Una de las características comunes a todos los miembros de la llamada generación Nocilla (esto incluye arrimados) es esa tendencia a convertir las reseñas que se hacen unos a otros en pequeñas tesis doctorales, dando así la impresión —algo más que la impresión, en realidad— de que ese esfuerzo adicional resulta entre necesario e imprescindible para convencer al mundo de la genialidad de sus obras, como si éstas no fuesen perfectamente capaces de valerse por sí mismas.
Esto viene a cuento de algo, claro.
Empiezo a leer Barra americana sin saber que Javier García Rodríguez pertenece al mencionado grupúsculo. Esto es: empiezo a leer a Javier García Rodríguez completamente libre de prejuicios. Es más: leo a Javier García Rodríguez con una predisposición favorable toda vez que me pilla en plena vorágine lectora de relatos de extensión variada y especialmente interesado en las aproximaciones de éstos a otras nacionalidades.
Empiezo por un relato (ya entraré en más detalles en otra ocasión) que incluye, en el título, el nombre de David Foster Wallace (1). Una vez terminado vuelvo a principio del libro y sigo por orden. Al llegar al tercero tengo que parar. Empiezo a tirar de crítica ajena y claro, allí está: el chachachá habitual. La marimorena.
“El texto en su dinámica de deconstrucción, esto es, de auto-desmantelamiento constante provocado por esa incapacidad del decir para subsumir el siempre nuevo acontecimiento del sujeto y de la realidad, que ya no se deja resumir, reducir, recubrir, reconducir por el esquemático texto pasado.” Esto lo dice un tal Jorge Martínez Lucena para una web llamada In/ficción.
Para Cristina Gutiérrez Valencia la cosa va más allá: “Abordamos desarmados [llegamos con las manos vacías —dice Cristina inmediatamente antes— si acaso conservamos la hermenéutica de la sospecha como ruido de fondo de una lectura carente de herramientas para el análisis], por tanto, a esta obra de la cual saldremos, perdida la inocencia, siendo otros.” Que ya tiene que doler la, digamos, novela (un temazo este, también) para acabar siendo otro. ¿Se sabe quién, por cierto? Me pido alguna divinidad que tenga que ver con el ocio y el vino. Esta misma Cristina afirma al comienzo de su crítica en tonosdigital.com que “Cada vez que nos enfrentamos a una obra de Javier García Rodríguez el llamado pacto ficcional cobra dimensiones desconocidas y se convierte, o se redefine conceptualmente, en algo más abarcador y que afecta a la totalidad de la forma de ver la literatura y, en última instancia, el mundo.”
A mí tanto cambio me pone nervioso. Paso por dejar de ser yo mismo —me viene de perlas un cambio de aires—, pero si el mundo se transforma cada vez que este señor escribe un libro no sé porqué cojones me tiene que tocar a mí pagar siempre la misma hipoteca.
Leer tanta crítica sólo sirve para despistar. Aquí parecen todos muy listos y luego nadie se entera de nada. No saben si es una novela, un colección de relatos, unas crónicas de viajes, una renuncia al yo como elemento estructurador de lo narrado (Emilio Peral dixit) o un puto conejo de Pascua. Será que no estamos a la altura si, tal como Antonio J. Rodríguez recoge para Jotdown (en todas partes cuecen habas, se ve), Javier García Rodríguez es reconocido por “su pertenencia a esa élite de cinco personas que en nuestro país de veras han entendido algo de David Foster Wallace”. De todas las soplapolleces que he escuchado últimamente esta es, con diferencia, mi favorita, entre otras cosas porque ahonda en la herida, permanentemente abierta, del Elitismo en la Literatura, una cuestión en la que supongo expertos a algunos de los personajes antes citados.
Resumiendo: que ensospechando que no ha de ser para tanto la cosa viendo lo desmedido del elogio general y creyéndolo fiesta-jolgorio de unos cuantos, voy yo, y me leo. Total no sé para qué; para no entender nada supongo. A ver si uno de Los Cinco Fantástico viene y melosplica porque así, de entrada y con medio libro leído, la cosa no parece que vaya a pasar de infumable.
(1) El día que conocía a David Foster Wallace (Respuesta al “acertijo pop 9”)6