lunes, 24 de febrero de 2020

Breve nota de urgencia sobre “Personajes desesperados” de Paula Fox

Como todo el mundo sabe las breves notas de urgencia las inventó Dios para que los aficionados a hablar mal de lo ajeno no tuviésemos que enfangarnos en críticas para las que no nos vemos capacitados cada vez que tenemos hacerlo bien. Cada vez que tenemos que hablar bien de, quiero decir. 

No cabe duda de que una buena novela lo es por muchas razones, unas menos objetivas que otras. En el caso de Personajes desesperados se han puesto las dos de acuerdo. A un estilo y a una prosa simplemente perfecta, de una precisión pasmosa, alejada por completo de ese lirismo autocomplaciente que tanto detestamos en este blog, se une una temática que personalmente no puede interesarme más. Entiendo que haya a quien no, y de ahí las valoraciones menos entusiastas, pero a poco que a uno le interese lo que se nos cuenta encontrará en esta novela una fuente de placer como no se ha visto sabrá cada uno desde cuándo. 

Que qué se nos cuenta. 

Por dónde empiezo. 

Les puedo decir que no trata sobre un gato que araña y muerde a una mujer, pese a que pueda parecerlo. Simplificar el argumento a algo como eso debería ser constitutivo de delito. Ahora bien, sin duda cuando empieza la novela un gato araña y muerde a una mujer y sin duda esto es de una importancia vital durante el resto de la novela y sin duda a partir de ese momento como a partir de cada momento, ya nada volverá a ser lo mismo. 

Ella es Sophie. Está casada con Otto, que es abogado. Cuando comienza la novela y mientras el gato hace de la suyas, el bufete de Otto está en crisis. Realmente todo y todos en esta novela están en crisis. Sophie la primera. De hecho, la novela es Sophie queriendo gritar. 

Si me viese obligado (pongamos que a punta de pistola) a decir en pocas palabras de qué trata la novela diría que trata sobre la dificultad de vivir o, más bien, sobre incapacidad de saber hacerlo correctamente, si acaso tal cosa es posible. Sobre la lucha, eterna, diaria, de encontrar nuestro lugar en el mundo, sobre la certeza, llegada cierta edad, de habernos convertido en algo que no comprendemos y para lo que en muchos casos no vemos salida. 

Sophie se siente atrapada en los márgenes de la vida, en ese espacio en el que nada ocurre, en el que vivir equivale a estar muerto, en el que tener la rabia o la simplemente la posibilidad de tenerla significa mucho más de lo que jamás estaremos dispuestos a reconocer. 

La clave de la novela tal vez resida en una cita de Thoreau que viene a decir que «casi todos los hombres viven la vida en una silenciosa desesperación». Supongo que la diferencia reside en ser o no consciente de ello. La gran virtud de la novela de Paula Fox, y ya con esto termino, porque realmente esto es lo único que quería decir, es que posee la capacidad de hacernos ver y en según qué casos sentir que tal vez… no, no “tal vez”, que esto es exactamente así y que qué vas a hacer con tu vida ahora que lo sabes. 

Si esto no es LITERATURA yo ya no sé.






Adenda.
«Se supone que lo que más debe atemorizarnos es el caos, pero he terminado por creer que tal vez sea lo que más deseamos. Si no creemos en el futuro que planeamos, en la casa por la que nos hemos hipotecado, en la persona que duerme a nuestro lado, es posible que una tempestad (que acecha desde hace tiempo en los nubarrones) nos acerque al modo en que queremos estar en el mundo.
La vida se desmorona. Intentamos aferrarnos y sujetarla. Y entonces nos damos cuenta de que no queremos hacerlo».
El coste de la vida. Deborah Levy.



miércoles, 19 de febrero de 2020

“Gente normal” de Sally Rooney


Dos cosas de las que hay que huir como de la peste: 

Uno, de las reseñas largas (nueva política en este santo blog) y dos, de las novelas escritas por menores de cuarenta años nacidos después de 1970 que cuenten historias de amor entre, pongamos, adolescentes, universitarios y/o desempleados de larga duración.

Por ejemplo, la novela que hoy nos ocupa.

Y sin embargo aquí estamos: recomendándola sin saber muy bien por qué.

Les cuento.

Llegué a esta novela no sé ni cómo. O sí. Probablemente gracias a un simple anuncio en alguna parte (me extraña) o viendo el libro sobre una mesa de novedades de la Fnac con una portada lo suficientemente llamativa como para hacerme ir un poco más allá, pongamos que hasta Goodreads. Definitivamente, las buenas críticas a una novela que tenía todo para no llamar mi atención, llamaron mi atención. 

Y no me quiero poner medallas porque son demasiadas las veces que me he equivocado, pero algo de instinto también hubo. Probablemente lo que más.

Cuando escribo estas palabras Sally Rooney está a punto de cumplir veintinueve años. Si a esa edad es prácticamente imposible saber escribir imaginen cuántas sospechas pudo despertar habiendo quedado finalista del Man Booker Prize, el Women´s Prize for Fiction o ganando no sé qué premios locales por una historia «de fascinación mutua, de amistad y de amor entre dos personas [jóvenes] que no consiguen encontrarse, una reflexión sobre la dificultad de cambiar quienes somos» y todo en un marco universitario. 

Sospechas, decía, TODAS.

Ahora bien, en The New Yorker (yo creo que fue en allí pero ya dudo) (1) le dedican un artículo bastante interesante del que sale especialmente bien parada. Es aquí y no antes donde me entero de que es de Dublín, como en Dublín estaba también ambientada la novela que había leído inmediatamente antes, Milkman, de Anna Burns, una también irlandesa no tan joven pero igualmente interesante (2). 

Esta no es una reseña fácil. Y no lo es porque realmente no tengo ninguna razón, ninguna razón especial, quiero decir, y tampoco ningún argumento de peso por el que recomendarles esta novela con el entusiasmo que me pide el cuerpo. De modo que hoy tendrán que conformarse con vagas apreciaciones personales a las que, si lo desean, pueden hacer caso pero casi mejor no. O sí. Venga, va, .

Por ejemplo: dicen en El Periódico (creo que Sergi Sánchez) (3) algo con lo que estoy bastante de acuerdo: que Gente normal es la novela que Jane Austen escribiría si viviese hoy en día. Con una diferencia notable, añado, que juega en favor de Rooney: brevedad y concisión, no como otras, tan aficionadas a los detalles más nimios. Eso uno. Dos: a ratos me recuerda a Franzen, o más bien tendría que decir que a ratos, cuando la leo, pienso en Franzen, no por el estilo, ya que el de Rooney es mucho menos, digamos, expansivo, sino porque los dos son escritores que, sin crear grandes obras, son capaces de hacer interesante la actualidad con la que no necesariamente no tenemos que identificar; esto es, tratan temas que aunque no te afectan, sí te afectan. No sé si me explico. Lo que quiero decir (me estoy explicando fatal) es que cuando termino una novela de Franzen, del mismo modo que cuando termino una novel de Roonie y pese a que luego en goodreads le vaya a calcar no más de tres o cuatro estrellitas, cuando termino sus novelas, decía, quiero más. Ni siquiera mejor, sólo más. Y están ustedes en su derecho a reclamar lo que quieran pero no hay — o al menos yo no lo conozco— mejor argumento para defender una novela que el placer que nos ha proporcionado su lectura y yo Gente normal de Sally Rooney, la he, literalmente, devorado y eso pese a (4) los ires y venires (y devenires) amorosos de dos personajes no especialmente complejos pero sí cargados de contradicciones que no acaban de encontrarse en ese universo permanentemente hostil que es para ellos la universidad pero que perfectamente podríamos trasladar al entorno laboral, por ejemplo, y la edad que ustedes prefieran. 

«Marianne lo mira con una leve sonrisa, como si sintiera que ha ganado la discusión. A él le gusta hacerle sentir eso. Por un momento, parece posible conservar ambos mundos, ambas versiones de su vida, y pasar de una a otra como quien cruza una puerta. Puede tener el respeto de alguien como Marianne y al mismo tiempo estar bien visto en el instituto, puede formarse opiniones y preferencias secretas, sin que surja conflicto alguno, sin tener que escoger nunca entre una cosa y otra. Con solo un pequeño subterfugio puede vivir dos existencias por completo independientes, sin enfrentarse jamás a la cuestión definitiva de qué hacer consigo mismo o qué clase de persona es. Este pensamiento es tan consolador que por unos segundos evita la mirada de Marianne, deseoso de sustentar esa creencia un instante más. Sabe que, cuando la mire, no podrá seguir creyéndolo».




(1) No les voy a engañar: sí lo sé; solo me estoy haciendo el tonto: https://www.newyorker.com/magazine/2019/01/07/sally-rooney-gets-in-your-head
(2) No. No “igualmente”. Me quedo con Rooney.
(3) ¿”Creo”? Oh, por el amor de Dios, ¿qué me pasa hoy?
(4) Miento una vez más: no es “pese a” sino “precisamente por”.

martes, 11 de febrero de 2020

“Lanny” de Max Porter


No, en serio: a veces somos muy gilipollas. 
Al menos yo. Y me consta que alguno de ustedes también. 
Bueno, ustedes no. Ellos. Los demás. Ya saben: esos otros
Menuda banda. 
Lo digo por este libro y la percepción general que se tiene de él. 

Pero vayamos por partes. 

Llego a este libro a través de la recomendación que hace Alberto Olmos en El confidencial. Yo a Alberto le tengo un cariño especial pero lo hoy no se lo perdono. Le hace una oda a la cosa esta de Max Porter que es como para quitarle el carnet de la biblioteca mínimo un año. 

Dice, entre otras lindezas, que es un libro AUDAZ. Ole tus huevos, Alb. Igual es porque también lo pone en la contra del libro. Claro que igual es que la escribió él. En cualquier caso: facilón facilón. 
AUDAZ, dice. 

Pero. 

Pero uno, que le ha tenido siempre algo de fe, piensa: pues me lo compro. 

Y menos mal que no. 

Mi bibliotecaria favorita me salvo del error mayúsculo de cambiar diez cervezas por esto, siendo “esto” la novela de un niño en entorno rural sobre fondo de fantasía. Esto es un poco La Cosa del Pantano de paseo por la campiña inglesa y un niño con cara de percepción extrasensorial, aficionado al arte y con algo de Diógenes que un buen día desaparece suponemos que en el bosque. La primera parte de la novela es la presentación de unos personajes que nos importan un carajo haciendo cosas que nos traen sin cuidado. La segunda es el niño desaparecido y las voces del pueblo (media novela son las voces de todo el mundo campando a sus anchas por las páginas) juzgando, criticando y, rigor obliga, también buscando. O sea: exprime tu propia red social. 

La tercera y última parte es una soplapollez. 

Perdonen que me ponga tan ordinario. Es el insomnio, que me hace estragos

No les haré perder más el tiempo: la novela no lo merece y yo todavía estoy sin café. 

Aquí un resumen, a modo de conclusión: novela fallida, aburrida y por supuesto sobrevalorada, que trata sobre niños desaparecidos, viejos ni-tan-locos, padres haciendo de padres, Twitter y una cosa un poco Miyazaki que se mueve por los bosques dejando un rastro de experimentos fallidos de puro inútiles. 




Max Porter, damas y caballeros: otro que tal baila. Bueno, él y todos los que le hacen la ola, aquellos que sienten o creen o fingen creer que esto vale la pena cuando no es ni remotamente así.


miércoles, 5 de febrero de 2020

“1793” de Niklas Natt och Dag (Primera impresión)

Llevo algo así como mes oyendo hablar de esta novela. Que si Maravilla o no sé qué. Hablamos nada menos que de RENOVACIÓN del género histórico. Al menos es lo dicen por ahí no sé si las contras, las solapas, las fajas desatadas o directamente las malas lenguas. 

Yo, ya se lo adelanto, no me lo creo, un poco porque no y otro porque a estas alturas de mi vida ya no me creo NADA. El caso es que con todo y a pesar de todo y por el cariño que le tengo a según quien consideré que debía, por lo menos, intentarlo, y por no tirar un dinero que me podría gastar en Ibuprofeno se lo pedí a mi bibliotecaria favorita que me dijo sí claro escasos tres días antes de depositarlo dulcemente en mis manos. 

Tras dos semanas de permanente procrastinación lo empiezo esta misma mañana y esto es lo que me encuentro: 



La novela empieza con un hombre saliendo de un sueño (un fondo marino lleno de cadáveres, seguro que Cero Premonitorio) a golpe de grito infantil. Parece un hombre rudo, violento, la clase de hombre que al despertar pregunta “¿Qué diantre pasa aquí?”. Ese hombre. Está en la taberna, borracho, como siempre, porque se ve que eso, como decía el otro, “es lo que da calidad a una novela”. Ya ven que de momento todo MUY ORIGINAL y cinematográfico. «Hay un muerto en la orilla, cerca del agua», le dicen los niños. «¿Y yo qué tengo que ver?» (pregunta, CLARO, porque vamos a ver: por qué a él). «Por favor, GUARDIA» (ah, POR ESO) «no teníamos nadie más a quien acudir y sabíamos que usted estaba aquí» (vean que sutil refuerzo a la idea del borracho a punto de redimirse). 

Se masajea las sienes con la esperanza vana de aliviar el dolor palpitante, porque según el Manual de Novela Negra para Escritores Imberbes es lo que toca. Luego, cuando trate de sacar el cadáver del fango, también le va a doler el muñón del brazo que le falta («lo atenaza un dolor terrible, un dolor capaz de borrar el mundo entero, como si unas fauces de hierro le perforaran la carne, el cartílago y el hueso») posible herida de guerra o mierda similar, no sé si me apetece saberlo. Como no puede, porque no puede, claro, porque está con resaca, como siempre, y además es manco y además el fango le llega a las rodillas porque vive en una ciudad arruinada y sucia, una ciudad de mierda, decadente, que no tiene para un muelle en condiciones, le dirá a los niños (seguro que se acuerdan de ellos: los mismos que no sabían a quién más acudir) que corran ¡al puesto de noche para traerle un maldito casaca azul!, que deben ser los que llevan en secreto el Tema Cadáver en la zona. 

Cinco páginas y no es que no me guste, es que ME ABURRO, porque esto YA LO HE LEÍDO. ¡Y sólo son las ocho de la mañana! 

Hombre, no me jodas. 


lunes, 3 de febrero de 2020

“Lluvia fina” de Luis Landero

A ABC, El País y El Periódico —entre otros muchos— les pareció una de las mejores novelas españolas del año, cuando no directamente LA MEJOR. 

A mí no, claro, pero eso debe ser porque yo no le debo nada a nadie. O porque tengo mejor criterio. O qué sé yo. ALGO tiene que haber, de otro modo no se explica. Porque la novela de Landero no merece ser la mejor novela del año. 

No, eso no es cierto. Tal vez sí lo merece. 

Rectifico, entonces: la novela de Landero no debería ser la mejor novela del año. Pero tal vez lo sea. Lo cual quiere decir que pasan los años y seguimos sin levantar cabeza. ¿De verdad no hay nadie en este país capaz de escribir una buena novela aunque no sea más que por casualidad? 

Y al primero que diga Aramburu lo crucifico. 

Pero, bien: pongamos que Lluvia fina es lo mejor que se escrito en español en 2019. 

Pues que Dios nos ayude. 

Dicho lo cual. 

La historia son tres hermanos, una madre, un Horacio y una Aurora. 

Landero utiliza a Aurora para observar a los verdaderos protagonistas, esto es, todos lo que no son ella. Aurora es, por lo tanto, un contenedor de voces. A ella recurre la gente para hablar de sí misma y contarle sus secretos o simplemente desahogarse, lo cual la convierte en el ser humano con más información y paciencia del mundo. Pero ella es así: lo aguanta todo sin pestañear. El secreto: carecer de personalidad. Landero se ha cubierto de gloria: en su intento de dar voz a toda una familia utilizando como vaso comunicante a esta buena mujer, se ha olvidado de hacerla creíble, construyendo con ello un personaje a la medida de sus necesidades, un personaje sin pies ni cabeza que carece por completo de motivaciones pero a la que no podemos cuestionar en tanto que, de hacerlo, la novela se vendría abajo. 

De modo que, como en el anuncio, aceptamos a Aurora como animal de compañía. 

Y entonces sí. 

La cosa es: su marido, uno de los tres hermanos, quiere celebrar el ochenta cumpleaños de su madre, aprovechando así el evento para cerrar viejas heridas y volver a reunir a la familia. Por las otras dos partes, oposición. Resulta que la vieja era medio hija de puta y menos besos le quieren dar de todo, especialmente palos. 

La novela son las razones por las que unos sí y otros no y sus motivos para lo uno y para lo otro. 

Esto sería tolerable y hasta disfrutable si no fuese porque la novela, no siendo lo bastante entretenida para mantener la atención del lector se ve obligada a recurrir a un Horacio, que es un personaje del que no puedo hablar para no joderle a nadie la lectura. 

Lo que sí les adelanto, porque esto se ve desde muy atrás, es que al final la novela se la va a quedar el tal Horacio y, claro, la pregunta es: qué hacemos con todo aquello por lo que hemos pasado, tantas conversaciones, tantos cruces de recuerdos, tantos malentendidos, tanta ira, tanto hijoputismo materno y tanta leche. Nada, efectivamente. Al final Horacio y nada más. 

Landero promete un Tennessee Williams donde sólo hay Perrault. 

En resumen: floja, por mucho que nos gusten los dramas humanos y los monstruos de la Universal. 

¿Decepcionante? En absoluto.

Más quisiera.