No sé qué nos mueve a leer ciertos libros, honestamente. No sé qué atractivo puede tener, si lo pienso fríamente, leer sobre las desgracias ajenas especialmente cuando alguna de esas desgracias está, como en este caso, tan absolutamente de espaldas a la ficción más consoladora. En el caso de Thomas Bernhard, de cuya autobiografía hablamos hace nada, está el atractivo que tiene el propio personaje, ese malditismo tan suyo y una prosa arrolladora que es como un huracán que lo arrasa todo. El caso de Zorn es diferente. Se trata de un joven burgués a quien un mal día se le descubre el cáncer que lo llevará a la tumba. El libro, de prosa corriente, funcional, es Zorn, un personaje con escaso o directamente nulo atractivo, buscando y encontrando culpables al mal que lo aqueja:
«[…] tal como yo nací, como ese niño que había sido, con el carácter que tenía, y los padres que me tocaron en suerte, y en el estrato social en el que había crecido, yo no fui feliz, sino que me volví neurótico y desarrollé un cáncer».
En ese plan.
Zorn nace en el seno de una familia acomodada de Zurich. Tan acomodada, de hecho, que el muchacho no necesita hacer absolutamente nada para tener la mejor de las vidas. Papi y mami parecen normales, gente con tanta pasta que no necesita hacer ostentación, de la que te besa en la mejilla sin llegar jamás al contacto. Lo mismo en sus relaciones sociales: qué rico todo, tenéis que venir por casa y tal. Papi ese de los que hace solitarios los fines de semana mientras mami lo mira con el aburrimiento que corresponde, pero sin expresar la mínima queja. Todo es política y socialmente no ya correcto sino directamente impecable: la burguesía sabe bien cómo ocultar el palo que lleva metido en el culo. Zorn dedica unos cuantos capítulos a detallar cómo de miserable fue (ahora que se está muriendo lo sabe mejor que bien) su vida en la que desde su ignorancia sobre cuestiones económicas o sexuales lo han hecho, o así lo juzga él, inferior, en el sentido que tiene no estar a altura de los demás. En su universo todo lo que es complicado se oculta y por ello todo tiende a una anormalidad indescifrable. Se mueven como los estorninos en un universo que carece de aristas.
«Cuando se trataba de emitir un juicio acerca de cómo se había apreciado algo, por ejemplo un libro, […] esperábamos que alguno diera el primer paso y dijera, por ejemplo, que lo había encontrado «hermoso». Entonces todos los demás también lo encontrábamos «hermoso», e incluso «bellísimo» o «espléndido». Pero si el primer orador hubiese dicho «no bello», nosotros también lo habríamos aprobado encontrándolo «nada hermoso» e incluso «horrible».
Y esto, así, siempre. Zorn es como ese compañero que todos tuvimos, ese que se sentaba en clase, generalmente en un extremo y no hablaba con nadie; que, quitando los saludos de rigor, lo inevitable, no aportaba nada; que no parecía especialmente listo, probablemente porque no lo era; que no parecía especialmente tonto, tampoco, si acaso reservado; que tenía sus propias lecturas, que no eran generalmente nuestras lecturas toda vez que los demás estábamos demasiado ocupados tratando de robarle un beso (de los constitutivos de delito) a una amiga (la de los brackets no, la otra, que no recuerdo ahora cómo se llama).
Lo que quiero decir con eso es que tal vez no sea, ese personaje, tan especial como Zorn quisiera ni su mal tal como para justificar el cáncer. Lo que sí es cierto es está magníficamente dibujado. Es lo que tiene la autobiografía; te permite alcanzar, incluso con muy poco talento, un detalle que muy pocos escritores pueden ofrecer a golpe de ficción.
Lo mejor, sin duda, aparte del propio personaje, la crítica despiadada que hace el escritor de esa familia suya que es a su vez todas las familias como la suya, las de todo un estrato social. En ese sentido no se deja nada o no parece dejarse nada y no teme ofender a quien ahora odia mortalmente:
«¿Por amor a quién tendría que callarme? ¿Por amor a quién tendría que disimular la historia de mi vida? ¿A quién tendría que evitar sufrimientos con mi silencio?»
Bajo el signo de Marte es, en definitiva, la historia de un infeliz que un buen día descubre que TODO, absolutamente TODO, es mentira. Que la bondad, la inteligencia, el buen gusto, la educación… todo aquello que era la vida misma era en realidad nada más que cartón piedra mal coloreado, que tiene, para más inri, un huevo de pascua:
«Porque no puede existir un mundo exclusivamente feliz y armonioso; y si mi mundo juvenil fue un mundo nada más que feliz y armonioso, entonces tiene que haber sido falso y mentiroso en sus bases. Por tanto, intentaré formularlo de la siguiente manera: yo no crecí en un mundo infeliz sino en un mundo mentiroso. Y si algo es mendaz, la desgracia no se hace esperar mucho; viene por sí sola, naturalmente».
Ahí estamos: el cáncer.
«Toda mi vida fui bien educado y gentil y ésa es la razón de que desarrollara un cáncer. Y está bien así. Yo creo que cualquiera que haya sido toda su vida bien educado y cortés no merece otra cosa más que contraer un cáncer».
De lo que se deduce que el cabreo es monumental no, lo siguiente.
La culpa, pues, toda de papá y toda de mamá, que ejercieron mal. Y esto pese a saber, como sabe, que papá y mamá siempre, invariablemente, ejercen mal. Porque ser padre es ejercer mal, es hacerlo solo mal pese a querer hacerlo solo bien; es tratar de arreglar lo que no tiene arreglo estropeándolo todo inevitablemente más; educando a sus hijos de «manera totalmente equivocada», completamente fallida; provocando en sus hijos reacciones completamente opuestas a las pretendidas; siendo, siempre, decepcionado, una y otra vez; porque no se trata ya de que no exista ningún manual para ser un buen padre, es que es completamente imposible ser tal cosa. El padre es el enemigo. Al padre hay que matarlo. Un clásico, esto.
El problema de Zorn es que no quiso matar a su padre, pese a que su padre merecía morir más que muchos otros, hasta que fue demasiado tarde.
«Naturalmente, toda la educación que ellos [mis padres] me habían dado había tenido la única finalidad de ayudarme y de darme todo lo mejor que tenían. Ahora bien, ellos me habían dado lo peor que tenían, pero no podían saberlo».
Esto se traduce en que el sujeto, cuando llega a los treinta, descubre que ha malgastado su vida escuchando la música que no era ni tan siquiera la que a sus padres les gustaba sino simplemente aquella que había que escuchar porque la hoja parroquial la coronaba referencia ineludible del año. Y claro, bajón. Idem con los libros. Que, bueno, oye, podía ser peor. No es lo mismo abanderar canon a Bach que a Camela. Tampoco nacer en un suburbio que en la calle Princesa. Di tú que al final se trata de lo mal que lo lleves y Zorn lo llevó fatal.
«Yo no soy desgraciado «porque sí», yo no tuve «mala suerte», no soy infeliz por azar. Me han hecho infeliz. El hecho de ser desdichado no es el resultado de una casualidad o de un accidente, sino de una falta. No «sucedió», sino que fue producido; no es el destino, sino una culpa».
Y eso es todo. O casi, porque viendo que no se acaba de morir, escribe una breve segunda y una tercera parte en las que deja meridianamente claro que hoy sigue pensando lo mismo que pensaba ayer. Que lo comprende oye, que los padres que te tocan son los padres que te tocan y que menos mal que por lo menos tiene una herencia que le da para el seguro privado y algo más, pero que aun así me cago en la leche, que ya es mala suerte que después de pasarte media vida con depresión crónica vayas a morirte precisamente cuando puedes poner los Beatles a toda pastilla sin que te digan ni media.
De ahí el final, glorioso, de una mala hostia insuperable, de los que valen un libro entero:
«Me declaro en estado de guerra total».
Y morirse, después.
Simplemente genial. El final, digo; el libro, simplemente bien.
«Me declaro en estado de guerra total».
Qué bestia.
¡Saludos para todos!
ResponderEliminarMira por donde este libro sí que me lo he leído. ¿Y...?.
Poco que añadir a lo que dice Tongoy. Si acaso que su protagonista tiene la mala suerte de que la enfermedad le coja bastante joven, lo que le incita a buscar culpas. Como tengo dicho, cuando eres joven, es muy difícil no intentar buscarle una lógica al fracaso. Luego... pues eso, se hace un lío. Treinta años sin echar un quiqui y en lugar de "cantar la gallina" y reconocerse un pringao, prefiere disimular (algo curioso porque el tío es muy listo) y echarle las culpas de su desgracia, una gran desgracia, al "maestro armero". No otro, porque de puro membrillo el pobre hombre no ha sido capaz de vivir a su aire, que "papá" y "mamá", creyéndose, infeliz, que los padres son los Reyes, cuando por los años en los que se desarrolla la acción de la novela el Rey era ni más ni menos que Mick Jagger. Si la enfermedad de Zorn hubiese brotado diez años después, la novela hubiese sido completamente distinta. Y, con esto último, me parece que ya lo resumo todo. ¡Abrazos!
A ver, queridos, no vayais de durillos sin afeitar que encienden cerillas raspándolas contra la cara.
ResponderEliminarEsta novela es perturbadora y desgarradora. Es, junto a la "Perorata del apestado" de Bufalino, uno de los grandes lamentos de quienes se revelan contra el peso de la enfermedad sin conseguir más que la expresión rabiosa de la impotencia y de la incomprensión.
En Zorn además encontramos una crítica sin paliativos contra la hipocresía de la moral burguesa europea. Y todo con un estilo y una fuerza expresiva que ya le gustaría a más de uno lucir, a pesar de su docena de novelas perpetradas
A mi este libro me dejó KO
¿Cómo se puede hablar de "poco talento" vistos los fragmentos transcritos?. Suenan a bella verdad, del sentimiento rebelde y herido a la pàgina. El estilo està en saber expresar el pensamiento como en este caso.
EliminarBufalino son palabras mayores. Y todos los inteligentes lectores que acostumbran a pasarse por esta joya, fruto del ingenio y la constancia de Carlos, deberían leerlo.
ResponderEliminarPerdóname, Carlos, que me haya puesto tan sobón, pero acabo de pasarme por una página titulada: "Los 120 mejores blogs de Libros" de un tal Jack Moreno, y al ver que no estaba la Medicina, me he puesto de muy mala hostia. En fin...
Tongo era el 121.
EliminarSí, comentas todo excepto lo más importante: la relación directa entre el cáncer, la represión y la energía de Aries (que está en el título del libro). Casi nada. Vaya lecturas superficiales nos marcamos.
ResponderEliminarPrecisamente porque a algunas personas no le resultan "ajenas" estas desgracias es por lo que les resulta atractivo leer este tipo de libros.
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