jueves, 28 de septiembre de 2017

“Las niñas prodigio” de Sabina Urraca

Un mes de silencio es tanto silencio que ya casi no me acordaba de la ruta para llegar aquí. Me van a tener que perdonar. Por la ausencia, digo, por esta ausencia insoportable. Había una buena razón: sin venir a cuento de nada (siendo nada veinte años de promesas incumplidas) a comienzo de mes me dio por leer Los miserables que, como bien sabrán, es un libro bien grandote que si se lee en las pausas para el café te puede llevar la vida y si no, puede que también. A mí me llevo prácticamente todo este silencio.

Pero no hemos venido aquí a hablar de Los miserables. Porque a quién demonios le importa el libro cuando te puedes ver la película.

Por favor.

Bueno, a lo que iba: hoy toca reseña. No se la tomen en muy serio (o sea, como siempre) porque es de reenganche, esto es, para hacer dedo, esto es, que sin tener gran cosa que decir, les voy a soltar cuatro chorradas, tres obviedades y visitaremos un par de lugares comunes total para dejar caer como si nada que mejor nos hubiera ido leyendo prácticamente cualquier otra cosa de las que teníamos en espera.

Sabina Urraca es una joven escritora…. A ver: Sabina Urraca es una joven escritora. Punto. Yo sé que esto no debería importar, pero importa. Importa y se nota. Se nota en el estilo, correcto e impersonal, y se nota en el argumento, casi generacional. 

Aquí la historia: en Las niñas prodigio la protagonista y escritora se recluye voluntariamente en un caserón de mala muerte a escribir este libro en el que relata un poco lo que ha venido siendo su vida hasta la fecha: baños de sexo, drogas, alcohol y bares de copas. Incluye: enamoriscamiento de un imbécil, amistades ocasionales, sexo con gilipollas y una (puta) boda. Se puede pedir más, pero hay que ir a buscarlo al arroyo. Juventud divino tesoro. Yo esperaba otra cosa: un doble fondo, una luz cegadora, cierta perspicacia, pero no lo encontré. Ni A, ni B, ni C. Esperé media novela y nada. Miré bajo de la solapa, al final de la contraportada, en los márgenes del libro. Na-da. De modo que la otra media fui justificada resignación aliñada con un pico de frustrada esperanza. 

La novela terminó con un servidor de ustedes agonizando de puro tedio en la terraza de un bar al borde de un río en el que unos patos que parecían salvajes sin serlo ni remotamente escenificaban un cortejo que fingí creer sexual y que resultaba ser infinitamente más interesante que la vida social de una aspirante a mileurista reconvertida en ocasional okupa rural, placentera y fantasmal.


martes, 5 de septiembre de 2017

“El archivo de atrocidades” de Charles Stross (Trad. Blanca Rodríguez)

El volumen El archivo de atrocidades editado por Insólita Editorial contiene dos novelas: El archivo de atrocidades, de unas trescientas páginas y la ganadora del premio Hugo, La jungla de cemento, que andará por las cien. Se trata de la primera y segunda parte de Los expedientes de La Lavandería (subtítulo que no sé por qué no se incluye en la portada, honestamente) una serie, si hacemos caso de la editorial, “de culto […] una fascinante combinación de techno-thriller de espionaje, comedia y horror lovecraftiano”. Fue precisamente esta, digamos, indefinición, lo que más me llamó la atención en su momento aunque también es verdad que ese premio Hugo y el hecho de ser una serie “de culto” tuvo mucho que ver en la decisión de leerlo.

Un poco de historia: cuando terminé la primera parte corrí a Facebook para compartir con el mundo el párrafo inmediatamente anterior y dejar meridianamente claro (y sin duda prematuramente) que sí, que efectivamente, que “El archivo…” combinaba «con acierto el techno thriller de espionaje con la comedia y el horror lovecraftiano, convirtiéndose Insólita con ello en la primera editorial que no sólo no miente en la contra sino que tampoco exagera un ápice». «Me he enganchado desde la primera página», decía, literalmente a renglón seguido, «me he divertido y al terminarla he querido (o sea, estoy queriendo) más y más (no estoy diciendo con esto que no le haya visto ningún defecto, pero es demasiado insignificante y, en perspectiva, perdonable como para ser tenido en cuenta hoy; si acaso, tal vez, dentro de unos días, en la reseña, esos actos de pura maldad, pero ya veremos)».

Medio bite después incluí una larga parrafada del propio autor que los editores tuvieron a bien incluir a modo de epílogo en el que se habla de «Deighton y Lovecraft y de la absurda costumbre que tenemos de ir por la vida etiquetando a lo loco, equivocándonos con ello como imbéciles». La parrafada en cuestión la pueden ustedes leer en el primer comentario de este hilo.

Inmediatamente después de terminar la segunda novela, esto es, La jungla de cemento, la ganadora de un Hugo, volví a mismo sitio de antes a decir más o menos las mismas chorradas, a dejar mi entusiasmo por escrito y la celebrar esta maravillosa intuición que tengo que me ahorra tantos gastos y disgustos.

Respecto a la novela, poco más puedo hacer que recomendarla a todos los amantes del género y la literatura en general pese a que a primera vista pueda parecer excesivamente… específica, digamos. Lo digo por el argumento, que gira en torno a un tipo tirando a anodino sin serlo ni remotamente que trabaja en La lavandería, que es algo así como la versión inglesa de los Men in Black, con ligeras diferencias, (además de la calidad) que incluyen una lucha a muerte contra la burocracia más elemental e irritante y un punto muy loco y muy divertido que tiene mucho que ver con Doctor Who. 

«Nadie se había fijado en mí hasta que descubrí el método de la iteración de la curva geométrica para invocar a Nyarlathotep y casi borro Birmingham del mapa sin querer. Entonces vinieron a ofrecerme un puesto de agente científico sénior y dejaron claro que entre las respuestas aceptables no estaba la palabra «no». Resulta que la destrucción de Birmingham anula el requisito de una investigación con resultado positivo, así que me dieron el certificado de fiabilidad y ahora tienen que cargar conmigo. »

Aquí, al contrario que aquello de Will Smith y su humor de garrafón, no se enfrentan con invasiones extraterrestres ni universos concentrados en gotas de agua, sino con monstruos extra dimensionales y “todo tipo de seres de pesadilla” aficionados a abrir vasos comunicantes donde menos te lo esperas.

«El mero hecho de resolver determinados teoremas causa alteraciones en el supraespacio platónico. Si se envía un montón de energía a través de una red cuidadosamente calibrada según los parámetros adecuados (que se derivan naturalmente de la curva geométrica que acabo de mencionar y que, a su vez, se deriva sin dificultad del teorema de Turing) es posible amplificar estas alteraciones hasta abrir unos agujeros aparatosos en el espacio-tiempo que permiten la fusión de segmentos congruentes de dos universos que normalmente no estarían en contacto. De verdad que no os gustaría estar cerca de la zona cero cuando eso ocurra.
Y por eso existe la Lavandería».

Donde unos tienen pistolas y escudos y vainas tecnológicas varias, estos llevan amuletos y saben de memoria conjuros para casi todo, incluyendo caer en el olvido, y nos regalan un sucesión de parrafadas ininteligibles sobre procesos matemáticos e informáticos que en según qué casos pueden invitar a una espantada del todo inmerecida. La mezcla es extraña, cierto, pero también efectiva y altamente adictiva y la propuesta, en general, estimulante.