Puesto que ha pasado más de un mes desde que leí esta novela, hablo prácticamente de oídas.
Dos fueron las razones para hacerlo: una, lo anterior de Cameron, Un fin de semana, resultó ser lo bastante interesante para animarme a seguir con el autor y dos, la sinopsis establecía un parecido más que razonable con El guardián entre el centeno de Salinger, libro que odié y amé por ese orden y en igual media en momentos diferentes de mi vida.
Ni qué decir tiene que de Salinger no tiene ni el blanco de los ojos, pero bienvenida sea cualquier oportunidad de sacar a pasear Su Nombre y tampoco hay que dejar que una comparación interesada nos estropee una novela corriente.
No hay mucho que decir, la verdad, que no pueda leerse en la sinopsis. Se trata de una novela ambientada en Nueva York donde un adolescente inteligente y algo irreverente trata de poner orden en su caos hormonal desafiando a las autoridades paternofiliales y dando al traste, estupidez mediante, con una historia de amor en ciernes que por otro lado tampoco tenía mucho futuro.
La historia es mero entretenimiento que no profundiza en nada y que prácticamente lo deja todo en manos del cuestionable carisma del protagonista y en una ciudad que por sí sola hace la mitad del trabajo. Ocurre que entretenimiento y levedad es exactamente lo que buscaba yo en el momento en que lo leí, por lo tanto y habida cuenta que no decepciona en absoluto no puedo tampoco entrar a criticarla con la mala hostia habitual. Eso y que no tengo tiempo ni muchas ganas y que, joder, la verdad es que apenas me acuerdo.
Leer a Peter Cameron es esto. Lo sabemos y lo aceptamos. Las reglas no pueden estar más claras.