A VECES es simplemente cuestión de perspectiva. Me refiero a nuestra personal valoración de algunas obras. Es una cuestión de perspectiva. Además de las habituales mentiras de la crítica y los intereses propios —legítimos, qué duda cabe— de las editoriales hay una parte de todo este circo de complacencia y buenismo que tiene que ver con los malos hábitos adquiridos, desarrollados y nunca corregidos. Una parte, ojo; que nadie se agarre a este clavo ardiendo no se vaya a quemar.
Me explico. La costumbre de leer obras mediocres o directamente malas durante demasiado tiempo (ah, qué gran mal, la amistad) puede llevarnos a creer que estamos realmente frente a una supuesta maravilla que como tal anunciamos y damos a entender. Pongamos un ejemplo: uno de los peores libros que he leído en los últimos años ha sido Asco de José Angel Barrueco (y no fue porque me pillase en un mal día, precisamente). Para que se hagan una idea: comparado con el de Barrueco, Intemperie de Jesús Carrasco es una maravilla. Pero es, como decía, una cuestión de perspectiva, porque comparado con el de Carrasco Gótico carpintero de William Gaddis, por ejemplo, es una puta obra maestra. O El plantador de tabaco —de inminente reedición, aviso—. No hay color.
Pues bien, un pasito antes de Gótico..., tres antes de El Plantador... y seiscientos cuarenta por delante de Intemperie (el de Barrueco no aparece ya que mi aplicación no opera con decimales) se sitúa este pequeña maravilla llamada Incendios de Wajdi Mouawad.
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Llevo tiempo demorando esta reseña. No hago más que poner excusas. Que si quiero volver a leerlo, que si quiero terminar la tetralogía (ya llegaremos a esto), que si antes quiero ver la película, que si no sé ni por dónde empezar. Y todo esto es cierto y todo esto es mentira. Quiero volver a leerlo, claro, y ver la película y releer lo anterior y leer lo siguiente y lo que está por venir, pero entremedias Incendios existe, es una realidad, es un libro escrito, publicado, leído y representado, no necesariamente por ese orden. Es una obra con principio y final, siendo su inclusión dentro de una tetralogía una simple cuestión temática. Y es, como decía, una obra representada, porque –me arriesgo ahora a una espantada general- Incendios es teatro. Oh.
No es fácil resumir el argumento. Una mujer muere tras años de silencio dejando como única herencia un par de cartas que han de ser entregadas a sus dos únicos hijos. A ella le encomienda la búsqueda de un hermano desconocido, allá en el Líbano; a él, la de su padre. O quizá sea al revés. En cualquier caso da igual; el resultado es el mismo. Por supuesto, hay una razón para tanto misterio, pero me la voy callar porque, tal como se dice en el libro, “Hay verdades que sólo pueden ser reveladas a condición de ser descubiertas”. Por un lado está la búsqueda (reticente en el caso de él) tanto de su padre como de su hermano y por el otro la narración, en flashbacks, de lo visto, vivido, de lo sufrido por su madre muerta: la razón de su mutismo. Esto, dicho así, puede no parecer gran cosa. Error. Craso, además. Les invito a probar. Les invito a intentarlo. Busquen el libro, ojéenlo, empiécenlo. Les reto a dejarlo por la mitad. (1) (2)
Cuando más arriba hablaba de perspectiva me imaginaba a mí mismo leyendo algún libro reciente que me hubiese gustado, por aquello de enfrentarlos. El último fue ayer mismo: La misma ciudad de Luisgé Martín. Con todo lo que me gustó, que fue bastante, no hay ni punto de comparación con el texto de Mouawad. No hay (en el de Luisgé) ese momento de no poder dejar el libro (o casi, ya que de tan breve no da tiempo a que tal cosa ocurra) y sí hay, en cambio, (en Incendios) una historia que atrapa desde la primera página y un tema que gana en interés, pero sobre todo una forma de contarlo que resulta fascinante. El teatro me ofrece, al menos en esta ocasión —quizá por mi ignorancia en el tema—, una posibilidad que no he encontrado en la narrativa: compartir en el mismo espacio, en un mismo instante, historias alternativas situadas en espacios físicos y temporales completamente diferentes; cruces de conversaciones que, a pesar de la distancia imaginaria, se interrumpen, se intercambian pero también se complementan y se refuerzan.
Todo suma y en Incendios la suma de sus partes da como resultado una obra absolutamente genial. Uno de esos libros, una de esas lecturas, que nos devuelve a los lectores la perspectiva perdida; que nos ayuda a entender que no todo lo que creemos bueno lo es realmente (ni remotamente) y que no toda la experimentación es un campo minado de errores.
Se me ocurren otros libros en los que dejarse el capital durante la Feria del Libro de Madrid que empieza hoy, pero mejores que este, pocos.
(1) Traducción e introducción de Eladio de Pablo. KRK Ediciones, 2011.
(2) Sinopsis, también insuficiente, extraída de la web de la editorial: "Incendios es, tal vez, de la tetralogía La sangre de las promesas, la obra de Mouawad más trágica. Una joven, casi una niña, concibe un hijo fruto del amor, en una sociedad atravesada por la guerra y el odio. El niño le es arrebatado nada más nacer y Nawal, esa joven casi una niña, no cejará hasta encontrarlo, puesto que ha hecho la promesa de amarle siempre, "ocurra lo que ocurra". Y comienza una búsqueda obstinada, un viaje a lo desconocido. Y cuando, después de muchos años, al fin encuentra a su hijo, Nawal comprende que el amor y el horror pueden ir de la mano de una manera terrible, terriblemente humana. Y el fogonazo de esa revelación la hace callar para siempre. Vivirá en silencio los últimos años de su vida y solo hablará a través del testamento que deja a sus hijos gemelos, Jeanne y Simon, a quienes encarga también una búsqueda: la de su padre, que ambos creían muerto, y la de un hermano cuya existencia ignoraban absolutamente. Jeanne y Simon, al igual que su madre, emprenderán un viaje a lo desconocido, un viaje a través del espacio y del tiempo (pero también al interior de sí mismos), para acabar encontrándose a sí mismos."