viernes, 30 de mayo de 2014

Resumen de lecturas MAYO 2014

Se acabó mayo. Qué desastre, en nada vuelve a ser Navidad. Bueno, a lo que íbamos: lecturas: el mes empezó mal, mejoró (mucho), después cayó, volvió a subir, a bajar… y al final: fuegos artificiales. En general, bien. Valió la pena. 

Hasta aquí la versión corta. Ahora, la larga:


“Alabanza” de Alberto Olmos

Brevemente: NO. Todo lo demás es darle vueltas a lo mismo. Decepcionante no es la palabra adecuada, puesto que llegué a la novela sin expectativas de ninguna clase, pero sí queda algo de pena por esas dos almas que no acaban de fundirse. Alabanza es un recorrido íntimo e irregular; un ejercicio de memoria o de reconciliación que tiene poco que ver con este lector. Para que nos entendamos: Alabanza es lo que pasa cuando un escritor llega a los cuarenta. Lo que pasa no, perdón, lo que puede pasar



“La cámara sangrienta” de Angela Carter

Al igual que ocurre con Alabanza, la reseña es reciente y por lo tanto las ganas de resumir son más bien escasas. La reseña está AQUÍ. “La cámara sangrienta” es una recopilación y adaptación de cuentos clásicos infantiles en clave erótico-terrorífica. Muy recomendable tirando a imprescindible. Los dibujitos (es ilustrado), cojonudos.



“La hija del optimista” de Eudora Welty

Salí de esta novela ligeramente decepcionado. No está mal, se deja leer pero no parece nada especial. Ahora ya está, pero me pilla hace cuarenta años y no lo cuenta. No, que va, puede pasar. La novela trata sobre la forma de ser de la gente del sur de EEUU cuando, por ejemplo, se muere alguien, en este caso un juez con muy buen carácter y tendencia al optimismo, como un funcionario jubilado. Pues vale. Me ha dejado un poco frío y he preferido saltarme la reseña. Ruego me perdonen.



“Autopsia” de Miguel Serrano Larraz

Hay una reseña escrita (que debería publicar en cualquier momento) que empieza con una cita de otro escritor: «¡Ah, los poetas! Ellos y sus arrobados circunloquios, esos cuencos de mendigo en los que pueden verterse los sentimientos de cualquiera, que luego serán bebidos por el propio bardo, ya tibios y empozados». (“Edipo en Stalingrado”, Gregor von Rezzori) Bueno, pues por ahí irán los tiros. Si digo además que abandoné la novela por la mitad y que la retomé por pura cabezonería ya lo estoy diciendo casi todo. 



“El hijo de la bestia” de Graham Masterton

Un adelanto de la reseña que está por llegar: «La cosa va de follar. Mayormente. Pero no de follar porque sí, en plan conejo. ¿Saben la del fontanero que llega a una casa…? Bueno, pues NO, así no; así sería demasiado fácil y yo no estaría hoy aquí compartiendo con ustedes estos momentos tan felices de risas y erecciones. No. Se trata de que el sexo, aun dentro del aquí te pillo aquí te mato, tenga alguna razón de ser, maldita sea, para que así al lector de Philiph Roth, ese tipo al que le gusta el porno con argumento, no se sienta decepcionado. Es decir, que o hay excusa (preferentemente diabólica) o no hay roce. Y otra cosa no, pero roces hay unos cuantos. Y excusas, por ahí andan».



“La maravillosa vida breve de Oscar Wao” de Junot Díaz

Se suponía que esta novela debía ir en el capítulo de abandonos pero se ha librado por los pelos. La he retomado. O la retomaré. No sé. (Cuando escribo esto, lo segundo). El caso es que de momento se libra de comentario. (Cosas que ya se han dicho, aquí)



“La camarera de Artaud” de Verónica Nieto

La propia escritora me envió esta novela. Cuando la recibí, la metí en un cajón (es un decir; vino en pdf). Allí se quedó… no sé, meses. Un día, cuando ya la había olvidado, abrí ese mismo cajón y cómo era de esperar allí estaba, tan chiquitita, tan oportuna. Y aprovechando que me pilló sentado la leí, claro, qué si no. Se acaba pronto, en una horita o poco más. Una hora. Ese el tiempo que se pierde. Yo, lo siento, de verdad, ser tan borde, pero no soporto aburrirme. 



“Moby Dick” de Herman Melville

Obra Maestra. Aquí una reacción inmediata a la lectura y aquí una confesión: tras Moby Dick no fui capaz de leer nada más durante un par de días. Sufrí el hasta entonces para mí desconocido bloqueo del lector. Leía sobre ballenas (Hoare), sobre la propia novela (Graphiclassic), tonteaba con libros inacabados, empezaba otros (muchos). Hacía tiempo; esperaba un salvador.



“La casa de las bellas durmientes” de Yasunari Kawabata

A mí lo japonés como que no, pero necesitaba algo diferente, algo inesperado. Me recomendaron esto. Mientras escribo estas palabras voy por la mitad. Es chiquitito. Lo acabaré, sin duda, este mes, pero no quiero demorar la publicación de este post. Aquí se acaba el comentario; ya entraremos en valoraciones otro día. [Terminado: muy bien].



Y EN JUNIO…

Para junio tengo un montón de libros empezados sobre la mesa que me gustaría terminar. Son los siguientes: “La maravillosa vida de Oscar Wao” y “Los boys” de Junot Díaz; “El doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo” de Angela Carter, “La boca llena de tierra” de Branimir Scepanovic, “El patrón” de Goffredo Parise, “Una singularidad desnuda” de Sergio de la pava y “La gran guerra” de Joe Sacco. Y tengo, sin empezar, pero encabezando la lista: “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad y “Los jardines estatuarios” de Jacques Abeille.

Como decía más arriba, el efecto Moby Dick me ha llevado hasta Philiph Hoare y su “Leviatán o la ballena” y la muy interesante “Moby Dick” de Graphiclassic, una especie de “todo lo que siempre quiso saber sobre Moby Dick y nunca se atrevió a investigar”, pero estas son cosillas que se leen sin especial dedicación, en tiempos muertos. Son libros que no esperan ser terminados.

Y Moby Dick, que volverá a caer. Seguro. No el mes que viene, que es muy pronto, pero no tardará, no tardará, que me ha dicho un pajarito que andan por ahí los de Sexto Piso haciendo de la suyas: clic

miércoles, 28 de mayo de 2014

Moby Dick y la insoportable levedad del ser

Esto no es una reseña. Reseñar Moby Dick está por encima de mis posibilidades. Esto, si ha de ser algo, debería ser una reacción inmediata de una lectura recién terminada, o algo así, pero como título para el post es demasiado largo.

Tengo que decirlo: han de saber que me he enamorado perdidamente de este LIBRO. Por méritos propios y ajenos. Quiero decir que además de la historia, he disfrutado lo indecible la excelente edición de Valdemar, que «reproduce las cerca de 300 ilustraciones que realizó Rockwell Kent –uno de los grandes maestros de la ilustración en EEUU– para la histórica edición de 1930 de The Lakeside Press de Chicago». La traducción (hoy me he acordado) corre a cargo de José Rafael Hernández Arias.

¿Saben cuando algo es PERFECTO? Pues igual.

* * * * * *

“Por eso creo que hay que leer La montaña mágica y saltarse sin complejo de culpa todas las páginas que te parezcan muertas. O ignorar las tediosas novelitas pastoriles de la primera parte del Quijote. O pasar a toda prisa las aburridas y meticulosas descripciones de ballenas que incluye Moby Dick. Todos estos libros son maravillosos porque crecen y cambian y están vivos: uno no puede acercarse a ellos como si fueran textos sagrados esculpidos en piedra, dogmas temibles e intocables. Sáltate páginas, en fin, sumérgete y disfruta.” 

Esto lo dijo Rosa Montero el uno de mayo de 2010, cuanto la escritora tenía, no trece, sino 59 años. 59. Que, oye, ya es una edad para andar diciendo chorradas.


Yo puedo entender que a uno no le gusten las ballenas. A mí no me llamaban especialmente la atención. Lo puedo entender, decía. Lo que no puedo entender, de verdad que no, es que uno diga que, si quiere, se puede saltar alegremente las aburridas y meticulosas descripciones de ballenas que incluye Moby Dick y acto seguido, con la misma alegre fingida ingenuidad, que es (ese y todos los demás) un libro “maravilloso”.

Maravilloso. Ni aburrido ni meticuloso. Ma-ra-vi-llo-so.

¿Maravilloso por qué, exactamente, si le hemos quitado, cuánto, veinte, cien, doscientas páginas? ¿Qué lo hace maravilloso? ¿Su condición de mutilado? ¿La caza de Moby Dick? ¿Esas… cuarenta o cincuenta páginas finales, algo del comienzo, fragmentos del interior? ¿Qué?

No. Supongo que lo que lo hace maravilloso es la atrevida ignorancia.

En Goodreads, esa red social para frikinabos de la cosa impresa, alguien, siguiendo la estela dejada por la cola de la amiga Montero, decía que Moby Dick hubiera podido llegar a ser genial si no le sobrasen algo así como 400 páginas.

Es decir, medio libro. O más.

A ver, no jodamos: un libro al que le SOBRAN 400 páginas es una puta mierda de libro. O qué.

Pero no, Moby Dick es genial aún sin esas 400 páginas. Porque claro, sale un tío obsesionado con una ballena, fundiendo hierro para hacer un arpón, como un Steven Seagal de la vida jurando vengar la muerte de su mujer, que es lo que le da calidad a la película, como dice el otro. O tal vez sea por el comienzo, “Llamadme Ismael”, que pone mucho. 

Yo… bueno, a ver, no sé, quiero decir, no entiendo. ¿En serio hay gente así? 

Evidentemente no han entendido un carajo. 

La gente es muy libre de saltarse páginas, yo mismo cabeceo en ocasiones durante algunos párrafos de si me pilla a la hora del café, pero, coño, saltarte las descripciones de Moby Dick equivale a saltarte mucho más de media novela (equivale a no entrar en la historia, a no entender la historia, a no sumergirte en ella, que es lo que pide el cuerpo): equivale a no leer Moby Dick. Y desde luego es imposible que te guste, ¡es imposible que te parezca maravillosa!

Si es que no puede ser.

Yo creo que el problema reside en que las más de las veces (y esta es una opinión sin ningún fundamento) uno no lee Moby Dick porque le apetezca leer Moby Dick sino porque hay que leerla, por las recomendaciones, ese tipo de cosas, y por lo tanto se afronta, generalmente, desde el interés ajeno y como una novela de aventuras con querencia a la digresión. Y claro, así no hay modo. 

En mi humilde opinión a Moby Dick hay que llegar sin prejuicios y dispuesto a lo que se presente porque Moby Dick más que una novela es una experiencia y sería (es) imperdonable no disfrutar de ella.

Saltarse las descripciones. Jesús bendito. ¿Y no sería mejor, para eso, buscar una versión infantil de troquelados o ventanitas? O un cuento. Seguro que hay miles de cuentos con dibujitos preciosos de capitanes regordetes de hermosas barbas papanoélicas y trajes de primera comunión. O un comic. O la película. Hora y media y a la cama. Mejor, imposible. Si una imagen vale más que mil palabras, en cinco fotogramas liquidamos dos o tres capítulos, fácil. 

“Sáltate páginas, en fin, sumérgete y disfruta.”

No sé en qué charco acostumbra a sumergirse Rosa Montero, pero mi experiencia en la inmersión fue algo más “profunda”. Durante diez o doce días, los que fuesen, no pensé en otra cosa que ballenas. Malditas ballenas. La obsesión de Ahab fue mi obsesión, también, y no había libro en el mundo que me apeteciese leer más que ese.

Y yo no sé a los demás, pero a mí esto no me pasa todos los días.



lunes, 26 de mayo de 2014

Una reseña de Paco Gómez, autor de “Los Modlin”

Se me había pasado completamente comentar este libro. Lo leí en marzo. Marzo, cielos, hace tanto, ya, de marzo. Como treinta libros, nada menos. Ayer el lomo de este bacalao me miraba desde la estaría con ojitos de cordero degollado, pobrecico. Me decía qué será de mí, no me harías una reseñita, amor, breve como un suspirito, para que no me olvides y tal. 

Y bueno, venga, va. Pero chiquitita, que ya llovió.

Los Modlin va de muchas cosas. De la memoria o los recuerdos, es una; de la importancia de las cosas (de la importancia que tienen y la que se les da), es otra. De la huella que dejamos o de lo que dejamos atrás.

* * * * * * *

A Paco Gomez un día le llaman por teléfono y le dicen que hay un montón de viejas fotografías tiradas no sé dónde, junto a un contenedor y un puñado de frikis arramplando con todo. Corre, Paco, corre. Paco, que es fotógrafo y de ahí la carrera, no llega lo bastante tarde para evitar la obsesión que se le viene encima. En las fotografías tres personajes hacen cosas extrañas, ponen caras, adoptan poses curiosas y pintan cuadros más feos que pedir factura en un prostíbulo. A Paco esto le pone tanto que se echa a la calle a investigar y tanto tiempo dedica que decide compensar la inversión de tiempo con algo de capital añadido. Se hace un crowdfunding y a vender.

El Paco es tremendo, si lo piensas (y no sé a qué viene tanta familiaridad por mi parte). No sé si llegaremos a verlo tripulando un velero de su propiedad, pero la tontería esta (con perdón) no le ha salido del todo mal.

Lo digo como un cumplido y porque ya va por la segunda edición. Que oye, chapeau

Hablo de memoria, que ya hemos dicho que de esto hace tiempo, pero casi mejor, que me apetece a mí hablar desde la memoria, y traerme los recuerdos y ver qué queda de todo aquello. Así es como se valoran en este blog los libros: por lo que recordamos de su argumento en el futuro imperfecto, de ahí esa manía de ir quitándoles estrellitas en el goodreads según van pasando los años. En este blog nos gustan los libros que nos agarran por los huevos pero no le haremos asco a las caricias. 

Pero hablábamos de Los Modlin.

No, no es cierto. Hablábamos de Paco.

Hola. Hola, qué tal. Bien, gracias. Qué quería. Resolver un misterio, escribir un libro, algo que hacer el sábado por la tarde. Bárbaro; y tendrá usted nombre. Tengo: Paco Gómez. Ande, no joda y búsquese un representante.

Ni caso. Paco va por libre y descubre:

Que los Modlin eran tres, como la santísima trinidad, eso descubre. Ella, él y la palomita bella toda ella. Bello todo él, que era tipo no tipa. No vamos a entrar en mucho detalle sobre sus actividades diarias (que no dan para un prólogo ni importan más allá de la anécdota) sino más bien sus excentricidades. Ella pintaba y su pintura era el centro del universo conocido. En el piso, frío, él, fiel amante dónde los hubiera, adoptaba en calzoncillos posturitas que más tarde ella trasladaría al lienzo con menos fortuna de la que quisiera. También estaba su devoción franquista, que es una cosa que a mí personalmente me da muchísimo asco.

Pero esto, en el fondo, da igual, porque los Modlin, en ese mismo fondo, no eran nadie y como nadie acabaron: sus fotografías, su vida, sus recuerdos, tirados junto a un contenedor esperando por un Paco de la vida, un Paco ocioso, un Paco en busca de acción. Si no es por Paco, ya no los quieren ni en pintura

Los Modlin, en realidad, más que el retrato de una familia más o menos peculiar (menos que más, en rigor) es un libro sobre la obsesión de un hombre y su búsqueda (digamos incansable, finjámosla leyenda) de la inmortalidad, siquiera ajena. Paco Gómez se aferra con una obsesión, en ocasiones rayana en el ridículo, a los restos calcinados de quienes se creían injustamente maltratados por la Sra. Fama y el Sr. Reconocimiento. Paco Gómez, con su curiosidad, parece querer resarcir esta selección natural del arte y lo que le sale es un libro dónde lo único visible y lo único realmente reseñable (toda vez que los Modlin, digámoslo una vez más, acaban siendo nada porque nada es lo que merecían ser y cuyo único mérito reside en su capacidad para evadirse de la realidad) es su esfuerzo por justificar su intuición (equivocada o no) y su empeño en hacer justicia. Justicia que nadie le ha pedido y esfuerzo que nadie merece, en mi opinión.

Los Modlin es Paco Gómez satisfaciendo alguna necesidad vital. Ni más ni menos.



martes, 20 de mayo de 2014

“La cámara sangrienta” de Angela Carter

Hablábamos, no hace mucho, de Perrault. Bueno, en realidad apenas llegamos a mentarlo pero sí lo hicimos de una de sus obras más famosas (Barba azul) y lo hacíamos con la excusa de la reciente publicación de una suerte de infame homenaje que le hacía Amélie Nothomb.

Bueno, pues dando por superado el trauma de leer a Nothomb destrozando una historia tan buena recuperamos nuestras vidas, nuestra dinámica habitual y aprovechamos para aclarar, antes de seguir, que una de la razones de más peso a la hora de “condenar” la novelucha de Anagrama (me quedo solo en los desprecios, ya ven) fue la de haber leído, inmediatamente después, la colección de relatos que hoy cuenta con toda mi atención: “La cámara sangrienta” de Angela Carter, un libro al que resulta imperdonable no llegar.

Una vez más, vengo a descubrir la pólvora: cuentazos. No cuentos, cuentazos. Y lo digo con la boca grande, con boca de lobo a puntito de comerse a Caperucita Valiente.

No me gusta reseñar relatos. Me aburre. Me aburre entrar en detalle, resumirlos, buscar relaciones, me aburre incluso leerlos, la mitad de las veces. Pero no los de Angela Carter. Estos no. Estos son geniales. ¿Lo digo? Lo digo: imprescindibles, sobre todo para aquellos que algún día han sido niños. Las de este recopilatorio son revisiones de los cuentos de Caperucita Roja (una de ella maravillosa revisión donde las haya, con esa Caperucita, con ese qué boca gran grande tienes tan fantástico y terrorífico), elfos, lobos, La bella durmiente, El gato con botas o La bella y la bestia, cuento que, a falta de una, se versiona dos veces.

« - Qué brazos más grandes tienes.
- Son para abrazarte mejor
Todos los lobos del mundo aullaron una canción nupcial mientras ella le daba libremente el beso que le debía.
- ¡Qué dientes más grandes tienes!
Ella vio que sus fauces babeaban y oyó que la habitación se llenaba con el clamor del “Liebestod” del bosque, pero la prudente jovencita no se inmutó ni siquiera cuando él dijo:
- Son para comerte mejor.
La muchacha rompió a reír; sabía que ella no era la carne de nadie. Se rio de él en su cara, le arrancó la camisa y la tiró al fuego, sobre la estela voraz de su propia ropa desechada».

Tantas mujeres. Y qué mujeres. Mujeres unas veces hermosas, violentas, salvajes; otras veces también crueles, sensibles, curiosas (mortalmente, incluso) pero siempre seductoras, consentidoras y eternamente ganadoras, que tienen entre sus amantes a lobos, leones, a monstruos asesinos, a trasgos. 

«Ahora, cuando salgo a pasear, a veces por la mañana cuando la helada ha dejado su brillante huella en la maleza o, a veces, aunque cada vez menos y con más ganas, por la tarde, cuando desciende la fría oscuridad, siempre voy en compañía del rey trasgo. Y él me tumba en su cama de paja crujiente, donde descanso a merced de sus enormes manos.
Es el carnicero que me enseñó hasta qué punto es el amor el precio de la carne.
- ¡A despellejar el conejo! — dice. Y yo me quedo sin ropa». 

El relato que da título al libro —probablemente de los mejores de la colección— es el que versiona el mencionado relato de Perrault, Barba Azul. Magnífico cuento de opresiva ambientación, con olor a cuero especiado, con una noche de bodas de las que tardan en olvidarse. Empiecen por él (lo tienen fácil, es el primero) y prueben a dejarlo. Sólo prueben.

«Tras el clamor sincopado del tren, yo podía oír su respiración tranquila y regular. La puerta que comunicaba los compartimentos era lo único que me separaba de mi marido, y estaba abierta. Si me incorporaba un poco, mis ojos podían ver la oscura y leonina forma de su cabeza y mi nariz captar una ráfaga del opulento olor masculino a cuero y especias que siempre lo acompañaba y que, a veces, durante el noviazgo, había sido la única pista de su paso por el salón de mi madre; porque, a pesar de ser un hombre grande, caminaba con tanta suavidad como si sus zapatos tuvieran la suela de terciopelo, como si sus pisadas convirtieran la alfombra en nieve».

Y termino quitándome el sombrero.

El recopilatorio ha sido editado por Sexto Piso en su colección de ilustrados. Tengo varios de estos ilustrados por casa pero sin lugar a dudas este es, junto con "El libro de la selva" (fragmento) y sin querer desmerecer el resto, uno de mis favoritos. Alejandra Acosta, a la que en su momento descubrimos por aquella pequeña gozada que era “Del enebro” de los Hermanos Grimm, editado por Jekyll & Jill (aquí algo así como una reseña) pone sus lápices al servicio de la historia y el resultado es poco menos que digno de elogio. Aquí un fan.








sábado, 17 de mayo de 2014

188 páginas de “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” de Junot Díaz

Y ya me parece mucho aguantar.

Hacía por lo menos dos meses que no abandonaba un libro. Y no por falta de ganas. Hice un amago, unos días antes, con “Autopsia” de Miguel Serrano Larraz, pero me pudo el orgullo. Hay un punto en el que, aunque no guste, una novela es soportable. “Autopsia” lo es, por ejemplo, la de Junot Díaz, no. Pero no no.

Al principio, bueno, se va leyendo y hasta tiene su gracia, sobre todo si uno se acerca por primera vez al autor. Trata (lo que he leído) sobre una familia, que es una cosa que, bien llevada, puede dar mucho juego. Primero habla del Oscar al que da nombre el título, después de su hermana y en tercer lugar, y ya con más detalle, de la madre de estos dos. Oscar es de pequeño seductor y de mayor un nerd gordo con tendencia a la depresión por falta de cariño y a enamorarse de todo lo que tenga forma de mujer. Su hermana Lola es un ser humano temperamental que quiere huir de ese infierno que es el hogar materno. Su madre, como todas las madres, es un bicho. La tercera historia es la de la madre, claro, una mujerona que las pasó muy putas. En la cuarta parte el narrador cobra protagonismo. Ahí fue cuando lo dejé.

«A lo que vamos: cuando a finales del segundo año su hermano cayó en aquella depresión tan intensa que casi lo mata —se bebió dos botellas de Bacardi 151 porque una chiquita lo había rechazado— y de paso a su mamá enferma, ¿quién creen ustedes que fue el único que dijo «presente»?
Yo.
A Lola le tomó de fokin sorpresa que le dijera que viviría con él el año siguiente. Te vigilaré al bobín de mierda. Después del drama del suicidio, nadie en Demarest quería ser roommate del socio e iba a tener que pasar el tercer año solo. Lola tampoco podía ayudarlo porque tenía planificado un año de estudios en el extranjero, en España, su jodío sueño por fin se hacía realidad y se cagaba del miedo porque no lo iba a poder cuidar. Se quedó arriba cuando le dije lo que iba a hacer, pero por poco se muere cuando lo hice de verdad. Me mudé con él. A fokin Demarest. Sede de todos los bichos raros y losers y freaks y afeminaos. Yo, un tipo capaz de levantar 340 libras, que como si na llamaba Homo Hall a Demarest, que jamás había conocido a un artista freak y blanquito al que no me hubiera encantado entrarle a galletazos. Mandé mi solicitud para la sección de escritores y ya, pa principios de septiembre, allí estábamos Óscar y yo. Juntos».

Ya no es que sea inofensiva o que su lenguaje se acabe volviendo insoportablemente coloquial (esa traducción…), es que es una memez como un piano. Es que, quitando algún episodio violento que protagoniza la madre y que te puede hacer sentir un fukin estremecimiento de pura pena, el resto es un quiero y no puedo o no quiero saber o no quiero poder o lo que sea. Es una irritante pérdida de tiempo que se acompaña de malestar físico, real. Y ya tenemos una edad.

Bueno, pues fue todo uno dejarlo y empezar a escuchar voces.

Voces que decían que había empezado por lo peor. Coño, yo había elegido “La maravillosa…” porque había sido premio Pulitzer en 2008, cómo iba yo a saber que era, una vez más, todo mentira. Quién podía imaginarlo.

La voces, ya saben cómo las gastan las voces, a veces, insistían: que mucho mejor “Así es como la pierdes”, que mucho mejor “Los boys”. Que mucho mejor cualquier otra cosa. Y bueno, nada, será por leer. 

Total, que empecé “Así es como la pierdes”, que es una colección de relatos sobre mujeres o algo así de sabrosón. Leí el primero. Bueno, casi todo, que tampoco era tanta mi necesidad ni mi fe ni mi esperanza. Ni mi caridad. Era, es, un poco más ágil, más de lo mismo pero igualmente sin sorpresas, sin estupor y sin temblores.

Las voces decían nonono, así no, es necesario empezar por Los boys, fukin maravilla. Se insinuaba que todo era cogerle cariño al chaval pero se intuía que todo era también no perderle la fe. Mucho esfuerzo me parece a mí, para tan poco recompensa.

En cualquier caso da igual. A estas alturas, y visto lo visto, quien se lo va a creer, eh, quién.

Yo, no.

Esto ha sido lo más cerquita que estará de mí un libro de Junot Díaz. A partir de hoy, que corra el aire. A partir de hoy, Junot Díaz NO es una opción.



lunes, 12 de mayo de 2014

“Alabanza” de Alberto Olmos

Advertencia: no lo parece pero esta reseña es de pago por lo que si van a seguir leyendo sepan que, de un modo u otro —ya veremos cómo—, lo acabarán pagando. 

* * * * * *

Yo no sé si lo que pasa en este país con Alberto Olmos es de manual de sociología o directamente de frenopático. (Y ojo, que cuando digo “en este país” me estoy refiriendo única y exclusivamente a la parte de la población que siente interés por el mundillo [literario español], entendiendo éste como esa cosa viscosa que se agita, gimotea y, en ocasiones, aletea. La misma que, dicen, Alberto Olmos ha venido a poner en su sitio, no le vayan a quitar la etiqueta de malote ahora que parecen haberlo domesticado.) 

Si miran hacia según dónde o si navegan por según qué webs, y siempre y cuando no hagamos caso de la reseña que aparece en el Babelia de este fin de semana, lo último de Alberto Olmos —su novela de madurez, su novela mayor (anoten madurez y anoten mayor)— roza a estas horas el estatus de obra maestra espontánea, que es, por otro lado, el estatus habitual en la primera semana de toda novedad que se precie. 

Hay mucho que decir (es un decir) y pocas ganas; a ver qué tal se nos da aquello de brevedad y concisión. Imagino que fatal.

* * * * *

La promoción de esta novela arrancó oficialmente el día que Juan Palomo dijo que en ella Alberto Olmos ajustaba cuentas; que algunos sujetos del mundo editorial no iban a ser tratados, no, con amabilidad. De lo cual se extraía que Alabanza iba no tanto de literatura como de literatos. Claro. Creía uno que ya habíamos superado ese punto de creer que tiene algo de original o subversivo hablar de lo que sucede entre bambalinas pero se ve que no dejamos de equivocarnos. 

De todos modos y antes de que empiecen a salivar déjenme advertirles: no esperen puñaladas reales o secretos inconfesables o nada que no sepan, intuyan o se imaginen; confórmense con este tipo de cebo:

«Él ya la estaba viendo como novia venidera, y dejándose llevar por los parques de su mano; hasta le parecía precioso que ella llegara a escribir también cuentos y acabaran siendo una de esas parejas de escritores que enchufan a sus hijos en los periódicos y votan a la izquierda».

Pero venga, va, al lodo.

En Alabanza es 2019. La literatura ha muerto. Sabremos, sin entrar en mucho detalle, que los unos han dejado de leer y los otros han dejado de escribir. Que ya nadie ni lo uno ni otro. La culpa de todo la tiene Sebastian, un escritor de relatos que, cuando se pasa a la novela comercial lo peta y todo es sumar capital y restar prestigio a costa de hundir el navío o explotar la burbuja o lo que sea. Por razones que tienen que ver con la necesidad de huir, se marcha con su pareja al campo a darse a lo suyo, esto es, la literatura de verdad (por aquello de que la novela trate del amor a la literatura y tal). Ella, mientras tanto, busca iglesias con Wifi y acosa viejecitas. El plan de Sebastian es reconciliarse con el mundo gracias a una colección de relatos que debería titularse La amadas o Las mamadas, no recuerdo, (con cuatro aes, como Alabanza, que ya es casualidad también, jaja, me parto). 

Sebastian es Olmos en plan crisis de los cuarenta, echando la vista atrás y tomando conciencia de él también fue a EGB. A continuación les dejo un fragmento (editado) de lugares comunes de la infancia de la generación que nos ocupa: 

1. El empapelado de las paredes; […]
2. Un orinal debajo de la cama de sus padres.[..]
6. Mearse en la cama. [..]
9. Jugar a los bolos en el pasillo. [..]
10. Jugar al fútbol con chapas de cerveza y de refresco, [..]
12. Mezclar refresco de limón con refresco de cola. [..]
13. Un diminuto ajedrez magnético que guarda las piezas en su panza de espuma.
14. Hacer los deberes viendo la tele. [..]
18. El vídeo. [..]
26. La propina de los domingos, [...]
31. La cartilla con las notas, [..]
39. Los platos Duralex.
40. Bizcochos Noé.
41. Ajax.
42. Spar.
43. Sugus.
44. María.
45. Martínez.
46. El cubo de Rubik. [..]

Y así de enternecedor hasta cien.

También está la tontería esa que le ha dado a algunos de hablar de ausencia de trama (excepción que debe hacerse a eso momentos-intriga con los que el autor salpimenta la narración, no vayamos los lectores a olvidarnos el libro en algún bar) como si la ausencia de trama fuese un mérito y no un algo puramente anecdótico que tiene lugar cuando la novela es el ejercicio de recrearse en los recuerdos de la infancia y los recuerdos de la adolescencia y los recuerdos de la supuesta madurez y lo que te rondaré morena. Si lo piensas, en este plan cuatrocientas páginas son pocas, sobre todo si te das el lujo de hacerte algunas pajillas (mentales, se entiende): «su impermeabilidad a la nostalgia está intacta, pues su hipótesis de que no somos lo que fuimos se ve avalada por la dificultad de saber lo que fuimos, en comparación con lo que lo fueron todos los demás, que tantas veces recuerdan haber sido nosotros». En mi opinión sí hay trama, pero es una trama chiquita modelo chinche que caga un relleno que parece poliestireno expandido. 

Total, que Sebastian o Alberto es de pueblo hasta que un día sale del pueblo y se finge de ciudad. Escribe un libro y tal, porque él quiere ser escritor, porque cuando él llega a la literatura, la literatura, al menos en su inocente cabecita, es eso que brilla en la oscuridad y no la oscuridad misma, como viene a descubrir por las malas.

«Así, en las reuniones de autores de la casa, en las presentaciones, los festivales y las demostraciones solidarias que armaban cada tanto los escritores, Sebastian simulaba ser uno de ellos, otro escritor más con las ideas claras, indiferente y casi contrario al mercado, orgulloso de no ser leído más allá del mapita de puntos rojos y dolorosamente concernido por todos los problemas sociales de su tiempo. Sentía el suplicio de ser un infiltrado y de estar tomándole el pelo involuntariamente a todos aquellos intelectuales severos y revolucionarios. Le dolía, más que nada, por el propio Editor, al que notaba encariñado con su rencorosa personalidad, que interpretaba quizá como subversiva. Sebastian sólo se dejaba llevar, y en su indolencia venía determinado, sin que él mismo se diera cuenta, un momento en el futuro en el que daría ese paso hacia la literatura estrictamente comercial».

Apasionante, no me digan.

Bueno, pues esto que he resumido tan malamente y con tanto rencor fruto de la envidia es lo que algunos (me suena que él mismo) han dado en considerar como LA NOVELA MAYOR del autor toda vez que Ejercito Enemigo ha demostrado no dar la talla.

Novela mayor, al menos en este caso, podría perfectamente ser aquello de salir a cazar elefantes con una escopeta especial para matar elefantes y volver con un ganso disfrazado de avestruz o cualquier otro animal, preferentemente palmípedo, con querencia a la introspección y facilidad para la autocomplacencia, la autocompasión o el onanismo. 

No es una imagen fácil, tómense su tiempo.

La tercera parte de la novela es, ahora sí, una crítica al mundo (que no mundillo) literario, con sus corruptelas y sus miserias y todo lo que los lectores habituales de Alberto Olmos están hartos de conocer y en muchos casos padecer. Es la parte que más parecen disfrutar unos cuantos lo cual viene a demostrar lo que ya sabíamos.

La idea de que Alberto Olmos escribe siempre un libro diferente es más falsa que Judas. Tal como él mismo ha reconocido lo único que ha hecho (al menos en este caso en concreto) ha sido dar la vuelta a algunas situaciones de la novela anterior: marque la casilla: Internet sí□ no□; Sexo si□ no□ y ¡elija su propia aventura! En el fondo (y en la forma) todos sus libros son calcos; todos, de algún modo, padecen siempre la misma falta de ideas interesantes más allá de la anécdota; en todos ellos los personajes tienen siempre la profundidad de un plato de sopa y hay, en lo que escribe, al menos últimamente, una especie de necesidad de provocar, de tratar temas que puedan invitar la debate, asuntos con los que el propio autor lidia habitualmente, como si sólo así (y no con novelas brillantes y originales o simplemente interesantes) lograse llamar la atención. Hay sombras que son auténticos lastres.

* * * * * * * *

Y termino.

Aunque tengo facilidad para empatizar con casi cualquier ser humano me cuesta mucho entender que la gente se vuelva tan loca con una novela que, independientemente de la calidad de su prosa (hecho esto que ya se debería ir dando por supuesto, que ya son ocho las novelas, joder, y muchos los años de practicar la crítica literaria) no es más que una “autobiografía” que si parece interesante es únicamente porque trata temas que pueden tocar la fibra de aquellos a los que va dirigida (no olvidemos que Alberto Olmos tiene un público de un rango de edad muy específico y que fuera de ese asfixiante círculo el escritor apenas existe y de ahí la necesidad, intuyo, de hablar de cara a la galería de novela mayor como un nuevo intento de despegar de una puta vez, de librarse de esa sensación de ser eternamente joven ergo permanentemente infravalorado). 

Alabanza es, en pocas palabras y dejando al margen al escritor, una novela de la que se sale exactamente igual que se ha entrado. 

Déjenme hacer un pronóstico: esta novela que hoy parece tan especial, mañana, una vez haya pasado el momento de la promoción, será poca cosa, apenas nada. Dentro de un año, será sólo una más, otra más, una línea que añadir a un artículo de Wikipedia. Dentro de diez años, directamente no será. Y eso, se diga lo que se diga o se insinué lo que se insinúe, no puede ser bueno.

«[..] sus libros, que obviamente apenas se vendían, tampoco figuraban nunca en los listados de mejores libros del año, ni devengaban invitaciones a festivales o cócteles literarios, ni avalaban el viático de una colaboración en prensa. Eran libros que les servían a los prebostes culturales para señalarlos contra los lectores mayoritarios; eran libros que ejercían de primera línea en el frente de la guerra y que, por tanto, caían los primeros, morían enseguida y se olvidaban como héroes menores».


miércoles, 7 de mayo de 2014

“Barba azul” de Amélie Nothomb

Yo de mayor quiero ser Amélie Nothomb.

Lo digo completamente en serio.

Publicar, sin mucho esfuerzo, un libro al año. Y no publicar más no porque no pueda sino porque no me da la real gana. Un libro. Al año. Que me edite en el extranjero una editorial como Anagrama; que me traduzca siempre siempre siempre un traductor como Pàmies; que me reseñen en Que Leer o en Quimera, incluso en revistas de reconocido prestigio; que me den, los críticos, trato de favor, que excusen mis defectos, resalten mis virtudes, que me dejen pecar. Enriquecerme.

Independientemente de lo mejor o peor escrita que esté la novela ésta de Nothomb, independientemente de que aceptemos como menor el género al que se adscribe, (independientemente de todo, en definitiva), esta novela, esta cosa con letras, esto que se oculta tras tan horrorosa portada, es un soberana estupidez y un insulto a la inteligencia del lector.

A mí me gustan los cuentos como al que más pero lo que no puede ser es que la crítica o la acrítica o la señora de la esquina que tiene un blog o sus amigas del taller de lectura y/o escritura, no puede ser que toda esta gente o cualquiera que tenga dos dedos de frente, incluso uno, caiga en la trampa de creer que porque una novela se finge homenaje a un clásico como el mencionado vaya a merecer el menor de los respetos; que porque la autora sea de natural ligera se le pueda pasar cualquier cosa. Todo lo contrario. Que Amelie Nothomb elija alegremente un cuento como este para hacer con él una cosa superficial, insustancial en la media que pretenciosa debería ser constitutivo de delito y estar convenientemente penado.

Amelie Nothomb me hace añorar la guillotina.

A todo esto no he dicho de qué iba la novela. Qué lapsus.

Saturnine, una joven tiene veinticinco años que está buena de morirte y es lista como un ajo, busca habitación buena, bonita y barata. La encuentra en un palacete con mayordomo, en el centro de París (creo) por sólo quinientos euros al mes y sin tener que follarse a nadie. El otro inquilino, señor del castillo, es un español defensor de la santa inquisición casado previamente con otras ocho mujeres que desaparecieron misteriosamente. La única condición es no entrar en una habitación determinada. Las consecuencias podrían ser fatales.

Traducción: Perrault. Barba azul. 

Bueno, pues con esto Nothomb hace una novela dialogada de una chica que se va de lista y en realidad es más tonta que el ajo y un señor que parece tertuliano en El gato al agua, feo con avaricia y con pasta suficiente para hacerle el pis Coca-cola a cualquier mujer. Él quiere enamorarla pero ella no se deja. En un momento dado, no se sabe cómo, Saturnine se enamora. Es un amor que nace así, zas, de la nada, espontáneamente. Para qué va Nothomb a molestarse en hacerlo creíble, desarrollar un personaje, un escenario, hacer atractiva una historia más allá de la intriga de saber si ella entrará o no entrará en la puta habitación, si morirá y cómo o si al final saldrá del hogar fatal triunfante y victoriosa cual Superlópez orgasmado.

Para qué, si total hay legiones de lectores ávidos de este tipo de historias tan apasionantes, inteligentes y originales. Tan fans.

La novela se acompaña -supongo que por aquello de justificar el esfuerzo- de un buen puñado de frases de relleno e ideas que no conducen a nada y reflexiones en torno al color, la fotografía o la brujería

¿Nothomb bajo el efecto de las drogas? Más quisiéramos. Nothomb es la mujer que presume de escribir cuatro novelas al año y sólo publicar una, porque sólo una es publicable, dice. Y dice bien si después vienen los de Qué leer asegurando que Barba azul es una “lectura deliciosa e inteligente, una habitación perfectamente iluminada y, aun así, plagada de sorpresa y sugerencia”.

Con un par.




lunes, 5 de mayo de 2014

Sobre “Doctor Glas” de Hjalmar Söderberg

Llevo media hora dando vueltas por internet, rastrando reseñas de esta novela, leyendo algunas en diagonal, otras descartándolas en la segunda línea y en general me he dado cuenta de dos cosas, bueno tres: una, que perdemos demasiado tiempo en tonterías; dos, que habiendo más críticas de las necesarias venir a sumar otra es un ejercicio preocupantemente gilipollas y tres, que a la versión que yo leí debían faltarle páginas porque comparando lo leído con lo reseñado hay algunas cosas que no acabo de entender.

Dejen que les resuma brevemente el argumento: el Doctor Glas es un hombre inteligente y perspicaz que si peca de algo es de exceso de celo a la hora de aplicar las leyes vigentes, como por ejemplo, el aborto. Entre los pacientes del doc se encuentra el pastor Gregorius, un tipo entrado en años y en carnes, casado con una joven hermosa a la que lleva veinte años y a la que insiste en preñar a golpe de egoismo. Esto a ella ya no le gusta, le da un poquito de asco su pilila, igualito que el médico, el doctor Glas, que siente desde su más tierna infancia una suerte de rechazo a todo lo sexual, lo cual, en cierto modo, acaba por unirlos en la desdicha de no querer ser follados. Ella le pide protección, le dice: no deje que me viole. Glas lo intenta primero por las buenas, mintiendo, diciéndole al viejo qué débil es su corazón ándese con ojo, pero el buen pastor es una fuerza de la naturaleza y continúan los envites. Total, que al final el doctor decide dejar un rebaño sin pastor. 

Ya, lo siento, tenía que decirlo.

Lo que no comparto con el resto de la crítica es que la explicación al, digamos, posible crimen, pasa por hacer del médico un loco enamorado de la mujer de otro. Esta simplificación del crimen como algo pasional es bastante insultante, la verdad, sobre todo si tenemos en cuenta que es harto evidente que el médico lleva bastante mal el hecho de no aceptar su condición homosexual. Doctor Glas, reprimido gay asesino, sí; Doctor Glas, tonto galán enamorado, pues mira, no.

«Pocas veces he visto un hombre tan hermoso. Fríos ojos de un gris claro, pero en un marco que los hace parecer soñadores y profundos. Cejas perfectamente rectas y horizontales, que llegan hasta cerca de las sienes; frente de mármol blanco, pelo oscuro y espeso. Pero en la mitad inferior de la cara es la boca lo único perfecto; por lo demás se encuentran ligeros defectos, una nariz irregular, una tez oscura y como quemada, en fin, todo lo que hace falta para salvarlo de aquella perfecta belleza que acostumbra a suscitar la burla
[Hablando ahora de una mujer] «Tiene unos ojos claros y sinceros y una rica cabellera morena. La nariz no está del todo bien modelada. La boca... En cuanto a su boca no me alcanza la memoria. Ah, sí, es roja y tirando a grande, pero no la veo con toda precisión.»

De hecho, Ella (la Ella de la cita inmediatamente anterior, no la Ella del párroco) es una pretendienta, un partidazo por la que el doctor siente esta clase de desmedido afecto: «Tiene buen corazón, esa chica... ¿Y si la dejara amarme? Estoy tan solo. El invierno pasado tuve un gato de rayas grises, pero escapó al llegar la primavera.» 

Todo un romántico, el doctor.

Me gusta la versión de asesino que necesita ser tenido en cuenta más que amado, entre otras cosas porque enriquece bastante la novela, que pasaría de ser una hermosa novelucha de amor a ser una épica y elaborada auto-justificación de un crimen por motivos mucho más complejos que los que da a entender y que desde luego tienen muy poco, muy poco, más bien nada, que ver con el amor: «¿Cómo era aquello? ¿Yo buscaba una hazaña que cumplir, verdad? La mendigaba. ¿Es eso una hazaña, mi hazaña? ¿Lo que hay que cumplir, lo que yo solo veo que hay que cumplir y lo que nadie salvo yo se atrevería a cumplir? Lo menos que puede decirse es que presenta un aspecto un poco raro, mirado como una hazaña.»

Lo que sea.

Estupenda novela, salpicada de reflexiones en torno a la vida, la muerte, la moral y otras cosas del matar. Muy recomendable, especialmente a todos aquellos que planeen cometer un crimen.

«Querido amigo, sabes tan bien como yo que la moral se encuentra en estado fluido. Ha sufrido alteraciones sensibles incluso en los irrisorios instantes que tú y yo llevamos en este mundo. La moral no es más que ese famoso círculo de tiza alrededor de la gallina: solo encierra a los que creen en ella. La moral es la opinión que tienen las otras gentes sobre lo que es justo. Pero lo que ahora se discute es mi propia opinión.»