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Ayer, tres de abril, se hizo público que Luis Goytisolo había ganado el premio Anagrama de Ensayo 2013 con una obra llamada “Naturaleza de la novela” en la que habla del declive de la novela. [
Según El País] Goytisolo concluye en el epílogo que ésta “
ha dejado de renovarse, de abrir nuevos caminos, y quienes de un tiempo a esta parte empiezan a cultivarlo no suelen hacer sino repetir fórmulas con mayor o menor talento”. Que se nos muere la novela tal como la conocemos, vaya. Pues por desarrollar este argumento es por lo que han dado 8.000 euros (y la dosis correspondiente de prestigio) a Goytisolo.
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A Lars Iyer, profesor de filosofía, le publican en enero de 2011
Spurious -aquí traducido, por la razón que sea, como Magma- una obra en la que Lars, digamos,
noveliza una cuestión que parece preocuparle y/o interesarle mucho; aquello de lo que dice
Rodríguez Marcos que hablan los novelistas cuando no están escribiendo novelas:
la muerte de la novela, efectivamente.
La cosa va de Lars Iyer hablando de aquello sobre lo que habla con su amigo W. Ambos son fanáticos de la literatura y se supone que escritores en plena crisis existencial. Nada está bien, nada funciona, todo es un desastre. La novela se muere, pobrecita, si no se ha muerto ya. Viven un momento difícil: la literatura los ha destruido: “la literatura nos destruyó: siempre hemos estado de acuerdo en esto. La tentación literaria tuvo consecuencias desastrosas.” Pasan la novela, por llamarla de alguna manera, metidos en casa, hablando por teléfono, chateando. También paseando por Europa, dando charlas, conferencias, emborrachándose con ginebras varias, reflexionando sobre el talento, el genio perdido y nunca más encontrado, la voracidad de la red, de la televisión, del exceso de ocio, de la falta de concentración, de la querencia natural a la dispersión: W. “lamenta el hecho de que ve la televisión por las noches, dice. Solía trabajar por las noches, dice. De hecho, trabajaba todo el tiempo. Una habitación con cama y un escritorio y sus libros, eso era todo. «Ese fue mi nivel más alto», dice. «¿Cuándo vas a llegar tú a tu nivel más alto? ¿Estás ahora en él? ¿Es esto tu nivel más alto?»”
Al ser una reflexión dialogada en torno a una idea tan concreta, carece de línea argumental. W. es un hombre apasionado, voraz, un caníbal literario pero también un snob, un falso erudito, un estudioso sin la inteligencia ni la voluntad suficiente para despegar (“W. tiende a un continuo dar largas”), un reseñista que acumula cajas de libros sin abrir, que escribe lenta e inseguramente novelas mediocres que publica irregular e insatisfactoriamente aún a sabiendas de que llegarán nunca a significar nada para nadie: “«¿Cuál crees que es tu efecto en los demás?», pregunta W. «¿Los motivas, los inspiras, los estimulas? ¿Contribuyes a que piensen más de lo que podrían pensar por sí mismos? ¿Cambia el hecho de tu amistad el modo en que ven el mundo o viceversa?»”.
Lars Iyer, que hace de sí mismo (o parecido) es el otro protagonista: dice W. que es gordo, que es imbécil, que está embrutecido, que es extremadamente prolífico pero que pierde demasiado tiempo con tonterías, que escribe demasiadas naderías. “Mientras que [Levinas y Blanchot] escribieron con gran cuidado y reflexión, yo escribo sin ningún cuidado y reflexión, sintiéndome al parecer orgulloso de mi inmensa idiotez”, dice Lars que dice W. sobre él. Con la de Levinas y Blanchot comparan su amistad, precisamente: mientras que de su amistad sobreviven apenas un puñado de cartas, de la suya, la de Lars y W., formada por obscenidades y dibujos de pollas intercambiados por Messenger, sobrevive todo, aunque no debería.
Magma habla de la falta de talento y la incapacidad para alcanzar el genio de antaño (“¿Qué podríamos hacer nosotros, simples monos, sino imitar hasta agotarnos?”) y lo hace desde un estilo muy cercano al de Thomas Bernhard, tanto en el fondo como en la forma. Personajes conscientes de su estupidez (“W. me dice que me idiotez es teológica. Es vasta, omnipresente; no simplemente una carencia (de inteligencia, quiere decir), aunque tampoco es totalmente tangible ni real. […] Su idiotez, dice W. es más una especie de tozudez o indolencia. […] Su idiotez es tan solo un recordatorio de su propia incapacidad, a la que se enfrenta nuevamente cada día.”) se enfrentan día tras día a una literatura que agoniza y lo hacen desde una posición de escritores fracasados e inútiles, que ven como todo se empaña de esa humedad que se come todo, que lo va pudriendo todo desde el interior. Para Iyer, el escritor es ese imbécil que se resiste a lo inevitable cuando debería celebrar el fin del mundo: “Lo más importante, reflexiona W., es la llegada del Fin del Mundo”. La última esperanza contra esa humedad que todo lo impregna y que tienen tomada la casa de Iyer:
“Nadie entiende la humedad. Ésta es talmúdica. La humedad es el enigma que reside en el corazón de todas las cosas. Atrapa la luz de toda explicación, de toda esperanza. La humedad dice: existo, y eso es todo. Soy la que soy, así la humedad. Te sobreviviré y sobreviviré a todas las cosas, así la humedad.”
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“Magma” son 165 páginas de lo mismo, lo mismo y más de lo mismo, siendo “lo mismo” esto:
El 28 de mayo de 2012 Lars Iyer publica un extenso artículo llamado “Desnudo en la bañera, asomado al abismo (Manifiesto literario tras el fin de la literatura y los manifiestos)” en el que expone exactamente las mismas ideas que en Spurious, solo que de un modo nada críptico; donde allí todo eran analogías, símbolos y metáforas aquí es un río de aguas cristalinas.
Que dice Iyer que “decir que la Literatura ha muerto es a la vez empíricamente falso e intuitivamente cierto” (además de una afirmación bastante chorras, añado). Esto lo argumenta con relativa calma (se toma un tiempo que yo no tengo) para terminar dando algunos consejos acerca de “qué escribir en las postrimerías”, consejos que, mira tú qué casualidad, coinciden exactamente con aquellos que él llevó a cabo con Spurious, lo cual es una demostración de integridad además de una forma ideal de acabar con la competencia. “La literatura es un cadáver”, dice, “La literatura se ha convertido en una pantomima de sí misma”. Todo por culpa de tanto escritor, que ahora cualquiera escribe, dice, a cualquiera se le publica: “Ya no se rechaza ni ignora a nadie, puesto que se publica a todo el mundo instantáneamente, sin esfuerzos ni reflexión”. Ahora hay un ejército de obreros capitalistas de la tecla dónde antes había autores. Dice.
Se ha secado el río, dice: “El posmodernismo [..] nos ha conducido al final del juego: todo está a nuestro alcance pero nada nos sorprende”. Una frase curiosa viniendo de un escritor que en lugar de reconocer sus carencias prefiere justificarlas argumentando que ha llegado el Fin de la Novela. Qué digo la novela, ¡de la Literatura! Tampoco acabo de entender (y aquí se me cae siempre el discurso de Iyer) porqué el fin -el supuesto fin- del posmodernismo supone también el fin de la Novela, como si el posmodernismo fuese la última esperanza de la cultura o algo, como si antes de ella no hubiésemos tenido otros movimientos literarios.
Deberíamos arrojarnos desde los acantilados, admitimos.
Pero, qué habría de bueno en ellos, en nuestros cuerpos bocabajo y sangrando sobre las rocas, las gaviotas sacándonos los ojos a picotazos? ¿Cómo podríamos disculparnos entonces? Porque eso es lo que deberíamos hacer, deberíamos pasarnos la vida no diciendo nada excepto que lo sentimos: lo sentimos, lo sentimos, lo sentimos, y a todo aquel que nos encontráramos. Sentimos los que estamos haciendo, y lo que estamos a punto de hacer, sentimos lo que hemos hecho…
Error. Deberíais arrojaros desde los acantilados. Definitivamente, sí.
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No dejo de tener la sensación de que el discurso de Iyer, por más que sea un discurso interesante y divertido (he disfrutado con él, para qué negarlo), es también un discurso excesivamente efectista -y no digamos ya catastrofista- y sobre todo un discurso dirigido a aquellos a quienes interesa este asunto, esto es, los propios escritores y aproximaciones, únicos consumidores de este tipo de productos (especialmente aquellos que, incapaces de crear, necesitan una excusa para justificar su ineptitud). Me suena, en realidad, esto de Iyer, más que a discurso, a disculpa. Su manifiesto parece una mamada a Vila-Matas, Bolaño y Bernhard (y seguidores) a quienes roba descaradamente e incorpora en una novela (Spurious) que según avanzo se va transformando, ante mis ojos, en algo que es poco más que una idea llamativa montada como un collage de homenajes bastante resultón. Sírvanse fríos algunos ejemplos: 1. Al igual que Montano, para quien Kafka era Dios, también para W. e Iyer es El Castillo la obra maestra que hace de ellos simples monos de repetición sin talento. 2. En El Malogrado de Bernhard se postula que las únicas salidas posibles para una vida dedicada a la creación artística son el suicidio, la locura o el fracaso. 3. Uno de los narradores de Bolaño dibuja enanos de penes gigantescos de igual modo que los W. e Iyer intercambian dibujos de pollas por Messenger.
Llámenme imbécil, pero me llama la atención que Iyer, para escribir su novela-denuncia, se haya servido -supongo que con la excusa del homenaje- de las ideas con las que otros montaron sus propios artefactos, esos que él tanto admira, esos que cree imposibles de superar -siquiera igualar- toda vez que la Literatura ha muerto o está muriendo o agonizando o lo que cojones sea que le está pasando a la desgraciada. Que eso acabe siendo su novela no sé si demuestra que la literatura está agonizando –seguramente no- pero lo que seguro que sí demuestra es que no será él quien la salve.