Todo lo que de bueno pudiera tener esta novela se va directamente a la mierda en (incluso, si me apuran, a partir de) el octavo capítulo de la tercera parte. Son cuatro, las partes; es decir, que llegando al final aunque tampoco es que el resto sea ninguna maravilla.
Dejen que se lo explique.
Verán, desde el comienzo del libro Cercas va arrastrando un discurso de esto no es una novela esto es una novela sin ficción un relato real, porque, asegura, ese es el único vehículo posible para contar la historia de Marco, ingrata tarea que jura y perjura imposible al tratarse de una historia a la que no se puede llegar «a través de la ficción sino sólo a través de la verdad»:
«Me dije que Marco había contado ya suficientes mentiras y que por lo tanto ya no podía llegarse a su verdad a través de la ficción sino sólo a través de la verdad, a través de una novela sin ficción o un relato real, exento de invención y de fantasía, y que intentar construir un relato así con la historia de Marco era una tarea abocada al fracaso».
Pues bien, después de darnos la paliza con esto durante no menos de trescientas cincuenta o cuatrocientas páginas, el bueno de Cercas, tal vez aprovechando que llevaba tiempo sin salir en la foto, se saca de la manga un capítulo, el ya mencionado capítulo o episodio octavo de la tercera parte, que reproduce un diálogo imaginado (¡nada menos que imaginado!, esto es, ¡no exento de invención y fantasía!) entre él y el protagonista o el que debería ser el protagonista o el que venía siendo hasta ese momento el protagonista de la no novela o novela sin ficción o relato real, relato exento de invención y fantasía, como bien se ocupa de recordarnos tantas veces como trece a lo largo de esta novela sin ficción, este relato real, este relato exento de invención y fantasía. Pues bien, este diálogo, que parece creado única y exclusivamente para darle a la novela una entidad que no tiene, una doble intención que no se esperaba o para justificar una extensión que no requiere, es, en realidad, un instrumento al servicio del escritor, una vía para su propio injustificado lucimiento pero también, inevitablemente, una demostración de lo bajo que se puede caer, de los niveles de patetismo que se puede alcanzar para nada más que dar algo de qué hablar toda vez que la novela se desinfla a media que avanza.
«Dios —(dice un imaginario Marco a un imaginario Cercas)—, cómo se esfuerza usted, qué horror de vida la suya, infinitamente peor que la mía o que la que la gente creía que era la mía antes de que me descubrieran: cada mañana levantándose casi de madrugada y escribiendo durante todo el día para mantener la impostura, para que no le pillen, para que nadie se dé cuenta, leyendo lo que escribe, de que es usted una farsa de escritor, un escritor sin talento, sin inteligencia y sin nada que decir, cada día fingiendo que no es usted un fantoche, un descerebrado, un personaje lamentable, un hijo de puta completamente asocial y un auténtico sinvergüenza».
¿Y todo esto total para qué?
Pues todo esto total para nada porque esta novela sin ficción o relato real, relato exento de invención y fantasía trata, en realidad, o debería tratar (o eso nos promete, Cercas, una y otra vez y otra puta vez hasta que decide unilateralmente pasárselo todo por el forro) sobre Enric Marco, que fue un señor que hace unos años se hizo mundialmente famoso al saltar la noticia de que era un mentiroso compulsivo. O lo parecía. Mentiroso, seguro, reconocido; compulsivo, está por ver, probablemente sí.
La novela, decíamos, trata sobre Enric Marco. Javier Cercas, tras años sin decidirse (o eso dice), se lanza a escribir la novela sobre este señor que aseguraba haber sido siempre un luchador por la libertad y no pasó de oportunista, de vulgar mentiroso. Conviene no olvidar esto, tenerlo muy presente y también sus consecuencias, mínimas todas ellas. Cercas, para contar su historia, utiliza un estilo muy parecido al de Carrère (otro aficionado a salir en las fotografías ajenas) en ‘El adversario’, con una diferencia fundamental: Carrère no necesita 430 páginas para contar la historia de una mentira, mucho más interesante en mi opinión (a pasar de su menor repercusión mediática), que la Enric Marco, que al fin y al cabo no pasa de ser un jeta, por más que Cercas se empeñe, en un intento un tanto ridículo de engrandecer su vida, obra y milagros, en impregnarlo todo de una épica normalidad, si acaso tal cosa es posible:
«Marco es lo que todos los hombres somos, sólo que de una forma exagerada, más grande, más intensa y más visible, o quizás es todos los hombres, o quizá no es nadie, un gran contenedor, un conjunto vacío, una cebolla a la que se le han quitado todas las capas de piel y ya no es nada, un lugar donde confluyen todos los significados, un punto ciego a través del cual se ve todo, una oscuridad que todo lo ilumina, un gran silencio elocuente, un vidrio que refleja el universo, un hueco que posee nuestra forma, un enigma cuya solución última es que no tiene solución, un misterio transparente que sin embargo es imposible descifrar, y que quizás es mejor no descifrar.»
No es este momento, el de la entrevista imaginada, el único en el que Cercas ejerce de innecesario y molesto protagonista. Y no estoy hablando de todos los momentos en los que Cercas narra cómo llega a escribir la novela, al fin y al cabo son dudas que sí piden a gritos ser llevadas al papel desde el momento en que la historia de Marco ha de ser juzgada, al menos por el escritor, como más o menos interesante. A él, evidentemente, se lo parece y a otros muchos, seducidos ya sea por el estilo (esa falsa —ahora la sabemos— novela sin ficción, etcétera etcétera), ya por el propio escritor, ya por la propia historia, ya por haber sido víctimas (o haberse sentido víctimas, que es parecido pero no lo mismo) de la impostura de Marco, también. Y esto a pesar de que, lo siento mucho, no lo es. Interesante, quiero decir. O a mí no me lo parece, quiero decir, a regañadientes. La historia de Marco es la historia de un mentiroso. De un mal mentiroso. Y la traducción que hace Cercas es una mala traducción que no logra su objetivo ni a golpe de repeticiones o de establecer odiosas comparaciones (prepárense para la aberración) entre el personaje del Marco Inventado o el Marco Real con Don Quijote o Alonso Quijano, según el momento, comparación ésta a la que no duda en recurrir en demasiadas ocasiones y en repetir, una vez y otra vez y otra puta vez, la misma cantinela:
«A punto de llegar a los cincuenta años Alonso Quijano dejó de llamarse prosaicamente Alonso Quijano y empezó a llamarse poéticamente don Quijote de la Mancha, dejó los cuidados cotidianos de su ama y su sobrina por el amor imposible y radiante de Dulcinea, dejó las rutinas insípidas de su casa por las sabrosas incertidumbres de los caminos y las ventas de España y dejó su pobre vida de hidalgo por la vida pródiga en aventuras de un caballero andante; de igual modo, poco después de llegar a los cincuenta años Marco dejó de llamarse Marco y empezó a llamarse Marcos, dejó a una inmigrante mayor, andaluza y sin cultura, por una joven culta, elegante y medio francesa, dejó un suburbio obrero de Barcelona por un suburbio burgués y dio de lado su vida tediosa de mecánico por una vida apasionante de líder sindical y paladín de la libertad política, la justicia social y la memoria histórica. ¿Más? Más. Como Marco, don Quijote está hambriento de fama y gloria, ansioso de que sus hazañas perduren en la memoria del mundo, impaciente por que hombres y mujeres hablen de él, lo quieran y lo admiren y lo consideren excepcional y heroico; como Marco, don Quijote es un mediópata, un adicto a salir en la foto.»
¿Pasamos por alto que Don Quijote es un loco y no es un vulgar mentiroso y un egoísta y un oportunista como sí lo era Enric Marco? Venga, va, pasémoslo. Total, ¿qué más da?, si, total, de lo que se trata es de dar a un hombre, ya sea este héroe o villano, la categoría de extraordinario y qué mejor manera de hacerlo, de lograrlo, que compararlo, un vez y otra vez y otra puta vez con el amigo Quijano.
No se dejen engañar: en ‘El impostor’ no hay hombres extraordinarios, no hay héroes, ni dentro ni fuera de libro, por más que Javier Cercas se quiera anotar ese tanto:
«—[…] pensé que a estas alturas por lo menos una docena de escritores españoles habrían escrito ya sobre Marco. Pero no hay ninguno, me parece.—No que yo sepa —confirmó Santi—. Bueno, creo que alguno lo intentó, pero se asustó enseguida. ¿Te extraña? A mí no. En la historia de Enric todo el mundo queda como el culo, empezando por el propio Enric, siguiendo por los periodistas y los historiadores y acabando por los políticos; en fin: el país al completo. Para contar la historia de Enric hay que meter el dedo en el ojo, y a nadie le gusta eso. A nadie le gusta ser un aguafiestas, ¿no es cierto? Y menos a los escritores españoles.Santi debió de temer que yo tuviese una reacción gremialista o patriótica, porque enseguida se disculpó, vagamente. Le dije que no tenía por qué disculparse.—No, ya lo sé, es sólo que... En fin. —Una sonrisa traviesa alargó sus labios por debajo de su bigote ralo, que se había manchado de café—. ¿Sabes? Me gusta mucho la literatura, leo bastante, también la española; pero, para serte sincero, los escritores españoles de ahora me parecen un poquito insustanciales, por no decir cobardones: no escriben lo que les sale de las tripas sino lo que les parece que toca escribir o que va a gustar a los críticos, y el resultado es que no pasan de la ornamentación o el esnobismo».
La historia de Enric Marco —inofensivo mentiroso, le pese a quien le pese— que por sí misma no daría, como de hecho no dio, para mucho más que unos artículos de opinión durante dos semanas, un especial en alguna revista o un documental, es desarrollada, hipervitaminada y mineralizada por Javier Cercas a lo largo de nada menos que cuatrocientas y pico páginas gracias a su buen hacer, es decir, gracias a su facilidad para repetirse, repetirse, re-pe-tir-se, meterse en la novela, a él, a su hijo, a su terapeuta; para inmiscuirse sentimentalmente, como hace Carrère en ‘El adversario’ o Capote en ‘A sangre fría’ (las comparaciones no son mías, sino de Cercas que se cuida muy mucho de recordarnos qué otros referentes debemos tener en cuenta a la hora de leer su genial y ¡original! novela sin ficción o relato real, relato exento de invención y fantasía); para sacar a colación (bendita entrevista imaginaria) la cuestión de la Memoria histórica, esa ley que tanto debe a Soldados de Salamina y por extensión al propio Cercas. Y tantas cosas más.
«—Y ahora dígame otra cosa: ¿quién había oído hablar en España de la memoria histórica cuando se publicó su novela [Soldados de Salamina]?
—¿No me estará diciendo que la apoteosis de la memoria histórica ocurrió por culpa de mi novela? Soy vanidoso, pero no tonto.
—Ocurrió por culpa de su novela y de otras cosas, pero por culpa de su novela también. ¿Cómo se explica si no el éxito que tuvo? ¿Por qué cree usted que tanta gente la leyó? ¿Porque era buena? No me haga reír. La gente la leyó porque la necesitaba, porque el país la necesitaba, necesitaba recordar su pasado republicano como si lo estuviese desenterrando, necesitaba revivirlo, llorar por aquel viejo republicano olvidado en un asilo de Dijon y por sus amigos muertos en la guerra, igual que necesitaba llorar por las cosas que yo contaba en mis charlas sobre Flossenbürg, sobre la guerra y sobre mis amigos de la guerra: sobre Francesc Armenguer, de Les Franqueses, sobre Jordi Jardí, de Anglès...»
‘El impostor’ de Javier Cercas es la inofensiva y dilatada historia de un también inofensivo Enric Marco, un mentiroso de profesión que debe agradecer a una impostura sus cinco minutos de gloria y gracias al cual contará Cercas con su dosis anual de vanidad proporcionada por todos esos críticos o no tan críticos adoradores de la ornamentación y el esnobismo y a las novelas sin ficción o relatos reales, relatos exentos de invención y fantasía.
Hola.
ResponderEliminarJavier Cercas tiene buen olfato. La historia de Marco es jugosa, aparente y cuando menos da el pego.
La extensión del libro es desmedida y Cercas resulta cansino a fuer de decir una y otra vez lo mismo, dando vueltas en círculo en un bucle del que apenas sale. El libro va de más a menos y al final se apaga como una vela.
Los libros en los que el autor se pasa medio libro justificándose me aburren. Cercas haría bien escribiendo un ensayo sobre "la literatura como impostura", "el literato como francotirador" "la industria de la memoria histórica o histérica" y/o devaneos literarios similares, porque mezclar realidad con no ficción y rematarlo con esa entrevista inventada que comentas supone el descabello de la novela.
Me sorprende que no aparezca por aquí Benito Bermejo, el aguafiestas, dado que esta blog actúa como tal. Cuando uno lee por todas partes que esta novela de Cercas es el no va más, lo mejorcito del año, copando muchas listas de lo mejor del 2014, es difícil no creérselo, es arriesgado quitar la razón a los que se suponen que "entienden de esto", pero !!!!tachhhhhhhhhaaaannnnn!!! de repente, uno llega a aquí y lee algo que comparte a pies juntillas (ya dí mi parecer en su día http://www.devaneos.com/libros/el-impostor-javier-cercas-2014/) y le alegra ver que en el mundo de la crítica hay también Benitos Bermejos -aguafiestas- que le muestran el lector que no es oro todo lo que reluce y que hay vida inteligente más allá de los Top Ten Más Vendidos, del merchandising y de las recomendaciones de Babelia y similares.
El final es lo peor de todo. Tan innecesario... ¿a quién le importa, llegados a ese punto, si falsificó Marco o no alguna prueba? ¿Cambia algo? Bah, terrible despropósito.
EliminarLo de ser lo mejor del año, para Cercas debe ser una tradición.
Gracias por pasar, un saludo.
Acabo de terminar de leer el libraco y comparto el juicio. Confieso que es ameno de leer, pero que hay un exceso desmesurado de egolatría por parte del autor, y demasiada inflación de la importancia real del caso. Y, claro, la comparación con Carrère desmerece mucho la obra. Tampoco podía evitar ir recordando la novela que leí justo hace un año ("El hombre que amaba a los perros"), que también supera en calidad literaria a "El impostor" por muchos cuerpos de ventaja.
ResponderEliminarEl hombre que amaba los perros es una vieja cuenta pendiente. Esta coincidencia (la del disgusto) me anima a tenerlo en cuenta nuevamente.
EliminarGracias por pasar.
No sé como es la novela de Javier Cercás pero tu artículo, desde una perspectiva Tongoy/Escritor, que no desde una perspectiva Tongoy/crítico, cuyo bagaje no voy a poder juzgar al desconocer la obra comentada, me ha gustado mucho. Partiendo, en cualquier caso ¡claro! de una consideración inicial que, a tales efectos, considero decisiva, la de que "yo" no soy "Javier Cercas".
ResponderEliminarExcelente texto para colar en un novela en la que un crítico, gruñón, lúcido e implacable, de un periodicucho de provincias, va sucesivamente dejando marcados con una "T", en la jeta, a lo más granado de la intelectualidad capitalina ¿Y los lectores del blog?. Comparsas. Bueno... julian bluff... no sé. No estaría mal... tal vez, que el tipo ese fuera el que, al final, se acaba acostando con la becaria ;-)
¡Un abrazo para todos!
jajajaja, gracias, Bluff, muy amable. Te diré que ya hay una novela por ahí (la tengo, de hecho, en alguna estantería) en la que sale esta medicina. Creo que me matan, pero no podría jurarlo.
EliminarUn abrazo, elemento.
Coincido con julian bluff (y no suelo hacerlo, :))
ResponderEliminarMe he reído mucho con esta reseña. Te ha salido en este párrafo puro Bernhard...
"Pues bien, después de darnos la paliza con esto durante no menos de trescientas cincuenta o cuatrocientas páginas, el bueno de Cercas, tal vez aprovechando que llevaba tiempo sin salir en la foto, se saca de la manga un capítulo, el ya mencionado capítulo o episodio octavo de la tercera parte, que reproduce un diálogo imaginado (¡nada menos que imaginado!, esto es, ¡no exento de invención y fantasía!) entre él y el protagonista o el que debería ser el protagonista o el que venía siendo hasta ese momento el protagonista de la no novela o novela sin ficción o relato real, relato exento de invención y fantasía, como bien se ocupa de recordarnos tantas veces como trece a lo largo de esta novela sin ficción, este relato real, este relato exento de invención y fantasía."
No he leído el libro, pero me he reído mucho. Gracias, :)
No se merecen. Si se ha reído, ya ha valido la pena el esfuerzo.
EliminarUn saludo.
Soy bluff. Hecho una moto.
ResponderEliminarAl anónimo de las 22:13 (2015.01.12)
Como me satisface enormemente que esté de acuerdo conmigo en la (cuestionable) hipótesis de que yo voy a ser el que va a ligarse a la tia buena, le disculpo, de todo corazón, todas sus discrepancias anteriores ¡Pelillos al la mar!
Sobre Bernhard
Sobrevalorado. Lo meritorio es tratar asuntos complejos con frases simples. Pero... tratar de temas complejos con frases aun más complejas todavía ¡Ya me dirán el mérito que tiene! Se busca por los seguidores de este autor -opino- poseer un estigma de desmarque, una autoafirmación. "Yo no soy como la masa, la masa no llega a entender bien estas cosas y yo sí. La vida es jodida pero yo molo mucho" Y... bueeno... no se paran a pensar que Berhhard no es exactamente como Pessoa. Es más racionalista, menos emotivo. Y cuando se hace la picha un lío se le nota más.
Y, nada, que esta es mi opinión.
No le imaginaba yo perdiendo el tiempo con este escritor. Claro, también es cierto, yo no soy quien para imaginarle y dios me libre de esa presunción pero eso, que me ha sorprendido.
ResponderEliminarMi opinión tras leer soldados de Salamina fue que nunca más. Cercas me resultó un cantamañanas que había dado con la fórmula aquietaconciencias de la progresía confort de este país. Y no creo que me equivocara ni una miaja al comprobar la trayectoria que siguió. Y como escritor más bien del tipo correcto, como cuando un hijo redacta sus deberes sin faltas y no chirría la sintaxis. Para aprobar sirve, eso es verdad, pero en mi caso les empujo a las ciencias porque tendrán que estudiar con beca.
Saludos.
Marga
Esa forma de enredarse y darle vueltas y más vueltas y dale que te pego y vuelvo otra vez y sigo dándole al ciruelo (lo que sería descriptivo de un adolescente onanista granulado antisocial rebelde hedonista) puede considerarse el toque Cercas.
ResponderEliminarNo te quejes de las dimensiones que necesitó 700 páginas para anatomizar un puto instante.
Jocosa reseña, voto a bríos.
PS
Disculpe Vd. el lenguaje, pero pareció apropiado para el impostor - impostura - postura - postureo - apostura - apuesto que sabrá perdonármelo.
¡Vaya, qué bien, una nueva novela de Javier Cercazzzzzzz.....
ResponderEliminarDecir que Anatomía de un instante (sí, parecía eterno) sí me gustó.
ResponderEliminarLa figura de Suárez cogía dimensiones épicas y la prosa no era en bucle como en El Impostor.
Anatomía la recomiendo, El impostor también, a mis enemigos.
Tan larga, tan reiterativa tuve la sensación de que la novela ficcionada o la ficción novelada empezaban una y otra vez ya que explica el pasado de un hombre aun vivo y lo arrastra como un saco de arena, pesado eh?
ResponderEliminarAdemás me molestan ciertas generakizaciones como afirmar que muerto franco todo el mundo se dijo antifranquista desde siempre. Vaya mentira.
La comparación con el Quijote que va asomando de vez en cuando con vocación de afirmación sobre una gran obra se atreve a comparar al vivo Enric con el Quijote, ser ficticio debido al genio de Cervantes. Y, por supuesto, Cercas tampoco es Cervantes. Debería caérle la cara de vergüenza.
No digamos la también ficticia conversación entre el bíogrago y el bíografiado. Cercas en un intento de mostrar su nobleza se adelanta a ciertos comentarios que crítica y lectores realizarán después.
Que se sepa Lluís Marco fue un mentiroso pero no cometió ningún crimen de sangre y. es más, ayudó a popularizar el holocausto.
Soldados de Salamina me gustó pero ya nada más.
De Javier Cercas sólo he leído Soldados de Salamina, que me gustó bastante. No he vuelto a leer nada de él, pero es un tipo que me cae simpático sin que sepa decir bien por qué ... (quizá sólo por oposición a Arcadi Espada con el que tuvo una polémica hace unos años)
ResponderEliminarCuriosamente, allí Arcada llevaba razón, y le restregó con maestría (muy fácilmente, pues fáciles eran los argumentos de Cercas) su teoría de la no ficción y la novela real y la verdad ulterior y tal y pascual.
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