jueves, 31 de mayo de 2012

“¡Maldita sea!” de Ainhoa Rebolledo


Ocurrió así: Ainhoa Rebolledo es un ser completamente desconocido para mí el 10 de mayo, aunque el nombre me suena no sé de qué. Por esas fechas publica en sigueleyendo esta suerte de libro que estoy reseñando y leo, no sé dónde que alguien le dice a no sé quién “mira, la Rebolledo ha publicado en sigueleyendo, ¿qué te parece?, ¿lo has leído?”, algo así, a lo que el otro contesta no sé qué, creo que dice que no, que no la ha leído pero que sigue su blog. Entiendo que le gusta y lo leerá, pero igual me equivoco. Me pongo en [Modo Documentación ON]. Busco su blog y pierdo exactamente dos minutos con él antes de ponerme con otra cosa porque yo para los blogs de los demás soy bastante perezoso. Me entero en su biografía que tiene un libro publicado en Honolulu Books. Busco el libro pero: nada por aquí, nada por allá. Empiezo a seguir a Honolulu Books en twitter con la única excusa de preguntarles si hay modo de conseguir sus libros en digital. Me responden que están en ello. Vale. Cojonudo. Gran ayuda. Me entran una ganas terrible de dejar de seguir a Honolulu Books pero me contengo, al fin y al cabo es gratis. Total, que a estas alturas de la película a mí ya empieza a picarme la curiosidad y [Modo Documentación OFF] me compro en sigueleyendo el libro de la Antropología esta de los cojones por 2,35 euros impuestos incluidos, joder, que es mucho menos de lo que cuesta un paquete de tabaco. Le echo un vistazo al pdf y me lo veo venir. Esto ocurre el quince mayo de este año de nuestro señor.  




Mismo quince de mayo. Un poco más tarde empiezo a leer “¡Maldita sea! Antropología…”. Cuando llego a la página nueve me doy cuenta de que la reseña no se va a entender si no meto una cita generosa para dar una idea de a qué se va a enfrentar uno. Procedo, pues: Ainhoa Rebolledo escribe así: 

En 2007 las post-quinceañeras –nosotras– no teníamos smartphone y menos blackberry y menos menos iphone y los trending topics de twitter no se basaban en lo que estaban echando en la tele en ese momento ni en la ocurrencia más loca de las seguidoras de Justin Bieber. además, nuestra cuenta de correo electrónico era cualquierchorrada_adolescente@hotmail.com. 
No es muy tarde para que andes solo por la calle?– le pregunté en una ocasión a un niño de 7 años que caminaba solo por Lavapiés a las once. de la noche. 
—Tarde? para quién?–respondió enseñándome (mucho. que quede claro que AHÍ estaba) su navaja de caza de 8,5cm. 
Así era Madrid. Zona A de metro. de la M-30 hacia dentro. un poco menos. de cuatro caminos a atocha y del barrio del carmen hasta la casa de campo. nuestra zona de influencia. era 2005, era 2006 era 2007 y fue 2008. teníamos 18 años. teníamos 20 años. tuvimos hasta 22 años. luego ya no. tuvimos nada. ni por tener ya no tenemos ni relación. salías (pongamos que tú. por ejemplo. en el caso remoto de que hayas vivido en madrid algún tiempo y HAYAS SOBREVIVIDO PARA CONTARLO) una noche y no sabías muy bien si ibas a volver –si es que volvías– apuñalada, penetrada visceralmente, borracha o entera. (sigue



Me jode llenar el post de citas pero un poco después del párrafo anterior, muy poco después, como dos o tres páginas después, Ainhoa la caga estrepitosamente al dar una explicación -que nadie le había pedido- acerca del porqué cuenta las cosas cómo las cuenta, acabando así con la poca gracia que tenía el chiste. Y bueno,  ya que he puesto el uno me parece de ley poner el otro (reducidito y con enlace a su totalidad para no aburrir a los menos interesados): 

LA DESTRUCCIÓN DE LA GRAMÁTICA EN LA ANTROPOLOGÍA DE LA NOCHE MADRILEÑA 
(manifiesto de la literatura futurista adaptado) 
1. Es necesario destruir la puntuación disponiendo de sus signos (.,!?,etc) al azar, omitiéndolos siempre y cuando no sea estrictamente necesario. Las frases largas pueden dar el sentido de continuidad de la vida y la esperanza que este conglomerado de palabras no tendría. De otra forma. Se utilizarán preferentemente frases cortas. 
2. La hortografía está más que obligada. No cometer ningún tipo de falta. Seguir la normativa de la RAE vigente. del 2012 o la de 1741, la que sea. No importa. !! 
3. Los verbos deben usarse conjugados, adaptándose más bien sometiéndose, al sujeto. Con imposición. ¡Aquí manda mi declinación! 
4. Todos los adjetivos deben escribirse adjetivados con un TOPE que dispare hasta el infinito las capacidades cualitativas de los mismos. (sigue


[Modo Rebolledo ON] grosso modo esto va de tener veinte o quince o veintidós putos años y contar aquello que se cuece en la noche madrileña que viene siendo follar y beber hasta que abren las bibliotecas. y porque semos jóvenes y modernas puntuamos como nos sale de los ovarios. que me como las comas y vomito los puntos que esto ya se ha inventado lolailolailo esto ya se inventó loailoló que así se planta el maíz lerelé que me luego me como yo loroló. y luego. ¡maldita sea!. la MADUREZ. [Modo Rebolledo OFF

O lo que es lo mismo: 

Ainoha Rebolledo a los quince o a los veinte (ya no sé) es una Joven Alocada que sale por Madrid adelante (Malasaña y tal) y se lo pasa puta madre follando y bebiendo y bailando y riéndose con sus amigas de todo lo que se ríe uno a los quince o a los veinte, que viene a ser hasta de su sombra. Y como todo es tan loco loco y tan creativo creativo la sintaxis ha de ser jodidamente demencial (mira mamá. sin manos), tal como acabamos de ver. En esta parte del relato conoceremos un poco mejor el callejero madrileño y también nombres de bares así como su estética y temática y los quereres y padeceres de sus habituales y un montón de otras cosas que a mí personalmente me importan un carajo pero que a su manera sirven para hacerse una idea de lo gilipollas que somos a cierta edad, una información de vital importancia, ya se imaginarán, especialmente para todos los que hayan pasado esa parte de su existencia encerrados en una burbuja y se lo han perdido o simplemente no eran de mucho salir y también. 

Luego a Ainoha no le quedan más cojones que madurar porque maduritas es como le gusta al sistema comerse las niñas. Entra a trabajar de becaria en una editorial de Barcelona, que se ve que es donde se corta el bacalao, y descubre que ella misma quiere ser algún día editora (aunque menos gilipollas que su jefe de entonces) y será por ello que se toma la vida más en serio de lo cual es reflejo su puntuación, que se vuelve mucho más de veintipico. Tampoco sale tanto a la noche, que va fría, y piensa en el futuro y en que los cien euros que se ventilaba en un día en Madrid le duren ahora cuatro y además de la cerveza pueda comprar nugets congelados y puntas de espárragos. Y se enamora también, claro, y algún día irá a vivir con su machaca si no lo ha hecho ya, y aprende catalán y bueno, no sé, las cosas que se hacen por allí cuando se van quemando etapas. 

Y ya está. A esto es a lo que he dedicado dos horas de mi vida.


lunes, 28 de mayo de 2012

“Siberia” de Juan Soto Ivars

Esto puede haber sido así: Juan Soto Ivars tiene quince, dieciséis o dieciocho años y fantasea con ser escritor y por eso escribe en su diario frases sueltas que luego enviará por email o correo ordinario a sus novias de verano de la playa de Salou o similar o bien las guardará, avergonzado, en un cajón. Son frases tal que así: “Cruzaría el río si supiera que en la otra orilla encontraré la paz” o “Si pones atención, escucharás el tictac de un inmenso reloj que vive bajo el hielo” o “en todo el día, solamente un triste pájaro cruza el cielo. Aunque esperas la compañía más que ninguna otra cosa, verlo te ha producido un gran temor” o “Nubes tan cargadas de tormenta que al pasar arrastran lentamente los tejados.” Son construcciones que, quieras que no, llevan su tiempo. Con todo debería ser habitual entre los escritores echarlas sin miramientos al fuego en momentos de crisis existencial, cual Sábato enfurecido. Soto no. Soto las guarda y a los veintitantos se hace un libro y las utiliza para salpimentarlo: serán las citas de un hombre incapaz de escribir. Este libro que cuentan las leyendas que Soto se resistía a publicar es Siberia. Pero esto es sólo otra paja mental de las mías; cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

El protagonista de Siberia es un escritor (qué puta manía, de verdad, con hacer protagonistas tan miserables) que después de publicar su primer libro y ser operado de un tumor cerebral trabaja sin éxito en su segunda novela a la que no acaba de encontrarle el centro y sobre la que únicamente escupe frases ininteligibles -como las de arriba- que son como chorradas supinas que no hay modo de casar unas con otras pero que dan una idea de lo que se cuece en su interior. Y es que el protagonista vive sumergido en una depresión de libro (valga la redundancia) de la que no acaba de ser del todo consciente y que le obliga a deambular sin rumbo fijo ni rumbo móvil ni razón de ser.  El caso es mediado el libro, este tipo, este escritor, este capullo hace algo despreciable -que no puedo contar por razones obvias- y se autoexilia. Pero ya estoy contando de más; será mejor que lo dejemos aquí.

Hoy harás lo mismo que siempre, será un día normal. La realidad del horror siempre tarda un tiempo en alcanzar al presente al que ya has dejado atrás. Después del veranillo de San Martín sí que entenderás lo que significa Siberia. Y entonces viene la tarea horrible de desandar dolorosamente los días, volver al momento del error, y repetir la pregunta: ¿Qué harás hoy? Y todo lo que has hecho entre un momento y su comprensión se olvida, pero los días siguen pesando.  

La Siberia de Soto Ivars no es un lugar, sino un estado de ánimo. Siberia es la desazón de estar dónde no quieres, ser lo que más odias, tu propio enemigo; es el infierno en la tierra y morirte de frío que es un poco morirte de pena y soledad y de asco, para que nos entendamos. Por eso Siberia es un título tan cojonudo.

Siberia es también –al menos desde ahora, al menos para mí- la razón que me faltaba para dar segundas oportunidades a escritores de primeras novelas infumables o todo lo infumables que le pueden parecer a uno ciertas primeras novelas. Tengo entendido que “La conjetura de Perelman” fue escrita después de Siberia algo que, visto ahora,  resulta tremendamente curioso. Curioso y acertado, en mi humilde opinión, y es que sin ser Siberia la novela genial que muchos prometen sí es verdad que tiene la calidad suficiente y resulta lo bastante interesante para preguntarse a qué vino aquello de Perelman o si uno estaba en sus cabales cuando la leyó o no supo ver algo que quizá estaba allí y no tenía que haberla dejado. Que ya les digo yo que no; son novelas demasiado diferentes como para poder establecer cualquier clase de comparación que sería siempre injusta.

Siberia no ha acabado de convencerme por muchas razones. Me jode tener que decirlo así porque no quiero dar a entender que me haya parecido una mierda. Ni de lejos, vaya; esto que quede claro. Leí Siberia con curiosidad y sobre todo con creciente interés y la dejé con la agradable sensación de haber sido envuelto por la historia que iba ganando a medida que autor iba soltando el lastre de la experiencia de ser escritor para ocuparse de asuntos más mundanos -por calificarlos de alguna manera, aunque sea equivocadamente- como la miseria de ser un hijo de puta, un cobarde, una mala persona, un pedazo de mierda. Por el lado malo, ya lo he dicho, demasiada digresión, demasiada reflexión, demasiado andarse por las ramas y las chorrocientas diferencias entre un escritor y uno que escribe que no sé, de verdad, a qué vienen. Y es que el gran problema de los jóvenes escritores que escriben historias protagonizadas por jóvenes escritores es que les preocupa demasiado dónde se ponen las comas o en qué lugar se oculta el verdadero talento.

En cualquier caso y cayendo en tópico más repugnante, tengo que reconocer que me ha sorprendido gratamente esta Siberia a pesar de ser una primera novela, una pequeña novela, una novela menor, poco más que una anécdota interesante y quien sabe si el principio de una hermosa amistad, entendiendo esto como la relación entre un escritor y sus lectores, entre los que me incluyo a partir de hoy, a partir de ya.


Un escritor y uno que escribe tienen demasiadas cosas en común. Ese corte invisible que separa la mierda de lo que van a leerse varias generaciones se llama talento. Talento: una pestaña caída en la mejilla de uno que a otro siempre se le mete en el ojo. Por eso los que escriben leen a los genios y desean más que ninguna otra cosa imitarlos. Piensan que aprenden de los libros a escribir mejor. Piensan que a escribir se aprende. Que escribir es una técnica que se perfecciona. Que una segunda novela puede permitirse ser mejor que la primera, que cada vez hay que escribir mejor. Esa exigencia es falsa. La segunda diferencia entre el escritor y el que escribe: el escritor no piensa, llega a conclusiones. Por eso el otro no puede adoptar su proceso. No hay proceso, no hay método para ser escritor. Hay que sentarse y permanecer quieto en la silla, moviendo solamente los dedos sobre la página. Mirando siempre la página en blanco y nunca la palabra ya escrita, nunca la letra. Esa palabra tiene que estar en lo cierto. Un escritor no comete palabras equivocadas.




Permítanme cerrar esta reseña con un breve apunte sobre la cuestión editorial de las novelas de JSI:

Siberia está editada en papel por la editorial El Olivo Azul al precio de 16 euros aunque se puede comprar en digital por Sigueleyendo por 3,99 euros IVA no incluido (esta es la edición que leí yo). Por otro lado la versión en papel de "La conjetura de Perelman" se puede encontrar, por ejemplo, en Amazon a 17,10 € y en digital, en el mismo espacio, a 1,89 €. Estaba tan barato que no puede evitar comprarla. No estoy diciendo todo esto porque tenga complejo de hombre anuncio sino para llamar la atención sobre esa política de precios consistente en rebajar al máximo las versiones digitales ante la que me quito el sombrero y hasta la peluca si fuera necesario. No sé cómo ha sido con Ediciones B, pero me consta que en el caso de Siberia es un acuerdo entre las tres partes implicadas (editoriales y autor) tal como explica el propio JSI en el prólogo que pueden leer íntegro siguiendo este enlace: PRÓLOGO.

Amiguismos aparte creo sinceramente que Sigueleyendo ha dado con la clave para la comercialización del libro electrónico. Sería muy interesante que todas aquellas pequeñas editoriales a la que cuesta tanto dar el salto a lo digital, quizá por miedo a desaparecer entre tanto bit, fuesen pensando en estas alianzas en las que todos, lectores incluidos salen (salimos) ganando.


miércoles, 23 de mayo de 2012

“Robar en American Apparel” de Tao Lin

Las reseñas de las novelas de Tao Lin son el tipo de experiencia que nunca me cansaré de repetir. En cualquier caso esta no es la única razón por la que he vuelto a leerlo a pesar de la decepción que fue Richard Yates, su anterior novela (escrita después de esta). Lo cierto es que he decidido darle una segunda oportunidad a algunos de mis anteriores fracasos a excepción de Viola di Grado, Jimina Sabadú, Miguel Angel Ortiz y alguno más, así de tan poco me gustaron la primera vez. Esto se traduce en que volveremos a vernos las caras con un montón de viejos conocidos, algunos de ellos grandes amigos de la postnocilla y el desenfreno (esto podría perfectamente incluir literatura asociada al sexo equino y variantes). 

Pero vayamos con “Robar en American Apparel”: 

«¿Te despiertas casi todos los días y lo primero en que piensas es en literatura, y te acuestas pensando en literatura?» 

«Sí», dijo Sam. «Sólo pienso en eso. Cuando tengo que aguantar uno de esos asquerosos momentos de la madre de Sheila, siempre pienso en ponerlo en mi novela. Casi siempre pienso en eso mientras sucede.» 

«Cuando hablo con alguien pienso "¿Puedo meter este diálogo en un libro?"», dijo Luis. «Si la respuesta es "no", procuro hablar con otra persona.» 

LITERATURA. Así es, amiguitos: Tao Lin, como todo buen escritor de la generación MacBook, hace de su vida prosa. Esto se traduce en que cada puta actividad que realiza (ya sea robar camisetas, vender pilas al peso, mear en un Starbucks, dormir boca arriba o empalmarse despuntando el sol) la cuenta. Tao Lin lo cuenta TODO, siendo TODO cada uno de los ridículos ires y devenires de esa desmotivada generación de la que algunos lo han erigido representante. Que sí, que vale, que es una putada no tener de qué hablar, pero cojones, Tao, tampoco hay por que centrarse en las chorradas, que para eso se ha inventado la ficción. Mi problema con Tao Lin, más allá de una diferencia generacional que no es tal, es que me aburre más que bajar una persiana.Vean: 

Se acercó a las judías y movió el cucharón. Se quedó mirando hacia el comedor durante unos segundos. Caminó hasta la parte de atrás de la cocina, se apoyó contra una encimera y miró a Sam con expresión neutra. Sam notó que su propia cara no mostraba reacción alguna; se dirigió al centro de la cocina y se quedó de pie con la mirada perdida. Ben tenía treinta y nueve años, Sam lo sabía por Facebook. Sam tenía un poema en la sección de «Borradores» de su cuenta de Gmail, se titulaba «Ben es divertido en el trabajo». Sam se percató de que estaba sonriendo. Se puso serio y observó varias cosas mientras la gente trabajaba a su alrededor. 

Lo que les decía: un no parar. Se acercó a las judías y movió el cucharón es una GRAN FRASE. Pues esto así 120 putas páginas en el Kindle que es dónde yo leo estas cosas para no tener que andar con el lápiz de Ikea en el bolsillo. A mí estos ejercicios de calentamiento (por aquello de no llamarlas novelas) que cuentan que el autor no tiene nada que contar pero le gusta tanto la literatura que va a escribir un libro para salir de pobre me tocan un poco la moral si resulta, como resulta, que los personajes, la mayoría al menos, rozan la imbecilidad cuando no directamente la discapacidad de tanto querer y no poder. Quiero pensar, y esto lo digo completamente en serio, que Tao Lin nos está hablando de la juventud desesperanzada y triste, que es el gran tema desde que existen las redes sociales y que va camino de ser lo peor que le ha pasado a la literatura. “Qué vamos a hacer -dijo-. Es que, no sé, estamos en un parque y me siento bien; creo que debería suicidarme después de esto”. Qué tonta; la gente, digo, en general. Quien más quien menos ha pasado por el mal trago de no encontrar su lugar en el mundo pero de ahí a querer morirse por culpa de lo bien que te lo estás pasando en un parque es un atraso, no me jodan. 

«¿Has mirado alguna vez por encima del ordenador, hacia la habitación, y has sabido que estabas solo? Me refiero a ser realmente consciente de eso y asustarte mucho», dijo Luis. 

Esto sí que es triste de verdad. ¿Solución?: «Estoy agregando a gente en MySpace al azar», dijo Sam.” Puta madre. Atajando por el camino del medio. Esto es como lo de tener cinco mil tíos en el Facebook pero no encontrar plan para el viernes por la noche. Pero da igual, si el problema no es ese. El problema es que no se puede novelar el aburrimiento aburriendo, que de ese meterse tanto en el papel no tiene el lector la culpa. Que digo yo si no habrá más cosas que contar que siempre la misma estupidez. 

-Estoy con Sam en un bar -dijo Kaitlyn por el móvil-. Estoy hablando con Joseph -le dijo Kaitlyn a Sam-. Dice que eres su escritor vivo favorito. Dice que ha encontrado tu libro en el baño de la casa donde vive o algo así, lo ha leído y le gusta. Luego ha caminado por ahí y se ha encontrado otro libro tuyo en una mesa de picnic y lo ha leído y le gusta. 
-Eso es divertido -dijo Sam-. Baño. Mesa de picnic. 

Bueno, es que baño y mesa de picnic es con diferencia lo más gracioso que he escuchado en meses. A este nivel de inteligencia es a lo que me refería dos párrafos más arriba. Yo no sé si es que me relaciono con la gente equivocada pero el caso es que a este chaval no le acabo de pillar el punto y claro, así nos va, que no acabamos de querernos. Pero debo ser yo (definitivamente debo ser yo) o no le hubieran adelantado 50.000 dólares para escribir su próxima novela que supongo será la vencida. La putada es que ahora que lo subvencionan ya no tiene que robarse las pilas para el walkman, ni las sudaderas, ni los calzoncillos y a ver qué cuenta. Podría, opino, ponerse 200 megas reales de subeybaja en el MacBook y sucumbir al frenesí de los banners publicitarios o los anuncios del youtube o echarse una partidas en algún second life para escritores depresivos. 

¿Dónde estará en 10 minutos? Sentado en mi cama, frente a mi MacBook, al lado de papeles y gráficos para mi tercera novela, en la calle 29 de Manhattan, donde estoy ahora, pero quizá tumbado boca abajo en lugar de sentado. 
¿Y en 10 años, con suerte? Tendré 38. Espero estar mirando cosas excitantes en Internet y bebiendo agua de coco y trabajando con calma en otro libro, quizá de poesía, sentado a la luz del sol en un apartamento con más de una habitación. 

Estás preguntas se las hicieron en no sé qué revista. Por si se lo preguntan: no me he inventado las respuestas. Váyanse preparando, pues, para, dentro de diez años, ser testigos de las tantas maravillas que tendrán lugar en ese soleado apartamento de Manhattan siempre y cuando dios de fuerzas a la criatura para desenchufar el router cuando toque mudanza, que no las tengo yo todas conmigo... 

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«Tienes buenos rankings en Amazon», dijo Luis. «Pronto conseguirás dinero por escribir y ser raro, y ya no tendrás que robar.» Sam dijo que iba a comer un poco de comida china. (Cita)  
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Audrey dijo que una vez había encontrado una sandía a medio comer dentro de un arbusto gigante. (Otra cita)
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-Qué vamos a hacer –dijo–. Es que, no sé, estamos en un parque y me siento bien; creo que debería suicidarme después de esto. 

Jeffrey, Gina y Audrey miraban a Sam. 

-Estamos en un parque, no sé –dijo Sam sonriendo. 

-No te suicides –dijo Jeffrey. 

-No sé qué hacer –dijo Sam. 
-Ahora la gente espera que te suicides –dijo Jeffrey. 

-¿Sí? –dijo Sam–. No sé. Puede que un meteorito me caiga encima después de que publique dos libros más. No sé. La verdad, no sé qué hacer, me refiero a qué hacer en general y todo eso. (La última cita) 
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Impúdicamente autobiográfica y desesperadamente moderna, sobria y austera como un hermoso haiku, deliciosamente absurda y dolorosamente divertida, Robar en American Apparel sembró controversia y encendida polémica desde el momento de su publicación. Las hilarantes y absurdas correrías de Sam, empleado basura, aspirante a escritor, adicto a eBay, a los smoothies y a la leche de soja, le llevarán sin blanca de Pensilvania a Manhattan y de ahí a Florida pasando por Atlantic City, intentando sobrevivir a sus amigos, a su propia neurosis, a su triste apartamento y a una interminable ruptura con la adorable e inestable Sheila. Mientras, Sam trata de escribir la novela que le sacará del arroyo y le salvará de la parálisis existencial en la que hace aguas su vida. (http://www.alphadecay.org/libro/robar-en-american-apparel


lunes, 21 de mayo de 2012

“Una comedia canalla” de Iván Repila

"Predicador", de Garth Ennis, es un comic (unos 70 números USA)  absolutamente genial que trata sobre un predicador que, tras ser poseído por el hijo de un ángel y un demonio, viaja con su ex y un vampiro por todo el sur de los EEUU en busca de Dios que, tras escaparse del cielo, se oculta en la tierra no se sabe si por el miedo a la amenaza resultante de semejante cópula o si es que simplemente le ha salido de los reales alcázares darse una vuelta por alguno de esos caminos inescrutables que tanto le gustan. 

Predicador, decía, es un comic genial y brutal que destaca, sobretodo, por su violencia nada sutil en la que lo mismo da violar una monja, un carmelita o al cachorrito de Scottex que seccionar carótidas y beberse la sangre o partirle la cara, porque yo lo valgo, a todo el que se pase de buena persona. Ya termino. Quiero decir que, en Predicador, en lo tocante a violencia, no hay más límites que los de la imaginación. Esto es importante que lo tengan en cuenta de cara al resto de la reseña que no trata, como pueda parecer, sobre este comic tan cojonudo e irresponsable… indispensable, perdón (también). El caso es que está plagadito de personajes a cual más bestia: el Santo de los Asesinos, un vaquero al más puro estilo Clint Eastowood en Infierno de cobardes que busca al dios huido y no tiene inconveniente en liarse a tiros con quien sea o Grial, una poderosa organización criminal directamente emparentada con la iglesia católica. Por último (es un decir) un adolescente llamado Caraculo que se dejó la cara en el intento cuando trató de emular el suicidio de Kurt Kobain y le salió rana el experimento. (Ver foto inmediatamente anterior para más información).

Fin de la introducción. Ahora, UNA COMEDIA CANALLA

Ivan Repila nace en 1978 por lo que es de suponer que está al tanto de la existencia de este comic que por otro lado conoce cualquiera que tenga un mínimo de cultura general. Verán por qué lo digo. 

Argumento. Jim, John y Jack son tres (tres) amiguetes que, hartos de currar, dan el palo en sus respectivos trabajos logrando sumar con ello un botín considerable pero a todas luces insuficiente si uno quiere vivir del cuento el resto de su vida. La única opción que tienen, pues, es invertir en algo que genere ingresos rápidos y sustanciosos sin tener que meterse en política ni casarse con una infanta. Total, que se gastan el capital en alquilar una finca dejada de la mano de dios y en un montón de semillas de la mejor maría que se pueda plantar amén de ron suficiente para hacer naufragar el titanic. Topicazo, ya ven, pero ese no es el tema. Luego la logística habitual: dar con el villano que te ponga en contacto con la mafia correcta, que te comprará la campiña entera y te hará millonario forever. Y de ahí al cielo. Todo cojonudo si no fuese por: (atención): un vaquero también muy Eastwood, como el santo de los asesinos mencionado más arriba, que habla igualito que Aznar de visita por Texas y anda buscando no sabe muy bien qué no sabe muy bien dónde; una organización criminal compuesta por gilipollas y dirigida por la que bien pudiera ser la pupila aventajada de Keyser Söze y por último un tipo que tiene la mala suerte de recibir una somanta de hostias tal que le desfigura la cara y lo deja hablando, a perpetuidad, igualito que el Caraculo de Predicador. No sé a ustedes pero a mí esto me parece mucha casualidad para ser una casualidad sola. Le hubiese preguntado a Repila (que digo yo que tendrá un blog, twitter o algo) pero no he querido hacer trampa ni parecer demasiado profesional haciendo preguntas chorras (ni que este blog fuera de pago). 

Si se preguntan si estoy insinuando lo que parece que estoy insinuando les diré que sí, que eso es exactamente lo que estoy haciendo. Me lleva los demonios no poder afirmar que esta novela es una mierda sólo porque la idea no sea la más original del mundo. Uno tiene sus debilidades y mí esta comedia canalla (toda una declaración de intenciones el título) me ha recordado los buenos ratos que pasé hace no tantos años con el mencionado comic. Por otro lado me doy perfecta cuenta de lo fácil que sería, digamos, defenestrarla; bastaría acusarla de plagio relativo, de no tener ideas frescas, de buscar un público fácil o de recurrir a todos los tópicos del mundo, y llevaríamos razón SIEMPRE. 

De la novela de Iván Repila no se puede hablar bien en el programa de Sanchez Dragó, aceptémoslo, pero sí en el bareto de la esquina, en la cola del supermercado o en las últimas filas en las presentaciones de libros de la Fnac, mejor cuánto más cerca de la barra. Conviene de vez en cuando recordar que no sólo de Bernhard vive el hombre y yo, lo he dicho muchas veces, de vez en cuando disfruto demasiado con estas chorradas insustanciales tan de fin de semana. Esto NO es exactamente un cumplido por más que lo parezca. Me he reído infinitamente más con “Jacques el fatalista” o “El plantador de tabaco” de John Barth pero claro, esto de Repila es otra cosa, como de serie B o así. En cualquier caso las cosas como son: la novela cumple sobradamente el objetivo de entretener a los aficionados al género, sea cual sea, que no lo sé. Fuera de eso, nada, lo siento. Las gamberradas es lo que tienen.


miércoles, 16 de mayo de 2012

Una de arena (Catálogo de buenas lecturas)

En los comentarios de un post anterior me hicieron la siguiente pregunta: "¿Serías capaz de nombrar tres BUENAS novelas de tres escritores españoles menores de cincuenta años?" A quién me lo planteó le di una respuesta que por falta de tiempo quedó a medias, algo que trataré de enmendar en un minuto. Antes de empezar quisiera aclarar no leo tanta narrativa española ni desde hace tanto tiempo como para dar con semejante lotería. En los dos últimos años han sido unos cien [libros] muchos de los cuales parecen haber sido elegidos directamente con el culo y de ahí la media tan baja: Mora, Bonilla, Barba, (Miki) Otero, (Pablo) Muñoz, Sabadú, (Javier) Moreno, (Marc) Pastor, Piña, Albero, Vilas… Bueno, en fin, que me lo he buscado. Tampoco quiero hablar de BUENAS novelas sino de buenas lecturas, esto es, aquello que me siento a leer y leo si esfuerzo o sin cagarme en el escritor cada cinco putos minutos o que simplemente cumple las expectativas que me he creado yo solito. De ahí a que algo sea bueno media, en algunos casos, un abismo. Pero ese es un detalle en el que me niego a entrar.

Tirando de listado, por aquello de certificar que efectivamente, tal como sospechaba, no podía ofrecer tres de tres (de menos de cincuenta tacos, recuerden) me encuentro con que no es así por los pelos. Hay un escritor que lo ha logrado: Antonio Orejudo. De Orejudo me ha gustado todo, lo que menos lo primero (“La nave”) y lo último ("Un momento de descanso"), pero aún así aprueba con nota. Digamos que le da la media. Celso Castro le anda cerca gracias a las geniales "el afinador de habitaciones" y su segunda parte "astillas". (Cuando escribo estas palabras acabo de sacar dos libros más de la biblioteca.) (Cuando escribo estas otras otras los he devuelto sin leer.) El bronce está por ver. Sospecho que no será para Marta Sanz por culpa de que “Animales domésticos” ni fu ni fa aunque con “Black black black”, con todo lo light que es, me reí bastante. A Sanz le pasa lo que a Castro: tengo por leer un tercero que será determinante pero que en su caso, al ser más de lo mismo, supongo que se quedará en simple mención. Me refiero a “Un buen detective no se casa jamás”, recién publicada y que ya tengo metidita en el Kindle para cuando me regale diez o quince días de novela negra. No soy mucho más fan de Marta Sanz de lo que pueda serlo de Alberto Olmos, de quien he disfrutado, con reservas, tres de las cuatro novelas que le he leído ("El estatus", "Trenes hacia Tokio" y "Ejercito Enemigo").  

Viajando al pasado, entre lo mejor de los últimos dos años estaría “Providence” de Juan Francisco Ferré del que me hubiese gustado leer algo más. Lamentablemente su producción anterior está descatalogada y yo ya me he cansado de buscarla. Otra de la novelas que recuerdo con más cariño, por razones que no vienen al caso, fue “Los bosques de Upsala” de Alvaro Colomer, que no sé a qué cojones está esperando para sacar algo más. Nunca le hice reseña y lo merecía; hoy ya es tarde, tendría que volver a leerlo y no estoy por la labor. También quiero incluir aquí a Ernesto Pérez Zúñiga por “El juego del mono” y a Isaac Rosa por la estupenda “El vano ayer”. 

Otros escritores que me parecieron INTERESANTES por diferentes motivos fueron: Pablo Gutiérrez, con la historia de “Nada es crucial” que aun pareciéndome floja, me enganchó (después volvería a intentarlo con “Rosas, restos de alas” pero ya no); Jon Bilbao -un escritor al que siempre digo que volveré y nunca lo hago- por la ya reseñada “Padres, hijos y primates”; Cristina Fallarás por esas novelas tan viscerales, tan cristinafallarás ("Las niñas perdidas", "Últimos días en el puesto del Este") y Javier Calvo (El jardín colgante”). Y puestos a incluir, aunque con la boca pequeña, gracias, seguramente, a que hace demasiado tiempo que los leí: Germán Sierra (“Inténtelo con otras palabras”) o Mercedes Cebrián (por “La nueva taxidermia” y eso a pesar de que la segunda nouvelle de las dos que incluye tiene demasiada pinta de ser un plagio descarado de Residuos de Tom McCarthy). No quiero dejar de mencionar a Victor Balcells Matas, Marina Perezagua, quizá Pilar Adón (a quienes castigo por ser escritores de relatos) y, si me apuran, Fernando San Basilio

Mención especial fuera de concurso para dos de las novelas más divertidas que he leído este año: la segunda (atendiendo al orden de lectura) es "Una comedia canalla" de Iván Repila y tendrá su propia reseña en unos días. La primera la leí hace unos meses. Está escrita por un completo desconocido para todos aquellos que no acostumbren a pasarse por los comentarios de este blog. Su nombre: Quique; el de su novela: "El empujoncito". Se la recomendaría pero está inédita y no serviría de mucho. 

Esto es todo. Seguro que me dejo alguno o estoy siendo injusto con muchos o me he pasado de buenismo con algún otro, pero me he jurado un post corto, que no llegue a las mil palabras y bueno, no sé... por ahí andará. Seguramente la lista fuese muy diferente si hubiese podido elegir entre escritores no españoles que escriban en castellano o nacionales de cualquier edad pero la pregunta que da origen al post no la formulé yo y esto es lo que ha salido, que bastante me parece ya.


lunes, 14 de mayo de 2012

Los escritores son GI-LI-PO-LLAS

Me ha contado un pajarito que el sábado 05 de mayo se publicó en el diario La Verdad un curioso artículo del escritor Enrique Rubio que, al no encontrar enlace en la web, reproduzco íntegro a continuación y acompaño de una reflexión brevísima, por aquello de no cansarles ni pisar el mérito de otro. 

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LOS ESCRITORES SOMOS GILIPOLLAS Y SOBRAMOS 
Llego a un programa literario de un canal de televisión, con nervios y cargado de mis mejores intenciones, y un escritor viejo y frustrado me llama “gilipollas” dos veces sin venir a cuento. Todos llevamos una verdulera dentro y la mala educación y la bocaza grande la tiene hasta el más erudito de los intelectuales. Todos. No pretendo ponerme por encima de nadie. Faltó una chispa para que nos liáramos a puñetazos, pero me contuve por miedo a que, por culpa de un mal golpe o una mala caída, se desnucara y su libro se convirtiera en un fenómeno editorial póstumo. 
Los escritores nos odiamos a muerte, pero lo último que le deseamos al escritor de al lado es precisamente la muerte, para que no se haga famoso y empiece a vender como churros. Por eso nos odiamos pero nos deseamos salud y una vida longeva, pero en todo lo demás, nos deseamos el peor de los dolores. Nos deseamos una meningitis que te deja la cabeza tonta pero no te mata, o un accidente de coche que te deja la cara desfigurada para que no te llamen de la televisión. Sólo el escritor muerto vende más que el vivo. No así el enfermo, que ni es capaz de escribir algo digno ni todavía ha conseguido morirse. 
Siempre habrá más escritores que escritoras. El hombre tiene que mostrar a la hembra su capacidad intelectual en un mundo en el que la fortaleza física ya no supone ninguna superioridad. Marcamos el territorio con palabras y tonos de voz, sublimando la orina porque “no somos animales”. Los que peor te reciben son los de tu propia ciudad, sobre todo si has surgido de la nada y no eres “uno de los suyos”. Nueve de cada diez escritores paisanos están deseando acuchillarte con una UVI al lado para que no la palmes. 
Ciclos, conferencias y presentaciones endogámicas retroalimentadas con subvenciones públicas. Reunión del clan. La mentira más repetida entre nosotros es: “Me he leído tu libro” La segunda es: “A ver si me lo leo”. A veces, sin embargo, leemos un libro de un “compañero” por inseguridad o morbo. Si es bueno, dejamos de leer a mitad y, con mucho tacto y actitud constructiva, le criticamos muy negativamente las virtudes y le animamos a cambiar en el futuro. Si el libro es malo, seguimos leyendo encantados y cuando te lo vuelves a encontrar, te deshaces en elogios haciendo hincapié sobre todo en aquellos aspectos, escenas o personajes en dónde la caga penosamente, para anular cualquier posibilidad de cambio. 
Conclusión: Aléjense de los escritores. Lean libros pero no se acerquen a nosotros. Somos engreídos, vengativos, envidiosos, maleducados y extremadamente violentos. Los escritores deberíamos mantener una distancia de seguridad de varios centenares de kilómetros entre nosotros. No hay nada más peligroso en un país no lector que una superpoblación de escritores frustrados. Somos tantos que no tenemos ni siquiera espacio para darnos de hostias. Deberían dispersarnos por todo el país; uno en cada aldea recóndita y deshabitada, para evitar una tragedia. 
Los escritores no somos necesarios. Ya hay demasiados libros acumulados por leer. Lo que es necesario es que se lea. En 2.000 años de historia, ¿cuántos libros pueden haberse escrito? ¿Un billón? Debería ser ilegal escribir un solo libro más. ¿Por qué no dejamos de escribir y nos ponemos a leer un poco? Yo hago un llamamiento desde aquí al colectivo para que abandonemos la violencia, entreguemos las plumas y nos disolvamos. 
Enrique Rubio 

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A Enrique Rubio le van a llover las hostias el día que publique su próxima novela. Pero las cosas como son: se lo ha ganado (y tampoco creo que le pille por sorpresa). No hace mucho ya se llevó un par de (cientos de algo así como) insultos y menosprecios variados de parte de cierto sector (adivinen cuál) cuando tuvo la feliz idea de comentar su lectura fracasada de Fresy Cool y el propietario de mencionado monovolumen dejó caer el enlace en su Facebook como quien no quiere la cosa. Los fresys se pusieron corporativos y se liaron a buscarle las cosquillas al Rubio, ese canalla, ese traidor, mentiroso, pendenciero y seguro que mal escritor (de hecho algunos lo ojearon y ya vieron que sí, que era una puta mierda también él). La reseña, para los que no estén al corriente, empezaba del siguiente modo: “Antonio José, el conocido novio de la no menos conocida y mediática Luna Miguel, ha escrito un libro. A pesar del panorama circense y esnob que lo rodea, he decidido arrinconar mis ideas preconcebidas y darle una oportunidad al mismo. Bien, resulta que el libro es cien veces peor que el más ofensivo de mis prejuicios”. El resto no les sirvió precisamente para estrechar lazos de amistad. Se lo voy a ahorrar para evitar el monográfico, pero quédense con la copla del buen rollo entre estos jóvenes escritores y traten de extraer sus propias conclusiones del porqué no suelen reseñarse negativamente entre ellos. 

Pero este odio o esta rabia o esta manía que se tienen unos a otros no puede estar -no me lo creo- limitada a estos acnedóticos grupúsculos por todos de sobra conocidos. Pensaba yo, en mi ingenuidad, que sí, pero fue levantar otra piedra (Eutelequia, sin ir mas lejos) y encontrar más de lo mismo y ya de repente NO y fue que luego me enviaron el texto de arriba y creí verlo todo más claro o todo lo claro que se puede ver algo tan turbio. Y aquí es exactamente dónde quería yo llegar: hay algo en todo esto que me tiene horrorizado en la misma medida que fascinado y que tiene que ver lo mucho que parecen saber algunos anónimos de todo lo que se cuece en este mercadeo nacional de literatos (sin querer dar por buena cada soberana estupidez). Lo que quiero decir es que me extraña tanto saber para tan poco ser

Les voy a poner un ejemplo a ver si me pillan la idea. Quizá los más viejos del lugar recuerden aquella locura que fue el post del Nuevo (viejo, ya) Drama (enlace) donde lo Anónimo se convirtió en una fuerza arrolladora que parecía no buscar otra cosa que destrozar, así, en general, a ciertos personajes y su prestigio, o al menos el de aquellos que lo tenían, que no eran tantos. Por aquel entonces, lo recuerdo como si fuese ayer, alguien en facebook dejó caer un mensaje en el que se declaraba algo así como fan de aquel despropósito que consentí porque en el fondo soy lo peor. Ese alguien era, es, escritor y amigo de otros, también como él, escritores (otros no), algunos, parecía, fans de aquello tan vil. Ese escritor tuvo también, más tarde, su propia reseña cuyos comentarios no resultaron ser, ni de lejos, tan salvajes como los de aquella otra, lo cual supongo tiene una explicación que voy a dejar a su imaginación. 

Este blog ha sido muy criticado, entre otras cosas, por hacer la vista gorda en lo que a trolleadas de  anónimos se refiere. Y es verdad. Convendrán conmigo en que soy ejemplarmente tolerante pero, si esto es así, es únicamente porque creo que, en el fondo, tanta miseria no puede ser otra cosa que un reflejo desatado de una realidad sobre lo que no tengo maldita la culpa. También porque me divierte, claro, o en buena hora. Y añado: si consiento los desmanes es por su bien, para no tengan que dejarse nada dentro, que luego eso se enquista y les puede matar. No hace falta que me den las gracias. (Ni que decir tiene que todo esto, coño, claro, tomando con pinzas la generalidad insinuada, no siendo tal ni la generalización ni la insinuación.)

martes, 8 de mayo de 2012

Un reseña interrumpida de “La Jaula” de Javier Serrano

“La jaula” de Javier Serrano, editado por Eutelequia, es el ÚNICO libro de esta editorial que mi red de bibliotecas habitual (ocho, repartidas en cuatro provincias) tiene en su fondo de armario. El ÚNICO, repito. La desiderata, por si alguien se lo pregunta, la hice yo. No quiero convertir este post es una defensa a ultranza de una editorial que hasta hace unos días no me interesaba más allá de esta anécdota. Tampoco quiero abrir un debate en torno a la necesidad de nuevas editoriales aunque vayamos casi a editorial por comunidad de vecinos. Esto lo cuento para explicar los motivos que me llevaron a leer La Jaula que fueron, tal como acabo de mencionar, el ostracismo al que la hemos condenado unos cuantos. Yo limpio mi conciencia así. Elijo La Jaula porque tampoco sé quién es Javier Serrano y de vez en cuando me gusta leer cosillas de escritores anónimos que publican en esas pequeñas editoriales que  carecen del apoyo mediático de las grandes.  

De entre todas escogí “La jaula” por su parecido más que razonable con cierta kafkiana novela que dejé a medio terminar hace veinte años y que aún ayer estuve tentado por enésima vez a retomar: Bastián Bastián es un pasante de notaría que, sin mediar explicación, es detenido y llevado a un penal en el quinto infierno (literal,  esto, casi) cuya principal característica es que tiene las puertas abiertas de par en par aunque esto no quiere decir que pueda uno entrar o salir cuando le salga de los huevos. En el centro de esa prisión hay un torre y en la torre un preso llamado Fierro que hace las veces de carcelero y que dirige a otros carceleros que, como él, ejercen de funcionarios. La contraportada de la novela plantea la siguiente serie de cuestiones: ¿estaremos frente a una distopía nihilista?, ¿será en realidad todo esto una alegoría de una sociedad en decadencia?, ¿una novela de ideas en torno a los conceptos de violencia, libertad y castigo? ¿O acaso un mero drama carcelario? Todo es posible, claro, de hecho la reseña acaba con la siguiente frase: La jaula admite tantas interpretaciones como lectores posibles, lo cual sólo tiene una traducción posible: este libro no lo ha entendido ni el editor (editora en este caso, creo). Esto para mí ha sido siempre un problema. No entender, digo. Entender poco, mucho, algo, lo que sea, pero, ¿no entender nada? No entender nada es intolerable. Siempre he creído que no entender NADA, lo que es NADA, era culpa del escritor, que demostraba con ello no ser capaz de llegar al lector.


[...]




Esta reseña empecé a escribirla un mes después de terminar la novela, seguramente siete o veinte días antes de publicarla aquí. Lo uno tuvo lugar mediado marzo, lo otro ya he dicho que después. No pensaba escribir nada pero por alguna razón -que espero no suene a cumplido- no he podido quitármela de la cabeza en todo este tiempo y se ha convertido en un algo recurrente del que no sé como librarme si no es de este modo (y aún así ya veremos). El caso es que es de noche, tarde y me siento a escribir algo, lo que sea, que lleve por título “La jaula” de Javier Serrano con la esperanza de que sirva para librarme de ella. El resultado son los dos párrafos anteriores. El tercero, no escrito, iba a ser cruel. Que yo no hubiese entendido la novela ha estado a punto de convertirse en la razón más poderosa para pedirle a Javier Serrano que abandone el oficio de escritor pero como eso es a todas luces una soberana estupidez decido acostarme y esperar a que se me pase la tontería. Estamos hablando de algo que ocurrió exactamente el dieciocho de abril. Pues bien, ese día me acuesto con un libro de Vila-Matas (fetichista que es uno) llamado “El viento ligero en Parma”. Lo leo por leer algo de Vila-Matas hasta que me anime con “Aire de Dylan”, pero ya supongo que esto no le importa a nadie. Pues eso, que me acuesto y les juro por mi gato que leo, según abro el libro, lo siguiente: 

La verdad es que no entender nada me ha resultado siempre, como lector, extraordinariamente creativo, estimulante, alegre, y más bien alejado de todo drama. Esto no debe parecernos extraño. Después de todo, un clásico, por ejemplo, es simplemente un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Entenderlo todo puede ser el fin de la aventura, mientras que no entender nada es la puerta que se abre. 

A veces odio leer a Vila-Matas casi tanto o más de lo que lo disfruto. Que yo descubra que él considere que no entender nada es una puerta abierta precisamente con una novela (La jaula) en la que no se entiende nada y que habla de cárceles de puertas abiertas parece una de esas casualidades que tanto le gustan y que plagan algunos de los artículos de este recopilatorio que es “El viento ligero en Parma”, que aprovecho para recomendar y así me ahorro una reseña. Esto sería mucho más divertido si yo no creyese en las casualidades por eso voy a tomármelo a cachondeo y a dejar inconclusa la reseña de esta novela que cuenta la delirante y claustrofóbica aventura de un hombre que no entiende por qué lo encierran en una cárcel, ni porqué los presos en su misma situación hacen gala de tan irritante y sumisa aceptación; una novela a la que no encuentro explicación por más vueltas que le doy. Vila-Matas lo acepta y lo celebra y a mí eso me parece fantástico porque Vila-Matas es mucho de celebrarlo todo, pero yo no puedo: yo necesito saber que esto es algo más que un no saber salir del atolladero en que se ha metido el propio autor o que no se trata de una novela que se ha construido sobre una premisa demasiado extravagante sólo para llamar la atención. Se trata pues de aceptarlo o no. Y yo creo que no, que no lo acepto.


Y quien dice poeta...

JACQUES: Señor, ¿queríais decirme algo acerca de ese poeta?
EL AMO (aún bajo el hechizo de la posadera): ¿Qué poeta?
JACQUES: El joven poeta que fue a visitar al amo de los dos.
EL AMO: ¡Ah, sí! Un día, un joven poeta vino a ver a nuestro amo, el que nos inventó. Los poetas venían con frecuencia a importunarlo. Los jóvenes poetas son siempre legión. Aumentan en unos cuatrocientos mil al año. Sólo en Francia. ¡Pero es aún peor en las naciones menos cultivadas!
JACQUES: ¿Y qué hacen con ellos? ¿Los ahogan?
EL AMO: Esa era la costumbre de antaño. En Esparta, en aquellos buenos tiempos. Allí arrojaban al mar a los poetas desde lo alto de un acantilado inmediatamente después de su nacimiento. Pero en nuestro iluminado siglo se permite que cualquiera viva hasta el fin de sus días.
LA POSADERA (trae una botella de vino y llena los vasos): ¿Le gusta?
EL AMO (tras probar el vino): ¡Excelente! Déjenos la botella. (Sale la posadera.) Así pues, un día, un joven poeta se presenta en casa de nuestro amo y saca un papel de su bolsillo. «Esto sí que es una sorpresa», dice nuestro amo, «¡son versos!». «Sí, versos, Maestro, versos de mi cosecha», dice el poeta. «Os ruego que me digáis la verdad, nada más que la verdad.» «¿Y no tenéis miedo a la verdad?», dice nuestro Amo. «No», responde el joven poeta con voz temblorosa. Y nuestro Amo le dice: «Mi querido amigo,(“no sólo me habéis demostrado que vuestros versos no valen su peso en mierda, )¡sino que jamás los haréis mejores!». «Es mal asunto», dijo el joven poeta, «de modo que me pasaré la vida haciendo malos versos». Y nuestro Amo le responde: «Os lo advierto, joven poeta. ¡Ni los dioses, ni los hombres, ni los postes indicadores han perdonado nunca la mediocridad de los poetas!». «Lo sé», dijo el poeta, «pero no puedo evitarlo. Es un impulso».
JACQUES: ¿Un qué?
EL AMO: Un impulso. «Es un formidable impulso que me empuja a escribir malos versos.» «¡Os advierto una vez más!», grita nuestro Amo; y el joven poeta le responde: «Ya sé, maestro, que sois el gran Diderot y que yo soy un mal poeta, ¡pero nosotros, los malos poetas, somos los más numerosos, siempre tendremos la mayoría! ¡La humanidad entera no está compuesta sino de malos poetas! ¡Y el público, por su espíritu, por sus gustos, por sus sentimientos, no es más que una asamblea de malos poetas! ¿Cómo creéis que los malos poetas podrían ofender a otros malos poetas? ¡Los malos poetas que constituyen el género humano se vuelven locos por los malos versos! ¡Es precisamente por escribir malos versos por lo que me convertiré un día en un gran poeta consagrado!».
"Jacques y su amo", Milan Kundera