domingo, 30 de diciembre de 2012

Otra puta lista con lo mejor de 2012

Aviso a navegantes: esta lista del 2012 no será sobre “lo mejor del 2012”, o sí, también, pero desde luego no “lo mejor de lo publicado en 2012” y bajo ningún concepto “lo mejor de lo publicado en español en 2012”. A eso me niego. Y me niego porque esa es una lista más propia de las felaciones de un escritor que de un lector. No conviene mezclar. También porque mi lista de 2012 quiere ser un acto de pura maldad, y de otro modo no se puede. 

De qué estoy hablando: pongamos que yo escribo una lista con “Lo mejor en español de lo publicado en 2012”. (Hablo siempre de lo que he leído, claro) Bueno, de entrada pongamos que tal cosa es posible. Es decir, que de todo lo publicado a lo largo del año hay algo que destaque sobre la generalidad. Partiendo de ese supuesto, ¿eso en qué se traduce? ¿En que esas novelas, las mejores de 2012 (las que a mí más me han gustado, insisto) son buenas novelas? ¿En serio? ¿Comparadas con qué, exactamente? ¿Con el resto de las mierdas que me he tragado a lo largo del año? Entonces sí, claro, pero yo me pregunto: ¿hace eso buenas esas novelas o son las mejores novelas del 2012 una demostración más de lo malas que son las novelas en general? Pues a eso me refiero: comparadas con qué. 

Pero de acuerdo, sí, juguemos. De entrada voy a hacer el ejercicio de destacar, por el orden en que fueron leídas, las diez mejores lecturas del año (incluye un par de relecturas) sobre un total de 110 libros leídos y terminados o, como diría un crítico profesional, las diez lecturas que mayor placer me han proporcionado. 

"El plantador de tabaco" de John Barth (Cátedra)
"Gótico carpintero" de William Gaddis (Sexto Piso)
"Jacques, el fatalista" de Denis Diderot (Alfaguara)
"El padre muerto" de Donald Barthelme (Sexto Piso)
"Los mutilados" de Hermann Ungar (Seix Barral)
"Tala" de Thomas Bernhard (Alianza)
"La señora Bovary" de Gustave Flaubert (Alba)
"Correspondencia" de Thomas Bernhard (Cómplices)
"El valle de los avasallados" de Réjean Ducharme (Doctor Domaverso)
"La herencia colonial y otras maldiciones" de Jon Lee Anderson (Sexto Piso) 

(Salvo error, seis de las diez son ediciones o reediciones de este mismo año). Inmediatamente después de confeccionar esta lista recupero la intención inicial de destacar las mejores lecturas de libros en español publicados en 2012. Tomo como referencia la siguiente lista, que incluye todos y cada uno de los libros escritos en español y publicados en 2012. Incluyo link en todos aquellos que han sido reseñados en esta Medicina.

"El jardín colgante" de Javier Calvo; "El asesino hipocondríaco" de Juan Francisco Muñoz Rengel; "Los inmortales" de Manuel Vilas; "Una comedia canalla" de Ivan Repila; "¡Maldita sea!" de Ainhoa Rebolledo; "El hombre que gritó la tierra es plana" de Roberto de Paz; "Mozart" de Gabriela Wiener; "Telefreud" de Jordi Carrión; "El premio Herralde de novela" de Jordi Bonells; "Erasmus, orgasmus y otros problemas" de Carlo Padial; "El público" de Bruno Galindo; "El joven vendedor y el estilo de vida fluido" de Fernando San Basilio; "Habitación 804" de Marcus Versus; "Cuando Lázaro anduvo" de Fernando Royuela; "Las flores de Baudelaire" de Gonzalo Garrido; "Subte" de Rafael Pinedo; "Siberia" de Juan Soto Ivars; "Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tratactus" de Agustín Fernández Mallo; "Lo que no está escrito" de Rafael Reig; "Medusa" de Ricardo Menendez Salmón; "El chico que diste por muerto" de Javier Ponce Gambirazio. (A las que pueden sumar “Fresy Cool" de Antonio J. Rodriguez e "Historia de una gárgola" de Milo Krmpotic que no pude terminar de puro buenas.) 

¿Entienden ahora por qué no puedo confeccionar esa lista? ¿Cómo podría destacar o simplemente volver a hablar de algunas de estas novelas sin caer en el sadismo? (Pienso, cuando digo esto, en Rebolledo, San Basilio, Marcus Versus y tantos otros PostPatéticos) ¿Cómo puedo alabar al voz narrativa de “El público”  después de leer “Gótico Carpintero” o cómo puedo atreverme a destacar el humor de “El asesino hipocondríaco” teniendo todavía frescos como berenjenas recién cortadas los detalles de la relación entre Pocahontas y John Smith que narra Barth en “El plantador…”? ¿Cómo decir algo del estilo preciosista de Royuela frente a esa pequeña joya que es “El valle de los avasallados”? ¿Cómo alabar el personaje de Medusa frente al de “Los mutilados”? ¿Cómo poner en la misma balanza “Las flores de Baudelaire” y “Tala” sin morir de asco y de pena y de horror y de todo? ¿Cómo?

Definitivamente el 2012 no ha sido un buen año por mucho que diga Senabre en El Cultural de este viernes que "el 2012 que ahora se extingue resulta bastante alentador". Alentador. O es bueno o no es bueno, joder, Senabre, pero decir alentador equivale a no decir una mierda o a esperar que el 2013 sea mejor y no sé yo qué forma de valorar es esa. Su argumentación es: Ferré, Cabré, Aramburu, Merino, Mateo Díez, Landero, Reig, Prada, Zanón y un indefinido "etc". Que sí, que bien, que lo que tú quieras, pero insuficiente en cualquier caso.



 * * * * * * * * *


TRADUCCIONES

"El plantador de tabaco" de John Barth (Cátedra) (Trad. Eduardo Lago)
"Gótico carpintero" de William Gaddis (Sexto Piso) (Trad.  Mariano Peyou)
"Jacques, el fatalista" de Denis Diderot (Alfaguara) (Trad. Félix de Azua)
"El padre muerto" de Donald Barthelme (Sexto Piso) (Trad. Catalina Martínez Muñoz)
"Los mutilados" de Hermann Ungar (Seix Barral) (Trad. Ana Mª de la Fuente)
"Tala" de Thomas Bernhard (Alianza) (Trad. Miguel Saenz)
"La señora Bovary" de Gustave Flaubert (Alba) (Trad. María Teresa Gallego Urrutia)
"Correspondencia" de Thomas Bernhard (Cómplices) (Trad. Miguel Saenz)
"El valle de los avasallados" de Réjean Ducharme (Doctor Domaverso) (Trad. Miguel Rei)
"La herencia colonial y otras maldiciones" de Jon Lee Anderson (Sexto Piso) (Trad. A.L. Tobajas y M. Tabuy)



miércoles, 26 de diciembre de 2012

“Lo que no está escrito” de Rafael Reig

"Lo que no está escrito" es la primera novela de Rafael Reig que disfruto. Guardo en el recuerdo, lejano, una lectura un tanto agónica de “Sangre a borbotones” y la sensación de estar tan de NO con “Todo está perdonado” que fue todo uno empezarlo y dejarlo. No me pareció entonces que mereciese una segunda oportunidad (sigue sin parecérmelo). No hace mucho supe, no sé cómo, de su cambio de registro en esta su nueva novela. Sospecho que fue en alguna entrevista o en alguna reseña o en algún algo promocional. Las promociones son divertidas: si el libro es de Pérez-Reverte, y viendo que vende cientos de miles de millones de ejemplares sólo en Teruel a cientos de miles de millones de ávidos turolenses, lo ofertado será más de lo mismo o los personajes tan revertianos como siempre o nuevamente el genio español demostrando el dominio del arte narrativo que lo ha encumbrado o ese tipo de cosas tan de no arriesgar. En cambio, si el autor no es mucho de ir por ahí reventando la taquilla -y a excepción de segundas partes- la oferta ha de ser un giro de alguna clase o un cambio de registro o una exploración de lo inexplorado anteriormente por el escritor. Este es el caso, lo cual puede dar una idea de lo anterior. O no. 

* * * * * * * 

La novela trata sobre un padre divorciado y pelín alcoholizado que se lleva a su temeroso hijo de acampada para estrechar lazos y esas cosas que hacen los padres divorciados nunca sabes si para tocarle los ovarios a la ex o porque realmente sienten necesidad de confraternizar con el infante y ayudarle a superar los traumas propios de su ausencia. Los que hayan leído "Sukkwan Island" de David Vann creerán estar teniendo un déjà vu. No se apuren: los parecidos acaban ahí. "Lo que no está escrito" trata un asunto muy diferente: trata sobre la imagen que nos hacemos de los demás y más concretamente de qué vemos cuando vemos lo que no vemos y cuando no vemos lo que tenemos que ver. 

Hay algo un tanto molesto en esta historia. Verán, el padre escribe una novelucha de ladrones y secuestros muy serie B que deja sobre la mesa de su ex mujer cuando va a recoger al chaval, una novela que ella irá leyendo ella a ratos en ausencia de ambos. Durante la lectura de la susodicha encuentra (busca, en realidad) parecidos razonables entre los personajes y lo que ella guarda en el recuerdo con su marido (esto no es exactamente así, pero me niego a destriparles la historia más allá de este apunte). Total, que viendo lo violento del asunto entra en pánico y llama al niño que nunca tiene cobertura, que como tópico ya le vale al Rafa. Mi problema (tardaba en llegar el momento, ya), por llamarlo de alguna manera, es que esa novelucha en segundo plano es tan ridículamente breve que resulta imposible creerse la supuesta extensión que se da a entender por las pausas que la buena de la ex mujer hace durante la lectura. Es decir, es como querer estirar el chicle de la intriga más allá de la física del propio chicle o lo de hacer que el Hobbit dure exactamente lo mismo que El Señor de los Anillos. Pues algo así, o lo mismo, pero aplicado a una novela de campo de padres, hijos y otras cosas del desquerer. Es una insignificancia, lo sé, pero una insignificancia que lastra continuamente la credibilidad de lo que ocurre durante la dichosa novela y cuestiona la validez del resultado final, porque no es lo mismo una novela redonda que un bonito óvalo. 

La novela de Reig plantea el interesante debate acerca de qué hacemos cuando leemos, en qué pensamos, cómo nos apropiamos de la narración y por qué unos vemos unas cosas dónde otros no ven nada o viceversa, y su lectura, gracias a esos capítulos breves en los que casi nunca dejan de ocurrir cosas es adictiva en la medida que lo es una novela de intriga de buenos y malos y personajes que caminan hacia lo incierto en un mundo violento, pero personalmente echo en falta una trama un poco más cuidada en el sentido de no permitir nunca que el lector vea los focos en el escenario o los cables de la luz tirados por el suelo o el micrófono asomando a la pantalla. Ese tipo de chorradas.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Promociones Destino: “El guardián invisible” de Dolores Redondo

Me aburro. Me aburro y recibo una nota de prensa de la editorial DESTINO anunciando un próximo e inminente estreno. Entonces dejo de aburrirme. Información: el 15 de enero saldrá a la venta una novela llamada “El guardián invisible”, escrita por una tal Dolores Redondo. Asegura el poster promocional (ver foto) que es (será) “una historia repleta de misterios y leyendas que es ya un fenómeno internacional”

[…] que es ya un fenómeno internacional.” Cágate lorito. Cómo puede ser YA un fenómeno internacional una novela que se estrena un mes después de su anuncio es en sí mismo un misterio muy superior a cualquiera que pueda incluir la propia historia y que atenta contra todas las leyes físicas conocidas. Back to the future. Anuncian su próxima (y quiero pensar que inminente) traducción a 10 lenguas (de ahí lo de internacional, supongo) y destacan que el productor que apostó por Milennium (la trilogía de Larsson) ha comprado los derechos. Ahí es nada. 

Lo siguiente en promociones salvajes será la confección de fajas que garanticen un número de ventas determinado tal que así: “La novela que venderá 2.300.000 ejemplares” o “Un futuro éxito de ventas arrollador que llegará a la 37ª edición antes de 2017”. Ese tipo de promociones. No es tan descabellado como parece. Por ser es ya una realidad: no hace mucho se publicó una novela llamada “Entra en mi vida” de Clara Sánchez que incluía una faja que decía lo siguiente: “Tras Lo que esconde tu nombre, la novela que esperaban más de 150.000 lectores” dando ya por hecho todos los lectores de la primera quedaron tan contentos que repetirán compra, lectura y placer. Ellos, y sus amigos. 

Se puede ir más lejos. Van más lejos, de hecho, en el trailer del libro, al colocar algunas palabras entre corchetes a modo de cita: «Adictiva», «Impactante», «Misteriosa». Una original novela de suspense, dicen, también. 

El hecho: 



* * * * * * * * * * 


Pero si hemos llegado hasta aquí, ¿por qué no ir más allá? 

Del mismo modo que Hermann Tertsch pudo grabar el 13 de noviembre la crónica de la Huelga General del 15N, así Destino podría, debería, contratar críticos -de renombre a poder ser- que confeccionasen sus críticas utilizando como base el argumento y como herramientas los tópicos habituales. No puede ser tan difícil. Veamos el argumento: la protagonista, inspectora de policía, vuelve a su pueblo natal, del que trata de alejarse desde que lo abandonó, para dirigir la investigación del caso de un cuerpo desnudo que aparece en los márgenes del río Baztán y que parece estar relacionado con otro caso similar ocurrido meses antes en los alrededores. 

Déjenme fantasear. El ejercicio crítico consistiría simplemente en destacar una doble tensión narrativa para que así tengamos no una sino dos razones para comprarlo: por un lado la inspectora luchará por descubrir, en una carrera contrarreloj, al asesino, que lo mismo puede ser el hombre de lobo que el cartero, por aquello que convocar “a los seres más inquietantes de las leyendas del norte”. Es un poco Scooby Doo, pero tampoco sería justo echarle toda la culpa al crítico. La segunda línea la enfrentará a su pasado, que quiero imaginar plagado de traumas infantiles, juveniles, postadolescentes, así como el reencuentro con aquel viejo amor ahora maestro de escuela (¿profesor de literatura, quizá?) o los enemigos declarados de sus padres o lo que sea que ocurrió en aquella cabaña abandonada del bosque. También habrá que dejar muy claro (esto es fundamental) que la escritura es clara, correcta, precisa, impecable y que las dos líneas narrativas se complementan maravillosamente. De las seiscientas palabras cuatrocientas pueden resumir el argumento. El resto será repetir mucho «Adictiva», «Impactante», «Misteriosa». Al menos un crítico, quizá de algún blog de corte fantástico, ha de jurar por su vida que no ha podido dejarla hasta haberla terminado. El final TIENE que ser sorprendente e inesperado y cerrar algún círculo que previamente alguien tendrá que abrir, que tampoco voy a hacerlo yo todo. 

Así de fácil y así de rápido. Ya veremos si también eficaz.


martes, 18 de diciembre de 2012

Ventajas de no entender Nada

UNO

Nada. Retrato de un insomne es una novela de Blake Butler editada en noviembre por Alpha Decay, la editorial más cool del panorama actual, dirigida por dos seres humanos que admiten sin asomo de rubor que les gusta editar a sus amigos, a la gente que les cae bien y que toleran intelectualmente. Bien por ellos. Esto no les asegurará el éxito (hay que tener amigos rematadamente buenos para que tal cosa ocurra) pero sí un lugar donde caerse muertos llegado el caso de verse en lo peor.

Nada, la novela, son los pensamientos escritos de un insomne una noche de tantas. Nada es lo que pasa por la cabeza de Butler cuando Butler no puede dormir, que es casi siempre. Nada es también la protagonista de una contracrítica de lo más sutil (Babelia vs. Quimera vs. blogs) que me ha llevado a escribir hoy sobre ella. Nada es un libro que me interesa mucho pero que me niego a leer por culpa de los 28 euros que cuestan sus casi 400 páginas y eso a pesar de que los editores aseguraban hace poco en una entrevista que su meta era conseguir que los libros llegasen a las librerías a un precio inferior, y cito textualmente, “ahora que la gente no tiene un duro”. Comparen 28 euros con no tener ni un duro y busquen las 28 diferencias. En resumen: este artículo es lo que ocurre cuando me planteo leer un libro: es la exploración descarnada de una investigación crítica.





domingo, 16 de diciembre de 2012

“Mansos” de Roberto Enríquez (Bob Pop)

Mansos” tiene unas 115 páginas. Es decir, de momento: novelita. Y ya veremos. (Sale ganando: la alternativa es novelucha y malintencionadas variaciones.) Pues bien, en la página 44 todo lo que ha ocurrido es que un hombre de treinta y tantos, obeso y homosexual, entra, después de una juega y en plena borrachera, en una sauna en la que extravía o le roban un bolso Hermés color naranja. La clave estaría en “todo lo que ha ocurrido”. Quiero dar a entender que casi la mitad del libro no debería ser únicamente eso. No, no debería. Poco después, cerca de la página noventa, pensé exactamente lo mismo. Malo que una novelita tan chiquitina como esta tenga tan poco que contar, tan poco que decir, sea tan parca en argumentos y aún así le sobren (porque le sobran) verborrea y parrafadas de información inútil. Ejercicios gimnásticos tipo esto: 

[…] presiona con fuerza el grifo de la ducha y se deja empapar, bebe y escupe, se separa las nalgas con las manos para dejar correr el agua entre ellas, y después coloca su cabeza bajo el grifo mientras se sirve jabón del dispensador de la pared que, casi vacío, escupe el gel blancuzco en diminutas dosis aguadas que Mateo va acumulando en la palma de su mano, lejos del agua que cae, hasta que cree que es bastante y comienza a enjabonarse, primero del mismo modo en que lo haría cualquier mañana, antes de salir de casa, después, cuando reacciona, en un orden distinto, en el orden del asco: primero entre las nalgas, después la polla, el pubis, estómago, axilas, pecho, axilas, de nuevo entre las nalgas, más profundo. Más gel, más, más, más, más. La polla, el pubis, dentro de los muslos, los muslos, el pecho, la barriga. 

Es evidente que ocurre algo más de lo que estoy insinuando. En las novelas, por muy poca acción que incluyan y a excepción, seguramente, de alguna que otra, siempre ocurre algo más. En mi optimismo tiendo a creer que donde un personaje interactúa con otro queda siempre un resto de algo. En la novela de Enríquez los restos son de semen, mayormente. A ver, que se lo explico: el protagonista, Mateo, un hombre gordo y borracho (por ese orden) entra en una sauna que es descrita pormenorizamente a modo de favor personal a todos aquellos que acostumbran y sienten curiosidad. Se nos describe la calidad y la cantidad de las habitaciones e incluso la situación geográfica de unas respecto a otras así como la estratégica disposición de los espejos en los pequeños habitáculos destinados a fines no exactamente reproductivos. Bien, a mi esto me parecería de puta madre si la novela fuese un Larousse de Saunas o un Manual de enjabonado poscoital pero creo que no es así; creo que, por el título, debe ir de Mansos, esto es, de señores gordos y acomplejados que entran en saunas y pagan cuarenta euros por ser follados por hombres que, como es el caso, les dicen a oído “qué mansos os volvéis cuando os follamos”. La mansedumbre que da la vergüenza de ser un gordo miserable así como toda la reflexión inherente al traumatismo en cuestión. Una gran enseñanza, qué duda cabe. Novelas que cambian la vida del lector. 

Enríquez se “presenta”, entre comillas, (presenta, porque esta es su primera novela y entre comillas porque no es lo primero que escribe), como un buen descriptivista, lo cual tiene la importancia que tiene, sin ser esta tanta como puede dar a entender el hecho de comentarlo en un párrafo aparte. Pero así es: se puede ganar bien la vida, Enríquez, ejerciendo de tal. Ese es el único mensaje claro que transmite la novela. El resto es humo, un chiste, una broma sin maldita la gracia; algo que se puede contar en el tiempo que se tarda en fumar un cigarrillo; un ejercicio orientado a desarrollar las propias habilidades narrativas, un hecho, este que hasta que se puso de moda publicarle a todo el mundo su primera novela estaba subvencionado por La Propia Familia. Ya no. Ahora somos nosotros, los lectores, quienes becamos, con nuestras pequeñas aportaciones de quince euros el ejemplar, a escritores que escriben anécdotas hipervitaminadas que tienen lugar en saunas en las que roban las pertenencias de chicos que tardan más de seis horas en dar con la solución al problema. 

Que digo yo si no habrá otra puta cosa de la que hablar que del follar de unos con otros y traumas subsiguientes. 

Y me gusta, me gusta mucho, folla muy bien, muy bien, me gusta, me gusta mucho, tanto que pierdo el miedo a cagarme encima; cuando el placer es tanto se pierde el asco (no es asco; no siento asco de mi propia mierda: es vergüenza, pudor; sí, me avergüenzo de mi mierda). Es ahí donde se confunden el amor y el sexo: en que nos hacen perder el asco y el pudor. Limpiaría la mierda de alguien a quien amo sin sufrir arcadas, cruzaría un mar de algas para salvarle de ahogarse en el mar. Aunque me repugna la mierda ajena y el roce de las algas cuando nado en el mar me hace vomitar.

martes, 11 de diciembre de 2012

“Las desventuras del príncipe Sternenhoch” de Ladislav Klima

Las desventuras…” pertenece al género de Aquellas Novelas Que Llaman La Atención Por Su Portada (que es una forma tan digna como cualquier otra de llamar la atención). Al menos esta es la primera etiqueta que recibió de un servidor. No todos los prejuicios han de ser negativos. Después de eso, la inevitable lectura y después del después la inclusión, inevitable también, en Los Libros Difícilmente Catalogables. Ladislav Klima entra de lleno en mi particular Olimpo de los Raritos con esta novela que no supongo una excepción en el mermado conjunto de su obra (mermado porque en un arrebato de lucidez quemó gran parte de ella (no como otros)). Lo cual, dicho sea de paso, ha de ser tomado como un cumplido. 

Las desventuras…” cuenta la loca historia de amor de un príncipe, como él mismo afirma, con una marcada tendencia a la excentricidad amén de otras peculiaridades: “[…] al margen de mi prosapia y opulencia, oso decir que soy un adonis, pese a ciertos defectillos, como que mido tan solo un metro y medio y peso cuarenta y cinco kilos, que ando algo desdentado, mondo y lampiño, además de un poco bizco y significativamente cojitranco. Pero hasta el sol tiene sus manchas”. También, según el Doctor Trottelhund (un menos que secundario personaje de la novela), “su Alteza carece, efectivamente, de un temperamento equilibrado”. Y todo esto solo para empezar.  Sternenhoch es en sí mismo un auténtito esperpento.

Pues bien, este buen príncipe -que según el propio Klima, bien pudiera haber sido el sucesor de Bismarck- se enamora perdidamente, por razones incomprensibles hasta para él mismo, de un horrible jovencita de 17 años que le revuelve el estómago nada más posar su mirada en ella: “una figura tan escuálida que asustaba; un semblante de una repulsiva lividez, casi blanco, macilento. Parecía un cadáver accionado por un mecanismo”. Así de fea. Y de tonta ni hablemos. Así de tonta: después de casados (el misterio de lo absurdo del matrimonio alcanza aquí sus cotas más altas) ella se enamora de otro maromo tanto como para decir lo siguiente: “¡Eso es lo que soy! ¡Una pequeña puerca, una perrilla, una lombriz…, una mujer! Un estercolero en el que proliferan nauseabundos críos. ¡Un asco! Somos un cero a la izquierda; solo cuando ante nosotros se planta un hombre hecho y derecho, el cero se convierte en algo provechoso. Plantas trepadoras; sin vosotros [los hombres] no tenemos ningún sentido. Somos un décimo; el hombre los restantes nueve décimos. Sería totalmente lógico que los hombres pisotearan a las mujeres sin más ni más. Hasta el más ruin, el más blandengue de los hombres es superior a la más elevada de las mujeres.” 

El resultado son dos perfectos imbéciles y una falta total de codependencia, o lo que es lo mismo, dos deseándose mutuamente una muerte fulminante o, de igual manera, una feliz y fatal separación. Total, que ella parece que se muere de una patada perdida y él escribe un diario que ocupa el centro y casi la totalidad de la narración; una narración dirigida desde el prefacio por una entidad correctora e invisible: “[…] nos hemos permitido numerosas licencias. Ante todo, hemos intelectualizado en gran medida a nuestro paladín [el príncipe]. Ha resultado imprescindible. Su Alteza Serenísima andaba bastante a la greña con la pluma...” El resultado es una novela satírica y extraña -divertida a la par que grotesca y desconcertante a la par que atractiva- que trata de amores ridículos, fantasmas (o apariciones más o menos espectrales) y locura (o similar estado de embriaguez) que no deja títere con cabeza, empezando por la nobleza, siguiendo por el ejército y pasando, que no acabando, por la clase política. No hay ni un solo personaje, del estamento que sea, que salga bien parado. Ni uno. Y eso siendo generoso.

Cuenta la traductora, Patricia Gonzalo de Jesús, un par de insignificantes detalles que pueden servir para entender algunas de las claves de la novela y ayudar en los momentos más desesperantes de la narración (que los hay): por un lado Klima incluyó el subtítulo de “Un Romanetto Grotesco”, siendo Romanetto un género que pertenece al ámbito de lo gótico y Grotesto… al ámbito de lo grotesco, claro. Por otro lado destaca el carácter filosófico de una obra que asegura impregnada de toda la teoría filosófica de Klima, entendiendo esta como una reelaboración personal de los postulados de Nietzsche y Schopenhauer. “Hay mucha terminología filosófica, inventada por el propio Klíma para sus propósitos y que no está traducida al español en ningún caso, así que hubo que inventarla directamente”. Hay, de esto (filosofía con querencia al absurdo, al menos en su planteamiento), un evidente exceso verbal en el tramo final de la novela -cuando revienta cual purulenta espinilla toda la locura acumulada a lo largo de 200 páginas- que invita a la espantada de aquellos poco acostumbrados a cierta terminología que, es de suponer, busca hacer voluntariamente ininteligibles algunos pasajes. Queda, en cualquier caso, el regusto dulce de unos personajes extravagantes en grado sumo en un entorno tan hostil como el amor ciego sobre un fondo de nobleza germana.



Breve apunte biográfico

Ladislav Klíma es, era, checo. Desde la más tierna infancia le da por la revolución a pequeña escala. A los dieciséis años ya lo han expulsado de todos los establecimientos escolares del Imperio Austríaco (asegura Manguel en Babelia) lo que equivale a entrar por una puerta y salir inmediatamente después por la de atrás. Insulta a la Iglesia, al Estado y la corona Imperial. No deja títere con cabeza, Klíma. Vivió en la indigencia ejerciendo de todo: conductor, filósofo solipsista, fabricante, dramaturgo y, al final de su vida, limpiabotas. La única cosa de la que nunca se hartó fue del alcohol. Como buen borracho tuvo un montón de amigos que siempre lo ayudaron a salir adelante. Para coronar la leyenda hay que decir que se alimentaba de gusanos. Esto vende muy bien. Murió de tuberculosis en 1928. Y hasta hoy.



De la inconveniente LEGITIMIDAD

UNO

30 de noviembre. Llueve. Ignacio Echevarría: “Basta de monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas, sobre su ignorancia, sobre su mansedumbre y sus anteojeras”. A ver, un momentito, orden en la sala: las monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas son la sal de vida. Como exreseñista Ignacio debería saber que no podemos renunciar a ellas, porque si renunciamos a ellas corremos el riesgo de dormirnos en los laureles y entonces puede llegar el lobo y comernos todito todito lo que no nos tiene que comer. Que los reseñistas son unos vendidos hay que decirlo siempre y dudar de ellos o directamente no creerse ni una palabra, también, siempre. Hemos llegado a un punto en que es una obviedad decir que los malos críticos son los culpables del bajísimo nivel de la crítica de los suplementos culturales de este país y que ya todos sabemos poco menos que, en el mejor de los casos y salvo honrosas excepciones, la crítica es decepcionante.

Pero no nos equivoquemos, esa crítica vaga, perezosa, poco o nada profesional; esa crítica que se prostituye por cuatro euros o que sólo atiende a intereses comerciales, esa crítica, digo, no es la peor crítica ni su perpetrador el peor de los críticos ya que, al fin y al cabo, es consciente de las “limitaciones” (entre comillas esto) de un público que sólo busca orientación y estar un poco al corriente de las novedades. Somos corderitos asustados. Pero hay otra crítica (otras, en realidad) que resulta mucho más despreciable que esa que, al fin y al cabo, hace lo que hace porque tiene una familia que mantener. Estoy hablando de la crítica que hacen los AMIGOS, esa banda de impresentables mentirosos y oportunistas, vagos y maleantes la mitad de las veces. Hoy hablaremos de un grupo de amigos muy concreto, porque en la concreción está el gusto. Pónganse cómodos; nos llevará un rato.


DOS

Miguel Espigado es escritor y, hasta donde yo sé (que tampoco es que sea mucho) ejerce de crítico literario en revistas como Quimera. Pues bien, Miguel Espigado publicó hace unos meses un artículo en su blog llamado ‘10 Consejos para ser un buen crítico literario’ en el que se incluía el siguiente punto: “No te hagas amigo de los escritores. Acabarás apoyando sus carreras con laslaudatio más bochornosas, pelotas y cursis. Luego, cuando tu amistad no sea justamente correspondida, pondrás sus libros a caer de un burro en justo desagravio”.

Exacto. Aunque Miguel Espigado tenga algunos días malos, de vez en cuando también tiene momentos de extrema sensatez, es capaz de ver más allá de sí mismo y entender que la amistad está bien para según qué cosas pero fatal para según qué otras.

Además de estos arrebatos de sentido común, Espigado tiene un blog o dos o tres. El actual se llama “elespigado”. Antes de eso, mucho antes, abrió uno al que llamó Generación Nocilla cuya primera entrada, escrita en julio de 2007, servía para definir qué es y quién integraba La Generación Nocilla. [1] Sin querer hacer demasiada historia de un hecho sobradamente conocido, la generación Nocilla surge a raíz de la repercusión que tiene la novela de Agustín Fernández Mallo [2], Nocilla Dream, de la que no hablaré si no es en presencia de mi abogado. Vicente Luis Mora [3] prefería llamar a esta generación “La luz nueva”, porque Vicente tiene estas cosas de buscarle nombres raros a todo. En cambio a Eloy Fernández Porta [4], socio de Spoken Words con Agustín Fernández Mallo, le gustaba mucho más la etiqueta de “Afterpop”, que por algo escribió un libro con ese nombre. Los Fernández siempre en la vanguardia.

Nota de interés: el tercer blog de Espigado al que hacía referencia más arriba se llamaba “Afterpost” y prestaba especial atención a la obra de los integrantes de la Generación Nocilla. Qué cosas, ¿eh? Esto no ayuda a entender a qué viene incluir en el segundo punto de los ‘10 consejos para ser buen crítico literario’ lo inconveniente o sospechoso de criticar libros de tus amigos si luego vas y casi no haces otra cosa en tu vida.






miércoles, 5 de diciembre de 2012

“El chico que diste por muerto” de Javier Ponce Gambirazio

La contraportada asegura que Javier Ponce Gambirazio “es el chico malo de las letras peruanas de hoy (letras en las que por cierto abundan los chicos buenos)”. A mí los escritores peruanos no me interesan especialmente. Especialmente, insisto; interés siento por todos, pero especial, no, por ninguno. Por ejemplo, por Jaime Bayly siento, directamente, un rechazo visceral que tiene su origen en la lectura de “No se lo digas a nadie”, y por Ivan Thays curiosidad, pero en ambos casos leerlos supone un esfuerzo y un riesgo que no siempre estoy dispuesto a correr, especialmente en el caso de Thays de quien no hago más que devolver sin leer libros que saco de la biblioteca no sé bien por qué razón. 

Decir que alguien es “el chico malo de las letras peruanas” parece mucho decir y de ahí el interés en saber si es verdad o simplemente un reclamo publicitario aunque ya supongo que lo segundo. Ser un chico malo es siempre mucho más divertido que ser el chico bueno. No hay color. Por eso los chicos buenos escriben poesía o novelas que amodorran mientras los chicos malos no (miren si no lo que pasa cuando un personaje como Grey deja de ser un dulce cortesano para dar el salto a la ingrata tarea de azotar las nalgas de una virgen). Y por esto es que no me creo que Gambiriazo sea un niño tan malo como se nos promete.

El chico que diste por muerto” también va de follar. Se asume en la narrativa que los malos son de más follar que los buenos, que pecan de amar sin condiciones aún a riesgo de caer en el ridículo más espantoso. La novela cuenta la historia de un chaval que las pasa muy putas durante demasiado tiempo. Maltratado por su padre y violado por sus vecinos no tiene lo que se puede decir una infancia envidiable y se tira todo el primer capítulo de la novela, algo así como 60 páginas, pegando botes de pueblo en pueblo y de casa en casa y siendo follado por todo lo que se mueve. Hay en el culo del protagonista un no sé qué qué se yo que invita a exploración. Y él asumiendo la desdicha de su desgracia mientras espera el anhelado momento de intercambiar roles con sus verdugos aunque la prosa acabe siempre por traicionarle la gallardía: una página es esto, por ejemplo: Mi gran muñeca es una piedra. Otra, esto otro: El movimiento más dramático es el silencio. Y así unas cuantas demasiadas, que se justifican en cuanto se sabe que el autor tontea desde niño con la puta poesía. 

Mi trabajo es el territorio donde los demás dan rienda suelta a sus deseos. Soy la dosis de honestidad. Cobro y olvido.” A esto es a lo que se dedica el protagonista durante tanto tiempo como todo el segundo capítulo de los cinco que componen la novela, en el que nos cuenta intimidades de alcoba de un gay en la gran ciudad. Descubrimos con esta novela que frente al medio Perú que entiende el otro medio vive en secreto el deseo incontrolable de tener experiencias nuevas, sexuales todas ellas.

El resto de la novela son distintas fases de la vida del chaval ya no tan chaval, contadas unas con más detalle que otras pero todas con el peso dramático de un poeta queriendo alzar la voz. Dicen otras reseñas (me he acostumbrado a curiosear) que la prosa de Javier cincela y cultiva un lenguaje sin florituras, que desviste la palabra dejándola desnuda para describir la forma más abigarrada y variopinta con la que se atavía el horror. Yo no sé a quién se le ocurren estas cosas de abigarrar atavíos del horror con prosas desnudas de los demás pero yo les juro por mi sombra que no he visto ni un triste culo entre tanto desnudo. Bromas aparte, el estilo es el propio de quien embellece cada idea buscando el suspiro del lector y acompañándolo de un intenso sufrimiento para que no se nos olvide que esto es más un dramón peruano que una road movie de cowboys dirigida por Ang Lee. Afortunadamente, Javier consigue no ponerse demasiado insoportable gracias a que deja entrever líneas de acción aptas para todos los gustos, es decir, que además de regalar el oído con sentimientos desatados se acuerda de incluir una historia de puteríos varios, violencia extrema y esas cosas tan de captar el interés ajeno. 

Decae un poco la cosa según avanza la novela porque superada la tierna infancia los polvos mágicos pasan a ser una elección cuando antes eran una violación y que no es lo mismo que te zurren con una vara de avellano a que te supliquen los agravios por favor o méame dentro. No es lo mismo. 

Y así la novela de una vida entera en 135 páginas, que tampoco es mucho si quieres intimar con el actor.  Entre lo peor la estúpida idea de que ser malo es hablar de sexo y violencia, aunque sea con tiernos infantes. Ser malo de verdad es algo completamente diferente. Ser malo de verdad es cerrar hospitales, por ejemplo, dejar morir a inmigrantes de sida, matar a la gente de hambre y desatención o congelar la pensión de mi vecina. Eso es ser malo de verdad y no lo del Gambirazio este que además tiene una cara de bueno que aturde.

martes, 4 de diciembre de 2012

Autopsia Crítica: Monteagudo, Nobel 2013

Dispongo de información confidencial que demuestra (entre comillas, esto) que el año que viene el Nobel de Literatura no será para un chino, ni un lituano, sino para un gallego. Monteagudo, se llama; David Monteagudo. Desde las altas esferas me aseguran que tiene todas las papeletas para ese premio y muchos más. Tiembla, Marías.

Dejen que les sitúe: David tiene 50 años y un cajón lleno de obras maestras. No exagero. David escribía, desde tiempos inmemoriales, en la intimidad del hogar e iba guardando los frutos de sus anhelos en un cajón sin cerradura, mientras soñaba con ver algún día recompensado el esfuerzo de levantarse cada mañana a las cinco para escribir antes de marcharse a trabajar a la fábrica de cartón. Es decir, que David además de escritor era también un trabajador, lo que demuestra que, contrariamente a lo que se piensa, no son, escribir y trabajar, actividades tan incompatibles como algunos nos quieren hacer creer.

Yo no sé cómo es que llega el manuscrito de una novela de David llamada Fin a la mesa de una editorial como El Acantilado, que tampoco es como Mondadori o Planeta, que publican cualquier basura. Tiene fama, El Acantilado, de pensárselo tres veces antes de darle al botón de seguir adelante con el proyecto equis. Con David, estoy convencido, se lo pensaron sólo una vez o ninguna. No hacía falta; su genio era evidente, tal como enseguida se ocupó la crítica de dejar claro con su desenfreno habitual.

Rosa Mora dijo desde El País que Fin “era uno de los libros más sorprendentes del año”. Esto se puede tomar de dos maneras: o bien el libro de David era realmente bueno o los otros no valían ni para encender una barbacoa. Una tercera posibilidad (de todas, mi favorita) es que lo “sorprendente” a lo que hacía alusión Rosa estaba no tanto en la calidad de la obra como en que semejante mediocridad hubiese logrado engañar a tanto incauto.

La prensa se volcó con él -lo cual puede dar una idea de la pobreza del panorama- destacando el carácter proletario del muchacho quizá en un intento de acercar la alta literatura a las clases bajas, tan necesitadas de un héroe local. Ni un solo diario, ni una sola reseña, ni un solo programa de televisión se olvidó de recordar en qué trabajaba el bueno de David. Desde La Vanguardia veían en él a Rulfo y Ferlosio y era, para ellos, Fin, Literatura Mayúscula, literatura de la de siempre: "sin incluir referencias literarias, sin metaliteratura, sin 'cultureta'” ( Ara.cat). La literatura de la abuela, en definitiva, con el sabor de siempre y el aroma de las cosas bien hechas. Esto parece una estupidez pero para afirmar algo así hay que tener mucho valor y muy poca vergüenza. Care Santos ( El Mundo), siempre tan generosa y con su hipermetropía habitual, veía ecos de Philiph K. Dick, Ray Bradbury y Cormac McCarthy con la misma pasmosa naturalidad con la que otros veían en Monteagudo al heredero del Hitchcock y Buñuel. Decían que era un joya en bruto y sus obras futuras obras, obras de culto. Todo esto sólo de Fin, insisto, su primera novela publicada, que no escrita. Después vendrían otras: Brañaganda, sería una. Y vuelta otra vez a revolcarse en el cieno de la desmesura. David obligaba “al lector a cuestionarse la forma de ver el mundo” ( Público) en una obra escrita desde la “magistralidad de la perfección” ( Canarias 7, renovando el lenguaje). Cada vez era más difícil hablar de él. La crítica, completamente desatada, se iba quedando sin elogios suficientes. Sanz Villanueva tuvo que verse en un auténtico aprieto para sentirse obligado a “apelar a la escritura cuidadosa, a personajes sugestivamente densos en un libro de disimulada hondura” (adapto la cita para minimizar el daño). “Una novela de pensamiento” , nada más y nada menos. Sanz Villanueva, señoras y señores. (Aplausos).

Imagínense ustedes el resto de los adjetivos para Marcos Montes, otra de sus novelas. Yo a estas alturas ya me conformo con improvisar un reseña con los restos de otras: “un texto exquisito y tierno” como un bizcocho “a caballo entre Kafka y Julio Verne” ( Time Out), “que sabe cómo provocar angustia” ( El País); “una nouvelle rotunda, redonda” ( Avui), “redondísima” ( Qué leer), “de lenguaje límpido” ( El País) “y prosa de alta precisión” ( Culturas). La novela perfecta, al fin. Otra vez.

Pero este cúmulo referencial, que en circunstancias normales podría orgasmar a cualquiera, no parecía ser, para uno que yo me sé, suficiente. Nunca es suficiente para quien está mal acostumbrado. Insinúan algunos que la crítica ha acabado haciendo de David un hombre caprichoso y ligeramente burgués. “Burgués” porque “ha podido dejar la fábrica para dedicarse a la literatura y ha tenido un segundo hijo”, tal como dicen en el diario Ara.cat, seguramente dirigiéndose a todos aquellos despistados que se habían olvidado del asunto de la dichosa fábrica esclavista; y “caprichoso” porque lo que realmente quería, David, tal como le cuenta al entrevistador de ese mismo diario, no era parecerse a todos esos pequeños genios que los críticos se empeñaron en utilizar como referente, sino a Borges. David quiere que cuando lo lean a él, se acuerden de Borges. Y ya puestos, también de Chejov, de Cortázar y de Allan Poe. Porque, puestos a pedir, mejor pedirlo todo que nada.

Y ahora presten atención: David Monteagudo tiene en la calle nuevo libro. Es una colección de relatos llamada El edificio. Unos relatos “eclécticos”, dice, de “lenguaje intenso y contundente”. Repite con la misma editorial, El Acantilado, por lo que es de suponer que repetirá también contactos en periódicos si no le han saltado los plomos a estos por culpa de algún ERE improvisado. Estén atentos a sus pantallas: sortearemos un perrito piloto entre los primeros que encuentren la reseña que haga de David el nuevo Borges español.