martes, 14 de marzo de 2017

“La felicidad de los pececillos” de Simon Leys (Trad. J. Ramón Monreal)

Un libro es bueno por muchas razones. Por ejemplo, cuando nos da la razón, confirma lo que ya sabemos o nos pone sobre la pista de aquello que nos interesa y que prácticamente habíamos olvidado o directamente ignorado. La felicidad de los pececillos es exactamente eso: un libro con el que sólo podemos estar de acuerdo, un libro plagado de anécdotas más o menos intrascendentes, más o menos interesantes, citas, nombres, palabras puestas en cienes de bocas ajenas, palabras que siempre tienen mucho que ver con el acto de leer o el acto de escribir, que son casi los mejores actos que uno se puede encontrar por la calle. 

Y las cosas como son: un libro tan lleno de obviedades sólo puede ser bueno.

Y además incluye cuatro citas de Confucio, entre las que se encuentra «Consagrad al gobierno los ocios del estudio, y al estudio los ocios del gobierno» que es un tipo de cita que ya solo por su estructura resulta imbatible. 

A mí este tipo de libros me cargan un poco, honestamente. Tanta sabiduría y tanta verdad acumulada y tanta perspectiva y tanta clarividencia y tanta vaina. Si esto lo salpicas, además, con esa mierda tan Zen, tan de ponerte de rodillas y no querer ya otra cosa que comer arroz con los dedos y follar sobre un tatami a la hora del té, pues apaga y vámonos. 

«Zhuang Zi y el maestro de lógica Hui Zi se paseaban por el puente del río Hao. Zhuang Zi observó: «¡Mira lo felices que son los pececillos que se agitan ágiles y libres!». Hui Zi objetó: «Si no eres un pez, ¿de dónde sacas que los peces son felices?». «Como tú no eres yo, ¿cómo puedes saber lo que yo sé de la felicidad de los peces?». «Te concedo que yo no soy tú y que, por tanto, no puedo saber lo que tú sabes. Pero como tú no eres pez, no puedes saber si los peces son felices». «Retomemos las cosas desde un principio —replicó Zhuang Zi—. Cuando me has preguntado “¿De dónde sacas que los peces son felices?”, la forma misma de tu pregunta implicaba que sabías que yo lo sé. Pero ahora, si quieres saber de dónde lo sé, pues bien, lo sé desde lo alto del puente».

Pero no quiero parecer insensible (no más de lo necesario, al menos): lo cierto es que el libro de Leys tiene tanto de obvio como de ameno, dicho esto como un cumplido, y cuenta además con la ventaja de regalarte un montón de sabiduría de la buena, que es esa sabiduría que sale siempre a relucir en las noches de agosto de terracita e impostada trascendencia a partir de la segunda copa; por no hablar de todos esos sentencias estelares ideales de la muerte para abrir temas de conversación en los cada vez más habituales incómodos silencios, tipo Mark Twain observó que la música de Wagner perdía mucho si se la escuchaba.

Sé que no lo parece, pero el libro me ha gustado. Quiero decir que lo he pasado moderadamente bien, me ha entretenido, ese tipo de cosas (al final lo más simple, verdad…): digamos que mientras lo leía, he llegado a sentir cierto placer, o si no placer, un cosquilleo. No sé, tal vez era hambre. En cualquier caso es un compendio de momentos, episodios, capítulos (dejémonos de tonterías y llamémoslo por su nombre: de artículos dominicales) realmente estupendos tipo Del papel del arte en las expediciones polares o Un congreso de escritores en la isla Norfolk o El imperio de lo feo (“La belleza llama a la catástrofe del mismo modo que los campanarios atraen el rayo”). Incluso hay uno en el que se permite decirle a Bloom que es un poco papanatas por creer que un cuento de Chejov es bueno por los motivos equivocados.

Y oye, que muy bien, pero vaya.



14 comentarios:

  1. Introduces aquí un problema digno del mejor Confucio.

    A la hora del té o tomas el té o follas. Las dos cosas a la vez no puede ser. Una antes que otra, o viceversa.

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  2. Porque no lo has intentado. Otra cosa es que, tomados como sucesos independientes, coincidan los dos. Ahí se complica el asunto habida cuenta de la frecuencia copuladora que todos (todos) nos traemos entre manos. Tés, tampoco muchos.

    Y eso de que la belleza llama a la catástrofe no lo acabo de ver. ¿Alguien me lo explica?

    Quique

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    1. eso es por que no estás bueno. No sabes lo que sufrimos los demás...

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  3. ¿Un libro es bueno cuando nos da la razón? ¿Y cuando pone patas arriba todas nuestras estructuras mentales no?

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    1. No, claro que no. ÚNICA Y EXCLUSIVAMENTE cuando nos da la razón. Creo haber sido muy claro en este punto.

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  4. Pregunta de alguien recién aterrizado en el lugar, justo después de la ingesta de una dosis razonable de tus críticas y recensiones (pregunta quizá innecesaria para los habituales por ya respondida en algún antiguo hilo):

    Tongoy, tú eres orgullosamente masoca, ¿no?

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    1. ¿"orgullosamente masoca"? ¿Pero en qué idioma escribes?

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    2. En español:

      - masoca
      1. adj. coloq. masoquista. Apl. a pers., u. t. c. s.

      - orgullosamente
      1. adv. Con orgullo.

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    3. Pues a mí me parece que utilizar un adverbio en -mente como determinante de adjetivo es una forma sintáctica bastante impropia del castellano, y hace daño a la vista y al oído.El adverbio, como su nombre indica, acompaña y modifica al verbo, y, tal y como indica la falta de moción de género o número, no establece vínculo sintáctico independiente con el sustantivo o el adjetivo que vengan después.

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    4. El otro lado de la cuestión es que "orgullosamente" es incompatible, tanto desde el punto de vista semántico como desde el punto de vista aspectual, con el verbo "ser": se está orgulloso de ser algo (masoquista), pero no se puede *ser orgulloso de ser algo (masoquista), del mismo modo que se puede estar, pero no ser, definitivamente muerto.

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    5. Y así han quedado al descubierto todos los ingredientes de este lío: que es que uno es o no masoquista, pero orgulloso únicamente se está. Por eso, en castellano, uno es masoquista "a mucha honra" (por ejemplo); o "lleva con orgullo" lo de ser masoquista. Y el "orgullosamente" mejor se deja para las malas traducciones del inglés.

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  5. un pariente lejano de confucio15 de marzo de 2017, 4:26

    leí este librillo hace milenios, y no recuerdo nada de su contenido, pero sí que después de leerlo me dejó una vaga sensación como de habérmela pasado bien mientras lo leía

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  6. El té seguro. Por lo demás, creo que me me voy a quedar en una experiencia tántrica, o quizás onánica. Aunque, la verdad, solo con imaginarme sentado igual que Buda y cada una de mis manos ocupada en su menester, se me quitan las ganas

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