“Se ha descubierto el remedio contra los críticos molestos. Si un crítico le elogia, preséntese e invítelo a cenar en Casa Velde; por el contrario, si le increpa, rómpale la cara. En definitiva, retribuya sus méritos y castigue sus vicios, sin desestimar inocentes recursos como el cogotazo o el rodillazo”. (Anton Chéjov)
Antes de empezar les prevengo: esto va a ser un poco aburrido. Va de Chéjov, de teatro… esas cosas. Lo digo por si prefieren saltársela y evitarse la innecesaria agonía. Ustedes verán.
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El cuerpo me pide contarles con todo lujo de detalles cómo llegué a este libro pero soy consciente de que los relatos de este tipo que a uno le parecen tan apasionantes (es un decir) a los demás les resultan por lo general bastante tediosos cuando no directamente insufribles y de ahí que no vaya a ser más que un mero apunte dentro de la reseña. Si es que tampoco tiene nada de especial. Lo descubrí por casualidad en el catálogo de Libros del Silencio. Mi única experiencia con el teatro de Chéjov había sido un completo desastre. Animado por la amistad había leído sin demasiado entusiasmo y muchas prisas “El jardín de los cerezos” que directamente debo confesar que no sólo no me dijo nada sino que me espantó de mi propósito inicial de hacerme un recorrido mayor por este tipo de teatro o por el teatro de este tipo. El caso es que como era de esperar hubo quien me llamó la atención; me vino a decir que debía leer más despacio: aprender a leer teatro (grosso modo esto): educarme. Por el bien de ustedes me saltaré ahora las escenas gratuitas de sexo para seguir en el momento en que creí que este libro podía ser una buena manera de acercarme a la obra de Chéjov sin tener que volver a pasar por el mal trago de regresar a los cerezos de marras. Y efectivamente, así fue; no sólo me reconcilió con Chéjov (definitivamente, además) sino me ha permitido disfrutar de una de las mejores y más gratificantes lecturas del año (y estoy haciendo la comparación con un volumen considerable de ellas.)
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“Sobre el teatro: artículos y cartas” es exactamente lo que parece: una cuidada y en apariencia (me tengo que fiar de la intuición) más que acertada selección de artículos y cartas -o extractos de cartas- de aquello que él escribió y tenía que ver única y exclusivamente con el teatro. Eso no quiere decir que no mencione de vez en cuando y muy de pasada cosas que tienen más que ver con los relatos aunque esto en realidad ocurra para explicar el mejor modo de crear un personaje, resaltar los defectos o proponer trucos narrativos que puedan tener utilidad dentro y fuera del escenario.
Ahora podría aburrirles con el casi medio centenar de párrafos que fui destacando durante la lectura y disertar sobre ellos hasta la extenuación -me encantaría- pero saldría un texto más largo que el propio libro y ninguno queremos eso. Para evitar hacernos daño mutuamente lo vamos a dejar en un par de apuntes que sirvan para dar una idea general del contenido. El primero tuvo lugar al comienzo, durante el prólogo de Lluis Pascual, cuando éste confiesa que había en sus primeras lecturas del teatro de Chéjov algo que se le escapaba. “Me parecía no entenderlo”, confiesa, “y por supuesto no lo entendía. En realidad no me di cuenta de su grandeza hasta que estuve dentro, hasta que en el Teatre Lliure, prácticamente al empezar, nos atrevimos con una obra maestra como Las tres hermanas”. Por lo que se ve esto de no sólo nos ocurre a mí (lo cual es un consuelo) o al amigo Pascual sino también -agárrense- al propio Chéjov. Vean lo que dice en un momento determinado: “Por lo general no entiendo las obras que no veo representadas y por eso no me gustan, pero leeré “El judío” con atención, supliré el escenario con la imaginación y quizás saque algo en claro de la lectura” (Pág.359). Y es que no se lo creerán, pero Chéjov odiaba (o eso decía) el teatro.
El libro gira un poco en torno a esa idea: que el teatro teatro es y que la correcta interpretación del texto pasa por su representación lo cual no quiere decir ni remotamente que podamos arreglarlo con un par de sesiones. Lo cierto es que si algo me ha quedado claro es que debe ser dificilísimo (por no decir imposible) dar con una obra que recoja exactamente lo que el escritor quería transmitir. Sus cartas (impagables todas ellas) recogen multitud de quejas, protestas y aclaraciones acerca de cómo deben o deberían ser los personajes, los actores, sus matices, las inflexiones de su voz… todo, hasta el menor de los detalles. No le servía cualquier actor para cualquier papel ya que había muchos que por los vicios adquiridos en su trayectoria artística no daban el perfil adecuado. Chéjov no parece contentarse nunca con nada y resulta más divertido cuanto más crítico se vuelve (“El señor Ivánov-Kozelski se pasa el primer acto gimoteando. Hamlet no sabía gimotear. Las lágrimas de los hombres son caras, y las de Hamlet no digamos.” (Pág.43)) aunque para darse una idea de hasta dónde es capaz de llegar nada mejor que repasar la primera parte, aquella que recoge algunas (pocas, en mi opinión) críticas a las obras de otros y en las que además de despiadado resulta tremendamente divertido.
“Los actores no lo entienden, dicen tonterías, no escogen el papel que les conviene, y me peleo porque creo que, si la obra no se monta con la distribución de papeles que yo he hecho, será un fracaso total. Si no la hacen tal como yo quiero, habrá que retirarla para evitar la vergüenza. En general, la situación es molesta y muy desagradable. De haberlo sabido, no me habría metido en esto.”
La traducción de todo esto es que no sé hasta qué punto es acertado (entendiendo esto como “suficiente") LEER a Chéjov. Y lo que es peor: tampoco puedo (sabiendo ahora lo que sé) conformarme con su representación. Es decir, que no tengo la más remota idea de sí algún día seré capaz de interpretar correctamente sus obras de teatro pero lo que sí tengo claro es que de volver a intentarlo tendrá que ser utilizando este libro como manual de lectura (lo cual es todo un cumplido porque yo no me compro cualquier libro y este encabeza la lista).
Entradas como esta, Carlos, son las que hacen que tu blog sea diferente. Gracias
ResponderEliminarMuy buena. Y muy fina (y pertinente) la cita del principio.
ResponderEliminarGracias, Carlos.
Excelente entrada, señor Tongoy. Mis respetos. Una pregunta: ¿por qué considera que el teatro de Ibsen le fue más accesible que el de Chéjov? ¿Considera que la novela de Solstad ayuda a leer a Ibsen? Siendo sinceros a mí no me gusta mucho leer teatro, en cambio, sí que me gusta ir al teatro, aunque como con los libros, es rara la ocasión en la que uno sale plenamente satisfecho.
ResponderEliminarGracias a todos; son ustedes demasiado amables.
ResponderEliminarDaniel, la cita fue una maldad tanto mía como de Chéjov. De hecho, un poco después, en la página 129 dice lo siguiente: “La etiqueta literaria prescribe que se acoja todo artículo crítico, incluso el más ofensivo e injusto, con una reverencia silenciosa. No se suele responder, y se acusa a los que responden, no sin razón, de tener demasiado orgullo.”
Joder, qué tiempos aquellos. Qué pena de pulso electromagnético.
Ahora la pregunta difícil. Anónimo de las 01:19 (que vaya horas también), le cuento:
No, no creo que la novela de Solstad ayude a leer a Ibsen. De hecho yo la leí pensando que sí y fue lo único en que me decepcionó. Incluso creo que cuando la reseñé lo hice un poco “molesto” por eso y quizá (no sé, tendría que volver a leerla) no fui del todo justo.
¿Por qué Ibsen fue más accesible? Lo ignoro. Creo que tiene que ver con la serenidad de las escenas de Ibsen: un decorado y dos o tres personajes que no entran, salen, gritan, se interrumpen… (Esto dice muy poco en mí favor.) Es muy sencillo de seguir porque las acciones de cada acto son continuas. Supongo que es un poco lo mismo que me ocurre con el cuento y la novela pero a pequeña escala. Otra razón muy importante (más de lo que suelo admitir en público) es la forma de hablar. Con los rusos me ocurre que los diálogos nunca me gustan, por las expresiones tan… “infantiles”. Me pone nervioso, no puedo evitarlo.
De todos modos la comparación no es justa porque mientras que de Ibsen leí varias obras de Chéjov no fue más que una y sin ganas. Pero estoy trabajando en la cura.
Espero que le sirva de respuesta.
Nuevamente gracias.
En realidad, Carlos, el teatro solo adquiere todo su sentido cuando es representado y gozado como espectáculo, que para eso es concebido. Debemos suplir la puesta en escena, los gestos, los silencios con nuestra imaginación. Aun así, leer teatro de vez en cuando resulta bastante sugestivo, aunque se nos escapen los detalles.
ResponderEliminarBuena reseña. Saludos.
Oye, Carlos, creo que tienes razón respecto a Ibsen, su composición de escenas y líneas de acción y tal. "Un enemigo del pueblo", la que más me gustó de él, es un ejemplo claro de lo que dices. Y fíjate que con el Ibsen de juventud pasa lo contrario; leí su "Catilina" y me sucedió lo que comentaba el último anónimo. Había gran influencia de Shakespeare, según recuerdo, mucha pasión en los caracteres, continuas salidas y entradas de la escena, exclamaciones y gritos. Resultaba un poco confuso al leerlo. Pero también le doy la razón al último anónimo; valió la pena. A ver si después de todo lo que tengo pendiente, me leyera la de Solstad...
ResponderEliminarUn saludo.
Hola Daniel, a mí "un enemigo..." me gustó pero encuentro que su contenido crítico se ha quedado en nada desde entonces acá. Hay cantidad de películas basadas en la idea central de la obra y eso me hace pensar que la fuerza del individuo que propone Ibsen ha sido utilizada para transformarla en apología del sujeto individual, capaz de hacer lo correcto sean cuales sean las fuerzas a las que haya de enfrentarse, en ese sentido no es que la obra sea falsa pero sí demasiado fácil de tergiversar y convertirse en idea Hollywoodiense.
ResponderEliminar¡Pedazo de entrada!Y pedazo de libro.Un ensayo muy útil.
ResponderEliminarDe acuedo contigo.
Respecto a que el teatro está hecho para ser representado... sin duda, claro, pero lamentablemente no es demasiado accesible. Buscando estos días por internet encontré bastantes obras en formato "video" pero no todas las de Chéjov y luego está lo que viene a decir el texto de arriba: ¿me fío o no me fío? Por ejemplo: no recuerdo en qué obra hubo de sustituirse (hablo de entonces) una actriz más vieja por una más joven por culpa de no sé qué enfermedad o algo así, una fuerza mayor de esas. El caso es que desde entonces se ha venido representando así, con una mujer más joven de lo que es realmente, lo cual no era lo que Chéjov quería. Y como esto muchas cosas más. Son detalles pero está por ver cuantos pequeños detalles alteran y cuánto una obra.
ResponderEliminar"Un enemigo..." la tengo pendiente. Sus comentarios me animan a adelantar su lectura. Eso y otra novela de Solstad editada también por Lengua de Trapo: "Novela once, obra dieciocho".
Saludos,
Amigo Carlos, buena reseña.
ResponderEliminarHabría mucho que comentar e iría para largo, con lo que no es plan, pero la idea general que expones me parece acertada.
Respecto a por qué es más fácil leer a Ibsen, es muy sencillo, porque es más literario. La mayoría de su teatro, salvo excepciones como Peer Gynt o Edda Gabler, precisamente sus dos obras maestras, se basan más en la proposición literaria que en la escénica. De aquí también el que muchos más lectores, que no espectadores, aprecien más sus textos que los más difíciles de interpretar de Chejov. Cosas que tiene la magia del teatro.
Sí, es cierto lo que afirmas sobre "Un enemigo...". Precisamente yo estoy posicionado filosóficamente en contra, en tanto que la noción de sujeto "libre y autónomo", esa "sustancia pensante" de la modernidad, jamás me ha convencido. Me inclino a pensar, más bien, que el individuo es producto de ciertas relaciones materiales que lo construyen (ya sabes, que "el ser social determina la conciencia"). No obstante, la obra de Ibsen me llegó hondo por el hecho de representar artísticamente esa autonomía moral soñada por la filosofía. Es lo de Kant; que el imperativo categórico resulta como la estrella polar, que nunca se alcanza pero orienta siempre. Eso representa para mí el personaje del doctor en la obra. Y tienes razón, es una idea que, dado el panorama actual, puede dar lugar a muchas aberraciones estéticas e ideológicas.
ResponderEliminarCarlos, échale un vistazo, que no te vas a arrepentir.
Un saludo a todos.
Por cierto, se me olvidaba: existe un "Estudio Uno" de "Un enemigo del pueblo". José Bódalo interpretaba al doctor, si no recuerdo mal. Lo digo por si alguien tiene curiosidad y quiere bajárselo.
ResponderEliminarSi ya suelo ir apuradete con la prosa de toda la vida, con el teatro ya ni te cuento. Malditos roedores. Menos mal que soy guapo y vosotros no.
ResponderEliminarTambién es muy aconsejable leerse un guion de alguna película, para quien no lo haya hecho. Si ya se ha visto antes - la película, digo- la sensación es muy curiosa.
ResponderEliminarFB
ResponderEliminarAyer Masoliver le hizo una reseña al libro de Olmos que es un tío mu citado en Internet. De Chejov he leído sus cuentos y una mini biografía que hizo Natalia Ginzburg publicada en Acantilado, el teatro leído me cuesta, siempre he creído que hay que leerlo en voz alta y da pereza lo de ir poniendo diferentes voces.
"Luces de Bohemia" de Valle-Inclan, quizá sea de las pocas obras de teatro que se entienden mejor leyendo. No me atrevo a decir que se concibió con ese objetivo, porque no lo sé, pero es tremendamente difícil representarla y colocar en el escenario la cantidad de matices que solamente se perciben hacia dentro, en la soledad del lector
ResponderEliminarY al contrario, las obras de teatro de Sartre o Camus, por ejemplo, se basan en el minimalismo de la puesta en escena y es ahí donde adquieren toda su brillantez. Leídas parecen cosa de ingenuos.
ResponderEliminarLa verdad es que el dramático viene a ser un género muy singular; o por lo menos altamente versátil. Fijaos en el teatro del Siglo de Oro; muchas obras de Lope o Calderón pueden leerse como un solo poema (perdón, Carlos) polifónico, a varias voces. El caso es que nada se pierde, al menos en ciertas obras de ellos, con una lectura así. Muy interesante todo esto que observáis sobre el teatro; le dediqué mi tesina a la forma dramática de la obra de Platón como estrategia de seducción retórica, y vuestras observaciones me han devuelto a esos viejos temas que tenía un poco abandonados. Gracias.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola Daniel, gracias por tu respuesta ( la de las 17.49)y sí, tienes razón en lo que dices, es un ejemplo perfecto para hablar de la moral kantiana. Ese "estudio 1" del que hablas lo he visto y creo que José Bódalo hizo tambien de Max Estrella en un montaje del Centro Dramático Nacional, allá por los ochenta, que no me gustó ni tantito, no sé si fué el sonido del Campoamor o que , tal como comenta El Pobrecito, la obra pierde al representarse.
ResponderEliminarNo he leído el teatro de Sartre ni Camus (están a tiempo si quieren recomendarme algo aunque ya les adelanto que del primero tengo anotado… dejen que mire… “Las manos sucias”) pero me parece muy interesante esa mención al minimalismo de la puesta en escena. Me he acordado inmediatamente de aquella película de Von Trier llamada Dogville en la que el escenario era básicamente un dibujo pintado en el suelo y cuatro muebles imprescindibles. La verdad es que logró el efecto que siempre entendí que buscaba: despojar a la historia de todo adorno. Me encanta esa película.
ResponderEliminarRespecto a Ibsen… bien, yo creo que ha quedado claro que no debería seguir viviendo si no me leo “El enemigo del pueblo”. Dejen que la robe y le daré prioridad. Priorizaré también (en la medida de lo posible) una entrada dedicada a Ibsen que ya supongo dejará nuevamente en evidencia mis carencias en este terreno. Igualmente me parece un buen momento para comentar algo de algunas novelas y no quiero dejarlo pasar. Veremos cómo me organizo. Caramba, esto se complica.
Por si les interesa en mi visita de esta tarde (o mañana) a la biblioteca me llevo anotado, entre otras cosas, lo siguiente:
“La buena persona de Sesuan” de Bertolt Brecht y “¿Quién teme a Virginia Wolf?” de Edward Albee. Bueno, y “Las manos sucias” de Sarte. Tenía más, pero se acaba de colar Ibsen con todo el morro.
Me está haciendo muy feliz esta entrada y eso se lo debo a ustedes. Se rompió un poco el encanto cuando Daniel dijo la palabra maldita (“poema”)(es broma) pero por lo demás me quito el sombrero. Gracias.
Muy buena Dogville. Pero buena de cojones. Sobretodo el final, a partir de la conversación en el coche acerca de la arrogancia. Poco más tengo que decir. Nehmo, me ha reventado el disco duro y no puedo subir la última gilipollez. Pero la subiré. Por mis huevos.
ResponderEliminarVale. Las manos sucias está bien. Pero puedes complementarla con Los Justos de Camus, y así, además, comparas.
ResponderEliminarY mientras tanto Sergio Fanjul sigue dándole bola a los "talentosos", según él, bloggers y demás cantamañanas en El País. Qué país, con periodistas como éste.
ResponderEliminarhttp://www.elpais.com/articulo/madrid/muro/Facebook/paginas/libros/elpepiespmad/20111111elpmad_1/Tes
ResponderEliminarEs una buena inyección de moral panfletaria en tiempos de crisis. Que no decaiga o nos hundimos todos. Está haciendo su trabajo, el buen hombre.
ResponderEliminarAnotada "Los justos". Me espera un buen fin de semana.
ResponderEliminarSin querer entrar en el debate de la noticia de El País -que se define a sí misma- pero por no hacer el feo de obviarla tengo que reconocer que me ha hecho especial gracia la comparación Rimbaud. Este es el argumento de siempre que lo legitima todo, especialmente si uno es poeta o similar. En fin...
Había pensado (llevo tiempo con ello en la cabeza), si les parece bien, tratar el tema más en profundidad dentro de muy poquito -como diez o veinte días- con una entrada que espero me dejen empezar las musas esta misma noche. Y quien dice esta noche dice la de mañana o el próximo lunes.
Saludos,
Demasié el artículo... Y mira, ya que tanto se parecen a Rimbaud (me río de verme tan bella en este espejo; como decía la Castafiore) podrían considerar lo de pirarse a África.
ResponderEliminarUna vez, discutiendo sobre Dogville con otro profe amigo mío, me comentó una cosa que viene al pelo para esta entrada. Me dijo que el diseño de los espacios no sólo respondía a la economía minimalista para resaltar las acciones y los caracteres, sino que también cumplía la función de que el espectador, en los planos generales, pudiera contemplar todas las acciones simultáneamente, en un espacio total, precisamente como en la escena de un teatro.
Saludos y gracias por esta serie de comentarios tan interesantes.
Quique, no quiero ser malpensado pero, ejem, ¿Cómo has reventado el disco duro?
ResponderEliminarEstimado amigo,
ResponderEliminarTu blog es una inspiración. Gracias.
Hola Carlos:
ResponderEliminarYo del teatro de Camus te recomiendo Caligula, me encantó. Al nivel de sus mejores novelas.
Saludos
Oh ¡dios!, ya estoy salivando con ese post que prometes para "dentro de muy poquito -como diez o veinte días-"...
ResponderEliminarMerece una lectura "El malentendido" de Camus, pura inspiración para ese artículo, precisamente.
"La cabra o ¿quién es Sylvia?", de Edward Albee.
ResponderEliminary
"La puta respetuosa", de Sartre.
Buena recomendación la de "Los justos" para Camus.
Acabarán ustedes conmigo. Fui a la biblioteca el viernes y me traje teatro de Camus, Sartre, Bernhard, Albee (no el que me dices tú, Raúl, porque tu mensaje llegó después pero todo se andará), Brecht y, claro, Ibsen. Este fin de semana no he tenido apenas tiempo de leer pero sí ha caído "Un enemigo del pueblo" de Ibsen. A ver si liquido un par de reseñas y me pongo con ella.
ResponderEliminarEl resto irán cayendo a lo largo de la semana. No sé yo si no será demasiado teatro para tan poco blog.
David, me anoto Calígula para el próximo viaje.
Saludos,
Anónimo del 12 a las 15:12, lo siento, he tenido que rescatar su mensaje. No salive demasiado que no es para tanto. Ha acabado siendo nada mas que una "pequeña" alusión en la entrada de un libro (que dicho sea de paso ya tengo casi acabada (la entrada)).
ResponderEliminarAnoto igualmente "El malentendido" de Camus, aunque ya la supongo incompatible.
Muchas gracias,