Pensaba yo el otro día que tendría que haber una máxima en los talleres literarios (tallada en piedra sobre el enorme pizarrón) que les recordase a los interesados la importancia de tener algo que contar y otra, inmediatamente después, separadas si acaso por un fino hilo argumental, que fijase, literalmente, el siguiente imperativo: “no te repitas, no te repitas, no-te-repitas”.
Pues bien.
En este libro se concentran los dos errores: Sara, no teniendo absolutamente nada que decir, se repite (tal vez apremiada por los plazos o con la necesidad de permanecer en el “candelabro”, sabrá ella los detalles del horror editorial). Porque esto, confiesa tarde mal y arrastras, tiene su origen en un bonito (es un decir) cuento publicado no sé cuándo no sé dónde (no me obliguen a buscarlo). Cambia cosas, claro: no sé qué, da igual, no es el tema. El tema es que esto nace como relato y luego se hace novela; corta, pero novela. O sea, RE-LLE-NO.
Les cuento un poco de qué va y ya inmediatamente después precipitamos las conclusiones, que tengo prisa.
La novela es una adolescente de casi catorce años que se oculta en un parque para no tener que ir a clase. También un señor de cincuenta y pocos del que se hace amiga. Él la visita a diario, ella le coge cariño, etc. Pasan las horas muertas ocultos entre los setos, no los vaya a pilla la gendarmería. En un momento dado alguien se baja las bragas. Ahí lo dejo.
Y ya está.
Que sí, de verdad. Ya está.
No hay NADA MÁS. La novela finge tensión por lo que pueda ocurrir, esto es: por qué un señor de esa edad hace migas con un adolescente; qué pretende, ese canalla, ese cerdo. ¡Pederasta! Y ella, angelito, qué pena todo. Qué peligro. Qué inocente. Pero qué haces, desgraciada.
Qué nervios todo el rato, qué cosa.
La novela es un permanente ver venir el sí sospechando en el fondo que no. Cero tensión, por lo tanto, aunque me consta que hay gente que ha sufrido con esto pero es que hay gente que sufre hasta con Marsterchef. Los supondremos de nervio fácil o lectura ocasional porque de otro modo no se explica.
Toda la novela es de un sopor magnífico. Todavía no es Manuel Vilas pero estamos jugando con fuego. Aviso. Es caso es que: tres páginas y a dormir. Tremendo. Y cuando no es sueño, es evasión: que si esto lo otro lo de más allá. Leyendo este libro uno toma conciencia de la importancia de la cafeína en la literatura española, al menos a la hora de afrontar algunos autores. Bueno, vale, a casi todos. Podría escribir un libro sobre ello pero siempre he sido más de follar. Lástima que no cunda el ejemplo, nos ahorraríamos perder el tiempo con tanta memez y tanta versión extendida de tanta mediocridad.
Dios, cuánto echaba de menos esta palabra.
Y ya les dejo. Me he jurado por San Victor Hugo que hoy sería de una brevedad e-jem-plar.
Muchas gracias por tu opinión. No estaba en mi lista de posibles adquisiciones de Sant Jordi, pero por si las moscas ahora sí que no caigo en las redes de este libro.
ResponderEliminarUn saludo
Un placer.
EliminarNi en broma leeré un libro de la tal Sara Mesa, una señorita a la que Anagrama está metiendo con calzador. Es la Rosalía de la literatura. Por cierto, lea de una vez a Chirbes.
ResponderEliminarjajajaja, vale, prometido (otra vez).
EliminarSecundo lo de Chirbes, ya es hora.
Eliminarpues si le dieron el planeta o algo así a elvira, sara podría ser la próxima nobel
ResponderEliminarfácil, eso.
EliminarLeí Cicatriz y no me gustó nada. Hacía algo parecido a lo que cuentas aquí, un planteamiento simple pero que puede parecer interesante y después no lo resolvía. Supongo que creerá que eso es la tensión. Ciertamente si eres un narrador exquisito, que no es el caso, las digresiones pueden ser el núcleo de una narrativa.
ResponderEliminarLamento decir que me parece que se trata de publicar a una mujer joven porque eso es lo que demanda la sociedad. Un mayor papel de la mujer en la sociedad. Por desgracia, con dicho intento asesinamos a la literatura.
De todas maneras la literatura española está cadavérica. Soy incapaz de nombrar un solo escritor menor de 60 años que sea siquiera interesante. Lo poco interesante en español viene del otro lado del océano. La culpa: de cierta editorial que destruye todo lo que toca (las demás algo de culpa también deben tener) y de los lectores que no los mandamos a paseo.
Sinceramente, lo único que pido a un libro de ficción, es un poco de cuidado con la forma y que sea capaz de analizar la sociedad en la que vivo. ¡No más Juegos del Hambre!
*A ver si 'la Editorial' se pasa de una vez a las series y nos deja en paz a los lectores.
¿Por qué no dice el nombre de la editorial si solo está dando su opinión y no acusando de nada delictivo? ¿Ya no se puede decir en redes que Anagrama apenas descubre a autores interesantes, que Asteroide tira mucho de reediciones de éxitos semiolvidados o que Random Mondadori se ha acomodado?
EliminarQué pena leer este artículo después de haber leído el libro. Podría haberme ahorrado las páginas tan mediocres de Sara Mesa...
ResponderEliminarMuy de acuerdo con todo lo expuesto en la reseña. Lástima, porque creo que Sara Mesa tiene cualidades como escritora...
ResponderEliminarEl libro al que te refieres es "La ciudad felíz" de Elvira Navarro.
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