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jueves, 16 de febrero de 2017

“Días entre estaciones” de Steve Erickson (Trad. José Luis Amores)

Entre las muchas lecturas de febrero que no comentaré (ya hemos hablado de esto) se encuentra Steve Erickson, un perfecto desconocido para la gran mayoría de lectores de este país, al menos aquellos lectores incapaces de salir de la mesas de novedades y adentrarse en el ignoto laberinto de estanterías que ocultan artículos condenados al silencio y al olvido, no vayamos un día a equivocarnos y a leer algo que valga realmente la pena. No estoy diciendo con esto que Steve Erickson, o más concretamente esta novela (conviene no juzgar el todo por la parte), caiga en el saco de las recomendaciones, simplemente les digo dónde pueden encontrarla, si acaso les apetece buscarla.

Steve Erickson, les pongo en antecedentes, ya fue publicado por esta misma editorial el año pasado. En aquella ocasión se trataba de Zeroville, un libro escrito muchos después de éste (que, aprovecho para comentar, es la opera prima del escritor), libro del que se suponía que iba a salir una película que a estas alturas suponemos maldita. Esto lo cuento porque tiene su gracia. James Franco dirigió y protagonizó la versión cinematográfica que, una vez terminada, vendió a una productora que quebró a mediados de 2016, dejando su futuro a la sombra de un gran interrogante. Imdb asegura que se estrenará en 2017, pero yo de ustedes no me haría ilusiones y directamente me dejaría de excusas y me leería el libro aprovechando que es considerablemente mejor que este.

Esto, ya lo he dicho, venía a cuento de algo, claro.

En la novela que nos ocupa, al igual que en Zeroville también se habla de cine, concretamente de cine mudo, concretamente de una película maldita llamada La morte de Marat que nunca llegó a estrenarse (tipo el Zeroville de Franco) y que guarda un paralelismo más que evidente con otra película también maldita también muda llamada Napoleón, dirigida por Abel Gance, un innovador nunca sufrientemente comprendido no digamos ya valorado, como tanto otros, ustedes mismos.

Todo esto se lo cuenta mucho mejor que yo en la web de pálido fuego, pero ya que estamos, sigamos.

Bueno, “sigamos”, es un decir. No tengo intención de desvelar mucho más, básicamente porque es la mejor parte y no quisiera privarles del placer de descubrirlo por ustedes mismos. 

Ocurre que esta parte de la novela no es la única parte de la novela, de otro modo hubiera sido perfecto y no estaríamos ahora tratando de evitar esta parte del post.

El resto, es decir, aquello que no tiene que ver con niños abandonados en prostíbulos, enamorados de sus hermanas que acaban dirigiendo el París una obra maestra del cine, se desarrolla en una época algo menos lejana que aquella. En ella un hombre que ha perdido la memoria y una mujer que ha perdido un hijo y a punto está, cada cinco minutos, de perder un marido (es decir, una comedia al uso) se encuentran y se conocen en todas las acepciones del término pese a no saber nunca gran cosa del otro no digamos ya de sí mismos. Entre medias, misterios familiares, ciudades ocultas bajo la arena, bares, conciertos de rock, sexo sexo sexo, el Sena congelado, Venecia resecada y la búsqueda de una cinta de video de una mujer hablando de amor y muerte y gemelos.

Suena bien. Yo sé que suena bien porque es la razón que me llevó a leerla (esa, y la confianza ciega en una de las pocas editoriales de este que merece ser tenidas en cuenta y la tentación de leer uno de los pocos libros que Thomas Pynchon ha recomendado en su vida o dicen que ha recomendado, que con Pynchon nunca se sabe, pese a que uno tiene que estar preparado para cualquier cosa que recomiende ese señor) pero es irregular, en exceso onírica y con unos personajes poco o nada atractivos con los que no hay modo (tampoco necesidad) de empatizar, que no hay por dónde coger, vaya, que no sabe uno (permítanme el atrevimiento: autor incluido) muy bien qué hacer con ellos.


viernes, 7 de noviembre de 2014

“La espada de los cincuenta años” Mark Z. Danielewski

Danielewski, again.

Decíamos ayer, de Danielewski, de La caja de hojas (se acordarán: hubo aproximación y hubo reseña, que ya es mucho haber), que NO. Que sí, pero NO. Que más-o-menos, decíamos. Personalmente disfruté lo inconfesable con una parte del libro, la parte, precisamente, que trata el asunto de la casa de hojas, ese abismo que se abría detrás de la chimenea; no así la parte de Truant, esas aburridas y tediosas e infinitas notas a pie que hacían de la lectura una agonía y una pérdida de un tiempo que ya nunca podremos recuperar. Qué pena de guillotina.

Lo dicho: sí pero NO. Quede claro: a un libro al que le sobran la mitad de las páginas, poco se le puede perdonar y lo que se perdone ha de ser siempre bajo pena de hacer el ridículo más espantoso. 

El caso es que Danielewski, pese a aquello, se mostraba como un interesante escritor de terror —con querencia a los dibujitos y juegos de palabras en el estricto sentido de la expresión, unas veces más oportunos que otros, pero interesante al fin y al cabo—. Y es por ello que, más viejos y más sabios, volvimos a pecar.

Y, así, —¿cuánto?, ¿un año después?—, Danielewski again. Repiten, coeditan, Pálido Fuego y Alpha Decay. Y prometen; sobre todo, prometen. Tantas promesas... Prometen esto: 

La espada de los cincuenta años es una historia clásica de terror para adultos, escrita sobre la base estilística de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, con la ruptura narrativa de voces de Las olas, de Virginia Woolf, más una encomiable economía de medios —la cual no obstante supera con nota el difícil objetivo de transmitir más con menos— con la marca distintiva del taller Danielewski: la experimentación formal.

Que resumido quiere decir: novela de terror para adultos (otra vez), sobre fondo de experimentación formal (otra vez). 

El libro se lee en dos visitas al baño. Palabrita. Y va de lo siguiente:

Durante una fiesta de Halloween cinco niños asisten a un cuentacuentos muy especial: el narrador está loco de atar y es malo como la tiña. O así se presenta. 



Les cuenta que, matando matando, da con un tullido hacedor de espadas a cual más rara, que lo mismo matan un día que una idea que un país. La de los Cincuenta Años, por ejemplo. La de los Cincuenta Años es precisamente la que ese feo individuo coloca, en una cajita de dos metros con cinco bisagras, frente a los cinco niños mientras les cuenta la historia de cómo dio con ella y exactamente para qué sirve. Ya les adelanto que la espada en la cajita no se queda. Esa es la intriga.

Con esto Tarantino te hace una trilogía de morirte. 

Pero hablábamos de Experimentación Formal. Qué bonitos palabros. Y qué ligereza en su uso.

La experimentación formal de esta novela es la que sigue. Atentos.

El tipo, recuerden, va en busca de una arma fatal para lo cual ha de entrar en El bosque de la Sal —acontecimiento este que se acompaña de un danielewski o dibujo para adultos— total para volver a salir y llegar al Bosque de las Notas, que es un lugar con una acústica horrible. Para ilustrar la cuestión y viendo que si no experimentamos formalmente no somos nada, se dibuja un bordado de bosque y le se cosen unas palabras. Así:



También sube una montaña. No se puede cruzar un bosque, atravesar un valle y no subir una montaña. Eso es de primaria. Es decir, como si LEDL50A fuera un cuento infantil de toda la vida de Dios pero narrado de modo que un crío no aguantaría diez páginas del tirón de puro aburrimiento. Por eso es para adultos: por nuestra santa paciencia. Y por nuestra permisividad. Por nuestra tontería. Porque somos los únicos lo bastante gilipollas para justificar una novelucha en verso libre que utiliza la excusa de los cinco narradores para dejarlo todo perdido de comillas de colores y frases aquí, allá y acullá. 

Ahora va a resultar que lo que molaba no era La Casa de Hoja, sino Papá Danielewski. 

Y luego, claro, viene el listo y se enamora de los dibujitos y el fraseo interrumpido y los golpes de efecto, porque lo suyo ha sido siempre más de largas parrafadas de narradores autocomplacientes, y ya le sobran razones para hablar, sino de obra maestra, de pequeña maravilla. A mí no me gusta insultar, pero alguno debería pasar más tiempo en la zona de cuento infantil de alguna librería. Igual hasta se lleva una sorpresa.



¿Y qué va a pasar? 

Nada. Que así, sin más, se acaba la reseña.


viernes, 3 de enero de 2014

Otra vez “La casa de hojas”: una rectificación

Me jode lo indecible, pero hoy vengo a desdecirme. 

No me gusta hacerlo, pero necesito quitarme esta espinita que se me ha clavado. Por eso, y para no dar más la paliza con el tema, seré anormalmente breve.

El 24 de noviembre publiqué una aproximación a esta novela (AQUÍ) en la que básicamente me limitaba a expresar mi parecer sobre lo que estaba resultando ser la lectura de Casa de Hojas. «Por lo que he podido comprobar» —decía— «la novela de Danielewski es un lío del demonio que conviene afrontar con entusiasmo y tiempo libre.» 

Primer error. 

No es en absoluto cierto que sea un lío del demonio. De hecho, echando la vista atrás, creo que es una novela asombrosamente fácil de leer pero también exagerada e innecesariamente retorcida, lo que seguramente acaba dando una impresión equivocada. 

«Mi impresión inicial» —seguía diciendo entonces— «es que “La casa de hojas” es un bello y retorcido objeto que oculta una interesante novela de terror pero también mucha paja.» 

Esto lo tuve claro desde la página 350.

Tres días después, el 27 de noviembre, publiqué (AQUÍ) la reseña “oficial”, donde decía, entre otras muchas, dos cosas absolutamente contradictorias: «personalmente, me sobra media novela. Concretamente TODO lo que tenga que ver con Truant.» y «Es por culpa de esto que lo que podía haber sido una novela sobresaliente se queda en notable.»

La palabra clave es “media novela”. La palabra clave es “notable”.

No. No puede ser NOTABLE una novela cuyo 50% es más que una memez: es material de derribo. Es relleno. Fuegos artificiales. Porque una cosa es cierta: el expediente Navidson, con juegos o sin juegos, se come, literalmente, la novela, y la parte de Truant, aquella que puede leerse en los pies de página, acaba resultando de una intrascendencia pasmosa, no acabando uno de entender, un mes después ni un siglo después, qué sentido tiene realmente estropear de tal forma algo que podría haber sido simplemente perfecto (o casi) y si no será, esa parte de Truant, la parte desechable, un recurso bastante tramposo para hacer creer al lector que se encuentra ante una obra magnífica cuando en realidad no es más que un hábil ensamblaje de dos historias de desigual calidad. La parte de Truant no abre nuevos caminos, no complementa la narración principal, no aporta absolutamente nada, no enriquece. Lo que sí hace, y lo hace muy bien, es parasitar, rellenar, confundir. Aburrir.

Hoy, el final de la reseña hubiera sido muy diferente al que fue entonces y donde dije: «[…] no es la obra maestra que se vende por ahí […]pero sí vale cada euro invertido y casi casi casi cada minuto dedicado» querría ahora decir que NO, que no vale cada euro invertido y desde luego no merece cada minuto dedicado. Hay muchos minutos, todos esos minutos que hoy se descubren invertidos en una historia menor, que se podían haber dedicado a leer cualquier otra cosa. Que no lamento la compra, eso también es cierto, pero por motivos que poco o nada tienen que ver con la calidad de la historia en su conjunto.

Creo recordar haberle escuchado decir a Danielewski que dedicó diez años de su vida a esta obra, más o menos los mismos (seguramente más) de los que dedicó William Gaddis a JOTA ERRE, una obra mucho más ambiciosa, mucho más compleja (esta sí), mucho mejor, en general, que, sin tener que recurrir a artificios y a juegos gráficos (sin evitarlos, tampoco), consigue lo que para sí quisiera Danielewski: que valga la pena la cada minuto, cada segundo invertido en su lectura.

Rectificar es de sabios, dicen. 


miércoles, 27 de noviembre de 2013

“La Casa de Hojas” de Mark Z. Danielewski

Generalmente las aproximaciones (ver aquí) me quitan las ganas de escribir las reseñas. Esta no es una excepción, pero lo prometido es deuda. 

“House of leaves” (traducido como “LA casa de hojas”) se publica en el año 2000 y desde el primer momento se presume prácticamente intraducible. Sobre los costes de traducir semejante trasto flota la idea de estas rarezas sólo las compran dos. O doscientos, da igual; los que sean siempre parecerán insuficientes a la hora de recuperar una inversión como esa. Y así fue. Durante mucho tiempo, la traducción de "House of leaves" fue, para los que no dominamos el inglés, un sueño que alimentábamos con la búsqueda de imágenes (sobre todo IMÁGENES) del interior. Luego veremos alguna.

Y un buen día llegó Pálido Fuego. Y dice la leyenda que se encontró con Alpha Decay en la sala de espera. Cómo será esta novela que me ha obligado a romper mi palabra de no volver a reseñar nada que publiquen ambas editoriales. Esto, si lo digo, no es para calentarle la cabeza a nadie, sino a modo de cumplido. Me quito el sombrero y no me lo vuelo a poner. La edición (a excepción de la desafortunada elección de la portada (ver post anterior)) es sencillamente MAGNÍFICA.

Al tema.

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“La casa de hojas” es una novela de terror. Eso ante todo. El argumento, grossísimo modo, es el siguiente:

El joven Johnny Truant es un elemento que un buen día, gracias a su buen amigo Lude y por la razón que sea, da con un baúl que contiene un manuscrito de viejo ciego llamado Zampanó que muere en extrañas circunstancias. El manuscrito hace referencia al “expediente Navidson”.“La casa de hojas” es el montaje que Truant hace con las notas de Zampanó y su propia aportación en forma de anotaciones (todas a pie de página) que un buen día manda a unos editores (que a su vez incluyen sus propias notas). Es decir: Truant recoge la información de Zampanó, es decir, una análisis sobre la particular experiencia que vivió la familia Navidson en una casa.

Parece un lío y sí, lo es, pero no demasiado.

El expediente Navidson. Recién trasladados a su nuevo hogar, aparece, un bien día, una puerta en el salón. La puerta conduce a un pasillo OSCURO ora de tres metros ora de quince. Donde está el pasillo, debería haber campo. El pasillo tiene una puerta. La puerta da a otro pasillo, a otra puerta, a otro pasillo, a otra puerta. Etcétera. Da a una gran sala. Da una escalera. (Ver portada). Acompáñese de oscuridad total. Total. De ausencia de ruido, de viento. Acompáñese de un frío glaciar. Acompáñese de espacios que se reconfiguran solos. De distancias variables. 

El expediente Navidson (1) habla de una grabación detallada de la investigación que el propio Navidson, con ayuda de una serie de personas, lleva a cabo para tratar de entender qué coño es eso que ha aparecido en su casa y de dónde demonios sale. Y a dónde lleva.

Ese es el argumento. Una parte, al menos. La novela tiene 736 páginas. Podríamos entrar en detalles y nunca estaríamos detallando suficiente. Como buen “informante”, Zampanó detalla minuciosamente cada momento del video, lo acompaña de extractos de los numerosísimo estudios que se han hecho sobre él. Todo lo que cabe en la novela está en la novela y por si no era suficiente, Truant, el descubridor del manuscrito, se empeña en meter, en los pies de página, su particular experiencia durante la lectura del informe , una experiencia que, les adelanto, tiene muy poco de feliz, por más que el tipo se pase media novela borracho y follando.


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Me estoy liando pero es que la puñetera invita a ello. Dos palabras más y vamos a las conclusiones.

Más allá del argumento, está la forma, que es lo que realmente hace esta novela tan especial y tan difícil de replicar en otro idioma. La novela se retuerce. Se complica. Se unen, al detalle del expediente, columnas de información aparentemente inútil pero que, en cierto modo, cumplen una importante función. Otras veces el texto se estrecha, la página queda casi en blanco o bien el texto se da la vuelta, se refleja como en un espejo o cae en cascada. Utilicen la imaginación. Para los que no tengan, aquí una fotito robada de la red. Y ya. Si sienten curiosidad, seguro que dan con la manera de encontrar más fotos en Google. 



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A mí, personalmente, me sobra media novela. Concretamente TODO lo que tenga que ver con Truant. El tipo tiene su aquel, pero lo realmente apasionante de la casa de hojas es la casa de hojas, ¡no lo que el susodicho siente o padece por la lectura dichosa! Me importan un comino las claves que oculten sus notas o los juegos a qué invitan (que son unos cuantos), al final lo que queda de él es pura anécdota mientras que el expediente Navidson, todo aquello que escribió el cegato de Zampanó, es, quitando episodios puntuales, apasionante. Sería un novelón si, conservando la alocada estructura, Danielewski le hubiese metido un buen tijeretazo al, digamos, artefacto. Y cuando digo bueno, quiero decir buenísimo. Quiero decir generoso en extremo. Pero supongo que la idea de incluir diferentes tipografías en los pies de página, y más notas que vienen de esas notas, y mandar al lector al apéndice uno o el dos o el B o X, supongo que todo eso de enredar y enloquecer la novela, era demasiado irresistible. Y sí, se entiende, pero también se sabe innecesario. 

Es por culpa de esto que lo que podía haber sido una novela sobresaliente se queda en notable. Con todo, la casa de hojas es una magnífica historia de terror y aventuras que no necesita de fantasmas ni de psicópatas ni de niñatas pelonas saliendo del televisor para crear una atmósfera aterradora y para mantener la tensión durante todo el viaje, un viaje que, obviando a Truant, se hace incluso corto, que ya es decir. Con esto no quiero decir que sea especialmente original. Danielweski recurre a tantos tópicos como le es posible: casa encantada, oscuridad, ruidos de fondo, gruñidos, silencio; exploradores que se pierden, se vuelven locos, se lían a tiros; conflictos sentimentales, que si el hermano borracho, que si la mujer infiel. Pero da igual: el tamaño del terror y sobre todo el modo en que Zampanó desarrolla la narración evitan continuamente el tedio y la sensación (absolutamente justificada) de estar visitando lugares comunes.

Lo dicho: acertada novela experimental de terror que sólo peca de un innecesario exceso de contenido. Más corta, sólo un poco más corta, hubiera sido tan, TAN buena. Una pena. De acuerdo, no es la obra maestra que se vende por ahí (la que uno esperaba, malditas expectativas) pero sí vale cada euro invertido y casi  casi casi cada minuto dedicado. 



[SIGUE LEYENDO AQUÍ LA RECTIFICACIÓN A ESTE POST: 



(1) No confundir con la película “El expediente Warren” o su más reciente adaptación hispana, “El expediente Vitu”: (hacer clic para ver, ver para creer)

domingo, 24 de noviembre de 2013

Una aproximación a “La Casa de Hojas” de Mark Z. Danielewski

(O hablar por hablar.)

Hoy vengo sin intención crítica. Esto quiere ser poco menos que una reflexión. Una excusa para hacer una pausa y aclarar las ideas. Llevo una semana sumergido en la lectura de “La casa de hojas” y en “Jota Erre” de Gaddis (y a ratos Cartarescu y a ratos Joseph Frank y a ratos Dostoievski y a ratos Gerónimo Stilton —paternidad obliga—y a ratos qué sé yo). 

Y a ratos duermo, también.

Cuando escribo estas palabras los editores de “La casa de hojas” acaban de anunciar en twitter que van a sacar la tercera edición. A falta de información sobre volumen de las tiradas, la noticia invita a la prudencia tanto como al entusiasmo. Pero nos alegramos, en cualquier caso y nos hacemos eco.

(Nos hacemos eco, qué gracia.)

Se habla mucho de La casa de hojas. Twitter arde. Facebook arde. Todo son fotos, posados, el libro sobre un fondo de piedra, sobre el verde musgo de un bosque, sobre una mesa. Se intuye que pronto llegarán los fondos nevados, los villancicos y los paquetitos de Amazon a los pies de un abeto. Esa costumbre tan nuestra de hacer el gilipollas. Para sacarle una foto a un libro sólo hace falta una cámara. Sin embargo, para leer “La casa de hojas” parece que hace falta algo más. Valor, por ejemplo. Paciencia. Sincero interés. Tiempo. 

Cierto grado de tolerancia.

No me hagan mucho caso, soy el menos indicado para hablar. Cuando escribo estas palabras voy por la página 350, por lo que ya habré leído unas 450. Sí, han leído bien. Tiene truco, claro, la magia no existe: prefacios con numeración romana y extensos y delirantes apéndices como notas finales. Está todo inventado.

Vaya por delante que estoy disfrutando BASTANTE “La casa de hojas”. Lo pongo en mayúsculas para que quede claro. Podría ponerlo también en azul, pero no me apetece; vengo un poco saturado de jueguecitos (orto)gráficos. 

Intento que esto no se parezca demasiado a un promoción gratuita (e innecesaria), pero supongo que será un esfuerzo inútil. Al final este post es mi particular fotografía del libro sobre un fondo de mi culo en una silla y no se me ocurre mejor recomendación que esa, honestamente.

“La casa de hojas” se vende como una novela sin fronteras. Se acompaña, en las críticas de la red, de grandes nombres: Borges, Nabokov, Derrida, Joyce, Julian Rios. Cervantes. Así es, amiguitos, al entusiasmo habitual de las promociones hay que sumarle los elogios desmedidos propios de las obras de culto. También está la querencia a complicarlo todo hablando de deconstrucción, interpolaciones, digresiones, notas, geometrías no-euclidianas de planos de ficción y un largo ecétera, que sin estar faltos de razón tampoco invitan a nada si no se acompaña de un poco de fe. 

Por lo que he podido comprobar, la novela de Danielewski es un lío del demonio que conviene afrontar con entusiasmo y tiempo libre. «[se aconseja] una lectura en cuantas menos sesiones mejor, lo más seguidas que se pueda, en cuatro o cinco días como mucho, para no perder ni el hilo narrativo ni, francamente, el efecto de la lectura sobre el ánimo del lector» dicen en este blog

El mismo ocioso crítico dice (la negrita será mía): «Está escrito usando diferentes tipografías, a veces en función del contenido, otras en función del narrador, y esta distinción no es ni anecdótica ni aparente, es fundamental para la comprensión del texto y uno de sus mayores logros» algo con lo que no puedo estar demasiado de acuerdo. Cierto: es muy útil. Y bonita. Es lo que tiene, también. Pero no es fundamental en absoluto. Hay soluciones mucho menos “visuales”. El dramatis personae de Jota Erre, por ejemplo, nombra más de 120 personajes diferentes; casi todos cuentan con voz pero ninguno necesita ir acompañado de una tipografía especial, ni azul ni verde ni colará, ni cursiva ni georgiana. Y no será por pantones. Bien mirado, el recurso de Danielwski es un recurso fácil y visualmente tan efectivo como efectista. 

Mi impresión inicial, ya que no me lo preguntan, es que DE MOMENTO (recién llegado al ecuador) “La casa de hojas” es un bello y retorcido objeto que oculta una interesante novela de terror pero también mucha paja. Un libro que, o mucho me equivoco, o terminará siendo mucho más comprado y comentado que realmente leído. Ojalá me equivoque. 

Yo, de momento, y habiendo dicho todo lo que tenía que decir, sigo a lo mío.





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sábado, 31 de agosto de 2013

Un vistazo a la rentrée 2013

El otro día alguien me veía entusiasmado con la rentrée de este año y no, qué va, para nada. Lo que pasa es que no se consuela el que no quiere y después de este verano tan aburrido (y aquella primavera tan floja) cualquier novedad es bienvenida. Lo cierto es que hasta hace dos días no había pensado mucho en la cuestión –aquello quedaba tan lejos— pero arranca septiembre y hay que empezar a decidir en qué nos gastamos el dinero, en qué se lo hacemos gastar a papa estado y en qué no vamos a perder ni medio minuto. 

El dinero no me lo quiero gastar en nada, y menos en libros, que al final sólo sirven para coger polvo, pero si tuviera que hacerlo desde luego no sería en la biografía de Salinger que Seix Barral sacará dentro de nada y que parece nada más que un vehículo de promoción de las nuevas novelas del escritor que, dicen, podrían ver la luz en 2015. Y hablando de biografías, tampoco parece especialmente interesante la de David Foster Wallace (Debate) que también será convenientemente resucitado el 5 de septiembre con “El cuerpo y lo otro” (Mondadori), la que suponemos será su última colección de ensayos, por lo menos hasta que alguien limpie algún cajón y dé con material para otros doce volúmenes.

Una compra segura de noviembre será el resultado de la nueva traducción de “Los hermanos Karamazov” de Dostoievski que está llevando a cabo Alba Editorial. Conociendo a Alba y al ruso es de suponer que la broma saldrá por un buen pico, pero esto es mucho más que una vulgar tentación y tampoco hay que pensárselo mucho.

Mientras escribo este post recibo una par avances editoriales. El primero es de Eterna Cadencia que dice que edita, entre otros, “El traductor” (“relato de un genio casi desapercibido”) de Salvador Benesdra y “Padre contra madre” del también genial escritor brasileño Machado de Assis. Todo lo editado por estas pequeñas editoriales es absolutamente genial, no reconocido en su momento o bien algo que tiene que ver con la estrechez de miras de unos y el ojo extremadamente atento de otros. Todo es siempre lo nunca visto y luego resulta que la mitad es reedición. El otro avance es de, Automática editorial, que arranca su segundo año de vida con más rusos (les gustan mucho los rusos a esta gente), en este caso con Yura Buida y “El tren cero”, una novela que no tiene mala pinta sobre un misterioso tren y la gente que vigila su paso por un páramo desolado y que incluye párrafos tan espantosos como este: “El coronel se cuadró para saludar al tácito convoy, y mientras este se alejaba raudo hacia la noche, las lágrimas recorrían sus tersas mejillas, dos veces afeitadas”. Habrá más de Gorki (empezaron reeditando sus memorias) y, oh sorpresa, “Las enseñanzas de Don B”, del gran Donald Barthelme, libro que, desde ya, algunos esperamos con ilusión.

Ahorrar, lo que se dice ahorrar no he ahorrado, pero lo que sí he hecho (llevo en ello dos días) es pedir por esta boquita, a mi biblioteca habitual, lo siguiente: De Seix Barral, “Ha vuelto” de Timur Vermes, una novela que resucita a Hitler para reírse de él (una actitud que recuerda mucho a la de Román Piña en “El general y la musa” (Sloper), donde éste “repescaba” a Franco y lo ponía a tocar jazz en Mallorca o no sé qué fumada). También he pedido “La habituación oscura” de Isaac Rosa, claro que después del anterior no sé yo. Esta es un poco más o menos la misma infundada sospecha que tengo con Torné, que repite en Mondadori con “Divorcio en el aire”. Más de Mondadori: a corto plazo, “La infancia de Jesús” de Coetzee del que ya ha leído opiniones lo bastante contradictorias como para sentir de curiosidad y a largo plazo (nos metemos en noviembre) lo nuevo de McCarthy (“El consejero”), Dave Eggers (“Un holograma para el rey”), Dennis Johnson (“Hijo de Jesús”) y los polémicos Jeremías Gamboa con “Contarlo todo”, la novela que dicen que Vargas Llosa leyó del tirón, de puro interesante, sentado junto al buzón al que le llegó y Daniel Gascón, el eternamente hijo disimulado de Antón Castro, al que persigue la cruz de pésimo narrador, un sambenito que todavía no he podido verificar y que publica “Entresuelo”. En cualquier caso nos alegramos por él y ese salto a las ligas mayores, aunque sea Mondadori, esperando que así no sea tan difícil llegar a sus libros. 

Otra que da un salto (aunque éste lo suponemos al vacío) es Ainhoa Rebolledo, conocida en este blog como la mujer que escribió la peor novela de 2013 (con permiso de Fresy Cool): “Antropología de la noche madrileña” (sigueleyendo), una aventura en la que veíamos a la joven Ainhoa sentar la cabeza tras los excesos propios de la edad. (Reseña aquí). Pues bien, ahora, un año después, la muchacha sigue el ejemplo de los osos perezosos y se sienta a tricotar. El resultado es “Tricot”: “Unas chicas desencantadas se reúnen para aprender a tricotar y así calmar su angustia. Sin comerlo ni beberlo terminan fundando en Barcelona un club de tertulia literaria y calceta creativa: las Tejedoras del Metal. Sin embargo, en un ajuste de cuentas, Leopoldina Roble, Crisis Carballo y Elena Rebollo deciden fundar La Liga de las Mujeres Extraordinarias con el único y ambicioso plan de sobrevivir con elegancia. Tricot es la historia de un fracaso.” (Esto último ha sonado a premonición). Lo editan unos valientes, Principal de los libros, que por alguna razón creen que ganar dinero con esto (jajaja) no equivale a perder la dignidad.

Cambiando de tema. No he visto nada especialmente interesante en Caballo de Troya. Quizá “La visita” de un tal José González, un libro que según la contraportada (que parece escrita por el mismísimo Paulo Coelho) servirá para darnos cuenta de que aquello que nos define está en las pequeñas cosas. En fin. Me agarro a un clavo ardiendo pero es que el chaval es de Lugo y la tierra tira. También de Lugo (¿qué coño pasa en Lugo?) es Manuel Darriba, que con “El bosque es grande y profundo” reescribe Hansel y Gretel en clave de relato de supervivencia y apocalipsis. Cosas del efecto Carrasco, supongo.

Siguiendo con el apocalipsis (vean con qué elegancia voy encadenando temas) Alpha Decay ya tiene preparada para el 14 de octubre la vuelta de Blake Butler, el autor de Nada, con una “sorprendente novela en forma de relatos” (que es una cosa que aquí no hemos visto nunca) llamada “El atlas de la ceniza” donde unos pocos sobreviven al fin del mundo y tal. Pero la gran estrella de la temporada es la co-publicación con Pálido Fuego (quien parece guardar en celoso secreto sus novedades) en noviembre de “La casa de hojas” de Danielewski, un libro que pide a gritos una versión en 3D.

Lumen publica mucho (he contado 16 libros de aquí a noviembre) pero me quedo, de todo, con “Butcher´s Crossing” de John Williams, el autor de “Stoner” o “Por si se va la luz” de la desconocida joven Lara Moreno, uno de esos fichajes que mantiene viva la esperanza entre la juventud y fomentan la escritura. Maldita seas, Lara Moreno. Pediré también, por vicio, aunque con la boca pequeña, lo nuevo de Jorge Edwards, “El descubrimiento de la pintura” y la segunda parte de la trilogía napolitana de la misteriosa Elena Ferrante, si acaso algún día me decido a terminar el primero. 

Por ir cerrando temas, de Anagrama sólo hay tres cosas que, de momento, me llaman la atención: “Librerías” es el ensayo finalista del Herralde en el que Jorge Carrión “crea una posible cronología del desarrollo de las librerías y su representación artística”, signifique eso lo que signifique; “Canadá” de Richard Ford (sobre el que publicó Babelia un extenso artículo el pasado fin de semana) y “El camino de Ida” de Ricardo Piglia. Alfaguara cuenta con “El héroe discreto” de Mario Vargas Llosa, que ya le dará para hacer el agosto y “Las reputaciones” de Juan Gabriel Vásquez, que apunto únicamente por no dejar desangelada esta parte del párrafo. Sobre cualquiera de estas dos editoriales encontrarán más información en cualquier parte. 

No como Sexto Piso, que quitando alguna mención pasa un poco desapercibida. La he dejado para el final por la siguiente razón: es la que publica el libro que, con diferencia, más me apetece leer. Seguramente sea, junto con “Butcher´s Crossing” de John Williams (Lumen, octubre) o “Sermón sobre la caída de Roma” de Jerome Ferrari (Mondadori, septiembre), lo único por lo que siento sincero interés, diría que hasta inquietud, diría que hasta un asomo tolerable de locura. Todo lo demás… bah, todo lo demás, todo eso de Anagrama, Debate o Alpha Decay, todo eso es puro entretenimiento de una tarde con ganas de escribir algo para el blog. Súmenle a esto una reedición de “Memorias del subsuelo” de Dostoievski en su sección de Ilustrados con unos magníficos dibujos de Jorge González y no le pidan más a la vida. Termino la sección Sexto Piso con un par de apuntes más: “Frankenstein” de Mary Shelley (también ilustrado); algo de David Grossman que tiene que ver con abrazos, o una novela donde las minúsculas parecen tener bastante importancia llamada “Del color de la leche” de una tal Nell Leyshon. En el apartado Realidades —del que me he declarado fan en numerosas ocasiones— Thomas Frank, que dicen uno de los mejores escritores de izquierdas de EEUU y es autor de la apetecible “La conquista de lo cool” (Alpha Decay, 2011), publica “Pobres magnates” donde seguramente se ponga a parir a alguien. Harry Browne hace lo propio con “Bono, el hombre del poder” un libro que viene a acabar con la imagen que el mundo tienen del Bono bueno, una propuesta absolutamente genial para leer un sábado por la tarde con “The Joshua Tree” de fondo.

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Fin del resumen. Sé que me dejo un montón de libros y, lo que es peor, un montón de pequeñas (y grandes) editoriales como pueden ser Salamandra, Gadir, Errata Naturae, Blackie Books, Acantilado, Alfabia, Impedimenta, Navona, Nevsky, Nórdica, Rayo Verde, RBA, Salto de página, Lengua de trapo y un largo y aburrido etcétera, pero desde este rincón del mundo y únicamente con Google como herramienta de trabajo (y enganchado como estoy a la última temporada de Breaking Bad), servidor no puede, ni quiere, hacer mucho más. Si algún día recopilo suficiente información prometo repetir la experiencia. Hasta entonces, sean felices y no se lo gasten todo en libros.


(¿Continuará?)


lunes, 1 de julio de 2013

“Todo va bien” de Socrates Adams

La cuestión va de ser un tubo o qué. 

Nos quejamos (no todos, no siempre) de que la narrativa actual vive en una nube de algodón anestesiante que adormece los sentidos y evita que caigamos en la insondable profundidad de una reflexión. Se habla mucho de novelas vacías de contenido, ricas en prosa pero faltas de todo lo demás.  Esto porque queremos. Si pusiéramos un poquito de nuestra parte podríamos ver la trascendencia de las novelitas infumables tipo las que escribe Tao Lin, el hombre de los 50.000 dólares y genio de la reventa de pilas por Ebay. En general, hay exceso de ruido mediático y abuso de herramientas sociales de promoción salvaje.

Con Todo va bien, Pálido Fuego nos dice que estamos equivocados, que la sombra de Wallace es alargada. Y también la de Barthelme y la de Kafka y la de Hamsun y la de Orwell y la de Brautigan, que son los nombres que suenan cuando se habla de Sócrates Adams (leer Nota de Prensa para más información). Y todo esto está bien y todo esto está mal. Bien por unos y mal por otros, porque junto a los arriba mencionados, se incluye a Tao Lin y Blake Butler (héroes modernos de Alpha Decay) como parte de ese movimiento literario al que se apunta Adams: el “ALT-LIT” o “literatura alternativa”. Será por generaciones espontáneas...

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Pero hablábamos de contenido. Y la verdad es que la novela de Sócrates Adams, maldades aparte, lo tiene. Habla, lo dije al comienzo, de ser un tubo. O qué.

Me explico. Ian, el protagonista es un drone (“individuo asalariado y alienado de la revolución postindustrial” aka comemierda) que desarrolla la aburrida y monótona tarea de vender tubos de PVC. Al no cumplir los objetivos es degradado a “encargadillo de mierda”, tarea consiste en mirar una pantalla que tiene un contador que va del veinte al uno. Debe asegurarse que “todo va bien”. También, a modo de lección, ha de ocuparse de cuidar, como si fuera su propia hija, de un tubo al que llamará Mildred y que se convertirá en la segunda voz narradora, una voz, todo hay que decirlo, mucho más interesante que la de Ian, con lo que esto significa. A todo esto el chico se enamora de una agente de viajes que le coloca un vuelo a los Alpes Italianos, cuando lo que él quería era ver los franceses. Etcétera. Va más o menos de eso. Los detalles no son importantes, lo que importa es la intención y la intención (de la novela) es dejar clara una cuestión que el autor pone en boca de Mildred:

“El estado natural de un tubo es formar parte de un sistema de fontanería, o, más específicamente, llevar algo de un sitio a otro sitio. Cuando no forma parte de un sistema de fontanería, el tubo dará vueltas y estorbará y se convertirá en un incordio, pues no está haciendo lo que se supone que tiene que hacer. No está haciendo aquello para lo que fue fabricado.
El problema de los humanos es que no saben para qué fueron fabricados. Ninguno sabe cuál es su estado natural.
Por eso hay tantos que dan vueltas y provocan molestias y acaban no haciendo nada en toda su vida.
Adiós, Ian.
He aborrecido cada momento que he pasado contigo, pero no se trata de nada personal.”

Y bueno, poco más. Se trata de un tipo que es un mierda, que tiene un trabajo de mierda en un país de mierda y con unos objetivos vitales de mierda, que un día cree descubrir, medio por casualidad, que lo suyo es más de ser antisistema. Un antisistema pasivo, en cualquier caso. Ojo, esto no va de revoluciones, ni de sentar las bases de un levantamiento popular; va de ser un código de barras. En los Alpes entra en comunión con la naturaleza hasta que se le acaban las latas de judías y comprende que lo suyo es más de beber café mientras se asegura que el contador no falle, cobrar a fin de mes y dormir a pierna suelta. Al terminar la novela, decide escribir un libro para contar su experiencia en los Alpes, que ya es lo más bajo que puedes caer. Así de miserable todo.

Resumiendo: Todo va bien es una novela en la que uno aprende que la vida es eso que tiene lugar mientras no estás trabajando, sobre todo si eres un currito de mierda. Imagino que ser una abeja y que te toque limpiar la colmena tampoco es divertido pero al menos ellas no saben escribir.

La novela se lee en una patada y deja una huella con la profundidad de un plato de sopa. Después de eso uno vuelve a su trabajito de mierda, se alegra de que Sócrates Adams haya aprendido la lección y a cosa  mariposa. Será la novela del año para todos aquellos que elijan sus lecturas con el culo. Para todos los demás, un entretenimiento ligero.


jueves, 13 de junio de 2013

“El plantador de tabaco”: La Novela Necesaria

Empecemos haciendo un poco de historia.

El uno de febrero de 2012 se publicó en este mismo blog un post llamado Una reflexión en torno a la necesidad de ciertos libros en el que se lamentaba profundamente que la naturaleza salvaje de los lectores hubiesen excluido El plantador de tabaco de John Barth del paraíso de la reedición. Esto se traducía en una correspondencia privada con los editores de Cátedra que aseguraban que por culpa de las pocas ventas aquello prometía olvido y sepultura. El post se preguntaba si no sería mejor un buen libro pirateado que un buen libro olvidado. Cátedra aseguraba que no pero eso es porque Cátedra hablaba de derechos de autor mientras que yo lo hacía de literatura marginal (marginada, en realidad). Y de estupidez, también; la nuestra que, como lectores, lo habíamos permitido.

Pues bien. El post tuvo cierto éxito (todavía hoy es uno de los más visitados de esta Medicina) y muchos comentarios de los que surgió un proyecto: reeditar El plantador de tabaco. Jose Luis Amores, hoy editor de Pálido Fuego, inició las gestiones y mantuvo conversaciones que acabaron en nada. Poco después, otra editorial -entonces no sabíamos cuál- animada, quizá, por el un contagioso entusiasmo, se llevó el gato al agua tanto de esta como de otras novelas del mismo escritor. Esto daba al traste con el proyecto personal de Amores, pero al mismo tiempo hacía albergar esperanzas de que en un futuro fuese posible volver a ver a nuestro querido plantador ocupando la mesa de novedades de las librerías (quizá no de las prostituidas, pero sí de las otras, las de verdad) en las mejores condiciones posibles, que al fin y al cabo es de lo que se trataba.

Como he dicho, esto ocurrió hace mucho.

A medida que pasaba el tiempo iba creciendo, a cuentagotas, un grupo de Facebook llamado Quiero que se edite en español a El Plantador de tabaco, administrado tanto por Amores como por este humilde servidor de ustedes (siendo mi inclusión simplemente un gesto de cortesía por su parte); un grupo que hasta hace poco -antes de desaparecer misteriosamente- contaba con 69 seguidores, una cifra, una vez más, insignificante en comparación con otros grupos. 

El caso es que todo esto acabó cayendo en el olvido hasta que hace unos meses saltó, no sé dónde, —en Twitter, seguramente— la siguiente noticia: Sexto Piso tenía los derechos de la novela y planeaba sacarla en 2013. Se pueden imaginar: Sexto Piso. Superfan, yo, de Sexto Piso, ya antes, imagínense ahora, que entre esto y la (re)edición de William Gaddis era una sucesión ininterrumpida de orgasmos y carcajadas a partes iguales. 

Hace unos meses, con la publicación de su catálogo trimestral, se fueron concretando fechas: el libro estaría listo para la feria del libro de Madrid, es decir, YA. Me pongo en contacto con la editorial que me confirma que efectivamente en libro acaba de salir de la imprenta y se dirige, si no ha llegado ya, a su caseta (255) de la feria; una caseta que este fin de semana debería ser la estrella indiscutible, porque les voy a decir una cosa: EL PLANTADOR DE TABACO es, sin lugar a dudas, la mejor adquisición que pueden hacer este año en la feria, porque todo lo demás, en comparación, es papel que no sirve ni para liar un cigarrillo. (1)

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El treinta de enero de 2012, ediciones Cátedra (así el abajo firmante) me decía, entre otras cosas, lo siguiente:
“Por otra parte, sería necesario tener la edición en un formato digital que, dada la fecha de primera edición, no tenemos. Es rápido, fácil y barato convertir ficheros para formato de lectura electrónica si previamente se tiene esos ficheros en formato digital. Si hay que hacer la producción digital desde cero, la tarea se hace menos fácil, menos rápida y menos barata. Y estamos hablando de un libro de bastantes páginas cuyas ventas no han sido muy exitosas.”
Es decir, que no han estado por la labor, que había mucho que currar (digitalizar 1200 páginas, ahí es nada), que no salía a cuenta, que no era por el libro, no, eran ellos, que no lo veían. Bueno, pues parece que otros sí lo han visto; sí han digitalizado, desde cero, las 1200 páginas; sí han comprado derechos de edición y traducción o lo que fuese menester; sí se han tomado la molestia de montar y de sacar a la venta un libro “cuyas ventas no han sido muy exitosas”, porque a pesar de todo, y con la que está cayendo, todavía hay quien parece estar dispuesto a arriesgar tiempo y dinero en publicar uno de esos de esos libros (y esto incluye a Jose Luís Amores por su iniciativa) que bajo ningún concepto merecen caer en el olvido, uno de esos libros que ponen a los demás en su sitio. El plantador de tabaco ha sido uno de los libros que, como lector, mayor satisfacción me ha dado. Una OBRA MAESTRA. Riadas de calidad y diversión. Garantizado: he aquí el remedio contra el tedio. Lo dije en su momento y me reafirmo: UN LIBRO NECESARIO.

No me cansaré de leer esta novela, del mismo modo que no me cansaré de recomendarla especialmente ahora que se han terminado las excusas para no tenerla. Mañana lo tendrán en la feria, en unos días, una semana aproximadamente, en las librerías de todo el país. Este, y no otro, es el momento de demostrar si tenemos lo que hay que tener para ganarnos lo que estamos tan seguros de merecer.

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Ya termino. En el prólogo a esta edición, Eduardo Lago, el traductor, cuenta, entre otras, una pequeña historia:
Un día le regalé el volumen recién editado al decano de la facultad donde me habían contratado, un hijo del exilio republicano a quien acabé profesando gran afecto. El venerable profesor miró el volumen con asombro, lo sostuvo en alto como tratando de calcular cuánto podía pesar, debió de efectuar un segundo cálculo consistente en determinar cuánto tiempo le llevaría leer aquello y, por fin, sentenció: «Esto es una falta de respeto al lector». De todos modos, era un regalo, así que no le quedó más remedio que aceptarlo y llevárselo a casa. Al cabo de bastantes meses, no recuerdo cuántos, se acercó al minúsculo cubículo sin ventanas que era mi despacho y, con gran solemnidad, me comunicó que había terminado de leer la novela y quería darme las gracias.
Del mismo modo, hoy es Sexto Piso quien nos hace, a los lectores, el mismo regalo: la posibilidad de volver a disfrutar de la que para Lago fue una de "las experiencias más fascinantes que he tenido en mi vida de lector." Yo, que la he leído, no podría estar más de acuerdo con una afirmación. Ustedes verán lo qué hacen con su tiempo libre.

Y para terminar, déjenme que les haga un regalito, aunque sea robado y mucho más humilde que el de Lago o Sexto Piso: haciendo clic en la siguiente imagen, accederán al prólogo y primeras páginas de la novela. Arriésguense.






(1) Al final no pudo ser. El libro se retrasó y no saldrá de la imprenta hasta esta semana. O eso dicen, uno ya no sabe. Mis disculpas a todos los que perdieron el tiempo por mi culpa. Prometo no volver a jugármela hasta tener pruebas visuales.


jueves, 4 de abril de 2013

“Magma (Spurious)” de Lars Iyer


Ayer, tres de abril, se hizo público que Luis Goytisolo había ganado el premio Anagrama de Ensayo 2013 con una obra llamada “Naturaleza de la novela” en la que habla del declive de la novela. [Según El País] Goytisolo concluye en el epílogo que ésta “ha dejado de renovarse, de abrir nuevos caminos, y quienes de un tiempo a esta parte empiezan a cultivarlo no suelen hacer sino repetir fórmulas con mayor o menor talento”. Que se nos muere la novela tal como la conocemos, vaya. Pues por desarrollar este argumento es por lo que han dado 8.000 euros (y la dosis correspondiente de prestigio) a Goytisolo. 



A Lars Iyer, profesor de filosofía, le publican en enero de 2011 Spurious -aquí traducido, por la razón que sea, como Magma- una obra en la que Lars, digamos, noveliza una cuestión que parece preocuparle y/o interesarle mucho; aquello de lo que dice Rodríguez Marcos que hablan los novelistas cuando no están escribiendo novelas: la muerte de la novela, efectivamente. 

La cosa va de Lars Iyer hablando de aquello sobre lo que habla con su amigo W. Ambos son fanáticos de la literatura y se supone que escritores en plena crisis existencial. Nada está bien, nada funciona, todo es un desastre. La novela se muere, pobrecita, si no se ha muerto ya. Viven un momento difícil: la literatura los ha destruido: “la literatura nos destruyó: siempre hemos estado de acuerdo en esto. La tentación literaria tuvo consecuencias desastrosas.” Pasan la novela, por llamarla de alguna manera, metidos en casa, hablando por teléfono, chateando. También paseando por Europa, dando charlas, conferencias, emborrachándose con ginebras varias, reflexionando sobre el talento, el genio perdido y nunca más encontrado, la voracidad de la red, de la televisión, del exceso de ocio, de la falta de concentración, de la querencia natural a la dispersión: W. “lamenta el hecho de que ve la televisión por las noches, dice. Solía trabajar por las noches, dice. De hecho, trabajaba todo el tiempo. Una habitación con cama y un escritorio y sus libros, eso era todo. «Ese fue mi nivel más alto», dice. «¿Cuándo vas a llegar tú a tu nivel más alto? ¿Estás ahora en él? ¿Es esto tu nivel más alto?»” 

Al ser una reflexión dialogada en torno a una idea tan concreta, carece de línea argumental. W. es un hombre apasionado, voraz, un caníbal literario pero también un snob, un falso erudito, un estudioso sin la inteligencia ni la voluntad suficiente para despegar (“W. tiende a un continuo dar largas”), un reseñista que acumula cajas de libros sin abrir, que escribe lenta e inseguramente novelas mediocres que publica irregular e insatisfactoriamente aún a sabiendas de que llegarán nunca a significar nada para nadie: “«¿Cuál crees que es tu efecto en los demás?», pregunta W. «¿Los motivas, los inspiras, los estimulas? ¿Contribuyes a que piensen más de lo que podrían pensar por sí mismos? ¿Cambia el hecho de tu amistad el modo en que ven el mundo o viceversa?»”. 

Lars Iyer, que hace de sí mismo (o parecido) es el otro protagonista: dice W. que es gordo, que es imbécil, que está embrutecido, que es extremadamente prolífico pero que pierde demasiado tiempo con tonterías, que escribe demasiadas naderías. “Mientras que [Levinas y Blanchot] escribieron con gran cuidado y reflexión, yo escribo sin ningún cuidado y reflexión, sintiéndome al parecer orgulloso de mi inmensa idiotez”, dice Lars que dice W. sobre él. Con la de Levinas y Blanchot comparan su amistad, precisamente: mientras que de su amistad sobreviven apenas un puñado de cartas, de la suya, la de Lars y W., formada por obscenidades y dibujos de pollas intercambiados por Messenger, sobrevive todo, aunque no debería

Magma habla de la falta de talento y la incapacidad para alcanzar el genio de antaño (“¿Qué podríamos hacer nosotros, simples monos, sino imitar hasta agotarnos?”) y lo hace desde un estilo muy cercano al de Thomas Bernhard, tanto en el fondo como en la forma. Personajes conscientes de su estupidez (“W. me dice que me idiotez es teológica. Es vasta, omnipresente; no simplemente una carencia (de inteligencia, quiere decir), aunque tampoco es totalmente tangible ni real. […] Su idiotez, dice W. es más una especie de tozudez o indolencia. […] Su idiotez es tan solo un recordatorio de su propia incapacidad, a la que se enfrenta nuevamente cada día.”) se enfrentan día tras día a una literatura que agoniza y lo hacen desde una posición de escritores fracasados e inútiles, que ven como todo se empaña de esa humedad que se come todo, que lo va pudriendo todo desde el interior. Para Iyer, el escritor es ese imbécil que se resiste a lo inevitable cuando debería celebrar el fin del mundo: “Lo más importante, reflexiona W., es la llegada del Fin del Mundo”. La última esperanza contra esa humedad que todo lo impregna y que tienen tomada la casa de Iyer: 

“Nadie entiende la humedad. Ésta es talmúdica. La humedad es el enigma que reside en el corazón de todas las cosas. Atrapa la luz de toda explicación, de toda esperanza. La humedad dice: existo, y eso es todo. Soy la que soy, así la humedad. Te sobreviviré y sobreviviré a todas las cosas, así la humedad.” 



Magma” son 165 páginas de lo mismo, lo mismo y más de lo mismo, siendo “lo mismo” esto: 

El 28 de mayo de 2012 Lars Iyer publica un extenso artículo llamado “Desnudo en la bañera, asomado al abismo (Manifiesto literario tras el fin de la literatura y los manifiestos)” en el que expone exactamente las mismas ideas que en Spurious, solo que de un modo nada críptico; donde allí todo eran analogías, símbolos y metáforas aquí es un río de aguas cristalinas. 

Que dice Iyer que “decir que la Literatura ha muerto es a la vez empíricamente falso e intuitivamente cierto” (además de una afirmación bastante chorras, añado). Esto lo argumenta con relativa calma (se toma un tiempo que yo no tengo) para terminar dando algunos consejos acerca de “qué escribir en las postrimerías”, consejos que, mira tú qué casualidad, coinciden exactamente con aquellos que él llevó a cabo con Spurious, lo cual es una demostración de integridad además de una forma ideal de acabar con la competencia. “La literatura es un cadáver”, dice, “La literatura se ha convertido en una pantomima de sí misma”. Todo por culpa de tanto escritor, que ahora cualquiera escribe, dice, a cualquiera se le publica: “Ya no se rechaza ni ignora a nadie, puesto que se publica a todo el mundo instantáneamente, sin esfuerzos ni reflexión”. Ahora hay un ejército de obreros capitalistas de la tecla dónde antes había autores. Dice. 

Se ha secado el río, dice: “El posmodernismo [..] nos ha conducido al final del juego: todo está a nuestro alcance pero nada nos sorprende”. Una frase curiosa viniendo de un escritor que en lugar de reconocer sus carencias prefiere justificarlas argumentando que ha llegado el Fin de la Novela. Qué digo la novela, ¡de la Literatura! Tampoco acabo de entender (y aquí se me cae siempre el discurso de Iyer) porqué el fin -el supuesto fin- del posmodernismo supone también el fin de la Novela, como si el posmodernismo fuese la última esperanza de la cultura o algo, como si antes de ella no hubiésemos tenido otros movimientos literarios.

Deberíamos arrojarnos desde los acantilados, admitimos. 
Pero, qué habría de bueno en ellos, en nuestros cuerpos bocabajo y sangrando sobre las rocas, las gaviotas sacándonos los ojos a picotazos? ¿Cómo podríamos disculparnos entonces? Porque eso es lo que deberíamos hacer, deberíamos pasarnos la vida no diciendo nada excepto que lo sentimos: lo sentimos, lo sentimos, lo sentimos, y a todo aquel que nos encontráramos. Sentimos los que estamos haciendo, y lo que estamos a punto de hacer, sentimos lo que hemos hecho… 

Error. Deberíais arrojaros desde los acantilados. Definitivamente, sí.



No dejo de tener la sensación de que el discurso de Iyer, por más que sea un discurso interesante y divertido (he disfrutado con él, para qué negarlo), es también un discurso excesivamente efectista -y no digamos ya catastrofista- y sobre todo un discurso dirigido a aquellos a quienes interesa este asunto, esto es, los propios escritores y aproximaciones, únicos consumidores de este tipo de productos (especialmente aquellos que, incapaces de crear, necesitan una excusa para justificar su ineptitud). Me suena, en realidad, esto de Iyer, más que a discurso, a disculpa. Su manifiesto parece una mamada a Vila-Matas, Bolaño y Bernhard (y seguidores) a quienes roba descaradamente e incorpora en una novela (Spurious) que según avanzo se va transformando, ante mis ojos, en algo que es poco más que una idea llamativa montada como un collage de homenajes bastante resultón. Sírvanse fríos algunos ejemplos: 1. Al igual que Montano, para quien Kafka era Dios, también para W. e Iyer es El Castillo la obra maestra que hace de ellos simples monos de repetición sin talento. 2. En El Malogrado de Bernhard se postula que las únicas salidas posibles para una vida dedicada a la creación artística son el suicidio, la locura o el fracaso. 3. Uno de los narradores de Bolaño dibuja enanos de penes gigantescos de igual modo que los W. e Iyer intercambian dibujos de pollas por Messenger. 

Llámenme imbécil, pero me llama la atención que Iyer, para escribir su novela-denuncia, se haya servido -supongo que con la excusa del homenaje- de las ideas con las que otros montaron sus propios artefactos, esos que él tanto admira, esos que cree imposibles de superar -siquiera igualar- toda vez que la Literatura ha muerto o está muriendo o agonizando o lo que cojones sea que le está pasando a la desgraciada. Que eso  acabe siendo su novela no sé si demuestra que la literatura está agonizando –seguramente no- pero lo que seguro que sí demuestra es que no será él quien la salve. 



viernes, 2 de noviembre de 2012

“Conversaciones con David Foster Wallace” de Stephen J. Burn

Las editoriales vienen y van, sólo algunas (demasiadas) permanecen. En los últimos años he visto morir pocas (pienso, ahora, en DVD) y nunca deja de sorprenderme -y eso a pesar de que en este país cada vez se compren menos libros y cada vez se lea menos (y peor)- la cantidad de ellas que ven la luz. No llevo la cuenta, pero así de memoria puedo nombrar algunas que (salvo error) han nacido este mismo año: Rayo Verde, Sigueleyendo, Automática, Ginger Ape y, ahora, Pálido Fuego. Por falta de presupuesto no les sigo a todas la pista con el mismo interés pero no tengo ninguna duda de que de todas ellas la mejor es (será) con diferencia, la última. Tengo razones de peso para creerlo que nada tienen que ver con la amistad. Y sabiendo como sé que el movimiento se demuestra andado puedo asegurar que Pálido Fuego ha empezado dando un paso de gigante. “Conversaciones con David Foster Wallace” (desde ahora DFW) es lo primero que publica. Y, joder, no podía haber empezado mejor. 

* * * * * 

DFW se suicidó en 2008. Tenía cuarenta y seis años. Después de eso quedó un inmenso vacío (ausencia de DFW) y a aquellos que llevábamos seis años esperando, ansiando, una nueva novela del escritor después de aquello que fue “La broma infinita”, nos quedó una pena infinita que no se podía curar con NADA. Fue un triste consuelo la edición de “El rey pálido”, que con tanto bombo publicó Mondadori y a la que le restaba interés el hecho de que no hubiese tenido Wallace nada que ver en su montaje. Me puede interesar una obra inacabada, pero no reconstruida en base al criterio particular de no sé quién. 

No hace mucho se empezó a hablar de una biografía que vería la luz este año; otro asunto por el que no siento especial interés. Pero estas entrevistas… estas entrevistas son otra cosa. Para los que admiramos a Wallace (que por lo general somos unos tipos bastante faciles de convencer para la compra de según qué libros) estas entrevistas prometían ser algo así como un viaje al interior de Wallace desde el propio Wallace y por lo tanto una forma de reforzar la imagen de genio que prevalece sobre todas las demás imágenes que de él nos hemos ido formando, así como la oportunidad de entender, sobre todo entender, cómo pudo escribir todo lo que escribió desde una edad tan temprana. Cómo cojones se puede ser tan rematadamente bueno tanto tiempo seguido, para que nos entendamos. Había un truco, claro: "[...] el 50 por ciento de lo que hago es malo, y así es como va a ser, y si no puedo aceptarlo, entonces es que no estoy hecho para esto. El truco está en saber qué es malo y no permitir que los demás lo vean." 

Para los que no conocen a Wallace o bien para aquellos a quienes intimida Wallace por la imagen de él que transmite cierta gente, es decir, para aquellos que huyen de Wallace por las reseñas que muchos lectores escriben de sus novelas (ya saben -diría él- esas reseñas en las que vas por la mitad y tienes la sensación de que el autor es tan estúpido que cree que puede engañarte para que pienses que la crítica es sofisticada y profunda de verdad simplemente porque es difícil (algo epidémico en la crítica académica)) o simplemente lo rechazan porque sus libros tienen muchas páginas o la letra muy pequeña o desprende tufo a posmoderno o abandera no sé qué mierda de generación o es seguido por devoción enfermiza por según quienes... pues este libro, para esa gente, debería ser mucho más que una curiosidad que ojear en alguna librería, mucho más que la enésima recopilación de entrevistas inútiles por repetitivas, mucho más que una selección hagiográfica de un escritor de culto; para los no lectores de Wallace, digo -y lo estoy diciendo bien: para los NO lectores de Wallace- “Conversaciones…” es, o debería ser, un libro IMPRESCINDIBLE no porque ayude a conocer mejor a Wallace (que también (claro que, ¿a quién le interesa descubrir un cadáver tan fresco?)) sino porque ayuda a entender qué es la buena literatura, cómo se escribe la buena literatura, qué se debe esperar de un escritor y cómo se puede identificar a la plaga de mediocres que pueblan las estanterías de cualquier librería. 

Conversaciones con DFW” son una serie de entrevistas que desde distintos medios se tienen con el autor. Las hay mejores y las hay peores, pero ninguna prescindible. Como en todas las entrevistas se tiende a repetir en ocasiones las mismas preguntas y es inevitable que algunas veces nos encontremos con una respuesta similar. Esto, que yo temía más que nada, se da sorprendentemente poco y en cualquier caso sirve para reforzar aquello que a Wallace obsesionaba más. No voy a detenerme a recomendar una u otra entrevista; tampoco voy a compararlas (a esto en concreto me niego en rotundo) y desde luego no voy a ponerme a rescatar citas (quizá una, sólo una, al final) básicamente porque no sabría cuales de las doscientas  que he recogiendo podrían ser de más interés o resumir mejor la idea de lo que se puede esperar de este libro. No trato de convencer a nadie para que lea esta recopilación sólo porque contenga un par de apuntes interesantes sobre literatura; trato de convencerles de que deben leer este libro porque les ayudará a recuperar algo que tendemos a perder con el paso del tiempo y el encadenamiento de malas lecturas: perspectiva. Leer lo que Wallace opinaba de la literatura (que es sobre todo de lo que se habla, mucho más que de él, que al fin y al cabo odiaba ser entrevistado) equivale a observarlo todo desde ese punto indeterminado desde el que la paja y el grano resultan perfectamente distinguibles. 

Conversaciones con David Foster Wallace” ha sido (y no me duelen prendas decirlo) una de las lecturas más reconfortantes y valiosas de lo que va de año. Y esto lo visualizan ustedes como faja, si quieren.



En lo que a mí respecta, los últimos años de la era posmoderna han acabado pareciéndose un poco a como te sientes cuando estás en el instituto y tus padres se van de viaje y das una fiesta. Traes a todos tus amigos y das una fiesta salvaje, repugnante y fantástica. Durante un rato es genial ser libre y liberar, desaparecida y derrocada la autoridad parental, un goce dionisíaco tipo “el gato se ha ido, divirtámonos”. Pero después pasa el tiempo y la fiesta sube de volumen y se te acaban las drogas y nadie tiene dinero para comprar más, y empiezan a romperse y a volcarse cosas, y hay un cigarrillo encendido sobre el sofá, y tú eres el anfitrión y también es tu casa, y poco a poco empiezas a desear que tus padres vuelvan y restauren algún jodido orden en tu casa. No es una analogía perfecta, pero lo que percibo en mi generación de escritores e intelectuales o lo que sea es que son las 3:00 a.m. y el sofá tiene varios agujeros por quemaduras y alguien ha vomitado en el paragüero y estamos deseosos de que el disfrute se termine. La labor parricida de los fundadores posmodernos fue magnífica, pero el parricidio produce huérfanos, y no hay jolgorio suficiente que pueda compensar el hecho de que los escritores de mi edad hemos sido huérfanos literarios a lo largo de nuestros años de aprendizaje. En cierto modo sentimos el deseo de que algunos padres vuelvan. Y por supuesto nos inquieta el hecho de que deseemos que vuelvan. Quiero decir, ¿qué nos pasa? ¿Somos una panda de nenazas? ¿De verdad necesitamos autoridad y límites? Y, claro, la sensación más inquietante de todas es que gradualmente comenzamos a darnos cuenta de que, a decir verdad, esos padres no van a volver nunca. Lo que implica que nosotros vamos a tener que ser los padres. (DFW)