miércoles, 19 de abril de 2023

“No todo el mundo” de Marta Jiménez Serrano

Verán, tras una inesperada y brevísima (tanto como de una única novela) incursión en la ciencia ficción he pensado que podía dedicar parte de mi valiosísimo tiempo a sacar adelante alguno de los compromisos adquiridos en las últimas semanas con el único club de lectura que vale la pena y que no es otro que el Club de Lectura Yokni.

Pues bien el tercero de los compromisos (el primero fue "Heredarás la tierra" y el segundo "Kudryavka", ambos en stand-by) fue "No todo el mundo" de Marta Jiménez Serrano, una escritora cuyo nombre pide a gritos un pseudónimo o cuando menos exiliar el "Jiménez". Bueno, pues ojalá Sentimientos Encontrados, aquí, pero me temo que ni tan encontrados ni tan sentimientos, o sí, pero no de los buenos.

He leído un par de relatos (más un tercero en diagonal), el primero de los cuales debe ser (o eso me ha parecido) el más largo de todos. Entiendo que su extensión, de unas más que considerables cuarenta o cincuenta páginas (no tengo el libro delante) sumadas a esas cinco o seis del segundo, debería ser argumento más que suficientes para darles una idea aproximada de cómo son libro y escritora y qué pueden esperar de ello exactamente. El planteamiento del libro ni tan mal, al fin y al cabo nada más universal que el (des)amor. Ahora bien, el estilo. Vaya. El estilo. Qué horror, el estilo. Qué falta de él. Primero por lo impersonal, segundo por lo impersonal y, tercero, por lo impersonal. Marta J. Serrano escribe desde la asepsia más absoluta en tanto que similar a las asepsias de otros muchos, tantos que alguien debería darle a esto de una vez por todas la categoría de epidemia. Hemos llegado a un punto en el que ya no sabe uno si esta gente escribe porque es pobre, porque le gusta leer, porque les divierte escribir o por orgullo torero, pero en cualquier caso estaría bien que además tuvieran algo que decir y huellas que dejar.

No quiero hacer demasiada sangre, no he venido a eso, solo a decirles que lo poco que he leído me ha parecido un horror mayúsculo, sobre todo, insisto, por la falta absoluta de personalidad de un texto que, sin caer en lo plano, es tan poco especial que no dejo de preguntarme para qué, es decir, qué sentido tiene dedicar tu tiempo a esto, a escribir no algo como esto sino de esta manera; algo que nadie va a recodar mañana, que a nadie le va a importar más allá de este ahora o de los lazos de sangre que le unan a la escritora.

Respecto a las historias narradas: pues tampoco lo puedo entender. No me han parecido graciosas ni interesantes y a excepción un par de frases el resto supera con mucho aquello que el más común de los mortales puede considerar prescindible. El problema, pienso, ahora, mientras escribo esto, no reside tanto en lo tedioso del asunto como en la desconsideración total de Marta con el lector a quien debe considerar imbécil de puro dárselo todo hecho, sin dejar nada, pero nada de nada, a la imaginación o a la interpretación, si acaso ambas cosas no son lo mismo. Marta escribe estos relatos como quien escribe prospectos farmacológicos, como si en su literatura hubiera de quedar meridianamente claro todo aquello que en circunstancias normales se daría a entender a un lector no necesariamente avispado, para que éste, al menos, tuviese algo que decir o que rascar. Pero, claro, algo como esto obligaría a la autora a no estereotipar y sí a reflexionar, a no improvisar y sí a planificar y sobre todo a no evidenciar y sí a tratar de ocultar en los silencios aquello que solo expresan las miradas, por ejemplo, un arte claramente no al alcance de cualquiera. Marta J. Serrano habla mucho, escribe mucho, cuenta mucho pero NO DICE NADA.

Esto, tras leer el primer relato. Terminado el segundo (esa cosa infame llamada "Qué bien que existe Leonor", donde al menos queda claro el profundo conocimiento del alma humana que tiene Marta, sabedora de que ahora mismo la única verdad absoluta, verdad que también yo defiendo a voz en grito es que todos los hombres son unos cerdos), terminado el segundo relato, decía, cerré el libro.

Y hasta hoy.

«Pablo dejó de estar dolido y Pati y él comenzaron a llevarse verdaderamente bien. Yo me cercioré de que no se llevaban demasiado bien –los adverbios son de suma importancia– y Pati me confirmó que no, me dijo no, tontito, ¡si justamente ahora tiene novia! Lo dijo mientras se quitaba la camisa y el sujetador para ponerse el pijama, y ahí yo me quedé mirando los pezones perfectos de Pati y me olvidé de Pablo».