Hasta que llegué a los microrrelatos de Jesús Esnaloa yo creía que el infierno era tener que leer durante el resto de mi vida únicamente relatos, más o menos largos, de seres humanos, más o menos escritores, argentinos o no. Ahora sé que no, que el infierno es otra cosa mucho más patria y más breve. Indecentemente breve. Pero no adelantemos acontecimientos. Hoy toca hablar de Cesar Aira y la cosa del Cuento Decepcionante y, en esta ocasión sí, Argentino.
Vaya por delante lo siguiente y así acabamos rapidito: no me han gustado. Los relatos digo. Será por el acento, que no me acostumbro, pero me extraña. No me hagan caso. El problema es que aburren. Soberanamente, además. No lo hicieron, al menos en mi caso, los primeros pero sí los segundos y los terceros y los últimos, supongo que a medida que iba quedando claro que aquello iba a ser, una otra vez, más de lo mismo. Y claro, así no se puede. Leo cosas que no van conmigo, que no significan ni me aportan absolutamente nada, que me dejan como estaba, si acaso con dos o tres o cinco horas menos y cuarenta gramos más si los acompaño de cacahuetes. Sírvanse fríos algunos ejemplos:
En Picasso un hombre se debate, dentro de un museo, entre tener un Picasso o ser Picasso. Es un deseo que se le concede. A resolver la disyuntiva dedica, qué se yo, chorrocientas páginas. Lo valora todo, todo, TODO, menos lo fundamental. Es un como un chiste demasiado largo. En La revista Atenea (o el microperiodismo) unos jóvenes se plantean la creación de una revista de artículos cortos hasta lo infinitesimal que les permitan un margen de maniobra que se adapte al presupuesto de cada mes. Da igual, no traten de entenderlo; es una gansada de cuento. El perro es la historia de un perro que persigue un autobús y la reflexión de uno de los pasajeros en torno al asunto, la culpa y tal. En fin. Así hay alguno más, como demasiados de más.
Que conste que al menos esos se leen. Otros se sufren. Y cuando digo que se sufren quiero decir SE SUFREN. Y de qué manera. Pienso en El Cerebro Musical, El hornero, El infinito (sobre juegos absurdos matemáticos infantiles), Los osos topiarios del Parque Arauco o Sin testigos. El carrito, que es un relato cortísimo sobre un carrito de supermercado que se mueve solo, muy despacito, cuando nadie lo ve, y que da, directamente, vergüenza ajena. O Pobreza, sobre un hombre que se enfrenta a la pobreza como quien se enfrenta a su madre y al que se le tiene que suponer la reflexión en torno a la estupidez de los que tienen demasiado frente a la inteligencia nacida de la supervivencia. Otros, como El Todo que surca la Nada, se olvidan de no siempre el lector es también escritor: “La lección, si es que una lección puede redimir aunque sea de modo parcial el desperdicio de una vida, es que hay que ir directamente al grano... Debí haber empezado por lo importante, por lo que nadie más que yo sabía... Ni siquiera habría debido renunciar a la progresión y equilibrio de un relato bien hecho, porque los prolegómenos podía escribirlos después y al pasar en limpio poner cada cosa en su lugar... Esa imbécil compulsión a contar siguiendo el orden en que pasaron las cosas...” También los hay que partiendo de premisas divertidas caen enseguida en el tedio. Es el caso de El Té de Dios: “Por una vieja e inmutable tradición del universo, Dios festeja Su cumpleaños con un suntuoso y bien provisto Té al que acuden como únicos invitados los monos.”
Pero no todo el terreno es pedregoso. Algunos cuentos, los menos, se salvan, quizá porque proponen ideas, a primera vista, originales o porque sugieren imágenes especialmente atractivas o porque fuerzan la imaginación del lector y le obligan a participar del relato poniendo parte de su materia gris. Son un más que estimable espectáculo visual. Son estos dos:
Pero no todo el terreno es pedregoso. Algunos cuentos, los menos, se salvan, quizá porque proponen ideas, a primera vista, originales o porque sugieren imágenes especialmente atractivas o porque fuerzan la imaginación del lector y le obligan a participar del relato poniendo parte de su materia gris. Son un más que estimable espectáculo visual. Son estos dos:
En el café es un simpático relato en el que los clientes de una cafetería cualquiera se ponen de acuerdo para crear -para una niña inocente que corretea entre la mesas- las más increíbles figuritas hechas con servilletas de bar, esa cosa fina, delicada e inútil que por no servir no sirve ni para limpiarse los mocos: “Se trataba de un barco, […] un elegante velero embanderado, y una extensión de los plegados había hecho bajo su quilla la superficie ondulada del agua de un río, y las orillas de éste a los dos costados, y en las orillas casas, tiendas, una iglesia, jardines, y gente que apiñada en las calles costaneras saludaba el paso de la embarcación.”
Mil gotas sería, sin duda, un cuento ilustrado absolutamente maravilloso. En palabras desmerece, se queda corto, se afea; se echa de menos un acompañamiento visual, colorista, plástico, capaz de reproducir las escenas descritas. Sin duda, el mejor de todos. Un derroche de imaginación. Cuenta las diferentes historias que protagonizan las gotas de pintura de la Gioconda el día que deciden largarse del cuadro.
“Una gota se quedó a vivir en la Argentina, el país de la representación. Adoptó el nombre muy argentino de Nélido y se dio al trabajo de encontrar novia. Para cualquier otro habría sido cuestión de horas. A él, que era tímido, torpe, sin conversación, le llevó años, y pasaron los años y no lo logró. Parecía haber una maldición, una mala suerte, pero ni él podía ocultarse que la suerte, buena o mala, había quedado atrás. Iba a todas las fiestas o reuniones donde lo invitaban, a locales bailables, a yoga, a un taller de pintura, a marchas y procesiones, buscaba desesperadamente, casi como un perro con la lengua afuera, sabía que a la ocasión había que atraparla al vuelo, que todo podía depender de un instante, para ello afilaba su atención, propiciaba su espontaneidad, ensayaba su simpatía. Y no es que no fuera sincero, todo lo contrario. Lo deseaba, y más que desearlo lo necesitaba, y cuando otro día había transcurrido sin quebrar la porcelana divina de su soledad, la amargura del fracaso le contraía su minúscula alma de gota.”
Dos buenos relatos no salvan un libro ergo a este también este lo doy por perdido. Yo quiero otra cosa que no está aquí. Un poquito de emoción, si puede ser, algo que provoque algo, ya me da igual lo que sea, y no estos cuentos de gelatina fría que no conducen a ninguna parte, tan divertidos como dedicar dos horas a contemplar la maquinaria de un reloj digital. La literatura, otra vez, al servicio de uno mismo.
Como damnificado solidario y colega sufriente de estos "Relatos reunidos", me permito recomendarte la trilogía de cuentos titulada "Como me hice monja". Leélos y goza por encima de tus prejuicios. Aira todavía se merece un montón de oportunidades.
ResponderEliminarSuscribo.
EliminarLo empecé hace tiempo. Lo dejé por., .. no sé, por algo. Pereza, seguramente. Prometo retomarlo. Estaba entre ese y el congreso de literatura, que reeditaron hace poco.
EliminarPor favor, en esta línea de relatos embolantes aireanos, no prueben con las 5 historias pringlenses que publico la Biblioteca Nacional, son igualmente insufribles. Es el riego de querer publicarlo todo.
Eliminar¡Hola a todos!
ResponderEliminarYo de Aira, lo intenté con lo de la monja e incluso le eché un vistazo a una novela suya que tenía que ver con algo relacionado con Peter Pan. Me resulta... su estilo: coyuntural, muy del momento en el que él escribe. Bolañista, siendo él, César, anterior en cronologías al propio Bolaño. Un estilo, este, jaleado por la crítica avant garde de los noventa (sobre todo) y los dos miles (al rebufo)pero que es tremendamente discursivo y -ya lo he dicho- contingente. Y que, por lo mismo, puede caer con facilidad en la perorata y la incontingencia.
Digamos, entoces de Aira, que... no es mi tipo. Y así no comprometemos a nadie, ni siquiera a mí, y todos tan felices
;-)
En la perorata un poco sí que cae, es verdad. Lo que más echo de menos es algún personaje que no parezca de plástico o que no sea él. Si los relatos son el reflejo de las novelas vamos a tener un problema, pero sólo hay modo de saberlo.
EliminarEste tío tiene mil y un libros... ¿no será que le tendrían que poner mejor filtro y decirle unas veces que sí y otras que no, dejándole sacar un buen libro de relatos cada tres años en vez de varios regulares cada tantos meses?
ResponderEliminarMismo caso que la Nothomb en Anagrama, supongo. Tendrá su público y ya no esperará ganar más. Quizá en un años, cuando la cosa se demuestre agotada, saldrá con un cambio de registro un premio en Seix Barral que lo saque de Mondadori, algo tipo Javier Calvo. La mecánica habitual, vaya.
EliminarLos buenos escritores son los que nunca escriben nada malo o los que saben discernir entre lo que es o no publicable? Y qué pasa con los editores, es que cuando un autor ya tiene un nombre hecho se le ha de consentir todo? Flaco favor a largo plazo me parece ese...
ResponderEliminarUn abrazo
El largo plazo no existe en la literatura. NO se salvaría ni uno.
Eliminar"La porcelana divina de su soledad"... Es que incluso eso que generosamente salvas provoca vergüenza ajena.
ResponderEliminarCulpa del editor publicar cosas así.
Culpa del escritor carecer de un mínimo de autocrítica.
Y tanto libro decente rechazado...
Abrazo,
Pocoyó
Uff, pues de ese estilo hay un huevo. Al margen de la prosa ese relato tiene el encanto de lo infantil. También es que si no salvo alguno me muero. Me acaba de pasar con Montero Glez, hoy mismo, y es desesperante. Pocas veces he abandonado un libro tan convencido.
EliminarPues sí que te has pegado un atracón de relatos, sí.
ResponderEliminarNo sé, yo creo que los relatos hay que dosificarlos, como todo, si no corres el riego de ser demasiado duro. Si te lees 2.000 relatos del tirón, pues para que te quedes con un par tienen que ser muy, muy buenos, o sobresalientes, digo yo.
Y tanto. Tengo otras tres reseñas en curso. De todos modos si un relato es bueno, se nota. Las 1000 o 2000, yo creo. No es diferente a leer novelas. Es más, con los relatos he rebajado el nivel de exigencia y ya me conformo con casi nada.
EliminarCoño, Tongoy, elija mejor. Con la de libros de relatos buenos que hay va y se tira a piscinas sin agua...
ResponderEliminarEs una tarea documental. Para criticar hay que conocer. Duele, pero compensa.
EliminarEstoy acabando "los sospechosos", en cualquier caso. Pronto iré con los "prometedores".
También te digo que aquí más de uno te recomendaría unos cuantos libros de cuentos patrios con mucho gustito. Pero no lo harán para que no se les vea el plumero de las mamaditas a los de su mismo grupo. Nombrarán a unos u otros, aunque sea hablando pestes, solo para que les prestes atención. Así está la cosa en el gremio. ¿Cuáles son los sospechosos y cuáles los prometedores si se pué saber?
EliminarLos sospechosos vendrían a ser Munro, Neuman, Mora, Albero, Jover o Lydia Davis (leí algo de esta y no me gustó nada). Así, que me acuerde ahora. Prometedores son Vonnegut (estoy con él), Doctorow, Bartherlme, Gass, Cartarescu... No mucho más. En algún momento tendré que dejar el relato.
EliminarTengo sin actualizar el muro. Ahora estoy con Vonnegut y Javier García Rodríguez. Me pilla precisamente escribiendo una gansada sobre este último. Si me da tiempo la publico en un momento.
De acuerdo. Y gracias. Es usted (o eres tú, pero el inevitable efecto Mocedades me mata) un trabajador incansable. Como decía aquel chiste de Paco Gandía: ¿así como va a haber trabajo, si lo tienes todo tú?
EliminarY saludos.
La primera vez que supe de Aira fue al verle menospreciar la obra de Onetti en un programa de televisión. Más adelante, leí una entrevista que le hacían, en la que ninguneaba los cuentos de Juan Rulfo.
ResponderEliminarCon tales antecedentes, era difícil que su obra me causara peor impresión que su persona. Eso es lo bueno de la realidad, que le gusta reventar las probabilidades.
Sus libros no pasan la criba inicial cuando voy a la biblioteca. Su prosa me parece insustancial y huera, por no decir sencillamente fea; sus ideas, ñoñas, disfrazadas de ocurrentes (sin llegar a Defcon Neuman), cuando no directamente poco inteligentes. Algún cuento leído al azar me ha producido, como dices tú, verdadera vergüenza ajena.
Me sorprende (y admira) la energía que empleas en seguir ocupando tu tiempo con cosas como esta. A mí ya me pudo el desaliento. Siempre empiezo mirando las novedades y acabo sacando cosas mucho más antiguas. Yo lo intento, pero no se dejan aguantar.
Miguel
Me estoy llevando una auténtica sorpresa con Aira. Lo hacía más popular.
EliminarLo mio no es tan extraño. Supongo que el truco está en leer un poco de todo, aunque no acostumbre a reseñarlo todo. En cualquier caso, sí, soy animal de novedades. ¿Y ese momento en que uno descubre una obra moderna de quitarse el sombrero?
Sin duda, un descubrimiento, ya sea de una obra moderna o no, siempre proporciona un gran placer. Ahora bien, encontrar una obra moderna notable me parece ahora menos frecuente (o más arduo) que, digamos, en los años 80, por mucho que se empeñen las editoriales en hacernos creer que hay más genios sueltos que parados.
EliminarLo que ocurre es que con el tiempo, uno va construyendo filtros de acuerdo con sus propios intereses (a cada uno los suyos). Pero los filtros no son perfectos. Y el ruido del márketing y los panegíricos desinforman al más centrado. Recientemente, por ejemplo, me decepcionaron Peter Stamm o Laurent Binet, que yo creía apuestas más o menos fiables.
Hablando de relatos, que es lo que nos ocupa en este post, me sorprendió mucho "Crímenes", de Von Schirach, por su estilo seco y falto de sensacionalismo o grandilocuencia (todo lo contrario de Aira). Te lo recomiendo. Y me estoy forzando a esperar a que pase el tiempo antes de leer "Culpa", por eso de saborearlo un poco.
Y tengo que reconocer que tras tu reseña de hace unas semanas, me pica mucho la curiosidad con Askildsen...
En fin, un saludo.
Miguel
A Stamm no llegué a leerlo. Me olvidé de él. A Binet lo dejé a medias y ahí quedó.
EliminarEl ruido mediatico es insufrible, pero acaba siendo útil, sobre todo para descartar.
Anotado Schirach. Askildsen ha sido un gran descubrimiento. Sigo creyéndolo.
Hablando de buenas obras modernas: tengo una reseña que escribir antes del viernes. Lo prometí. Es una pedazo de obra. NO está todo perdido.
Un saludo.
che pero leíste alguna novela de Aira?
ResponderEliminarSuele pasar el no estar a la altura de la comprensión de un autor contemporáneo, sobre todo cuando se trata de literatura, básicamente, porque cualquiera puede leer.
Es un poco más difícil en la música, por ejemplo, ya que es necesario tener ciertos conocimientos específicos del campo. No obstante en los estrenos de las obras de genios como Stravinsky, Bartok o Cage los públicos en más de una ocasión reaccionaron negativamente, rechazando, escandalizándose, arrojando objetos (alguna vez pasó).... Y resulta que hoy nadie va a dudar de que dichos autores fueron y son genios eternos. Le paso a los manieristas (hoy considerados muchos de ellos genios de la pintura), no veo porque no pueda pasarle a un escritor contemporáneo.
Si dentro de cincuenta años se descubre que Aira era un genio yo seré el primero en tragarme mis palabras y en hacerle una fiesta. Pero lo dudo.
EliminarY no, no leí ninguna novela de Aira pero no sabía que era requisito para leer sus relatos.
"Yo quiero otra cosa que no está aquí. Un poquito de emoción, si puede ser, algo que provoque algo".... ¿Desde cuándo el arte tiene que provocar algo? Escuché a Aira hablar del sentido plástico de la literatura y de evitar "el efecto" lo cual me parece muy bien. No todo tiene un para qué y menos en el arte
ResponderEliminarPara leer sus relatos no es requisito leer sus novelas. Pero sí para escribir una crítica (aunque sea en un blog). Porque para entender un autor (de cualquier tipo, arte, época, estilo) hay que escuchar el dialogo entre sus obras. Yo no podría hacer una crítica sobre un sólo cuadro de Miguel Ángel por ejemplo, sobre todo sabiendo que se dedicó más a la escultura que a la pintura. O juzgar a Manuel de Falla por "Le tombeau de debussy" siendo la única obra que compuso para guitarra. Lo puedo hacer en mi casa en pantuflas tomando un whisky, pero no en una publicación.
Pero es que yo escribo desde mi casa, en pantuflas, tomando un whisky, no en una publicación. A no ser que esté usted llamando "publicación" a mi blog, cosa que le agradezco (lo tomaré como un cumplido) pero eso es algo que se aleja bastante de la realidad.
EliminarY sí, el arte de ha de provocar algo, al menos en quien esto escribe, diga lo que diga Aira (se justifique como se justifique Aira). Cualquier otra opción no es una opción, es indiferencia.
pero tomate un whisky de marca, así te pega menos..
ResponderEliminarNo me vengas con falsa humildad o con hacerte el que no entendes. Antes que "publicación" dije "crítica". Son palabras que uno usa nada más. Y me refería a "publicación" en un su acepción informática. Por otro lado, al momento de compartir un texto en Internet ya deja de ser un diario íntimo de reflexiones, para usar un término que vi por acá arriba: se mediatiza.
Y no estoy justificando a Aira. Simplemente me llama la atención que tanta gente siempre caiga en la misma idea de arte. Una concepción demasiado humanística, demasiado lejos de lo ontológico, demasiado lejos del arte mismo.