Nunca se me hubiese ocurrido leer a David Jasso (hasta hace nada un perfecto desconocido para un servidor) si no fuese porque Valdemar a través del sello Insomnia sacó su nombre a la luz. Es la segunda apuesta del sello por un autor español tras la recientemente comentada novela de Emilio Bueso, Extraños Eones. El tercero en concordia (ya saben que no hay dos sin tres) será (es, de hecho) Jesus Cañadas, que también se estrena en esos lares con una novela que leeré cuando papá-estado tenga a bien dejármela en depósito.
Y hasta aquí el banner publicitario de la semana.
Sobre el autor: busquen en la wikipedia. Ja. No, qué va, yo les cuento, verán qué bien. Jasso, que ronda los cincuenta, es presidente honorífico de Nocte, el frikiuniverso de los terrorígrafos y desde 2009 parece que esté abonado al premio Ignotus. El año que no se lo den o que no lo gane, entrará en barrena.
Fin de la cita.
Ahora, lo que interesa: Disforia.
La cosa son dos ya no muy enamorados y con niña pequeña pasando unos días en su casa de campo en medio de ninguna parte. Sin vecinos, sin ayuda. En esto llega uno y les hace la vida imposible. Dice que los va a matar. A todos. Porque sí.
Como les decía, no soy experto en Jasso. Lo único que leí (animado, insisto, por esta disforia) de su fecunda producción fue La silla, novela por lo general vivamente recomendada, a pesar de lo cual parece que ya me encuentro en disposición de hablar de su “narrativa” (entendida ésta como un eufemismo de estilo recurrente). En La silla un hombre atado a una silla (claro) las pasaba putísimas en su casa de campo, un lugar alejado de la civilización mientras trataba de salvar la vida de su hijo, un tierno y todavía gateante infante, que amenazaba con morirse de hambre ante la forzada desatención paterna. Pues bien, en Disforia una madre con limitación de movimientos por motivos que no puedo desvelar (voy a tener pasar de puntillas por ciertos asuntos sin no quiero estropearles la lectura), que vive también en una casa alejada de la civilización, trata de mantener con vida a su hija —una tierna y casi gateante infanta—, que amenaza con morirse de algo, no les diré de qué para no privarles del placer de descubrirlo.
No, es verdad, lo admito: pese a lo razonable del parecido no se trata de la misma novela pero… otra cosa, ya, el truco del almendruco.
Jasso parece disfrutar aislando a la gente, separándola de su pareja y colocando a los niños, siempre en edad de indefensión, en la peor situación imaginable para después mantenerlos con vida (o no). Esto es legítimo, claro, pero si se han leído dos novelas del escritor y ambas tienen tantos puntos en común, inevitablemente se echa de menos un poco de variedad en el discurso del pánico.
Con todo, hay un par de cosas que sí es de ley reconocer. Por un lado el estilo, en esta ocasión más depurado, con una menor querencia a la dispersión y por otro la demostración, ya intuida, de que Jasso es un tipo hábil a la hora de mantener la intriga durante mucho tiempo en escenarios extremadamente pequeños. Me resisto a entrar en detalles pero si se han fijado en la portada sabrán a qué me refiero.
En definitiva, Disforia es una novela de terror de sencillo y un tanto manido argumento que se lee en un suspiro. Hay cosas que no me han gustado, como es la inclusión de un cierto componente, digamos, sobrenatural, que no era en modo alguno necesario. La novela funciona perfectamente sin él y de hecho los momentos en los que estas fuerzas cobran protagonismo son, con diferencia, las más aburridas y lastran la historia y lo que es peor, te sacan de ella. Quiero decir… Funny Games, por tomar un ejemplo de una historia con la que esta novela guarda una “estrecha” relación, da miedo porque el miedo nace del temor a lo desconocido y no hay peor cosa que asistir a la destrucción de todo lo que te importa por un vulgar capricho de tres de la tarde. En el momento en que se trata de explicar demasiado, como ocurre en Disforia, malo. Malo porque uno siente que alguien intenta sin éxito hacernos sentir empatía por el asesino a golpe de contarnos su vida obra y milagros. De verdad, no es necesaria tanta información que, como se demuestra no les diré cómo ni les diré cuándo, al final no tiene realmente mucha razón de ser.
Si total algunos con un cuchillito y mucha mala hostia ya nos damos por satisfechos. Para qué complicarse la vida.
Eso digo yo: ¿para qué complicarse la vida?
ResponderEliminar¡Hola a todos!
ResponderEliminarHay una tendencia clara, de que las portadas de los libros quieran reproducir affiches cinematográficos. A bote pronto, además de los de Jasso, se me ocurren los de Use Lahoz y Dolores Redondo.
El lector de sci-fi y terror novels, como siempre, más incondicional y más implicado, que el pretendidamente aficionado a la literatura molona. Los ¿gustos? (más probablemente "marchamo identitario") de este último son coyunturales a su edad y adscripción sociológica. Muchos y muchas de los que hoy leen a Tao-Lin y Viola di Grado, cuando cumplan cuarenta estarán leyendo a Tom Clancy e Isabel Allende.
El post, como siempre, perfectamente escrito ¡Un abrazo!
Con un pequeño esfuerzo, entre todos podemos conseguir llegar a los cuatro comentarios.
ResponderEliminarVenga va, por mí que no quede.
ResponderEliminarY con el mío cinco. Y ya.
ResponderEliminarCara yang nyata untuk membedakan Anda dari saingan Anda adalah layanan yang Anda berikan. (Jonathan Tisch)
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