La cosa pudo perfectamente haber sido así: un día cualquiera Luisgé se encuentra por la calle a Fernando Royuela y lo invita a comer o bien quedan para cenar con Marta Sanz, Javier Montes y Marcos Giralt, por ejemplo, cincuentones casi todos o camino de serlo (esto será motivo de conversación en algún momento), en casa de alguno de ellos (1). En la sobremesa Royuela les cuenta la historia de Constantin Cavafis (2), historia que acompaña de la lectura de uno de sus poemas (sacado de un libro llamado La ciudad, que lleva oculto en el maletín, ni que fuera un disfraz de superheroe). El poema tiene, entre otros versos, los siguientes: “Recorrerás las mismas calles siempre. En el mismo / arrabal te harás viejo. Irás encaneciendo / en idéntica casa.” (3)
Lo más probable es que durante ese encuentro se hubiese despertado la imaginación —de habitual facilona— de Luisgé Martín que viendo que tenía dos tardes libres a la semana les dijo a todos: “Voy a sacar un libro de ahí; no me lo piséis, cabrones, que os conozco”. Ellos, algo molestos por la apropiación, suponiéndola indebida, le exigieron, como contraprestación (pues andaban todos como locos buscando tema para su siguiente obra maestra) salir en la novela como personajes poco menos que terciarios; simples menciones; presencias cuasifantasmales, excusas de veracidad. “Pero ay de ti que me saques pendón”, pudo advirtirle Marta. Royuela, atacado por los celos, exigió algo más de protagonismo, al fin y al cabo había sido su declamación el origen de todo. Quizá por eso su nombre se repite cuatro veces.
Esto también explicaría por qué salen los cuatro, la cena y la amistad con el protagonista en la página 112. Puestos a justificar, justificaría también la conversación en torno a la edad, motivo último de esta novela.
A los cuarenta años [dice el narrador, esto es, Luisgé] o a otras edades menos ásperas, yo, como casi todo el mundo, había sentido el deseo de cambiar de vida por completo, de abandonar Madrid para marcharme a una ciudad distinta y lejana, de buscar un trabajo nuevo en el que pudiera comenzar a aprender cosas diferentes o de separarme de esos amigos constantes que, aunque queridos, me encadenaban a costumbres ya encenagadas y fastidiosas.
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La novela trata sobre la crisis de los cuarenta, un tema en el que me van ustedes a suponer experto. Un hombre, anodino y vulgar, acomodado, con hijo y perro que trabaja en un bufete situado en las famosas Torres Gemelas se encuentra el 10 de septiembre de 2001 con un antiguo compañero, simpático aventurero y conquistador de mujeres y países por igual, que le recuerda lo miserable de su vida de mujer, perro y piscina. (“A los cuarenta años la felicidad se convierte en un asunto que concierne solamente a los demás.”) Dónde quedaron todos aquellos sueños de juventud y tal. Una putada. Tanta que cuando al día siguiente, 11-S, los aviones famosos se estampan contra su oficina, él, que llegaba tarde, decide romper con todo. Se marcha, sin despedirse, a vivir otra vida, la de su amigo, por ejemplo, y a la mierda todo lo que hasta ahora fue, hijo incluido.
Estaba convencido de que para llegar a comprender las honduras del alma humana había que descender a los infiernos, pasar privaciones y sufrir desengaños. Por todo ello, afrontó su nueva situación con cierto sentimiento de alegría, como si en vez de soportar un castigo recibiera una recompensa.
El tipo tiene suerte o la cosa no hubiera pasado de cuento y medio. Supónganle mil aventuras, amores, amantes y ruina moral, de la buena, de la que fortalece el alma (o así lo creía él). Se le hace el seudónimo famoso a golpe de poema y forja una leyenda de escritor huraño. Más amores, más amantes, tirarse de un puente, follarse un maromo y una pizca de obra social. Las cosas propias de empezar tarde a experimentar. En la cumbre de su decadencia acabará en Madrid, donde se confundirá entre una multitud de aspirantes a famosos. Esto último es broma.
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La novela, planteada como una ficción incrustada en la vida del escritor/narrador (en la que él apenas aparece, no como el omnipresente Carrere en las suyas), está plagada reflexiones interesantes pero también algo manidas y a ratos repetitivas, del tipo "Había empezado a presentir, como si estuviera convirtiéndose al budismo, que la felicidad no consiste en cumplir los deseos, sino en no tenerlos" que giran en torno a lo que fue, lo que pudo ser, lo que acabó siendo. Lo que vamos camino de ser. Y todo por culpa de los putos cuarenta, que son una edad del demonio. Con un estilo sobrio, en absoluto alegórico y plagado de detalles, avanza una narración que cuesta interrumpir (que es casi lo mejor que se puede decir de una novela) aunque sí es verdad que mediado el relato y viendo que la vida de susodicho está condenada a la insatisfacción, cae un poco en lo ya visto no hace tantas páginas. Mal menor, en vista de la extensión, pero pecado mortal si tenemos en cuenta que la conclusión a la que llega después de cien páginas es exactamente la misma a la que habría podido llegar en veinte si el protagonista no fuese un auténtico imbécil. La misma ciudad es una novela interesante, -especialmente para aquellos a los que va dirigida, la generación de los ya-no-tan-jóvenes- que se pretende realista (obviando increíble de ciertos supuestos) y con un final tirando a decepcionante, que evidentemente no voy a compartir. Incluye enseñanza final, advertidos quedan.
(*) Todas las citas están sacadas de la novela:
(1) “En esa fiesta le presenté, entre otros, a Marta Sanz, a Javier Montes y a Marcos Giralt, a los que llegó a frecuentar bastante en los siguientes meses. Fue con Fernando Royuela, sin embargo, con quien alcanzó una intimidad mayor, pues los dos tenían cierta propensión a los discursos abstractos, a la especulación inconcreta y al espiritismo político.”
(2) “Había nacido en Alejandría y al morir su padre, cuando él era aún un niño, se había trasladado con su familia a Inglaterra, donde se educó y aprendió el inglés, que fue el primer idioma en el que intentó escribir poesía. Después vivió en Constantinopla y pasó temporadas en Londres, en Francia y en Atenas. Pero quiso volver a Alejandría y vivir allí desempeñando un trabajo anodino en una oficina gubernamental que dependía del Ministerio de Obras Públicas.”
(3) Aquí el poema completo:
"Dices: «Iré a otras tierras, a otros mares.
Buscaré una ciudad mejor que ésta
en la que mis afanes no se cumplieron nunca,
frío sepulcro de mi sentimiento.
¿Hasta cuándo errará mi alma en este laberinto?
Mire hacia donde mire, sólo veo
la negra ruina de mi vida,
tiempo ya consumido que aquí desperdicié.»
No existen para ti otras tierras, otros mares.
Esta ciudad irá donde tú vayas.
Recorrerás las mismas calles siempre. En el mismo
arrabal te harás viejo. Irás encaneciendo
en idéntica casa.
Nunca abandonarás esta ciudad. Ya para ti no hay otra,
ni barcos ni caminos que te libren de ella.
Porque no sólo aquí perdiste tú la vida:
en todo el mundo la desbarataste."
Pero entonces ¿es mejor que La mujer de sombra? No me lo creo.
ResponderEliminarA mí me gustó más. El estilo es más o menos el mismo pero el tema de La mujer de sombra me interesó menos que este. Aquí la caga en que la historia no hay quien se la crea, pero si aceptas pulpo como animal de compañía pasarás un par de horas entretenido.
EliminarPues me la leeré, aunque confieso que la inverosimilitud no es de los defectos literarios que menos me importan. Si un escritor decide ser realista, que se joda y asuma las consecuencias. El tema no me llama mucho la atención, pues para la cuarentena me faltan aún casi veinte primaveras. Vamos, leeré el libro como si tratase de la senectud.
EliminarOlmos sacó reseña hoy de este mismo libro. (Nos llamamos, nos preguntamos qué te vas a poner hoy, qué lees, qué reseñamos y poquito a poco vamos coincidiendo). El caso es que él pone un buen ejemplo de esto que dice de la inverosimilitud: cuando el tipo, recién estrenado en la mendicidad, llega a un bar, pide trabajo y lo consigue y a partir de ahí todo son puestas abiertas. O lo de buscar a creadores de identidad en google. Por dios... Pero es que lo cuenta tan bien que casi da pena sacarle defectos.
EliminarSinceramente, es que no parece casualidad... Olmos y tú sois la misma persona (es decir, Malherido y Tongoy)? Si es así, ¿por qué no pones también fotos de tías buenas, en vez de tipos deformes, como es el caso? ¿Un rollo freudiano o algo?... Vale, ahora en serio: Lo que supongo, dadas las numerosas coincidencias en cuanto a los libros reseñados, y no sólo entre vosotros, es que las editoriales os mandan a los blogueros destacados sus novedades para que las comentéis. No me voy a escandalizar: como soborno resulta algo cutre. Ahora bien, yo también quiero leer gratis. me voy a montar un blog de libros y eso. ¿"El lector corrupto" es buen título? ¿O "Páginas de Bárcenas"...? Lo digo por si alguna editorial rumbosa se quiere prestar a meter entre las páginas de esos ejemplares de cortesía un discreto sobre con billetes morados? O marrones, que no me importa... o de los azules, incluso, qué carajo. Todo sea por la literatura.
EliminarA Olmos no sé, pero a mí el único libro que me ha enviado Anagrama fue el de Miguel Angel Hernández a petición del propio escritor. (Libro que sí he leído pero no reseñado.) Más quisiera yo…
EliminarY sí, claro que me mandan libros (nunca a petición propia, por cierto) pero salvo contadas ocasiones son precisamente esos libros los que menos me apetece leer y en el 90% de los casos son de pequeñas editoriales o de los propios escritores de editoriales todavía más pequeñas. Lo cierto es que soy un pésimo reseñista de libros recibidos. Tardo mucho en leerlos y cuando los reseño ya sólo se encuentran en librerías de viejo, amén de que pocas veces me gustan. Quizá es por eso poco a poco van dejando de llegar.
El truco para leer novedades es tener suerte y estar un poco al día. En lo que va de año he hecho 71 desideratas a la biblioteca, casi siempre cuando el libro estaba a punto de salir, lo que me pone, como futuro lector, literalmente “en cabeza”. Por otro lado tener como biblioteca la única a la que parece no haber afectado la crisis es para no dejar de pegar botes durante un mes.
Una vez más de acuerdo contigo, Carlos. El relato largo se hace pesado en el medio y el final es bastante decepcionante,,, Le pasa a Martín, que aun siendo un buen escritor, no consigue hacer creíbles sus personajes centrales... sus psicologias nos resultan endebles o demasiado pueriles pese a pretender conferirles de cierta complejidad.
ResponderEliminarEn la mujer de Sombra y aquí, Martín se refugia en la alegoría. y en cierto sentido la fuerza para llevarla con demasiada evidencia hacia donde él quiere. Lo mismo hacia un gran maestro; Nathaniel Hawthorne consiguiendo brillantes resultados artísticos más que ideológicos. De hecho el relato del autor americano,"Wakefield", es un claro referente del libro de Luigé. Claro que este cuento era para Borges uno de los mejores que se habían escrito nunca y que además, prefiguraba la escritura de Kafka. El cuento de Hawthorne tiene 12 páginas que te dejan estupefacto, al de Luisgé le sobran un montón. Pese a todo, es un libro interesante y recomendable para sobrellevar la crisis de los 40
También anoto y busco Wakefield. Qué pena no haberlo sabido antes, cuando la reseña de La mujer de sombra.
EliminarReciente mente han salido dos libros de temática similar, sobre el cambio de identidad y busqueda de nuevas fronteras personales, en Impedimenta.
ResponderEliminar"Enterrado en vida" de Bennett (el eterno enemigo de la V. Woolf) bien escrito, chispeante y con gracia,
Y de David Nobbs "Caída y auge de Reginald Perrin" divertidísima sátira, para partirse de risa con inteligencia. En ambas los personales principales son cuarentones, en crisis y rodeados de una sociedad en decadencia y alienante. Muy nuestro. Se presta aun análisis sociológico, o a reírse de uno mismo y de la sociedad como hacen estos dos buenos libros.
El argumento de la de Nobbs hace de la de Luisgé un plagio: Inspiradora de una de las comedias televisivas más famosas de todos los tiempos, Caída y auge de Reginald Perrin es una obra maestra del género humorístico en el ámbito anglosajón. Su protagonista, Reginald Perrin, es un hombre gris; un mediocre e infeliz ejecutivo de ventas cuarentón, que malgasta sus días en la empresa Postres Lucisol, sometido a un jefe estúpido para el que desempeña un trabajo alienante, mientras lleva una vida suburbana al lado de su esposa y una familia plagada de gorrones. Hasta que un día, entregado a continuas fantasías que le apartan momentáneamente del sopor, decide tirarlo todo por la borda y dar el gran paso: desaparecer sin dejar el menor rastro, simular su propio suicidio, y adoptar una segunda identidad para volver a comenzar desde cero.
EliminarMe pongo a burcarlas inmediatamente. Una pena, Impedimenta, si tuviese este de Nobbs sólo dos euros más barato se lo compraba. Joder, qué rabia. Pinta genial.
La serie de TV, protagonizada por Leonard Rossiter, que yo recuerdo haber visto, era estupenda.
EliminarEn dos palabras: reciente mente.
EliminarInsó lito.
Tongoy, reconoce que te gusta la poesía y que leiste el libro por Cavafis. Venga, te lo perdonaremos por lo de la crisis de los cuartenta.
ResponderEliminarTienes que sorprendernos algún día con la crítica de un libro de poemas, anímate!
Déjate de bromas pero sí me apetece reseñar poesía. La putada es cada vez que abro un libro, me duermo. Así no hay manera.
EliminarConste que el poemita no está mal.
No es nada frecuente que hables de un autor español en términos tan encomiásticos, Carlos. Sólo por eso, tengo curiosidad. No he leído nada de Martín, así que anotado queda.
ResponderEliminarPero mi tema es otro. Uno estaba convencido de que los sociólogos del malestar contemporáneo ya habían sancionado el desplazamiento de la 'vieja' crisis de los cuarenta –ya se sabe, esa edad en la que papá empezaba a hacer cosas raras con la secretaria o con una alumna aventajada, o se compraba un deportivo proto-fálico y compensatorio– a 'nueva' crisis de los cincuenta, ello tanto por el proceso de acelerada adolescentización (o subnormalización) del personal en nuestras amadas democracias de mercado como por el incontestable dato empírico del incremento de la esperanza de vida (vaya expresión, si uno lo piensa bien...). En fin, uno ha vivido la crisis de los dos, la de los cinco, la de los seis, la de los siete.... and so on, así que de la de los cuarenta ni me enteré.
Lo dicho, queda anotado Martín.
Abz. (y, si me lo permites, otro para Zombie)
Con permiso o sin él, otro abrazo para ti, Clement, que estás muy misterioso últimamente.
EliminarY ya puestos y para que no haya pelusas, tb para el resto.
Aquí podéis abrazaros todos. Será por amor.
EliminarLa crisis de los cuarenta estará siempre ahí. Y la de los cincuenta. Y los sesenta. En el fondo es siempre la misma, que es un poco recurrente. Lo que pasa es que acabando la década se te va olvidando lo horrible que parecía aquello.
Lo mismo que le he puesto a Malherido: creo que es una fabulilla siglo veintiunera y que la carencia de verosimilitud no es nada relevante (si nos ponemos, podemos sacar muchas más faltas en este aspecto, pero no creo que el texto invite a ser ceñudos realistas).
ResponderEliminarSe os ha escapado a los dos de dónde se ha sacado Martín la idea para su novela... ya os lo contaré cuando toque.
Pero vamos a ver, ¿cómo que se nos ha escapado? No he podido entrar en más detalles! Es broma. Deseando saberlo estoy, aunque por otro lado la crisis de los cuarenta tampoco es que sea el Gran Tema Oculto.
EliminarPues todo esto me recuerda mucho al “caso Flitcraft” que Hammett narra en “El halcón maltés” y que Auster recuperó en “La noche del oráculo”. En fin...
EliminarHola:
ResponderEliminarPues yo tengo en la estantería pendiente el de La mujer de sombra, a ver si este verano me pongo con él de una vez, que he oído hablar muy bien de él.
Saludos
Nunca te creas lo que dicen. Son todos unos mentirosos.
EliminarCreo que es un escritor sobrevalorado.
EliminarHombre, la crisis de los cuarenta me parece un buen punto de partida, siempre que se sepa desarrollar bien. Dicho esto, nuevos usos del ano en la cultura occidental también podría ser un buen punto de partida si se sabe desarrollar bien.
ResponderEliminarYo creo que eso de buscar temas principales y secundarios, las intenciones evidentes y las escondidas, etcétera, es cosa de los críticos y opinadores. No creo que nadie se siente a escribir a partir de nada semejante.
¿Vosotros qué tema elegiríais si tuvieses ganas, tiempo y talento para escribir 400 páginas?
Quique
A mí el tema me parece cojonudo, sobre todo porque si me diese por escribir y puestos a tirar de autobiografía (es primer recurso del escritor primerizo) lo de la crisis de los cuarenta me vendría de perlas.
EliminarYo en mi novela hablaría de nosotros.
¿Nosotros somos tú y yo? Di que sí, tonto.
EliminarYo también tiraría de crisis de los 40, pero sin ahogarme en el humor. Diría que cada cosa que me duele desde que los cumplí es, muy probablemente, cáncer, pero lo diría con dolor y preocupación, jamás haciendo chistes.
Vamos, no me jodas. Cada vez que me acuerdo de lo de ahogarse uno en humor me pongo más enfermo. ¿Cómo coño puede uno escribir acerca de la crisis de los 40 sin tirar (mucho) de humor?
Quique
Carlos, ¿ya andas por los cuarenta? ¡Qué barbaridad! Aún recuerdo la última vez que nos vimos. ¿Qué tenías... 35, 36? ¡Fíjate como pasa el tiempo! Igual te ha salido la barba y todo. En cuanto deje de nevar y podamos salir del iglú, podríamos quedar y ver si todavía nos reconocemos. Te daré una pista, seré la más cachonda de hasta donde te alcance la vista.
EliminarQuique, ahóganos de nuevo, corazón.
Bicos,
Marieta
También podría interpretarse como una fábula para el cuarentón de la crisis actual, patrocinada por Fátima Báñez: si te aburre y angustia tu vida de parado en España, cámbiala por otra de joven aventurero en Alemania o los Emiratos Árabes.
ResponderEliminarEn todo caso, es reconfortante descubrir que cuando se juntan cuatro escritores españoles para cenar se ponen a hablar de Cavafis, en vez de hacerlo de lo mal que va todo, de "Splash, famosos en remojo" (o como se llame el concurso de turno) o de la crisis del Real Madrid post-Mourinho, como cualquier ciudadano español corriente y moliente. Tenemos una clase intelectual que es que no nos la merecemos...
ResponderEliminarQué tortura con estos intelectuales, las crisis son a los 20 o a los 30 años. ¿Crisis vital de los 40? Por favor. Cuánto retraso.
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