martes, 12 de abril de 2011

“Vicio Propio”: un thriller crepuscular de Thomas Pynchon

No hace ni dos horas le contaba a un amigo que esta semana me la iba a tomar de descanso; que no iba a escribir ni una triste reseña. Le dije y cito textualmente: “Pongo el blog en Modo Pausa una semanita”. Como no es la primera vez que se lo digo ni la primera vez que lo incumplo ya imagino que tampoco esta habrá sido la primera vez que este amigo no me ha creído. 


Habrán visto que no he cumplido. Pues bien, esta mañana era realmente complicado, por no decir imposible, saber qué libro de todos los previstos de aquí a fin de mes podría quitarme de esta modorra tan de lunes. Que sería una novela de corte “negro” lo tenía bastante claro, básicamente porque es a lo que me dedicaré durante una brevísima temporada, pero siempre creí que sería sobre la de cierta mujer que ganó recientemente un premio. (Lo vamos a dejar ahí.) Yo quería que fuese el libro de Thomas Pynchon, “Vicio Propio”, pero no me atrevía porque a mí Pynchon por lo general me intimida bastante y siempre temo no estar a la altura de las circunstancias. Pero finalmente fue (ya lo ven) y la consecuencia del cambio de parecer es el párrafo que sigue. 

A estas alturas ya todo el mundo debe saber –y si no se lo digo yo- que “Vicio Propio” es probablemente la novela más accesible de Thomas Pynchon. Lo que esto quiere decir es que cuando uno la está leyendo no tiene la permanente sensación de haber perdido el hilo de la narración en algún momento inmediatamente anterior. Abro un paréntesis para decir que (en mi humilde opinión) en estos casos desandar el camino andado sería casi siempre un error porque nos condenaría a leer las primeras páginas del mismo libro el resto de nuestra vida. A Pynchon se le quiere o no se le quiere, se le lee o no se lee, pero desde luego (y como norma general) lo que no podemos pretender es entenderlo; no completamente, al menos. Cierro paréntesis. “Vicio Propio” es la excepción que confirma la regla. Vicio Propio se entiende. A uno debería bastarle con una memoria de elefante, o en su defecto una libretita para ir tomando notas, para llegar a buen puerto sin perderse por el camino; nada que no hayamos hecho antes. No es más complicado que cualquier novela del género más o menos elaborada en la que (como en esta) abunden los personajes y los escenarios, los secundarios y las descripciones de coches, canciones o armas de las que no hayamos oído hablar jamás. A esto, claro, y por tratarse de "un Pynchon" -como un Picasso, un Sorolla o un Klimt- hay que añadirle pequeñas disonancias como que el investigador sea un “viejo” surfer aficionado a la marihuana o la existencia de un red de información secreta (una suerte de google ilegal) como aquel servicio de correo postal, también secreto, de "La subasta del lote 49". Estas disonancias, unidas al peculiar estilo narrativo del escritor (prepárense para no dejar de reír), convierten el viaje a través de las páginas de esta novela en una experiencia (hilarantemente) gratificante. Los amantes del clásico tampoco podrán quejarse: mujeres fatales, malos malísimos, buenos buenísimos, secundarios invisibles, secundarios imprescindibles, pistolas humeantes, muertos que no mueren, vivos que no viven (plaga de zombies incluida!), nobles intenciones, conspiraciones  gubernamentales, policías corruptos y, como no podía ser de otra manera, (mucho) sexo, (muchas) drogas y (mucho, muchísimo) rock & roll. 

No tengo mucho más que añadir. En un principio, hace unos días, cuando cogía el sueño con vívidas ensoñaciones de mí escribiendo esta reseña -cuyo resultado era siempre algo completamente diferente a lo que ahora tienen ante sus ojos- había pensado plagar esta entrada de citas de la novela como una forma de disimular mi manifiesta incapacidad para hacer una reseña inteligible de cualquier obra de Thomas Pynchon. Cuando el volumen (de citas) se volvió indecente -hecho este que tuvo lugar demasiado pronto- opté por reducirla drásticamente dejando sólo dos que además de servir de conclusión fuesen también la explicación de porqué creo que “Vicio Propio” es, tal como indico en el título de esta entrada, un thriller crepuscular, otra de sus (infinitas) (muchas) cualidades.

Todo ha derivado en una fascinación enfermiza –opinó Bigfoot- y, mientras tanto, el universo entero de los homicidios se ha puesto patas arriba: bye bye Dalia Negra, descansa en paz Tom Ince, sí, me temo que ya no volveremos a ver más de esos asesinatos con aura de misterio de L.A. de los viejos tiempos. Hemos encontrado la puerta al infierno y es pedirle demasiado a los ciudadanos de L.A. que no quieran atravesarla en tropel, cachondos y riéndose como siempre, buscando la última emoción fuerte. (p.241) 


… y ahí estaba Doc, sobrio, atrapado en un mal rollo de bajo nivel del que no se sabía salir, dándole vueltas a cómo los Psicodélicos Sesenta, este breve paréntesis de luz, podían acabar finalmente y todo se perdería, volvería a la oscuridad…, a cómo cierta mano pavorosa saldría de la oscuridad y se reapropiaría del tiempo, con la misma facilidad que se le quita un canuto a un fumeta y se apaga para siempre. (p.291) 



7 comentarios:

  1. Por cierto... no sé si ya te he comentado que en Sant Jordi, aparte del de David Vann, compré éste... je je je

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  2. Iba a decir "te gustará", pero contigo ya no se sabe, jeje.

    Te gustará.

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  3. Comencé a leerlo hoy (el primer libro de Pynchon que leo y tenía mucha curiosidad y expectativa) y me topé con esos diálogos llenos de españolismos, todos esos "vale" y esos "cabronazo" y esos "chachi". Por Dios, ¿eran realmente necesarios los "chachi"?. En serio, la verdad, con la mano en el corazón.

    Para un rioplatense como yo (de Uruguay, para más datos) esto es como ver Hamlet recitado con acento de charro mexicano (ser o no ser, íjole qué chingada de cuestión).

    Lo peor es que toda la obra de Pynchon en español parece estar editada por la misma editorial (Tusquets) por lo que me temo que el resto de sus libros estén traducidos igual. Siento que me han robado al Pynchon.
    He quedado deprimidísimo.

    En fin, espero que mañana lo vea con mejores ojos.
    (¿chachi? ¿¡chachi!?)

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  4. No puedo decir mucho de la traducción. A mi no me llamó especialmente la atención porque pensé que era voluntario, es decir, quería resaltar cierto tono de otros tiempos con ese "Chachi". Me pareció gracioso. En las traducciones es inevitable salir perdiendo. Lo asumo.


    Gracias por pasar,

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  5. Hay que ver lo que me está costando terminar este libro...

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  6. Novela que solo tiene de emocionante saber que es de Pynchon.
    Novela del montón...

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  7. Pues a mí sí me ha gustado. Es cierto que chirría un poco lo de “chachi” pero, haciendo ejercicio de memoria —uno ya es bastante carrozón—, lo cierto es que hubo un tiempo en que esta expresión molaba. Luego la desbancó “guay”. Y ahora ya no sé. Me ha pasado como a Tongoy, me he reído una barbaridad con las peripecias de este detective fumeta (otra palabra que huele a naftalina, ¿colgado?) y ya sólo por eso merece la pena leerlo. Por otra parte es una especie de crónica generacional de un tiempo que me gusta bastante: finales de los sesenta y principios de los setenta, el fin de la inocencia, cuando el verano del amor de los jipis se fue transformando en algo más siniestro. De esa época y localización también me gustó en su día Ponche de ácido lisérgico de Tom Wolfe: una crónica sobre los pioneros californianos del LSD, particularmente Ken Kesey.
    De Pynchon he leído cuatro novelas y la que más me ha gustado ha sido Contraluz. Las otras tres también las he disfrutado: Mason y Dixon, La subasta del lote 49 y ésta del detective drogata. ¿Por cuál me recomendáis seguir? Quiero decir, dentro de un tiempo, las novelas de Pynchon exigen una digestión detenida.

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