miércoles, 4 de noviembre de 2015

Brevísimo apunte sobre ‘La ley de la ferocidad’ de Pablo Ramos

Ha pasado más de un mes desde que leí esta novela. No pensaba escribir ninguna reseña, entre otras cosas porque no fue una lectura que me sugiriese nada especial (las reseñas, lo digo ahora, se eligen a sí mismas) pero mientras escribía esto, hace unos minutos, mientras redactaba la nota que debía incluir en el resumen de lecturas de octubre, descubrí que tal vez sí tenía más cosas que decir de las que en un principio parecía. No muchas, de acuerdo, (el tiempo escasea y la memoria es frágil y yo no estoy dispuesto a una necesaria relectura), pero sí más de las que acostumbro a utilizar en esos resúmenes. De ahí esta no-reseña, este Brevísimo Apunte, este inesperado arrebato que no busca ser en modo alguno una recomendación ni una invitación a la espantada sino una simple fe de lectura.

La responsable de prensa de Malpaso me recomendó muy vivamente esta novela (tal no muy “vivamente”, pero desde luego sí con el entusiasmo necesario para llamar mi atención) y entre que soy de natural confiado y la ella me inspiraba (y me inspira) bastante confianza decidí tirarme de cabeza a la piscina total para descubrir que no estaba del todo llena, la dichosa, pero tampoco del todo vacía. 

La ley de la ferocidad (magnífico título) va sobre padres e hijos. Todo un tema, no me digan. Si no el mejor, probablemente el más prometedor pero también el más arriesgado: como te salga mal no te levantan el castigo en un mes.

Un hombre muere y su hijo le organiza un velatorio de dos días dos. Dos días con sus noches y sus sobremesas de morirte de asco. La novela es lo que el hijo hace durante ese período de tiempo, ese duelo, a saber: follar, beber… emborracharse hasta la inconsciencia, en ocasiones pasarse por allí, un ratito, a follar, también y a beber. A provocar, a molestar, a jugar al lobo feroz. Y es que la sombra de un padre pesa mucho. Especialmente cuando tu vida es una construcción diseñada para demostrar que eres mucho mejor que él. Y entonces, cuando ya los has superado, cuando ya no te puede escupir encima, cuando ya vas a tener tú la última palabra, va y se muere, el cabrón. Y ahí te quedas, sabiendo que no es tuya, sino suya, toda la plata que has ganado; que no son tuyos, sino suyos, todos los logros conseguidos. Que de no ser por él, por lo que tiene de marca a batir, nunca hubieras sido nada, si acaso otro puto padre de mierda. 

La novela se narra desde el futuro, echando la vista cinco años atrás, desde la perspectiva del que ya ha logrado superar, gracias en cierto modo a la escritura, esa frustración y, es de suponer, ese alcoholismo por lo que supongo que este libro es lo que pasa cuando uno se perdona por haber odiado a su padre hasta una edad relativamente avanzada con una ferocidad de adolescente.

La novela llama la atención más por el tema, seguramente, y por lo que se lee entre líneas que por las líneas mismas, esto es, por lo que cuenta, ese voluntario descenso a los infiernos. Y es que tanta borrachera y tanta leche acaba por comerse demasiada novela y al final se queda uno con una extraña sensación de creer que se ha estado cerca, muy cerca, pero que no se ha llegado, no sé sabe la razón.

Interesante, en cualquier caso; lo bastante, al menos, para plantearnos la lectura del inmediato anterior e inmediato siguiente del autor, toda vez que, hemos leído por ahí, estamos frente a una suerte de trilogía, que parece que ya la gente no sepa escribir otra cosa que trilogías.



3 comentarios:

  1. El sitio a propósito para esto que voy a decir debería haber sido la entrada anterior, pero como esta todavía no tiene "comments", he preferido colocarlo aquí, a ver si, así, se va caldeando la cosa.

    Me hace gracia, de este blog, que a veces entra gente a hacer un comentario y, a continuación vuelve a entrar, bajo otro nickname distinto, para criticar el comentario que ¡él mismo! acaba de colgar justo antes. Una especie de antionanismo intelectual al que yo, la verdad, no le acabo de pillar el punto. Aunque lo tendrá, sin duda, si no, no se practicaría.

    Un ejemplo.


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  2. Pero que gilipollas eres, julian. Como se nota que los de ediciones de "Pletórico Verbo" no quieren saber nada de ti.

    (Soy yo mismo, bluff, que me dedico a autoflagelarme en público).

    Ya me explicarán los que se dedican a esto, la gracia que lo encuentran. A mi parece una soberana memez. En fin...

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  3. ¡Joder, a ver si es que en este sitio todos los comentarios los hacía el mismo tío y yo, sin querer, le he cortado el yógur!

    No me cuadra que no haya nadie que diga esta boca es mía trátandose de la crítica al libro de un autor español que se abre paso. Ni los detractores de Tongoy, ni los detractores del tal Ramos, ni los de editorial, ni Candeira (je, je...) ¡Nadie! Absolutamente nadie. Aquí hay gato encerrado. Salvo que...

    ¿Y si fuera yo el tío más coñazo de entre todos los que se dejan caer por el blog? Gluuup. No quiero ni pensarlo. ;-)

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