Dicen que es la novela del año. Y más cosas, dicen. Babelia, por ejemplo. Agárrense: «Patria es, sobre todo, una gran y meditada novela. Pero la tradición del género lleva incluida la virtud de explicar a sus contemporáneos algo del mundo que les ha tocado vivir, o que forma parte de su herencia: amalgamar evocación y análisis. Lo hicieron los Episodios nacionales, de Galdós, justo cuando hacía falta recordar y suturar discordias civiles, y lo hizo Guerra y paz, de Tolstói, cuando corría riesgo de olvido el origen de la Rusia moderna. Lo mismo están logrando ahora las novelas de Fernando Aramburu».
Han leído bien: han dicho TOLSTOI (y también Galdós, sí, pero aquí somos tirando a rusófilos) y lo han dicho para que nos quede claro que Patria es el equivalente español de Guerra y Paz y así, como quien no quiere la cosa, establezcamos una relación que nos quede grabada a fuego en la memoria de tal modo que cada vez que vayamos a El Corte Inglés y veamos un libro de Aramburu (y siempre y cuando hayamos sido lo bastante gilipollas como para creemos cualquier cosa que nos diga el indocumentado de turno), sabremos que estamos ante una obra que dentro de doscientos años será obligada lectura para entender esa parte de nuestra historia. Imagínense ahora lo que sería tener una primera edición. Creo sinceramente que si este va a ser el argumento, a partir de ahora los de Tusquets deberían ofrecer la opción de comprar los libros de Aramburu con vitrina, funda protectora y guantes de latex en boutiques tipo Nespreso, con su pompa y su trascendencia y su gafapastismo de pandereta.
Yo lo intenté. Juro por dios que lo intenté. Verdad es que lo hice sin ganas porque me apetecía menos que poco meterme entre pecho y espalda “una novela memorable sobre los 40 años de deriva fascista en Euskadi” (Babelia dixit, again) escrita por un señor que lleva más o menos ese tiempo viviendo en Alemania que por muy expertos que sean allí en derivas fascistas ya te pilla un poco de oídas.
Pues sesenta páginas. Eso es exactamente lo que aguanté sin vomitar.
Yo veía el libro, tan inmenso, y leía las críticas, tan elogiosas, y me imaginaba que aquello sería como subir al Tourmalet en bicicleta de marcha única con ruedines. Tampoco me interesaba el tema, tan monotemático, tan cercano, tan específico. Tan vasco. Es así: me dio dentera. Pero miren, quién dijo miedo, si prácticamente leí Escuela de Mandarines del tirón. De modo que ahí fuimos; con todo: mira mamá, sin manos. Y claro: hostiazo. Que parece mentira, también, viniendo de mí, ni que fuera nuevo en esto.
La novela — y más concretamente esas sesenta páginas (cantidad más que suficiente para hacerse una idea de qué va el tema y cómo va a ser a lo largo de las restantes quinientas, se pongan como se pongan los detractores de las lecturas a medias)— es de un simplismo atroz (pero ATROZ), sobre todo teniendo en cuenta que se vende precisamente como todo lo contrario.
Ligereza, tu nombre es Patria.
La premisa: dos mujeres van camino de enfrentarse a un duelo de fregonas en Villasangría por culpa de que una es una etarra madre de etarra y la otra es viuda de víctima del terrorismo, víctima a su vez, porque estas cosas han ido siempre un poco de la mano. En el pasado fueron amigas. Tomaban chocolate con churros. Esto puede parecer una tontería pero a Aramburu le sirve para justificar la profundidad de los sentimientos de ambas. A mí la cita (elegida, como siempre, con la peor de las intenciones) me viene especialmente bien para poner en evidencia el nivel.
«Bittori era más de tostadas con mermelada y descafeinado de máquina; Miren, de chocolate con churros. ¡Con lo que engordan! Le daba igual. ¿Se llevaban bien? Muy bien, íntimas. Un sábado iban las dos juntas a una cafetería de la Avenida, el siguiente a una churrería de la Parte Vieja. Siempre a San Sebastián. Decían San Sebastián como decían Donostia. No eran estrictas. ¿San Sebastián? Pues San Sebastián. ¿Donostia? Pues Donostia. Se arrancaban a conversar en euskera, pasaban al castellano, vuelta al euskera y así toda la tarde.
—¿Imaginas que nos hubiéramos metido monjas?
Y se reían. Sor Bittori, hermana Miren. En ese plan».
Te partes.
Yo sé que la novela decimonónica, esa que gusta tanto a este blog, ha tenido ya su momento y que ahora es el tiempo de la televisión y sus malas artes por lo que todo lo que no sea acción tendrá que ser, necesariamente, detracción. A quién le interesa la prosa, verdad, ¡con lo que engorda! Pero una cosa es ser moderno o tener prisa y otra pasarte de frenada. Aramburu lo hace. Pasarse de listo, digo. Quiero pensar que ignoro la razón, pero no es así: Aramburu es un vago y probablemente sus lectores también. Lo único seguro es que su editor un perfecto inútil.
No me creen. Ya me creerán. Aquí otro párrafo, ejemplo perfecto de lo que quiero explicar y que no es otra cosa que las razones que me mueven a dejar la novela a medio empezar, prácticamente ni eso:
«En el fondo, y que me perdone el Txato, la comprendo. Comprendo su transformación, aunque no la apruebo. Entre la merienda aquella en la cafetería de la Avenida y la siguiente en la churrería de la Parte Vieja, mi amiga Miren cambió. De repente era otra persona. En una palabra, había tomado partido por su hijo. No tengo la menor duda de que se fanatizó por instinto materno. En su lugar, quizá yo me habría comportado igual. ¿Cómo vas a darle la espalda a tu propio hijo aunque sepas que está cometiendo maldades? Hasta entonces, Miren no se había interesado lo más mínimo por la política».
“De repente era otra persona”. De repente. Así, sin más, un día te levantas y como tu hijo tiene arrebatos fastizoides, probablemente fruto de malas compañías y yogures caducados, vas tú y también, qué coño, porque es tu hijo y es de Bilbao. Y ya gora eta hasta en la firma. Te fanatizas, madre, por instinto materno. Y te fanatizas con el rebelde, no con la pécora independiente ni con el buen estudiante, hijos también como aquel de pleno derecho, sino con el tunante, arrebatado y violento hijo de la gran puta. Cosas del instinto materno, supongo, que es caprichoso. No sé, Aramburu sabrá. Digo yo que se habrá documentado, a mí desde luego me faltan razones. Yo no comprendo su transformación. De repente no se es otra persona como de repente no se está en la China. Hay un proceso, un camino, y si quieres que yo te crea, si vamos a jugar a empatizar con el terrorista en esta novela de doble cara, mejor será que aportes algo más que argumentos de jardín de infancia y desde luego Cuando despertó su fascismo estaba allí no es de los mejores.
Si al bueno Aramburu no es capaz de meter en una novela sobre la deriva fascista de un país las razones por las que una madre deriva precisamente en esa dirección, a mí tampoco me cabe su novela en la maleta.
Y de repente ya no estoy leyendo LA MEJOR NOVELA DEL AÑO.