Cabría preguntarse qué interés puede tener para esa especie en peligro de extinción que es el lector de blogs, lo que el autor de un espacio dedicado a las reseñas literarias le pueda contar sobre su propia experiencia lectora. Probablemente —más que probable, seguramente— nada.
A mí personalmente —y aunque he caído en ello en innumerables ocasiones— suelen aburrirme asquerosamente todas aquellas historias que, prescindiendo del humor (porque, ah, si hay humor, ya es otra cosa), hablan de cómo llega uno a un libro o qué ha significado para él ese libro o qué le iba pasando con el dichoso libro a medida que lo leía. Suelen ser relatos adormecedoramente tiernos, emotivos y vilamatinamente plagados de casualidades. Yo, si no hay humor o violencia, bajo discreta e inmisericordemente la vista hasta llegar al último párrafo, que suele ser el que guarda la información relevante: si te ha gustado o no te ha gustado la novelita, pollo.
Esto lo digo porque El idioma materno, es, de alguna manera, Morábito en modo blogger (artículos de entre 350 y 400 palabras) reflexionando sobre qué es literatura, aquello que lo hizo escritor… Aquello que fue leer Anna Karenina, por ejemplo, y que ilustra bien lo que en ocasiones nos ocurre a los lectores con los libros. A saber: Morábito cuenta que leyó el Tolstoi como sin querer, un poco para ver de qué iba el asunto:
«No tenía la intención de echarme semejante tabique, pero no quería quedarme mirando el techo y llegué a la página ochenta cuando se disipó el calor de la compresa. […] Tres días después me encontraba en la sala de espera del dentista y en los anaqueles de las revistas había un solo libro grueso: Anna Karenina. Lo agarré y reanudé la lectura en el punto en que la había interrumpido. […] El doctor me hizo esperar una hora y media, tiempo durante el cual avancé hasta la página 160. Dije avancé, porque yo no estaba leyendo Ana Karenina, sino echando las bases para leerlo en un futuro más o menos cercano. Al absorber cada página sólo estaba tanteando el terreno».
Hace cosa de un año un amiga me prestó el libro de Anna Karenina. Lo coloqué en una estantería, perfectamente visible, a modo de persistente recordatorio. No lo abrí ni una triste vez. Yo quería leerlo, en serio, pero, ya saben, nunca era buen momento. Tantas páginas, tantas novedades, tantos impedimentos. Con el paso de los meses fue cambiando de estantería (había que hacer sitio a otras novedades, tanto o menos apetecibles que aquella) hasta que acabó por fundirse con el paisaje. En algún momento lo compré en digital en una de esas ofertas diarias de Amazon de libros a menos dos euros. Paso un día. Pasó un mes. Pasó un año. Pasó un buen día, mi amiga, muy sensata, por casa y me dijo que si no pensaba leerlo se lo devolviese, porque se estaba planteando una relectura, que es, después de me-lo-ha-pedido-fulano, la excusa más recurrente para recuperar lo que es de uno. Una vez el libro hubo salido de mi radio de acción no tardé ni veinticuatro horas en sentir el impulso incontrolable, una necesidad perentoria, no ya de leerlo (seguía siendo taaan largo), sino de saciar una curiosidad: saber a qué había renunciado, exactamente. Leí, del tirón, esa noche, las primeras cien páginas. A la mañana siguiente llamé a mi amiga y le pedí, por favor, que volviese a dejármelo con la promesa de devolvérselo en tiempo record. El resto es historia: lo leí y es hoy es una de mis novelas favoritas. Todavía está en mi casa, por cierto.
Después de esta paliza, vuelvo a la pregunta inicial: ¿esto es interesante? ¿Es un tema para un blog hablar de uno mismo y las circunstancias de eso que damos en llamar experiencia lectora? Yo creo que no y, de hecho, si a alguno de ustedes les he quitado el sueño con la tonta historia de cómo llegué a leer Ana Karenina, deberían hacérselo mirar.
Pues bien, el libro de Fabio Morábito es esto pero en sentido. Es decir, son sus experiencias, sus impresiones y sus reflexiones en torno a la literatura, el lenguaje (y algún microrrelato bien disimulado) y otras cosas del querer pero, puesto que Morábito es escritor, maneja con acierto su anecdotario particular logrando casi siempre que uno sienta sincero interés por aquello que le está contando y que las mitad de las veces tiene más de autobiografía que de ensayo propiamente dicho. Verán ustedes si les interesa.
«A los siete años me enamoré de un compañero del colegio. Me habría podido enamorar de una niña, pero en mi escuela los niños y las niñas estaban separados, así que me enamoré de la única niña que estaba a mi alcance, y ésa era Massimo P., un niño tímido de facciones delicadísimas que no hablaba con nadie».
Y así, de anécdota que acaba en lección, de lección que nace de un acontecimiento en apariencia inofensivo, es como va construyendo Morábito el particular universo literario que refleja en El idioma materno. Compartirá con nosotros, entusiasmados lectores y/o escritores ávidos de consejos (no hay peor cosa que un ser humano queriendo aprender a escribir), que uno debería escribir «bajo una constante amenaza física, en un pupitre incómodo, con la cabeza gacha y rogando por la eficacia de cada frase» tal como aprendió de un profesor que les zoscaba en clase, cada vez que pasaba la página de un libro que no le gustaba, que como anécdota bien pero como algo más no sé yo. O el habitual paralelismo entre el acto de leer y cuidado de los jardines o la diferencia entre escribir en verso o en prosa: «La prosa es tiránica e implacable, pero juega limpio; la poesía es huidiza y engañosa: no concede nada, no promete nada. El último verso de un poema sella algo que un segundo antes no existía. No hay pues poemas truncos. En cambio, toda la prosa, en un sentido, es inconclusa».
Y así.
A mí me suele pasar eso también, Tongoy. El blog ególatra me aburre. Tanto más que Anna Karenina. Amén.
ResponderEliminarNo me digas que Ana Karerina te aburre,Alex!! Entonces te aburre LA LITERATURA
ResponderEliminar¿Así que está en peligro de extinción el universo de lectores de blogs?
ResponderEliminar¿Alguna causa que explique esa (nueva) realidad?
Y, quizá, serviría para recuperar al Tongoy ensayista, frente al reseñista, más frecuente y polémico, per menos divertido.
¡Dale, Tong! Te juro que te hago un laik, un RT, un fav. Incluso, si no sonara tan rematadamente mal, te buscaría algunos follous. 😉☺😨
A veces este tipo de historias me interesan, no sé por qué. Me ha parecido, incluso, interesante tu historia con "Ana Karenina".
ResponderEliminarEn cuanto a Fabio, pues están interesantes los fragmentos que muestras. Me pica la curiosidad, que no es poco.
¿¿¿¿¿¿"A mí personalmente —y aunque he caído en ello en innumerables ocasiones— suelen aburrirme " ???????
ResponderEliminarPersonalmente —y aunque he caído en ello en innumerables ocasiones— suelen aburrirme "