Es verdad, yo no pintaba nada leyendo este libro. Ya solo la portada prometía vómito y medio. Pero yo qué sé: era octubre y llovía. Sé que no es excusa pero si el primer paso es reconocer que uno tiene un problema yo voy a darlo. Con todo, ni punto de comparación con el de Delia Owens, que prácticamente no sabe escribir, ni los millones de compradores que ha tenido, que directamente no saben leer.
Decían: «El fenómeno literario del año: más de 3 millones de ejemplares vendidos en Estados Unidos y traducida a más de 40 idiomas», y yo pensé: ya estamos; al lío, Tongoy. Y, mira, creo que al final sí hemos estado a la altura: en cero-coma tenía el libro; diez minutos después me había leído parte de él, concretamente la parte en que una niña de seis años es abandonada en las marismas por su familia dejándola sola y a cargo de un padre alcohólico y violento, que como arranque no puede ser más mejor. No les voy a engañar: me vine arriba. Lo hice porque yo soy la clase de persona a la que Netflix recomienda “series de familias desestructuradas”. Como para resistirme al sur, a la violencia, a la infancia: vamos, no me jodan, en mi situación ustedes hubieran hecho lo mismo.
Ahora bien: una cosa es que en un momento de debilidad yo me lo lea y otra que no sepa ver que el libro es malo con avaricia.
¿He oído INFAME? ¡Compro!
Porque resulta que una vez que la niña ya no tiene seis años y por lo tanto los que somos padres dejamos de sufrir en nuestras propias carnes lo sufrido por carnes ajenas e infantes, entonces ya todo es menos que mediocridad. Mediocridad, un no siempre contenido lirismo y una afición por la poesía que despierta mi yo más salvaje.
Pero centrémonos.
Decíamos que el libro era un truño.
Se lo voy a contar, a ver si cayendo por su propio peso acabamos con él.
La niña cuyo padre desaparece así sin más, crece, se desarrolla y al poco se enamora de uno que pasaba por allí y que le enseña a leer, logrando con esto que todo sea posible. Andado el tiempo la nena demuestra ser lista como una rata y lo mismo te escribe un tratado de biología que te deja un verso libre ondeando al viento una semana. No hay género que se le resista. Ni editor, parece, porque es todo uno empezar a documentar la marisma y no dejar de cobrar anticipos (que para sí los quisieran unos cuantos que yo me sé) porque si algo necesitaba el mercado era otro libro sobre la flora y la fauna autóctona de algún lugar dejado de la mano de Dios.
Llegado este punto se habrán dado cuenta de que la novelita es un poco cuento de hadas. Por lo de vender libros y tal.
Luego hay por ahí uno que ya se ve mala gente que se la quiere beneficiar, porque los tíos mucha flor y mucha leche pero al final no somos más que unos cerdos. Pero esto solo lo notamos nosotros, los lectores experimentados, que hemos leído Washington Square de Henry James y sabemos cómo se las gasta el género; ella, sin embargo, que de cultura bien pero de experiencias vitales fatal, cae en sus redes cual tonta del bote, un poco enfadada, todo hay que decirlo, porque el chico que le gusta de verdad, esto es, el de las gafas, huye a campus menos agrestes a aprender cosas del mar, que por algo ha tenido siempre una barca.
Y así todo.
Resumiendo: La chica salvaje, que se vende como un canto a la naturaleza o no sé qué vaina, es en realidad una cosa boba sobre una niña de selva que se debate entre el chico atolondrado de letras y el deportista violador mientras le demuestra al mundo que la cultura no está solo en las aulas sino también en el National Geographic.