viernes, 24 de junio de 2011

(Un cuento)


El sábado pasado no, el anterior, fui a la biblioteca pública a recoger unos libros, no recuerdo cuales. Como iba con mi hija tuve que pasar, sí o sí, por la sección infantil. Mientras ella hacía cabriolas en la colchoneta en la que minutos después iba a tener lugar un cuentacuentos yo me dediqué a buscar cinco cuentos que contarle por la noche antes de dormir. Entre los elegidos había uno llamado “El tigre que vino a tomar el té” que en su momento no me llamó especialmente la atención pero que hoy descubro que es algo así como un clásico de toda la vida, superventas y todo eso. La historia es muy sencilla: un tigre se presenta por sorpresa en una casa y una madre y su hija lo invitan a tomar un té. El felino, como era de esperar, acaba al instante con las pastas, los dulces y el té, que bebe directamente de la tetera. Después va a la cocina y acaba con todo cuanto hay de comestible en los armarios, en la nevera y en la despensa. Se llega a beber incluso el agua de las tuberías y cuando ya no queda nada, ni sólido ni líquido, se despide y se va. Inmediatamente después llega el padre y no teniendo nada que cenar decide llevar a su familia a un restaurante. Al día siguiente incluyen en la cesta de la compra una enorme lata de comida para tigres que es de suponer les arreglará el problema la próxima vez que éste se presente, cosa que no llegará a ocurrir jamás. (Esto lo sé porque lo dice el texto que sale de la trompeta que está tocando (el tigre, sí) en la última página).

Tal como dije al comienzo eso ocurrió hace dos semanas. Desde entonces yo he debido leerle ese cuento tres veces y su madre no menos de dos. Le gusta. El caso es que exactamente una semana después, el sábado siguiente, volví a la misma biblioteca, en esta ocasión sin mi hija y sólo para recoger algunos libros que tenía pedidos, entre los que se encontraba “Nuestro Trágico Universode Scarlett Thomas que empecé a leer ese mismo día y terminé anoche, minutos antes de escribir este cuento. 

La novela de Scarlett Thomas -de la que hablaré la semana que viene con más detalle- trata, entre otros muchos temas, el de la magia y de las señales que envía el universo que adoptan forma de casualidad, de las historias sin historia, de los finales de los cuentos que nunca terminan así como de las conclusiones que debe sacar uno mismo de las lecturas. En un momento determinado, cerca del final, concretamente en la página 439, encontré el siguiente texto que ha dado lugar a esta entrada algo atípica:

“Me obligué a recordar un libro que había leído de pequeña en el que un tigre se presenta en una casa de un barrio de una ciudad. La madre da de comer al tigre con la comida que hay en la casa y luego la familia tiene que salir a cenar fuera. La madre se asegura de que tiene una lata de comida para tigres en la despensa. La lata en el libro era impresionante, mucho mayor que las latitas que tenían la comida de los gatos de los Cooper.”

No creo que tenga la magia nada que ver en esto ni que el universo me esté enviando señal alguna pero no deja de ser divertido y sobre todo curioso descubrir estas casualidades que si bien no sirven para nada tampoco son completamente inútiles: le arrancan a uno una sonrisa, consiguiendo además que el día acabe con una divertida anécdota que no me he resistido a compartir con ustedes y de la que -siguiendo los consejos de la novela- me niego a extraer conclusiones. Me ocurrió algo parecido hace muy poco: al día siguiente de terminar de leer “En la carretera” de Jack Kerouac elegí un episodio al azar de una serie llamada “Bored to death”, que es algo así como “qué pasaría si un Woody Allen fracasado fuese detective” en la que el protagonista debía investigar y resolver el robo de un ejemplar de “On the Road” firmado por el escritor. El caso de “El tigre que vino a tomar el té” tiene el placer añadido –por aquello del amor de padre- de incluir en la anécdota a mi hija. Porque tengo muy mala memoria y no quiero olvidarlo es por lo que hoy les cuento este cuento. 

6 comentarios:

  1. Bonita anécdota.

    The Chosen.

    ResponderEliminar
  2. Hola, me sonaba la autora del cuento, y lo he comprobado en internet:

    Judith Kerr es una autora que me gustó mucho en mi infancia, gracias a dos libros publicados en Alfaguara juvenil, "Cuando Hitler robó el conejo rosa" y "En la batalla de Inglaterra" (éste es una continuación del anterior), sobre una familia judia, vista desde el punto de vista de la hija, en la época nazi en Alemania.
    Unos libros muy recomendables para las nuevas generaciones.

    saludos
    p.d gracias por leer mi libro
    David

    ResponderEliminar
  3. Mejor, entonces, no leer "La continudad de los parques"...

    La historia es cojonuda.

    ¡Ah! Y no estoy de acuerdo: las casualidades sí que tienen utilidad. Como todo el mundo sabe, son el producto de las timbas nocturnas de los dioses

    ResponderEliminar
  4. Lo cierto es que cuando se producen estas coincidencias con gusto se dejaría uno llevar por la libre interpretación para darles un significado. Pero, ¿no dejarían entonces de serlo?

    Gracias The Chosen.

    Gracias Hablador. Me he ido corriendo a rescatar el cuento de Cortázar que mencionas y sí: simplemente genial. Dejo un enlace al mismo por si interesa, al fin y cabo se lee en tres minutos: http://www.literatura.org/Cortazar/Continuidad.html

    David, ni se me ocurrió investigar a la autora pero me anoto esas dos novelas. El caso es que la primera, la del conejo rosa, me suena... No sé.

    P.D. Un placer.

    ResponderEliminar
  5. Cuidadín, no leerlo sentado en un sillón. Mejor de pie y apoyado en la pared, por si las casualidades.

    ResponderEliminar
  6. Calle, calle... me tocaron en el hombro mientras lo leía y creí que era usted.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.