¡Extra, extra!, se confirman los rumores: Blackie Books se ha especializado en soplapolleces.
Hoy, un ejemplo perfecto.
Contra la lectura son 168 páginas dedicadas a que alguien nos recuerde lo que ya sabíamos: que sólo debemos leer cómo y cuándo apetezca, que ni clásicos ni leches y que todos los slogans de fomento de la lectura no valen ni el papel en el que están escritos. Y que si lo nuestro es leer, la literatura no va a salvarnos la vida: ni nos hará ricos ni nos hará mejores personas (suponiendo que busquemos semejante cosa en semejante sitio), por lo tanto, vamo a calmarno.
«Permitidme dejar las cosas claras: no hay libros que «debáis» leer. Seguid mi consejo: si os aburre, no lo pilláis, os resulta soporífero u os provoca dolor de cabeza, dejadlo y pasad a leer otra cosa. Incluso este mismo libro: si no os interesa, ¡dejad de leerlo ya mismo! Abandonadlo, pedid que os devuelvan el dinero, regaládselo a un amigo o tiradlo por la ventana. Sinceramente, me trae sin cuidado».
Por esta tontería y dos horas de un tiempo que jamás podrán recuperar, damas y caballeros, Blackie Books les va a cobrar 17 euracos.
Avisados quedan.
Que sí, es verdad: nunca está de más que nos recuerden que no pasa nada por dejar un libro para siempre a medio terminar; o que la primera norma de un club de lectura ha de ser perderle el miedo a lo que está por venir, desmitificando lo que sea, Tolstoi incluido, o que, efectivamente, tenemos que llevarle una vez más contraria a los agoreros de turno que insisten en anunciar la enésima muerte de la literatura, al menos mientras no contemos con el aval de las cifras oficiales que hablaban de 150.000 libros publicados en 2002, año en el que la NEA realizó una encuesta llamada “La literatura está en peligro”.
«[…] creo que la importancia de la lectura (por no hablar de la escritura) está muy sobrevalorada, y a lo que en realidad deberíamos prestar atención, en un mercado abarrotado y ahíto de libros, no es a la muerte de la lectura, sino a la muerte del criterio. Es relativamente fácil adquirir el hábito de la lectura; es mucho más difícil llegar a ser un lector exigente y con criterio» [John Sutherland citado por Mikita Brottman].
El resto del libro es una suerte de autobiografía de una lectora compulsiva que un buen día descubre que tanto libro y tanto recluirse en el desván y tanto drama inglés la estaban sumiendo en un autismo del que logró escapar por los pelos y de ahí la lección y de ahí este libro y de ahí este desastre mayúsculo de señora venida a más.
Contra la lectura es también una crítica (me gustaría decir “mordaz” pero ni eso me concede) a los bibliomaníacos. Ya saben, esa gente que es más aficionada a los libros que a la literatura, esto es, que prefieren el continente al contenido que es exactamente lo contrario de lo que ocurre con los bocadillos de calamares. Se trata de gente que no merece mucho más que estas líneas que les acabo de dedicar aunque se ve que Mikita ha debido ver en ellos un filón que yo no y de ahí las chorrocientas páginas que dedica a Art Garfunkel, ejemplo perfecto de lo que ella considera un bibliomaníaco de manual, todo lo contrario que su profesora, que al cabo de su vida no tenía un triste libro en casa, motivo éste de sincero y justificado desprecio en aquellos días en los que Mikita sentía la necesidad de mirar por encima del hombro a quienes no adornaban sus estanterías con ediciones en piel de novelas ejemplares.
«De modo que, ya veis, aquí estoy machacando a una persona por no tener libros en las estanterías y menospreciando a otras por tenerlas llenas de ellos. Pero las viejas costumbres tardan en morir, y es casi tan difícil no juzgar a alguien por los libros que tiene (o que le faltan) en las estanterías como no juzgar un libro por la cubierta».
Una parte importante de este libro (libro que, como habrán adivinado, nunca llegará a ocupar espacio en mi estantería) es una “apasionante” (no sé si se aprecia el sarcasmo) encuesta que la escritora hizo a cincuenta y seis lectores adultos «de todas las edades, británicos y estadounidenses a partes iguales, académicos y “legos”» en la que les formulaba las siguientes preguntas: qué libro estás leyendo; cómo eliges el siguiente; si los terminas, si los dejas a medias o que si cuántas páginas necesitas para tomar esa decisión; si sueles diferencias entre trabajo y diversión; si relees y cuánto y pon ejemplos, por favor, amor; si lees en transportes públicos; si recuerdas alguno que te hiciera reír o llorar. Que dónde compras los libros, que cuánto gastas. Que qué de qué. Hasta aquí todo medio normal, las preguntas típicas que los aficionados a la lectura están deseando contestar para demostrar lo que sea que necesiten demostrar. Pero no contenta con eso, Mikita sigue preguntando: ¿usas marcapáginas o doblas por una esquina las páginas?, ¿tomas notas en los márgenes? Si es así, ¿usas lápiz o bolígrafo? ¿A qué velocidad lees? ¿Lees por encima a toda marcha o te detienes para ir saboreando las frases? ¿Cuándo y dónde lees mejor?
En este plan.
Lo juro por San Faulkner.
Las repuestas (¡claro!) son todo lo variadas que pueden serlo las personas: se lee de todo, a todas horas y en toda partes; unos dejan libros, otros no; unos doblan las esquinas, otros no; unos gastan lo que no tienen, otros van a la biblioteca, etc. La encuesta no tiene conclusión básicamente porque no puede tenerla pero aun así la bella de corazón Mikita Brottman concluye que lo mejor es lo que más se parece a lo que viene siendo ella misma y sus circunstancias y sus manías lectoras ya más que superadas.
Llegado este punto uno ya no sabe si seguir leyendo o directamente prenderle fuego, que es al fin y al cabo lo que merece este puto libro que navega entre lo presuntuoso y lo ridículo y que termina como terminan aquellos libros que piden a gritos ser abofeteados.
«Y ahora que habéis llegado al final del libro, cerradlo. Esperad un rato antes de comenzar el siguiente.
Podría suceder cualquier cosa.
¿Qué creéis que será? »
Tal vez leer Moby Dick no nos haga parecer más guapos pero al menos (léase este caso) no nos hará parecer imbéciles.
PERO PERO...No puede ser cierto, no. No puede ser. ¿Cuánto decía usted que cuesta ese folleto? Qué vergüenza, por Dios.
ResponderEliminarHace unos añitos se avisó aquí que la próxima novela de Sara Mesa iba a volarle la cabeza a todos los lectores habituados a medianías, imitaciones de saldo y prestigios inflados. Los palmeros y los anónimos escocidos recibieron el aviso con la estolidez habitual.
ResponderEliminarAhora podrán cambiar de opinión. La historia de Casi y El Viejo quedará poderosamente grabada en la memoria de todo los lectores y derribará prejuicios que desconocíamos. No se recuerda una novela del ámbito de nuestra lengua compartida y de una autora joven y mujer generando esta expectación.
¿Una novela de las que son tan referente de una época? Tongoy, léela con la mirada limpia, déjale el protagonismo al talento de la autora y reconocerás la novela soberbia que todos los que la han leído reconocen.
'Cara de pan'.... Tic tac tic tac tic tac....
Sigo insistiendo.
ResponderEliminarNos tiene que comentar las lecturas que le merecen y que nos ayuden a crecer como lectores.
A cualquier lector que le gusta que cuenten una historia, no creo que lea el libro que comentas.
Por lo que insisto: lecturas que le merezcan.
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