es mi oficio y el orgullo profesional me lleva a desempeñarlo a tumba abierta. Admito la posibilidad de haberme equivocado aquí y allá, pero el objetivo siempre ha sido realizar la mejor revista posible. Un resultado harto difícil si el criterio primero, segundo o quinto hubiera sido el del amiguismo. Saludos.

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    3. Yo no creo que Milo fiche amigos para, no sé, favorecer a las editoriales. Ni se me ha pasado por la cabeza. Sí creo, en cambio, que David Aliaga elige los libros que elige para promocionarlos (será que no ha libros en editoriales modestas). NO dudo que le gusten, pero eso es casi peor que mentir. Primera reseña: Márquez. Segunda reseña: Juan Vico. Ambos, como él, colaboradores de Quimera. A eso me refiero con amiguismo, no a otra cosa. Deberían intentar parecer algo menos... no sé, "algo menos" y tal vez Qué leer, del mismo modo que les sugiere prudencia en sus notas, podría sugerirles prudencia en la elección de los libros que reseñan. NO por nada, pero es una pena que la labor de Qué leer se vea enfangada por las políticas masturbatorias de unos cuantos. Por lo "que parecen", perdón, políticas masturbatorias.

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  11. En el fondo no hay nada que no sepamos.

    La puta clave de la cuestión.

    Como dejar de acudir a la reunión de la comunidad de propietarios y preguntarle a un vecino con el que no te llevas mal del todo (os saludáis en el ascensor) qué tal fue la reunión y, con un escueto "como siempre", saber exactamente cómo había sido, quién había discutido con quién (y por qué) y, al final, quedarte con la pregunta relevante en el aire, sin contestar: "cuánto subirá la derrama".

    PD - Tongoy, no seas cabrón: admite lo delicioso de un sistema que, siendo numérico, utiliza como unidad básica el tintero. Juas.

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    1. Más o menos. La diferencia está en que no todo el mundo lo sabe, como no todo el mundo sabe que los premios planeta son pactados. Parece increíble pero es así, existe esa gente. He conocido algunos.

      Al final, la que sale perdiendo es la de siempre: la mala puta.

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    2. Ya.
      Y también hay gente inteligente que pasa de ir a las reuniones de la comunidad.
      Aunque luego pase lo que pasa.

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  12. UN ANÓNIMO MISERABLE es doblemente miserable.

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  13. Hombre, si vamos al fondo de la cuestión la cosa más o menos va así: la mayoría de las reseñas que se hacen en blogs por parte de escritores españoles hacia otros escritores españoles parten de amiguismo o cercanía (por ejemplo editorial). Bueno, si se trata de blogs, puede pasar. Cada uno promociona lo que le da la gana. La crítica, si la hay, queda, sin embargo, invalidada. Se trata de un hoy por ti mañana por mi. Pero en los medios de difusión pública, informativos, son aspectos que hay que cuidar, porque es muy fácil de rastraer todas esas relaciones. Juan Carlos Márquez, que se gasta una acidez considerable con todo el mundo, no sé si simplemente por ser de Bilbao, supongo que además porque cree que es muy bueno en lo que hace, gestiona muy bien todo este tema. Ya ha puesto en el face la fábula de la rana y el escorpión. Tongoy es el escorpión y él la rana. Por prudencia, solo por prudencia, no se pueden poner al lado Crimen y Castigo, que tiene un siglo de lecturas, y Los últimos, que tiene unos meses de calentón y merecido entusiasmo de sus amigos. Y hasta donde yo entiendo el escorpión no se ha portado tan mal con la rana. Hay que tener el pellejo más correoso.
    Un saludo a todos, Antonio Báez, sin foto.

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  14. Mucha repetición veo yo aquí... ¿Pero no se le había dedicado ya una entrada al libro de Juan Carlos Márquez, en la que, por cierto, no comenté porque no me gusta el género y porque no he leído nada suyo? Las fábulas mejor, sí, tienen moraleja y todo, normalmente. ¿De verdad el tema, el libro o el autor pueden dar para dos entradas?¿O se trata de estirarlos?.

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  15. Estupendos comentarios, como viene siendo habitual por otro lado, amigo Carlos.Tan solo decir que el símil de esa mala puta que es la literatura española se puede trasladar a la perfección a la literatura dramática, o sea al teatro escrito. Nada más hay que ver cómo, a quien y con qué obras se otorgan los premios de teatro en nuestro país. Los amigismos, enchufes y nepotismo prevalecen en esos territorios del servilismo. Se premian obras irrepresentables, intelectualoides y los nombres premiados se repiten dependiendo de las modas de salón. Un ejemplo reciente (de ayer mismo): la SGAE, nada más y nada menos, lleva dos años entregando su premio nacional al mismo autor. No pasa nada; se lo merecerá. Pero la misma SGAE también crea unas becas de escritura dramática, y ¿a quién se la otorgan?: al mismo autor, Por si no tenía suficiente el archipremiado recibe en el mismo periodo una beca del INAEM, que depende del Ministerio de Cultura para que sus emolumentos se completen debidamente. ¿Es qué no hay más autores en el panorama Español o... ? Y podía seguir con mil y una miserias. Pero no quiero aburrir. Todos sabemos de lo que hablamos; la "casta" no solo esta en la clase política, en la cultura florece y se guarece. Así nos va. Así va el teatro Español; de culo.

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  16. Para que se acabe todo el problema de la endogamia, el mercantilismo, los padrinos, etc., el MEC, en lugar de subvencionar a editoriales que ya de por sí obtienen beneficios publicando mierda, debería crear una editorial que sólo publicara talentos nacionales, teniendo una serie de expertos que valoren las obras con el corazón en la mano y mirando por el bien cultural del país. Y si te pones exquisito, incluso crear una revista digital totalmente gratuita en la que una serie de expertos en literatura reseñen las obras más actuales.

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  17. Vamos a ver si decimos la verdad. En España, actualmente, no hay autores del nivel de Juan Villoro, Marcelo Figueras, Guillermo Fadanelli, Piglia o Daniel Sala. Estos te podrán gustar más o menos, pero no tenemos autores de ese nivel. Que no decir de Bellatín o Jaime Bayly.

    Solo hay uno, que a mí me conste.

    Y es normal que suceda eso. De la cantidad sale la calidad. Si hay 300 millones de hispanohablantes en sudamérica (por ahí le andarán más o menos ¿no?) y 50 en España. Lo lógico, y natural, será que haya muchos más escritores sudamericanos buenos que escritores españoles buenos. Algo de cajón. ¿O, acaso, vamos a pretender que el hecho de nacer a este lado del Atlántico va a dotar a la gente de unas mejores dotes para la fabulación? ¿A santo de qué?.

    Los españoles, como casi siempre, haciéndonos la picha un puto lío ¡Ay, ay, ay...!

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    1. ¿Bayly? ¡Válgame el Altísimo! No escribe peor porque no puede, porque es imposible. Las leyes de la física (incluyendo la cuántica, que ha desterrado el concepto "ley") no lo permiten.

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    2. Bayly es grandísimo, Daniel. Lo único que sucede es que a usted no le gusta. Auténtico, sin pretensiones, con unos diálogos perfectamente creíbles y una sensibilidad indestructible. Pura literatura, hermano. Lo único que sucede es que a usted no le gusta. Bayly, sus novelas, son una cruzada permanente contra la mentira y la pretenciosidad. Y si, en alguna ocasión, aparecen fuegos de artificio es porque ha querido dispararlos. Y te avisa. Y se descojona de si mismo. Lo único que sucede es que a usted no le gusta.

      "Fue ayer y no me acuerdo" "Los últimos días del diario La Prensa" y "Yo amo a mi mami" son tres obras maestras de la narrativa en castellano. Y si aun no las han leído, ya están tardando. Y, esto último, también va por usted, Daniel. Siete tinterazos cada una, por lo menos (Y un calamar) ;-)

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    3. Pues la verdad es justamente esa, Julian. No me gusta un pelo. Pero te haré caso y, en cuanto pueda, le daré una oportunidad a "Fue ayer y no me acuerdo", que ni le he echado un ojo. Un saludo.

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  18. Uff! Que penoso! A las únicas personas que puede importarles leer esta basura es a pedantes con olor a pedo rancio como Dalmau. O a faranduleros del gremio literario. Muy penoso.

    Si el desembarco continuo de latinoamericanos en su editorial le parece la causa de su derrota, pues no me quiero imaginar que clase de basura literaria producen los españoles.

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  19. Puro racismo, de Dalmau:
    "el desembarco continuo de latinoamericanos en nuestro mundo editorial. Este flujo migratorio de presuntos talentos que arribaban a nuestras costas, como en patera, ha alterado definitivamente el ..."

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  20. (No soy anónimo, soy Albert J. Lumpen... desconozco el funcionamiento de las cuentas de usuario y eso. Disculpen)
    ...
    Hace treinta años Miguel Dalmau se paseaba todos los días del verano por la playa de Sant Salvador (El Vendrell) con un libro de Chéjov bajo el brazo. Paseaba vestido de escritor: pantalón blanco, chaqueta blanca, sombrero blanco y camisa azul clarito. Soy escritor, explicaba a todos los que se cruzaban en su camino, es decir, a los que entraban o salían del agua, porque Dalmau andaba por la orilla, vestido de aquella guisa, mojándose los pies, mojando los bajos del pantalón de escritor, de lino. Conseguía, tras dos o tres horas de paseo, atraer unas 520 miradas, ahí va el escritor comentaban los bañistas; Dalmau era feliz, el reconocimiento precoz como literato colmaba su estratosférico deseo de vivir en el mundo de las letras, de formar parte de este mundo. Ël y Chéjov. Chéjov y Dalmau. Andaban los dos y Dalmau se acariciaba la barba, en un clarísimo gesto de observador playero. Gafas oscuras, esas de escritor. Pies desnudos de escritor. Muchos dejábamos de magrear a nuestras novias cuando pasaba el escritor, siempre con el libro de Chéjov muy visible. Ahí va el escritor, decía la gente. Pero el escritor hoy aborrece la literatura, o su literatura. Él sabrá.

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