Bueno, a ver, un tema: LOS RECONOCIMIENTOS. Hoy toca una no-reseña, que es un invento nuevo para evitar hablar de lo que hay que hablar.
Los reconocimientos es una cosa que pesa como setenta kilos y me ha dislocado un hombro, el derecho, y ahora, según haga así o asá, hace clic o clac. También es un libro, Los reconocimientos, pero sobre todo una prueba de esfuerzo.
En Los reconocimientos encontramos (opino, con la experiencia que me da haber leído casi todas las novelas del autor (a excepción de Su pasatiempo favorito, que tengo a medio terminar desde hace un par de años, cuando supe de estas reediciones sextopisonianas)) un Gaddis casi en bruto, sin la experiencia que dan los años (contaba veintipocos, el chaval, cuando lo escribió) pero también un Gaddis desatado, descontrolado, que apuesta por el exceso en todas sus formas, incluida la escrita, y cuyo único objetivo parece ser volver loco al lector o directamente darle la vuelta a todo.
Es llamativo, por ejemplo, en Los reconocimientos, la cantidad de ruido que se genera, la gente que habla en fiestas o fuera de ellas. Ni un momento de silencio, de paz y tranquilidad. Es insoportable, gozosamente insoportable, diría (nadie, nadie, escribe unos diálogos como los de Gaddis, NADIE. Y nadie, nadie, organiza unas fiestas como las de Gaddis. NADIE). Es como si buscara saturar el ambiente; alimentar, como un remedio contra vagos y maleantes, el exceso con más exceso. Bien mirado, ¿cómo no iba esta novela a explotarle en las manos a los cincuenta y tantos críticos que, ávidos de cubrir su cuota semanal (de libros que se leen en dos o tres días, otro para la crítica y un largo fin de semana para descansar), debieron leer este libro con un ojo puesto en sus páginas y otro en la sección de novedades? Menudo atajo de vagos. O menudo trabajo de mierda, si lo piensan: leer el parto de un joven y presuntuoso escritor que no se atiene a ninguna regla no escrita, que desubica continuamente al lector y que prescinde casi por completo de cualquier asomo de línea narrativa o argumental. Que elige, de todos, el camino más tortuoso.
Y mira que lo advirtió, Gass, en el prólogo: despacio, people, sin prisa, relax, con toda la calma del mundo, que el libro no se va a escapar, que ha venido para quedarse.
Qué puta manía de no hacer caso a la gente, de verdad.
«No hay por qué darse prisa; las páginas que tiene usted por delante pueden estar ahí todo el tiempo que usted quiera. Es perfectamente aceptable que algunas cosas no se entiendan desde el principio, y que haya referencias a cosas que usted no reconoce. Siga leyendo alegremente. No nos quedamos todo el día en la cama sólo por haber extraviado la agenda, ¿verdad? No, necesitamos entender este libro –disfrutar de su encanto, de su ingenio, de su ironía, de su erudición, de su sensual materialización- como entendemos a una pareja con la que hemos vivido y a la que hemos escuchado y amado durante muchos años, noche tras noche».
Ya, ya sé que el prólogo de Gass es posterior a la primera edición. Precisamente. Disfrutemos de esta ventaja: a día de hoy hemos tenido sesenta años de preparación para Los reconocimientos, esa eterna deuda pendiente; ese libro que antes o después te planteas leer; esa fábrica de excusas baratas: el año que viene, mejor, que este estoy liado con otras cosas; es que ahora me viene fatal, tengo muchas lecturas atrasadas; lo pongo en lista de espera pero que sepas que me apetece mucho leerlo; ahora necesito algo más ligero; pesa mucho; me la tengo que leer; júrame, júrame, júrame que vale la pena; Brian marked it as to-read.
Blablablabla. Anda, no me jodas. Cobardes. El que quiera garantías que se compre un lavadora.
Pero sí, es verdad, admitámoslo: leer a Gaddis, especialmente al Gaddis de Los reconocimientos, es una prueba de valor, un ejercicio de paciencia y voluntad en muchas ocasiones desalentador; es un esfuerzo agotador y exasperante que no se verá necesariamente recompensado en una primera lectura pero que, si se le presta la debida atención, hará más felices muchas de las horas que dediquemos a tamaña labor siempre que seamos capaces de olvidarnos de sus 1400 páginas plagadas de referencias irreconocibles, digresiones, personajes desquiciados y situaciones irritantes (cuando es precisamente eso, en mi humilde opinión, lo que más lo enriquece: esos personajes desquiciados, esas situaciones irritantes, ese viaje a ninguna parte, ese fondo de realidad alterada, de pose, de falsificación, de una realidad tan poco real). La recompensa: el placer de la lectura. ¿Acaso hay otra?
Venga, prueben. Arriésguense. Es algo diferente. ¿Qué pueden perder? ¿Un mes, dos? ¿Seis? Bah, será por meses. Y si no es Los reconocimientos que sea Jota Erre (sí, por favor, por favor, sí) o Gótico carpintero o Ágape se paga, pero lean a Gaddis, por el amor de Dios, lean a Gaddis y déjense de excusas -que, por otro lado, nadie se cree- de una puta vez.
«Por eso, casi todo lo que ahora se escribe, cuando lo lee van uno dos tres cuatro y te cuentan lo que ocurrió como reportajes periodísticos, sin adjetivos, sin frases largas, sin truco alguno en apariencia, y finalmente creen que creen realmente que la forma en que lo vieron es la forma en ocurrió, cuando en realidad…. […] Escriben para gente que lee con la superficie de su mente, gente con hábitos de lectura que les exigen lo mínimo, gente enseñada a leer en busca de hechos, que sabe lo que va a venir a continuación y quiere saber lo que viene a continuación, y se enfada con las sorpresas. La claridad es esencial, y el detalle, nada de falsos misticismos, los hechos son ya bastante malos. Pero nos desconcierta la gente que cuenta demasiado, y que lo cuenta sin sorprenderse». (Pág.187)
Háganse un favor: recuperen la perspectiva. Lean a Gaddis.
Señor Tongoy, le hice caso con Barth y su plantador de tabaco. No me arrepentí, porque adoro a Voltaire y a Dickens; pero toda esa gente posmoderna o prevanguardista no suele tener sentido de la mesura y se vuelve indigesta a base de resmas y cuadernillos hasta para los más pacientes. Lo intentaré con Gaddis, más que nada porque un ERE deja mucho tiempo libre, incluso para que quepa una decepción.
ResponderEliminarDe "Gótico carpintero": «... no estoy hablando de ignorancia. Estoy hablando de estupidez. Si quieres ignorancia puedes encontrarla aquí mismo, o hace tres millones de años, eso era ignorancia, era el amanecer de la inteligencia, pero lo que tenemos ahora es un eclipse. La estupidez es el cultivo deliberado de la ignorancia, eso es lo que tenemos ahora. Y la revelación es el último refugio que encuentra la ignorancia frente a la razón. La verdad revelada es el arma que la estupidez tiene para enfrentarse a la inteligencia (...). La resurrección, la transmigración, el paraíso, el karma, todas esas malditas cosas, todo eso forma parte de la eterna tontería, toda esa tontería... Es sólo miedo. Simplemente el pánico ante la idea de no existir, así que deciden que van a encontrarse con la misma esposa y la misma familia en otra vida y todos se reúnen de nuevo el día del Juicio Final, o piensan que van a volver bajo cualquier forma, la de un perro, la de un mosquito, cualquier cosa mejor que no volver, el mismo pánico mires donde mires, cualquier fantasía delirante para darse ánimos y cuanto más inverosímil mejor, cualquier evasión de la única cosa absolutamente inevitable que hay en la vida... ¡Libros! Hacen falta libros que erosionen los valores absolutos, las verdades reveladas de los fanáticos, planteando preguntas que no se puedan contestar con firmeza».
ResponderEliminarLeí Jota Erre por tu recomendación y la verdad es que es una jodida maravilla. Nunca había leído nada igual y creo que nunca lo volverá a hacer, pero hay que echarle un par de narices para meterse con él.
ResponderEliminarLos reconocimientos caerá, aunque dentro de un tiempo prudencial porque no me veo con ganas de meterme otra dosis de Gaddis, no me vaya a dar un chungo.
Eso sí, me parece que con el que no has acertado es con el Padre muerto, me lo agencié y me parece una chuminada, aunque ya comentaré...
Papel moneda...
Pues yo leí "Gótico carpintero" y la sensación que me quedó fue rara. Gaddis transmite muy bien el desasosiego, el caos en el que se mueven las vidas, el nerviosismo de los personajes (esas llamadas de teléfono que interrumpen SIEMPRE los diálogos son geniales)... de acuerdo. El estilo me parece fantástico, traslada formidablemente la lengua coloquial y lo insustancial e intrincado de muchos discursos cotidianos, esto también se lo elogio. Lo que se dice humor no se lo encontré tanto, será que soy un poco rancio. Y tampoco veo muy creíble la longitud de los "parlamentos", gente que apenas se conoce habla durante páginas enteras (pienso en los diálogos entre Billy y el dueño de la casa, por ejemplo), no es funcional, lo siento, al menos en mi opinión.
ResponderEliminarNadie lee a Gaddis y queda indemne. Nadie lee a Gaddis sin perder algo en el intento. Quien lee a Gaddis pierde la inocencia y la virginidad lectora. Se acabó, a partir de Gaddis sólo existe el abismo de la aventura (estéril) de encontrar algo parecido. Caída libre. Nada es como Gaddis. Nadie escribe como Gaddis. Nadie te lleva tan alto....tan dentro....tan lejos....
ResponderEliminarYa que se mencionada de pasada a William H. Gass..
ResponderEliminarSabemos que este autor tiene sus tres o cuatro obras maestras esperando a gritos que una editorial (Alo, Sexto Piso?) las edite en español de una buena vez. No solo novelas, también ensayos.
Es un fundamental.
Hay una deuda pendiente en nuestro idioma, con él y con John Hawkes.
Desde aquí mis rezos.
Después de leer su reseña no tengo ni idea de qué va la novela. Si es lo que pretendía (porque al leer a Gaddis estas cosas pasan) lo ha conseguido. Se agradecería, en todo caso, que hablara un poco sobre el texto y menos sobre vaguedades e impresiones (algo habrá en las 1400 páginas reseñable -además de los diálogos-, vamos digo yo). A no ser que sea comisionista de sextopiso, que todo puede ser, o escriba sin saber de lo que escribe...
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarUna vez acabado Jota Erre ahora vienen (estoy ya) Los Reconocimientos. Una cosa es consecuencia de la otra.
Hay que reconocer que Sexto Piso, como otras muchas editoriales, está publicando novelas muy interesantes de gente como Luiselli, Manguel, Magris, Barth, Gaddis, etc, etc.
Francisco L. para saber de qué va un libro te recomiendo ir a:
destripandolibros.com
loquelareseñanoteensaña.ninfo
resumenespepito.wf
muchospoiler.fuck
Lo bueno de un libro es saber si a quien lo ha leído le ha gustado o no, porque si miras los suplementos culturales y lees las parrafadas (cada vez más ajustadas por temas de espacio, donde lo único relevante es lo que va en negrita, juass) de los reseñistas son intercambiables, plagadas todas ellas de frases hechas, o de retazos de entrevistas con los propios entrevistados, o frasecillas extraídas de los gabinetes de prensa de la editorial o de las sinópsis, etc) para cualquier novela, donde bastaría cambiar el título de un libro por otro sin que se advierta apenas diferencia.
Lo bueno de un blog es que uno no debe dar su parecer en 500 palabras, aunque a muchos esa distancia les resulte insalvable.
Saludos
Es llamativo, por ejemplo, en Los reconocimientos, la cantidad de ruido que se genera, la gente que habla en fiestas o fuera de ellas. Ni un momento de silencio, de paz y tranquilidad. https://doctorariobo.com/4-atractivos-turisticos-de-niebla-chile/
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