martes, 23 de agosto de 2022

Más que nada, menos que reseña de “Vivir abajo” de Gustavo Faverón Patriau

Los diez finalistas del III Premio Bienal Mario Vargas Llosa (también conocido como el Booker hispano) celebrado en 2019 fueron estos: Gioconda Belli, Rodrigo Blanco Calderón, Alvaro Enrigue, Mónica Lavín, Mónica Ojeda, Laura Restrepo, Alberto Ruy, Antonio Soler, Manuel Vilas y Gustavo Faverón (1). En un mundo ideal lo suyo hubiera sido leerse los diez antes de entrar a juzgar el premio en cuestión, pero la inclusión de Ordesa, de Manuel Vilas, invalida todo juicio. Ningún premio que acepte a Vilas merece respeto, no ya el mío, cualquiera, a no ser, claro, que se haga por caridad o inclusión social, algo que parece que tenemos que descartar habida cuenta de que su nombre vuelve a aparecer —junto con Faverón, Belli, Blanco, y Soler— en una no sé si tercera, cuarta o quinta vuelta.

Vaya por delante que no es de Vilas de quien quiero hablar. Si lo hago es solo por hijoputismo y para dejar meridianamente claro que, por descontado, hay escritores pero también premios de los que uno no se puede fiar y la Bienal Mario Vargas Llosa podría ser, por este motivo, uno de ellos. Partiendo de esa base y habiendo ojeado (y poco más que eso; realmente es casi todo intuición, pero eso sí, infalible, como acostumbro) los otros cuatro finalistas, puedo decir sin riesgo a equivocarme que los señores jueces de la bienal en cuestión no han estado muy finos. Porque solo hay un libro que merecía ese premio (no así la atención, seguramente) y ese libro es el de Gustavo Faverón. No tanto por su calidad o su ambición, fuera de toda duda, sino porque es el único que me he leído.

Bromas aparte: Vivir abajo es un algo (a punto he estado de decir artefacto) indefinible que se acerca peligrosamente a lo extraordinario en el estricto sentido de la palabra, es decir, como aquello que sale fuera del orden o regla general. Ya solo por eso merecería toda nuestra atención, pero es que además el tiempo, que todo lo sabe y todo lo aclara, parece haber demostrado que sí, que efectivamente, que no siempre los libros premiados (como si lo fuera, este) son libros “comprados”.

Perdonen que no entre en mucho detalle, pero es que, aparte de la puñalada trapera de los primeros párrafos, este post tiene como único objetivo dejar constancia de mi lectura para cuando el Alzheimer. Y, bueno, porque la buena literatura hay que defenderla, etcétera, etcétera, he aquí, en este post, mi única aportación (que atiende, por otro lado, a la única ley que respeto, que es la ley del mínimo esfuerzo).

La novela, sí, ya voy.

La novela en un exceso, se mire por donde se mire. En forma y en fondo, ya que estos se complementan. Violenta, oscura, negra como un sótano sin luz, está compuesta por decenas, por no decir cientos, de historias que se entretejen y se alimentan de casualidades y horrores. Literatura, cine, personajes históricos, leyendas… todo vale, todo cabe y todo, al final, cobra sentido. Dividida en cuatro partes, tras una primera impecable —una introducción simplemente perfecta, idea que se refuerza una vez terminado el libro, que pide a gritos volver a ser leído—, y de una segunda a ratos (no muchos, ojo, no se despisten) algo tediosa, todo se precipita llegada la tercera y más extensa y una cuarta que es también un epílogo en el que tal vez se dan demasiadas explicaciones, sin que esto llegue a suponer un inconveniente en ningún momento. En un viaje extenuante y exigente que solo recomiendo afrontar si se tienen tiempo y ganas, y no necesariamente por ese orden, no tanto por su dificultad, que, pese a lo que parece, al final resulta no ser tanta, o lo complejo de su estructura, que tampoco, como por cantidad de personajes e historias cuyo hilo, en algún momento, se nos obliga a retomar y relacionar.

No se me ocurre mejor elogio que manifestar el deseo —diría imperioso si no fuese que tengo demasiado pendiente— de volver al autor, volver a la editorial y, dios me perdone, también a ese premio Bienal que, excepción hecha al amienemigo Vilas, quizá oculte alguna joya todavía por descubrir.








(1) He aquí la relación completa de novelas finalistas.
1. Las fiebres de la memoria de Gioconda Belli. Publicada por Seix Barral.
2. The night de Rodrigo Blanco Calderón. Publicada por Alfaguara.
3. Ahora me rindo y eso es todo de Álvaro Enrigue. Publicada por Anagrama.
4. Vivir abajo de Gustavo Faverón Patriau. Publicada por Peisa.
5. Cuando te hablen de amor de Mónica Lavín. Publicada por Planeta.
6. Mandíbula de Mónica Ojeda Franco. Publicada por Candaya.
7. Los divinos de Laura Restrepo. Publicada por Alfaguara.
8. Los sueños de la serpiente Alberto Ruy Sánchez Lacy. Publicada por Alfaguara.
9. Sur de Antonio Soler Marcos. Publicada por Galaxia Gutenberg.
10. Ordesa de Manuel Vilas Vidal. Publicada por Alfaguara.

3 comentarios:

  1. A mí la primera y segunda parte me parecieron espectaculares. Luego decae un poco, pero sigue siendo un buen descubrimiento.

    ResponderEliminar
  2. De lo mejor que he leído en, yo qué sé, en lo que va de milenio.

    ResponderEliminar
  3. Muy buena. Mucho empaque. Un gran placer su lectura. De las otras de la lista: Mandíbula, está bien; la de Enrigue, la tuve que lanzar, no pude con ella y eso que la busque expresamente por el tema.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.