miércoles, 7 de enero de 2015

“En presencia de un payaso” de Andrés Barba

De la contra: «Una novela indispensable de quien es ya sin discusión uno de los escritores más importantes de su generación en lengua española». ¿Les suena? Júrenme que si no les hubiese dicho el título del libro al que hace referencia, sabrían igualmente de quién se trata. Júrenmelo. Miéntanme, pinochos.

Andrés Barba es un crack, no me digan: indispensable, indiscutible. Y no sólo eso. Atentos: para Chirbes, imprescindible; para Lira, un grande de España, para The Times, un prosista excepcional; para Yvancos, impresionante; para sigueleyendo (¿qué ha sido de esta gente, por cierto?), el mejor de su generación (o casi); para Vargas Llosa, un maestro. Maestro. Con esta carta de presentación uno (es decir, yo) llega a esta novela (mi segunda experiencia con Barba) con temor reverencial y un nivel alto de desconfianza, como viene siendo habitual, en cualquier caso. Pero lo cortés no quita lo valiente. Que yo desconfíe no quiere decir que no sepa apreciar a un buen escritor cuando lo leo. Y Barba lo es. En serio. Lo juro por estas. Otra cosa ya, la novelita.


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Pienso, exactamente ¿para qué se escribe una novela? Yo sé que he formulado esta pregunta millones de veces; que soy pesadísimo; que ya carga, Tongoy, con esa puta manía de darle a las cosas la importancia que no tienen. Un libro no es más que un libro, me dicen. Y yo, miren, sí, lo entiendo; que uno tiene mucho tiempo libre y lo dedica a esto, perfecto, allá él y su vida tirada a la basura, también yo lo pierdo leyendo chorradas, al fin y al cabo, que es casi peor, si lo piensas, pero no entiendo, de verdad que no lo entiendo, que uno sea el mejor escritor de su generación, un prosista excepcional, un maestro de maestros, un tio impresionante, la puta caña, en definitiva, no entiendo, decía, que puedas ser todo eso y aún así dedicar tu tiempo, tu año, un año entero de tu vida, que ya no eres un crío, leches, que ya vas cuesta abajo, que estás en tiempo de descuento y estás dedicando tu tiempo a escribir, a pensar, diseñar, escribir, borrar, reescribir, reescribir, corregir, corregir y corregir algo tan absolutamente intrascendente, anodino e inofensivo como esta novela, como En presencia de un payaso, un ejercicio de estilo, otro más, la enésima demostración de lo que uno sería capaz de hacer si lo hiciese, si dejase, no ya de intentarlo, sino directamente de insinuarlo. 

Si quieren mi opinión, En presencia de un payaso es una forma absolutamente cobarde de escurrir el bulto. Otra vez. Si eres un gran escritor, escribe una gran novela, venga, ya. O calla. 


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Pero bien, ya sabemos: expectativas, promoción. Ventas, ventas, ventas. 

Humo.

Ahora bien, la novela no es humo; la novela está ahí; la novela es esto:

El protagonista es un científico que consigue, por azar --la parte de azar que tiene toda experimentación científica y subsiguientes descubrimientos-- algo lo bastante importante para ser publicado en una revista de reconocido prestigio en el medio, un artículo explicativo y, a su modo, laudatorio del hecho en sí. Además, debe incluir un autobiografía en 350 palabras, pero, ojo, ha de ser literaria o ha de parecerlo; algo especial, marca de la casa de la revista dichosa («No se trataba, repetía, de un currículum académico, sino de un autorretrato informal: an informal self portrait».) Marcos, que así se llama nuestro héroe, se las ve y se las desea cuando cae en la cuenta de que su vida es una mierda que no da ni para 150 a doble espacio. La novela es lo que ocurre durante las dos semanas que tiene para escribirlo, sin llegar a ser ese el tema. No entraré en mucho detalle, pero además de darnos un paseo por su aburrida biografía, Marcos tiene que lidiar en un asunto de una herencia: su mujer y su cuñado deben decidir si venden o no la casa de su suegra recién fallecida. La mujer, nada, bien, una tía maja; su cuñado es el famoso payaso del título, una suerte de Ángel Garó venido a menos por una exagerada politización de su buen hacer. 

Y ya está. 

Se supone que Marcos aprende una gran lección, madura y no sé cuántas cosas más pero el caso es que da igual, al final es la vida de un hombre, un momento en la vida de un hombre, por el que no sentimos especial cariño y que lejos de un relato familiar harto conocido no aporta gran cosa a la literatura que no sea el habitual darse cuenta de las cosas

«No recordaba qué le hizo pronunciar aquella palabra. Marcos sabía, o creía recordar al menos, que no brotó de la inteligencia consciente, ni siquiera del estómago o de la sangre, sino de otro lugar, un lugar limítrofe, como la zona de evaporación del agua ante un hierro al rojo vivo, un lugar parecido al del humor frente al mundo real, al del payaso frente al ministro. «Quémalo.» [...] Era absolutamente cierto; desde que había dicho aquella palabra había nacido en él una imperiosa necesidad de ver arder ese dinero. ¿Por qué? En parte era como si se hubiese activado una erótica, pero no de la destrucción. No deseaba destruir aquel dinero sencillamente por el placer macabro de inutilizarlo, ni mucho menos intentaba exorcizar la traición de su madre con un gesto «purificador»; en realidad era más bien como un movimiento que nacía de ese mismo dinero en concreto, de la naturaleza que lo había impregnado, de la forma en la que había sido amasado, una erótica que danzaba precisamente alrededor de su propio origen y que también tenía que ver con todo lo que le había sucedido durante los últimos meses: el trabajo en el laboratorio, la noticia de la publicación del artículo, la visita de Abel, Nuria...»

Si acaso el propio Barba, ya lo hemos dicho, con un estilo muy a tener en cuenta, sobrio y atento a los detalles más nimios, con capacidad de sintetizar, de dotar a sus personajes de una humanidad y una credibilidad poco habitual y de una por momento irritante costumbre de abusar de las comparaciones. Barba redactor de lo mundano. Pero hace falta algo más que vocabulario; hace falta involucrar al lector, lograr que se interese por las miserias ajenas.

La novela —y supongo que parte del problema reside aquí— nace de un hecho casual: un paseo con un amigo; una charla sobre Bergman; un sugerente título; querer hacer algo con un payaso sin saber exactamente qué. O lo que es lo mismo: escribir por escribir, por hacer dedo, para llenar algún vacío editorial o sabe dios para qué. Escribir una novela para poder utilizar un título es una excusa horrible para escribir una novela. De hecho ahora mismo no se me ocurre casi ninguna peor.

«[…] me recomendó entonces una película de Ingmar Bergman que yo no conocía […]. La película se titulaba precisamente así: En presencia de un payaso. No sé si en algún momento llegué a buscarla —todavía hoy no la he visto y a estas alturas prefiero no verla ya—, lo que sí sé es lo que me sucedió cuando escuché ese título maravilloso, algo así como si alguien hubiese entonado los primeros acordes de una melodía. Pensé que si algún día escribía una novela sobre un payaso, y ése era un tema que me llevaba rondando la cabeza varios años, tendría que estar escrita precisamente en esa clave: en presencia de un payaso era la idea germinal perfecta: qué podía y qué no podía suceder en presencia de un payaso. […] lo que sucede en presencia de mi payaso tal vez ni yo mismo sepa muy bien lo que es, pero no hay duda de que tiene que ver con el amor y con la vida» (del Epílogo, una aclaración sobre el título).

Soy consciente de que parte de esta reseña parece un cumplido. No lo es. Que Barba sea un buen escritor y dedique su tiempo a perpetrar caprichos de una tarde de verano lo único que dice de él es que tal vez no sea tan buen escritor como aparenta, que tal vez esa habilidad, esa aparente habilidad, precisamente juegue en su contra y ponga en evidencia sus carencias, a saber, la (in)capacidad para utilizar esos elementos que maneja con cierta soltura para crear una historia que trascienda o que, cuando menos, lo intente. Nos quedamos, una vez más, en las afueras. Seguimos jugando a ser escritores. Seguimos creyendo --o seguimos dando a entender que lo creemos-- que publicar en Anagrama ya da una pátina de prestigio a nuestro trabajo cuando todo lo que hace, en realidad, es ponernos en evidencia como escritores.

Seguiremos leyendo a Barba, en cualquier caso. Seguiremos creyendo en él.

Será por creer.


8 comentarios:

  1. Me apunto al señor Barba: todo lo que no sean escritores españoles como De Prada o Juan Gómez Jurado, me atrae.

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  2. ¿Y si simplemente se reduce todo a que no se puede llegar a un mínimo de calidad publicando un par de libros al año, casi por obligación, como hace Barba?

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    1. Eso por descontado. La pregunta es: ¿es la falta de tiempo la única razón?

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  3. Leí un cuento cojonudo de Andrés Barba hace ya años, Aparición de Teresa (Cosecha Eñe 2009), pero sus novelas nunca me han llamado la atención (creo recordar que le da mucho por temas de pederastia-incesto, cosa que no me interesa).

    El cuento supongo que será difícil de encontrar porque es una antología de los premiados de aquel año, pero de verdad que merece mucho la pena.

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    1. He echado un vistazo. Efectivamente no parece fácil de conseguir.

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  4. Baldomero el Canguro Traicionero14 de enero de 2015, 20:53

    Tanto rollo para seguir leyendo a Barba? Hombre, no joder...

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  5. Me encantó tu reseña!!! coincido en casi todo!! saludos!

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  6. Ahora ya tiene su Herralde.

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