martes, 24 de mayo de 2016

‘Cuentos completos’ de Joseph Conrad (II)

Hoy, un bloque también llamado ‘Juventud: una narración; y otras dos historias’ que incluye lo siguiente: 


‘Juventud’

Hubo un tiempo en el que a los escritores les pasaban cosas. Se hacían guerrilleros o marineros o buscaban oro en Alaska. Ahora lo más boicotear Mercadona. Juventud es un buen ejemplo.

En Juventud, un narrador nos cuenta que, en una reunión de viejos amigos, uno de ellos, Marlow (personaje recurrente y alter ego de Conrad, a quien más adelante podremos encontrar también en El corazón de las tinieblas, Lord Jim y Azar), cuenta una historia. 

«Estábamos sentados en torno a una mesa de caoba en la cual se reflejaban una botella de clares, unas copas, y nuestros semblantes al acordarnos en ella. Éramos un director de empresas, un contable, un abogado, Marlow y yo. El directos había sido grumete en el barco de instrucción Conway; el contable había prestado servicio cuatro años en alta mar; el abogado —venerable conservador, anglicano a machamartillo, el mejor de los compadres, la esencia del honor— había sido oficial mayor en la Compañía Naviera Peninsular y Oriental en los buenos tiempos en que los barcos-correo llevaban aparejos de cruzamen en al menos dos mástiles y atravesaban el Mar de la China durante un buen monzón con alas arriba y rastreras abajo. Todos iniciamos nuestras singladuras en la marina mercante. A los cinco nos vinculaban los fuertes lazos de la mar, así como la camaradería de los navíos, ésa que jamás brotará de ningún entusiasmo por yates y cruceros y similares, pues éstos son meras distracciones de la vida en tanto que aquellos son la vida misma». (*)(1)(2)

Juventud, inspirada en pasado del propio Conrad, cuenta la historia de un joven marinero que se embarca en un viaje en el que perderá la inocencia: el Palestine, llamado Judea en la novela. Bien, el Palestine parte de Inglaterra con destino Bangkok el 21 de septiembre de 1881 con una carga de carbón pero tras sufrir incidentes varios (fuertes vientos, inundaciones, averías y más vientos y más averías y más inundaciones, esto es, el desastre completo) termina hundiéndose cerca de Sumatra año y medio después, tras varios días tratando de apagar un incendio de la carga de carbón (que ya es mala suerte, también) que amenazaba con hacer con sus tripulantes una fenomenal barbacoa estilo tejano.

Se dice se cuenta se rumorea que Conrad se arranca a escribir Juventud más o menos cuando nace su hijo, y que la escritura del mismo tiene también mucho que ver con ese antes y ese después que tiene la paternidad. El fin de una era, en cualquier caso, porque quién sabe qué se echa de menos, verdad, si la juventud, la navegación, la soltería o la ausencia total de responsabilidades. Marlow: 

«Por lo que más queráis, ¿acaso no es el mar, el mar mismo, o quizá la juventud, lo único que…¿ ¿Quién sabe? Vosotros, todos vosotros, le habéis sacado algo a la vida: dinero, amor, esas cosillas de tierra firma, pero, decidme, ¿no fue la mejor de las épocas aquella en que éramos jóvenes en el mar, jóvenes sin nada… en el mar que nada nos obsequia excepto unos buenos coscorrones, así como algún que otro momento de eses que nos ponen a prueba? ¿Acaso no es esto lo único que añoráis?» (*)(3)(4)

Un tal George Gissing, crítico de la época experto en Dickens a la vez que mediocre escritor, dijo, entusiasmado, a raíz de la lectura de Juventud, que Conrad «era el escritor más poderoso —en todos los sentidos de la palabra— que estaba publicando entonces en lengua inglesa. ¡Una escritura maravillosa! Los demás son escritorzuelos en comparación».

En cualquier caso y honduras, dobles interpretación o retratos psicológicos aparte, Juventud es una fenomenal novela de aventuras que me ha sorprendido no ver adaptada a la gran pantalla.



‘El corazón de las tinieblas’

Relectura (y van…). El corazón de las tinieblas ya fue algo así como comentado en este mismo blog no hace tanto tiempo, con motivo de la reedición que Sexto Piso llevó a cabo dentro de su cabecera de ilustrados (6). Aquí el link. En su momento se me acusó de vago por no entrar un poco más en detalle, por quedarme en la superficie, por hablar más y mejor de los libros que no me gustan, lo de siempre, vaya (supongo que eran visitantes ocasionales o de otro modo no se entiende). Puede que yo prometiese hacerlo en el futuro (también soy mucho de eso). En cualquier caso esta parece una buena ocasión de recuperar las mejores intenciones.

En El corazón de las tinieblas, como decíamos, repite Marlow, el alter ego de Conrad y lo hace del mismo modo que en Juventud: un tercer par de ojos nos cuenta lo que nos cuenta Marlow que es a la vez narrador casual y protagonista.

«El corazón de las tinieblas es una experiencia personal mía; pero es una experiencia exagerada una pizca (aunque sólo una pizquita) respecto a los hechos reales, con el propósito, perfectamente legítimo a mi entender, de afectar a los lectores en cuerpo y alma. Aquí no era cuestión de dotar a nada de sinceridad. Se trataba de otro arte bien distinto. Ese tema sombrío exigía ser investido de una resonancia siniestra, de una tonalidad propia, de una sostenida vibración que, confié, reverberaría en el aire y perduraría en el oído tras haber sonado la última de sus notas». (*)

(Hay que decir que «aunque la experiencia de Conrad no fue una pesadilla como la que describe El corazón de las tinieblas, sí fue testigo directo e indirecto de algunas atrocidades, causadas sobre todo por la incompetencia y la estupidez. El jardín decorado con cabezas humanas de Léon Rom, capitán de la Force Publique, el brazo de seguridad del proyecto del rey Leopoldo, es posterior al período que Conrad pasó en el Congo, pero es una prueba de hasta qué punto había llegado la degeneración de algunas personas en aquel lugar». (Las vidas de Joseph Conrad, John Stape, Lumen))

Y es precisamente esa resonancia siniestra y ese tema sombrío del que hablábamos más arriba lo que prevalece y lo que hace tan especial esta pequeña gran novela que ya desde los primeros compases anuncia un estilo que busca sumergir al lector en una suerte de fantasmagórico viaje con espectro incluido.

«El estuario del Támesis se prolongaba ante nosotros como el comienzo de una infinita vía marina. En lontananza el mar y el cielo se soldaban sin fisuras, y en el luminoso espacio las curtidas velas de la falúas empujadas río arriba por la corriente parecían agruparse, aquietadas en racimos picudos de lona rojiza, con destellos del barniz de las botavaras. Flotaba bruma sobre las orillas bajas que se deslizaban hacia el mar a modo de llanura que se deshiciera. El aire era sombrío sobre Gravesend, y más a lo lejos parecía adensarse en una lúgubre oscuridad, aciagamente inmóvil sobre la mayor, y más grandiosa, capital de la tierra».(*)

Y es que la obrita, además de relato de aventuras y una crítica demoledora al colonialismo del que fue víctima el Congo («¡El horror! ¡El horror!») (lejos está de ser relato autobiográfico, pese a todo, y mucho menos una obra de realismo social), es una novela de terror en toda regla en la que un hombre, un aventurero sin oficio ni beneficio se adentra en un río con forma de serpiente en un viaje que página tras página adentra a su vez al lector en un infierno del que curiosamente sólo sale marfil: como decía su editor «es un poderoso retrato pintado con palabras, capaz de mantener en todo momento una extraña sensación de pesadilla africana».

«Hicimos escala en más sitios con nombre grotescos, donde la alegre danza de la muerte y el comercio se celebra en una atmósfera enrarecida y telúrica como la de una asfixiante caverna; proseguimos nuestro cabotaje de aquella costa amorfa, tan bordeada por traicioneros rompiente como si la propia Naturaleza se hubiera propuesto mantener a raya a los intrusos, remontamos y descendimos algunos ríos, corrientes de muerte en vida, cuyas riberas se pudrían en fango, cuyas aguas, espesadas en limo, invadían los retorcidos manglares que parecían contorsionarse ante nosotros en el último extremo de la desesperación impotente. En ningún punto nos detuvimos suficiente tiempo para formarnos una opinión detallada, pero creció mi sentimiento general de estupor vago y opresivo. Parecía un peregrinaje agotador entre visiones pesadillescas». (*)
«Los trechos se abrían imponentes ante nosotros y se cerraban a nuestras espaldas, como si la selva trabajara morosamente río abajo para cerrarnos el camino de regreso. Nos adentrábamos más y más en el corazón de las tinieblas». (**)

Y al fondo del río, un hombre, una presencia descomunal que tiene un protagonismo absoluto a lo largo y ancho de la novela, pese a que, como todo buen fantasma que se precie, sus apariciones no pueden estar más limitadas, algo por lo que sin embargo Henry James no dudó en restarle «valor al método narrativo de El corazón de las tinieblas, con la objeción de que Kurtz seguía siendo un personaje elusivo a pesar de tanto hablar de él».

«—Es un hombre excepcional —dijo al fin—. Es un adalid de la piedad, y de la ciencia, y del progreso, y del diablo sabe cuántas otras cosas. Necesitamos —adoptó inesperadamente un tono oratorio—, para encauzar la causa que nos ha confiado Europa, como quien dice, inteligencia superior, solidaridad generosa, unidad de sentido.
—¿Quién dice eso?— pregunté.
—Muchos —contestó. Algunos hasta lo escriben; y por ello coge y se presenta aquí él, un ser especial, como debe usted saberlo». (*)(6)(7)

En definitiva, un relato asombroso (pese a la lectura crítica de Chinua Achebe que no duda en acusar a Conrad de racista al proyectar «la imagen de África como “el otro mundo”, la antítesis de Europa y, por tanto, de la civilización, un lugar donde la cacareada inteligencia y refinamiento del hombre son finalmente burlados por la bestialidad triunfante» (Planeta Kurtz, Mondadori)), un relato asombroso, decía, que habla de la muerte de un hombre y de un país, de la degradación y las cotas de horror que puede alcanzar el ser humano.

«Estábamos incapacitados para comprender todo cuanto nos rodeaba. Pasábamos como espectros, perplejos y secretamente afligidos como lo estaría cualquier hombre cuerdo frente a una sublevación de locos en un manicomio. No podíamos comprenderlo porque estábamos demasiado lejos y ya no recordábamos nada, porque viajábamos a través de la noche de los primeros tiempos, por una era perdida de la que a duras penas sí quedaban señales, pero ya ningún recuerdo. La tierra parecía otro mundo». (*)

«Todo es repugnante por aquí» escribía Conrad a su amiga Poradowska. Y sí, es cierto, todo era repugnante allí, pero qué bien contado.



‘La soga al cuello’

Estas reseñas se me están yendo de las manos. Aprovechando que este relato no se cuenta entre mis favoritos, seré especialmente breve.

El protagonista de este relato es un hombre, un capitán de barco, que intenta ocultar su ceguera y acaba hundiendo un barco en un intento suicida por recobrar su honor perdido. El tema es más o menos el siguiente: un hombre se ve obligado a vender su barco, único medio de vida, para sacar de apuros a una hija que vive al otro lado del mundo, en Melbourne. Después de eso y puesto que él necesita seguir viviendo y la nena toda la ayuda posible, se asocia con un perfecto inútil que tuvo en su momento la mala fortuna de ganar la lotería invirtiendo el dinero en un barco que es incapaz de gestionar adecuadamente. Con la entrada de nuestro capitán en el negocio (y como hombre que es tomado en serio y respetado en la profesión) la cosa remonta. Más tarde hará un amigo, río arriba, en el quinto pinto, un hombre «exigente, capacitado, algo cínico, habituado a la mejor sociedad poseía una latente calidez de sentimientos y un don de simpatía que ocultaba bajo modales de indiferencia altanera y arbitraria, fruto de su educación juvenil, y también bajo algo que un enemigo podría haber calificado de afectación en su aspecto, como un eco distorsionado de pretéritas elegancias». Qué bueno es Conrad en las descripciones.

En fin, sin entrar en más detalle, el relato, demasiado largo en mi humilde opinión, tiene mucho que ver con el fin de una era y otros fines que ya anticipamos más arriba, temática habitual, como se ha visto, en este bloque. Interesante, correcto y siempre superior a la media es, de los tres que se incluyen en el recopilatorio, el que me nos me ha gustado, tal vez por ese encaminarse sereno hacía el previsible e inevitable final.



Total, que no puede gustarme más.






(*) Traducción edición Valdemar, 2016

(**) Traducción edición Sexto Piso, 2015




(1) Trad. Sexto Piso: «Nos encontrábamos sentados con los codos apoyados en una mesa de caoba en la que se reflejaban nuestros rostros, la botella y las copas. Éramos un director de empresa, un contable, un abogado, Marlow y yo. El director había trabajado como grumete en el Conway, el contable había estado cuatro años en alta mar y el abogado –que pertenecía al partido conservador, a la Alta Iglesia y era el mejor amigo del mundo, el honor en persona– había sido oficial al servicio de P&O en aquella buena época en la que los barcos correo solían navegar por los mares de China con las velas desplegadas porque el monzón era apacible. Todos nos habíamos iniciado en la marina mercante y a todos nos unía ese sólido vínculo del mar y el compañerismo en un oficio que se refiere a la vida misma, y, por tanto, suele mantenerse al margen de los yates, los cruceros y otras cosas parecidas, que pertenecen al puro terreno de la diversión». **
(2) Versión original: «We were sitting round a mahogany table that reflected the bottle, the claret-glasses, and our faces as we leaned on our elbows. There was a director of companies, an accountant, a lawyer, Marlow, and myself. The director had been a Conway boy, the accountant had served four years at sea, the lawyer — a fine crusted Tory, High Churchman, the best of old fellows, the soul of honour — had been chief officer in the P. & O. service in the good old days when mail-boats were square-rigged at least on two masts, and used to come down the China Sea before a fair monsoon with stun’-sails set alow and aloft. We all began life in the merchant service. Between the five of us there was the strong bond of the sea, and also the fellowship of the craft, which no amount of enthusiasm for yachting, cruising, and so on can give, since one is only the amusement of life and the other is life itself.»
(3) Sexto Piso: «Dios, es maravilloso, el mar. ¿El mar o la juventud? ¿Quién puede saberlo? Vosotros, todos los que estáis aquí presentes, habéis conseguido algo en la vida: dinero, amor –todo cuanto se puede conseguir en este mundo–, pero quiero que me respondáis a esto: ¿no os parece que eran mejores aquellos tiempos en los que éramos jóvenes en el mar, en los que éramos jóvenes y no teníamos nada, en el mar que nada da, nada excepto golpes –y en ocasiones la oportunidad de comprobar nuestra fuerza, poco más–; no es eso lo que más echáis de menos». **
(4) Versión original: «By all that’s wonderful, it is the sea, I believe, the sea itself — or is it youth alone? Who can tell? But you here — you all had something out of life: money, love — whatever one gets on shore — and, tell me, wasn’t that the best time, that time when we were young at sea; young and had nothing, on the sea that gives nothing, except hard knocks — and sometimes a chance to feel your strength — that only — what you all regret?».
(5) Sexto Piso: «La desembocadura del Támesis se extendía ante nosotros como el comienzo de un camino interminable. A lo lejos, el mar y el cielo se amalgamaban sin pespuntes y en el espacio luminoso las velas bruñidas de las barcazas, arrastradas río arriba por la corriente, parecían manojos inmóviles de lienzos rojos agudamente recortados entre las pincela­das de barniz de las botavaras. La neblina se asentaba en las orillas bajas que se extendían hacia el mar, donde finalmente se desvanecían. El aire que se alzaba sobre Gravesend ya estaba oscuro y, algo más atrás, parecía condensarse en una penumbra luctuosa que, inmóvil, rumiaba sobre la ciudad más portentosa en la faz de la tierra». (**)
(6) Motivo por el cual esta versión, que se incluye en el recopilatorio de SP, tiene una traducción diferente (en este caso a cargo de Juan Sebastián Cárdenas, mucho más respetuosa en las formas que la que ofrece Valdemar, que fuerza las líneas de diálogo deformando con ello el estilo original de Conrad (ver 7 y 8).
(7) Sexto Piso: «“Kurtz es un prodigio”, dijo por fin. “Es un emisario de la piedad, de la ciencia, del progreso y el diablo sabrá de qué más. Lo necesitamos”, y en este punto adoptó de repente un tono declamatorio, “para que nos guíe en esta causa que Europa nos ha encomendado, por así decirlo; necesitamos inteligencias superiores, necesitamos toda la simpatía posible y un objetivo común”. “¿Y quién dice eso?”, pregunté. “Mucha gente”, respondió. “Algunos incluso han escrito sobre el asunto. Y entonces él vino aquí, un ser especial, como ha de saber”».
(8) Versión original: «‘He is a prodigy,’ he said at last. ‘He is an emissary of pity, and science, and progress, and devil knows what else. We want,’ he began to declaim suddenly, ‘for the guidance of the cause intrusted to us by Europe, so to speak, higher intelligence, wide sympathies, a singleness of purpose.’ ‘Who says that?’ I asked. ‘Lots of them,’ he replied. ‘Some even write that; and so he comes here, a special being, as you ought to know.’»

11 comentarios:

  1. boicotear Mercadona, pero a base de tweets cargados de mala baba y comentarios muy críticos en las redes sociales.

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  2. ¡un comentario! Vaya fiasco, Carlinos.

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  3. Toda esta mierda sólo para darte pisto, Tongoy. No nos interesas si no es para hacer daño a libros de escritores españoles más o menos de tu edad que han conseguido pasar -no como tú- del triste blog al libro. Después aburres mucho. No vayas de Vicente Luis Mora; te queda demasiado grande. Zapatero a tus zapatos, fenómeno.

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    1. ¡¡vicente luis mora!! Cielos, ¿no se le ha ocurrido ninguna otra comparación? ¿no ve que soy muy sensible?

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    2. ¿Alberto Olmos mejor?

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    3. Siempre si no sea el de el confidencial...

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    4. Me han gustado los comentarios y he podido comparar traducciones. No sé cómo confía nadie en Fernando Jadraque, después de lo que ha hecho durante años con Henry James. Pero bueno, las pruebas por fortuna están aquí para quien quiera ver, con los originales y una traducción alternativa mucho más ajustada.

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    5. A todos los que habéis formulado alguna queja contra la traducción de Valdemar comparándola con la de Sexto Piso, yo os aconsejaría que aprendierais un poco de inglés o que, en su defecto, consultarais a un verdadero entendido en este idioma. Entonces os quedarías con un palmo de narices comprobando que las versiones de ese Jadraque son mucho más ajustadas al original; independientemente de lo que haya podido hacer en el pasado con otros autores. (Por cierto, fijaos en que para este volumen ha rehecho de arriba abajo sus versiones de cuentos de Conrad anteriormente publicadas.)

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    6. Fernando Jadraque es un traductor nefasto. Tuve la mala suerte de conocerle como persona y es uno de los individuos más estúpidos y maleducados que me he echado a la cara. Su carácter se refleja en su trabajo.

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