martes, 31 de marzo de 2015

Resumen de lecturas MARZO 2015 (2º parte)


"El espectro de Alexandr Wolf" de Gaito Gazdanov

Un hombre, joven, muy joven, está a punto de ser asesinado por otro hombre también joven, también muy joven. Es lo que hay. Es la guerra. Cosas que pasan: el que iba a morir se torna en matador y abandona el campo de batalla. Años después encuentra un libro de relatos, uno de los cuales relata punto por punto y sin margen de error, el mencionado crimen, pero desde el punto de vista de la víctima. A partir de ahí, ya lo suyo será dar con el escritor a ver muerto es ese que escribe lo que ocurrió en un bosque sin público en las gradas. 

Estupenda premisa, sin duda, pero irregular desarrollo. Pronto la novela abandona esto que supuestamente tenía que contar para lanzarse al paraíso de las pajas mentales y la filosofía de época, el amor y tal. Una pena. [Así empieza o debería empezar la reseña de esta novela que quisiera yo que viera algún día la luz. No nos hagamos promesas que no sabemos si podremos cumplir.]



"La nube púrpura" de M.P.Shiel

Interesante pero, al igual que la anterior, irregular novela, en esta ocasión de corte apocalíptico. Un hombre, malo como la tiña a pesar de las apariencias (él es el narrador y por lo tanto puede mentir como un bellaco) se empeña en llegar al polo pese a que al polo no llega nadie, que todo es un fracaso tras de otro de barcos hundidos. Su novia, que es el mismísimo demonio (y qué pena de verdad que no se haga un spin off con ella), pone también de su parte para alcanzarle la fama al muchacho. Y bien, oye, que llega. Dejando un rastro de cadáveres (todas muertes casuales, of course) pero llega. Total, que una vez allí algo pasa, una nube púrpura mata a todo bicho viviente, sea humano o animal. Si respiras, te mueres. 

Y así la novela el buen hombre buscado vida y paseando por aquí y por allí y que si habrá gente oculta en las minas, que si dónde está el último chino, que si tal que si cual. Nuestro protagonista desarrolla una particular afición: quemar ciudades. Pero quemarlas bien, nada de prender cortinas con mecheritos. No. Quemarlas hasta los cimientos. Total ya…

A favor: el apocalipsis, ya lo he dicho; no hay cosa mejor que un único hombre sobre la tierra. En contra: demasiado detalle en el detalle de los detalles. Que no hacía falta contar que baja la cuesta y sube la montaña y mira esa flor que silvestre y bonita y mi ropajes y el cinturón dorado y la cenefa rosa del vestido gris. A pesar de esto, bien. Por alguna extraña razón, muy bien.



"Voladura controlada" de Octavio Cortés

Y esto es lo que sería el club de la comedia si la gente hablase con propiedad. Básicamente, Voladura controlada es un chiste encadenado a otro chiste y un poquito de mala leche por aquí y otro poquito por allá. Tiene su gracia, no podemos negarlo, yo mismo me he descubierto riendo unas cuentas veces pero también me he descubierto saltándome párrafos enteros de gracietas previsibles que venían siendo una pequeña variación del chiste anterior. Quiero decir que contar ‘Ocho formas de comer spaghetti que harán de usted un hombre feliz’ tal vez sean demasiadas. Igual con siete llegaba. (Por si sienten curiosidad, les dejo la primera: «Comer spaghetti con las manos sucias y un sombrero de paja, a bordo de un velero fondeado en alguna calita paradisíaca al sur de Corfú. Usted deberá haber pasado una semana navegando, bebiendo vino blanco y escribiendo una biografía de Antonioni en compañía de una universitaria angelical, nudista furibunda, hija de algún potentado del Midi. Es importante que la comida tenga lugar a una hora ilógica y que la conversación verse acerca de unos delfines avistados por los pescadores locales. Usted habrá dorado un par de ajos, que usará como único condimento junto a la sal y la pimienta. Y todo le sabrá a gloria». Podría seguir y seguiría de buena gana pero entonces podría quedarme sin las pocas ganas que tengo de escribir una reseña.



"Lavrenti y el soldado herido" de Pablo Gonz

Razón número uno para sentir interés por Pablo Gonz: ver en La Mala Puta, en La trituradora de ilusiones, en el capítulo 12 (‘La suerte del marginal, la libertad: el caso Gonz’) a Román Piña establecer una comparación entre Pinilla y Gonz al haber sido ambos escritores traicionados (es un decir) por las editoriales que en su momento apostaron (es otro decir) por ellos. Se preocupa Piña: «si Pablo Gonz es uno de los mejores escritores de su generación, debemos enterarnos cuanto antes». Cuando leo esto me sumo a la preocupación y es por ello que llega a mis manos (gracias)—toda vez que trato de hacerme con ella sin éxito— un pequeño libro, librillo, una cosita de escasas treinta páginas escrita por Gonz llamada Lavrenti y el soldado herido. Yo no sé si Gonz es uno de los mejores escritores de su generación, no los conozco a todos ni me parece que una simple ‘novelita’ sea suficiente para dictar sentencia sobre el particular, pero sí sé que me hecho pasar un buen rato, me he divertido, he conectado con su humor y que ya con esto me doy por satisfecho. 



"Técnicas de iluminación" de Eloy Tizón

Hicimos una aproximación pero una aproximación no es una reseña ni es un sombrero. Haremos una reseña pero nos dejaremos el sombrero puesto.



“Robert Louis Stevenson” de G.K.Chesterton

«Puritanismo [de Calvino] y pesimismo [de Schopenhauer] eran cárceles que se hallaban muy próximas; y nadie ha contado nunca cuántos fueron los que dejaron una sólo para entrar en la otra; o bajo qué galería cubierta pasaron. La aventura de Stevenson fue una fuga, una especie de romántica escapada para evitar a las dos. Y así como un fugitivo muchas veces ha corrido a encontrarse en la casa de su madre, así este escapado buscó refugio en su antiguo hogar; se fortificó en el cuarto de los niños y casi trató de introducirse en la casa de muñecas. Y lo hizo por una especie de instinto de que allí habían existido goces concretos que un puritano no podía prohibir ni un pesimista negar».

Todo este ensayo (que no biografía, pese a que el título invite a pensar en ello) es, más que ninguna otra cosa, un ejercicio de Chesterton en defensa de Stevenson, que a lo largo de su vida y obra fue duramente tratado por esa panda de impresentables llamados críticos literarios que lo tenían machacadito, al pobre: «Stevenson ha sufrido más que muchos otros de esta nueva moda de minimizar y poner tachas; y algunos enérgicos y reputados escritores se han lanzado a la tarea, casi con la avidez de unos bolsistas cuyo empeño fuese provocar el hundimiento en vez del alza de los valores Stevenson».

Pues básicamente este ensayo es Chesterton dándolo todo en defensa de Stevenson, recordándonos, una y otra vez, que este escritor fue, ante todo, un soplo de aire fresco sobre el pesimismo reinante en la época que todo era la gente por ahí cortándose la venas y no dando un respiro a la felicidad. Y lo habitual: que si el estilo, que si siempre la palabra justa, que si grande, grande, que si guapa tú

En general, bien, interesante, pero a ratos bastante pesado porque el escritor hace muchas referencias a obras y personajes de Stevenson de los que difícilmente puede conocer y/o acordarse el lector. 





ESTAMOS LEYENDO



Y dentro del apartado ESTAMOS LEYENDO (un espacio de inmediata inauguración que me voy a sacar de la manga y que mantendré hasta que me canse) y aprovechando que venía de hablar de Stevenson, les diré que he comenzado la lectura de sus zozobras breves completas, que diría Krahe, en una de esas siempre magníficas ediciones de Valdemar de la que tantos tienen tanto que aprender.



“Cuentos completos” de Robert Louis Stevenson (uno)

Leídos, de momento, los dos primeros relatos (algo así como cincuenta de un total de mil millones de páginas). El plan es leer poco a poco y dar cumplida cuenta en estos breves espacios promocionales que son los resúmenes mensuales, de lo que va siendo su lectura.

El primer relato, escrito a los catorce años si no recuerdo mal, y obviando tan significativo dato, bastante flojo pese al aterrador misterio que lo sostiene. Ahora bien, catorce años, eh. Vean ustedes qué escriben hoy los jóvenes de catorce y lloren conmigo y acepten por una vez que algunos tiempos pasados sí fueron mejores. Y más que mejores: fueron brillantes.

El segundo relato, escrito también a una edad asombrosamente temprana y estando todavía lejos de caer rendido a sus pies es un punto de inflexión. Quiero decir con esto que llegados a este punto a poco que tenga ustedes dos dedos de frente ya no querrán dejar de leer al amigo. Ya todo será no pensar en otra cosa que él. En este relato aparecen un hombre, una mujer, un convento y un pintor. Así de fácil y así de difícil.

¿Lo digo? Lo digo: Stevenson me reconcilia con el género del relato.



lunes, 30 de marzo de 2015

Resumen de lecturas MARZO 2015 (1º parte)

Comentaba el otro día nosédónde que corren malos tiempos para la crítica en esta Medicina, no porque se le haya agotado el genio (nada más lejos de la realidad), sino porque causas de fuerza mayor me obligan, con una insistencia rayana en lo desesperante, a mantenerme alejado del teclado. A pesar de todo, y robando minutos y arañando segundos donde no los hay y ajustando el sueño al mínimo, intento mantener un ritmo de lectura más o menos decente aunque para ello deba sacrificar novelas de corte extenso por una cuestión fundamentalmente práctica.

Dicho lo cual, les dejo con la primera parte del resumen de lecturas del mes que ahora termina.



"Sueños de trenes" de Denis Johnson

Este es uno de esos libros que se leen en una tarde, en poco menos o poco más de dos horas. También es de esos libros que NO cumplen las expectativas. Me ha dejado, este relato de Johnson, bastante frío, honestamente. Tal vez sea culpa mía, pero me extraña, al fin y al cabo yo nunca tengo la culpa de nada. Se impone una relectura, en cualquier caso, no vaya a ser el demonio…





"Mujer sin hijo" de Jenn Díaz

Conozco y aprecio y llevo en el corazón a Jenn Díaz y puesto que la conozco y la aprecio y la llevo en el corazón y puesto que desde este blog hemos denunciado y denunciamos y por dios denunciaremos siempre el amiguismo y la inconveniencia de reseñar a los amigos toda vez que creemos a pies juntillas que no podría uno evitar caer en algo que no tendría nada que ver con la famosa crítica objetiva y demás zarandajas de supuesta imparcialidad... pues bien, puesto que todo esto es tal me voy a callar la boca y a dejar pasar el comentario que podría hacer sobre esta novela. No lo compartiré ni con la buena de Jenn Díaz. Aquí somos así de radicales. Cero favoritismos. #porunmundosinlindosgatitos



"Malas palabras" de Cristina Morales

Ya he hablado de ‘Malas palabras’. He dicho, entre otras cosas, esto: «Malas palabras es aburrida, que de todos los pecados es el único imperdonable. Eso de entrada. También pretenciosa y afectada en exceso. Eso de salida. No tiene historia más allá de un grupo de vívidos recuerdos de la señora con su primo el del arete en la oreja o el apasionante testamento de la madre de la santa madre que si no es para justificar el esfuerzo documental nosentiende». El resto AQUÍ. No hay mucho más que decir de un relato oportunista y por completo carente de interés. Play again, Cris.



"Ni puedo ni quiero" de Lydia Davis

Yo sé que lo mío con Lydia Davis no es normal, soy consciente, pero ahí está. Somos seres contradictorios, aceptémoslo. Y aceptemos también que Lydia Davis es mi debilidad. Lo digo porque esta mujer escribe microrrelatos, relatos y otras cosas que corte más bien brevísimo a pesar de lo cual (para los recién llegados: soy un confeso odiador de todo lo demasiado breve) no puedo evitar caer rendido a sus pies. No siempre, claro, en este libro especialmente. Ya habrá reseña, allí hablaremos y desarrollaremos con la calma que merecen los argumentos a favor y en contra pero baste decir que es un recopilatorio un tanto irregular, lleno de magníficos relatos pero también de prescindibles adaptaciones flaubertianas y sueños que la autora ha tenido y ha decorado convenientemente y carecen por completo de interés de tal modo que llegó un momento que quien esto escribe ya ni se molestaba en leerlos y pasaba las páginas con endiablado frenesí. Esto baja mucho la media, me temo. A pesar de todo esperaré con sincero interés lo que sea que escriba esta mujer en el futuro y hasta me casaré con ella si me lo pide con educación. Eso tipo de debilidad.



"Las luminosas" de Lauren Beukes

Leí ‘Las luminosas’ cuando lo que tenía que haber hecho era leer ‘Las luminarias’ (Eleanor Catton) pero ese es un defecto que tengo más que asumido y con el que disfruto más de lo que me atrevería nunca a reconocer. No voy a perder mucho el tiempo hablando de esta novela básicamente porque será la siguiente reseña. Baste decir que la leí animado por los excelentes comentarios que encontré en goodreads. Que ya le voy cogiendo el punto a esto. Que no es para tanto, el libro. Y Goodreads ni te cuento. Sobre esto hablaremos, también, largo y tendido, en esa reseña que debería estar a puntito a puntito de salir.



"Las inviernas" de Cristina Sánchez-Andrade

De esta también he hablado ya. Aquí. Y he dicho esto: «Sin llegar a ser una mala novela, incluso sin ser una novela especialmente aburrida, Las Inviernas no pasa de ser una novela más dentro en la producción personal de Cristina Sánchez-Andrade (afirmación que hago, pese a esto, desde mi condición de no-experto y/o completo ignorante); no pasa de ser una novela más dentro de la producción de Anagrama; otra novela más dentro de la producción editorial nacional. Una, otra, novela más en esa enorme pila de poco-más-que-simpáticas-novelas, poco-menos-que-prescindibles-novelas». Bueno, nada, eso: otra novela de esas que se publican y tal.



"Se violenta el mundo" de P.D. Garrote

Bueno, ahora nos vamos a poner intensos. No, qué va, es broma, me limitaré a quitarme las gafas. Se violenta el mundo es una novela que no conoce ni cristo. Garrote es un señor que no conoce ni cristo. Agencia Joyce es una editorial que no conoce ni cristo. Esto lo que demuestra es que yo soy mucho más listo que cristo o, cuando menos, más leído. 

Aquí una novela no sé si curiosa, interesante. “Se violenta el mundo” trata de un joven llamado León que vive en (L)a Coruña (jaja), que tiene un amigo y vive una experiencia y otra y otra y otra más. Y así. Es una novela que me ha recordado (y que dios me perdone la comparación) al guardián ese de Salinger por lo que tiene de deambular generacional. Hay un chaval ya no tan chaval viviendo situaciones propias de su vida privada de soltero de cuarenta que trabaja en lo que no le gusta y conduce un coche fenomenalmente por encima de sus posibilidades y que se deja llevar por la marea y tal y cual, y se enamora de una imbécil y se tira a la asistenta de su madre que es quien realmente lo ama. Tambien rueda un corto. Esto entre otras muchas cosas. Es una novela que no habla realmente de nada pero habla realmente de todo utilizando un amigo ruso de León como elemento dinamizador y en cierto modo polémico. Es una novela que habla mucho de arte, por ejemplo, de cine, literatura… De toros. Con un par. Toros. En fin. Aquí se le fue la mano, a Garrote, yo creo, pero con todo le ha quedado una novela bastante simpática.

Pero ya he dicho demasiado. Mejor lo dejamos para la reseña.



Me duele un dedo. Mañana más.

martes, 24 de marzo de 2015

Una aproximación a ‘Técnicas de iluminación’ de Eloy Tizón

Me van a perdonar dos cosillas: la demencial rima del título y el pequeño rodeo que me dispongo a dar. También que afronte esta aproximación habiendo leído nada más que dos relatos (y pico) de este recopilatorio, pero así es más divertido.

A ello.

Recordarán Twin Peaks. Sabrán que vuelve a estar de moda, que el próximo año habremus continuación. Pero este, por mucho que nos entusiasme la idea, no es el tema. Este otro sí: si vieron la serie seguro que recuerdan aquella famosa escena en la que una estimulante Sherilyn Fenn hacía, únicamente con su lengua, un nudo al rabo de una cereza. Se contaron por millares, las erecciones. Total por un simple nudo. Total por un vulgar truco. Quién sabe, quién sabía, si tal vez la buena de Audrey, como tal se daba en llamar su personaje en la serie, no sabía hacer otra cosa que nudos en los rabitos de las cerezas; si hasta ahí llegaba todo su virtuosismo. Que todo puede ser.

Pues así Eloy Tizón, en mi opinión.

Tizón coge una frase, coge una idea, coge, no sé, lo que se encuentra, lo que sea, que bueno es Tizón para estas cosas de coger, lo vacía de contenido (si acaso lo tenía) y lo desfigura, lo retuerce un poco, le da una vuelta, otra vuelta y otra vuelta más. Le hace un nudito. Lo deja bonito, listo para regalo. Saca la lengüita y te lo enseña, el paquetito, con el nudito. Mira que nudito, mira qué bonito. Mira qué paquetito. Mira qué cositas hago, con mi lengüita. 

También aquí se cuentan por miles, las erecciones. Que todo son elogios y cuatro ediciones y qué grande qué grande, torero, nuestro insigne escritor. Y anda la crítica que no da con adjetivos suficientes y anda el lector meando pepsicola: que si el mejor (EL MEJOR) cuentista español de todos (TODOS) los tiempos (Malherido dixit); que si aunque no cuente nada, da gusto cómo lo cuenta (unlibroaldía); que si así Sinestésico Senabre para El Cultural (el subrayado es mío):

«Los cuentos -o sueños, o fragmentos, o discursos a medias- de Técnicas de iluminación no se ajustan a los cánones habituales del relato, como la linealidad cronológica o el encadenamiento diáfano de los hechos. Son difícilmente contables -a lo sumo darían para un esqueleto de tres o cuatro líneas-, porque las acciones se presentan a menudo de manera desvaída e incompleta, y su lugar es ocupado por las sensaciones; unas sensaciones que se traducen de un modo plástico, con inesperadas percepciones sinestésicas (“doy unos pocos pasos conmovido, bailando el claqué del dolor en la acera [...], mis piernas van volviéndose de mimbre, tengo un cesto de ropa sucia en la cabeza, respiro serrín, me ahogo”, p. 59) o calificaciones sorprendentes ( “casas [...] pintadas de amarillo úrico”, p. 61; “vecinos de mirada agropecuaria y pelo rústico”, p. 91)».

Considerar sorprendente lo de amarillo úrico o lo de vecinos de mirada agropecuaria da una idea bastante aproximada de las razones por las estamos como estamos, que no levantemos cabeza ni a patadas y del gratuito prestigio del autor, que a poco que mueva una ceja ya tiene a veinte alfombrándole el camino con pétalos de rosas amarillo úrico.

Me gustaría pensar que lo que ocurre con Tizón es que ha dado con el truco para escribir poesía sin matar de sueño al lector pero la experiencia me dice que no, que no es eso, que ha que ser, por fuerza, otra cosa. El caso es que tiene, Tizón, defensores como otros tienes espinillas y para esto no hay más que dos opciones: o alguien se está follando a demasiada gente o hay demasiado amigo del verso libre en libertad.

Para muestra, otro botón: aquí otro ejemplo perfecto,  firmado por Alberto Olmos, de esa tontería supina de ver nada más que lo que se quiere ver y justificarlo con esa pobreza de no tener a qué aferrarse, que no se sabe si se defiende porque sí o porque también o porque está de moda o porque, puestos a crear imágenes imposibles, la genitalidad corporativa no conoce más límites que los del diccionario panhispánico de dudas:

«Las enumeraciones son constantes, pero no rutinarias; no se enumera para informar, sino para voltear el idioma; una lista de objetos, en Tizón, es una lista de palabras, palabras que casualmente nombran objetos, pero eso es lo de menos. La lógica de la enumeración, por ello, no es la lógica de inventario del gran almacén, sino la lógica de la seducción literaria. Esta seducción está siempre coqueteándote desde lo imprevisible, desviando tu lectura del camino trillado: si dice “aloe vera” uno aguarda “gel” o “champú” o “perfumes”, y no: “diccionarios de sinónimos”. Ahí el autor nos sorprende, nos pone en vilo; y luego viene “botines”, “desayunos”: la frase tiene ya la fuerza de lo imprevisto; momento en el que entra la sintaxis, un nuevo regate a las expectativas: “un rizador de pestañas”, artículo indefinido. Con una frase, hemos dado la vuelta entera al lenguaje». (Albertiño enamorado)

Ahora les subo yo mi lista de la compra, verán que maravillosa combinación de palabras (y no una lista cualquiera, sino de las que nombran objetos, por más que esto sea lo de menos): empanada, croissants… [y cuando esperan pan tostado]… chocolate, azúcar.. [y cuando esperan galletas]… sandalias, toallas… [y cuando esperan crema solar]… lápices, lápices del número 2… [y cuando esperen post-its]… ¡sexo oral con la cajera número 12!, y así también nosotros le damos la vuelta a lenguaje y dejamos que nos explote la cabeza de puro placer, que ya no distingue uno entre un orgasmo y una nota a pie de página. Ya pueden darse ustedes por seducidos.

Lo que hay que leer, de verdad. La crítica como justificación y el éxtasis gratuito. Y después que si los binomios, que si las superposiciones, que si las metáforas, que si los tropos. Que si esto: «Desde entonces esperé durante años, con una paciencia luminosa» o «un comité de árboles» o «Manotazos de lluvia». Ja. Superoriginal; lo nunca visto, oiga.

En fin. Que si Tizón y la escritura. Que si el ejercicio de lo inútil. Que si la práctica del embellecimiento de los conjuntos vacios. Que si Tizón y el efectismo. Que si la petulancia desatada; la vacuidad; el asentimiento; el consentimiento; las ganas de agradar; de aplaudir; la necesidad de abrir una puerta a ese ejercicio de ser únicamente palabra escrita. Ser todo, pura y únicamente Sentimiento. 



Les dejo ya (no hace falta que me den las gracias) con un fragmento ligera, ligerísimamente, alterado del primer relato (todo el primer párrafo, para ser exactos) que creo que ejemplifica a la perfección lo que he venido a dar a entender con este post cargado de prejuicios y razón a partes iguales. Juzguen ustedes mismos y después aplaudan, claro, a Eloy Tizón, la nueva luminaria en nuestro úrico firmamento literario y a su cohorte de complacientes críticos agropecuarios.


«UNO ESCRIBE Y ESCRIBE. Escribe a la sombra. Escribe al sol. No deja de escribir nunca, despacio o rápido dependiendo de los días. Da vueltas en círculo. Se empapa con la lluvia y se seca con la luz. ¿Por qué escribir tanto? No hay respuesta. No hay tiempo para analizarlo. Se trata de escribir, sin más. Y se escribe. Adelante, siempre adelante. Por gusto, por hartazgo, por necesidad. A través de puentes y espesuras y concavidades y encrucijadas y lunes. Se atraviesan bosques, conventos. Se empujan masas de aire con las piernas. Se desplazan bolas de humo. Se cruzan ríos parecidos a locomotoras. Se tarda un mar o dos en terminar». (1)

jueves, 19 de marzo de 2015

‘Las inviernas’ de Cristina Sánchez-Andrade

En esta novela hay leiras, lareiras, carreiros, corredoiras, mucho tojo, mucha vaca, mucho ambiente cerrado, mucho pacto de silencio.

Lo rural. Lo rural gallego, nada menos. Esto es, aquí al ladito. Años cincuenta, años sesenta. Esto es, hace nadita.

Viendo la insistencia, parece que lo rural, más que una moda, ha venido para quedarse. 

Pero estoy divagando. 

El tema: dos mujeres dos llegan a una aldea. Se las conoce como Las inviernas. Y se las conoce porque hace tiempo, muchos años, como veinte o treinta, siendo una niñas, ya vivían en el pueblo, en ese pueblo, pueblucho, con su abuelo, abuelito querido, abuelito lindo y bueno, abuelito que un día, justito antes de morir, las sacó de allí con cierta precipitación no les fuera a pasar algo. Ellas… bueno, hicieron lo que se les dijo: huyeron, emigraron, vivieron el Londres, trabajaron, volvieron a Galicia, acumularon secretos y hoy, tanto tiempo después, han vuelto al hogar dulce hogar, al monte, a casa del abuelo sin abuelo.

Acumularon secretos, dije. Sí que lo hicieron, sí. Conviene recordarlo.

Mujeres con secretos llegan (tal vez buscando refugio; seguramente buscando refugio) a pueblucho de mierda plagado de infelices habitantes secretos y soportando lo que parecen sentimientos de culpa por algo que ocurrió hace tanto tiempo. Casi parece Infierno de Cobardes. Bromeo. Las cosas no van, ni remotamente, por ahí.

«PASARON una mañana como el susurro de un avispón, más rápidas que un instante.
Ellas.
Las Inviernas.
Los hombres doblados sobre la tierra se enderezaron para observar. Las mujeres detuvieron las escobas. Los niños dejaron de jugar: dos mujeres con grandes huesos cansados, como irritados de la vida, atravesaban la plaza del pueblo.
Dos mujeres seguidas de cuatro ovejas y una vaca de andar balanceado que tiraba de un carromato cargado de bártulos.
Al final de un carreiro que zigzagueaba entre nabizales, seguía estando la vieja casa del abuelo —también su casa—, ahora cubierta por las ramas de una higuera.
         […]
Llovía, y se metieron dentro.
Ellas y las bestias.
Barrieron el suelo. Arrancaron las telarañas. Colocaron los bártulos que traían. Hicieron una sopa. Menguó la luz y aumentó el frío.
        […]
Una se sentó junto a la otra y le dijo:
—Estaremos bien.
La otra contestó:
—Sí.
Y pasaron el rato sorbiendo la sopa, enfrascadas en aquella conversación.
—Estaremos bien.
No era temor. Acaso una sospecha, una rara intuición.
—Estaremos».

Arranca, la novela, así. Y oye, bien; oye, muy bien: prosa seca, directa, sin artificios, un poco Agota Kristof, un poco Cormac McCarthy… Bien. En general, el resto más o menos así también, tirando a menos: ni tan seca, ni tan directa, ni tanto tiempo como uno quisiera.

Las nenas, señoras ya, se aclimatan, se toman su vuelta en serio: pasean la vaca, pasean las ovejas, van a misa, pasean ellas, recordando, claro, que es todo volver al pueblo y darse a recodar que si esto lo otro o lo de más allá.

La novela avanza, se siente, se recrea en esos recuerdos, nos habla de los vecinos: el profesor, el cura, el mecánico dentista: que si uno se ha casado porque sí, que si el otro era un egoísta, que si el de más allá se dedicaba a robar dientes a los muertos. Los gallegos son gente de costumbres. 

Y el abuelo: el abuelito comprando cerebros en vida, ejemplar inversión frankensteniana a largo plazo. Y todos felices, vendiendo sus cerebros. Y todos amargados, sabiéndose vendidos. Y todos enfadados, acumulado el rencor.

Y hasta aquí puedo leer.

La novela se sostiene sobre dos o tres misterios: quiénes son Las Inviernas, a qué viene ese nombre, qué cosa tan terrible han hecho Las inviernas para tener que venir a refugiarse al pueblo, qué cosa tan terrible ha hecho la gente del pueblo para tener ahora que andarse con miraditas de labriego suspicaz.

«Nadie sospecha nada de lo nuestro. Somos jóvenes, hemos cruzado fronteras, ríos, puentes, ciudades, hablamos inglés, hemos visto el mar y hemos hecho cine. ¿Qué vamos a estar, aquí escondidas como las chinches y cerradas al mundo, con magníficos secretos en nuestro interior, como este cajón que no se quiere abrir?»

Pero lo cierto es que no ocurre nada destacable en la novela fuera de darle veinte vueltas a lo mismo y por más que se lea con cierta interés y sintiendo cierta curiosidad por ver cómo esas mujeres se las van arreglando en un ambiente tan hostil como aquel, por descubrir qué misterios son esos de los que tanto se habla; por ver qué especímenes son aquellos —especímenes prefabricados pese al esfuerzo por crear personajes originales— a los que se les da una importancia, se les presta una atención, se les dedica un tiempo que no queda ni remotamente justificado una vez terminada. Esa sensación, permanente, agotadora, de que se escribe para dar salida a una vocación, para publicar, nada más; de que se escribe para satisfacción personal, con un nivel de exigencia mínimo, con un nivel de esfuerzo mínimo para total no escribir nada más que una novela de misterio con resolución final, al más puro estilo Colombo, no vaya el lector a quedarse con dudas, con lo que eso duele. Ese tufo a convencionalismo. 

Y el tiempo pasa. El tiempo siempre pasa. En la novela también. Y porque no sólo de misterios vive el hombre es por lo que las cosas se complican, todo para darle a la novela, la novela de misterios, un poquito de argumento de vida cotidiana:

«[…] algo se había torcido en el universo en el que tan cómodamente habían vivido hasta entonces las dos mujeres. Por el aire flotaban signos de una tensión doméstica y secreta. Ya no eran las discusiones infantiles e inocentes de antes. Vivían juntas, trabajaban juntas, dormían juntas como una pareja de amigas, pero extrañas la una a la otra, cada vez más conscientes de que algo las separaba: entre las idas y venidas al monte, entre riñas y los momentos de cariño, la insatisfacción se enroscaba lentamente en el corazón de las dos mujeres. El universo ya llevaba tiempo torciéndose: o más bien retorciéndose».

Y no mucho más, la verdad. 

Sin llegar a ser una mala novela, incluso sin ser una novela especialmente aburrida, Las Inviernas no pasa de ser una novela más dentro en la producción personal de Cristina Sánchez-Andrade (afirmación que hago, pese a esto, desde mi condición de no-experto y/o completo ignorante); no pasa de ser una novela más dentro de la producción de Anagrama; otra novela más dentro de la producción editorial nacional. Una, otra, novela más en esa enorme pila de poco-más-que-simpáticas-novelas, poco-menos-que-prescindibles-novelas.

Sí, lo prescindible, una vez, otra vez más.


lunes, 16 de marzo de 2015

‘Malas palabras’ de Cristina Morales

Ya hace tantos años como veintiséis que Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos viene siendo una de mis novelas favoritas. Y lo es por muchas razones entre las que se encuentra el hecho indiscutible (advierto: in-dis-cu-ti-ble) de ser una novela magnífica y por muchos pequeños insignificantes detalles, entre ellos el siguiente: el Vizconde de Valmont, el protagonista absoluto (que en la versión cinematográfica de Stephen Fears es interpretado por un John Malkovich en estado de gracia), tenía una saludable y divertida costumbre: leía, antes de salir de casa, uno u otro libro en función del tono que necesitase para de seducir a la mujer equis, la que tocase aquel día, que menudo Vizconde era el Vizconde. Pues así Cristina Morales mirando de seducir a incautos modernetes. La escritora ha debido coger un par de libros (aunque bien pudiera no haber sido más que uno o tal vez ni tan siguiera lo cogió, tal vez se limitó a pasar las páginas con un palillo) de la amiga Tere, se ha empapado de estilo y se ha lanzado a imaginar la historia de la santa —con perdón— en formato de diario de secreto plagado de inconfesionalidades e irreverencias de corte feminista onanista.

No le ha salido del todo mal. O no parece que le haya salido del todo mal viendo que Lumen avala. Aquí un ejemplo, por ir entrando en materia:

«Discreta y temible Juana, amiga y envidia mía, que aprendiste que para poder hacer una mujer su voluntad debe ser muy queda, estar oculta, meterse a monja, hacerse temer más que hacerse amar, y que por eso no quieres ser descalza y me llamas loca, como nos llaman los hombres, porque al igual que ellos tú piensas que no hay poder en mujer gritona. Mucho me has enseñado, Juana mía, de los serpenteantes caminos del recato, gracias a los cuales mucho nos hemos recatado y divertido. Pero he descubierto yo otra manera de divertirse más divertida todavía, donde nos aguardan mayores placeres y poderes, porque seremos anfitrionas y no invitadas, Juana, y esa manera empieza por nuestro grito: un cartel en la puerta, de nuestro puño y letra y en romance, dirá: «Fiesta aquí hoy, mañana y siempre, siempre, siempre».

Bueno, tal vez no he hilado muy fino a la hora de elegir una cita. Culpen al maestro armero. En cualquier caso, seguro que se entiende lo que quiero decir, que es más o menos esto: podemos leer el diario de Santa Teresa o podemos leer el diario íntimo de Santa Teresa con Cristina Morales poniendo voces y pretendiendo aportar un punto, no sé, moderno, travieso pero dando como resultado una Santa Teresa tan poco interesante que casi da pena que no la haya matado la gripe española en la flor de la vida. Para Cristina Morales todo (siendo, todo, el tedio) se arregla poniendo un poquito de sado por aquí…

«Manos tironeando la camisa para descubrir un hombro, manos tironeando para descubrir el otro, tela que cruje y yo saliendo un instante del juego para pedir perdón con los ojos, y Diego, con otro gesto rápido, como actores a los que se les cae una lámpara y siguen como si nada, le quitó importancia. Crecida como la actriz cuyo parlamento interrumpen los aplausos, di un paso atrás, me saqué una vara de la cinturilla de la falda y le concedí un segundo a mi primo para que la contemplara. Varazo al aire, varazo al aire, Diego levantando la barbilla para dejarme expedito el camino y varazo desde un hombro hasta el centro del pecho: Sacrifica, Máximo, para verte libre de estos suplicios».

…o un carajo por allá…

«Diego me recordaba mi propia decrepitud, mi propia muerte banal, la esclavitud a la que es tan fácil someterse. No es que Diego fuera poco gallardo o que su vejez fuera desagradable. Era distinguido y templado, y llevaba un arete en la oreja. Moda sevillana, me explicó, y al sonreírme conseguí yo descansar un poco, incómodamente, como en un jergón vencido, pero descansar al fin de mi esfuerzo: desentumecer la lengua, erguir el cuello, preguntarle a qué carajo había venido».

… o un cagarse en la virgen santa por acullá:

«Tironazo del pelo: ¡Infame, que comparas el imbatible amor de Óptima [Óptima=Teresa] con el de una diosa virgen, adúltera y encima falsa! ¡Quédate con tu María en tu reino de los cielos, que yo tengo muchos para amarme!: Varazo en las piernas con la mano libre, acertando también y sin querer, de lo pegados que estábamos, en las mías, aunque mi parte la amortiguaron las faldas».

A esta nuestra Tere, TereSanta, le falta nomás que una guitarra con rifle de asalto en el interior y un caballo y dos pistolas y entrar al galope en el salón a pedirse un tequila. Pinche Teresa, qué buena estás.

Estrenamos género: Vidas Actualizadas de Santos. Filón, adelanto, que está muy de moda el látigo, artilugio que sienta especialmente bien al clero, y las penitencias y unas buenas hostias… Lo veo, de verdad que sí.

Leía el otro día, en un blog —creo que por casualidad aunque bien pudiera ser con aviesa intención—, a la dueña del susodicho, asegurar (como una forma de vender el producto, profesión esta a la dedica demasiada gente, que parece la red un inmenso bazar) que esta era una de esas novelas en las que cada capítulo hacía pensar al lector. El subrayado es mío. Las lágrimas también. Bueno… a ver… o sea… no sé, es decir… joder… ¿pensar en qué, exactamente? En cualquier otra cosa, entiendo, en cualquier otro libro, en dar carpetazo, en cagarse en todo, en hacer deporte, en limpiar la bandeja de entrada del Outlook o el trastero o el coche, en acabar de una vez con el hormiguero del jardín, en ordenar los comics con grapa… se me ocurren muchas actividades infinitamente (dentro de lo despreciable de su condición de cosas que nunca apetece llevar a cabo) más divertidas que leer esta novela-que-hace-pensar a no sé quién en no sé qué, como si ahora la fe viniera necesariamente acompañada de inteligencia. Pensar, dice. ¡Pensar! Malas palabras no hace pensar, hace dormir. 

Y todo esto (por aquello de volver a la novela) lo de la Tere contando sus cosillas de infancia y juventud tiene la siguiente explicación: un buen día, un curilla, amigo a la vez que confesor y objeto de arrebatos y sonrojos varios (que está la Tere como para que la aten, en la novela esta de Morales), le dice que se anime, que fuera de aquí estas pajas, con perdón, y que le vaya dando al lápiz, que tiene mucho que decir, que es mucha mujer para no dejar un rastro de babas tras de sí.

«Dios mío, ¿debo escribir que en mi juventud fui ruin y vanidosa y que por eso ahora Dios me premia? ¿Debo escribir para dar gusto al padre confesor, para dar gusto a los grandes letrados, para dar gusto a la Inquisición o para darme gusto a mí misma? ¿Debo escribir que no abrazo reforma alguna? ¿Debo escribir porque me lo han mandado y he hecho voto de obediencia? Dios mío, ¿debo escribir?»

O sea, no, nunca. Paqué. Si total…

Malas palabras es aburrida, que de todos los pecados es el único imperdonable. Eso de entrada. También pretenciosa y afectada en exceso. Eso de salida. No tiene historia más allá de un grupo de vívidos recuerdos de la señora con su primo el del arete en la oreja o el apasionante testamento de la madre de la santa madre que si no es para justificar el esfuerzo documental nosentiende.

No se dejen engañar por esa sensacional (lo admito) portada (especialmente si se arrejunta con la de la reedición del auténtico "diario" de Teresa que reedita Lumen) ni por el aniversario de la grande y libre y santa hermana, ni por esa cosa tan nuestra de chochear con tiempos pasados de alatristres y amplios calzones. Ya tenemos una edad; deberíamos saber que para vender humo ya están los estancos.


lunes, 9 de marzo de 2015

‘Sacrificio’ de Román Piña

Aquí el protagonista, un investigador en plan modernización del tirado de los años cincuenta; un Borgart venido a menos: «Llevaba poco tiempo en el negocio y no podía permitirme una secretaría. Mi cueva era un habitáculo de cuatro metros cuadrados, algo demasiado modesto para infundir confianza en los clientes. No tenía aseo y la electricidad se la chupaba al vecino de al lado. Mi ordenador cazaba el wifi de la oficina de turismo del ayuntamiento, ubicada en el piso principal. Un funcionario colega me había pasado la contraseña».

Chupar la electricidad, cazar wifis, tener funcionarios colegas nos da el tono cutresalchichero intencionado. Nos falta el caso. Uno esperaba una mujer hermosa y vengativa, fumadora empedernida, pero, no podía ser de otro modo, Piña se desmarca con un caso tonto a rabiar solicitado por un varón de mediana edad. A saber: un profesor de lenguas clásicas, que se autodefine como un hueso, ha recibido un par de llamadas a hora intempestivas y quiere saber quién es su “acosador”. 

Claro. Si el tema es este, malo.

Afortunadamente no lo es. Afortunadamente semejante planteamiento y su resolución apenas ocupan el primer capítulo y con él únicamente se espera dar a conocer a dos de los principales protagonistas (uno indiscutible, otro secundario) de la trama, amén de posicionarlos ideológicamente. Podía haber sido menos ridículo, cierto pero es casi lo de menos; el tema, en realidad, es este otro: literatura y crueldad. 

Sacrificio es, si lo piensan, una novela bastante sádica.

La cuestión es de rabiosa actualidad: libros oportunistas, editores sin escrúpulos. 

Abrimos paréntesis.

Al comienzo de la segunda parte de La Mala Puta (una parte que trata, grosso modo, el tema de los escritores y el fracaso), Román Piña se cita a sí mismo al hacer público un correo que acaba de escribirle a un escritor equis en el que le dice lo siguiente:

«No voy a publicar tu novela autobiográfica. […] No quiero que la escribas. No quiero que llegue a publicarse una novela, por buena que sea, contando tu vida, una vida que tú mismo (y cualquiera) llamas vida de maldito, de fracasado, la historia triste, accidentada, […] No quiero que el mundo conozca ese rosario de incidentes lamentables de tu vida que en efecto son dignos de un relato de ficción, pero también patéticos, tristes».

No quiero, no quiero, no voy a publicar… Así no hay manera de hacerse millonario. Román Piña finge olvidar lo fundamental de las biografías: la miseria de los miserables se vende mejor que las fantasías eroticofestivas de un hombre satisfecho. Sacrificio vendría a ser algo así como la prueba.

Cerramos paréntesis.

Ahora sí, lean un resumen de lo que realmente trata Sacrificio: 

Un tronco es secuestrado. El tronco, «un personaje público de gran fama», «había nacido sin brazos ni piernas. Sólo con una especie de alita, como un dedo extraño, donde debía nacer su brazo derecho», a pesar de lo cual o precisamente por era enormemente popular y querido: «Todo el mundo adoraba a Horacio Topp».

Pues eso, que un día lo secuestran. Tarda en aparecer, no sé, una buena temporada, tres meses, creo recordar, puede que algo más. Aparece en un caja, delante de su casa, en un estado que…, bueno, decir lamentable sería quedarse corto. Ya no era ni tronco, si acaso un triste tallo marchito. Y como viene, se va. Sus papis, sin entrar en detalle, se lo llevan y a partir de ahí ya todo es silencio administrativo.

Y entonces, la misma editorial que un buen día publicó un libro suyo que apenas vendió lo justo para cubrir gastos, publica un libro contando, con todo lujo de detalles y en primera persona, el infierno por el que pasó Topp durante su secuestro. Lo peta, claro:

«La noticia de la aparición del libro había salido en la prensa con una cobertura a la altura de su importancia. «Se publica una novela que relata el secuestro de Horacio Topp» y similares titulares en la prensa española e internacional no respondían a la sensibilidad del periodismo del momento ante la literatura, sino a su adicción a los aspectos más oscuros del comportamiento humano».

Y hasta aquí puedo leer o me matan.

Además da igual porque básicamente esto es todo lo que necesitan ustedes para entender el chiste.

La enseñanza de Sacrificio es la que señalábamos más arriba: si quieres vender, vende basura. Sin entrar en jugosos detalles les diré que Topp las pasa putas putísimas. En ese sentido Sacrifio es una novela gratamente violenta que en modo alguno me hubiese esperado de un escritor como Román Piña pero que va muy bien con el perfil editorial de Salto de Página, editorial especializada en malotes. Nada que objetar; nos gustan los malos. Tampoco por la parte del entretenimiento: Sacrificio se lee en un suspiro no sólo porque sea breve, sino porque sabe interesar al lector. También es verdad —y esto no es ningún secreto— que resulta mucho más fácil suscitar interés hablando del sufrimiento físico y mental de un ser inocente e indefenso que hacerlo narrando la experiencia un escritor que va de veraneo a la aldea de su infancia por más que el fondo sea, en ambos casos, la literatura. En el fondo Sacrificio no es muy diferente de lo que denuncia. 

El problema (aquí estamos otra vez) es que lo que denuncia, además de tener un público bastante “literario” ergo limitado (pese a que va camino de gran verdad la afirmación de que hay más escritores que lectores), no está realmente a la altura de lo esperado sin saber exactamente en qué estamos pensando.

Piña se repite y va camino de acabar pancartista total si no empieza a matar “sin doble intención”:

«—El mundo ha cambiado. No sé cómo es, sólo sé que es un mundo en que ningún libro volverá a ser un bestseller como los de antes.
—[…] mi error fue no darme cuenta de que el libro no contaba nada nuevo. […] El fallo estuvo en que no habíamos ofrecido una nueva tragedia que deslumbrara al público, un secreto aterrador». (Sacrificio)
 o
 «En el siglo de la información, el progreso, la educación y el bienestar en Occidente, la insignificancia de la literatura, la irrelevancia de la figura del escritor (“el escritor no es nadie”, me dice Sara Mesa), y la confusión y perversión de la pequeña sociedad literaria, arrojan una predicción funesta: la extinción de los lectores. No creo que valga aferrase a que hoy escriben en España una legión de Cervantes. Si sus obras no las leen a su vez legiones, el saldo es lamentable». (La mala puta)

Sí, el mundo ha cambio; claro que ha cambiado. Claro que “el escritor ya no es nadie”. Por qué iba a serlo. Seamos serios: ¿a quién le importa el escritor? La gente no compra escritores. La gente compra novelas. Los escritores existen porque necesitamos figuras a las que odiar, mitos que derribar y experiencias que repetir. La peor biblioteca del mundo tiene más libros de los que se pueden leer en una vida. Los escritores no mueren, se suicidan. La literatura es ya un juego, nada más. Se acabaron los betsellers, se acabaron las doscientas traducciones, las setenta ediciones. Todo es mentira. Pero esto no es nuevo. Hace tiempo que viene siendo así. Me vendo: díganme una buena novela, sólo una; una novela realmente buena, una novela indiscutiblemente buena que haya sido escrita en los últimos veinte años. Una novela española jodidamente buena. Una. Mi blog por una buena novela. 

Es un decir.

Ultima observación antes de bajar el telón: se echa de menos, en Sacrificio, el lamento habitual de los últimos tiempos: el pirateo. No se puede hablar (como se habla aquí, por más que uno no espere realismo) de una primera edición de 50.000 ejemplares que se agota en un día y no decir nada de los cientos de puestos de trabajo que se pierden por las cifras millonarias que se dejan de ingresan tras la estimación, siempre a la baja, de los cuarenta o setenta y cinco millones de descargas diarias. El pirateo como la última esperanza y fantasía erótica del fracasado.


lunes, 2 de marzo de 2015

‘La primera mentira’ de Marina Mander

Esto fue más o menos así o al menos así es como me gusta imaginar que fue: 

En una mesa: café con leche, sin leche, te sin teína, un refresco de cola con vainilla, sacarina, tres pastillas para la tensión, dos croissants integrales y unos palitos de pan de pipas. Tras ellos, cuatro mujeres de mediana edad, de las que rozan los cincuenta por el lado equivocado, compiten por tener la sonrisa más blanca. Una de ellas, la que tiene un manuscrito en la mano (folios satinados de 100 gramos en estuche de piel de escroto de oso panda) viene de ponerse algo en el pelo y está que no le puede dar un beso ni desde la puerta. Lo comenta mientras entra en materia, justo antes de soltar lo que ha venido a soltar: he escrito un libro. Qué bien, genial, estupendo, las tres, al unísono, entusiasmadas. Parecen sinceras. De qué trata, le preguntan. Se lo dice. 

Les dice: A un niño, un niño que parece pequeño, huérfano de padre, se le muere, un día, su madre. (¡Ohhh!) El niño está en casa, a solas con ella. La sacude y no se despierta. Su gato también: la sacude y no se despierta. El niño hace sus cálculos, el gato también: si ni papá ni mamá, orfanato. Y puesto que orfanato no sin mi gato el niño decide, adivinen, mentir: hacer como que no pasa nada, seguir con la vida tal cual la conocía pero sin usar posavasos. La novela es eso: el niño a su puta bola y su madre cadáver en la habitación de al lado, con su rigor mortis, su ponerse ciega de gases y su descomposición. 

Y, bueno, no pasa nada y pasan un montón de cosas, aunque más o menos son siempre las mismas: el niño listo como un ajo reflexionando acerca de lo que será de él a corto plazo y las soluciones que ve: 

«Es terrible.
No quiero ir.
No quiero ser completamente huérfano.
Mejor cualquier otra cosa.
Mejor contar que mi madre se ha ido.
O no decir nada, y hacerme el tonto.
Mejor encontrar el método de arreglárselas, no será tan difícil. Mejor procurar sobrevivir.
Mejor esconder y sonreír.
Mejor usar la imaginación, dejar que se te ocurra algo especial.
Mejor confiar en que todo pase rápidamente.
Mejor hacer tres mil flexiones seguidas, seis plantas de escaleras a la pata coja, divisiones de memoria.
Mejor enterrar al koala Kolly.
Mejor pensar en lo mejor.
Mejor creer que dentro de poco mi madre se encontrará mucho mejor.
¿No es cierto, mamá, que dentro de poco te encontrarás mejor?
Mejor pensar que aún podría haber algo peor.
Aunque, si mi madre está muerta, ¿podría haber algo peor?» 

Pero no adelantemos acontecimientos. Centrémonos. Estábamos en la merendola de Marina Mander y sus amigas desesperadas. 

Léenos un poco, le piden, entusiasmadas (¡salta, salta!). Ella, que finge elegir al azar un párrafo cualquiera, salta: «Envidio a mis compañeros de colegio porque pueden lloriquear alegremente si les da la gana; yo no, porque mi madre está tan triste que no puedo estar más triste que ella. Terminaríamos ahogándonos. Y no tenemos un padre que nos salve, un bombero de esos de los atentados que te saque en brazos, lejos del peligro, un padre como los que salen en los anuncios. Nosotros corremos siempre un poco de peligro». Ohhh, criaturita. Ellas. Al unísono. Más, más. Más, al azaroso azar: «si alguien tiene una cara que parece un culo, con una raja en medio de la nariz y la piel rosada de bragas de monja, yo no tengo la culpa». Jijiji, desvergonzado, menudo elemento. Ellas, interrumpiéndose. Más, más, más. ¿Más? ¡Más! Más: «Chorros de agua caliente me brotan de los ojos mientras el oso polar sobre su ladrillo frío es arrastrado por la corriente». Ay, por-fa-vor, qué cosa linda, que me lo como requetecomo. ¡Más, más, más! Más: «Es la primera noche sin un buenas noches. Desde hace mucho tiempo, quizá desde siempre. Tendré que acostumbrarme a renunciar al roce de mi madre en la mejilla, a eso que más que un beso parece un suspiro, un soplo tibio que da buena suerte». Mira, mira, no me hagas llorar, una. Se me encoge el corazón, de verdad, que ni la muerte del Papa, otra. Dime, por favor, que nos lo dejarás leer, que me muero que me muero que me muero, la tercera, la del te sin teína. A estas alturas Marina ya va por el tercer orgasmo. Y no será el último. Lo voy a publicar. Bien por ti, ánimo, suerte y tal, lo habitual. No me habéis entendido, les dice (toda la puta tarde fantaseando con este momento y aquí está, ya, al fin): ya tengo editor; lo voy a publicar; es un hecho; en un mes está en la calle. Se desata la locura: gritos, zapateaditos, saltitos, se pierde un poco (no mucho) la compostura, piden un muffin de chocolate para compartir. Dinos, dinos, quién te edita, quién. Sonríe. Ya es una estrella. 

La edita, en Italia, Et al., que no sé quiénes son ni si valen la pena el esfuerzo de interesarse por ellos. En España, un año después, edita, quién, Lumen, claro. Claaaro. Mujer italiana de cincuenta y vamos-a-dejarlo-ahí escribe novelita de niño y madre y amor fecundo y besos y caricias ¡sobre cama de drama terrible! y tal, ¡y no va a editar Lumen! Ni que hubiéramos nacido ayer. 

Al grano. 

‘La primera mentira’, y lo digo desde el cariño más sincero de que soy capaz, es un poco tontada. Para empezar, el niño es el típico niño que más que dos besos lo que merece son dos buenas hostias. Sobre todo al principio; después te acostumbras y le coges cariño, que es lo que en cierto modo viene haciendo de esta novela el amor que tantos pregonan y lo que salva a los niños de ser abandonados masiva y miserablemente en bosques aledaños: 

«Cuando mi madre se entristece mucho le salen arrugas en la frente, semejantes a las marcas que dejan las olas en la arena, hasta hartarla de tanto repasarla. […] Cuando tiene pesadillas mi madre dice que en este mundo no se puede ni dormir en paz, y yo soy del mismo parecer». 

No me digan que no es para partirle la cara. Así no se habla ni a escondidas. Pero bien, no pasa nada. Se traga y punto. Es lo que hay que hacer, no? Tragar. Tragar el relato de un niño narrado en primera persona con una voz que resulta del todo increíble y lo que es peor, indefinible, que no sabe uno si el crío tiene ocho, diez o doce años, que unas veces parece de dos o otras de quince: 

«No encontré las hojas, encontré medias, bragas y también un cacharro rosa con forma de pilila escondido debajo de las medias y las bragas. El cacharro se enciende con un botón y hace brrrrr, como una batidora». 
«El espejo está completamente opaco por el vaho, escribo con el dedo puta mierda. Entro en la bañera. Al principio el agua está caliente, luego tibia. Mi pilila flota en la bañera, más semejante a una anémona marina, esas excrecencias que también se ven en los acuarios, que al cacharro que mi madre esconde entre las bragas. Me pregunto si al crecer se volverá como el cacharro y también sonará, o solo hará un leve chapoteo como el de ahora, mientras la espuma chisporrotea a su alrededor». 

No entender qué es un consolador pero sí utilizar en la misma frase anémona y excrecencia o saber cosas tipo «si alguien tiene una cara que parece un culo, con una raja en medio de la nariz y la piel rosada de bragas de monja, yo no tengo la culpa» es, cuando menos preocupante. 

No hay asomo de madurez ni un triste cambio aparente más allá de algún que otro mal chiste  que trata de resolver ambas cuestiones («Ya no soy un huérfano, soy un soltero») y no hay reacción visceral realmente creíble fuera de los dos o tres momentos en que Marina Mander se acuerda de que un niño es un niño y de que la especialidad de estos bichos son las pataletas: «Mi madre es una capulla. Capulla, puta. Todos los adultos son capullos y putos. Bastardos. Cabrones. Mierdosos. Memos. Tarados. Estúpidos y capullos. Capullos, apestosos, cagones. Ceporros. Ignorantes. Los odio». Al fin algo refrescantemente creíble. 

Resumiendo, que tampoco es plan de escribir una reseña más larga que el propio libro: La primera mentira apela directamente al corazoncito humano para enmascarar las carencias argumentales (toda la novela es más, siempre más de lo mismo) y una absoluta falta de habilidad para la construcción de personajes que, infantiles o no, puedan ir más allá del estereotipo de niño medio-autista-de-alto-coeficiente-intelectual y madre superada por las circunstancias y ganas de mandarlo todo a la mierda a golpe de chupar bolitas de alcanfor.