jueves, 3 de noviembre de 2016

“Preparación para la próxima vida” de Atticus Lish

Hace tiempo que no hablamos de Sexto Piso. Con lo que hemos sido en este blog, verdad… Hay una razón para ello pero no se la voy a contar. Lo que sí les voy a contar es de qué va esta novela para que puedan ustedes decidir si, como yo, siguen confiando (algo más, incluso, que eso) en esta editorial o si definitivamente nos mandan a los dos a la mierda.

Una vez más, exagero porque Preparación para la próxima vida no es para tanto. O sí, según se mire. Pero aquí eso nos da igual. Hablaremos igualmente bien de ella. Defecto del animal.

Lo que quiero decir es que NO SE TRATA DE ESO. Vaya por delante que Preparación para la próxima vida es bastante mejor que mucho de lo que se van a encontrar por ahí, pero también es diferente y lo es de un modo que, más allá de calidades excelsas o medianías, esto es, más allá de lo mejor o peor que a uno le parezca la novela en sí, más allá también de originalidades no pretendidas, se trata de la clásica lectura a la que uno puede −debe, incluso− recurrir si quiere presumir de dedicarle el tiempo a algo que no sea la mierda de siempre, pero no tanto, insisto, per se como por la trayectoria o la política o las propuestas, en general, de la editorial en cuestión. 

Con Sexto Piso tengo siempre la sensación de ir por fuera del carril. Y eso me gusta. Los carriles, no. Los carriles son para las ovejas. Sexto Piso, no.

Avisados quedan.

Por lo demás, ya lo he dicho, Preparación para la próxima vida, no es para tanto. 

La escribe Atticus Lish, esto es, el hijo de Gordon Lish, esto es, el señor que, dicen, hizo posible que Raymond Carver llegase a ser el Raymond Carver que conocemos y no un Eloy Tizón de la vida, esto es, uno de esos escritores de influencia mínima y trayectoria decadente descendente. 

Ya sabemos que el genio no es hereditario, pero uno siempre espera que algo se pegue. Al mismo tiempo está la pesada losa de ese padre al que hay que matar siempre, pero es que hay padres y padres y Gordon Lish es de los duros de pelar ergo su sombra no es fácil de ocultar.

Es por ello por lo que Atticus Lish escribió el libro como de tapadillo. Se metía debajo del nórdico y, provisto de linternita y un portaminas, iba perfilando personalidades y dibujando escenarios varios. A papá ni mu. Una vez terminado hizo pellas y lo llevó a una editorial de mierda para que le dieran el visto bueno o un sopapo, lo que ellos vieran. Fue visto bueno. Su señor editor cuenta −ahora, a toro pasado, que es como mejor cuentan las cosas los editores− que fue todo uno recibir, empezar y no ser capaz de dejar el dichoso manuscrito. Que fue tal la impresión, tan desmedido todo, que silenció todos sus grupos de whatsapp nada más que para poder ventilarse las 500 páginas del susodicho sin tener a los cuatro botarates de siempre reclamando royalties. 

Que levanten la mano todos aquellos escritores cuyo editor cuente la misma milonga en cada presentación (lo de los royalties, no; la parte de embeleso). 

Pues eso.

El caso es que se dio por bueno que Atticus Lish era la hostia como escritor además de una bellísima y excepcionalmente humilde persona. Y por eso le dieron un premio. Por eso y por el libro, claro.

Claro.

Superada la tentación de hablar de su padre (imagínense el material) siquiera figuradamente, Atticus Lish se aventuró en una historia de amor que nunca ocupará las estanterías rosa chicle de los grandes almacenes. Sus protagonistas son un excombatiente de la guerra de Irak (ya tenemos otra sombra: la del 11S) con síndrome postraumático y una china musulmana que ha malvive en Nueva York previa detención, retención, amedrentación.

«Pero había más; se enteró después. Aquello era sólo el principio. Cualquier agente podía llevarla del codo a dar un largo paseo hasta el otro lado de la prisión, enseñarle una lavandería llena de reclusos, decir: Aquí está vuestra nueva ayudante, ¿os la dejo un rato?, y esperar lo bastante para que se le helara la sangre. Después decir: Era broma, ¿te has cagado encima? ¿Quieres comprobarlo? Y mientras la acompañaba de vuelta al ala de las mujeres, diría: Seguro que ahora te mostrarás más simpática conmigo, y la encerraría en el baño para volver más tarde. Si la reclusa se resistía, estaba autorizado a cargar contra ella como si fuera un hombre, derribarla, golpearle la cabeza contra el suelo, darle una descarga eléctrica en la espalda y arrastrarla de una pierna mientras ella gritaba y las cámaras lo grababan todo en blanco y negro; atarla a la silla, meterle una bolsa por la cabeza y dejarla allí doce horas hasta que suplicase un poco de agua. Y él podía contar hasta doce tan despacio como le viniera en gana. Luego la asistente social, al verle los ojos amoratados como ciruelas, preguntaría: ¿Por qué peleas con el personal? Y pondría «Antisocial» en su expediente. Eso añadiría tiempo a la condena, fuese cual fuese, cuando por fin tuviera una condena, y así se agenciarían un trozo más de su vida. Bastaba con que les diese un motivo. Iban a violarla a menos que se comportara y se moviera de una forma determinada y, aun así, podían pillarla en cualquier momento y perderla en la lavandería. Se lo hacían a las chiquitas medio indias de las bandas mexicanas. Si después lloraba demasiado, le darían trazodona. Luego la llevarían arriba, amarrada a una camilla, y la abandonarían en un pasillo».

Una vez fuera, libre cual pajarillo enjaulado, la china conoce al chico loco, se hacen amigos, se aparean, tienen algo parecido a una relación. 

La novela son ellos en Nueva York, unas veces juntos, otras no. La novela es una historia de amor sin una triste concesión a las lectoras de pasiones inconfesas por los torsos desnudos. Aquí se vive en un zulo, se trabaja a destajo, se huye continuamente. Se teme al futuro casi más que al presente. Se busca una salida digna: ella quiere la nacionalidad y lo quiere a él; él la quiere a ella y salir de su locura. En ningún caso necesariamente por el orden descrito.

«Todos habían cambiado, la guerra había cambiado y las rarezas de Skinner apenas se notaban. Estaban incrustadas en la guerra, eran su consecuencia lógica. La misma guerra era cada vez más extraña. Dentro de su unidad, se identificó con un grupo de soldados que se hacían llamar «los sacos de mierda». Los soldados llamaban «sacos de mierda» a las bolsas de plástico facilitadas por el ejército a modo de cagaderos portátiles. Cuando coreaban su nombre y entrechocaban los puños, equivalía a decir: Seguimos vivos. Tenían sus supersticiones y rituales, que se volvieron cada vez más complejos. Iniciaron una vida tribal. Algunas de las bandas dentro de la infantería se vieron involucradas en asesinatos. Dejaban cables o armas encima de los cadáveres. Un sargento de artillería de Akro, Ohio, se convirtió en capo de un escuadrón de la muerte. Skinner era un enfermo mental que día tras día transitaba por la zona de combate agravando sus daños: cortes que no cicatrizaban, dolor de espalda, diarrea, pérdida auditiva, visión borrosa, cefaleas, calambres en las manos, insomnio, apatía, ira, tristeza, desprecio, depresión, desesperación».

Mediada la novela surge el conflicto. No todo va a ser drogas, alcohol, trabajo y ansiedad. Un tercer personaje es presentado como el chico malo que viene a traer el miedo y la violencia. Cuando este personaje aparece, la novela tiembla. Aquí mi sombrero, señor Lish: magnífica la gestión del miedo; un diez al crescendo de la tensión.

«Ella se creía muy lista. Cuando la descubrieron, dijo: Vale, me habéis pillado. Tenía un culo bonito. Tuvo que ofrecérselo. Me habéis descubierto, así que tengo que seguir las reglas. Pues muy bien, dijeron, si lo ves así. Y se la follaron. Hasta aquí, todo bien. Todo legal. La habían pillado, sin trampas. Y ella, como mujer en su posición, supo lo que le tocaba hacer. Pero era una intrigante. No llamaré a la policía, dijo. Dejadme ir. Fue a buscar su bolso y no estaba. ¿Por qué no está la ropa? Porque no irás a ninguna parte. Estaban en un sótano, lejos de todo. Es entonces cuando ella se pone en guardia. Ahí es cuando sabe que se ha metido en un buen lío y quiere librarse dando palique, como ha hecho siempre para salirse de los marrones. Pero ahora no le sirve de nada. Ese tío no se traga nada de lo que le cuenta sobre su triste vida. Y le dice, esto es lo que voy a hacer: Por cada mentira que hayas dicho, te daré una paliza. La golpea como nadie la ha golpeado en la vida. Ella grita y llora durante, veamos, dos días. Al final, él le da un espejo. Está destrozada. Nunca podrá volver a andar, ni podrá tener hijos. Llama a su mamá. Mamá mamá mamá por favor no me mates. Él le da la buena noticia. Nunca saldrás de aquí. Y a ella se le ponen los ojos como platos. Le suplica, dice que le hará una mamada. No. ¿Quieres esto? No. ¿Quieres aquello? No. Nunca saldrás de aquí. Morirás aquí, y no será divertido. Llora cuanto quieras. Jimmy levantó los dedos, adornados de nuevo con anillos de calaveras, y se apretó las comisuras de los ojos, allá donde caerían las lágrimas. A nadie le importan tus tristes ojos castaños. Era su fin y ella no acababa de creérselo».

Termino.

Bien por el pequeño Lish: por la historia; por el estilo. Y bien por Sexto Piso: por el hallazgo, por la traducción (a cargo de Magdalena Palmer, dicho sea de paso); por traernos tantos regalos de los dioses en forma de buena literatura.

Una vez más: he aquí mi sombrero, señores.


28 comentarios:

  1. Después de leerme (más o menos) todos los comentarios de tu anterior post, voy a permitirme hacerte una sugerencia.

    Subtitula a tu blog "El paraíso de los repipis". Joder ¡qué agobio!. Me han salido puntillas de organdí en las pelotas ;-)

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    1. Había pensado retitularlo Nido de tritones o Furor uterino. Lo de repipis no tiene gancho, bluff.

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  2. Muy bueno, tu comentario sobre Tizón va a encender una mecha de vituperios sanguinolentos... Yo me adhiero a él.

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    1. Nah, esta novela vale mucho la pena. Aquí no entrará nadie.

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    2. ¿Entra para el recomendatorio en puesto alto o medio? ¿Lo vas actualizando?

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  3. Esto es la polla: haces una reseña elogiosa de una novela que tiene buena pinta y los primeros comentarios siguen la estela del culebrón GH de la reseña anterior... si es que no hay manera, colega

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    1. pero...¿tú a qué crees que viene aquí el personal? ¿por la literatura? ¡que majo! Me recuerdas a mí hace un tiempo. Nada, nada... no te preocupes, el sofocón se pasa rápido.

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    2. ¿Y el número de visitas? Ni punto de comparación. Es cierto: a la gente no le interesa la literatura que no tiene que ver con sí mismo. Todo me da la razón. Es agotador.

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  4. ¿Esta también te la ha regalado la editorial?

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    1. También. Y el siguiente.
      Y muchos otros, de otras editoriales, otros autores: de Soto Ivars a Tolstoi.

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  5. A mi, la verdad, ese estilo fabricado a base de frases simples convulsionadas, casi epilépticas, me agota. Me recuerda a Rufián. ;)

    Una buena subordinada, de vez en cuando, calienta el estómago y hace fluir el bocado hacia dentro, como un trago de vino de reserva con una tostada con paté.

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  6. "Cruzar el Estrecho de Gibraltar a nado ha sido un reto más para Marina Perezagua (Sevilla, 1978), y a su juicio ni siquiera figura entre los más complicados de cuantos se ha marcado esta joven autora. Escribir dos novelas en dos años, sobrevivir en Tokio y Nueva York, impartir clases en cuatro Universidades distintas y trabajar simultáneamente en un doctorado, eso sí que la llevó al límite, confesaba el pasado septiembre en una terraza del barrio de Chamberí ajetreada en plena promoción de sus libros"...

    http://cultura.elpais.com/cultura/2016/11/01/actualidad/1478027460_071176.html?id_externo_rsoc=TW_CC

    (Disculpe la intromisión, Tongoy. Es que el articulito se las trae.)

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    1. No he leído y dudo que lea a la autora, pero hay que ser clemente con los artículos y entrevistas. Parece que el hobbie de cualquier periodista es escoger las frases más chorras que suelta un autor y reformularlas de la manera más tonta. Sí: los artículos sobre autores jóvenes dan vergüenza ajena. Pero lo hacen todos: es por la forma de contarlo y de vender a los chavales. Si la mujer es nadadora, no me parece raro que hable de ello, aunque sí es cierto que cuando el autor es bibliotecario no suele contar su fascinante vida recortando tejuelos. Lo que pasa es que al destacarlo así suena de chiste, pero eso es cosa del periodista, no de ella.

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    2. Perezagua se pone pesadísima con este tema. Su primer reportaje en el número 4 de Librujula no fue para hablar de su libro, sino de su paseo a nada. Uno recoge lo que siembra.



      "Marina Perezagua no se hace la estrecha pero se hizo el estrecho. El de Gibraltar, cruzándolo a nado. Habla para Librújula su manera acuática de entender la literatura y de las impresiones a la hora de afrontar su reto extremo en las aguas entre España y África".

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  7. pensando en emigrar a saturno5 de noviembre de 2016, 16:12

    un probable tema para tesis filosófica podría ser lo que habría ocurrido con perezagua si en lugar de perezagua su apellido hubiese sido pereznieve: ¿habría escogido el alpinismo como hobby y escalado el everest como cruza el estrecho? ¿y si se hubiese llamado perezbola: practicaría futbol, basket, voley? ¿y perezosa: dormiría 12 horas diarias?

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    1. pues imagina si fuese perezreverte... si es cierto que el apellido imprime carácter, calcula a quiénes y quiénas estaría dando de leches (verbales, claro está)

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    2. Pero si el apelllido se lo ha cambiado. Lleva el de la madre. ¿No habéis seguido en las redes el culebrón de matar al padre made in Perezagua?

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  8. hurra por la mención a la traductora; que no decaiga.

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  9. Vaya. Ya tengo tema para escribiir mi primera novela. Yo también salí un poco tocado de la mili. Aquellas malditas guardias... los malditos desfiles... las novatadas, las imaginarias... Luego me fui a Nueva York y me eché una novia coreana. Pero eso de que violen y encierren a mi novia coreana no me mola nada. Me voy a inclinar más bien por un tono lírico e intimista. Con muchas disgresiones. En primera persona. Como Dios manda. Porque está claro que va a ser la hostia. Me pongo ahora mismo a escribir, coño.

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    1. Es digresión, hombre, digresión. Que vais de sarcásticos castigadores y luego se ve que sois fabetos y da mucha pena. Hombre, ya.

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    2. Puro slam de mi barrio.

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    3. ¿"slam"? You mean slang, right?

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    4. En mi barrio es slam, que mi barrio es mucho barrio, ¿cachai?

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  10. Mientras todos los escritores españoles se dedican a comer pollas o poner el culo, en este circo mediático de vender su alma por unos cuantos céntimos/ud. que les reportarán sus libros, Use Lahoz sigue su carrera granito a granito, como una hormiguita que traza su obra para la posteridad. "Los buenos amigos" es la única novela de valor que se ha publicado en la última décaca, por mucho que todos los días proclamen cien millones de libros mejor-del-año.

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    1. Use Lahoz ¿es el nuevo Fronzen o, tal vez, el Fronzen español?

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